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Por qué no quedo con mis admiradores de Internet

en Voyerismo

Hola a tod@s,

A más de uno y de dos y de tres y de cinco y de veinticinco de vosotros os he dicho que no tengo citas con la gente que conozco por internet. No es soberbia, son malas experiencias. Trato de explicároslo lo más educadamente posible, pero… pero veo que una y otra vez insistís. Bueno, valga este relato como ejemplo de una experiencia que tuve. No fue la más dura ni mucho menos, pero creo que os valdrá de ejemplo y espero que entendáis por qué lo digo.

No mando fotos desnuda a quienes me escribís, sólo fotos normalitas que podrían colgarse en cualquier red social. Aunque debo admitir que incluso retiré las de Google+ después de algunas experiencias. La privacidad no existe en internet, pese a lo que queramos creer y pese a que yo no cuelgue las vuestras. Sólo a título de ejemplo os contaré esta experiencia.

Javier estaba en Boston (para quien no lo sepa, Javier es mi marido, un ejecutivo de éxito en el campo de inversión en biotecnología), así que yo, solita en Barcelona, estaba muy desatendida. Y lo digo con su consentimiento y conocimiento. Pero el muy cerdo, en vez de consolarme, me excita y me incita a hacer todo tipo de locuras. Quienes hayáis leído mis libros publicados en Amazon ya lo sabréis. Así que cuando decidí ponerle celoso diciéndole que quedaría con alguno de mis admiradores de la red, el muy cerdo, en vez de tomar un avión y venir a consolarme (y a saciarme de sexo), lo que me dijo fue que seleccionara un buen elemento y se lo contara con pelos y señales.

¿Os lo podéis imaginar? Yo aquí, cachonda perdida, necesitada de sexo, y él diciéndome ¡que me tomara mi tiempo en seleccionar un buen semental! Yo ya sabía que él tenía su vena voyeur, por algo ha llenado nuestro dúplex de cámaras, ¡pero eso era pasarse! Así que quise darle una lección. Entre mis habituales admiradores de los relatos y libros tenía donde escoger, y decidí que Javier se iba a arrepentir de su osadía.

Andrés era un adonis de treinta añitos con un cuerpo fibrado y unas abdominales de tableta de chocolate. Bueno, pero para qué mentiros, me había enviado fotos de su sexo y era una seta del tamaño de una botella de cerveza. Venosa e inflamada del glande, ¡tremenda! No nos engañemos, yo no buscaba nada romántico, lo que quería era dejar en evidencia a Javier con un tremendo macho con una herramienta descomunal que me partiera en dos.

Lo cierto es que de su inteligencia… bueno, no me había preocupado demasiado, para ser franca. Le había enviado fotos mías con mi vecina, otras en el spa o de alguna fiesta, nada súper sexy. Y él me las había devuelto impresas e impregnadas de sus corridas (eso me encanta, saber que os corréis por y para mí). Hasta me había enviado un vídeo en que se corría encima de mi foto gritando mi nombre y… os aseguro que su corrida era muy muy muy abundante. Debo reconocer que me había masturbado con ese vídeo varias veces (y alguna de mis amigas también, pero no les había permitido hacerse copias, vuestras fotos y vídeos no salen de mi cuenta de Gmail).

Era el candidato perfecto. Pero, sobre todo, por su tremenda herramienta. Cada uno de vosotros me encanta por su herramienta, sea pequeña o grande, porque sé que la tenéis dura pensando en mí (el caso de las chicas es un caso aparte). Pero aquella tremenda tranca del tamaño de una botella de cerveza y que escupía tremendas corridas sobre mis fotos era (y es) espectacular. No pretendo comparar, pero entenderéis que imaginar esa tremenda herramienta penetrándome… bueno, me hacía salivar de gusto. Así que decidí que Javier, con una herramienta que no le llega ni a la mitad (aunque juguetona y muy muy satisfactoria), … seguro que quedaría impresionado (y esperaba que algo celoso). A él sí le mostré mi elección.

¿Soy mala? Tal vez, ¡pero es que no conseguía hacerlo venir de Boston! A ver, imaginadlo, un cuerpo como el mío, sabiendo que estoy dispuesta a todo, ¡todo! Por él y para él y… nada, que no venía. Y una tiene sus necesidades, ¿o no? ¿Qué quería? ¿Qué me contentara con Julián, el portero, o los obreros que venían a acabar las reformas del piso? A ver, que una es mujer muy mujer y… a veces necesita… O sí, ellos me deseaban tener y se lo podía leer en la cara, pero… pero lo que quería era poner celoso a Javier con un desconocido bien dotado para que tuviera miedo y viniera.

Así que le comuniqué mi decisión y le compartí alguna foto para que pudiera comprobar la realidad de aquel cuerpo musculoso y, sobre todo, aquella inmensa tranca que terminaba en una seta deliciosa.

Y él sin inmutarse. Sólo una condición, que se lo contase todo detalladamente después. Ni una duda de mi amor, ni un atisbo de celos. ¿Os parece normal? Me cabreó un montón (esa expresión en castellano me parece muy contundente, muy firme, un montón, me cabreó, suena bien ¿verdad? Suena como lo que es, ¡me cabreó un montón!).

Así que le reenvié el mail donde aceptaba su invitación para tomar un café (¡Un café! ¡Ja! Lo que estaba pidiendo era follarme por todos mis agujeros, ¡Pues claro!). Aquella tarde me vestí para matar, sabiendo a lo que iba. ¿Qué os creéis? Los dos sabíamos que aceptar la invitación significaba algo más, que estaba dispuesta a que su seta me perforara mi culito y mi sexo y se derramara en mi boca, ¿Por qué si no una rusa casada iba a aceptar un café con un adonis en Barcelona?

Él iba a bajar de Sabadell para verme, así que tenía que prepararme para él, y lo hice a conciencia y le envié un reportaje fotográfico a Javier de cada paso de la preparación. De cómo me duchaba, me daba crema, cómo me limpiaba por dentro… A ver, cuando una chica va a quedar para tener relaciones… hace ciertos preparativos, y entre ellos, si es como yo, incluye una lavativa para estar bien limpita por dentro (si no, el sexo anal es… sucio, ¿no os parece?). Cuando vas a lo que vas, has de prepararte, y cuando tu marido ve que te limpias por detrás con una lavativa… que te metes ese pitorro y dejas correr el agua para vaciarte completamente… para quedar limpita… no puede haber dudas ¿O sí? Pues esas fotos le envié.

Luego me fui a mi sacrosanto vestidor y escogí la ropa. Como era otoño, entretiempo, tenía excusa para ponerme medias y liguero. Le envié una foto mía sólo con las medias y el liguero (medias con una raya en la parte posterior, muy elegantes). ¿Para qué incluir tanga o sujetador? Ese cerebro de mosquito (me decía yo) que sólo se preocupaba del culto al cuerpo no tendría remilgos en arrancármelo rápidamente y no lo valoraría (además, no gano para ropa interior, mejor reservarla para otras ocasiones, como con mi marido, por ejemplo). Me limité a tomar un vestido negro elástico, de tubo, que moldeaba mi figura y casi no llegaba a tapar el final de las medias y le envié una nueva sesión de fotos a Javier. Comprobé que mis nalgas se marcaban deliciosamente y mis pezones estallaban escandalosamente a través del tejido y tomé una chaquetilla blanca encima.

Zapatos negros de tacón de aguja acabados en una sensual punta que me permitirían los seis centímetros de altura para llegar a sus hombros y listo (Andrés es alto). Un bolsito de Dior con lentejuelas me permitía llevar tarjeta, llaves, documentación y pintalabios, lo justo (con un par de condones, este relato es real y no voy a dejar que me folle un extraño, por muy saludable que parezca, sin condón). Maquillaje el mínimo y el pelo suelto para que pudiera agarrármelo él libremente mientras me forzaba a mamársela hasta el fondo o me penetraba por detrás.

Una auténtica zorra rusa, pero con clase. Incluí un collar que era una fina tira de cuero negro alrededor del cuello con un diamante en el centro, un toque sado, y largos pendientes de lágrima, detalles para hacerlo más sensual si cabía. Sesión de fotos para el mudo Javier y salir de casa. Como era para un café, era para las ocho de la tarde y al salir creo que Julián, el portero, se corrió dentro de los pantalones, pero bueno, eso no tiene mucho mérito, al fin y al cabo, Julián siempre se excita al verme (aunque creo que ese día llegó a correrse en los pantalones bajo la bata azul de conserje). Salí así, matadora, a reunirme con Andrés cuando recibí el primer whatsapp de Javier.

Se correrá cuando te vea”. Debo reconocer que me alagó el leerlo, sabía que Javier debía estar disfrutando. Pero me sentí mal al no leer envidia o celos. En la terraza, esperando a Andrés, me sentí mal. Yo llegaba diez minutos tarde, ¿Por qué no estaba? Pero él llegó quince minutos tarde (problemas con el tráfico y para aparcar, dijo). Me levanté para saludarle y nos dimos dos castos besos en las mejillas. Él iba en camiseta y tejanos (¡Por Dios, qué vulgar!). Aunque debo reconocer que estaba muy atractivo. La camiseta marcaba sus músculos (¿una talla inferior?) y los tejanos le sentaban de muerte. Marcaban un culito precioso, duro y firme, pero lo mejor eran sus pectorales y sus bíceps de gimnasio. El tono de la piel era dorado, todavía mantenía los restos del verano, y su rubia melena le daba un aire desenfadado y colegial muy atractivo. Los ojos azules quedaban, en cambio, desenfocados y vacíos, o tal vez me lo pareciera, pero no hacían justicia con las fotos. O tal vez fuera la impresión por verme en persona (todo podía ser, ¿no creéis?).

Nos sentamos en la terraza y yo procuré hacer valer el escote y los muslos descubiertos, pero pronto tuve que retroceder. Sus ojos azules parecían salirse de las órbitas y sus manos estaban tan nerviosas que temblaban. Me di cuenta que tenía que dosificarme o me violaría allí mismo. Cierto, mis pechos son generosos, y con ese vestido elástico mostraban mis pezones puntiagudos descaradamente. Cuando cruzaba las piernas se veían no sólo el final de las medias y mis carnes sino las ligas. Lo estaba avasallando y el pobrecillo no paraba de temblar. No sabía dónde posar la mirada. Parecía que mis ojos estaban a la altura del canalillo del vestido o que mis pezones eran mis ojos. A ese paso no conseguiríamos tener una conversación mínimamente coherente.

Entonces me lo confesó. “Francamente, creía que serías un camionero llamado Manolo, eres demasiado fantástica para ser real”. Y en su voz leí la veracidad de la confesión. ¿Por qué los hombres creen que tenemos que ser camioneros las que escribimos los relatos y libros? ¡Estaba babeando! ¡Dios mío! Babeando realmente, escupía saliva mientras lo decía.

¿Te parezco un camionero?” dije mientras me alzaba y reseguía mi contorno con las manos. Balbuceó, pero no consiguió articular palabra. “No me llamo Manolo sino Sandra, y sí, soy la que escribe relatos y libros eróticos.” Pero él no reaccionaba. “Y mi marido, Javier, está en Boston”. Pero él seguía sin ser capaz de reaccionar. “Bueno, cuéntame de ti. A parte del taller en Sabadell donde trabajas, no me has contado demasiado… ¿Casado? ¿Separado? ¿Arrejuntado?”. Y parpadeé como una niña inocente esperando su respuesta.

Le llevó un tiempo, pero finalmente contestó que separado y pasó a explicarme su proceso de separación con pelos y señales sin darse cuenta que eso me aburría un montón y no me interesaba ni pizca. Se hicieron las nueve, así que le interrumpí posando mi mano sobre la suya, acariciadoramente. “Venga, cuenta, ¿y dónde vas a llevarme a cenar?”. Resultó que no había pensado nada (o que yo le había cortocircuitado su neurona y no sabía qué decir), así que nos levantamos y le dejé pagar para poder marchar.

Verme allí, de pie, parece que le inspiró… no poesía precisamente. Y, sonriente, me tomó del talle y paseamos hasta Enrique Granados, allí cerca, donde yo ya sabía que había varios restaurantes (no muy caros, no le iba a asustar). Durante el trayecto procuré que captara el mensaje de que estaba “disponible” (contacto con las caderas, mi mano sobre la suya, … bueno, en fin, ya sabéis). Parece que surgió efecto, porque cuando escogimos restaurante (nada del otro mundo, pero eso no se lo explicaría a Javier) estaba bastante más meloso y trataba de controlar su baba. Demasiado meloso. La mano sobre mi hombro no dejaba de deslizarse hasta mi pecho y la del talle rodeaba mi grupa descaradamente (a ver, todavía no te has dejado ni trescientos euros y ya… ¿piensas que soy tuya? ¿Qué se han creído estos catalanes?).

Pero lo cierto es que yo me hacía la gata. Sonreía cuando él posaba los labios en mi cuello y me apartaba sin demostrar rechazo, sólo algo digno. Lo cierto es que el bulto en su entrepierna me halagaba y estaba haciéndome agua (en sentido literal). Pero costaba arrancarle dos palabras seguidas. Sus ojos quedaban prendados de mis pechos y se interrumpía como si hubiera perdido el hilo de lo que estaba diciendo y yo tenía que preguntarle para que siguiera.

Francamente, todavía no me creo que seas real”. Aquello ya empezaba a cargarme. “Eres la inspiración de mis fantasías más…”, “¿húmedas?”, le ayudé yo a terminar mientras le miraba sonriente. “Además, escribes tan bien. ¡Y eres real!, ¡Joder! Todavía no me lo creo.” Y su mano acarició mi hombro para cercionarse que era corpórea y existía.

La de pajas que me he hecho soñando contigo, con tenerte, con estar a tu lado y ahora… ahora…”. Bueno, no era lo más sofisticado y elegante que me han dicho nunca, pero era bastante claro. Nos acababan de servir el primero y llevé la punta del tenedor a mis rojos labios (todavía debían conservar el pintalabios rojo permanente, pero es falso eso de que es permanente, pronto, con la comida, desaparecería y tendría que repintarlos). Con la puntita del tenedor en mi labio inferior y mirándole a los ojos con mirada pícara, le dije:

—¿Ah sí? Y dime, ¿Qué te imaginas haciéndome cuando te corres? —Silencio de su parte. Sus ojos se abrieron de la sorpresa y quedaron fijos, esta vez sí, en mi boquita traviesa. Al ver que no respondía, seguí. — ¿Inundando mi boca con tu leche? ¿Qué no puedo tragar toda tu leche y rebosa por mis labios? ¿Cabalgándome con furia mientras aprietas mis pezones? —Su respiración cesó de repente por la excitación, como si no se creyera lo que yo estaba diciendo o lo estuviera viendo en ese momento. Su mirada estaba centrada en mi cara, pero ahora era como vidriosa y me miraba sin ver, sólo me escuchaba. Seguía sin responder. Y mi acento ruso se intensificó. — O… ¿tal vez es mi culito lo que más te excita? Cabalgarme por detrás mientras me tiras del pelo para hacerme alzar la cabeza y escuchar mis gemidos…

Perdona”, murmuró mientras se alzaba y salía disparado hacia el servicio con la servilleta tapándose la entrepierna. No, no creáis que sonreí pícara y divertida. Esta vez estaba frustrada y furiosa. Bebí y comí mientras esperaba. El camarero se me acercó a rellenar la copa y me sonrió. “Parece que su pareja ha tenido una repentina indisposición, claro que… con una mujer como usted… ¿Quién no? Si necesita cualquier cosa… me llamo Carlos”. Y se marchó dejando sólo el aroma del vino tras de sí.

Andrés tardó en volver y ya terminaba yo el plato cuando volvió a sentarse con la respiración normalizada, aunque todavía su cara algo sonrosada. “Lo siento… es que… aquí en medio del restaurante… y tu diciendo todo eso… y… yo… ¡Ostia puta!”. Ya sabéis que yo no soy de escribir obscenidades ni tacos, pero… bueno, es que Andrés no es muy refinado y… y aquello sí se pudo oír en las mesas vecinas. Bajó el tono cuando se dio cuenta.

—Eres mis sueños hechos realidad. Joder, si casi haces que me corra encima con esa voz tan sensual y ese acento…—(¿casi?)— Te juro que te voy a partir en dos. —Cuando se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta casi le da un ataque al corazón. — Esto… quiero decir… que yo… me imagino… soñaba con…

—Anda come. —Pero él no podía parar.

—Nunca me había encontrado con nadie como tú. Tan clara…, tan directa…, tan culta…, tan elegante… Eres preciosa… —Yo sólo sonreí y jugué con los restos de comida de mi plato esperando mientras el camarero (Carlos) venía y me retiraba el servicio. También se llevó el de Andrés, que estaba a medias todavía (el plato). Bebí el vino y cuando Andrés me vio beber se quedó de nuevo petrificado mirando mis labios sorber el vino. Ante mi mirada interrogativa él optó por tomar también su copa y bebérsela de un trago. O tenía mucha sed o no estaba acostumbrado a beber vino. Carlos nos volvió a llenar las copas mientras nos decía que enseguida llegaba la carne con su mirada fija en mi escote. Le sonreí y volví a dar un sorbito. Decididamente, Andrés no era muy sofisticado. Comía grandes trozos de carne a dos carrillos y hablaba mientras comía, ahora parecía no poder callar.

—Es que estás tremenda. Con ese vestido pareces toda una señora…

—Es que soy una señora. —Le dije sonriendo, aunque sólo en los labios.

—Pero tan puta… ¡Perdona! Quiero… quiero decir…

—Que te excito, ¿Tal vez era eso?

—¡Joder! Me la pones tan tiesa que creo que me romperá la bragueta. Y llevo horas así, desde que te he visto. Si yo estuviera contigo te aseguro que no pararía de taladrarte hasta que no pudieras más y seguiría y seguiría… Si sólo con verte ya me haces desear saltarte encima y… Estás tan tremenda que te voy a dejar sin agujeros. Te vas a tener que estar poniendo crema durante meses para recuperarte… —Me aparté un poco para que Carlos pudiera retirar el plato.

—¿Todo bien? ¿Desea un poco más de vino la señora?

—Muy bien, gracias, pero no, terminaré la copa y ya está. —Le sonreí, atenta. — ¿Carta de postres, por favor? —Empezaba a refrescar, así que pedí un café irlandés. Andrés seguía con sus folladas imaginarias y diciéndome que él no me dejaría sola ni insatisfecha si fuera mi pareja y…— Voy a refrescarme un poco, ¿Vas pagando mientras? —Me alcé y salí contoneando las caderas sabiendo que mi figura sería seguida por todas las miradas al ritmo del taconeo. Me retoqué los labios y el pelo y volví haciendo una entrada triunfal nuevamente. Me acerqué a Andrés y mi mano derecha ascendió por su pectoral hasta sus hombros, insinuante, caliente, mientras le miraba a los ojos.— ¿Y dónde vas a llevarme, campeón? —Mis caderas se acercaron a su cuerpo y mi muslo se perdió entre los suyos notando aquella herramienta bien dura y preparada.

—Tengo mi buga aquí cerca. Vamos. —Y tomándome de la mano me arrastró (literalmente) caminando a grandes zancadas. Le seguí como pude, supongo que para gran divertimento de todo el restaurante. Pero Andrés tenía prisa y tiraba de mí. Fue sólo una travesía y cuando sacó las llaves no me lo creía. ¡Un Hunday tuneado! Entró y encendió el motor mientras yo esperaba fuera. Esperaba. Me miró desde dentro sin entender y desesperé. Abrí yo la puerta y entré. En el suelo había algún envoltorio y una caja de pañuelos en el asiento que tuve que retirar yo misma para poder sentarme. Cerré dando un portazo y él salió zumbando. Cuando alcanzó tercera su mano se perdió entre mis muslos y sonrió lascivamente sin callar. — Ya verás, conozco un sitio perfecto. Los árboles tapan la carretera y no nos verá nadie. ¡Chillarás como una perra y nadie te oirá!

—Pero… ¿no vas a llevarme a algún hotel o a tu casa?

—Mira nena, mi madre no lo permitiría y los hoteles son caros de cojones.

—¿Tu madre?

—Ya verás como te va a encantar el sitio. Allí me he follado yo a un montón de churris y todas han chillado como perras, vas a acabar toda escocida. Saca la manta de detrás…

—Alto, tira la siguiente a la derecha y… —Le seguí indicando hasta llegar a casa. ¡No pensaba tener una sesión de sexo en un descampado sobre una manta! Aparcó en un hueco que encontramos y al salir me tomó por la cintura y mi cuerpo se aplastó contra el suyo. Todo él estaba duro como una roca. Sus brazos eran de acero y sus labios recorrieron mi cuello y su lengua mi boca. Pero yo estaba en mi barrio, no podía permitir que nos vieran (pero no había tomado las llaves del parquin). Como pude, me despegué de él, que no dejaba de manosearme y corrí hacia la entrada de nuestro bloque llaves en mano. Procuré ser los más rápida posible, pero me alcanzó y tuve que zafarme para llegar y avisar el ascensor. ¡Dios! Si nos pillara algún vecino… Pero por suerte era tarde. En el ascensor me relajé y también yo manoseé su duro y bien construido cuerpo. Sus músculos se marcaban bajo la ropa y prometían una muy interesante capacidad de resistencia. Una de mis manos acarició aquel bulto tan prominente y noté sus tejanos… ¿húmedos? Una mancha de humedad traspasaba la tela. Me llevé la mano a la cara y noté aquél profundo olor… Sus manos alzaron la faldita de mi vestido y exploraron mis muslos y entonces notó él también mi humedad. Al descubrir mi desnudez lo recorrió un calambre y noté cómo se tensaba todavía más. Mi mano volvió a su entrepierna y pude notar cómo se vaciaba con un gemido. Apreté con fuerza y noté cómo aumentaba su humedad. ¡Se estaba corriendo! Y no era la primera vez de la noche. Sonrió ampliamente mirándome.

—Eres la mejor, ¿sabes?

Salí furiosa del ascensor, pero no creo que se diera cuenta. Él estaba muy satisfecho y no dejaba de atravesarme con la mirada y buscar mi contacto, alzándome la falda para ver lo que todavía no se creía mientras yo batallaba con la cerradura. Entré dejando las llaves en la mesita y cerré la puerta tras él. Me tomó por la cintura alzando todo el vestido, pero ahora yo ya podía relajarme.

—Tienes una choza impresionante. —Me dijo cuando consiguió, por un instante, apartar la mirada de mi cuerpo. Supongo que eso era lo máximo en su escala de galantería.

—Espera, voy a refrescarme un poco. ¿Tú quieres…? —Pero él ya se estaba sacando la camiseta por la cabeza. — Ahora vuelvo. —Fui al lavabo pequeño de abajo sólo a refrescarme un poco y limpiar mis partes íntimas. No tardé mucho y cuando volví al salón él ya estaba desnudo y su ropa tirada por los sofás. — Ya estoy lista — dije moviéndome sensual. Vino corriendo a mí y tiró del vestido para sacármelo por arriba, desesperado. —¡Espera! Espera… un poco… — dije apartándolo dulcemente. Volví mi carísimo vestido a su sitio como pude y descorrí el cierre de atrás. Sacudí mi cuerpo y con un poco de ayuda de mis manos, el vestido elástico se deslizó a mis pies revelando mi cuerpo desnudo salvo por las medias y las ligas. De nuevo, Andrés quedó completamente estático, un adonis allí en medio del salón comiéndome con sus ojos. Me encantaba ver esa mirada vidriosa en su cara, total adoración e incredulidad ante lo que tenía delante. — Ahora sí, ¿ves? ¿te gusta? — Me incliné sobre el respaldo de un sofá y saqué mi grupa mientras con los deditos de una mano abría mis nalgas para mostrarle mis agujeritos… quería girarme y mirarlo, sensual, insinuante… pero no me dio tiempo a nada.

Rebufando oí sus pasos a la carrera y cómo me tomaba con fuerza por la cintura mientras me empalaba de una estocada por el culo. Ni condón ni nada, pero creo que ni me oía cuando le advertía. No estaba preparada para que me hincaran esa herramienta por detrás, pero por suerte en el servicio me había humedecido la gruta posterior. Sus jadeos de caballo y sus tremendas manos en mis caderas no me dieron opción a nada. Esa seta se abrió camino forzando mi ano y, luego, entró el resto de la tranca hasta el final en una sola embestida. Tres sacudidas, sólo tres y se estaba derramando en mi interior con un gemido profundo y potente, chillando como un animal. Quedó derrotado a mi espalda, cayéndome encima cuando yo todavía pugnaba por afianzarme al sofá.

—Estuvo bien, ¿eh? Seguro que tu maridito no es así de bruto, pero es que me tenías tan caliente que… — Se enderezó de nuevo y, tomándome por detrás de los pechos me alzó a mí también y se puso a reseguir con su lengua mi espalda y cuello. Su húmedo sexo se escurrió de mi abierto culo y goteó entre nuestras piernas. Yo me lo sacudí de las nalgas y mientras pellizcaba mis pezones noté cómo volvía a excitarse. Me giré y volví a repasar esos músculos con mis manos mientras bajaba besando sus marcadas abdominales hasta encontrar su sexo. Mi boca lo recorrió sin ayuda de mis manos, que tomaban esas prietas nalgas duras con deseo. Cuando un dedito se insinuó entre ellas y llegó a su ano volvió a empalmarse por completo.

Me deshice de él rápidamente para poder llegar a mi bolso y tomar los condones. Fui rápida como una serpiente, pero no pude dejar de observar mi sucio dedo. Así que cuando me alcanzó lo arrastré hacia arriba y conseguí que me siguiera a la alcoba. Pero no dejé que me tirara en la cama, lo conseguí arrastrar al baño de la habitación y abrí los grifos de la bañera para meternos dentro. Aquello le pareció lo máximo de lo refinado, pero sus manos y labios no dejaron mi cuerpo. Yo me esforzaba por pasarle la esponja, pero él no dejaba de penetrarme con sus dedos. Cuando tomé su tranca entre mis manos y la enjaboné para limpiarlo se relajó contra el costado de la bañera y me dejó hacer, ¡un momento de tranquilidad al fin!

Le enjaboné bien y también limpié su ano. Cuando estaba aclarándolo con el flexo de la ducha jadeó de nuevo como un caballo y escupió toda su lefa en mi cara y mis pechos. Aquello sí fue un torrente inacabable. Sus chorros salían con una potencia increíble y sacudían mi mano que trataba de dirigirlos hacia la bañera, pero me dejó cubierta de su simiente. Pero el espectáculo de sus abdominales crujiendo y tensándose me tenía cautivada. No podía ser que todavía le quedara tanta leche.

Su explosión duró un buen rato, lechazos y más lechazos cubrieron mi cara y pechos y goteaban por mi cuerpo. Él no paraba de chillar: “Joder, joder, joder… qué bueno… joder…” y se iba relajando sin dejar de manar. Los chorros fueron descendiendo, perdiendo fuerza y mientras él estaba todavía relajándose me limpié como pude con el flexo de la ducha en tres rápidas enjabonadas. Me alcé y me quité jabón y lefa rápidamente y él volvió en sí. Cuando me vio escurriendo el agua por mi cuerpo supe que volvería a saltar sobre mí, así que traté de evitar un nuevo estropicio acercándome yo y tomando su sexo en mi mano mientras le sonreía.

—Vamos campeón, ahora sí estoy preparada. — y tomé dos grandes toallas de la pared. Me sequé rápidamente, porque sabía que él no podría esperar mucho, como así fue. Su cuerpo todavía húmedo (pero no goteando, por suerte) salió de la gran bañera para alcanzarme, pero conseguí llegar al lecho y sacar los condones del cajón de la mesilla de noche. Me atrapó en el lecho y estiró de mis tobillos abriéndome las piernas. Pero me revolví y aproveché que nuestros cuerpos todavía resbalaban con la humedad para girarme mientras abría un condón. Le miré sonriendo para aplacarlo prometiéndole todos los placeres con mi mirada, pero creo que ni lo vio, su mirada era la de un poseso y sólo tenía espacio para una cosa. Así que me puse el condón en la boca y bajé a su entrepierna (las chicas tenemos que aprender esos trucos).

—No, ahora quiero follarte. — Dijo separando mis manos de sus nalgas, pero el trabajo estaba hecho y me estiré lasciva en la cama con una pierna flexionada ofreciéndome a él, ofreciéndole mi gruta abierta y preparada. Cayó sobre mí como un buey con los brazos a mis lados, por suerte (me habría aplastado en caso contrario), y su tranca encontró mi preparado coñito. Pero, pese a todo, su seta era inmensa y noté cómo se abría paso ensanchando mi encharcado sexo, abriéndolo a su paso hasta muy adentro.

Sus profundos jadeos (por no llamarlos relinchos) me resonaban muy cerca de mi oído y esta vez sí usó sus abdominales diestramente clavándome repetidamente y profundamente una y otra vez. Ahora me taladraba mecánicamente embistiendo cada vez hasta mi útero y produciéndome un mar de flujos que nos hacían chapotear el uno contra el otro. Y cuando empezaba a notar que me crecía aquel espasmo, el conocido inicio de lo que tenía que ser un tremendo orgasmo… se corrió otra vez con un grito que casi me deja sorda. Se tensó sobre sus impresionantes bíceps clavándomela hasta el fondo y noté cómo la gomita se inflaba dentro de mí tratando de retener toda esa corrida.

Me retiré rápida y pude ver cómo el condón, que sólo abarcaba la mitad de la tremenda tranca, rebosaba por su base y goteaba sobre mi ombligo. Él ni lo notó, concentrado como estaba en su placer. Tardó un rato en volver a la normalidad tras sus rugidos y me miró, satisfecho.

—Nunca te habían follado así, ¿verdad?

—No, nunca… campeón. — Le tomé la cabeza entre mis manos y le di un piquito. Se le veía orgulloso. Le bajé su cabeza a mis pechos y besó, lamió y chupó con pasión. Seguí bajándole la cabeza por mi cuerpo y se apartó al notar su propia leche. Yo me estiré más arriba y se la traté de volver a bajar hacia mi sexo.

—Quita guarra, yo eso no lo hago. — Dijo con desprecio tratando de volver a subir. ¡Me iba a dejar a dos velas! — Voy a por mi ropa. — Y salió de la habitación dejándome encharcada e insatisfecha. Cinco minutos después despedía a mi campeón y cerraba la puerta del apartamento todavía desnuda, sudada y pringosa, y ardiendo de rabia por dentro.

Después vino lo peor. Interminables mails, flores enviadas a casa, que se presentase noche sí y noche también… la orden de alejamiento lo solucionó (gracias a una abogada que Javier conocía). Pero todo llevó meses. Andrés no se podía creer que no quería nada con él, pero la juez se lo explicó claramente y, por suerte, todo quedó allí (fueron meses muy angustiosos). Pero os aseguro que no volveré a quedar con ninguno de mis admiradores de internet en el mundo real, lo siento.

Besos perversos,

Sandra

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Mi antiguo trabajo (6)

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Mi antiguo trabajo (1, el inicio)

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