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Excitando 5 - Parte 4

en Voyerismo

Excitando 5 – Parte 4

No fue hasta llegar a la entrada del puerto cuando me coloqué la tanga del bikini para no tener problemas. Todos pusieron cara de perro apaleado, pero José asintió. A partir de ahí vino el atraque, recoger nuestras cosas y volver al cuatro por cuatro para ir a comer a casa (estábamos hambrientos, relajados, pero hambrientos).

Llegamos a la casa y Natalia ya estaba en la puerta furiosa por nuestra tardanza, pues el arroz podía pasarse, pero nosotros estábamos felices y fuimos rápidamente a darnos una ducha para poder comer sin la sal sobre la piel.

Me vestí sólo con un vestido de verano muy holgado, de un amarillo pálido transparente que permitía ver mis amplios pechos a discreción y la tanguita blanca bajo él, encajada en mis cachetes, con lo que mi culito parecía ir al aire. Me retoqué los labios y me hice una cola de caballo con mi pelo. Así, fresca y natural, con unas sandalias que tenían un poco de alza, me dirigí del brazo de Javier al salón.

Javier estaba extasiado, por mi y por lo que había conseguido. Por el momento de sexo tan morboso sin traspasar los límites, por conseguir la financiación para el proyecto, por combinar sensualidad, sexo puro y duro, pero por haber mantenido esa necesaria distancia que haría que nunca pudieran decir que me habían tocado. Y sus manos y labios no dejaban de explorar y desear mi cuerpo. Me lo tenía que quitar de encima todo el camino! Pero me encantaba, estaba rendido a mis pies. Entramos en el salón con sus labios en mi cuello y una amplia sonrisa.

Cuando él se dio cuenta que ya estaban todos allí (José, Manuel y Natalia) se ruborizó y pidió disculpas, pero José y Manuel sonrieron franca y abiertamente. Natalia no, hizo como que no había visto nada y pidió que sirvieran el arroz. José me hizo sentar a su lado, Manuel en un extremo dela mesa, y Natalia y Javier enfrente.

Rápidamente llenó mi copa con un afrutado vino blanco que nos acompañaría toda la comida. Fresco, oloroso, suave al paladar, el Chardonnay me refrescó y sació mi sed. El arroz con marisco, todo limpio, nos dio energía. El vino desató las lenguas y Natalia quedó encantada con la amena charla de Javier. Preguntó cómo había ido la navegación y fui yo quien rápidamente respondí que muy relajante, que había sido todo placer. Comentario que José, Manuel y Javier corearon con risas y amplios asentimientos.

Natalia también introdujo el tema del proyecto de Boston, como queriendo ayudar a Javier, pero José la cortó en seco diciéndole que no hablara de negocios, que eso ya estaba decidido y que al día siguiente firmaría la financiación y se harían los traspasos. Noté cómo la mano de José palmeaba mi muslo bajo la mesa mientras lo decía, y yo sonreí.

Natalia brindó por el éxito, mirando con ojos amorosos a su joven paladín, que le agradeció el gesto muy cortésmente. Repetí de arroz (sí, me gusta disfrutar de la comida y cuando estoy relajada, disfruto comiendo y mi figura no se resiente, así que…). Javier, José y Manuel me miraban asombrados con sus platos todavía a medias y yo, bocadito a bocadito, sirviéndome más. Natalia me advirtió sobre el sobrepeso, pero yo le respondí que no sabía donde lo ponía, pero que no me preocupaba, que no se me ponía ni en los glúteos ni en el vientre, tal vez en los pechos? Pero que eso no parecía importarles a los hombres, dije sonriente (con gran asentimiento de José y Manuel; y un poco de escándalo por parte de Natalia; Javier sólo reía).

José me servía alegremente y procuraba que mi plato siempre tuviera los bocados más deliciosos y mi copa siempre estuviera llena. Yo le recriminaba que no me emborrachara y él sólo reía. De vez en cuando palmeaba mis muslos bajo la mesa, pero nada malintencionado.

Yo sí que me desprendí de una sandalia y con mi pie jugué sobre las piernas de Javier, que dio un bote sobre la silla y se puso algo nervioso, pero después de la sorpresa inicial, sólo me miró con ojos divertidos brindando en un silencio cómplice.

Yo proseguí acabando el arroz, disfrutándolo, hasta quedar llena, mientras mi pie recorría las pantorrillas de Javier, jugaba en su rodilla y se internaba entre sus muslos (lo que le hizo toser). José notó la creciente inquietud de Javier, me miró interrogante y yo sólo sonreí. Cuando su mano volvió a posarse sobre mi muslo vio cómo tenía mi pierna alzada bajo la mesa y rio francamente (pero sin retirar la mano de mi muslo, recorriéndolo en toda su longitud).

Yo me recosté lánguidamente en la silla mientras recogían la mesa. Todos charlábamos relajadamente. El leve mantel de la mesa cubría la mano de José en mi muslo, y al recostarme yo, su mano pasó a recoger el borde de la falda alzándolo y dejando descansar su mano en lo alto de mi muslo, directamente sobre mi piel. Le miré, seria, ni reprobatoria ni enfadada, simplemente interrogándole sobre sus intenciones. Él sólo sonrió y la dejó reposando entre mis muslos, sin tocar mi vientre, sólo sintiendo mi calor.

Yo no me molesté, le dejé disfrutar, pese a que me entró un calorcillo que no logré matar a base de vino. Mi desnudo pie reposaba sobre la entrepierna de Javier, haciendo círculos en su sexo y notando cómo reaccionaba a mi contacto, más por la situación que por el contacto, que sólo podía ser torpe por la distancia. Noté cómo Natalia se sonreía de la tribulación de Javier y… y creía que era por ella! Me di cuenta que la muy zorrona le dejaba a la vista el escote e interpretaba que Javier estaba azorado por ello!

-       Me parece que tu mujer se está propasando con Javier. – le susurré al oído a José mientras tomaba la copa con la izquierda y posaba suavemente mi derecha, con la palma abierta en su entrepierna.

-       Le encantan los jovencitos. – Me respondió él con una amplia sonrisa de satisfacción y nada turbado por notar la palma de mi mano acariciando esa creciente protuberancia en su entrepierna. Rápidamente creció su reacción y mis deditos procedieron a delinear esa tranca arriba y abajo, notando cómo ganaba en consistencia y rigidez.

Trajeron entonces trozos de fruta y una fondue caliente de chocolate negro, junto con Armagnac. Y tuve que dejar estar mi juguetito para poder proceder a hacer los honores (me encanta la fruta bañada con chocolate sin leche).

Total, que entre el sol, la cerveza en el barco, el vino, el armagnac y la comida… yo lo que quería era hacer una siesta y reposar, como todo el grupo, así que nos fuimos a la habitación. En un plis plas yo me quité la ropa y la dejé tirada en la cómoda, mientras Javier hacía lo mismo, me acerqué al amplio ventanal a entornar las puertas del balcón, pero me quedé prendada del sol que penetraba y bañaba mi cuerpo, iba a entornar las puertas y correr las cortinas cuando divisé a un embobado Ramón mirándome desde el jardín. Le saludé, sonreí, corrí las cortinas y me acosté sobre la cama, donde Javier me esperaba tendido.

Vi que su pene estaba erecto y que me miraba con algo parecido a adoración en los ojos. Yo tomé juguetona su sexo en mi mano mientras le miraba a los ojos. Me besó, un beso húmedo largo y muy pasional. Me tumbó sobre la cama, sintiendo mi mano en su sexo y me dijo: “Me vuelves loco, te deseo como nunca he deseado a nadie”. Pero no hizo gesto de ir a más y comprendí que seguía en sus trece de no hacerme el amor hasta casarnos, será burro!.

Pues yo no voy a quedarme con las ganas, pensé, y traté de atraer su sexo hacia el mío. Le entró el pánico y me susurró un “No” con convencimiento, así que me enfadé y lo tumbé panza arriba en la cama. Creyó que iba a tratar de forzarlo, pero no lo hice, mis caderas avanzaron hasta su cabeza y le hundí mi sexo en su boca mientras mis manos aferraban de su pelo y le obligaban a tragar de mi si no quería asfixiarse. Lo hice con furia, con fuerza, sentándome sobre su cabeza y no dándole opción. Refregué mi sexo en su cara, pasé el puente de su nariz por mi vagina y seguí hasta situar mi ano en su boca. Su lengua exploró mi tierno arito y penetró la punta en él. Yo seguí con mi movimiento de vaivén, pasando mi sexo y ano por su boca alternativamente mientras notaba como el puente de su nariz abría mi flor cada vez más humedecida.

Le cabalgué sin importarme si respiraba o no, notaba cómo él a veces trataba de librarse de mi, pero yo lo aferraba con las caderas y seguía con mi vaivén notando su contacto, lengua, nariz, cara, me daba igual, sólo quería notar su contacto y que me diera placer. Su lengua ya conseguía penetrar mi ano cuando lo alcanzaba y sus labios daban un rápido beso y chupaban mi clítoris al fregarlo contra su boca. Yo estaba empezando a dejar ir mis flujos de excitación, pero quería más. Me giré abruptamente y tomé su polla en mi mano apretándola fuerte, quería hacerle daño, pero su reacción fue de placer, y aprovechó para tomarme por las caderas y acercar su boca y encajarla en mi sexo, tomando directamente mi clítoris en sus labios y chupando con fuerza, fuerza salida del dolor con que yo apretaba su sexo con una mano y sus huevos con la otra.

Completé con mi boca la presión en su sexo y se lo sacudía fuerte mientras mis labios le chupaban y tragaban la punta. Ahora yo ya estaba empapada y mis flujos no le dejaban ni respirar, mi clítoris inflamado y sensible era atacado por él sin piedad, y mi boca se volvió más tierna y mi masturbación más poderosa y rítmica mientras la otra mano le exprimía los huevos ahora con deseo. Exploté con grandes gritos mientras me convulsionaba y él me regaba la cara y los pechos con su simiente. Mis caderas botaron una y otra vez sobre su cara mientras los dos nos corríamos sacudiéndonos uno contra otro, exprimiéndonos.

Sudada, satisfecha pero a la vez insatisfecha, me dejé reposar sobre él, con su sexo en mi mejilla. Miré por el balcón y vi a Ramón masturbándose en el jardín mientras me miraba. Le sonreí. Él corrió a intentar meter su tremenda verga en los calzones (Sí! Tremenda de verdad, por gorda y larga! Se la tenía que tomar con las dos manos y todavía sobresalía la punta!). Pero al verme sonreír paró de intentar meter ese tremendo falo en los pantalones y siguió sacudiéndosela sin dejar de mirarme. Yo me levanté, las piernas todavía de goma, me acerqué al balcón, desnuda, con semen en cara y pechos, alargué mis manos para tomar con cada una una cortina y quedé enmarcada en el balcón, viendo cómo se masturbaba mientras miraba mi cuerpo brillante por el sudor, con el semen todavía goteante, y permanecí así, expuesta, hasta que se vino y su ofrenda se derramó en los setos. Entonces le mandé un beso y, dejando el balcón abierto, fui al baño de la estancia a quitarme los restos de nuestra sesión de sexo.

-       Recuérdame que la próxima vez me traiga algún juguetito para masturbarme, tengo ganas de sentirme penetrada. – Le dije a Javier al salir, cuando me tendía desnuda sobre la cama y cerraba los ojos para descansar.

Una hora más tarde bajábamos al salón de nuevo. Yo llevaba otro vestido de verano, de color rojo, con sólo una cinta anudada al cuello que lucía amplias solapas y dejaba al descubierto mi espalda desnuda. Por delante sólo las tiras sujetaban al cuello, con lo que mis pechos quedaban cubiertos por dichas tiras y, dependiendo del movimiento, dejaban al descubierto los laterales de mis libres pechos. Una cintura marcada por un cinturón del mismo vestido y una minifalda de la misma pieza que se abría en volantes hasta por encima de medio muslo. Debajo una breve tanguita roja para conjunto, y unas sandalias de tacón.

Javier se disculpaba de nuevo por no satisfacerme sexualmente, pero yo callaba, tu mismo! Pensaba.

En el salón encontramos a José y Natalia, tomando cafés. Nos dijeron que Manuel había salido, y yo acepté un negro y espeso café que me sirvió José, al que puse dos buenas cucharadas de azúcar (el café sólo me gusta muy fuerte, pero con mucho azúcar). Aquello me hizo despertar. Creo que José despertó al verme. Le caía la baba al mirarme, y a mi eso me encantaba.

José nos dijo que ya había recibido los papeles y que Javier y él se irían al estudio a revisarlos, dejándonos a Natalia y a mi solitas con los cafés. Salimos a pasear por la finca para tomar un poco el aire, me mostró los jardines y saludó a Ramón. Ramón se acercó y me saludó a mí también, quedándose viéndonos a nuestro pase. Natalia se quejó que ese Ramón no tenía nunca el jardín a punto para el verano.

-       Pero otras virtudes tendrá, no? – dije yo sin pensar.

-       Otras? Qué otras?

-       No sé, si viene sin su marido siempre está bien tener a alguien, no? Y también debe vigilar la casa y ayudar a cuidarla, no?

-       Bueno, sí, porque José siempre está con el trabajo y a veces subimos y me deja sola aquí. – habíamos ido paseando hasta el extremo de lo que era casi un acantilado, pues la caída era sobre una pared de roca de la que sobresalían sólo unos arbustos y algún pino de extraña forma por los vientos del mar. Desde allí se divisaba la casa, el jardín, el bosque y poco más.

-       Desde aquí parece que todo sea virgen menos la casa, es delicioso poderse aislar así.

-       Sí, ahora es delicioso, pero en invierno es inhóspito y no subimos casi nunca.

-       Y Ramón lo cuida todo el año?

-       Sí, él siempre está aquí y cuida de que todo esté preparado por si subimos, el jardín y demás. Lleva ya aquí muchos años, desde que hicimos la casa.

-       Mmmm… debía ser un hombre bien apuesto, se le ve bien conservado.

-       Lo cierto es que era un perfecto chulito de playa, con ese cuerpo bien formado y tanto trabajo al aire libre, pero ya lo ves, todos nos hacemos mayores.

-       Mujer, no seas así, también sirve para disfrutar de otras maneras ;-) – Dije con una sonrisa pícara.

-       Cómo sois las jóvenes de hoy en día, sólo pensando en disfrutar.

-       Mire, déjeme ser clara. Yo trabajo y he llevado adelante mi vida con mucho esfuerzo, así que si los fines de semana o en mi tiempo libre me dedico a disfrutar es cosa mía y me lo puedo permitir. Me refería a usted cuando hablaba de disfrutar, si José se dedica tanto al trabajo… pues habrá que disfrutar sin él, no?

-       Cómo dices niña?

-       Pues que no seré yo quien me esclavice con un hombre. Bastante esclavizada estoy con un trabajo para poderme pagar las facturas como para encima tener que depender también de un hombre. De trabajo se puede cambiar, pero a los hombres hay que tenerlos persiguiéndote, no diciéndote lo que hay que hacer.- Natalia no pudo menos que sonreír. – Además, usted todavía tiene un buen tipo para disfrutar y arrancar más de una mirada por la calle.

-       Hija! Qué dices?

-       Cree que no he podido ver esas nalgas que tiene? - Dije yo azotándolas. – Pero las esconde bajo esas horribles faldas plisadas con forma de saco.

-       Vamos. – le dije estirando de su mano y llevándola de nuevo a la casa.

Una vez allí subimos a su cuarto y estuvimos curioseando en los armarios hasta que encontré unos shorts de trabajo viejos. Una camiseta de marca y la hice cambiarse. Ella estaba compungida sin explicarse ese cambio de roles, ella era la ama de casa! Pero ahora era yo la que mandaba diciéndole con frases cortantes qué hacer o qué ponerse. Acostumbrada a hacer caso a todo el mundo, rápidamente asentía y me hacía caso sin plantearse revolverse.

Le quité la blusa que llevaba y esa falda de saco y la posé ante el espejo. Cierto que sus pechos estaban caídos, pero tenía prietas nalgas y unas piernas aceptables (sin varices, como mínimo, y no gruesas). La tomé por detrás y llené mis manos con sus pechos, eran más firmes de los que parecían a primera vista. Ella se sorprendió, pero desnuda (en ropa interior) no pudo más que someterse. Le ajusté las tiras del sujetador alzándole las copas y resaltando ese volumen olvidado.

Cuando se puso la camiseta dos conos apuntaban erguidos al frente resaltando su figura. Los shorts de trabajo le sentaban como un guante, marcando nalgas aunque demasiado anchos en los muslos, pero así le quedaban más naturales. Yo se los alcé para que cubrieran la barriga y ajusté el cinturón para forzarle la cintura estrecha, a la vez que quedaban mejor encajados entre las nalgas y en su vientre. Al verse en el espejo se sorprendió.

Las nalgas prietas y marcadas (y un poco también la vagina), los pechos puntiagudos y esa cintura marcada le habían quitado diez años.

-       Pero no puedo salir así a la calle! – me dijo.

-       No hace falta. – dije tomándola de la mano y arrastrándola al jardín.

Una vez allí busqué el movimiento de Ramón y nos dedicamos a mirar las plantas. No hizo falta que sugiriera nada, en cuanto ella divisó a Ramón detrás nuestro de reojo se agachó sin flexionar las rodillas a señalarme algo. Haciendo que nos mirábamos, en realidad vigilábamos de reojo a Ramón, que estaba… que estaba mirando las nalgas de Natalia!!!! También ella lo vio y disfrutó, sonriéndome y volviendo a levantarse. Entonces yo le tomé la barbilla e hice como que le quitaba una mota de la cara, momento que ella aprovechó para mostrar su nuevo perfil con pechos erectos a Ramón.

Volvimos hacia la casa, viendo cómo Ramón trataba de podar unos arbustos ya podados para disimular mientras tanto ella como yo comentábamos la tremenda erección de sus pantalones. Entramos en la casa riendo para toparnos con los extrañados José y Javier (esas mujeres eran las que no se soportaban esa misma mañana? Qué se ha hecho Natalia?).

Decidimos tomar el cuatro por cuatro e ir a dar un paseo por Cadaqués y cenar en el pueblo. Volvimos cerca de las doce de la noche, con una risa fácil debido a los vinos y alcoholes, pero también debido a la charla y ha habernos relajado. José no dejaba de mirarme, pero yo también había observado un par de sobresaltos en Natalia que atribuía a pellizcos de su marido en el trasero.

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