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Mi antiguo trabajo (9)

en Voyerismo

Mi antiguo trabajo (IX, en el autobús)

Después de dejar a Don José con un sentimiento de culpa increíble hablando con el abogado para arreglar mi cambio de nacionalidad escondí el oloroso tanga en mi bolso (ese día llevaba un gran bolso) y fui al baño a limpiarme. Me levanté y al empezar a caminar decidí ir al baño de la otra punta de la oficina. Olía a sexo, llevaba la corrida de Don José dentro de mi y estaba excitada sin haber obtenido placer, así que decidí ir a excitar al personal.

Sólo llegar al área de los informáticos todas las miradas convergieron en mi minifalda y mis pechos. Llevaba la blusa un poco demasiado abierta después del encuentro en la oficina del jefe y se me notaba transpirada y con algunas marcas, debía ser eso, pero aquellos chicos me miraban diferente hoy. No sólo era deseo, era lujuria, y sus sonrisas delataban más todavía. Cada vez me convencía más que habían corrido rumores de mi actuación durante la feria.

Seguí y llegué al área de los comerciales, donde ya la tensión se podía cortar en el momento en que me vieron aparecer. Estaba empezando a asustarme cuando Jaime vino a mi encuentro con papeles en la mano sobre un pedido pendiente de la feria. Le tomé los papeles y me puse a repasarlo en el mismo centro de la sala, pero luego me di cuenta que todo estaba correcto y tramitado. Entonces, al levantar la vista, le vi la mirada casi de obseso, una mirada cercana a la locura, algo en esa mirada me estremeció. No era sólo que me comiera con los ojos, que se concentrara en las marcas de los labios de Don José en mis pechos, es que casi babeaba. Como todo estaba correcto le devolví los papeles y casi se le caen, el muy torpe en vez de tomarlos era incapaz de apartar su mirada de mi. Lo dejé con los papeles en la mano y proseguí hasta el baño.

Una vez allí me encerré en el habitáculo de señoras y me senté en la taza. No me podía creer sus miradas de locura, su deseo desbordante, sus callados gritos de sexo. Me sentí más que desnudada, me sentí penetrada por todos ellos. Mis manos reaccionaron automáticamente fruto del deseo y la frustración por no estar satisfecha. Pellizqué mis senos con furia, me penetré con violencia y agarré mi clítoris con fuerza mientras me estremecía de pies a cabeza de miedo, deseo y excitación mezclados. Fue un placer desconocido, un placer violento, me corrí mientras temblaba toda. Rápidamente me limpié, y mientras lo hacía me llegaban las voces de la sala.

Joder, esa puta está para comérsela.

Se la clavaría ya.

Y habéis notado cómo huele? Eso es sexo, tíos.

En fin, sólo oír eso ya me humedecí de nuevo, notar la excitación en sus voces, el tono de deseo en ellas, la violencia con la que lo decían… me excitaba pero también me daba algo de miedo, nunca habían sido tan explícitos, tan lokos como ahora les veía. Me recorrió un estremecimiento de pies a cabeza y noté cómo mis flujos volvían a derramarse por el interior de mis muslos. Sabía que si salía entonces me violarían como a una puta por todos sus agujeros, y lo cierto es que lo estaba deseando, algo me llevaba a abrir aquella puerta y plantarme en medio de la sala sin bragas y levantar la minifalda para mostrarles mi sexo abierto. Algo me empujaba a salir allí y abrir mi escote y rozarme los pezones ante ellos mientras les miraba con mi mirada de vicio y deseo. Algo me decía que lo hiciera, que saliera y me los follara a todos.

Pero las conversaciones se acallaron de pronto, y oí la voz de Don José hablando con alguno de ellos. Y maldiciéndome a mi misma aproveché el momento para salir y dirigirme discretamente a mi puesto donde en vez de seguir con las tareas me puse a recoger temblando de deseo, de frustración, de mil cosas a la vez. Cuando apagaba el ordenador apareció Don José, que al verme puso cara de culpable de nuevo. "Hoy no me encuentro bien, mañana ya me contará qué le ha dicho el abogado, adiós". Y salí con mi bolso hacia casa, donde pensaba masturbarme para matar ese loko deseo que me estaba comiendo por dentro.

Fui a tomar el autobús (por la mañana tomo el metro porque es más rápido, pero de vuelta el metro me deja al inicio de una cuesta, mientras que el autobús me sube hasta arriba). Tardó casi 20 minutos, con lo que la parada ya estaba llena pese a ser media mañana. Pero vi que detrás venía otro del mismo número vacío, así que dejé que se pelearan por entrar y esperé al que venía detrás.

Gracias a eso pude sentarme al fondo del vacío autobús, en la ventana, con el gran bolso en el regazo. El cristal me devolvía mi imagen. Veía mis carnosos labios inflados de deseo, mis ojos brillantes, la piel de mi escote húmeda por mi acelerado corazón… No pude contenerme, puse mi derecha bajo el bolso y exploré bajo mi minifalda encontrando mis conocidos pliegues vaginales mojados, empapados. Me levanté un pokito para correr la falda y poner mis nalgas directamente sobre la tela del asiento. Así, sin bragas, mis flujos no me mancharían la falda. Mi aroma me abrazaba y me excitaba. Mis dedos eludían mi pequeño pene (si es que yo tenía que haber sido hombre!) y se concentraban en penetrarme bien hondo, haciéndome sentir bien en mi interior cada centímetro de la penetración. La otra mano sobre el bolso asía las asas con fuerza, con fiereza, como estrangulándolo mientras me masturbaba en mi asiento del autobús.

Noté un movimiento a mi lado, más que verlo lo noté en el extremo de mi campo visual, y el chico que estaba en el lado opuesto se vino a sentar a mi lado. No me asusté, ni siquiera cuando su pierna quiso rozar la mía. Era un jovencito de menos de veinte años y estaba sudando sólo de atreverse a sentarse a mi lado. Seguro que había observado mis sospechosos movimientos, mi rítmico vaivén del bolso y mi mano bajo él. Había reunido fuerzas para sentarse a mi lado y ahora sólo se atrevía a tratar de rozarme con su pierna. Pobrecillo!

Mi izquierda dejó el asa del bolso y se acercó a su pierna. El autobús seguía tras el otro lleno, así que no subía nadie. Le tomé la rodilla y noté cómo todo el se estremecía. Rápidamente se cubrió con su chaqueta y mi mano voló a su entrepierna. Le tomé su pollita erecta y se la estrujé sobre el pantalón tejano, notando su terrible erección mientras oía cómo gemía cerca de mi oreja. Traté de desabrochar su cinturón, pero con la izquierda era imposible, así que fue el mismo quien lo hizo y se desabrochó pantalón y cremallera. Con mi izquierda le tomé su derecha y la dirigí a mi empapado coño, para luego liberar su polla bajo la chaqueta que la cubría y empezar a menearla. No la tenía muy gorda, pero sí más larga que mi mano, y empecé a meneársela.

Mientras el intentaba darme placer, pero se le veía inexperto y muy nerviosos, sudaba mientras jadeaba. Miré y comprobé que en las dos filas detrás nuestro no había nadie, y delante sólo quedaba una viejecita con una fila en medio que nos separaba de ella. Así, a media mañana de un lunes, me agaché sobre el asiento e introduje un joven pene en mi boca. La mamé como si fuera un helado, con delicadeza arriba y abajo, lo justo para que el, retirando su mano de mi entrepierna y poniéndola sobre mis cabellos, hiciera dos movimientos arriba y abajo y se corriera en mi. Su corrida fue tremenda, sólo a los dieciocho son corridas así, una lechada tras otra, tremendos y potentes chorros de esperma llenaron mi boca y me obligaron a tragar para dejar espacio a los nuevos chorros. Una abundante corrida de rica leche me inundó el estómago mientras el se desparramaba en el asiento y casi se cae al suelo, pero reaccionó a tiempo para incorporarse justo cuando ya alcanzábamos mi parada.

Yo me levanté y sin una palabra pasé a su lado, cara a él que me miraba todavía atónito. Levanté mi minifalda cuando pasaba ante él y le atraje la cara a mi sexo, dejándole toda la cara empapada de mis flujos, duró apenas un segundo, pero suficiente para que toda su cara quedara empapada y de su nariz gotease mi viscoso flujo. Salí como si nada y me dirigí a casa, donde al fin me di placer hasta quedar un poco más tranquila.

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