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Mi boda III (casi lista)

en Voyerismo

Mi boda III (casi lista)

Ya sólo quedaban unos pocos días para la boda, los muebles ya iban llegando al nuevo piso y sólo estaban acabando la terraza cuando… cuando se produjo el incidente en la cocina. Apareció una mancha de humedad en una de las paredes del piso de abajo, y el encargado de la obra me dijo que debía venir de nuestra cocina, había que buscar las cañerías y ver donde estaba la fuga. Grrr… Las obras iban a durar más y tendríamos que convivir con los obreros!

Estaba furiosa, ese fin de semana era la boda, y yo todavía tenía que controlar la obra de la terraza y seguir con aquello de la cocina, que no sabíamos cuando estaría listo. Pero ese día… ese día en la oficina ocurrió algo que… Javier estaba en Boston desde hacía una semana, y yo había ido tan atareada con todo que no había tenido ni un segundo de tiempo libre para mí. Llegaba a casa extenuada y casi me metía en la cama vestida de cansada como estaba. Me tumbaba en ella y me quedaba frita hasta que sonaba el despertador.

Tal vez fue por la ausencia de sexo, pero el caso es que ese día me levanté muy caliente y en la ducha… en la ducha enfoqué toda el agua del mando a mi abierto y abultado chochito mientras me masturbaba con fuerza. Normalmente cuando me masturbo lo hago lentamente, suavemente, abro mis labios con dos dedos mientras con la otra mano me acaricio o aprieto mi botoncito o… pero esa mañana no fue así, dirigí el chorro de agua a mi clítoris mientras me daba pequeños pellizcos en él. Fuerte, duro, estaba empapada a los dos segundos y me corrí con fuerza e intensidad. Pero curiosamente no me calmó demasiado. Me di cuenta de ello cuando salí desnuda de la ducha y me planté ante el vestidor (bendito vestidor, ¡me encanta!).

Al seleccionar la falda ya me di cuenta que ese día sería un día conflictivo. La falda era clara y transparente, blanca. Una camiseta con letras doradas no podía tapar mis gruesos y puntiagudos pezones, que ya estaban pidiendo guerra pese a la ducha. El sujetador no tapaba nada, más bien lo enaltecía, marcándose descarado bajo la camiseta. Medias (hacía algo de fresco), medias claras, a juego con la tanguita minúscula que enmarcaba mi sexo (inflado pese a la ducha, marcaba ya mis labios). Di una vuelta ante el espejo de cuerpo entero y pude ver cómo se veían los hilitos de la tanga y mis prietos cachetes al mínimo movimiento. Completé el atuendo con zapatos de tacón aguja pero cortito, con pedrería, anillos y un colgante que quedaba justo en el canalillo y reposaba entre mis pechos bien marcados a la altura de la vista, justo en el escote redondo de la camiseta, que permitía ver dos grandes montañitas de carne justo al límite del sujetador.

Suerte que tomé un abrigo largo, eso me permitió algo de discreción en el metro, aunque algún roce hubo, traté de contenerme, porque si no… ya llegaba justa de tiempo con el “entretenimiento” de la ducha, así que, hice como si no me diera cuenta de nada ardiendo por dentro. En la oficina, como no, ese día hubo miradas muy muy calientes. Mis idas y venidas de la impresora eran seguidas por los comerciales con ansiedad, y más de uno me acompañaba e invitaba a un café que yo, tan ocupada como estaba, desestimaba con una amplia sonrisa.

No es de extrañar, pues, que cuando salí pitando para ir al nuevo piso fuera caliente como una perra. Al llegar, Julián, cortés como siempre, me abrió la puerta del edificio y yo le regalé el momento de gloria retirando el abrigo colgándomelo del brazo. Esta vez no iba a haber espectáculo en su baño, ya teníamos todo en el de casa, así que ya no me hacía falta (lástima). Pero insistió en acompañarme a ver las obras, así que subimos juntos, con su mirada prendida de mis pechos mientras yo hacía como que no veía nada.

Entramos en el apartamento (ahora sí, con llave, pues ya teníamos todo adentro) y saludamos en voz alta para alertar a los trabajadores. El encargado se acercó rápido, recorriéndome con la mirada de arriba a abajo, de nuevo me noté acariciada. Julián me comentó que ya habían llegado algunas cajas de la mudanza y que habían instalado las cámaras y la alarma de seguridad.

Javier se había empeñado en instalar un sistema de alarma de última generación, hasta tenía la aplicación en el móvil para poder ver cada cámara del interior o el exterior del apartamento. Enviaba avisos si se detectaba movimiento, si alguien forzaba alguna puerta o ventana… en fin, todo, y si no respondías, llamaba automáticamente a Julián y a la policía y al centro de alarmas.

Lo habíamos instalado antes de rebozar la terraza, para que los hilos de las cámaras y las mismas cámaras quedaran ocultos del exterior. Julián me indicó que ya lo habían conectado también con su sistema de control del edificio, y el encargado me mostró que en la terraza no se veía nada de la instalación, y que las cámaras quedaban ocultas en compartimentos que parecían de ventilación.

Claro, salimos a la terraza, donde estaban trabajando dos operarios que ya había visto antes, y ellos a mí, pero eso no evitó que, de nuevo, me repasaran con la mirada y eso todavía aumentó mi calentura. Yo miraba las cámaras, tratando de verlas estirando mi cuerpo, lo que permitía a los operarios, en el suelo midiendo o colocando baldosas (creo que en realidad no tenían nada que hacer), vigilar perfectamente la parte baja de mi anatomía. Cuando salimos de la terraza pude observar cómo uno de ellos se estaba acariciando el paquete y le sonreía a su compañero, lo que me calentó más si cabe.

Julián me explicó que había distribuido las cajas de acuerdo con las anotaciones de habitaciones que había en ellas. Ropa en el dormitorio (que daba a la terraza por un amplio ventanal que cubría toda la pared con amplias puertas correderas), cocina, salón, etc. Acompañé a Julián a la salida y le despedí en el ascensor, quedándome a las puertas para ver cómo se alejaba de mí con la mirada puesta bajo mi faldita mientras yo le decía adiós con la mano, ¡como si él estuviera mirando mi mano!.

Volví dentro centrándome en las cajas, naturalmente no las de la cocina, que tendrían que esperar hasta que se hicieran las obras. La cocina, en el primer piso, y el dormitorio, en el segundo, daban a sendas terrazas. El primer piso era cocina, salón (ahora agrandado), tres habitaciones más (dos de invitados, pequeñas, y otra para trastos) y el segundo nuestra habitación, vestidor y estudio (y una habitación más con armarios y libros). Así que me fui al dormitorio a empezar a colocar ropa en los muebles.

Después de un buen rato desempacando ropa y poniéndola en cajones y armarios fue cuando me fijé en los operarios (y el encargado) en la terraza. No se perdían ninguno de mis movimientos. Yo no me había dado ni cuenta (¡de verdad!), pero debían haber tenido un buen espectáculo mientras me agachaba o estiraba tratando de poner las cosas en su sitio. El caso es que estaba cansada y sudorosa de todo el trabajo, así que pensé en darme una ducha. El baño grande (el del Jacuzzi), ya tenía toallas y jabones, de manera que ya estaba condicionado. Y yo ya tenía mi ropa allí, así que…

Así que terminé de vaciar las cajas que quedaban doblándolas en cartones bien planos (procurando que vieran bien mis nalguitas o escote cada vez que me agachaba) y dejándolas en el pasillo y tomé el albornoz. En ese momento, sabiendo que tres miradas sucias y viciosas estaban pendientes de mi cuerpo, me sentí muy excitada. Salí un momento a la terraza por la puerta del pasillo para advertirles que me iba a la ducha (momento en que su atención se centró en disimular haciendo ver que hablaban sobre cómo colocar las baldosas) y yo me dirigí al baño grande.

Una vez en el baño busqué en mi móvil la aplicación de seguridad y conecté la cámara de la terraza. Pude ver ¡y oír! Lo que ellos estaban diciendo. Con el volumen bien bajito les vi sobarse sus gruesas pollas sobre los pantalones con amplias sonrisas. Aquello me puso a mil. Así que rápidamente me desnudé, me puse el albornoz y salí otra vez hacia el dormitorio. Allí el cinturón empezó a resbalar sobre sí mismo, pues sólo había hecho un fláccido nudo para que se aguantara y cuando dejaba mi tanguita (empapada) y camiseta y faldita, así como medias, sobre la cama y me giraba hacia la cómoda se terminó de deshacer. Por “suerte”, conseguí tomar con mi mano los dos extremos del albornoz, con lo que no se abrió del todo, pero sí lo suficiente para que pudieran observar mi perfil desnudo, aunque no mis pechos totalmente. Me agaché en cuclillas para abrir el cajón inferior de la cómoda, momento en que debieron ver totalmente desnudas mis largas piernas y mis caderas, pues el albornoz justamente se abrió por el lateral que daba a la terraza y yo sólo podía sujetar con una mano a la altura de mis pechos mientras con la otra buscaba unos pantaloncitos en el cajón. De nuevo me alcé (sin mirar a la terraza, pero sabiendo que estarían allí espiando) y tomé un top de otro cajón para volver al baño.

Allí pude ver su reacción en la cámara. Esta vez sus caricias a la entrepierna ya eran masturbaciones sobre la ropa y, cuando abrí el agua de la ducha para que se empezara a calentar, pude ver cómo se decidían a entrar en el dormitorio, con cuidado de no ensuciar nada, y tomaban mi tanguita empapada y la olían todos y cada uno. El más jovencito no pudo contenerse y sacó de dentro del mono un pedazo de sexo impresionante. Entonces deseé haber prestado más atención a las explicaciones de la APP de seguridad, pero me tuve que conformar sin el zoom, aunque realmente no hacía falta. Empezó a sacudírsela con fuerza (en la cámara aparecía borrosa) y pronto sus compañeros le imitaron mirando y oliendo mi ropa interior. Aunque no les veía muy bien, esas imágenes bastaron para ponerme a mil en un segundo y dejé estar el móvil y me desnudé para pasar a la ducha.

La ducha es una mampara transparente con diversos chorros de agua que salen de la pared en diversas direcciones, pero por suerte también dispone de un mango regulable que utilicé para darme placer mientras usaba mi mano libre por delante y por detrás arrodillada en el suelo y cerrando los ojos imaginándome los obreros abusando de todos mis agujeros.

Hasta tres veces me corrí con fuertes y grandes orgasmos que recorrieron mis cuerpo y me hicieron estremecer (y caer y resbalar) por toda la ducha. Pero pese a todo, no conseguí quedar satisfecha, mis dedos no me habían llenado completamente y notaba mi sexo y mi ano palpitantes.

Finalmente me enjaboné rápidamente para eliminar el sudor y el olor a sexo y salí de la ducha. El gran espejo estaba medio empañado y opté por abrir un poco la puerta para que circulara el aire y poder secarme cómodamente. Con el albornoz puesto me sequé bien el cabello con la toalla y tomé el secador. Cuando lo alcanzaba pude ver cómo algo se movía en el quicio de la puerta ¡todavía estaban allí! Normalmente se iban a las ocho y… ya eran y media.

Así que procedí a secarme con el secador mientras me cepillaba el pelo procurando que el albornoz resbalara sobre mis hombros y dejara mi espalda al aire, notando cómo mis pechos se endurecían y se alzaban en mi reflejo en el espejo. Listo en pocos minutos, me alcé y me cubrí con el albornoz mientras tomaba los pantaloncitos y el top, salía del baño y me dirigía a la habitación. Una vez en el dormitorio, de espaladas a la terraza, dejé que el albornoz resbalara por mi cuerpo hasta el suelo y me puse los mini-pantaloncitos de deporte, elásticos, de color gris, que me marcaban como una segunda piel mi sexo y mis nalgas (muy cómodos, pero también tremendamente sexys). Entonces tomé el top de sobre la cama, cuando lo hice pude verles en la terraza e hice como si me sorprendiera, y tapé mis pechos con la mano mientras lanzaba un gritito de sorpresa. Naturalmente, me estaban mirando, así que, procurando taparme con la mano y el top en ella, me acerqué a la terraza y abrí la puerta de cristal un poco.

-          ¿Todavía por aquí? Creía que ya se habrían marchado, disculpen.

Mi mano a duras penas cubría mis pezones y la pequeñísima tela del top colgaba sobre uno de los pechos dejando el otro al aire. Ellos miraban embobados tratando de balbucear algo como que trataban de acabar antes o que se habían alargado un poco o… Yo les sonreí inocente y ruborizada (aunque no de vergüenza, de hecho, mis pantaloncitos estaban empezando a humedecerse).

-          Creo que tengo unas cervezas en el frigorífico, si quieren. Ya que han sido tan gentiles de hacer unas horas extra… Voy a buscarlas.

Me giré y, de espaldas a ellos, aunque reflejada en uno de los espejos, procedí a ponerme el mini-top que sólo cubría la parte superior y los pezones, dejando a la vista las curvas redondeadas de los pechos por su parte inferior y un amplio canalillo. Volví al cabo de un momento con tres cervezas y, al salir, pude notar el frío de la tarde, con lo que les invité a pasar a la cocina (en el piso inferior) para acabar de charlar sobre las obras.

Me siguieron en silencio, con ojos desorbitados. Cuando entraron en la cocina yo abrí el frigorífico y tomé una cerveza para mí. No sé si fue el frío de la terraza, el del frigorífico o mi calentura extrema (bueno, tengo sospechas) pero el caso es que mis pitones apuntaban bien directos desde el top y no dejaban nada a la imaginación. Me senté en uno de los taburetes de la cocina mientras el encargado trataba de explicarme por donde abrirían, por donde estaban las conducciones, tratando de encontrar la fuga.

Yo me sentaba en el taburete con las piernas cruzadas, dándoles una amplia vista de mis muslos y ellos estaban contra el mármol de la cocina. Pero entonces me levanté y fui hacia donde señalaba el encargado. Me incliné para ver bien lo que señalaba, una mancha entre las baldosas que indicaba humedad, una mancha en las baldosas inferiores. Mi culito quedaba en pompa hacia ellos, marcando las nalgas y seguro que también mis labios bien abiertos ante todos ellos. Retrocedí un poco, lo justo para, “sin querer”, que mis posaderas fueran a topar contra el encendido bulto del encargado, que no tuvo tiempo de apartarse. Yo le miré sin alzarme y le sonreí, miré a los otros todavía sin alzarme, viendo el mono del joven totalmente en tensión y los tejanos del tercero con un bulto prominente. Entonces me alcé y me encaré con ellos:

-          Creo que no puedo dejarles partir así, si no esto será un escándalo en toda la escalera. Venga, alíviense, pero nada de tocar, ¿OK? Sáquenselas.

Todos entendieron, especialmente cuando volví a la banqueta, al taburete, y me senté con las piernas abiertas mostrándoles mi sexo, una mancha de humedad recorría mi entrepierna y marcaba mis labios a la perfección, mi olor empezaba a inundar la estancia. Ellos procedieron a desenfundar y tomarlas en sus manos. Curiosamente, la del más joven, el que tenía aquella tremenda tranca venosa, se la masturbaba sólo con dos dedos pero a una velocidad meteórica, mientras que el encargado tenía una gruesa y corta morcilla que abultaba mucho, pero que quedaba todavía menor bajo aquella inmensa barriga. El tercero tenía una verga larga como una espada, pero estrecha y circuncidada. Los tres empezaron a meneársela y yo admiraba el espectáculo mientras les miraba sus aparatos. Llevé mis manos al top y lo alcé para que contemplaran mis pechos mientras me pellizcaba uno de los pezones, mi otra mano se perdió acariciando mi sexo abierto para ellos.

Entonces mi mirada se centró en los ojos del más joven, que al verme se corrió con tres grandes lechadas que fueron a parar al suelo embaldosado. Desplacé mi mirada al otro operario, el de la verga larga, y pasé mi lengua entre mis labios mientras le miraba a los ojos. Su esperma salió alto y cayó a mis pies sin tocarme. Finalmente miré al encargado abriendo mi boquita de labios rojos deseando sentir su simiente en ella, gimiendo quedamente, pero sólo salieron tres gotitas que resbalaron por sus dedos.

Volví a ponerme el top en su sitio y les acerqué papel de cocina. Se limpiaron las manos entre sonrisas cohibidas. El más joven se arrodillo para limpiar el suelo y dejarlo brillante de nuevo, pero antes de alzarse se acercó a mí y olió mi fuerte aroma. Yo estaba en llamas por dentro, pero tenía que controlarme. Cuando el joven se puso en pie alargué la mano y los tres depositaron el papel de cocina rezumante de leche en mi mano. Yo lo tomé y lo llevé a mi nariz, oliendo su fragancia. Pero enseguida me dirigí a la puerta y la abrí para que salieran, cosa que hicieron en silencio. Curiosamente, los tres, al salir, del primero al último, me dieron las gracias, diciendo que había sido genial.

Después de oler su simiente lancé los papeles a la basura, me desvestí dejando mi ropa por el pasillo y fui al dormitorio tumbándome en la cama y buscando en mi mesilla de noche donde había dejado la bolsita con mis juguetes. La abrí i dejé ante mí, en la cama, el gran consolador negro, las bolitas con su mando a distancia y dos consoladores más.

De repente me di cuenta que el piloto de la cámara de vídeo estaba encendido y enfocaba la cama. Sorprendida, alcancé el móvil de la cómoda, ¿me había dejado la APP abierta? No, estaba cerrada. ¿Sería Javier? Le llamé, pero tenía el móvil desconectado, debía estar en el avión de regreso de Boston. Entonces… Tenía que ser Julián.

Me importó poco, yo necesitaba explotar después de la escena de los obreros, así que me dispuse a darle un show privilegiado. Me tumbé boca arriba en la cama, totalmente desnuda, y tomé mis queridas bolitas vibradoras. No me costó introducir la primera, alzando las caderas, pero no en mi chochito, sino en el orificio posterior. No sabía si la cámara podría apreciar mi rosadita flor abriéndose para engullir la bolita, pero me daba igual y mis ojos cerrados imaginaban que sí. Noté cómo se dilataba, con qué facilidad, y se cerraba al paso de la primera. Presioné una y dos veces hasta notarla bien metida dentro mío y, todavía con las caderas alzadas, procedí a empujar la segunda, que entró con todavía más facilidad. Entonces me relajé y las empujé con mi esfínter las dos adentro, mi rosadita flor se estremecía en espasmos cuando la forzaba a tragar con mis músculos. Volví a alzar las caderas y metí la tercera y última, dejando sólo un pequeño hilito colgando de mi ano. Entonces tomé el mando a distancia y lo gradué a baja potencia, estirándome como una gata en la cama, con mi sexo hacia la cámara y disfrutando de la vibración dentro de mí.

Sólo entonces, cuando ya empezaba a sentir mi propio y fuerte olor, tomé uno de los consoladores, uno bastante silencioso, y me acaricié notando cómo mis labios se abrían para tomarlo en su movimiento suave arriba y abajo, recorriendo mi sexo entre sonidos de succión. La combinación de vibración suave dentro de mí y el recorrido del bendito y vibrante consolador hicieron que mi excitación empezara a crecer de manera gradual, suave y no como antes.

Notaba cómo me iba encendiendo por dentro y dejaba que mi cuerpo acelerara poco a poco. Podría haberme corrido rápidamente, pero no era eso lo que quería, quería un placer más prolongado. Así que apunté el consolador hacia mi orificio y, poco a poco, con suavidad, sin rozar el clítoris, lo introduje en la chapoteante cueva que se abrió para él como un guante. Lo introduje y saqué varias veces, dilatándome, hasta sacarlo del todo y tirarlo al suelo para tomar el gran consolador negro. Lo puse en la boca de mi sexo y fui empujando suavemente mientras me abría para él, retrocedí y volví a insertarlo notando esta vez como ya se abría camino en mí y me penetraba un poco. Dando tiempo a dilatar, fui introduciendo la cabecita y, posteriormente, con un ritmo suave, más y más en cada embestida hasta el largo y grueso consolador negro quedó ensartado entre mis piernas hasta el fondo.

En esos momentos yo ya estaba totalmente encendida y me martirizaba a mí misma lentamente, ya estaba llegando al clímax y mi mente rogaba por una penetración más rápida y salvaje, mientras mis manos me la negaban haciéndome sufrir. Pero todo llega en esta vida, así que aceleré la vibración de las bolas al máximo y me dejé llevar por la furia metiendo y sacando el gran consolador en mi sexo imaginándome a Julián masturbándose ante la cámara mientras me miraba. Y así exploté por primera vez, mi orgasmo me recorrió desde la cintura y recorrió como un relámpago todo mi cuerpo llegando hasta los dedos de los pies (que, como siempre, arrugué inconscientemente) o las raíces de los cabellos, mientras mi boca se abría en un gemido de placer. Pero no aflojé el ritmo de las bolas (no sé dónde estaba el mando) ni dejé de empalarme con furia, porque después de ese primer orgasmo un segundo y tercero recorrieron mi cuerpo haciéndome botar en la cama como un maniquí y derramando flujos sobre las sábanas.

Finalmente, sobrevino un cuarto orgasmo mucho más suave, relajante y placentero. Mis manos dejaron el consolador negro y, sin abrir los ojos, palpé por la cama buscando el mando a distancia de las bolas para irlo bajando suavemente mientras mi ano, que también estaba palpitando en espasmos del orgasmo, se fue relajando suavemente. Alcé las rodillas y procedí a expulsar, sin tocarlo con las manos, sólo por las sacudidas incontroladas de mis esfínteres, en un mar de flujo, el consolador y las bolas una a una hasta que quedaron expuestos encima de la cama, entre mis piernas.

Me tomé unos minutos para regularizar mi respiración y entonces sí abrí los ojos, pero sin mirar a la cámara. Recogí mis juguetes y fui al baño a lavarlos y lavarme (apestaban a mí). Volví, recogí las sábanas y las dejé para lavar. Me tumbé desnuda en la cama y quedé dormida pensando que mañana llegaba Javier y, al fin, tendría algo que no fuera plástico entre mis piernas.

Besos perversos a tod@s,

Sandra

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