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Mi boda VIII (el baile)

en Voyerismo

Mi boda VIII (el baile)

Mientras él se duchaba yo me vestí. Ya lo tenía preparado, así que fue rápido, pero introduje algún cambio. Sobre la cama dejé expuestas las piezas. Unos sostenes blancos transparentes que alzaban las copas ligeramente (y me hacían unos pechos todavía más enormes), una tanguita blanca transparente por delante de un bordado muy sensual, que en realidad insinuaba más que tapaba. Medias blancas de seda con liguero blanco (muy parecido al que había llevado en el traje de boda, pero más fino, para que no se notara tanto bajo el vestido). Zapatos blancos de tacón, aunque éstos con un toque dorado. Y el vestido blanco de tela un poco elástica que dejaba mis hombros al aire. Cuando lo tuve así, ante mí sobre la cama… decidí que el sostén sobraba, así que me enfundé el resto y me miré en el gran espejo que había en el recibidor de la estancia.

Oí cómo él salía de la ducha y también se preparaba cuando acabé con el último corchete de la liga y me miré en el espejo. Tuve que cepillarme un poco el pelo, pero con cuidado de no deshacer el peinado. Estaba sencillamente preciosa, pero con un toque provocativo. El vestido elástico mostraba un buen escote, marcando a la perfección mis grandes y desnudos pechos. Ceñía mi figura dibujando mi silueta y mostrando claramente las ligas marcadas en mis muslos, pero ocultando justo el final de las medias, para dar paso después de la mini a mis largas piernas. Las medias blancas incluían una sensual línea vertical que las delineaba por detrás en un blanco más pronunciado. Y los zapatos tenían un fino y largo tacón que me encumbraba a la vez que me permitía lucir perfectamente.

Cuando Javier salió de la estancia y me vio parada allí, contemplándome, tuve que salir hacia la estancia de los sofás de la suite para que no nos volviéramos a… entretener. Él iba con un vestido más casual (tres pinzas en el pantalón), cómodo y con aquella sencillez que sólo el dinero puede comprar. Nos sonreímos sabiendo que el hecho que yo abriera la puerta de salida implicaba que ya me había retocado los labios y no había tiempo a más. No llevaba ninguna joya, ni pendientes ni collares ni nada. Ahora íbamos a alargar una velada tranquila con los amigos, nada más.

Bajamos entre carantoñas y arrumacos y cuando entramos en la zona de baile y nos vieron hubieron algunos vítores, pero nada más. Seguimos saludando y dando besos y recibiendo felicitaciones, pero pronto estuvimos rodeados de amigos bailando y charlando animadamente. Yo con mi eterna copa de vino blanco fresco, él con algo más cargadito, pero no mucho (wisky con ginger ale).

Los invitados también tenían habitaciones y muchos de ellos también habían ido a cambiarse y bajaron más cómodos. Las mujeres aprovecharon para el cambio de zapatos, y pudimos disfrutar de más relax cuando abrieron los amplios ventanales que daban al jardín, donde ya había mesas con sillas y sofás, además de una barra más con suave música chill-out.

La mirada de Javier cambió y yo busqué qué pasaba. Fue entonces cuando vi entrar al jardín a los inversores de los USA con Don José, todos con su habano cubano y charlando animadamente. Francamente, no esperaba que se unieran a nosotros, pero lo que más me sorprendió fue volver a ver esa mirada de depredador fija en mí de nuevo. En aquel momento yo estaba rodeada de mis amigos de Lloret, que se interesaban por saber si nuestras… juergas (por decirlo de alguna manera) continuarían o no. Naturalmente, eso de tener folloamigos estando casada tenía que terminarse, aunque… aunque eso no les privaba de continuar depositando sus manos en mis nalgas. Me di cuenta que Mr. Clifford debía tener una perfecta vista de mi figura por detrás de mí, con una mano de Pau en mi nalga derecha y la de Luis en la izquierda, dejando a la vista de todos mi alzado vestido, la tira de la tanga perdida entre mis nalgas y las ligas, las blancas y finas ligas sosteniendo las medias.

Me deshice de mis folloamigos con un golpe de caderas (lo que todavía subió más mi vestidito) mientras sonreía y me dirigí hacia donde estaban con una gran sonrisa mientras me volvía a bajar el vestido con la mano libre de la copa. Todos me siguieron con la mirada. Un lado de mi falda volvió a su pudorosa situación, pero el otro continuó mal puesto permitiendo ver la liga y el final de la media.

-          Don José – le dije dándole dos besos y saludando informalmente al resto mientras se nos unía también Javier. – ¿Y Natalia? ¿La has dejado solita? ¿Con todos estos buitres por aquí?

-          Se ha retirado a descansar un rato, pero seguro que baja luego, además, yo tenía que entretener a este grupillo, y ya sabes que ella con el inglés…

-          Sí, verán, -dije cambiando al inglés y dirigiéndome al grupo de inversores – a Natalia le va más el francés, pero no me lo tomen al pie de la letra – dije riendo. Pero las miradas de uno de ellos no era de risa, Mr. Clifford no reía en absoluto, tenía su mirada clavada en la mía y no se desviaba ni siquiera al escote. – Vamos a la barra, que les veo secos.

Y tomé a Clifford y al mejicano de la cintura y los llevé hasta la barra, allí me apoyé con mi copa en la mano y di un pequeño sorbo mientras ellos pedían whisky de diferentes marcas. Rogué a José que no hablaran de negocios, que ya decidirían dos días después si la inversión sería de cincuenta o cien millones, pero entonces, traviesa, me acerqué a Clifford y, casi abrazándole simulando que ya estaba un poco subida de copas, le planté mis pechos contra el suyo y le susurré: “¿Por qué serán más de cincuenta, verdad? Si no, no merece la pena que nos veamos en Cadaqués”. Él, que ya había captado el jueguecito, me enlazó por la cintura dejando reposar su mano en el inicio de mi baja espalda sin llegar a ningún mal lugar y mirándome fijamente me aseguró que no bajaría de cincuenta millones, pero sólo si era por mí. Y ese por mí me sonó muy clarito y muy muy afilado. Yo restregué impúdicamente mi vientre contra el suyo y le dije que ahora era una mujer casada, que eso debería decidirlo mi marido (y aquí, cuando brindé con Javier estando en los brazos de Clifford, dejé al americano, y a Javier, totalmente descolocados). Pero cuando volví mi sonrisa a Clifford, mi brillante mirada decía otra cosa, que mi susurro sólo le explicó a él: “No por cien, tal vez por ciento cincuenta, más lo de los otros”. Lo dije tan bajito y a su oreja que seguro que nadie lo oyó, pero lo que sí notaron fue cómo mis labios tomaban el lóbulo de su oreja y le daban un rápido beso que le hizo estremecer (eso bien lo noté yo).

Entonces, con toda la naturalidad del mundo, me giré hacia el mejicano ignorando a Clifford y estuve un buen rato brindando y bromeando con el resto hablando sobre la maravillosa Costa Brava, sus rincones y sus transparentes aguas. Pero aquello era una fiesta, y no podíamos quedarnos todo el rato con los inversores, así que decidí que ya podía marcharme una vez plantada la pica en el orgulloso americano. Cuando Javier me trajo la nueva copa de vino blanco me despedí de ellos y me giré para marcharme. Mr. Clifford me tomó algo rudamente del brazo asiéndome hacia él y acercó mucho su cara a la mía (no estaba acostumbrado a que le ignorasen, parece ser). Muy bajito me dijo él era quien decidía el precio de las cosas (muy mala educación por su parte, cierto). Yo le respondí con una gran sonrisa, como si me hubiera dirigido un elogio o una broma, dejando que mi vientre resbalara sobre el suyo y me incliné más hacia él como si la risa me hubiera hecho perder la estabilidad, posando mi mano libre en su hombro. “Lo lamento, existe el mercado, la ley de la oferta y la demanda… muchas cosas a tener en cuenta”. Apreté más mi vientre para notar su erección justo en mi muslo mientras él podía notar mi vientre subiendo y bajando por el suyo. “Y yo, no estoy en venta, sólo por placer, para quien me da el placer de hacer lo que yo quiero”. Le besé en la mejilla y salí como un pajarito de aquel peligroso círculo llevándome a Javier.

Ya de espaldas a ellos, al alejarnos, le dije a Javier: “Nunca me dejes sola ante Mr. Clifford, ese tío trataría de violarme, literalmente”. Javier me miró espantado, pero yo sólo sonreí y le di un beso: “Es un depredador. Pero no te preocupes, acabará comiendo en tu mano, ya te lo aseguro yo”. “Sandra… no quiero que hagas nada, esto es demasiado importante y es un tipo de cuidado, ríete de Adelson”. Le hice callar con un beso y seguimos la velada yendo entre los grupos.

Durante un rato, con la excusa de ir a empolvarme la nariz, entré de nuevo y busqué al mayordomo que nos había hecho los honores. Rápidamente le expliqué que tenía una sorpresa para Mr. Clifford y que necesitaba entrar en su habitación y, naturalmente, siendo la novia, me permitió ser traviesa y me dio una llave de su habitación. Ahora ya sin sonrisas ni falsos pretextos, subí rápidamente a nuestra habitación y tomé de la bolsa del portátil de Javier un disco duro con copiadora de memoria y corrí a la habitación del americano. Entré y cuidé de no tocar nada fuera de lo indispensable.

Como todo profesional de los viajes, tenía su ordenador y bolsa desempacada y con todo esparcido sobre la mesa, así que fui en busca de sus DVDs y memorias externas. Lo que buscaba no estaría en el ordenador (que seguro que estaba codificado). Sus memorias externas también estarían codificadas, pero esperaba tener recursos. Las copié en el portable de Javier sin examinar nada y con cuidado que todo quedara tal y como estaba y volví a salir asegurándome de no dejarme nada.

Ya en nuestra habitación busqué qué había copiado. Muchas cosas estaban codificadas, y no me entretuve. Pero como muchos profesionales viajeros, Mr. Clifford también llevaba su provisión de porno, que era lo que yo quería, para saber qué le… motivaba. Cuando vi aquella fémina enfundada en látex supe que lo tenía enganchado por los huevos. Así que borré todo lo grabado para no dejar rastro y volví a bajar a la fiesta sin que nadie se diera cuenta de nada.

Ahora sí me relajé, con sólo la mitad de mi mente centrada en las bromas y las charlas de los amigos. Me suponían distraída por la boda, pero eran otros los planes que llenaban mi rubia cabecita.

El jardín, pese a la magnífica noche, fue vaciándose, pero nosotros quedamos en unos pufs al aire libre tumbados más que sentados. Javier me tomaba de la mano, pero cada uno de nosotros charlaba con grupos diferentes cuando se acercaron el grupo de inversores sin Don José (ya se había ido a hacer compañía a Natalia, me explicaron). Javier se puso en pie, pero yo continué tumbada en aquellos bajos sofás mirándolos, sabiendo que mis largas piernas atraerían sus miradas, y más cuando el cruzar y descruzar hacía que mi elástico vestidito dejara ante su vista liga y medias y parte de la carne de mis muslos.

Yo les miraba sonriente, y ellos con quien tenían ganas de tontear era conmigo y no con Javier, así que pronto estuvieron los cuatro ante mí y yo jugando con el zapato medio colgando en el extremo de mi pie, justo a la altura de sus muslos, mientras como gata me espachurraba en el puf para su deleite. El inglés hizo que nuestra conversación nos aislara del resto, y aprovecharon que Javier tenía la copa vacía para pedirle que les trajera también para ellos, eso le entretendría.

Así que nos quedamos ellos y yo, ellos de pie, yo en aquel sofá puf, lánguida, con el pie en alto por la pierna cruzada sobre la otra, el zapato balanceándose en el extremo de mis deditos. Fue el mejicano quien tomó mi pie y encajó el zapato en él sonriéndome, y yo aproveché para que mi pie travieso presionara sobre su entrepierna como con un gesto casual. Cuando Clifford lo vio le dirigió una mirada asesina e hizo que los otros marcharan, quedándose él sólo conmigo, los despidió como a lacayos, pero el nivel de alcohol hizo que no sonara demasiado brusco y se fueron. Estaba exactamente en la situación en que le había dicho a Javier que no me dejara, pero esta vez yo jugaba con ventaja.

Le miré duro, sonriendo con la boca pero sin sonreír con los ojos. “Descálzame” le ordené. Su mirada extrañada siguió fija en la mía, pero entonces le vi un brillo de excitación cuando tomó mi tobillo suavemente con una mano, por debajo, para aguantar el pie, mientras con la otra deslizaba el zapato por el tacón y me lo retiraba con cuidado. Mi mirada no se separaba de la suya. “Huélelo”. Y de nuevo pude ver aquel brillo, ¿me desafiaría o lo haría? Lentamente, dejó mi pie y con las dos manos se llevó el zapato hacia su cara. Pude ver cómo cerraba los ojos y aspiraba mientras mi pie rozaba su bulto. Sorprendido, se retiró un paso pero le dije: “No te he dicho que te muevas, vuelve aquí”. Y lo hizo. Volvió a ponerse cerca de mí y mi pie, esta vez, estrujó y presionó contra su abultado sexo mientras él olía mi zapato de nuevo.

“Vuelve a ponerlo en su sitio”, y así lo hizo, reteniendo todavía el aliento de mi olor en sus pulmones. Clavé el tacón en sus huevos a conciencia mientras él hacía fuerza para no retroceder y en eso apareció Javier con un montón de copas en una bandeja. Parecía asustado de la situación, pero yo, displicente, le dije que la dejara al lado, que Mr. Clifford ya se iba, y le despaché sabiéndome ganadora.

Javier esperó a que se fuera para preguntarme con la mirada, pero yo le dije que después, porque en aquel momento venían mis amigos (que lo habían observado todo desde lejos) y se preguntaban de qué iba el juego. Yo los acogí con risas y cambié de tema, pero estaba terriblemente excitada por la situación y me lo notaron, y creo que por eso se aprovecharon de mí.

Se aprovecharon, claro, porque sabiendo a Javier allí, sabiendo un jardín casi desierto, conociéndoles a ellos y ellas… empezaron a jalonar a Javier, a rozarme a mí para que el vestido se me descompusiera y… no sé cómo pero al poco estábamos en el suelo y yo tratando de alzarme para que el vestido no se me manchara con la hierba. Javier, galante, me tomó de la cintura para alzarme, lo que no hizo más que apretar mis posaderas contra su entrepierna y aumentar más (si era posible) nuestra calentura. En esa postura, con mis tacones casi ni tocando al suelo, me sobrevino un ataque de risa que hizo que Javier se sonrojara. Mis amigos aprovecharon para que mis pechos quedaran al aire (no les costó nada con ese vestido).

Entonces pude verlo, lejos de irse, Mr. Clifford estaba un poco más allá, alejado en el jardín, viéndolo todo. Yo estaba con la falda casi arremangada por la cintura, con Javier pegado a mí, con tres amigos delante y dos parejas más besándose y acariciándose sin reparos a nuestro alrededor. “Vas a enterarte, cabrón”, pensé, y se desataron mis más bajos instintos. Me enderecé como pude y, sin despegarme de Javier, con toda mi voz de guarra y mi dulce carita sonriente, solté un:

-          Anda maridito, cumple como tú sabes, hazme tuya por detrás. Y vosotros, cerdos, desenfundad de una vez.

Javier debía estar algo bebido, porque mis órdenes fueron cumplidas a rajatabla rápidamente. Con una mano corrió la tira de la tanga y, sujetándome todavía con su brazo por la cintura, me empaló de un solo golpe por detrás con toda la furia y deseo que llevaba dentro de sí mientras los otros liberaban tres fantásticas vergas.

Tomé dos, una con cada mano, mientras me introducía la tercera en la boca y ni me preocupé por mantener la postura. Javier casi me alzaba del suelo con sus profundas sacudidas y mantenía mis caderas bien alzadas con su fuerza mientras yo, como podía, trataba de satisfacer a los tres muchachos.

Podía escuchar claramente los bufidos de Javier, y notar cómo su sexo me penetraba por el ano una y otra vez con fuerza y desesperación. A nuestro alrededor veía un montón de sombras moviéndose, pero tenía mis manos ocupadas y también mi boca. Como pude miré hacia el jardín por donde me dejaban, y pude ver al americano masturbándose mientras me miraba. Porque cuando nuestros ojos se cruzaron saltó la chispa y se dio cuenta que era un espectáculo para él, una demostración del material, o de lo muy zorra que podía llegar a ser. Me desentendí de él expresamente, quería que se sintiera ninguneado, y me concentré en el placer, en darlo y en sentirlo.

Javier parecía no tener queja, y sus sacudidas me levantaban del suelo una y otra vez, lo que hacía que mi acción sobre el resto fuera caótica y todavía más desordenada de lo que pueden ser estas cosas. Pero de repente paró, no se había corrido, pero yo reposaba sobre mis pies con él dentro de mi agujero posterior. Noté cómo las tres pollas que tenía delante se inflamaban, y también la que tenía dentro. Y entonces noté una suave lamida en mi chorreante sexo que me llevó inmediatamente a un profundo y placentero orgasmo. Lucía se había tumbado detrás de mí, entre los pies de Javier y lamía mi sexo ante los congelados hombres de alrededor. Mi sacudida de sorpresa y placer les hizo reprender la acción y rápidamente se corrieron los tres ante la excitante situación.

Javier tardó un poco más, pero cuando yo llegaba al tercero inundó mi estómago con su leche y, con cuidado, me dejó reposando en el suelo con la incansable lengua de Lucía que ahora recogía no sólo mis flujos, sino también los de Javier que se escurrían por mis muslos. Yo habría sido incapaz de sostenerme cuando Javier me dejó, porque me sacudía mi último y largo orgasmo al notar la simiente de mi marido escurriéndose por el interior de mis muslos. Fue Lucía la que ahora se alzó y me sujetó mientras me estampaba uno de esos morbosos besos que te recorren toda la boca y mezclan simientes y sabores.

Abrazados, Lucía, Javier y yo, nos encaminamos a la puerta que conducía al salón y a las habitaciones. Pero antes de entrar me sostuve (como pude, casi no tenía fuerzas) y les hice que me dejaran. Entonces me giré hacia el jardín y le vi, ya no se masturbaba, sólo me miraba. Yo me desprendí como pude de mi tanguita, empapada de leche y mis propios flujos. Con ella me limpié bien sexo y ano con descaro, para que me viera, y se la lancé completamente empapada. Me giré, tomé de la mano a Lucía y Javier y fuimos hacia la habitación. Pero lo que pasó allí ya no es materia de relato.

Espero vuestros comentarios.

Besos a tod@s,

Sandra

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