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Regalo de Navidad

en Voyerismo

Hola a tod@s de nuevo,

Como ya sabéis, últimamente no tengo demasiado tiempo para escribir ni para contestar mails, pero ya que me ha tocado currar estos días de Navidad, pues aprovecho que estamos un poco más relajados para ponerme al día. Bueno, en realidad para mi las fiestas son el fin de año y la Navidad el seis de enero, que es lo tradicional en el calendario ortodoxo, pero a nadie le amarga un dulce, y estos días de baja actividad aprovecho para poner al día la contabilidad, hacer los cierres y estar tranquila en la oficina.

Como ya sabéis, no tengo internet en casa, y me tengo que bajar el correo en la oficina y para ver vuestras fotos y vídeos en casa me los descargo en un USB y los veo tranquila y relajadamente en casa ;-) Mucho mejor así, porque en casa puedo relajarme y verlos en… condiciones ;-)

En el anterior trabajo sí podía chatear, pero ahora estoy en medio del paso y sólo en contadas ocasiones puedo conectarme al gmail y chatear, así que siento las ofertas y peticiones, pero se me hace muy difícil encontrar el momento.

Pero tengo una deuda, una deuda con Raúl. En la antigua oficina el y yo… bueno, hacíamos nuestras travesuras. Ahora nos comunicamos por mail, pero entiendo que no es lo mismo y mi caballero andante se merece una compensación. Así que hoy os contaré algo de lo que él y yo solíamos hacer y espero que se ponga a “tono” como solía ponerse ;-).

En la anterior oficina yo estaba de secretaria y administrativa de mi jefe, por lo que mi mesa, delante de su despacho, tenía algo más de intimidad. De hecho, estaba justo ante la puerta de entrada, vigilada por un guardia de seguridad que se sentaba en el rellano, pero no tenía vista de mi pantalla, ya que yo estaba de frente. Por otro lado, cuando quería intimidad, bastaba cerrar la puerta de comunicación y así nadie podía verme, salvo si alguien entraba buscando a mi jefe o mi propio jefe (que siempre estaba de reuniones, comidas o cenas).

Así sí podía yo chatear con Raúl o el resto de amigos mientras trabajaba. Cuando estaba muy agobiada o llevaba un buen rato con las facturas, entraba en gmail y, si veía a alguno de ellos, pues charlaba un rato. Pero debo reconocer que con quien más chateaba era con Raúl. Tampoco es que nos contáramos demasiadas intimidades, aunque debo reconocer que al final acabamos conociendo cada uno bastante de la vida del otro.

A él le encantan mis relatos, lo calientan mucho, y me pedía siempre que le contara situaciones vividas, cómo iba vestida o cosas así. Por cierto, y pensando en ello, hoy llevo unos panties negros algo gruesos (hace frío en Barcelona), unos botines de tacón de aguja como los que a él le gustan (aunque prefiere las botas altas), una minifalda negra de tela que me ajusta a las caderas y llega poco más abajo que mis nalgas, una blusa escotada blanca con sujetador de blonda que se transparenta un poco. En el respaldo de la silla cuelga mi chaquetita (que me llega por la cintura), y en el colgador, mi abrigo largo para soportar el frío de primera hora.

Como ya sabéis, me gusta llevar minifaldas y botas de tacón, lucir mis largas piernas y marcar mis duritas nalgas para notar cómo me acarician las miradas de los desconocidos, cómo por la calle observan y admiran mi cuerpo ;-). En la antigua oficina quien se llevaba la mejor visión era el guardia de seguridad. Era un gordo seboso con una tripa enorme (bueno, en realidad eran tres que se turnaban, pero este era el más habitual), y no era precisamente discreto con sus miradas.

Cuando tenía un rato y quería relajarme conectaba en el chat con Raúl y le contaba cómo iba vestida ese día y… y bastante frecuentemente le comentaba que el segurata no me quitaba los ojos de encima. Recuerdo que en más de una ocasión que iba con minifalda le comentaba a Raúl que el segurata estaba embobado con mi culito o mis piernas y él me incitaba a más, así que, asegurándome que había tranquilidad en la oficina y mi jefe estaba reunido, yo aprovechaba para ordenar papeles y me levantaba mientras le describía todo a Raúl en el chat.

Asegurándome que el segurata me veía bien yo (evitando mirarle) me levantaba de mi puesto y ordenaba pilas de facturas mientras él tenía una bonita panorámica de mis piernas y nalgas de perfil (mi mesa estaba al frente de la suya, así que si yo me ponía en mi lateral él podía ver perfectamente mi perfil). Con alguna excusa me inclinaba sobre la mesa para alcanzar alguna factura lejana y entonces notaba cómo tenía toda la atención del guardia. Todavía de pie volvía a mi puesto y le contaba a Raúl mientras leía sus comentarios y seguíamos en el juego.

Ahora tomaba una de las pilas y la ponía en el lado opuesto al ordenador, con lo que quedaba de espaldas al guardia, y sacando las nalgas repasaba las facturas mientras veía qué hacía reflejado en el cromado del borde de una figurita que tenía en la mesa. Para alcanzar algunos papeles o algo de la mesa tenía que estirarme un poco, con lo que él se agachaba para ver mejor cómo mi minifalda se alzaba y dejaba a la vista mis prietas nalgas.

Una vez ordenadas las facturas las llevaba al archivador al lado de la mesa y las dejaba correctamente clasificadas. Casualmente, siempre en el cajón más bajo, con lo que el pobre guardia tenía una preciosa vista de mis redondas y duras nalgas. Entonces, sin sentarme, volvía a mi escritorio y le comentaba a Raúl cómo el guardia se estaba poniendo cardíaco, que sus colores ya eran granas y que no se molestaba en absoluto en disimular cómo me observaba.

A petición suya, era entonces cuando iba al baño de la oficina, que estaba al lado del puesto del guardia. Yo me iba hacia allí contoneándome bien sensual y haciendo oscilar mi minifalda sobre las caderas. Al pasar por su lado le hacía un gesto con la cabeza, pero sin sonreír, porque ese gordo seboso vicioso se sentaba en la silla y abría bien las piernas para mostrarme su bulto mientras se acariciaba y su vista me recorría entera, todo muy obsceno. Pero al cerrar la puerta de los lavabos tras de mi, mi calentura ascendía por momentos, por Raúl y por el guarda.

Entonces, metódicamente, me deslizaba la tanguita por las piernas hasta uno de los tobillos. Alzaba el pie y sacaba una de las tiras, para luego, con un movimiento de las piernas, dejar la otra tira deslizarse hasta el otro tobillo y proceder a retirarla también. Desnuda bajo la minifalda me miré al gran espejo del lavabo. Mis pezones se marcaban en la blusa, por lo que me retiré el sujetador. Ahora sí parecía una putita caliente. Pezones duros marcados, minifalda sin nada debajo. Dejo el sujetador y la tanga en el mármol del lavabo y me acerco a uno de los urinarios, levanto la tapa y limpio con papel el círculo donde sentarme.

Sin cerrar la puerta del urinario (estoy sola en la planta en ese momento, el resto de mujeres han salido y sólo quedan hombres), procedo a lo que tanto le gusta a Raúl. Recuerdo que ese día llevaba unas botas altas negras, con una larga cremallera que se deslizaba desde casi las rodillas hasta el empeine del pie. Procedí a quitarme la primera bota y tomé algo de papel. Ya sentada en la taza, con algo de saliva en el papel, limpié bien limpio el tacón y dejé la bota descansando en mi regazo para sacarme la otra y repetir el proceso.

Me veo reflejada la cara en el espejo, sólo la cara, porque el resto de mi cuerpo queda demasiado bajo para verlo en el reflejo. Mis mejillas están rojas (matrioshka), estoy muy caliente sólo de pensar lo que viene ahora. Porque lo que le gusta a Raúl es que, suavemente, introduzca uno de los tacones de aguja de casi seis centímetros en mi húmeda y olorosa conchita. Resbala suavemente por mis mojados labios, desflorando mi interior. Noto cómo acaricia mi sexo, lo abre y penetra en él suavemente mientras mis flujos lo dejan brillante.

A Raúl le gusta más cuando lo introduzco de un solo golpe, brutal y fuerte, pero eso duele, y yo prefiero que la primera penetración sea suave. Lo muevo, lo meto y lo saco lubricándolo. Mis flujos rezuman por mi sexo y bajan a mi ano. Yo me dejo resbalar un poco en el asiento, sacando más las nalgas y facilitando mis movimientos mientras cierro los ojos y se me escapa un gemido.

Saco el tacón de mi sexo y enfila mi ano, donde lo introduzco suavemente. Imagino mi rosadito y prieto ano cómo se va abriendo y engullendo el tacón, noto cómo se abre para dejar paso a la parte más gruesa del tacón hasta que, finalmente, siento la suela de la bota contra mi nalga derecha. Entonces tomo la otra bota y procedo a introducir su seco tacón en mi húmedo chochito.

Me noto ensartada por dos estrechos y puntiagudos sexos, largos sexos, que chocan entre sí en mi interior separados solamente por una delgada membrada, mis dos manos ocupadas sosteniéndolos. Mi respiración se ha acelerado, mis ojos cerrados con fuerza, empiezo a respirar por la boca cuando sacudo ambas manos. Ahora estoy casi estirada sobre la taza, con las piernas abiertas contra la puerta, las rodillas más altas que mi cabeza, totalmente abierta mientras me doy placer moviendo ambos tacones dentro de mi. Gimo y trato de aguantar algún que otro grito (problemas de ser tan expansiva en los orgasmos). Mi clímax crece y noto cómo palpitan mi ano y mi sexo, desean algo más grueso, pero encajo el tacón en mi clítoris y mientras sacudo el de mi ano rozo mi sensible pepita con el otro hasta que mi cuerpo me pide que me lo clave en esa sensible parte y me sacudo con un orgasmo.

Hay orgasmos mejores y peores, este no fue de los mejores, pero tampoco estuvo mal. Me relajé en la taza sintiendo cómo se sacudía mi cuerpo y pasaban los últimos espasmos. Entonces me senté mejor, limpié con papel los relucientes tacones y me puse las botas. Ante el espejo ya me lavé la cara y me arreglé el pelo, la blusa, la minifalda… traviesa, arregle bien el escote para mostrar mis pechos y me pellizqué ligeramente los pezones. Traté de secarme mi flujo, pero permanecí húmeda (tengo los pezones muy sensibles), me di los últimos toques e hice una bola en mi mano derecha con la tanga y el sujetador.

Salí del baño y me acerqué al guarda (seguro que había estado escuchando en la puerta el muy guarro). De hecho, una de las veces no se pudo contener y abrió la puerta, por suerte no me pillo y lo hice fuera a gritos, pero a partir de entonces siempre puse el pestillo. Pero por aquel entonces todavía no lo había hecho y yo me deleitaba mostrándole lo que nunca tendría.

Me incliné sobre su mesa preguntándole si había llegado algún paquete para mi jefe, pero me dijo que no, mostrándome su abultado paquete mientras su mirada se perdía en mi escote que yo tan generosamente le mostraba al inclinarme sobre su mesa. Yo no sonreía, con mi apariencia seria y distante, pero el sí lo hacía pasándose su mano de regordetes dedos por la entrepierna y mostrándome a las claras su bulto.

Yo deslicé mi indiferente mirada de sus ojos a su barriga y entrepierna, mirando cómo se acariciaba y, sin alterar mis facciones, me dirigí a mi puesto. Al sentarme guardé la tanga y el sujetador en mi microbolsito de pedrería, mientras el guardia no dejaba de mirarme y acariciarse. Entonces le describí a Raúl con todo detalle lo que había estado haciendo, hasta mis gemidos o espasmos, él siempre lo quiere saber todo.

Estaba en ello cuando observé que el guardia había deslizado su silla al extremo de la mesa y ahora me mostraba claramente cómo su mano recorría y apretaba el tremendo bulto que se había formado bajo su panza. Naturalmente, se lo describí con pelos y señales a Raúl quien, perverso, me pidió que lo calentara. El guardia debía estar admirando mis pechos, los pezones visiblemente marcados en la blusa, mientras yo tecleaba a Raúl.

Mi mirada seria, distante, indiferente, se clavó un momento en el guardia, que sonrió deformando su horrible rostro y me mostró explícitamente cómo se masturbaba sobre el pantalón del uniforme. Yo suspiré mientras seguía tecleando, pero moví un poco la silla para quedar más expuesta a él. Ahora, un poco de perfil, podía ver perfectamente mis pechos, pues el monitor no me tapaba. Aproveché para acariciarme el cuello (realmente hacía calor en la oficina) y estirar un poco las piernas bajo la mesa.

No pasó desapercibido al guarda, que bajó su mirada para recorrer mis piernas bajo la mesa. Yo acerqué mi silla a la mesa, con lo que su visión mejoró mientras yo me hacía la concentrada con mi chat con Raúl. Mis piernas se cruzaban y descruzaban bajo la mesa y pronto al guarda se le fue la mirada hacia mis muslos. Un leve movimiento de cadera permitió que mi cortita minifalda se alzara lo justo para que se llevara la mayor sorpresa de su vida. Pude ver cómo sus ojos se abrían como platos y su mano aceleraba sus movimientos. Yo cerré mis muslos haciéndome la desentendida y él hizo un movimiento raro. Cuando desvié mi mirada de la pantalla pude ver cómo había sacado su miembro y se masturbaba frenéticamente con su mirada clavada en mi. Yo me hice la sorprendida y como sin querer abrí mis piernas mientras él soltaba tres largos chorros de semen que iban a caer en el pasillo.

Me levanté irada, me acerqué a la puerta de separación y mirándole enojada cerré la puerta como diciéndole: Degenerado! Al volver a mi escritorio no pude evitar sonreír y contárselo todo a Raúl, para luego tomar un marcador (un rotulador grueso de esos fosforescentes) e introducírmelo en mi rezumante chochito. Así, con el marcador en mi sexo, completé mi jornada laboral relajadamente.

Espero que os haya gustado, besos perversos, feliz Navidad y un lujurioso año nuevo.

Sandra

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