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Mi boda IX (Cadaqués)

en Voyerismo

Mi boda IX (Cadaqués)

La mañana siguiente de la boda desayunamos en la suite a las tantas, fue un desayuno – comida sin sexo. Nos despertamos los dos hambrientos y encargamos la comida. Habíamos dormido desnudos después de una rápida ducha, extenuados de la tensión producida por el ajetreado día.

Mientras esperábamos volvimos a ducharnos, primero yo y luego él, sin escenas de sexo ni nada, sólo para sentirnos limpios y muertos de hambre. Él todavía estaba en la ducha cuando llamaron a la puerta y fui a abrir. Me estaba secando el pelo, con lo que la toalla me tapaba sólo eso, el pelo y cuando abrí la puerta el camarero y el maitre con el carrito se quedaron de piedra en la puerta. Les indiqué que pasaran y dejaron todo en el salón de la suite mientras yo me acercaba para tomar unas uvas.

-          Cariño, ya está aquí la comida.

Le grité mientras sonreía a camarero y maitre que salían sin dejar de mirarme, sonrientes, satisfechos, encantados con el espectáculo de la rusa rubia desnuda en el salón secándose el pelo mientras esperaba su nuevo marido. Naturalmente, Javier salió con albornoz, pero yo me senté desnuda a comer. Y comimos, sí, y comimos con hambre saboreando todo lo delicioso que nos habían traído. Ostras de la piscifactoría (en verano no se pueden comer otras), que se encogían con las gotas de limón con que él las regaba (a mi sin limón, por favor, me encanta el marisco fresco sin nada añadido), pero para no hacerme pesada con los menús, sólo os diré que lo regamos con botella y media de buen vino.

Comimos charlando poco, Javier ya empezaba a aceptar con naturalidad mi sexualidad y a disfrutarla. Pero claro, a él le preocupaba más el americano, y ahora que estaba despierto… se atrevió a preguntar.

-          ¿Qué lío te llevabas con Mr. Clifford?

-          Nunca dirías lo que le va a ese pervertido depredador.

-          ¿Pervertido? ¿Menores?

-          No, no… lo he dicho sin mala intención. Pero no me sorprende que le vayan las dominas, al fin y al cabo, se pasa el día tratando de dar miedo y mandando, le gusta humillar a los otros, parece justicia divina que lo que le vaya sea que le dominen a él.

-          Pero… ¿cómo lo sabes?

-          Por cómo se comportó conmigo. Me quería dominar, pero cuando me mostré altiva e intercambié los papeles fue como un corderillo, casi se corre sólo con mi voz cuando puse acento duro ruso. ¡Ah! Y por qué le vi el porno que lleva para el ordenador, lleno de látex y esas cosas, ya sabes, mujeres enfundadas en látex, con látigos y estrujándoles los huevos a los tíos… ese tipo de cosas.

-          Le… ¿Le viste el porno que llevaba en el ordenador? Pero… ¿Cómo? ¿Cuándo? – yo le sonreí con dulzura mientras comía más fruta (me apetecía mucho después de deshidratarme tanto anoche).

-          Es que sois tan delicados… en Rusia nadie dejaría nada al alcance de otro ni en el hotel. Por cierto, recuérdame que revise tu ordenador y datos con los que viajas, sois un desastre en seguridad. Nosotros somos algo más prácticos. Sonreí al maitre y conseguí la llave de su habitación y copié sus memorias y DVDs en tu portátil, pero tranquilo que ya te lo borré. Por cierto, cambia la contraseña, mi fecha de nacimiento es demasiado fácil. Pero fui buena y no craqueé nada, no hacía falta, el porno no estaba cifrado. Y no, no toqué su ordenador, sólo las memorias y DVDs, así que no se dará cuenta de nada. Lo suficiente para ver sus gustos y nada más. Así que no te preocupes.

-          Sandra, no juegues conmigo. No te metas en los negocios, no quiero que vuelvas a tener contacto con él. ¿Entendido?

-          Mira Javier, sabiendo lo que le gusta le tendrás comiendo en tu mano, (bueno, en la mía), sin riesgo ni nada. No voy a hacer nada malo, sólo un acuerdo entre adultos. Ni siquiera necesitaré tener sexo con él ¿No lo entiendes? Pero te puedo asegurar que invertirá no menos de cien millones en tu negocio y será un socio complaciente. ¿No te iría bien eso?

-          No quiero que lo hagas.

-          Lo siento, te has casado con una rusa para lo bueno y para lo malo. – le dije mientras me alzaba y me sentaba en su regazo y le abría el albornoz. Desnuda, sentada con las piernas abiertas sobre él, no le dejaba mucho espacio para la movilidad. Le besé profundamente y con el deseo que sentía que me empezaba a llenar, el deseo de satisfacerle, el deseo de sentirlo dentro de mí.

Me aparté para que pudiera recorrer mis pechos con su boca mientras sus manos recorrían mi desnuda espalda y yo me rozaba contra su entrepierna más con ternura que con necesidad. Ahora quería a mi marido, pero le quería con dulzura, le quería encantar y seducir (una vez más), acallar sus protestas y doblegarlo a mis deseos, y para eso sé ser una gata cuando conviene. Pero no penséis mal, no soy tan tremenda, a Javier le quiero y de vez en cuando me encanta el sexo dulce, tierno, y él para eso también es perfecto. A veces se deja dominar por un deseo brutal, y me encanta, pero a veces deseo, como en ese momento, un poco de sexo dulce.

Su boca tomaba mis pezones a grandes besos, para terminar dulcemente acariciando mis pezones con sus labios y lengua. Yo me movía sobre él acariciando su sexo con el mío, ahora ya ambos en contacto. Mis pezones se fueron poniendo duros y en punta conforme mi sexo empezaba a humedecerse y a los dos nos envolvía ese conocido y fuerte aroma de cuando me excito. También a él se le fue poniendo dura y mis caricias la podían notar cada vez más envalentonada cuando se cruzaba entre mis muslos.

Mi excitación empezó a crecer y sacudía mi cabeza acercando y alejando mis pechos de su alcance y cubriéndole y descubriéndole la cara con mi pelo, dándole como pequeños y cariñosos latigazos con él. Tenía ganas de jugar, de ser traviesa, pero a la vez quería languidecer entre sus brazos y sentirlo. Pero la excitación fue en aumento y eso de los abrazos pasó a segundo plano.

-          Me dejarás hacer lo que quiera, ¿verdad? Tengo que procurar por mi plan de pensiones.

Le dije con una sonrisa mientras me apartaba de él y me deslizaba para arrodillarme, como suplicándole, ante él. Naturalmente, sonrió resignado mientras se estiraba sobre la silla y su sexo quedaba justo ante mi cara en el extremo del asiento. Yo le miré traviesa, sonriendo, queriéndole ante su sumisión. Pero no tomé su sexo en mis manos ni en mis labios. Tomé mis dos pechos y dejé caer un hilillo de saliva entre ellos ante su expectante mirada. Volví a mirarle con esa sonrisa de golfa y tomé su ya erguido sexo entre mis pechos restregándolo bien para que resbalara entre ellos.

Mis grandes pechos podían casi cubrir su sexo, pero no era eso lo que quería yo ni lo que veía en su mirada de deseo. Estrujando aún más mis pechos sobre su polla, que ahora ya se deslizaba suavemente en cada vaivén, les di la fuerza necesaria para descapullar su glande que seguía creciendo y creciendo. Ahora la puntita ya asomaba cada vez que yo le masturbaba con ellos. Empezó a segregar líquidos y espumita, momento en que el movimiento de mis pechos se hizo más regular y mi lengüecita empezó a acariciar y limpiar su punta mientras yo no dejaba de mirarlo fijamente (y con una chispa traviesa) directamente a sus ojos. Poco a poco el movimiento fue más pronunciado, y a cada empujón mi boca avanzaba un poco más para abarcarlo.

Pero no quería que se corriera tan rápido, así que lo que hice fue mantener un ritmo regular para que su sexo fuera creciendo suavemente y cada vez entrara más y más profundo en mi boca. Ahora cada vez que bajaba mis pechos ya tomaba un tercio de su polla en mi boca, caricia con los labios, lengüetazo en el glande y volver a sacarlo para que siguiera el ritmo de metrónomo regular y estable, suave, dulce, excitante.

Pude ver en su mirada cómo se impacientaba, pero no hice nada por romper el momento, le dejé desesperarse poco a poco. Ya hacía rato que su sexo no crecía, estaba en el máximo, y con cada sacudida notaba su intento de empujarlo al interior de mi boca. Pero Javier también me conoce a mí, y sabe que debe dejarme hacer para disfrutar al máximo. Lo retuve, lo retuve en esa dulce tortura con su sexo entre mis pechos subiendo y bajando, notando la sedosa succión de mis labios o el cálido ambiente de mi boca, la sacudida de mi lengua, el ritmo del placer regular, hasta que en su mirada leí que estaba llegando al límite y que sus manos, relajadas en mi pelo, pronto se fruncirían para forzarme.

Entonces, al límite de su resistencia, me separé y me alcé ante él. Mis pechos brillantes por la saliva y sus jugos, mi figura de jarrón ante él, mis largas piernas y mi oloroso sexo empapado (también yo estaba muy excitada). Bastó que alzara una de mis piernas para volver a estar sobre él. Con mis propios dedos abrí mi sexo con un sonido de humedades densas y muy lentamente me fui sentando sobre su sexo, sin dejar de mirarlo, sin dejar de centrar mi mirada en la suya. Mi calor fue acogiéndolo poco a poco, conforme yo me deslizaba sobre él, y me fue abriendo poco a poco y entrando en mí hasta llenarme por completo cuando quedé sentada encima de él, empalándome completamente hasta el fondo. Momento en que mis brazos rodearon su cuello y nos besamos profundamente. Cuando nuestras lenguas recorrieron la boca del otro, sin movernos, nos corrimos los dos y su simiente me impregnó, me llenó y la noté hacerme suya como él se hacía mío. No nos movimos en mucho rato, disfrutando el uno dentro del otro, compartiendo un dulce sexo de matrimonio.

¡Uy! Ahora que lo pienso, tenía que escribir sobre Cadaqués, bueno, me perdonaréis, ¿verdad? Será en la siguiente parte.

A ver si me dejáis algún comentario diciendo qué os parece (por cierto, ya leí lo de los diálogos, pero sólo surgen cuando surgen, espero que me lo perdonéis). En el anterior relato sólo dejasteis cuatro comentarios (aunque recibí doce mails), dejad algún comentario aquí también, que si no parece que no os guste. O es que… ¿Tal vez no os gustó?

Besos perversos a tod@s,

Sandra

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