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Mi boda IX (CadaquésVIII)

en Voyerismo

Mi boda IX (CadaquésVIII)

Volvimos tarde a la casa, sudados y deseosos de una ducha. Y eso hicimos, Javier y yo nos duchamos juntos. Él me enjabonó mientras me recriminaba.

-          Te has dejado sobar a gusto, ¿eh? Notabas sus manos recorriendo tu cuerpo y lo disfrutabas, ¿verdad? Seguro que estás deseando ahora de nuevo sus manos en tu culo o en tus pechos. – Y mientras lo decía lo hacía y yo lo disfrutaba. La esponja cayó pero sus dedos siguieron pellizcándome los pezones y penetrándome ano y sexo.

Me giró con brusquedad y su boca tomó la mía mientras sus dedos me pajeaban con fuerza y su pulgar buscaba mi clítoris. Yo le decía que sí, que era una puta y que quería sentirlos a todos manoseándome y penetrándome. Resbalábamos el uno sobre el otro. Lo cierto es que tanta insinuación y sobeteo me habían dejado muy caliente y ahora quería mi orgasmo, lo necesitaba. Pero él fue todavía más perverso y dejó que el agua aclarara nuestros cuerpos mientras yo me retorcía y salió lanzándome una toalla.

Yo no me lo podía creer, le sabía tan excitado como yo ¿me iba a dejar así? Eso sí que no. Pero cuando me sequé un poco y le alcancé en el dormitorio le vi sonriente ante el balcón abierto. Desnudo, me esperaba. Nos abrazamos los dos desnudos y ahora nuestras manos recorrieron el cuerpo del otro. Vaya sí estaba preparado él, y yo estaba chorreante, ninguna toalla podría contener aquellos flujos que apestaban fuerte a sexo.

Me recostó contra la baranda del balcón y entonces pude ver lo que tanto le había hecho sonreír. Abajo, entre los setos, José estaba derecho, observándonos, pero había otra figura entre sus piernas, seguro que era Natalia. José y yo nos miramos, por la distancia no podía estar segura, pero mi impresión fue que sonreía cuando Javier se situó tras de mí. Sus manos sujetaron firmemente mis caderas, mis brazos asieron con fuerza la baranda del balcón y su sexo me empaló de una sola estocada. Yo estaba muy húmeda, pero notarlo abriéndose camino dentro de mí me hizo gritar de placer.

Javier fue brutal esta vez, sus caderas no paraban hasta hundirse cada vez hasta el fondo en mí y se retiraban hasta casi la punta antes de volver a empalarme y notar cómo entraba hasta casi sus huevos. Natalia se alzó, y ahora fue el turno de José situarse tras ella y rodearla con un brazo que serpenteó entre sus shorts. La estaba masturbando mientras ella nos miraba y se acariciaba los senos. Yo gemía, gemía para ellos y para dejar ir el aliento en cada embestida, abriéndome más y más a mi hombre.

Hasta que Javier casi me alza del suelo en una última embestida que lo llevó a derramarse en mí y a mi cuerpo a estremecerse notando cómo me llenaba con su leche y recorriéndome el latigazo del placer con un último estertor que me dejó lánguida y relajada. Javier se me acercó por detrás y me besó el cuello, orejas y me llevó adentro, otra vez a la ducha, pero esta vez sólo para limpiarnos y relajarnos.

Nos vestimos mucho más informales esta vez. La cena no sería tal, sólo cosas para picar y una copa. Cuando nos reunimos todos estuvimos de acuerdo en que estábamos demasiado cansados para bajar al pueblo, así que rápidamente llegaron las copas y puros, la visión del jardín, pero esta vez no hubo baile. Con Natalia nos recogimos todos. Pero antes de salir me las apañé para quedar a la altura de Clifford y recordarle: “Nada de tocarte”. Me miró extrañado, pero no le di tiempo a nada más, saliendo con Javier hacia la habitación.

Pero ahora, satisfecha, todavía con el regusto del vino en mi paladar, mi actitud cambió. Fui al dormitorio y abrí la bolsa que había estado cerrada desde que llegamos. Javier me miraba sentado en el sofá, mientras yo desplegaba sobre el lecho mi disfraz, ordenándolo todo como una cirujana.

Me desvestí y me unté con crema todo el cuerpo mientras Javier solamente me mirada (admiraba) sin hacer un solo comentario. Me peiné recogiéndome el pelo en una trenza que luego usé para hacerme un moño y me maquillé exageradamente con sombra de ojos oscura y labios de un rojo chillón. Entonces cerré la puerta del baño, mi limpieza íntima todavía la hago a solas por pudor, especialmente cuando tengo que asegurarme que la parte de atrás está impoluta para… juegos mayores. Me tomé mi tiempo, pero cuando salí era una diosa del sexo y lo vi en la mirada de Javier. Pero pobrecillo, todavía no sabía la mitad de lo que le esperaba.

Desnuda me acerqué a la cama y procedí a enfundarme el traje recordando las instrucciones de Yolanda para que no hubiera ningún desgarrón ni pliegue. Volver a sentir el tacto de esa piel me hizo entrar inmediatamente en el papel que me correspondía. Con las piernas enfundadas me sentí poderosa, como si unas manos recorrieran continuamente mis muslos. Me aseguré que no quedaba ni un pliegue antes de continuar con el corsé, el bendito corsé que Javier tuvo que ayudarme a ajustar. Finalmente enganché las medias de cuero con el corsé asegurando los remaches y todo quedó como una segunda piel que me acariciaba más que oprimía. Los guantes hasta más allá de los codos y los botines burdeos. Y entonces, sólo entonces, aquella impúdica tanga de cuero vino a apretar mis labios y encajar las últimas partes.

Ahora mi sexo era oprimido como por una mano y cada movimiento acompañado del roce de piel con piel. El deseo de sentirse sobada y admirada. No me hizo falta el espejo. La brillante mirada de Javier, que por primera vez me veía así vestida, lo dijo todo. Pero me tomé mi tiempo asegurándome que todo estaba perfecto y, finalmente, la máscara veneciana y la fusta. La hice restallar en mis muslos y fue música para mis oídos. Javier se levantó con su falo enhiesto.

-          No, ahora no. Busca la cámara de vídeo, ¡rápido! – me salió la voz imperiosa, ladré la orden. Y él obedeció.

Los dos nos enfundamos en nuestros albornoces y tomé la bolsita con el resto de cosas que necesitaba. Salí radiante, altiva, poderosa, y Javier me siguió. Me dirigí directa al bungaló de Mr. Clifford y llamé a la puerta con la fusta. La luz estaba encendida, le hice una seña a Javier para que empezara a filmar. Bajo mis indicaciones, él se había puesto un pasamontañas en la cabeza y se mantenía al lado de la puerta para no espantar a Mr. Clifford.

Noté cómo miraban por la mirilla y, seguidamente abrieron un poco la puerta. El americano asomó la cabeza por el resquicio y yo usé mi marcado y exagerado acento ruso para ladrarle la orden:

-          Abre a tu ama.

Rápidamente abrió la puerta, como si la sola voz hubiera activado algún resorte en su cerebro y pasé dentro empujándole a un lado. Tras de mí entró Javier, cámara en ristre con el foco de luz ante él.

-          Si os habéis creído que podéis chantajearme con una filmación estáis muy equivocados… - empezó a ladrar Clifford.

Pero yo cerré la puerta y le empujé al sofá. Estaba en albornoz también y al desanudarse el cinturón pudimos ver que estaba desnudo bajo él. Pocas cosas hay que intimiden más que estar desnudo ante otros vestidos, así que rápidamente procuré que lo estuviera.

-          ¡Calla! – Fue la única vez que alcé la voz en toda la noche. - ¿Quién te ha dicho que puedes hablar? Sucia mierda depravada. – Le dije mientras mi botín se situaba en su pecho y dejaba deslizar mi albornoz al suelo mostrándome ante él. Le mantuve contra el sofá apretándole el tacón del botín en el pecho dejándole una visible marca mientras dejaba que se empapara con mi presencia, que me mirara y se deleitara con su sueño hecho realidad.

Cuando vi que su mirada ya estaba en pleno éxtasis retiré mi pie. Un círculo rojo mantenía el recuerdo de mi tacón en su pecho. “Levántate esclavo” y así lo hizo. Mientras Javier se movía en la habitación para tomar buena posición y grabarlo todo, como una sombra, yo le situé al esclavo en el medio de la habitación y me dediqué a recorrerlo con la mirada mientras daba vueltas a su alrededor. No le toqué, con la fusta le deshice el flojo nudo del albornoz y con suaves toques lo separé de sus hombros hasta que se deslizó al suelo. Con el pie lo aparté y lo lancé al extremo, a un rincón de la amplia habitación y seguí con mi recorrido.

Ahora mi fusta recorría su desnudo cuerpo mientras él no sabía dónde mirar. ¿Al suelo con sumisión? Pero entonces no podría ver esa diosa que lo visitaba. Optó por mirar al suelo cuando yo estaba delante, pero seguirme con sus ojos mientras yo daba la vuelta. Mi fusta recorría ahora su fofo cuerpo. Los pechos caídos, la barriga, las nalgas, la pollita medio tiesa… Tras tres vueltas, cuando estaba detrás de él, dejé mi fusta resbalar entre sus nalgas y que saliera por delante, acariciando sus huevos. Di un leve azote, sólo un leve azote para despertar su sexo, y reaccionó, su polla se empinó de inmediato ante el suave azote. Continué mi recorrido hasta plantarme ante él.

-          Vaya mierda de esclavo. – Dije con mi voz que ya era de dómina, la del papel de dómina, con marcado acento ruso. – Pero me tendrá que valer por esta noche. No me gustas, estás fofo y débil, no creo que me vayas a servir. Pero te daré una oportunidad, sólo eso ¿entendiste? – Y mi fusta le hizo alzar la barbilla permitiéndole mirarme.

-          Sí, ama. – Dijo. Se le notaba la boca seca, tuvo dificultad para hablar. ¿Sería la excitación? La fusta dejó de alzarle la barbilla y su mirada cayó de nuevo a mis pies.

Rebusqué en la bolsa y saqué unas esposas. Le tomé los brazos (por primera vez le tocaba con mis guantes) y se las puse en las muñecas atadas a la espalda. Volví frente a él y, muy bajo, casi en un susurro, le ordené arrodillarse. Se dejó caer de inmediato sobre sus rodillas y yo me acerqué más a él. Mi sexo quedaba a la altura de su cabeza, pero su mirada seguía baja en mis pies. “Lame” y se recostó (con dificultad por tener las manos a la espalda) y lamió mis botines haciéndolos brillar todavía más. A estas alturas mi sexo estaba húmedo y empezaba a oler, mi olor nos llenaba a los dos. Uno de mis pies se desplazó y se puso sobre su espalda clavando el tacón. Él se estiró completamente en el suelo y siguió lamiendo.

Me aparté y volví a rodearlo. Ahora su cuerpo estaba totalmente desnudo estirado en el suelo. Uno de mis botines golpeó suavemente su pie y él, en respuesta, abrió las piernas. Me acerqué entre ellas y tuve que agacharme un poco para que la fusta recorriera sus nalgas y se perdiera en la entrepierna meneando sus huevos. El sexo le había quedado aprisionado bajo su cuerpo, debía estar excitado y empalmado. Javier filmaba tras de mí, debía tener un primer plano de mis nalgas abiertas por la tira de cuero y del culo de mi esclavo.

Le azoté las nalgas una y otra vez, azotes duros y secos que las enrojecieron, pero sin abrir la carne, no quería dañar sino dar placer. A cada golpe él contenía el aliento y acabó gimiendo quedo. Entonces me situé con las piernas abiertas alrededor de su cintura y procedí a azotar su sus huevos entre las piernas. La filmación debía captar mis pechos por delante y los enrojecidos huevos de mi esclavo. De nuevo, cuando enrojeció, me aparté y le hice volver a ponerse de rodillas.

-          No has chillado, bueno, tal vez no seas un desastre total. – Dije para animarle. – Puedes mirarme.

Y ahora pudo verme en todo mi esplendor mientras yo rebuscaba en mi bolsa otro tesoro. Me paré frente a él y su mirada se alzó buscando la mía. Yo no sonreía, sólo ordenaba. “Bájame la tanga, con cuidado, si la rompes te haré sangrar”. Él lo intentó, lo intentó con toda su alma, su boca buscó los bordes y tiró, pero se les escapaba la fina tira. Entonces lo intentó con el triángulo, que es lo que yo buscaba, y rápidamente se empapó de mi flujo, de mi olor, de mi marca de posesión.

-          Inútil. – Y le lancé un latigazo en la mejilla que le trazó la cara con una marca roja.

Yo ya sabía que no podría. Había que separar los engarces, pero quería que se empapara de mi olor y que fregara su cara en mi entrepierna. Fui yo misma quien retiré los enganches y dejé que, ante su cara, la tira de cuero quedara colgando. Mis propios flujos impedían que el cuero, el triángulo de cuero, se despegara y lo retiré con dos dedos ante su cara mientras él descubría ante sus ojos mi sexo pringoso. Abrí los muslos para sacar la tela y se la refregué por la cara. “No has sido capaz de cumplir una simple orden. Ahora lámelo y límpialo.” Y con su lengua recorrió toda la tanga tratando de limpiarla pero, naturalmente, no pudo. Lo que sí que pudo fue saborear mi gusto, un gusto que sabía que ahora desearía más que nada en el mundo. Mi sexo seguía ante él cuando le retiré la tanga de la boca y la lancé al lado de la bolsa.

Tenía mi sexo ante él, húmedo y abultado, mis labios mayores mostraban mi excitación y mi olor ya era denso y pesado. Mientras él miraba yo desplacé uno de mis pies y aprisioné su sexo contra el suelo, pisándolo y ejerciendo cada vez más presión. Su boca se abrió en un contenido gemido, sus ojos lagrimearon, pero cuando los abrió para mirarme estaba en el más absoluto éxtasis. Se corrió, se corrió bajo mi pie y yo mantuve la presión para que tuviera su momento de placer, embadurnando la suela de mi botín.

-          Qué asco, límpialo.

Y puse mi pie en una silla. Se acercó de rodillas y lamió la suela del botín y tragó su propia simiente hasta dejarlo todo brillante y limpio. Entonces le mostré lo que tenía en mi mano, eran unas bolas chinas. Se las encajé en la boca y, mientras me recostaba contra la mesa le ordené: “Métemelas”. Yo me abría de piernas y sacaba mis nalgas exponiendo mi sexo ante su cara y él procedió a seleccionar con la lengua la bola del extremo y acercarse a mi empapado sexo para introducirla a fuerza de empujar con la lengua y boca sobre mi sexo. Noté cómo la primera resbalaba por mi empapado sexo y trataba de introducirse y forzaba la poca resistencia. Pero cuando trató de introducir la segunda la primera resbaló fuera y casi le caen las bolas. Tuvo que empezar de nuevo, y esta vez su lengua tuvo que asegurarse que quedaba bien dentro de mí antes de empujar la segunda. Casi ni podía respirar cuando metía la tercera, pero perseveró hasta que la cuarta estuvo encajada y la empujó bien adentro con su cara y lengua.

Me volví a alzar notando dentro de mí las cuatro bolas moviéndose. Caminé unos pasos para que se me acomodaran bien y volví frente a él. Tenía toda la cara empapada con mis flujos y la polla otra vez tiesa. Bien. Saqué vaselina y me embadurné el culo ante su atenta mirada. Pero no sólo eso, entonces fui detrás de él y le embadurné el suyo. Su mirada se abrió y pude ver sus ojos saltones cuando le introduje un dedo enguantado por el ano. Reí suavemente sodomizándolo con mi dedo y luego con dos dedos. Él empezó a gemir acompasadamente con mi ritmo y su polla creció todavía más.

-          Cerdo, no estoy aquí para tu placer. Veo que te gusta. ¿Disfrutas verdad? Eres una nenaza a la que le gusta que le metan dos dedos por el culo.

Lo cierto es que me estaba excitando yo. Sentir las bolas y penetrarlo a él me hacía sentir un montón de placer. Pero no era eso lo que tenía en mente. Dejé momentáneamente el ano de mi esclavo y me acerqué de nuevo a la bolsa, de donde extraje un plug anal con una amplia base para que se sostuviera en el suelo. Lo dejé en el centro de la estancia, le miré y miré al plug. Lentamente, de rodillas, se desplazó hasta que su ano quedó encima del plug y entonces se alzó lentamente y empezó a empalarse él mismo. Yo no podía resistir más y me acerqué a Javier. Eso no estaba previsto, pero le tomé la cámara y la dejé en el suelo, la alcé un poco con una revista para que enfocara arriba y se viera el culo del esclavo y a Javier tras él. Entonces, sin mover a Javier, le desanudé el albornoz y se lo quité, acerqué una silla y me recosté en ella con las piernas abiertas mirando a mi esclavo que había parado.

Al verme siguió empalándose en el plug y Javier se me acercó por detrás y me empaló también de una estocada por detrás. La combinación de sensaciones de las bolas y Javier por detrás me llevó al éxtasis en pocas embestidas y cuando me venía el orgasmo pude ver que mi esclavo ya tenía todo el plug y estaba sentado con las nalgas tocando el suelo. Sus trallazos provocaron también mi orgasmo y gemí como una loca cuando sentí el placer recorrerme entera y la cara de éxtasis de mi esclavo soltando lechazo tras lechazo sin tocarse mirándome fijamente a los ojos.

Todos nos quedamos quietos después de que nos recorriera el placer, tomando grandes bocanadas de aire y tratando de regularizar la respiración. Javier salió de mí y fue a por la cámara (por suerte él tiene la mente fría y siempre sabe lo que hay que hacer).

-          De rodillas.

Su cara quedó, de nuevo, a la altura de mi sexo. Yo alcé una pierna y puse el botín en su hombro, acercando mi ano a su cara. Entendió y procedió a sorber toda la simiente de mi marido con su boca y su lengua escarbó dentro de mí tratando de retirar hasta la última gota. Javier pasó el foco de la cámara de la boca al ano de mi esclavo cuando, poco a poco, yo le retiré el plug dejando un tremendo boquete en su ano para deleite del director.

Entonces le puse el plug en la boca para que lo limpiara y también eso captó la cámara. Era asqueroso, pero Clifford lo hizo con deleite mientras mi fusta jugaba con su caído y diminuto sexo. Una vez limpio yo me acerqué a él hasta que nuestras caras quedaron pegadas, su aliento con el mío, su mirada y la mía, la suya de completa sumisión, la mía de completa dominación.

Me alcé y procedía a liberar sus muñecas y guardar las esposas en la bolsa con el resto. Entonces tomé la cámara y la enfoqué hacia su cara. Sonreí por primera vez y él dijo a cámara: “Thank you”. Corté y retiré la memoria SD de la cámara.

-          No podréis hacerme chantaje.

-          No hace falta. – Dije yo ante su sorpresa pasándole la memoria. – Sólo que si un día quisiera repetirlo, tal vez, quien sabe, tendría que firmar por los cien millones ahora. – Y le acerqué los últimos objetos de la bolsa, dos copias del contrato y un bolígrafo.

Su mirada era un poema. Ahora lo entendía todo. Una perfecta sesión no para el chantaje, sino para seducirlo. Una sesión que podía llevar a otra o… a saber que nunca más se repetiría. Sin garantías, sin chantajes. Nadie aseguraba que se repitiera nunca, pero si lo deseaba, tenía que firmar.

-          Te daré lo que pidas. Te pagaré lo que pidas por sesión, es tuyo, firmo ahora el cheque.

-          Yo sólo lo hago por placer, ya tiene mi oferta, a mí no se me puede comprar. Tal vez me apetezca repetirlo, tal vez no. Pero si no firma seguro que no.

Desnudo, en medio de esa sala que ahora olía también a sus excrementos, me miró de arriba a abajo y su mirada quedó caída a mis pies. Yo ya iba a marcharme, vencida, cuando su mano se acercó a los contratos e hizo una firma rápida en uno de ellos y me lo acercó sin dejar de mirar a las puntas de mis botines.

Recogí la bolsa y salimos en silencio, viendo como Clifford tomaba rápidamente la memoria para ir hacia su ordenador. La puerta se cerró silenciosamente mientras salíamos.

A veces sale más largo, a veces más corto, pero espero que os guste. Espero vuestros comentarios.

Besos perversos a tod@s,

Sandra

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