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Mi boda XIX

en Voyerismo

Mi boda XIX

Domingo desperté en mi cama acalorada. El sol entraba a raudales por el ventanal de la terraza y mis piernas brillaban por el calor. La sábana estaba tirada en el suelo. Una copa de vino todavía medio llena en la mesilla de noche y yo, desnuda totalmente, sobre el colchón. Por suerte no había bebido demasiado, sólo algunas copas para que se incrementara el sueño y poder dormir. Mis juguetes… sí, caídos por el suelo junto la tanguita negra minúscula y los sostenes.

Recogí la tanguita de un charco de… ¡esos no eran mis fluidos! Un charco de esperma cubría la tanguita y la empapaba. Entonces oí ruido en el apartamento y miré el reloj despertador, ¡eran cerca de las doce! ¡Los obreros! Se habían masturbado mirándome, seguro. Pero en vez de sentarme mal, lo que hizo fue aumentar mi calentura de nuevo. Pese a intentarlo por todos mis agujeros y haber tenido una buena cadena de orgasmos, la noche anterior no me había dejado satisfecha sino todavía más frustrada.

Busqué el móvil, estaba encendido pero ningún mensaje de Javier, sólo de mis amigas respondiendo a mis mensajes y llamadas de ayer. Las muy malnacidas estaban todas fuera u ocupadas. Justamente ese fin de semana. Y yo despertando insatisfecha y con el apartamento lleno de hombres. Volví a enviar un nuevo mensaje a Javier y, al no recibir respuesta, otro suplicándole sexo. Silencio. Le llamé, pero el móvil estaba desconectado o fuera de cobertura. Frustrada, lancé el móvil y me levanté para ir al baño. Salí desnuda al pasillo e iba a entrar en el baño cuando me encontré cara a cara con Julián. Me tapé con las manos como pude y vi su cara de absoluta sorpresa y satisfacción.

-          ¡Uy! Perdone Julián, no sabía que…

-          No, si…

Pero claro, fue decir algo y se acercaron dos de los obreros. El joven de la venosa tranca y el tercero, circuncidado. Traté de borrar la imagen de sus trancas de mi cara mientras ellos también trataban de reaccionar, porque se quedaron como estatuas al verme allí parada, desnuda, con una mano en mi sexo y el brazo cruzado ante los pechos sin conseguir tapar casi nada. El encargado no tardó en asomarse también y quedarse estupefacto.

-          ¡Uy! – Repetí incapaz de decir nada más. – Perdonen. – Susurré entrando en el baño. Cerré la puerta y me recosté contra ella respirando hondo.

-          ¡Joder como está la rusa!

-          ¡Una rusa me podría hacer con esos dos melones!

-          ¡Joder, vaya culo! Ese me lo merendaba yo.

-          Por favor, señores, que nos oirá. – Ése era Julián, imponiendo calma como siempre.

-          Pero si es que nos está provocando.

-          Salir desnuda es para que la violemos, seguro.

-          Se acabará de despertar la pobre, y vaya susto le habéis dado. – Julián de nuevo. Ahora todos en susurros, pero yo, cuanto más oía más me calentaba. Ya estaba encharcada entre mis muslos.

-          Pues a mí me pone. – El más joven.

-          Joder, pues claro, a todos, a ver a quién no.

-          Es que yo me la follaba ya…

-          ¿Dónde vas? Venga, vosotros a lo vuestro y dejad a Doña Sandra, a quien se le ocurra derribar la puerta… - Y sólo oí cómo se alejaban dejándome con las ganas de ser yo la que abría la puerta y salía. Pero tuve que conformarme con una larga ducha fría.

Traté de serenarme como pude y me estuve mucho rato en la ducha. Me sequé bien y me delineé los labios y los ojos. ¿Pero, por qué estoy pintándome? Me pregunté. ¿Quería parecerles una puta? ¿Estaba buscando que me violaran? La idea de salir desnuda y que me penetraran por todos mis agujeros se me pasó por la cabeza y me maldecí a mí misma una y mil veces y traté de relajarme.

Bueno pero… ¿cómo salir si no tenía ropa? Pero sí tenía, albornoz y las zapatillas de felpa. Me lo puse y me aseguré que el cinturón del albornoz no se abriría y salí. Iba a ir a la cocina, pero oí allí a los hombres, de manera que me frené. Vi el iPad y lo tomé y traté de conectar por Skype con Javier. Me respondió pero tenía la cámara apagada. Rápidamente cogí los cascos y me puse a charlar con él. ¡Al fin!

-          No me contestabas.

-          Estaba ocupado, acabo de ver tus mensajes ¿Estás mejor, ya?

-          De eso nada. – susurré. – Están aquí los instaladores de las cámaras.

-          Sí, ya sé, le pedí a Julián…

Como mínimo, hablar con él me serenó. Yo iba con los cascos y hablando bajito por el Skype. Ahora que lo tenía a él ya todo cambiaba. Fui a la cocina a hacerme un café (sí, normalmente soy de té, pero necesitaba despertarme mucho). Javier seguía hablando.

-          Mmmm… me encanta lo que veo. – No entendía lo que decía.

-          ¿Perdona? – Entonces lo entendí, llevaba el iPad colgando, y la cámara iba bailando y yo no me había preocupado de tapar nada. Debía haber visto bajo el albornoz. – No me vengas con eso ahora ¿No has visto mis mensajes?

-          Sí, y por eso ahora me aprovechaba. ¿No llevas nada debajo del albornoz?

-          Claro que no.

-          Enséñame.

-          ¿Estás loco? – Bajé el tono y acerqué el mico a mi boca - Estoy rodeada de tíos que se me comen con la mirada.

-          Así ya está bien cariño, un poco más lejos… - Entonces me di cuenta que había acercado el iPad a mi escote.

-          Cerdo, yo te digo que estoy cachonda perdida y a ti sólo se te ocurre…

-          Seguro que te están deseando así vestida o desvestida yendo por casa. Estoy viendo el vídeo de ayer por las cámaras de seguridad de casa. Vaya espectáculo les diste en el dormitorio, me extraña que no te violaran, vamos a avanzar rápido…

-          No, cerdo, no lo hicieron. ¿Eso habrías querido?

-          ¿Y tú? Que te penetraran por todos tus agujeros y te bañaran en su leche y te comieran entera y no pararas de sacudirte… ahora uno y sin pausa otro… y te perforaran durante horas por delante y por detrás… Seguro que soñabas con ello cuando te masturbaste por la noche ¿no?

-          ¿Estás loco? Soy tu mujer, te recuerdo. – Y aquí mi tono de enfado debió notarse, porque vi cómo los obreros me miraban.

-          Pero sé que dentro llevas una putita rusa insaciable. Vamos, quiero ver cómo te miran, déjame verlo.

-          ¿Pero qué dices? – Y volví a bajar el tono al ver que volvían a mirarme. Sin dejar el iPad fui a sacar la leche de la nevera.

-          Hummm… veo que hay dos en la habitación… y se fijan mucho, déjame verlos bien. – Yo, enfurecida, dejé el iPad encima de la encimera y me senté en uno de los taburetes que tenemos en la cocina, con la cámara enfocando al techo no podría ver nada. – Serás mala. Venga, no seas así, descruza las piernas a ver qué hacen. – Entonces pude ver que la cámara del techo giraba. El muy cerdo estaba conectándose al sistema de seguridad para espiarme o para espiarlos a ellos. – No se les ve mal parecidos. Anda, descruza las piernas y diviértelos un poco.

No sé qué pasó, pero yo volvía a estar empapada y el café me ardía por dentro. Abrí las piernas como él me sugería. “Bien, pero no suficiente, has atraído su atención, pero no ven nada. Anda, sé buena”. Me levanté y puse la taza en la pica y la lavé para dejarla al lado. No podía permitir que… pero me di cuenta que yo ya estaba maniobrando para que una de mis piernas saliera por entre la apertura de delante del albornoz mientras pensaba eso. “Eres un cerdo” le dije bajito mientras me giraba para secarme las manos y dejaba que vieran cómo el albornoz ya no tapaba una de mis piernas. Les miré mientras hablaba con Javier: “¿Ya estás contento?”. “No, eso no ha sido nada. Anda, yo sé que les puedes volver loquitos, seguro que ya están empalmados y soñando contigo”. Yo ya sabía que sí, pero procuraba no pensarlo para no excitarme todavía más, pero el muy cerdo de mi marido no paraba de recordármelo. Volví a tomar el iPad y me lo encaré, su cámara seguía apagada, pero yo sabía que él seguía viéndome y mirando por las cámaras de casa.

-          Cariño, no puedo, no estoy sola. – Le decía yo con voz sugerente lo suficientemente alta para que me oyeran mientras mi mano acariciaba el borde del escote del albornoz que abría para mostrar bien sugerente a mi maridito por la cam. – No, más no, que están aquí los instaladores. – Dije con una sonrisa pícara a la cámara del iPad. Mientras mi marido me iba llamando de todo por los cascos y me decía lo que le encantaba que fuera tan guarra. Me decía que seguro que estaba deseando que todos ellos me follaran, que era una calientapollas y que les tenía en celo permanente. Yo me giré y, ya de espaldas a los obreros, abrí mucho mi escote con la cámara de mi iPad enfrente. – Ya está bien ¿De acuerdo? – Y volví a girarme tratando de cerrarme el albornoz esta vez hacia los obreros y como disculpándome con la mirada. – No, más no, hoy no puedo. ¿Qué? – hice yo mientras caminaba y pasaba entre los obreros contoneándome y asegurándome que podían ver bien el perfil de mis senos a través del amplio escote que mi mano libre trataba de cerrar sin conseguirlo. Rápidamente, al oír mi voz, aparecieron Julián y el encargado, que habían estado en otra habitación. Yo me hice la sorprendida cuando me hablaron. – Uy, un momento por favor, es que estaba hablando por el Skype con mi marido ¿Decían? – Y dejé el iPad bajo enfocando entre mis piernas mientras me concentraba en lo que me estaba diciendo Julián.

-          Que ya casi estamos. Sólo faltan colocar unas pocas cámaras más y enyesar lo poco que queda y listo. En una hora acabamos.

-          Muy bien, hagan, hagan. – Dije yo como distraída pero sin perder detalle de sus abultadas entrepiernas y de sus miradas a mi escote. Volví a ajustarme los cascos y retomé el iPad mientras subía de nuevo a la parte alta del dúplex viendo cómo las miradas de los cuatro me seguían por las escaleras. – Cariño, no me pidas eso, por Dios. Mmmm… yo también tengo muchas ganas. Ohh… sííí… - Me aseguré que me oyeran decirlo con voz sensual, casi gimiendo, mientras desaparecía en el piso de arriba hacia nuestro dormitorio.

-          Eres una cerda calientapollas. Todos se están tocando la polla y se están diciendo guarradas.

-          ¿Qué dicen?

-          Te lo pongo en el audio. – Y entonces pude oír todo lo que comentaban. Parecían locos furiosos, pero Julián los frenaba. Querían subir y follarme, tuvieron que frenar al joven al pie de la escalera y el encargado y Julián se quedaron montando guardia mientras los otros dos se iban a acabar de enyesar dos tramos abajo. Yo suspiré y gemí arriba para que me oyeran Julián y el encargado, lo cierto es que no tuve que simularlo, mi mano libre, la que no sujetaba el iPad, se perdía entre mis empapados muslos. –Desnúdate. – Inmediatamente mi albornoz cayó al suelo y pude ver cómo las cuatro cámaras del dormitorio me enfocaban. – Túmbate en la cama. – Y así lo hice, abriendo bien mis piernas para que pudiera ver cómo mis rojas uñas apretaban mi botón del placer y con la otra mano pellizcaba mis pezones. – No te corras puta, ponte ese batín tan sexy de ayer. – Paré, pero algo enfadada, yo quería correrme, pero seguro que tampoco eso me hubiera calmado. Me levanté y, cargando el iPad, me puse el batín oriental de seda. – Y zapatos de tacón de aguja.

-          ¿Con el batín?

-          Sí, da igual, eso seguro que les excita. – Le hice caso y me puse unos botines rojo burdeos brillantes con un tacón de aguja de seis centímetros. – Y una tanga transparente. – Yo veía cómo las cámaras me seguían por la habitación. Abrí el cajón de la cómoda y busqué una tanga bien sexy, roja a juego, pero transparente hasta lo descarado y minúscula. – Deja el batín medio abierto y ajusta el cinturón. – Así lo hice, y me contemplé en el espejo de cuerpo entero al lado de la puerta. Estaba hecha una verdadera puta. El batín estaba abierto hasta el ombligo, pero sólo revelaba la curva de mis pechos y nada más. Claro que los pezones se marcaban claramente en el batín, que acababa justo bajo mis nalguitas, bastaba inclinarme un poco y mi culito quedaba al aire. – Ya vienen. Ve a la cama.

-          ¿Qué? – No entendía nada, pero me tumbé en la cama mirando el iPad. Justo lo hacía cuando sonaron unos toquecitos en la puerta. Yo me quité uno de los cascos de la oreja y miré a la puerta. - ¿Sí? Adelante.

Se abrió la puerta y Julián me preguntó: “¿Se puede?”

-          Sí, adelante, estoy hablando con mi marido, pero hagan, hagan… ¿Decías cariño? Ahaaa… - Pude sentir el nerviosismo de los obreros. Entraron los cuatro en fila con una escalera de esas de triángulo y se pusieron manos a la obra, tenían que enyesar dos perforaciones y ya estaba listo todo.

-          Son las últimas, ya acaban – decía Julián, pero yo no le escuchaba, sólo tenía oídos para Javier, que no paraba de susurrarme obscenidades y decirme lo guarra que era y que era su putita rusa.

-          Ustedes sigaaaannn… - dije yo con un gemido mientras alzaba mi culito y deslizaba mi mano bajo mi cuerpo. Mi dedito anular se coló entre los cachetes de mi culo y acarició del ano a la empapada vagina en una lenta caricia que hizo toser a Julián y al encargado. Vi que los obreros que enyesaban en la escalera se daban la vuelta y también miraban. Yo bajé el culito y me orienté para quedar mirándoles y ocultar mis posaderas a su vista. – Javier, no puedo, ahora no! – Dije con un susurro sensual lo suficientemente alto para que ellos lo oyeran. Estaban todos rojos como tomates y sus entrepiernas abultaban prometiendo sueños húmedos a mi almejita. Pero Javier, por los cascos me insistía:

-          Cerda, seguro que estás deseando comérsela y sentirte perforada por todos tus agujeros. Seguro que quieres que te abran en canal y te dejen repleta de semen. – Yo miré a los obreros y vi cómo las cámaras se movían solas. Bajaban de la escalera después de haber enyesado en tiempo récord, sólo quedaba enyesar una de las canaletas.

-          Cariño, no me digas eso… - Voz de gatita sensual mientras les miraba tratando de disculparme, pero con el escote bien abierto, tumbada sobre la cama con el culito en alto y mi mano perdida bajo mi cuerpo, oculta para ellos. Pero mi olor y los sonidos de succión eran claros. Hasta Julián estaba a punto de explotar. Cuando los dos obreros rodearon la cama para llegar a la última canaleta no cambié mi posición, ni siquiera cuando Julián y el encargado les siguieron. Ahora mi culito en pompa estaba directamente ante ellos y podrían ver mi dedito perdiéndose bajo la mini tanguita en mis intimidades. – Cariño, si esto sigue así no respondo… - dije casi gimiendo, esta vez no traté de ocultar que el mensaje iba para todos, para Javier pero también para los obreros. – No me pidas más.

-          Sigue masturbándote. – Me decía Javier. Yo miré cómo habían enyesado en ese corto espacio de tiempo y el chico bajaba de la escalera disparado sin perder su visión de mí. – Date la vuelta, gírate y míralos. – Yo no podía, no quería hacerlo, pero era Javier quien me lo pedía y, en el fondo, estaba deseándolo.

-          ¡Javier! Me violarán si lo hago. – Dije mientras lo hacía y ellos podían ver cómo al darme la vuelta se abría el batín y quedaba toda expuesta, con mi mano transparentada bajo la tanguita y mi dedo dentro de mi rajita y el pulgar pulsando el ano. Me dolían los pezones.

-          Pero si eso es lo que estás deseando. – Me respondió Javier.

-          Sí pero… no sin ti. – Conseguí articular entre jadeos mientras mi mirada se centraba en la de los obreros y veía cómo les brillaban los ojos y cómo les temblaban las manos y cómo me deseaban…

-          Pues que sea conmigo. – Pero la voz sonaba con eco, ya no sólo venía de los cascos, también de la puerta, me giré y vi a Javier en la puerta del dormitorio.

Espero vuestros comentarios.

Besos perversos a tod@s,

Sandra

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