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Mi boda XVIII

en Voyerismo

Mi boda XVIII

Sábado en casa, frustrada y con ganas de sexo, desnuda, terriblemente excitada pero sabía que otra paja sólo me dejaría peor. Necesitaba un sexo en el mío y notar cómo se corrían y me llenaban de leche. Traté de localizar a Javier en el Skype, pero nada, no estaba o estaba ocupado. Le envié un whatsapp diciéndole que estaba cachonda perdida. Comí fruta y algo de pasta. Decidí salir a pasear, si bajaba a la piscina terminaría follándome a algún vecino o al adonis y no quería problemas.

Me vestí rápidamente con lo primero que encontré. Me enfundé unos apretados shorts de licra sin nada debajo y me puse una camiseta. Me calcé unas veraniegas sandalias de tiras con tacón medio de aguja y tomé un pequeño y precioso bolso con las llaves, documentación y móvil.

Salí dando un portazo y bajé por el ascensor. Julián no está los fines de semana, suerte, porque tampoco quería follármelo a él. Al bajar vi que el adonis y la tiparraja del caniche subían en el otro ascensor. El chiquillo me miró con sorpresa y deseo y bajó la mirada, esa debe ser su madre, tiene pinta de odiosa realmente. Salí sin rumbo, decidí tomar el metro para ir al centro, tal vez algunas compras me aplacaran. Traté de localizar alguna amiga, pero la que no estaba desconectada por la siesta estaba fuera, no hubo suerte.

En el metro olores y roces, pero nada más. Trato de apretar mis nalgas contra jovencitos y maduros, pero nada, todos parecen odiosamente cívicos y civilizados apartándose para dejarme sitio. ¡Lo que quiero es que me rocen, que me soben y me aprieten los pezones! Pero parece que hoy todo el mundo es tan educado que…

Entro en una zapatería y en seguida me atiende una dependienta, le pido probarme unas botas altas de tacón de aguja. Todos son dependientes menos ella, que es mujer, pero precisamente me tiene que tocar ella. Cuando me las pruebo le pido que me ayude y casi ni me roza, su mirada no se dirige a mi pequeño y apretado short que me marca el sexo, sólo contempla las botas. Además, me aprietan y ni la talla más pequeña ni la mayor lo solucionan. Salgo frustrada.

Vuelvo a tratar de localizar a Javier por móvil pero nada. Le mando un nuevo whatsapp con una foto de mi vestimenta bien provocativa. Le digo que voy sin bragas ni sostén. No hay respuesta. Entro en unos grandes almacenes. Subo las escaleras mecánicas contoneándome, hay miradas, pero nada más, nadie se atreve a seguirme. Voy a la sección de lencería y todas las dependientas son chicas. Me marcho.

Voy a la de vestidos femeninos, igual. Voy a deporte, aquí sí hay dependientes. Tomo unas mallas que sé son de talla menor a la mía y unos sujetadores que más que deportivos parecen de sex shop, son de tela fina y marcarán mis pezones como los marca ahora mi camiseta. Me dirijo al dependiente que más me agrada y le pido donde están los vestidores, que ya sé que están allí mismo.

Me dirijo a los vestidores esperando que me siga con la mirada y dejo la cortina a medio correr viendo cómo me observa por el espejo. Me desnudo muy sensual y lentamente, cuando vuelvo a mirar ya no hay nadie. Miro yo y veo como una bruja con su hijo me lo ha robado y se lo llevan a la zona de uniformes escolares de deporte. Grrrr…. ¿Por qué me tiene que pasar eso a mí? Y la zona casi desierta, podría salir desnuda y seguro que hoy no pasaría nada. Desespero, dejo las prendas tiradas sobre unas perchas y me voy.

Salgo otra vez al bochorno de la calle. Ni noto el bochorno de lo caliente que voy por dentro. Decido volver a casa. Tomo un taxi de la parada y… ¡lo conduce una mujer! En el taxi vuelvo a whatsappear a Javier. Nada. Llego a casa y pago el taxi con tarjeta (vaya, eso ha sido una suerte, no llevaba efectivo pero me cobran con tarjeta). Entro y me encuentro a Julián que me abre la puerta.

-          ¿Cómo tú por aquí? – Le digo sonriente y ardiendo por dentro debido a su mirada.

-          Me telefoneó su marido con un pedido, quiere ampliar las cámaras en el apartamento, quería que lo hicieran la semana que viene, pero se ve que ahora le urge y vendrán hoy mismo, ya está todo encargado y están por llegar. Espero que no le sea inconveniente.

-          Pero… si estabas en casa… muchas gracias, pero seguro que no era tan urgente, no deberías haber…

-          No, tranquila, no es molestia, no por ustedes. – Responde galante recorriéndome los pezones marcados en la camiseta con su mirada. Se le ve azorado.

-          ¿Subes conmigo o los esperas? – Le digo sugerente. ¡Dios mío! ¿Le estoy intentando seducir? ¿Voy a follármelo? ¿Le arrastraré a mi apartamento lo desnudaré y me lo comeré? Le miré su entrepierna mientras caminaba hacia el ascensor, estaba abultada. Cuando levanté la mirada vi que me había pillado. ¡Dios mío! ¿Qué estaba pasándome?

-          La sigo, la sigo… - dijo él sonriente mientras yo avisaba el ascensor. Durante el trayecto procuré rebuscar en mi minibolsito las llaves pero fijándome en que su vista estaba en mis duros pezones y acariciaba todo mi cuerpo. ¿Qué hacía yo posando para que se me marcaran más mis pezones? ¡Por Dios! ¿Qué me estaba pasando? Llegamos al apartamento y yo me serené un poco. Julián seguía comiéndome con la mirada, pero yo quería sólo una ducha fría.

-          Julián, usted mismo, como si estuviera en su casa, yo voy a darme una ducha mientras espera a los instaladores.

Fui a nuestra habitación y me desnudé, salí y fui al baño. Sólo cuando iba a ajustar la puerta me di cuenta que no lo había hecho en la habitación y, seguramente, Julián me había podido contemplar a gusto, pero es que no estoy acostumbrada a tomar precauciones en casa. Pero entonces sí fui consciente que dejaba la puerta entornada. Sin esperar, me metí en la ducha y la puse en agua fría. Me estuve un buen rato bajo el agua fría antes de ponerla algo templada. ¡Al fin estaba un poco mejor! Salí de la ducha y tomé una toalla grande, me sequé el pelo y el cuerpo y me la enrollé a mí alrededor. Tomé unas zapatillas de felpa que tenemos para salir de la ducha y no mojar todo el suelo y volví al salón, donde me encontré a Julián, pero no estaba sólo.

Habían llegado los instaladores. ¿A que no adivináis quiénes eran? Los mismos que habían hecho las obras en el piso, por supuesto. Fue entrar yo en el salón y todos se quedaron mudos mirándome. Les tuve que saludar yo y entonces reaccionaron cerrando sus lindas boquitas. Yo les miraba a la cara, pero en realidad en vez de la panza del grueso encargado yo veía la imagen de su gruesa y corta polla. En vez de la cara del joven, su venosa tranca. En vez del tercer operario su largo, estrecho y circuncidado miembro. Recordaba perfectamente sus tres sexos, y todavía más, veía a cada uno masturbándose ante mí y lanzando su leche. Uno con toda la mano, el otro sólo con dos dedos y el joven, el de más frenético movimiento.

Traté de borrar esas imágenes con todas mis fuerzas de mi mente y proseguí como si nada. Ellos ya habían empezado a perforar las paredes para pasar los cables. Las cámaras podían haber ido por WiFi, pero necesitaban conectarse a la electricidad, así que había que hacer perforaciones para cables y que todo quedara bien oculto.

-          Pero sigan, por favor, no quiero distraerles de su trabajo.

-          Sí, estooo… su marido nos hizo llegar las especificaciones de las cámaras y del cableado. – Me indicó el encargado acercándose con un plano del piso donde pude ver claramente las marcas que mi marido había añadido de su puño y letra indicando dónde ponerlas. Añadía dos cámaras más en el dormitorio, dos en los baños (ahora no habían), otra en cada terraza y todavía más. No quedaba habitación sin cubrir con, como mínimo, dos cámaras. Aquello era totalmente exagerado, ¿para qué lo querría? – Con tantas cámaras necesitaremos todo el fin de semana. – Me dijo como disculpándose pero como si la idea no le desagradara en absoluto.

-          Nada, nada, lo que él diga. Ustedes como en su casa, yo trataré de no molestarles.

Pero os aseguro que era el peor momento para tener la casa llena de hombres que sabía que se morían por poseerme. Me paseé y miré lo que estaban haciendo, habían empezado por el dormitorio, precisamente. Hacían una pequeña regata desde el suelo hasta la esquina superior para incluir la cámara allí arriba. Vi que incluían una especie de tubo de plástico para que luego, al enyesar, quedara la canalización de los cables y dejaban siempre otra toma de corriente por si acaso se tuviera que necesitar en el futuro. Todavía estaban en eso y no habían instalado ninguna cámara, pero en el recibidor estaban las cajas todavía embaladas con las cámaras.

El encargado y yo dimos una vuelta por el apartamento y me indicó todas las que tenían que colocar. Por suerte el embaldosado de los baños no se tendría que reventar, ya que había tomas preparadas en el falso techo y las aprovecharían. Él me iba indicando y yo trataba de imaginarlo, quedaría todo cubierto desde todos los ángulos posibles. Tardamos unos minutos en recorrer cada habitación y yo con mi toalla y zapatillas como único vestido. Notaba como mis pechos se endurecían por momentos y mis pezones iban a explotar. Julián todavía estaba allí y parecía no querer irse.

Entonces apareció el más joven de los operarios y pidió hacernos una consulta. Tenían que hacer la regata para las cámaras sobre la pared del frente de la cama y consultó al encargado sobre si aprovechar o no la esquina (¡Qué sé yo lo que preguntaba! De software todavía, pero de obras nada). A mí me pareció que era todo muy técnico o que eso querían que pareciera.

-          ¿Y a usted qué le parece? ¿Cómo lo preferiría?

-          ¿Yo? ¿El qué?

-          La caja abajo se disimula más, pero si quieren cambiar la cama tal vez les estorbe, pero si la ponemos arriba se ve más.

-          ¿Más que una cámara?

-          Bueno, no, eso no, pero si se pone aquí abajo… - Me agaché para ver lo que me señalaba. Al hacerlo lo entendí. Los otros tres quedaban detrás, hasta el encargado se atrasó un poco para “dejarme ver” y yo miré y miré, miré inclinándome sobre aquel rincón del suelo con las piernas bien estiradas y flexionando mi cintura y señalé.

-          ¿Aquí quiere ponerla? – Y me giré hacia ellos pillándoles a todos concentrados en mis nalgas, claramente a la vista bajo la toalla. – La caja, quiero decir. – Dije sonriente sin moverme un ápice y contemplando cómo les costaba quitar la mirada de mí.

-          - Sííí…, sí, allí mismo. ¿Qué le parece? ¿Dónde la prefiere?

-          Puesss… yo la preferiría bien encajada. – Dije volviendo a mirar al suelo y abriendo un poquito las piernas. - ¿Seguro que no cabría bien adentro del tabique?

-          Caber, caber… creo que sí.

-          Bien pues, arreglado. – Dije irguiéndome de nuevo. – Mejor me visto que si no les distraeré mucho. – Y me dirigí a la cómoda del dormitorio sin mirarles más (¡Mejor no mirarles! ¡Estaba muy excitada!).

Rebusqué en los preciosos cajones de la cómoda hasta encontrar una minitanguita negra con un minúsculo triangulito delantero y la saqué dejándola bien a la vista de todos sobre la cama. Después seguí buscando hasta encontrar el sujetador a juego, con dos pequeños y transparentes triángulos de la misma tela de un negro muy suave que lo transparentaba todo y también lo dejé sobre el lecho. Entonces me puse frente a ellos, que no se habían movido y me contemplaban los cuatro en fila, incluido Julián, y tomé la minitanguita, la expuse ante mi vista y me la puse alzando un pie y luego el otro. La subí lentamente hasta que mis manos la pusieron en su lugar bajo la toalla, bien alzada, bien encajada.

Tomé el sujetador y me giré dándoles la espalda. Entonces dejé que la toalla se deslizara hasta el suelo, mostrándome desnuda, de espaldas a ellos, que podían ver mis nalgas y espalda completamente, pues las tiras de la tanguita sólo recorrían mis caderas y por detrás se me metía entre los cachetes. Me até el sujetador y me di la vuelta.

-          Así, vestida ya no les distraeré tanto, ¿verdad? – Mis pezones duros como piedras y alzados, mirando el horizonte, se transparentaban claramente bajo los minúsculos triangulitos del sujetador. El triangulito de la tanga cubría con dificultades la rajita de pelo sobre mi sexo, pero mis labios estaban perfectamente encajados y la tela húmeda por mis flujos transparentaba mi inflamado sexo.

Supe que mi intento de vestirme para no distraerlos no había dado resultado. El encargado tenía la boca abierta y el joven se adelantó un paso antes de que Julián le pusiera la mano en su hombro. En ese momento supe que Julián me había salvado de ser violada por todos ellos. Sus miradas vidriosas lo decían todo. Su deseo saltaba a la vista, pero no era sólo deseo, era más que eso. En ese mismo momento ya me estaban follando por todos mis agujeros. Si yo hubiera hecho cualquier movimiento de incitación hubieran saltado sobre mí. En ese momento no eran personas, eran animales llenos de lujuria y deseo.

-          Estoy sedienta, mejor voy a tomar algo. – Dije por romper aquel tenso silencio y salí a mi vestidor donde me cubrí con la bata oriental de seda que tengo.

¿Quién lo estaba deseando más en ese momento? ¿Ellos o yo? ¿Cómo había llegado yo a eso? Estaba empapada y mis flujos casi se escurrían entre mis muslos. Mis pezones me dolían pidiendo ser pellizcados, besados y mordidos. Hasta mis nalgas tenía prietas por la tensión sexual.

Oí cómo volvían al trabajo y cómo horadaban las paredes del dormitorio haciendo las canalizaciones para los tubos con los cables, pero no me atreví a volver a entrar. Me quedé en la cocina bebiendo una copa de vino tinto que me duró más de media hora. Estaba como ida, notaba mi sexo palpitar y mi ano se contraía una y otra vez como si sufriera un calambre, era la tensión sexual. Me dolían los pezones y tenía mucho calor. Los sorbos de vino me hicieron bien y su aterciopelada textura me acarició la garganta y bajó hacia el estómago aplacando mi calor interno de sexo y sustituyéndolo por la acogedora, conocida y reconfortante sensación que te deja el vino. Más serena y recuperado el autocontrol, pude ponerme en pie sin que me temblaran las piernas. Me serví una nueva copa, pero esta vez me la bebí de un sorbo.

El dormitorio estaba vacío, las paredes estaban agujereadas y los tubos con los cables en su sitio, pero las cámaras no estaban instaladas. En la terraza y los baños igual. Ahora trabajaban los lavabos, pero iban rápido. Julián me encontró en mi paseo con la tercera copa de vino.

-          ¿Se encuentra bien?

-          Sí, ¿no me ves bien, tú?

-          Sí, sí, sólo era… ya están acabando. Lo dejarán así pero mañana montarán las cámaras y enyesarán. Esperarán tres días a que se seque (tienen algo hasta el miércoles) y el jueves pintan y quedará como nuevo.

-          ¿Mañana? Es domingo.

-          Sí, pero su marido dijo que…

-          Ok, vale… vale… - Me concentré en la copa de vino y mis pensamientos.

-          ¿Señora?

-          ¿Sí? – Alcé la vista y vi a Julián con el encargado ante mí.

-          Esto… que ya estamos recogiendo. Limpiamos un poco y listo.

-          Bien, bien… - Pero vi que no se movían.

Yo estaba en pie, con la copa, mirando sin ver, pero mi bata estaba bastante abierta mostrando un amplio escote. Pero ellos simplemente contemplaban mi figura en medio de la sala, sin moverme. Les miré y me miraron. “Ya recogeré yo” dije sonriendo y ellos protestaron rápidamente. Me dirigí a la cocina donde teníamos un armario con las cosas para limpiar, pero el armario ya estaba abierto y no había la escoba ni la pala. Recorrí el piso hasta encontrarlos, en la parte baja, estaban usándolas para recoger los restos de la última regata.

Bajé las escaleras mientras los dos operarios me miraban, la venosa y la circuncidada aparecieron ante mí, pero sólo en mi imaginación. Bajé permitiendo que mi corta bata se abriera un poco más revelando la diminuta ropa interior y me acerqué a ellos y les tomé la escoba y la pala recogedora con los restos dándoles las gracias. Por supuesto, con las dos manos ocupadas el nudo del cinturón de seda de la bata terminó por deshacerse y la bata se abrió mientras me giraba. El encargado y Julián me contemplaban atónitos de nuevo. Yo intenté apretar con la escoba para que no se abriera tanto mientras pasaba hacia la cocina y depositaba los restos en la bolsa de basura. Devolví la escoba y la pala a su armario y me fui a encontrarlos mientras volvía a anudar la bata dejando un amplio escote.

-          Bien señora… entonces… nos vamos yendo… si no se le ofrece nada más… - Yo iba descalza ahora, sólo con la bata y la ropa interior. El encargado hablaba con voz entrecortada. – Esto… mañana pondremos las cámaras y enyesaremos y…

-          Sí, Julián me lo ha explicado. ¿A qué hora les espero? – Y el dichoso nudo del cinturón de seda volvía a aflojarse, pero claro, yo no me daba cuenta, sólo me daba cuenta del olor de mi flujo que volvía a ser tremendo y les debía estar llenando sus narices. Me acerqué para despedirles, pero todavía no respondían. - ¿A qué hora les espero mañana?

-          Oh, bueno, siendo domingo… sobre las diez… yo creo que… tal vez… a la hora de comer habremos acabado… - Pero lo decía con la mirada clavada en mí, como todos ellos, de nuevo descubría mi cuerpo y yo les permitía descubrirlo y me movía para que lo vieran perfectamente.

-          Pues hasta mañana entonces. – Les dije pasando a su lado con la bata corta ondeando al viento y rebasándolos para llegar a la puerta y abrírsela. Yo quedé al lado de la puerta, clara invitación a que marcharan, pero parecían clavados en su sitio. La bata colgaba de mis hombros, abierta, una pierna delante de otra, marcando caderas, pechos duros, olor a sexo excitado. Moví la puerta y despertaron y fueron desfilando ante mí. Julián delante, que me saludó al pasar ante mí y yo me acerqué y le di dos besos en las mejillas tomándole por los hombros. - Hasta mañana. – Después el de la verga larga y circuncidada, y mis pechos rozaron el suyo y presionaron para que notara mi dureza. – Hasta mañana. – Y entonces el joven. Aquí además de mis pechos mi pierna se introdujo entre las suyas y pude notar su gorda y venosa verga contra mi muslo. Después de los dos besos tuve que empujarle levemente para que fuera pasando. – Hasta mañana. – Y le tocó el turno al encargado, que estaba más rojo que un tomate. Y aquí mi mano se deslizó bajo su barriga y delicadamente le propinó una caricia en su húmedo bajo vientre, justo allí en la punta del bulto que se ocultaba a la vista bajo esa panza. – Hasta mañana a usted también. – Y cerré la puerta con un gran esfuerzo de voluntad.

Aquella noche tuve que contentarme con el vino y mis juguetitos, pero penetrarme por delante y por detrás con plástico no me dejó satisfecha y acabé derruida en la cama, desnuda, con la terraza abierta bajo el sofoco de la noche de Barcelona, sudorosa e insatisfecha, pero agotada por la tensión.

Espero vuestros comentarios.

Besos perversos a tod@s,

Sandra

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