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Mi boda XI

en Voyerismo

Mi boda XI

Yo todavía tenía unos días de vacaciones, pero por la mañana Javier tenía que tomar el avión, así que le dije a Julián que avisara a los de las reformas esa tarde, pues teníamos que pagar todavía (y yo antes quería revisarlo todo).

Había quedado con unas amigas para comer (les tenía que contar muchas cosas) y quería dedicar la mañana a deshacer maletas, así que me despedí de Javier con un beso y empecé a abrir los bultos e ir poniendo las cosas en los armarios, cómoda,… Me pasó la mañana volando y, como siempre, tuve que correr para vestirme y prepararme para salir con prisas hacia el restaurante donde habíamos quedado.

Me puse una falda plisada cortita, un poco por encima de la rodilla (era julio y hacía calor), una blusa blanca, zapatos de tacón y bolso de Louis Vuitton que es una delicia y una rebeca por si hacía aire y salí rápida. Esta vez Julián tuvo que quedarse con las ganas, porque pasé ante él como un rayo solamente diciéndole adiós y lanzándole un beso.

Volví sobre casi las seis, contenta y algo achispada por el vino y las copas de después (a las que nos invitaron, muy gentiles, los del restaurante) y al entrar ya tenía a Julián allí esperándome (casi babeando). Le pedí si podía subir para repasar los arreglos y, naturalmente, accedió a acompañarme después de dejar una nota en el mostrador diciendo en qué piso estaba (eso era por si algún vecino lo necesitaba). Me siguió al ascensor y yo procuré que mi blusa tuviera desabrochado algún botón de más para que pudiera admirar mi sostén blanco con blonda y semi-transparente.

Naturalmente, yo venía con un gran sofoco y me tenía que abanicar la cara, el cuello, el escote… para gran disfrute y contemplación de Julián. Le dejé en el recibidor mientras iba a cambiarme a la habitación y parloteábamos en voz alta (por lo que no cerré la puerta al cambiarme).

-          ¿Fue todo bien con los obreros? ¿No hubo ningún problema? – Dije mientras dejaba la falda y la blusa encima de la cama y buscaba algo cómodo que ponerme.

-          No, todo fue perfecto, trabajan muy bien, y yo verifiqué que lo dejaran todo bien limpio. Después tuve que limpiar yo un poco, pero básicamente ellos hicieron el trabajo duro. – Oí que contestaba mientras se acercaba más a la puerta.

-          Sí, cuando llegamos estaba todo brillante, muchas gracias. – Dije volviéndome hacia él con la blusa en una mano tapándome los pechos y la tanga mientras con la otra mano desabrochaba el sujetador. Le lancé un beso y me giré, mostrándole mi desnuda espalda y mi desnudo cuerpo sólo cubierto por la tanga. – Es usted un sol. No sé qué haríamos si no estuviera usted, Julián. – Mientras me inclinaba abriendo el cajón de la ropa interior y le daba una perfecta vista de mi culito. Me había equivocado de cajón y fui al armario, de donde saqué un batín oriental de seda. Me giré y le miré, todavía con el batín en mi mano y mostrándole mis pechos y el vientre tapado sólo con un minúsculo triangulito de la tanga. - ¡Uy! No se me ponga rojo, si ya me ha visto muchas veces, ¿no? Si somos casi como de la familia, ¿verdad? – Dije mientras me ponía el batín frente a él y me lo anudaba. Pero eso no relajó su nerviosismo. Me acerqué a él y le miré sonriente y juguetona. – Es por el olor, ¿verdad? Eso no lo puedes notar a través de las cámaras. Sí, es mi gran defecto, mi flujo huele fuerte, si vieras cuando me excito… - y ante él me despojé de la tanga sin que pudiera ver nada, pero sabiendo perfectamente que me había quedado desnuda bajo el batín. - ¿Ves? – Y le acerqué la tanga a su cara, lo suficiente para que pudiera oler. – Huele a mil demonios, tengo un flujo que huele muy fuerte.

-          Yo… A mí me parece… que huele delicioso.

-          ¡Uy! Eres un sol. – Y me acerqué para darle un beso en la mejilla mientras lo tomaba de sus hombros y mis grandes pechos se aplastaban contra él. Me aparté y dejé la tanga sobre la cama y me acerqué al baño. – Me permites un momento ¿verdad? Me aseo un poco y salgo enseguida que tenemos trabajo.

Entré en el baño y me limpié un poquito el sudor de mis partes íntimas (tanto correr, y ese calor…, las chicas necesitamos limpiarnos un poquito). Una toalla húmeda y listos. Salí y vi cómo tiraba sorprendido la tanga encima de la cama de nuevo. Pero me hice la despistada y fuimos a repasar las obras y lo que habían hecho. Comprobé todos los grifos, agua caliente y fría, las juntas, examiné las baldosas, la pintura… nada, ni un roce, lo habían hecho todo perfecto. Acabábamos cuando sonó el móvil de Julián.

-          Sssííí… estamos en el piso, ¿subís? – Cuelga. – Sssson… los obreros.

El pobre estaba algo nervioso, tenerme al lado, saberme desnuda bajo el batín, verme agacharme y comprobarlo todo, ver cómo se abría el batín y ver mis pechos cuando me inclinaba… pero en esos momentos juro que yo no era consciente de nada, estaba concentrada en ver los resultados de las obras.

Al poco llamaban a la puerta y Julián corría a abrir. Yo me serví una cerveza y me senté en uno de los taburetes de la cocina, esperándolos. Pero cuál fue mi sorpresa al ver entrar a Julián con toda la cuadrilla y no sólo con el encargado. Le acompañaban el joven de la tranca venosa, el encargado de la gruesa y corta morcilla y el de la larga, estrecha y circuncidada espada. Los tres se quedaron en fila delante de mí como formando, con Julián detrás. Se los veía nerviosos, el encargado tomó la palabra, casi tartamudeando.

-          Aquí tiene la factura, señora. – Yo tomé el sobre que me acercaba, como temiendo mi contacto. Lo abrí (no estaba cerrado) y saqué la factura, que concordaba con lo presupuestado (y sí, tenía IVA, no voy a defraudar a hacienda ¿verdad?). – Pero… - y aquí se atragantó. Tragó y trató de seguir, pero no pudo.

-          Tranquilo, no se preocupe. – Y bajé del taburete y abrí el frigorífico, de donde saqué cuatro cervezas agachándome para tomar las más frías del fondo y dejando mi culito en pompa. Las dejé sobre el mármol y me volví para alcanzar cuatro vasos del estante, con lo que el batín se alzó y supongo que pudieron ver mis desnudas nalgas por un breve instante. Seguidamente, del cajón tomé el abridor y procedí a abrir cada una de las cervezas. Con una gran sonrisa fui dándoles a cada uno un vaso y una cerveza, dedicándole a cada uno el tiempo suficiente para que pudieran apreciar mi sonrisa y formas (escote no mucho, pues tenía el batín, cortito, bien cruzado y anudado). – Usted dirá.

-          Mire… es que… - se había bebido casi toda la cerveza de un solo trago, y el resto también, incluso Julián. – Hemos estado pensándolo mucho – ahora ya se dejó llevar y hablaba rápido, como queriendo acabar de una vez. – Y creemos que tal vez podríamos rebajar la factura unos miles de euros si usted… bueno… si usted accediera a… - y de nuevo se quedó seco mirándome con una mirada vacía de expresión, ni siquiera supe distinguir el lógico deseo sexual, no, estaba como bloqueado. El joven le dio un codazo.

-          ¿Sí? ¿Si yo…?

-          Es que… después de lo que vimos con su marido… - trató de continuar.

-          ¡Y lo de la cocina antes! – exclamó el joven.

-          ¡Sí, eso también! – coreó el tercero.

-          Pues verá, es que hemos estado pensando mucho y lo que hizo… - Volvió a clavarse.

-          Lo que hice fue un acto de compasión para que no salieran a la calle y violaran a nadie. Y lo que hago con mi señor marido es cosa nuestra y muy natural en un matrimonio. Soy una señora casada ¡Qué se han creído ustedes! – Me hice la ofendida cruzándome el batín y sujetando firmemente los bordes bien cruzados y tirantes ante mí.

-          Disculpe, no queríamos ofender.

-          No, claro que no.

-          No, no, eso no.

-          Pero es que…

-          Es que no hemos podido dejar de pensar en usted ni un momento. – se atrevió a decir el más joven mirando al suelo en casi un susurro.

-          ¿Tanto les impresioné? – dije yo con aire modoso.

-          Más, muchísimo, es usted una diosa, - se pisaban unos a otros tratando de alabarme mientras sus miradas demostraban sincera adoración.

-          No me dirán que ustedes… pero seguro que sus mujeres…

-          Cuando me tiro la Juani sueño que es usted y ahora follamos como conejos cada día dos y tres veces. Pero yo sólo la veo a usted señora. – Confesó el joven aturdido mirándome con ojos como platos.

-          Lo cierto es que todos lo comentamos y estamos locos por usted.

-          Pero señores… yo soy una mujer casada, no esperarán que yo… por unos pocos miles de euros…

-          No, si dinero ya sabemos que no le falta. – Y aquí el encargado señaló a Julián con el pulgar por encima del hombro y Julián enrojeció. – Pero habíamos pensado que una ayudita… con todo lo de la boda… siempre podía venir bien. Y podríamos olvidarnos de la factura. Mire, si ya traigo el sello de pagado. – Pero le costó horrores sacarlo del bolsillo porque la presión del pantalón lo dificultaba.

-          ¿Pero quién se han creído que soy? ¡Yo sólo hago el amor con mi marido!

-          Señora, que usted folla. ¡Y vaya cómo folla! Se la veía disfrutar como una perra.

-          La perra de mi marido, oiga usted. Un respeto.

-          Sí, sí, sí, por supuesto, pero… habíamos pensado que… tal vez… podríamos hacer como la otra vez…

-          ¿De verdad han estado ustedes follando a sus mujeres pensando en mí?

-          Ufff… si supiera… la Juani todavía se pregunta qué me pasa, pero es que sólo imaginarla a usted necesito cogerla y…

-          A toda hora. De hecho, ha ayudado usted más a nuestros matrimonios que nadie.

-          Y… ¿qué imaginan cuando se las follan? – Me encanta decir follar en voz alta, me pone muy caliente.

-          A usted, claro, pero ellas no nos dejan follarlas por el culo.

-          ¿Y a mí sí me imaginan follando por el culo?

-          Si la oímos pedirlo a gritos.

-          Pero eso era con mi señor marido… -Dije mientras mi pulgar recorría mi labio inferior y parpadeaba inocente. – No puedo dejarles a ustedes. Y repetir lo de la otra vez… ¿Cómo sé que se comportarían correctamente? – Y mis manos empezaron a recorrer el borde del batín suavemente.

-          ¡Señora! Nosotros somos buena gente.

-          ¿Y qué más han imaginado de mí? – Dije ahora con una mano en el borde inferior, estirando el batín marcando mis pezones que se estaban endureciendo y empitonando por momentos.

-          A cada momento lo comentamos, ¿verdad? Que si la follaríamos en todas las posiciones, que si por delante y por detrás, que si nos correríamos en su boca, que si la bañaríamos con leche, que vaya perolas que tiene y vaya culo durito y brasileño…

-          Ruso.

-          Pues ruso, pero los labios de guarra y las cosas que le decía a su marido y cómo gemía y lo perra que era mirándonos mientras él la culiaba y… - se pisaban el uno al otro diciendo guarradas fuertes y más fuertes y poniéndome a mil. Mi olor empezaba a notarse en la estancia.

-          ¿Y ustedes se tocan pensando en mí?

-          Todo el rato, mire cómo nos tiene. – Y primero uno, luego otro y al final los tres (incluso Julián, detrás) habían desenfundado y mostraban sus erectas trancas apuntándome. – Y es que basta que cualquiera haga el mínimo comentario y todos nos tocamos y le regalamos nuestra corrida señora, que estoy harto de limpiar las obras de nuestras corridas. – El joven. – Siempre me toca a mí.

-          Es que tu lanzas ríos de lefa, coño. ¡Uy! Disculpe señora. – Era curioso que después de decir lo que decían se disculparan ahora por una palabrota.

-          Y… ¿se tocan mucho? – dije mientras ya me contoneaba en el taburete y mis piernas no paraban de rozarse una con otra y parpadeaba a cada momento mirándoles con aire inocente. – Ahora mi batín casi ni cubría mis muslos y podían ver todas mis pantorrillas con las piernas cruzadas.

-          Se están retrasando los trabajos, señora. – Confesó el encargado mientras se tomaba la morcilla gruesa en la mano y empezaba a sacudirse. – Que ya no se concentran y están parando a cada momento a machacársela.

-          ¿Y están así por mí? – Dije yo toda inocente haciendo un mohín e inclinándome sobre el taburete mientras, ahora sí, el batín quedaba holgado y mostraba claramente mis pechos a aquellos señores tan respetuosos. Los tres (y Julián detrás) quedaron embobados mirando cómo mis pechos se mostraban casi descubiertos por el batín abierto. – Seguro que se lo están inventando sólo para halagarme. – Y alargué un dedito para tocar la húmeda punta de la del encargado y retirarle la espumita. Luego me la fui llevando lentamente a mis labios mientras alargaba la otra mano hacia la del joven. Introduje el dedito en mi boquita y lamí ante su estupor, se quedaron como estatuas. Mi dedito brillante fue sustituido por el que tenía la simiente del más joven y fue a buscar la del tercero. Después de degustar a los tres me salí de la banqueta y quedé de pie, con lo que el ahora flojo nudo del batín de seda fue descorriéndose poco a poco y yo no hice nada por pararlo. Cayó el cinturón al suelo y el batín quedó holgado sobre mis hombros, pero todavía cubría mis pechos.

-          Sigan, por favor, no se paren por mí, quiero recibir sus ofrendas. – Me puse de rodillas ante ellos y procedí a abrir la boca y sacar la lengua mientras mi mirada pasaba de uno a otro. No tardaron en correrse, pero no dejé que ninguno de ellos me salpicara, las corridas quedaron frente a mí, en el brillante suelo. Entonces me alcé y ahora sí que el batín mostró mis pechos. – ¿Me imaginaban así vestida? ¿Preparada para mi marido? – Y mientras decía esto me paseaba entre ellos e iba acariciando sus fláccidos sexos y embarrándome de sus corridas en mis manos. Sus miradas lo decían todo. Julián, algo más apartado, también se había corrido, pero yo sólo estaba con los tres obreros. Me contoneaba entre ellos y les iba acariciando y hablándoles a la oreja en susurros con acento ruso cada vez más fuerte, calentándolos y notando cómo se iban excitando poco a poco, ahora, después de correrse, más lentamente, para disfrutar más y más tiempo. - ¿Me imaginaban como la guarra y puta que soy para mi maridito? A él no le niego nada, se corre en mi boca cuando quiere, me acaricia cuando y donde quiere, se corre en mi sexo o en mi ano cuando y como quiere. Porque es mi marido, claro, y yo tengo que permitírselo y estar preparada para todo lo que él desee. – Y aquí sus pollas volvían a estar derechas y duras, aunque la del encargado todavía no del todo, debía costarle más. – Si él me lo pidiera no dudaría en complacerlo en… todoooo. - Dejé sus pollas otra vez preparadas y volví hacia la banqueta, de espaldas a ellos. Estirando bien las piernas las abrí un poco y me agaché aguantándome en el alto taburete sacando bien mis pompas. Con una mano corrí el batín mostrándoles mis dos orificios. – Y a él le diría: ¿Por dónde quieres cariño? ¿Por el sexo? – Y mi mano bajó entre mis piernas y abrió mis labios mostrándoles mi empapado y oloroso sexo rezumante, deseoso, caliente, acogedor. Ellos ya se estaban volviendo a masturbar. - ¿O hoy prefieres mi agujerito más estrechito? – Mi cabeza reposaba en el taburete, mirando atrás, mirándoles a ellos, mirándoles masturbarse con furia, mientras mi otra mano, esta vez por encima la grupa, serpenteó por mi espalda con mis finos dedos y rojas uñas avanzando hasta entrar en contacto con mi rosado orificio. Una mano abría mi sexo, y pronto vieron como uno de mis deditos perforaba el prohibido orificio del placer posterior. Ahora oía sus bufidos mientras se sacudían con furia. Se les escapaba de vez en cuando algún “Guarra” o “Puta” que me encendía por dentro una llamarada a cada insulto. – Sí, porque soy su puta, su guarra, la más sucia esposa en la cama. – Y aquí ya fueron dos los dedos que penetraron mi ano y tres los que embistieron mi sexo con ruidos húmedos entrando y saliendo acariciando mi clítoris en su recorrido. Oía cómo ellos se la machacaban y se oía su succión, pero por encima estaba la mía, goteando flujo en el suelo y por el interior de mis muslos, abierta hacia ellos, caliente perra ofrecida para su placer.

El más joven fue el primero en correrse, lanzó una lechada mucho más potente que antes y llegó a pringar mi nalga derecha, quedando un pegote goteante allí que dejé que cayera por mi muslo, espeso. Los otros tres chorros que lanzó no me llegaron ¿Cuánta leche acumulaba ese chaval?

Me giré y poniendo mi cara más guarra me acerqué al chico, me arrodillé y tomé su polla para limpiársela con mi boca mientras miraba a los ojos de los otros, que se acercaron todavía meneándosela con furia. Yo les mostraba mi boca abierta, me relamía y tragaba la leche del chaval y me preparaba para ellos mirándoles con cara de salida, guarra y putona. Vi que el otro obrero estaba a punto y antes de que empezara a sacudirse le aparté su mano y engullí su polla tomando en mi boca su corrida, que no fue muy abundante, pero lo suficiente para retirarme y, abriendo la boca, mostrarle la corrida sobre mi lengua, cerrar, tragar y relamerme y volver a abrir para que vieran que no quedaba nada.

El encargado acababa ya, así que dejé mi lengua en la punta de su polla y le lancé el aliento. Fue demasiado para él, que derramó cuatro gotitas sobre mi lengua y suspiró aliviado. Lamí y le limpié. Los tres formaban un espectáculo peculiar, con los pantalones en los tobillos y sus pollas fláccidas cayendo, encogiéndose.

Me puse en pie entre ellos, orgullosa, diva. Con dos dedos me limpié los restos de semen de la comisura de los labios. Luego tomé lo que había quedado en mi nalga y me lo zampé relamiéndome.

-          ¿Suficiente caballeros? Creo que con esto queda saldada la deuda ¿verdad? – El encargado me miró con aquellos ojos vidriosos del placer satisfecho y plantó el sello de pagado en el arrugado papel de la factura. Se giraron, pudorosos, alzándose los pantalones para salir y los acompañé a la puerta, donde Julián también se arreglaba su vestimenta.

Y así fue como nos ahorramos otros miles de eurillos, que en tiempos de crisis va bastante bien.

Espero vuestros comentarios, aquí y en mi mail.

Besos perversos a tod@s,

Sandra

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