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Mi boda V (la boda)

en Voyerismo

Mi boda V (la boda)

Me desperté temprano el día de mi boda. Dejé a Javier dormido en el lecho y me fui al inmenso baño del jacuzzi a empezar a prepararme. Por suerte antes de ir a la cama Javier me había untado de cremas todos mis orificios, así que esa mañana no tenía… resaca de sexo. Me limpié bien todos mis orificios con una ducha rápida y volví a ponerme cremita. Pese a que no habíamos cenado la noche anterior tenía nervios y no desayuné más que el bendito café con leche. Fui al vestidor y me puse sólo tanguita, sostén deportivo, unas mallas y una camiseta, zapatillas cómodas y tomé mi bolsito (móvil, llaves, documentación y tarjeta, ¿lo llevo todo? bien) y salí cuando ya sonaba el telefonillo, era mi amiga Lucía que venía a buscarme.

Todo estaba programado y sincronizado para que fuera perfectamente, sin nervios y como si yo sólo fuera una muñeca que tenía que ser preparada para un divertido juego de pasarela. Mis amigas se habían ocupado de la logística del día de la boda (ya que no les había dejado hacer la despedida de soltera el día antes, lo habían tenido que hacer la semana antes, pero esa es otra historia que no estoy segura de contar nunca).

Lo primero, un spa. Lucía, precavida, había reservado una masajista para evitar tentaciones, pero lo cierto es que la chica me dejó para el arrastre. Consiguió que me olvidara de la sesión de sexo de la noche anterior sacudiéndome todos los músculos del cuerpo. Después la sauna (sauna seca, por supuesto, ¡soy rusa! Nada como una sauna para reponerse del todo y sentirse como una reina) Aquella media hora después del masaje fue la hora más reparadora de todo el día.

Después fue otra amiga la que me llevó a la peluquería (parece que una no sepa peinarse, pero es que aquí nadie entiende que a una boda vayas sin pasar antes por la peluquería y manicura de dedos y pies). La ventaja es que se hace con una copa de vino blanco, lo que relaja todavía más. Y, finalmente, el vestido. Lo tenían todo preparado en uno de los salones de la modista, donde yo había invitado a Raúl (y Dulce), un vecino muy especial al que quería mucho (y su pequinesa). Mientras todas esas brujas correteaban arriba y abajo yo me desnudé tranquilamente mientras Raúl, con su voz tranquila, me relajaba cubriéndome de halagos. Cuando quedé desnuda en medio de la sala con Raúl y entró la modista se escandalizó. Pero por suerte mis amigas la calmaron diciéndole que Raúl era como un padre para mí (siempre me llama su niña) y empezó la procesión de capas y capas.

Lo primero, las blancas medias de un suave tejido y las ligas para aguantarlas. Después el conjunto interior, una tanguita blanca bordada y casi transparente por delante que parecía angelical (angelical cubriéndome a mí… es para morirse de risa, ¿verdad?). Después el corpiño, blanco y lleno de encajes que modelaba a la perfección mi silueta. Especialmente cuando la sádica de la modista me lo apretó por detrás, dejándome una cinturita de avispa y mis melones alzados sobresaliendo casi enteros. Por suerte el corpiño llegaba a cubrir los pezones, que si no… pero lo apretó tanto que casi saltan. Zapatos blancos de tacón alto lisos, de princesa.

Entonces me miré al espejo. Con los tacones debía alcanzar el metro ochenta, largas piernas enfundadas en blancas medias que brillaban ligeramente al moverme, las ligas se veían de un blanco reluciente. La tanga blanca realzaba mi moreno de los cachetes (y mi pubis afeitado completamente), y el corsé me dejaba una figura imponente. Esa debe ser la imagen de la princesa más erótica jamás soñada (Raúl así lo confirmó). Pero tanto ajetreo, por suerte, me impidió excitarme, entonces vino el traje. Entre dos chicas me lo acercaron y abotonaron (nada de cremalleras, todo botones y lacitos). Como las caderas quedaban ajustadas, la falda empezaba a medio muslo, abierta del frente, para poder caminar bien. El conjunto marcaba perfectamente mis caderas y cintura, subiendo bien apretado hasta los pechos, donde era ligeramente más amplio que el corsé, pero no mucho más, dejando hombros al aire para lucir un bello cuello y una preciosa cara todavía despojada de maquillaje.

Sí, ya lo sé, no soy nada modesta, pero lo cierto es que me sentí una reina. No me dejaron ni mirarme, casi, porque me sentaron en un butacón y vino la sesión de maquillaje, que duró su buen rato para dejarme casi sin nada. Era tan suave que me pareció perfecto. Mis rojos y brillantes labios destacaban como siempre, pero el resto de la cara quedó con tonos muy suaves, sólo algunos polvitos y las líneas de delinear los ojos y algunas sombras, casi nada (¿para eso necesitaron tanto tiempo? Pues sí, para eso se necesita mucho más tiempo que para pasarte la paleta de maquillaje que llevan la mayoría de las chicas).

Entonces sí lo pude disfrutar en el espejo de cuerpo entero que cubría la pared entera con Raúl sentado en su butaca apreciando cada detalle (es muy majo Raúl). Contra todo lo que pueda parecer, no estaba nada hambrienta, y el sentirme la cintura tan prieta no me molestaba lo más mínimo. Me parecía sentir unas manos en mi cintura y estaba muy cómoda. Gracias a la abertura de delante de la falda podía caminar cómodamente, pero si iba rápido se veían los ligueros. Podía girar y la cola me seguía perfectamente, si hubiera sido más larga hubiera tenido problemas, pero era la longitud perfecta para dominarla sin tener que tomarla con la mano para que me siguiera.

Estaba ilusionada, preciosa y me sentía perfecta cuando Raúl se levantó y me pidió que me quedara bien quieta con los ojos cerrados frente al espejo. Así lo hice y, de repente, toda la cháchara de la tienda se tornó en un silencio absoluto. La modista y mis amigas estaban mudas como tumbas. Después de unos largos segundos (¿qué estaría pasando?) noté el conocido tacto de Raúl en mi cabello, orejas y algo frío se deslizó por mi cuello y quedó reposando entre mis pechos. Sentí un ligero escalofrío. No se oía ni a una mosca cuando Raúl me permitió abrir los ojos.

Vi mi imagen reflejada en el espejo, pero no era yo, me había convertido en una princesa de cuento. Una preciosa diadema con la forma de helechos entretejidos cubierta de piedras preciosas me coronaba el peinado. De mis orejas pendían dos lágrimas que lanzaban destellos de felicidad por toda la sala, y de mi cuello, de mi cuello pendía un fino collar a juego con el resto que reposaba entre mis dos pechos a la altura justa para quedar justo en medio del escote. Mi boca se abrió sin poder emitir ningún sonido una vez, dos veces, a la tercera pude lanzar un entrecortado gemido mientras mis amigas y la modista soltaban quebrados sonidos de admiración.

Casi lloro (no podía por el maquillaje). Abracé al sonriente Raúl con emoción. “Ahora están donde siempre debieron estar, es mi pequeño regalo por todo este tiempo maravilloso”, me dijo. Y entonces sí que no me pude contener y lloré como una niña (rápidamente vinieron las amigas con pañuelos de papel a cuidar que las lágrimas no deshicieran el maquillaje). Raúl fue todo el día con la marca de mis labios en su mejilla, más erguido y orgulloso que nunca. Mi querido amigo pudo lucir todo su arte de orfebre esa noche y me hizo un honor regalándome sus tan queridas piezas (hasta se disculpó por no haberme podido hacer el anillo de bodas, pero ya no tiene pulso). Aquél fue mi primer regalo de bodas, y uno de los más sentidos y que me emocionó más.

No pude dejar de mirarme al espejo durante todo el rato que tardó en venirme a buscar el coche, y las clientas de la tienda (y las que trabajaban) no dejaban de entrar para verme y emocionarse (y morirse de envidia, ¡claro!). Me sentía radiante, y lo estaba. Cuando vino el padre de Javier (que era quien me llevaría al altar) se quedó mirándome quieto durante más de dos minutos hasta ser capaz de articular un saludo.

Fue al subir al coche (un Jaguar, ¡cómo no! Eso de las limusinas me parece una horterada) cuando me percaté que ese día era el blanco de todas las miradas, y no sólo por el deseo, ese día era deseo, envidia y hasta admiración. El mismo chófer se quedó absolutamente cautivado con mis ligas cuando subí al auto (para no arrugar el vestido lo abría sobre el asiento para no marcar nada). El padre de Javier parecía embobado sin saber dónde mirar, y por una vez no era de deseo sexual, sino de profunda admiración.

Llegamos a la iglesia sin que yo pudiera darme cuenta de nada, estaba como en una nube, y me comporté como la dulce princesita que debía ser entre la alta sociedad que nos esperaba. Si alguien espera que cuente cómo mostré mis ligas o sexo, que se olvide (aunque alguna curiosa mirada del párroco a mi escote sí le pillé). Entre hombres de frac o chaqué con corbata y flor a juego… no es el momento de devaneos. Por suerte, la misa pasó rápido y la ceremonia también. Aunque debo reconocer, que cuando Javier me puso el anillo en mi dedo, casi me corro (después al ver el vídeo, me di cuenta que se puede ver claramente cómo me muerdo el labio inferior para no gemir). Yo se lo puse también a él, y así quedó sentenciada la cadena perpetua.

En la salida, tanto a él como a nosotros se nos podía ver mucho más relajados. Sus compañeros de hockey le hicieron el tradicional túnel con los sticks y nos rociaron de arroz. El ramo lo recogió Júlia, para gran regocijo de su acompañante (Pau) y vergüenza de ella (aunque yo creo que… tal vez sea la excusa que les falta para dar el paso). Saludamos a los que pudimos y el chófer nos condujo hacia las afueras de Barcelona donde sería el convite.

En el coche, los dos solos y ya relajados, pudimos darnos, ¡al fin! Un beso como Dios manda y me pareció que quería tragarme de deseo (sus manos no pararon quietas y me acarició enterita). Yo podía ver cómo el chófer nos miraba por el retrovisor, pero me dio igual, espero que lo disfrutara. Pero tuve que frenar a Javier, no por el chófer, sino porque lo primero que hice fue poner a buen recaudo en un maletín que ya tenía preparado en el coche (me lo había dado Raúl) la diadema, el collar –no pude evitar acariciarlo con nostalgia antes de guardarlo- y los pendientes.

Entonces sí, en ese momento ya estaba preparada, y fui yo la que asaltó a Javier y casi me monté en él dentro del espacioso trasero del Jaguar. Me lo comí a besos casi sin dejarlo respirar sin importarme peinados ni maquillaje ni leches. Hasta mis manos bajaron por su pecho y tomaron su sexo por encima del pantalón. Yo iba montada literalmente en él, alcé mis caderas para poder pasar mi mano entre los dos y seguí montándolo mientras con la palma le acariciaba su falo arriba y abajo como tanto le gusta y nos besábamos con lujuria.

Él no se quedó quieto, le bastó tirar abajo el corsé para descubrir y empezar a comer mis pechos. Mis pezones no tardaron nada en endurecerse y él los mordió a gusto arrancándome gemidos de placer. Quitarme la tanguita tuvo su rato de risas, pero finalmente lo conseguí y entonces me empaló debidamente mientras yo lo cabalgaba gritando como una loca con los pechos al aire bamboleándose para que los coches de detrás disfrutaran.

Se corrió rápido, y yo también, pero debo reconocer que fue muy satisfactorio. Entonces nos acurrucamos en el asiento y mi último recuerdo antes de dormirme es la mirada del chófer a través del espejo retrovisor. Dormí el resto del viaje acurrucada en los brazos de Javier con mi sexo lleno de él.

Me despertó al llegar, y bajamos los dos para dirigirnos (junto con el asistente del hotel que nos dirigía) directamente a ver el salón comedor que nos tenían reservado y, después, a la habitación. Allí me di cuenta que me había olvidado la tanga en el coche, pero no me importó, espero que el chófer la disfrutara (el maletín con las joyas no me lo había olvidado). Volvimos a besarnos y me aseé en el lavabo, me refresqué, volví a acomodarme el peinado y retoqué labios y líneas de maquillaje. Después de eso me tomé mi tiempo para volver a ponerme el collar y la diadema (y volver a quedarme extasiada con la imagen).

Javier me esperaba en la habitación cuando salí con dos copas de vino blanco heladito y brindamos, relajadamente, mientras tomábamos unos pedacitos de fruta (cortesía del local). Él también se relajó, pero teníamos que bajar pronto para iniciar el banquete. Finalmente nos llegó el aviso de la recepción para que bajáramos y procedimos a salir hacia el salón donde se haría el banquete.

PD. Otra vez sin diálogos, perdonad, pero si me sale así…

Besos perversos a tod@s,

Sandra

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