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Mi boda XIV

en Voyerismo

Mi boda XIV

Por la mañana volví a levantarme muy temprano para mis ejercicios. Esta vez ya lo tenía todo preparado en una bolsita, para poder cargar tranquilamente chanclas y toallas. Bajé con otro conjunto de mallas, esta vez bien remetidas en mi sexo, calcetines cortos, zapatillas de deporte y un top deportivo que me sujetaba perfectamente mis grandes pechos y me permitiría hacer ejercicio sin dañarlos al moverme.

Cuando bajaba en el ascensor pude contemplar mi cuerpo enterito, perfectamente silueteado por las prendas que llevaba. No pude dejar de pensar que Julián seguro que lo disfrutaba, así que rápidamente lo dejé todo en el vestuario y empecé con los ejercicios de calentamiento y estiramientos. Las cámaras estaban perfectamente enfocadas para tomarme desde diferentes ángulos, y yo procuraba que mi culito o las aperturas de piernas siempre quedaran bien registradas, era la parte lúdica del maldito ejercicio (odio hacer ejercicio). Estaba en la cinta corriendo cuando escuché ruidos, no pude evitarlo, me sobresalté cuando se abrió la puerta y apareció el joven adonis de hacía unos días.

Vestía una camiseta sin mangas que dejaba a la vista sus bien formados hombros y pectorales. Era insultantemente joven, con sus musculadas piernas y ese holgado short de deporte. Me saludó cortésmente, algo sorprendido, y pasó al vestuario. Pero antes de un minuto ya estaba él en la cinta más alejada de mí, corriendo a un ritmo triple que el mío. Acabé mi tiempo de running y pasé a las pesas (muy ligeritas) para hacer mi rutina de brazos. Molesta, me puse de espaldas a él, pero frente al espejo, tratando de vigilar mis movimientos para asegurarme que mi espalda no sufría (debe mantenerse recta y los brazos no balancearse, sino hacer el movimiento bien marcado). Le veía correr detrás de mí, con su mirada tratando de evitar mis posaderas.

Todavía corría cuando me estiré en la banca, esta vez con los pies hacia él. Traviesa, dejé que los pies reposaran en el suelo para levantar las pesas y afianzar los pectorales, con lo que mi marcada rajita quedaba exactamente ante su vista. En ese momento mi sudor ya debía haber dejado un hilo de humedad en mi espalda y muslos, pero lo que empezaba a estar empapado era mi vientre, y no sólo de sudor. Con tan poca ropa, y para deporte, mi cuerpo estaba totalmente expuesto a las miradas. Notaba como el algodón de las mallas se me remetía en mis posaderas y mis labios vaginales quedaban totalmente marcados. Había preferido los tejidos naturales, pero algo elásticos, y ahora aquello se demostraba un error.

Cuando me alcé de la banca él estaba parado sobre la inmóvil cinta, pero yo ni le miré. Me alcé y pude ver mi reflejo. Mi sexo estaba totalmente empapado y se marcaba transparentando la tela de un blanco reluciente en las pocas partes no mojadas. Pero los pechos, cubiertos de un azul claro, o las mallas blancas no tapaban nada ahora, sudorosas. Me hice la desentendida y sorbí un poco de agua de la fuente del rincón mientras oía como él iba hacia las pesas. Sorbí la fresca agua y me limpié con el dorso las gotitas que caían por mi barbilla. No hacía falta que mis pechos se empaparan todavía más, ya lo estaban de sudor y se transparentaban, además, ahora se podían ver claramente mis pezones erguidos.

Continué con mi rutina, ahora abdominales. En la misma banca fui alzándome con las manos en la nuca, con lo que mis pechos todavía destacaron más. En más de una ocasión, al alzarme, pude verle con las pesas en la mano inmóvil, mirándome, pero yo me hacía la distraída, ni siquiera cuando vi cómo su sexo estaba ahora aguantado contra su vientre por la goma del short me inmuté. No sonreí, no le di ninguna pista, y seguí con mis ejercicios. Ahora sentada en la banca, con las piernas a los lados, abierta mostrando mi sexo, y girando a lado y lado para hacer flexión de tórax. Después de nuevo los pies en la banca, con las rodillas flexionadas, para que mi almejita apareciera perfectamente delineada entre los pies a su vista de frente, mientras yo me alzaba y giraba en lateral para las abdominales laterales.

Finalmente estiré. Piernas abiertas, brazos estirados y torsión para llegar con las manos a la punta de los pies. Después juntar las piernas y, de espaldas a él, tocar con las manos planas el suelo ante los pies mostrando mi prieto sexo y nalgas a mi particular espectador. La sala ya empezaba a oler a mí, ¡malditos flujos! Estiramientos de brazos y un par de series de lumbares para ir al vestuario y desnudarme completamente, tomar chanclas y una toalla y a la sauna.

Estiré la toalla sobre la banca de la sauna y me puse encima, desnuda, reposando la cara entre los brazos cruzados. A los cinco minutos me tumbé boca arriba y con el guante de esparto me raspé toda la piel hasta estar bien roja. Finalmente me tumbé de nuevo boca abajo y entonces entro él en la sauna. Noté su sorpresa al verme desnuda estirada, suerte que estaba boca abajo. Soltó una pequeña exclamación como pidiéndome permiso.

-          Entra, entra y cierra, que yo ya estoy acabando. Cinco minutos y salgo. – Se sentó enfrente y entonces recordé el día en que alguien se había sentado a mis pies y yo había creído que era Javier. Giré mi cara y pude ver como el chico había entrado vestido con los shorts, pero no podía ocultar su tremenda excitación, sólo tratar de sujetarla con la goma del short. – Perdona, ¿puedes pasarme el guante por la espalda? Yo no llego.

-          Sí… claro, sí… - Y se puso a mis pies y tomó el guante de esparto y procedió a acariciar mi espalda con delicadeza. Yo sonreía con la cara oculta entre mis brazos.

-          No, así no, un poco de energía, friega para enrojecer la piel. – Puso más energía en la friega. – Así, no tan fuerte, un poco más suave, así, sí, así… - dije suavemente mientras mis piernas se abrían levemente. Supongo que él, tras de mí, podía ver mi sexo abierto, pero sólo fueron tres minutos, hasta que yo, para su decepción, me alcé agarrando la toalla para cubrir mis pechos. – Ya está, gracias, no tengo más tiempo, voy a la ducha. – Le dije sonriendo. Estaba yo de pie esperando, con la toalla sujeta con una mano para que me tapara los pechos y quedara colgando y él se quedó quieto como una estatua, mirándome. Tuve que alargar mi otra mano. Y él la miró sin comprender. – Me das el guante, ¿por favor?

-          Oh, sí, claro. – Y azorado me alargó el guante. Lo tomé con la mano libre y le sonreí, mientras daba media vuelta y salía mostrándole todo mi cuerpo desnudo por detrás. En la ducha no pude dejar de pensar en que el chiquillo no llegaría a los veinticinco, per que tenía un cuerpo escultural y una verga que no estaba mal, por lo que había podido apreciar. ¿Me estaba tornando una pervertidora de menores? Reí, reí mientras me acariciaba el vientre sin ánimo de sexo, sólo por limpiarlo del flujo que me había proporcionado el niño. No quería ir apestando al trabajo.

Salí envuelta en la toalla con todo el resto en la bolsa y las chanclas. El niño justo salía de la sauna y nos cruzamos y despedimos cuando él iba a su vestuario. Divina juventud. Su cuerpo marcaba cada músculo, brillante de sudor, y sus ojos estaban llenos de mí. Su polla ya no estaba tiesa, ahora, no sé cómo estaría después de la sauna, pero yo todavía la recordaba saludándome durante sus ejercicios, amarrada por la goma de los shorts.

Al subir en el ascensor me crucé con una señora que bajaba en el ascensor contiguo con un pequinés en brazos. Señora y pequinés eran muy similares, ambos con bigotes y cara arrugada con eterna apariencia de enfado. Me miró desaprobadoramente, enfundada en mi toalla. Pero yo no estaba para esas cosas, tenía el tiempo justo para prepararme para el trabajo y salir pitando.

Al día siguiente volví a encontrarme a mi particular adonis en el gimnasio, ahora bajaba tras de mí, como sincronizando horarios, y ya nos sonreíamos, aunque durante el ejercicio cada uno iba a lo suyo. Ese día yo llevaba unas sudaderas, mallas leggins largas (quería rebajar un poco los muslos) y un top cómodo (todos los son, pero bueno, es por decir algo). El hecho es que me parecía ir más “vestida”, y como mínimo, el hecho que fuera todo oscuro evitaba que mi transpiración lo hiciera transparente.

Pero cuando me vi en el espejo después del ejercicio supe por qué había distraído tanto al pobre chiquillo. Las mallas, pese a ser largas, marcaban muchísimo mi cuerpo, incluidas nalgas y vientre. Pero lo peor era el top. Pese a su oscuridad, no ocultaba mis abultados y erguidos pezones, quedando como una segunda piel sobre mi figura. Esta vez no debía haber sido mi culito o mi sexo (que no marcaba mis labios, lo juro), sino los pechos.

De nuevo me desvestí en el vestuario y me enfundé en una toalla para ir a la sauna, pero cuando llegué él ya estaba allí. Me esperaba sentado en la banqueta frente a la que yo me estiraba cada día. Tuve que darle la espalda, desenrollar la toalla y estirarla en la banca (claro, agachándome, y como la sauna no es precisamente gigante, mi sexo quedó ante su cara, aunque lo hice rápido y decentemente, sin abrir las piernas) y me tumbé encima de la toalla rápidamente.

Me relajé cinco minutos, lo justo para empezar a sudar, y cuando giré la cabeza pude ver que esta vez él no había aprisionado su sexo en el short. Sino que se marcaba claramente su erección. Yo me hice la despistada, pese a tenerlo justo frente a mí, y ese día no pude fregarme con el guante de esparto, pero lo cierto es que no hacía falta cada día. Pese a todo, me incomodó no ser libre para hacer lo que quisiera, maldito niñato.

Para salir tuve que tomar la toalla mientras me levantaba para cubrirme más o menos pudorosamente, pero pude comprobar que el niño tenía una erección de caballo que ya no se molestaba en disimular y que me comía con los ojos. Me enfadó que yo no pudiera hacer lo que quisiera y él, en cambio, lo disfrutara libremente. Así que quería dejarlo con la miel en los labios.

Al levantarme tomé el extremo de la toalla y quedé sentada sobre el otro extremo, con la toalla tirante y procurando tapar los pechos. Pero claro, era todo demasiado forzado, así que al levantar el pompis para tirar de la toalla se produjo el pequeño accidente que le permitió admirar todo mi cuerpo a tres palmos de sus ojos. Pechos descubiertos parcialmente y sexo abierto justo ante él. Yo sólo sonreí como disculpándome (mientras pensaba: Jódete, te pondré a mil y así aprenderás). Me levanté ante él, nuestros cuerpos separados apenas un palmo y con la toalla colgando entre él y mi desnudo cuerpo. Y entonces procuré enrollármela al cuerpo, con lo que mi sexo quedó delante de su cara descubierto un tiempo mientras yo arrollaba la toalla por la parte alta y, cuando me di cuenta que la estaba arrollando demasiado alta y que justamente mi sexo quedaba desnudo bajo la toalla ante su vista… tiré de ella para bajarla y empezó a desenrollarse de arriba y descubrió un pecho antes de caer y que yo pudiera tomar la otra punta. Total, que quedé con la toalla colgando por un lado y tratando de aguantar tapadas mis partes pudorosas. Pero claro, mis torpes movimientos para abrir la puerta en esa situación hicieron que todavía colgara más, con lo que su última imagen de mí, saliendo, fue la de mi cuerpo desnudo mientras lo saludaba y la puerta se cerraba.

Debo reconocer que ese sexo perfectamente delineado bajo la carpa del short y su cuerpo sudoroso llenó mi mente mientras me duchaba. Pensé que al final él había salido victorioso y debía estar cascándose una paja gloriosa en la sauna o la ducha. Pero lo cierto es que me daba igual, ver su mirada brillante recorriendo mi cuerpo, saberle inflamado de deseo, saberle cerrando los ojos y acariciándose pensando en mí… eso me ponía muy caliente. Pese a todo, no podía entretenerme, tenía que ir a la oficina, así que salí algo frustrada por no poder complacerme como a mí me gusta. Ya lo haría esa tarde en casa. Pero… tal vez tendría tiempo de bajar a la piscina del edificio y volver a encontrarme al adonis, ¿quién sabe? ¡Oh, no! Esa tarde venía la nueva asistenta. Grrrr….

Espero vuestros comentarios.

Besos perversos a tod@s,

Sandra

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