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Mi boda VII (antes del baile)

en Voyerismo

Mi boda VII (antes del baile)

Finalizados brindis y subastas llegó la hora de iniciar el baile, que inauguramos Javier y yo con un vals, naturalmente, su padre le sustituyó a media pieza y el resto de las parejas empezaron a rodearnos. Después de esa primera pieza llegó el momento para que nos retiráramos. Ya estaba bien de esos vestidos y para el baile informal habíamos traído vestidos más cómodos. Así que subimos a la habitación.

Fue cerrar la puerta y Javier me abrazó y contra la misma puerta me besó con pasión mientras yo notaba su cadera contra mí, una... interesante cadera. Pero le rechacé, le empujé y le hice pasar hasta el dormitorio de la suite, donde todavía le empujé más haciéndole caer sobre la cama.

Yo estaba muy excitada, lo demostraban mis flujos por el interior de los muslos, pero quería que no olvidara nunca nuestra boda, y ese sería uno de los momentos que seguro que no olvidaría. Quedó tumbado en la cama boca arriba apoyado sobre los codos mirándome y cuando empecé mi espectáculo ya vio por donde iba y se dedicó a disfrutar.

Llevé mis manos detrás y empecé a deshacer los mil lazos que aguantaban el escotado vestido en mi cuerpo. Por suerte, deshacerlos era mucho más simple que atarlos y podía hacerlo yo misma sin ayuda. Llevó un tiempo, pero mis contoneos mostrándole el esplendoroso escote o sacando mis largas piernas por el corte frontal de la falda creo que lo entretuvieron y no hubo quejas. Quedaban ya sólo dos lazos cuando el propio vestido decidió que ya era suficiente y resbaló por mi cuerpo quedando como una masa de ropa a mis pies.

Con un dulce paso me libré del vestido y me mostré ante él. El corsé elevaba y tapaba apenas las aureolas de mis pechos, mi depilado vientre desnudo mostraba mis brillantes labios empapados de flujo. Mi figura enmarcada por las virginales medias con liguero a juego lleno de bordados. Él quiso levantarse para venir hacia mí, pero yo le volví a apartar tirándolo de nuevo encima de la cama. Me entretuve en desabrochar cada uno de los corchetes del corsé sin que nuestras miradas se separasen ni un instante. Pero podía apreciar cómo su excitación iba en aumento corchete a corchete y su presión ascendiendo y ascendiendo. Mi querido cuarentón estaba al límite de su resistencia y pronto ya no podría retenerlo.

Abrí el corsé y lo dejé resbalar al suelo, quedando todavía los pechos cubiertos por un transparente sostén blanco que ya no ocultaba mis duros y puntiagudos pezones ni mis oscuras aureolas encendidas de pasión. Ahora sí que fui yo la que me acerqué lentamente a él, contoneando las caderas y dejando que mi fuerte aroma le acelerara el corazón. Mis piernas quedaron abiertas con las suyas, colgando de la cama, en medio, y él me tomó de las caderas, acercó su cabeza a mí y me besó en el ombligo haciéndome estremecer. Sus labios bajaron mientras yo lo tomaba de la cabeza y le acariciaba el pelo, bajaron y bajaron hasta encontrar su objetivo.

Pero esta vez fue él el perverso que se entretuvo besando mis labios mayores y notando cómo mi sexo todavía se inflamaba más. Mis abultados labios ya estaban en su máxima expresión y notaba la sangre palpitando en ellos cuando sacó la lengua y los recorrió de abajo arriba abriéndolos como una flor y tomando mi esencia en ellos. Casi me corro en ese momento, pero me contuve. Su lengua traviesa no me penetraba, sólo me acariciaba y fue descubriendo las capas de piel hasta que mi pequeño botón del placer quedó expuesto palpitante a su aliento. Entonces cambió el ritmo y lo tomó en sus labios y succionó con fuerza y me corrí en sus labios como una adolescente chillando “Moi mush” (Mi marido, en ruso). Me corrí con un largo y esperado orgasmo que recorrió mi cuerpo completamente de las piernas a la cabeza mientras le apretaba sin dejarlo respirar sobre mi clítoris. El aguantó lo suficiente para dejarme gozar, pero entonces caí de rodillas ante él y le tomé la cara y lo besé con un beso fuerte, de deseo, saboreándome mientras lo saboreaba a él.

Naturalmente la cosa no podía quedar ahí, y cuando nos separamos lo tumbé de nuevo en la cama y me dediqué a desanudarle el cinturón y retirarle (a la vez) pantalón y bóxers con prisa para liberar su totalmente erecto sexo y engullirlo en mi boca. No, esta vez no había ni miradas ni insinuaciones ni… esta vez lo tomé en mi boca entero y tragué hasta notarlo contra la campanilla para dejarlo allí un instante y retirarme dejando un hilo de baba entre su sexo y mi boca. Ahora sí lo miré, con mi cara de puta sedienta de sexo, cara de viciosa, cara de querer devolverle el placer multiplicado por mil. Estuve tragando hasta el fondo y sacándola, follándolo yo con la boca, un buen rato, pero sabía que así no duraría mucho, de manera que me retiré y volví a alzarme sobre él dejándole que contemplara toda mi figura, todavía con los pechos transparentándose en el sostén, las medias, el liguero y los blancos zapatos de tacón.

Alcé una de mis piernas y la puse sobre la cama, el zapato brillaba y él se lo quedó mirando, pero no le di tiempo a besarlo, me acerqué y de una estocada lo monté clavándomelo hasta el útero. Nos mirábamos desafiándonos el uno al otro, con furia, pero, yo encima, era la que dominaba el movimiento. Bastaron tres embestidas, tres completas y rápidas embestidas para notar cómo se derramaba en mí y una cuarta para correrme yo succionándolo con la vulva por la fuerza del orgasmo y vaciándolo, bebiendo de él con mi sexo.

Todavía mirándonos, caí sobre él y nos besamos mordiéndonos los labios mientras nuestras respiraciones se acompasaban y rodábamos por la cama. Paramos en el extremo y nos relajamos uno en brazos del otro. Nos dijimos tonterías y nos reímos de felicidad. Me levanté y fui a la ducha.

Besos a tod@s,

Sandra

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