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Caliente_1

en Voyerismo

Caliente (I)

[Hola a tod@s,

Perdonad mi retraso en la publicación, como siempre la oficina me mata y tengo poco tiempo libre, y el poco que tengo es para… mis cosas ;-). Me disculpáis, verdad?

Pronto me pondré al día con los mails otra vez, lo prometo!!!

Besos perversos a tod@s y gracias por vuestros comentarios o mails.

Sandra]

Llevamos unos días grises en Barcelona, pero por fin, el 14 de marzo, de nuevo sol! Eso fue lo que anunciaron por la tele, así que me levanté de buen humor y al ver el sol por la ventana todo se arregló. Lo cierto es que llevo una temporadita… el inicio de año ha sido terrible, llegar de Rusia y encontrarme metida en la preparación del Mobile World Congress, luego la semana del congreso (a tope! Fue un no parar), después ordenando toda la información comercial (además del día a día) y… y lo último fueron estos asquerosos días de lluvia.

En fin, que todo había sido trabajar y trabajar y trabajar (y mejor no quejarse, tal y como están las cosas), pero poco a poco notaba como me iba hundiendo y sin tiempo para mí. Así que, al levantarme y ver que hacía sol, pues no pude menos que sonreír y sentir que mi humor empezaba a cambiar por primera vez en muuuuucho tiempo.

Salté de la cama desnudándome y dejando la camiseta con la que dormía tirada en el pasillo camino de la ducha. Una refrescante y vigorizadora ducha me dejó como nueva y preparada para un nuevo día. Todavía con la toalla enrollada sobre mis pechos y el cabello húmedo, me fui hacia la cocina, sintiendo los rayos del sol que entraban en el piso por las ventanas.

Me senté en la cocina y me preparé un buen café (qué gran invento la Nespresso para no ensuciar). Me tomé mi tiempo para desayunar (el café me despierta y el té me relaja, con alguna tostada o algo de queso). Después acabé de secarme el pelo y me fui a mi maravilloso cambiador, de donde escogí un vestido de punto que me llega a medio muslo y marca perfectamente mis curvas. Me siento realmente especial con ese vestidito naranja, que me sienta de maravilla y, además, iba con mi buen humor para dar la bienvenida al buen tiempo.

Volví a mi dormitorio y busqué una preciosa tanga con un pequeño triangulito blanco de tela muy fina y transparente, además de unas preciosas medias transparentes. Como el vestidito es de punto y me gusta llevarlo mostrando mis hombros, no tomé sujetador (bra). Mis largas piernas lucen perfectamente con el vestidito, si lo estiro un poco puede cubrir hasta la rodilla, pero en cuanto me muevo se sube hasta medio muslo o, si lo alzo un poquito, como me gusta, queda cubriendo apenas mis nalgas, mostrando el final de las medias de cada pierna (lo que me parece muy sensual y excitante). Volví al vestidor y tomé unos botines rojos brillantes con dorados y tacón de aguja. Por si acaso, tomé una rebeca también de punto (por si hacía aire), cinturón ancho para quedar colgando en la cintura y el minúsculo bolso que me regalaron de Tous con llaves, móvil, monedero y demás. Salí de casa sin recoger la ropa tirada o lavar el desayuno, por suerte Raúl me ayuda en eso.

Salí deseosa de sol a la calle, y durante el trayecto hasta el metro disfruté de su cálida caricia en mis desnudos hombros como sólo se puede disfrutar en el inicio de la primavera. Creo que limpió mi mente más que un buen polvo. Naturalmente la gente con la que me cruzaba no dejaba de mirarme, ya estoy acostumbrada. Mi cuerpo modelado por el vestidito no dejaba demasiado a la imaginación, especialmente los cachetes marcados por la tela de punto o los grandes globos de mis pechos. En este vestido, cuando me excito, los pezones son fácilmente reconocibles, más si no llevo sujetador como iba ese día. Así que, naturalmente, los hombres (y alguna mujer) no dejaban de mirarme por la calle y yo los veía por el rabillo del ojo disimuladamente. Esa admiración, combinada con el buen tiempo, no podía dejar de presagiar un día fabuloso.

Pero tuve que sumergirme pronto en el metro (muy a mi pesar). Aun así, mi trayecto desde las escaleras a las máquinas de tarjetas alegró la vista a más de uno que subía. Las escaleras permitían mostrar mis muslos al descubierto, y hasta el final de las medias a los que subían, por lo que descubrí más de una pícara mirada dirigida a mis muslos mientras bajaba. No pude dejar de sonreír (estaba de muy buen humor). Con la tarjeta de débito (eso del crédito no es lo mío) compré una tarjeta y me dispuse a acceder al andén. Sin prisas, esta vez me recreé en las escaleras, pese a que los que subían no me podían ver. No quería correr, y bajaba tranquila notando cómo el extremo del vestidito, la falda, se adecuaba a mis pasos y se acomodaba justo en la parte alta de los muslos, sensual sin mostrar demasiado, ni el extremo de las medias, pero justo en el límite.

En el andén, esperando, naturalmente pude apreciar cómo era la expectación de los que andaban ya despiertos (algunos van tan dormidos que ni se enteran), pero una rusa rubia, alta y de largas piernas enfundadas en medias y con mis pechos… llama la atención. Hora de inicio del día de trabajo, en el metro de Barcelona hay bastante gente, pero por suerte (o por desgracia) no andamos a empujones ni roces en los andenes. Me ubiqué en la parte media de donde se pararía el tren, en medio del túnel, cerca de donde se detendría el vagón.

No ofrecía buena panorámica de mis duras nalguitas a muchos, porque al haber bastante gente, sólo los cercanos podían apreciarlas, pero todos los de enfrente, los que esperaban para la dirección contraria, sí podían apreciar mis duros pezoncitos presionando el vestidito de punto. Siempre aprovecho para buscar en el bolsito el pintalabios o algo, eso me permite observar sin que se den cuenta, y así pude ver varias miradas posadas en mi cuerpo y debo reconocer que me gustó. Me gusta agradar, sentirme deseada y saber que muchos hombres querrían poderme tener y derramarse en mí.

Pensar en ello reconozco que me calentó después de días tan grises, así que no me contenté con el pintalabios y necesité mi espejito para retocarme y poder asegurar que todo estaba perfecto. Perfecto para poder ver, también, a los de detrás con la mirada posada en mi anatomía baja. Guardé los utensilios y aproveché para pasar la mano por mis nalgas como alisándome la faldita del vestidito, pero no la bajé.

Llegó el tren, paró y tuve que desplazarme hasta la puerta, donde se formó el pasillo para dejar salir (en Barcelona son muy civilizados) y luego sí, luego el roce y contacto cuando todos intentamos entrar mientras sonaban los pitidos de alerta. No rechacé los contactos casuales, es más, pude disfrutar de diferentes olores corporales, algunas colonias subidas de tono y otros con el olor del pijama todavía pegado al cuerpo.

No iba lleno del todo el vagón, pero mientras nos fuimos colocando o disponiendo en los asientos o en los pasillos entre ellos, pude notar roces que ya no eran casuales en mis nalgas. No hice nada, continué moviéndome normalmente hasta una confortable posición en el espacio entre las puertas, porque los pasillos ya estaban llenos de gente de pie. Esperaba poder entrar yo también entre los asientos, pero lo cierto es que me quedé enfilando uno de ellos pero todavía sin entrar. Tomé una de las barras verticales y esperé. Esperé lo que sabía que vendría y tenía ganas de experimentar.

No tardaron mucho en aparecer los roces de los que se reposicionaban, ya antes de la siguiente estación, donde nadie del pasillo se movió y quedé en la misma posición. Eso sí, subieron algunos, así que a mi espalda aumentó el número de personas, con lo que se tuvieron que apretar más a mí, lógicamente. Yo notaba dos tipos detrás de mí, y casualmente ambos tenían sus manos posadas a mis lados. Giré de perfil, así veía mejor las paradas (que ya me sé de memoria), y mis pechos quedaron contra el hombro de uno de ellos, mientras que la mano del otro entró en contacto con una de mis nalgas.

No tardó mucho tiempo el de los pechos en ladearse un poco hacia mí y sacar el periódico, intentando leer la contraportada, lo que provocó que la mano que sujetaba el periódico rozara un lado de mi pecho derecho. Naturalmente, todo casual. No tan casual fue cuando el de detrás dejó relajar su mano entre mis nalgas, justo en la rajita entre mis nalgas. Yo parecía una figura de cera, sin hacer ningún gesto que denotara que me había dado cuenta, pero mi calentura interior aumentaba.

Tanto aumentaba que no pude dejar de buscar con la mirada el nombre de la siguiente parada, lo que acercó mi pezón a la mano del desconocido del periódico, y presionó mis nalgas contra la mano del de detrás. Rápidamente volví a mi posición inicial, dejando sólo el recuerdo del roce en sus mentes. Naturalmente, un dulce recuerdo que no tardó en despertar sus neuronas más calientes y a partir de ahí iniciaron sus actividades. El del periódico parecía no poder estarse quieto y a cada sacudida del metro se apretaba más y más y el lado de su mano recorría mi pecho derecho completamente, mientras que el de detrás recorría mi raja entre las nalgas arriba y abajo. Como el espacio entre nosotros se reducía, la mano de mi bolsito no podía dejar de entrar en contacto con el vientre del lector apasionado de las noticias, a quien curiosamente los vaivenes del metro llevaban cada vez más a presionar su bajo vientre contra la mano que sostenía mi bolsito.

Solté un suspiro de calor y tuve que quitarme la Rebequita, momento en el que no pude evitar que toda mi baja anatomía rozara mis convecinos en momentos puntuales aunque intensos. Les pedí disculpas con una silenciosa sonrisa a ambos y retomé mi posición original, ahora con la rebeca colgada del brazo, pero con la mano todavía sujetando el bolsito puesta exactamente como antes o un poquito más adelantada, pues ahora su dorso estaba en contacto claro y permanente con algo que no paraba de crecer en el interior de la cremallera del pantalón del señor frente a mí. Mientras que, inexplicablemente, mis nalguitas duritas no podían evitar presionar atrás al pobre señor que interponía su mano entre él y yo para evitar dicho contacto con su cuerpo. Todo muy inocente.

Tan inocente que el señor delante de mío dobló el periódico para que no me molestara, quedando el periódico entre él y yo. Sin duda fue un descuido o no se percató, pero lo sostuvo en alto todavía con lo que su mano quedaba exactamente bajo mis pechos, pero claro, debía ser mi culpa por tener tan tremendos senos. Fueron sólo dos paradas más, dos paradas entre las que tuvimos que apartarnos para dar paso a gente que salía y volvimos a nuestra posición original y, yo no sé si es que el vagón daba más tumbos que antes o no, pero los roces se hicieron constantes y mucho más placenteros. Y sólo dos paradas fueron porque en la siguiente, con una sonrisa en la cara, me escabullí rápidamente tras una caricia rápida y casual a la entrepierna del señor de delante que dio un respingo de placer.

Me escabullí y salí porque era mi parada, y no voy a faltar al trabajo sólo por excitar un par de señores, verdad? No pude dejar de contonearme en la escalera atrayendo más de una y de dos miradas, pero fue entrar en el edificio donde están nuestras oficinas y dejar de jugar, si habéis leído mis relatos ya sabréis que tuve malas experiencias en mi antiguo trabajo y ahora no quiero meter la pata. Pese a todo, debo reconocer que también en la oficina atraigo miradas, pero evito roces y no he ido más allá con ningún compañero ni compañera.

Así que tuve que contener mi calentura, pero el día no acabó aquí.

Sandra

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