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Mi boda VI (el banquete)

en Voyerismo

Mi boda VI (el banquete)

Entramos en el salón del banquete encontrándonos con todo el mundo sentado y esperándonos en sus mesas. Las chaquetas ya colgaban de las sillas y algunas corbatas estaban desanudadas. Aplausos y vítores.

Javier y yo fuimos recorriendo cada mesa y saludando, pero rapidito, que no teníamos que hacer esperar a la comida. Sólo algunos gestos cariñosos, hasta llegar a la mesa presidencial donde nos recibieron sus padres, Don José y Natalia, así como dos abuelitas que no se enteraban de nada y sólo se gritaban la una a la otra para poderse entender (debían ser demasiado coquetas para ponerse el audífono y acababan gritándolo todo).

Muy atento, Javier no dejó que nadie más se ocupara de mi silla y fue él mismo quien me acomodó para sentarse después. Sólo entonces empezó el desfile de camareros con los platos, primero la presentación a la mesa presidencial, y después al resto del salón. Y empezó el bullicio y las charlas. Pese al vestido, comí con hambre y gusto. Después del pescado fue cuando nos alzamos e hicimos el recorrido por las mesas, saludando, ahora sí, y teniendo tiempo para algún comentario con cada invitado. Pude conocer toda la familia de Javier, incluso la más lejana, y dejó para el final la mesa de los inversores de los USA.

Allí a Javier le cambió un poco el aspecto, continuaba relajado, pero estaba más formal, como más duro. Es curioso como cambiamos de pose cuando tratamos con uno o con otros. Me presentó y nos abstuvimos de los besos, sólo encajadas de manos formales. Un mejicano sí me tomó la mano y, con galantería, me la besó a modo de caballero (en el anillo), pero los de los Estados Unidos fueron más formales sólo encajando la mano. Javier quería cumplir y salir de allí, pero el mejicano estaba encandilado y me retenía la mano preguntándome cosas. Curiosamente nuestra charla era en inglés, supongo que por el resto de la mesa, pero eso no es problema para mí (y no, no tengo el acento ruso de las películas, estudié inglés británico y lo hablo con fluidez, aunque mi vocabulario es amplio sólo en la parte económica por el trabajo, y no tanto en el resto de áreas).

Se interesó por la diadema y el precioso collar, y le comenté que era el regalo de bodas de un gran amigo mío que era orfebre. Fue muy natural que quisiera tomar el collar entre sus dedos para examinar el trabajo artesanal de la pieza y las piedras, con lo que pronto me encontré con el tacto de sus dedos en mis pechos. No hubo nada malintencionado, pero no pude evitar que se me endurecieran y mis pezones cobraran vida. Naturalmente lo notó y se ruborizó (¡qué tierno!), pero yo le sonreí para tranquilizarlo y le tomé la mano para que siguiera admirando tranquilamente (él ya la iba a retirar). Me incliné más todavía sobre él, con lo que el roce sobre los pechos se hizo menor, pero la visión de mi escote se amplió notablemente.

Un atento camarero acercó dos sillas para que pudiéramos sentarnos (porque yo estaba agachada sobre el mejicano, que estaba dudando si sentarse o quedarse de pie y…), así que lo que Javier había esperado que fuera una visita fugaz se convirtió en la visita más larga a las mesas de los invitados. El mejicano, con ojo experto, reconoció el valor de la pieza, con lo que el caballero americano de su lado también se interesó y así fue como mi escote fue admirado por todos y cada uno a turnos y mis pechos bien sobados por todos ellos. Mis pezones estaban duros y mis aureolas se habían inflado ostensiblemente, dejándose ver por encima del escote, lo que hizo que mi vuelta a la mesa fuera un buen espectáculo (todos querían ver y tocar… el collar).

Javier estaba hablando de negocios con uno de ellos cuando les interrumpió mi vuelta a la mesa. Uno de los americanos le indicó que observara bien mis joyas y me planté ante él sin darle tiempo a más, con lo que alzó la vista y su panorama cambió totalmente de los negocios al espectáculo del placer más absoluto. Pero en su mirada, sólo lo vi en su mirada. Su cara no cambió un ápice, pero su mirada sí, algo llameó en sus ojos y, muy educadamente, tomó el extremo colgante del collar de entre mis pechos provocándome un roce muy sensual que me recorrió como una descarga. Sus manos eran suaves y muy cuidadas y se movían sobre mi piel como terciopelo caliente. Observó y observó, acercó la joya a sus ojos y se agachó sobre mi escote, pude notar su cálida presencia muy cerca de mi piel. Pero entonces dejó de mirar la joya y alzó sus ojos hacia los míos. Nada en sus movimientos o en sus gestos o en su actitud revelaba nada más que un educado interés, pero cuando sus ojos coincidieron en los míos pude percibir el deseo del depredador en la presa.

Javier no me lo había dicho, pero fue en ese momento que me percaté que ese americano tenía que ser Mr. Clifford, lo recordaba porque Javier me había dicho que era el tipo clave en la inversión en sus negocios, pero también porque me sorprendió que su apellido fuera un nombre propio. El tal Mr. Clifford me miraba no sólo con deseo, sino con la mirada del que sabe que debo y seré suya, algo que me incomodó, pero también me calentó, y decidí aceptar el reto, me verás pero no me catarás.

Abrí mis piernas ante él, con lo que llegó a ver el extremo de las medias y el liguero (sólo eso), y me acerqué para que pudiera contemplar los pendientes. Su aliento alcanzó ahora mis mejillas y mi perfume le envolvió, y no precisamente el Channel nº8 (el nº5 está demasiado sobrevalorado, el 8 es mucho mejor), pudo oler mis flujos, seguro, y con ese olor procedí a bajar mi cabeza para que pudiera admirar mi diadema, con lo que, sentados, mi cabeza quedaba cerca de su abultada entrepierna. Para poder agacharme con comodidad, una de mis manos quedó reposando sobre su muslo. Noté su incomodidad, aunque el bulto de su entrepierna no debió pensar lo mismo, porque creció algo más, aprisionado por el formal chaqué.

Finalmente me incorporé y me alcé, espectacular, ante él, mientras Javier disimulaba su sonrisa por mi travesura. Nos despedimos de todos ellos hasta dentro de dos días, en Cadaqués, “¿porque usted también vendrá, verdad?” le dije con un mohín de niña traviesa mientras me acercaba para darle un último beso de despedida poniéndole el escote entre sus ojos e impregnándole, una vez más, de mi aroma con un suave roce en su mejilla. Don José nos había convocado (sí, el viaje de bodas debía esperar unos días, ya estaba todo programado), y el tal Clifford todavía no había confirmado (lo que quería decir que la inversión no estaba nada segura). Su seco “sure” –seguro- reflejó sorpresa y relajación en Javier, que me estrujó la mano ante la sorpresa. Os prometo que pude sentir su mirada en mis posaderas y espalda mientras Javier y yo volvíamos a la mesa presidencial a degustar el solomillo sangrante que ya estaba frío.

Javier me recriminó sin convicción por la travesura, pero seguro que ahora el americano estaba más que predispuesto a ir a Cadaqués con buen ánimo. La mano de Javier me acarició por debajo de la mesa (y de la falda) en agradecimiento, mientras besaba castamente mi mejilla y sus dedos se insinuaban en mi húmedo sexo. “Eres un diablillo divino”, y seguidamente fue a contarle a Don José que su querida mujercita le había arrancado al americano el compromiso de visita a Cadaqués donde negociar la inversión.

La llegada del pastel fue un perfecto show de luces y bengalas, con un fino estoque (histórico, de 1.600) cortamos la primera porción y después lo retiraron para servir, dando paso a los brindis. Después del primer y tradicional y soso brindis de la tradición española, los invitados me deleitaron con la tradicional ronda de brindis rusos. Un brindis ruso no es una frase y a beber, no, eso es lo que hacen aquí los españoles. En Rusia hay incluso libros de poemas para inspirar los brindis (y profesionales que puedes contratar para animar la fiesta con espectaculares y cultos brindis), y deben ser redactados especialmente para la ocasión (inspirados, pero no copiados de los libros de brindis o poemas).

El padre de Javier hizo callar a todos y alzó la copa, iniciando la preciosa sorpresa que habían preparado entre familiares y amigos exclusivamente para mí (yo no sabía nada). Explicó la tradición de los brindis rusos, la composición de poemas para la ocasión, y se atrevió a ser el primero en romper la veda y regalarme un poema dedicado a mí, la ahora-ya-no-novia-sino-mujer, donde pude apreciar toques de Pushkin y Neruda, mis dos poetas preferidos. Dejaron unos minutos después del brindis, aplausos (de pasarle el brindis escrito a las dos viejitas que no escuchaban nada) y volvimos a comer hasta que Javier se alzó y continuó la preciosa sorpresa que me tenían reservada con un brindis - poema que había tomado retazos de Lorca - en honor a los padres (el segundo brindis acostumbra a ser en honor a los padres). Mis padres ya no están, así que su brindis despertó en mí unas lagrimitas por su recuerdo, pero fue precioso y todos nos alzamos y brindamos mirando a los padres de Javier.

Después fue mi madrina, Lucía, quien se alzó y entonó un poema para el brindis por el amor. Lo hizo muy bien, con algún toque de humor sobre mis escarceos y la energía necesaria que tendría que dedicar Javier a someterme y hacerme “una buena y tradicional esposa”. Fue un poema burlesco ridiculizándonos a los dos, y todos estallamos en carcajadas interrumpiéndola en más de una ocasión.

Para mi sorpresa, habían conseguido muchos más colaboradores (y algunos revelaron una vena poética que me sorprendió) y el pastel se alargó con buen cava y licores mientras se iban alzando uno y otro y declamando sus poemas. Hubo muchos humorísticos, hasta un abuelete de la familia de Javier hizo uno de mis interminables piernas –y lo que él les haría- que nos dejó a todos atónitos –su sonrisa pícara y los golpes que le dio su mujer con el bastón fueron un momento memorable de la boda-. Tuve que alzarme y acercarme a él dándole un besito en la calva y tranquilizando a su mujer mientras él insinuaba su mano entre la abertura de mi falda para regocijo de todos (por suerte su mujer fue la única que no lo vio), y yo le recriminé amablemente agradeciéndole el detalle del poema.

Naturalmente, entre poemas y brindis subastaron la corbata de Javier y le llegó el turno a mis ligas (azules, un detalle de Laura). Para la primera de ellas tomé al abuelete, le llevaron casi en volandas hacia la mesa presidencial y pude ver cómo se emocionaba y le subía la tensión poniéndose rojo como un tomate e inflándosele las venas (no se me vaya a morir aquí, pensé). Pero no, aguantó como un jabato. Con ternura, procedió a poner sus temblorosas manos en mi muslo. Yo abrí mi falda con descaro volteándola ante él (per no mucho, que no llevaba tanga) y él procedió a ascender sus manos por mi media hasta acceder a la liga. Muy caballerosamente fue deslizándola abajo con sus dedos mientras recorría todo mi muslamen y sus ojos no se apartaban de mi carne. Realmente pude sentir su deseo en el beso que posó en mi descubierto muslo, justo sobre el final de la media, mientras yo me cubrí apara que no descubriera mi desnudez. Se alzó con la preciada prenda susurrándome que tenía un olor delicioso y la mostró al público, iniciando la puja en mil euros ante la indignación de su mujer que gritaba y gritaba que dejara de hacer el ridículo.

Pero la puja no duró mucho, pues Mr. Clifford la mató al ofrecer diez mil por la prenda y el privilegio de tomar la otra. Lo hizo con su voz grave y sin estridencias, sin gritar, pero aquello heló la alegría y las risas. Viendo que todos habían callado al oír semejante proposición con esa seriedad, yo reí y le llamé a la mesa presidencial (de una manera u otra había que romper esa seriedad). Pausadamente, sin ni siquiera sonreír, se me acercó. Cuando lo tuve frente a mí, con todo el descaro del mundo, alargué mi mano con la palma hacia arriba y la dejé esperando el dinero. Ahora sí se sorprendió y sonrió ampliamente cuando captó la intención. “Business are business”. “Dilá, dilá…” me respondió divertido metiendo la mano en el interior de su chaqueta, sacando talonario y pluma y extendiendo un talón por importe de 10.000 euros de un banco americano. Examiné el talón contra la luz haciendo comedia y arrancando risas, para insertárselo en la cremallera de los pantalones de Javier y apartarlo para que nos dejara espacio (Javier estaba horrorizado con que le hubiera exigido el pago por adelantado, pero a la vez sorprendido que el americano hubiera aceptado la broma con placer).

Entonces me puse de espaldas al público e hice agachar a Mr. Clifford ante mí, que se puso de rodillas esperando alguna nueva gracia de aquella rusita, como que tuviera que implorarme o algo así. Pero nada de eso estaba en mis planes. Lo que hice fue abrir mi falda y encerrarlo en ella mientras movía mi trasero lanzando gritos de placer. Ante aquella bufonada Clifford debió sentirse algo ofendido, pero su reacción estuvo a la altura, y rápidamente pude notar sus manos alrededor de la liga para acabar con ello. Pero hubo una pausa, mi olor debía ser muy intenso allí abajo, y mis gritos simulados de placer cambiaron a un escalofrío de sorpresa cuando pude notar un lengüetazo en mi sexo que recorría mis labios vaginales de abajo arriba abriéndolos e insertando la punta de la lengua en mi húmedo y preparado sexo. Sus manos bajaron la liga mientras yo me congelaba por un momento y le tomaba la cabeza por encima de la falda y lo apretaba más contra mí para que todos rieran, pero en realidad apartaba mis caderas para liberarme de esa lengua que podría haberme hecho llegar a un rápido orgasmo delante de todos.

Alcé mi pie para liberar la liga mientras le permitía un segundo rápido lametón y lo sacaba de entre mis piernas. “Naughty, perverse, but nice” (travieso, perverso, pero agradable), y él me respondió que era el mejor brindis de todos. Los dos nos sonreímos, esta vez con toda la cara y no sólo la mirada. Pero cuando se relamió volví a ver esa brillante mirada de deseo. “You have pending business in Cadaqués” (tiene negocios pendientes en Cadaqués) le dije con sonrisa insinuante. Alzó la liga que esta vez quedó en unos muy honrosos (y más normales) seiscientos euros para Pau, que se la ofreció a Julia (¿sería una proposición más seria? Ya me lo contaría).

Durante el resto de la fiesta en el salón Mr. Clifford tuvo sus ojos clavados en mí cada minuto, y esos ojos sólo revelaban una cosa, deseo de posesión.

Besos perversos a tod@s

Sandra

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