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Mi boda IX (CadaquésIV)

en Voyerismo

Mi boda IX (CadaquésIV)

Salimos de la tienda, Laura cargando la bolsa con mis cosas, yo decidida, delante, hacia la esquina donde esperaba poder tomar un taxi. Todavía iba rígida, en mi papel de dómina, pese a volver a ir vestida de calle. Me seguía casi corriendo con sus cortos pasitos, la oía taconear tras de mí.

Tuve suerte y paré un taxi, abrí la puerta y Laura casi saltó dentro para no hacerme parar. Yo entré con un poco más de dominio de mi misma y le di la dirección al taxista. Entonces pude mirara a Laura, estaba toda roja, encendida y claramente caliente por todo lo sucedido, pero sonreía y estaba alegre y parlanchina. Yo tomé la fusta de la bolsa sin escucharla y la hice deslizar entre mis dedos. Su tacto me cautivaba, era sensual y delicado, pero firme y duro a la vez. Entonces miré a Laura, que al fin había callado después de sus “¡Qué fuerte! ¡Avisa la próxima vez! Ha sido…” (pobrecilla, el vocabulario nunca ha sido su fuerte).

-          Mastúrbate – le dije mientras la miraba a los ojos.

-          Venga, no te pases… - pero mi mirada no se desvió. Mis manos sostenían la fusta doblándola y notando su elasticidad y calor al tacto.

-          He dicho que te masturbes. Estás caliente como una perra en celo, necesitas tranquilizarte. Mastúrbate ahora. - Dije seria mirándola a los ojos. Ella no pudo sostener la mirada y la bajó mirando hacia la parte baja del asiento en frente suyo. Pero una de sus manos se deslizó bajo la bolsa.

Retiré la bolsa de sus piernas y la puse en el suelo entre las suyas mientras mis manos volvían a flexionar la fusta y la contemplaba. Su mano se perdía bajo la falda y ahora cerraba los ojos. Sin duda, le hacía falta masturbarse para serenarse. Pero mi mente seguía como una tormenta de ideas. ¿Cómo podía haberle dicho a voz normal…? No… ¿Cómo podía haberle ordenado a voz normal en el interior de un taxi que se masturbara? Entonces miré al frente, por el retrovisor el taxista estaba atento y podía ver sus ojos fijos en lo que hacía Laura.

Con la punta de la fusta aparté la falda de Laura y la alcé para que se pudiera ver bien lo que hacía. Sus dedos pellizcaban su sexo mientras con uno de ellos se penetraba profundamente, casi no se veía nada con su mano perdida entre los muslos, pero era evidente lo que hacía, lo que se olía o los sonidos húmedos que nos llegaban.

Al verse descubierta su mirada asombrada se alzó y me miró con ojos como platos. Yo sólo dije: “Shhh… buena niña, continúa”. Con voz suave de profesora complacida. Ahora su mirada se centró en el retrovisor interior del taxi y vio al conductor centrando su atención en ella, en sus movimientos, en sus piernas. Cerró los ojos y se recostó más en el asiento, mostrando las piernas abiertas y la completa sumisión y excitación del momento. Yo los podía ver a los dos y captar la tensión en el aire, aire con olor a sexo en un taxi cerrado.

¿Cómo podía hacerle hacer eso? ¿Cómo podía aguantar y disfrutar de su sumisión? ¿Cómo podía haber llegado casi al orgasmo con el azote a Yolanda? Cuando la fusta azotó su sexo ella multiplicó el orgasmo y lo disfrutó mucho más, pero el problema había sido mi reacción de éxtasis, fue casi un orgasmo. ¿Cómo podía yo haber tenido un casi orgasmo? ¿Cómo podía haber podido notar su orgasmo recorriendo la fusta y llegando a mi brazo, cabeza y cuerpo? A mí no me gusta el dolor, ni impartirlo ni recibirlo, pero me había metido realmente en el papel de dómina y lo había gozado, había sido casi un orgasmo. Y ahora tenía a mi amiga al lado masturbándose, empapada de placer, exhibiéndose ante el taxista a mi orden sin cuestionar, sin quejarse, sumisa. Y a mí me parecía tan natural. Fluía de mí esa dominación y la disfrutaba casi como el sexo. Ahora mismo sabía que Laura haría lo que le pidiera, follar al taxista o salir desnuda del taxi… si yo se lo ordenaba. Sabía que lo haría. Y no porque fuera una chica tonta (no lo era en absoluto, es una profesional muy cultivada y con gran experiencia), pero si yo se lo ordenaba, por satisfacerme, lo haría.

Un grito interrumpió mis pensamientos. Laura gimió sin poder contenerse, sus piernas se tensaron y sus caderas se alzaron en el asiento mientras dos de sus deditos presionaban con furia su clítoris inflamado. Se relajó cuando el taxista tomaba la curva final que nos dejaría delante de mi (¡nueva!) casa. Así que la sincronización fue perfecta. Evidentemente, pagué la carrera sin que hubiera ningún comentario por parte del taxista ni de Laura (el taxista me entregó su tarjeta con el cambio) y esperé a que Julián abriera la puerta del taxi mientras Laura salía solita con la bolsa.

Le agradecí el gesto a Julián permitiéndole admirar bien mis piernas al salir, y con una sonrisa complacida, por supuesto. E indicando con un gesto de la fusta a Laura que me siguiera desfilé hacia el ascensor, puerta del cual Julián me abrió solícitamente (y yo le correspondí con un “Gracias”, y dejándole ver mis nalguitas mientras ascendía el transparente ascensor).

No le dirigí la palabra a Laura hasta abrir la puerta, aceptando ella también su papel de esclava sumisa. ¿En qué me estaba convirtiendo? Pero, por suerte, entrar en el (¡nuevo!) piso, me devolvió a la tierra. Javier estaba cerrando el portátil, me acerqué y le besé mientras le decía.

-          Ya está, ya tengo lo que necesitaba, podemos salir cuando quieras. Por cierto, tendrías que haber visto a Laura en el taxi, se ha masturbado ante el taxista y creo que ha sido uno de los mejores orgasmos de su vida.

Javier miró a Laura sorprendido, pero ella (roja como un tomate), sólo alcanzaba a mirar a la punta de sus zapatos. “Te lo cuento en el viaje a Cadaqués” le dije. Y avisé a Julián que subiera para ayudarnos con las maletas hacia el garaje. Naturalmente Julián subió inmediatamente y gracias a él yo sólo tuve que cargar con mi neceser de maquillaje, llevando Javier, Julián y Laura el resto de maletas y bolsas. Cuando ya teníamos todo cargado en el Jaguar me giré hacia Laura: “Gracias por todo, ha sido genial, pero creo que tú lo has disfrutado todavía más que yo. Nos llamamos a la vuelta, ¿OK?” y nos dimos un piquito. A Julián, que sostenía mi puerta con Javier ya sentado al volante, le agradecí con una sonrisa su galantería, pero antes de entrar le tomé la mano. “No hacía falta, pero muchas gracias” y me llevé la mano a mis labios para darle un besito en la mano, pero también aproveché para que su antebrazo pudiera presionar perfectamente mis pechos, lo que hizo aflorar una dulce sonrisa de agradecimiento en su rostro. Entré y Julián cerró la puerta.

-          Tengo que contarte lo que ha pasado, pero primero… lleguemos a la autopista, ¿OK?

Soy un desastre, de nuevo me pierdo y no llego a Cadaqués me perdonáis, ¿verdad?

Esta vez os escribo desde Rusia, estoy de vacaciones (sí, pensad que aquí la Navidad es el 6 de enero y el año nuevo ortodoxo el 13 de enero), pero no os he respondido a las felicitaciones de Navidad y Año Nuevo (y los perversos y muy gráficos regalos de algun@s de vosotr@s), así que tenía que daros las gracias de alguna manera. Feliz 2015 (y, a partir del 13, feliz 2015 ortodoxo), os deseo los mejores y más perversos deseos para este año.

Decidme qué os ha parecido, lo que más os ha gustado (o lo que menos) y, si os atrevéis, qué habéis hecho después de leerlo (o mientras), por comentario o mail, vosotr@s decidís. Besos perversos a tod@s,

Sandra

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