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Viaje (8)

en Voyerismo

Viaje VIII

Dejó la carretera y se adentró en una casa campestre, recorrió un camino de tierra hasta la entrada de la casa, donde paró y salió a abrirme la puerta. Yo salí mostrándole no sólo las piernas, y me alcé cerca suyo, con un roce suave del reverso de mi mano en su tremendo bulto del pantalón. Él se hizo atrás, y yo enfilé hacia la puerta, que el corrió a abrirme. Dentro descubrí un restaurante campestre de pocas mesas, pero me guiaron hasta la parte posterior, donde bajo unas parras se ubicaban tres mesas a la sombra. Nos sentamos en sillas de madera, el y yo, como si fuéramos pareja. Sólo tenía hambre para un plato, y pese a las sugerencias de Sancho, sólo ordené un pescado a la plancha (aunque sí piqué un poco del jamón que ordenó Sancho como entrante).

Pese a la sombra hacía calor, y el tinto que nos sirvieron me subió un poco a la cabeza. Ya en los postres, con los frutos secos, le pregunté aprovechando que la conversación decaía: "Te gustó mi sabor?".

Perdona? – sólo atinó a decir.

Que si te gustó mi sabor allí en la tienda? O no te lamiste los dedos después de empaparte en mi? – Se ruborizó todavía más.

No, me tuve que limpiar precipitadamente para poder firmar la factura.

Mmmm… lástima, me hubiera gustado que hubieras catado mi sabor. Te da asco tal vez?

Nooooo… - se excusó.

Quieres probarme? – Él sólo abrió unos ojos como platos.

Aquí?

Pues claro, tonto, no ves que no llevo nada bajo la falda? Creo que lo has podido comprobar en primera persona en el coche, no? – Le tomé la mano y la puse bajo mi falda, donde la encasqueté en mi húmedo sexo. Él sólo atinó a acariciar mis labios con un par de sus dedos, y yo le retiré la mano. Entonces él se la acercó a la cara y la olió con fuerza con los ojos cerrados, se llevó los dedos a la boca y lamió con vicio.

Miel, estaba seguro que sabrías dulce y fuerte. Delicioso, embriagador.

Paseemos un rato – le dije, y sin esperar respuesta me levanté. Cuando nos alejamos le pregunté: - Te has beneficiado a muchas chicas de Osmiel?

Alguna, pero nunca mientras estaban con él. – dijo bajando la vista, como un poco avergonzado. – Además, iban sólo detrás de su dinero, tu eres distinta.

Por?

Tu disfrutas sin complejos y el resto te da igual. Trabajas y tienes tu propio medio de vida y lo proteges, no te dejas dominar, no quieres depender de un hombre.

Me gusta ser putita de vez en cuando, pero bajo mis condiciones y cuando yo quiero y con quien quiero. Porque si me dejara llevar… sería una guarra descerebrada Jajajjajaja… De veras te gustó mi sabor? – Le dije mientras, en medio del olivar, volvía a acariciarme bajo la falda mientras caminábamos. Me recosté sobre unas piedras, mirándolo de frente, mientras el veía mi mano acariciando mi sexo con la falda levantada.

Me encantó. – Un perro se nos acercó moviendo la cola, llevaba collar, así que debía ser de la casa, pero ahora, alejados en medio del olivar, parecía que estuviéramos en medio de ninguna parte. El pastor alemán se me acercó alegre y se puso a olfatearme. – Creo que le has seducido.

Será mi olor, es tan fuerte… a veces rodeada de gente me da un poco de vergüenza, tantos flujos y olor cuando me excito… todo deben saber que estoy empapada y con ganas de sexo y si se atrevieran podrían violarme con mi consentimiento.

El perro continuó acercándose y le revolví la cabeza con mis manos, impregnándolo de mi flujo. Pero el parecía tener un destino concreto y su hocico se acercó a mi sexo. Sancho miraba, de pie, en una sombra cercana, mi falda recogida, el perro entre mis piernas, mi mirada brillante de deseo. La lengua del perro no tardó en perderse en mi entrepierna, catar mi flujo y volver a por más. Era una lengua áspera, ruda, pero abrió mis labios y acarició con una larga lamida mi sexo de abajo arriba, abriendo completamente mi sexo y explorando. Noté su rugosa lengua acariciar mi sexo completamente, sin penetración, pero como si una mano enguantada me recorriera entera acabando en mi clítoris y repitiendo el movimiento una y otra vez, sin pausa, sin pausa.

Podía ver a Sancho envarado, rígido, mientras me observaba, su sexo duro, enhiesto, y su mirada concentrada en mi, en el perro, en su lengua recorriendo mi sexo. Me recosté en la piedra y abrí más las piernas abandonándome al placer. Estaba empapada, relajada por el calor y deseosa del orgasmo y me dejé llevar. No tardó mucho mi cuerpo en estremecerse, oleadas de placer me recorrieron desde el sexo hasta las puntas de los dedos de manos y pies. Como siempre, no pude evitar curvar los deditos de los pies, tensarme con el placer y relajarme de nuevo mientras esa infernal lengua no paraba de recoger los frutos de mi excitación.

Cuando volví a abrir los ojos vi cómo Sancho se masturbaba furiosamente. Había desabrochado su cinturón y sus pantalones estaban caídos en sus tobillos. No era una imagen muy galante, pero su gran cipote captó toda mi atención. Su mano lo recorría arriba y abajo en toda su extensión, descubriendo su capullo impregnado con una espumita blanca que demostraba que ya llevaba rato excitado.

Ignorando al perro me acerqué a Sancho a cuatro patas, felina, mientras le miraba a los ojos y él a los míos. Su movimiento paró, como si de repente fuera consciente de lo que estaba haciendo y de lo que yo iba ha hacer. Me acerqué a cuatro patas, con la sonrisa de viciosa en mi cara.

Al fin y al cabo, no será sexo en sentido bíblico, no? O al menos eso dijo Clinton.

Sonreí y le tomé su tranca en mi derecha mientras con la izquierda le palpaba y exploraba los huevos. La miré muy de cerca, brillante, con su líquido preseminal en la punta, larga, algo curva, y la acerqué a mis labios mientras le miraba a los ojos y veía su mirada suplicante de deseo. La degusté con la punta de la lengua, le limpié la puntita y de nuevo guardé mi lengua en mi boquita. El suave tacto de mi lengua en su prepucio le arrancó un gemido y cerró los ojos mirando al cielo cuando volví a tragar, esta vez rodeándola con mis labios mientras mi lengua jugaba en la punta, dentro de mi boca. La tragué y empecé a sobarla, acariciar sus huevos y menearla mientras entraba y salía de mi.

De repente algo cayó sobre mi. El pastor alemán no tenía suficiente con mi gusto y había saltado a mi espalda mientras su sexo batallaba por penetrarme. Sancho se alarmó e hizo un gesto, pero yo le retuve su polla en mi boca mientras me acomodaba y permitía que esa enormidad, roja y morada del perro, me empalara por detrás. Era larga, tremendamente larga, aunque no muy gruesa, me llegó hasta el útero y entonces empezó un frenesí de movimientos mientras sus patas se afianzaban en mis hombros.

Yo no paraba de succionar a Sancho, que debía ver mis labios alrededor de su sexo y al perro clavándome con furia una y otra vez en un ritmo acelerado. Yo me derretía por delante y por detrás. Mi saliva rebosaba empapando los huevos de Sancho, que se estremecía a punto de llegar. Uno de mis deditos alcanzó su ano y lo masajeó, lo que pareció llevar a Sancho al paroxismo del placer y su sexo creció todavía más en mi boca, palpitó y se derramó en mi a la vez que el perro me llenaba mi sexo por detrás.

Los tres nos relajamos y el perro me descabalgó, pero su hinchado sexo quedó retenido en mi prieta vagina y quedamos así enganchados por nuestros sexos mientras él se iba desinflando. Sancho sólo podía tratar de recuperar su respiración mientras me veía relamerme mientras mis espasmos tendían a reducirse. Usé mis manos para recoger su semen de mi barbilla y tragarlo y a punto su sexo estuvo de volver a crecer, pero entonces, el sexo del perro resbaló de mi sexo y pude alzarme. El fruto del perro resbalaba abundante por mis piernas, así que me senté en la piedra de nuevo y miré a Sancho. "Límpialo", le dije mientras le miraba a los ojos.

Su mirada era de adoración, después del placer se había transformado en un servil objeto a mi antojo y como si se tratara de un robot, se arrodilló entre mis piernas y su lengua empezó a recorrer desde mis tobillos hasta las rodillas, recogiendo y tragando todo el semen del perro. Después fue el turno de mis muslos, que quedaron brillantes por su saliva, y finalmente llegó a mi sexo, que para entonces volvía a estar inflamado y palpitante, deseando recibir sus labios, que limpiaron, vaciaron y succionaron a placer. Tragó todo el flujo y después encajó mui clítoris entre sus labios y succionó mientras yo no podía evitar tomar su cabeza entre mis manso y apretarlo contar mi mientras contraía las piernas con fuerza, casi dejándolo sin respiración mientras mi cuerpo se arqueaba y daba sacudidas. Mi ritmo fue bajando y Sancho pudo tomar una bocanada de aire, con lo que se rompió el encanto y le liberé.

Al alzarnos pude ver cómo Sancho se había corrido en sus pantalones sin tocarse. Yo estaba empapada de sudor y olía a perro, sexo y campo. Con lo que sin volver a entrar en el restaurante tomamos el coche y fuimos a la casa.

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