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Barcelona en verano

en Voyerismo

Hola a tod@s,

De nuevo… perdonad mi tardanza en escribir pero… estoy muy muy muy liada y… ni tiempo ni… Además, ahora con el buen tiempo en Barcelona… digamos que tampoco tengo demasiadas ganas de encerrarme a escribir. Pero hay experiencias que… merecen dejar memoria.

Si en invierno las medias, ligueros o los roces nos proporcionan momentos… especiales, es en verano cuando los “descuidos” pueden proporcionar momentos igualmente memorables. Imaginaos el calor en Barcelona (y la humedad), lo ligeritas de ropa que nos obliga a ir para no sudar… y si lo combináis con mi picardía… Bueno, podéis tener una idea, pero seguro que nunca acertareis al pleno.

Además, este verano era una situación excepcional. Javier, mi marido, todavía estaba ultimando cosas en Boston, de manera que yo estaba solita en Barcelona apurando mis últimas semanas de trabajo hasta podernos reunir e ir de vacaciones. Barcelona es una ciudad deliciosa y que me enamora, pero tener que ir a trabajar en julio no la hace precisamente… atractiva.

El ritmo en el trabajo es infernal, como cada julio. Parece que el mundo tenga que acabarse antes de las vacaciones y todo tiene que dejarse terminado y al día. Facturas, albaranes, pedidos… todo tiene que entrar en el sistema antes de agosto y eso nos obliga a jornadas interminables ante el ordenador que me dejan agotada.

Por suerte, esos días la vestimenta es más informal, las corbatas se relajan, los hombres llevan pantalones finos de pinzas y las falditas ascienden. Las blusas se sustituyen por cómodas camisetas y la ropa interior se minimiza para evitar tensiones (aunque yo creo que todavía crean más).

Pero nada te libra del calor y la humedad. Por eso ese día salí de casa bien fresca. Faldita corta de tela ligera atada en un vuelo al lateral, una blusa blanca con varios botones abiertos, zapatos de tacón de aguja y minibolsito con sólo lo imprescindible. Al ver a Julián en la entrada su mirada se prendió de mi figura mientras me abría la puerta, me envolvió el sofoco del exterior mientras le sonreía al salir y tras las gafas de sol pude ver cómo se quedaba en la puerta mientras yo descendía hacia el metro por la calle. Giré la cabeza y le sonreí bajándome un poquito las gafas pillándole todavía contemplándome y reí con malicia al verle todavía prendado de mi figura. Eso sí que es un buen regalo por la mañana, te sube la moral y te hace empezar con buen pie.

El calor era intenso y la humedad insoportable pese a la hora temprana, pero juro que no llevaba nada malo en mente, sólo la sonrisa de pensar en Julián babeando por mí. Al entrar en la estación de metro la mezcla del aire pesado de las cavernas mezclado con los intentos de la inútil ventilación no refrescaban en absoluto. Por suerte llegó pronto el metro y no tuve que esperar nada. Las puertas se abrieron y la refrigeración interior me acogió. No iba muy cargado y pude sentarme en uno de esos espacios de cuatro asientos donde sólo dos estaban ocupados. Dos oficinistas que debían ser compañeros parecían clones el uno del otro. Algo más de cuarenta años, sentados uno al lado del otro, con las chaquetas del traje en el regazo. Su conversación se interrumpió al sentarme frente a ellos. Yo alcé mis gafas sobre la frente mientras consultaba el móvil que había sacado del minibolsito.

Nada interesante. Silencio. Silencio prolongado. Alcé la vista i entonces pude ver a los dos hombres con su mirada centrada en mí. Ya no conversaban, de hecho, creo que debían estar completamente estáticos desde que yo me había sentado hacía ya una estación. Sus caras eran un poema, miradas vacías (o llenas de mí, depende de como se mire). Ambos reaccionaron tratando de disimular, se miraron y rieron nerviosos.

Suelo producir esa impresión… pero sólo cuando lo pretendo. Cuando me preparo y me visto para impresionar, cuando busco la sensualidad en la ropa o el gesto, cuando lo busco intencionadamente… ¡no yendo a la oficina! Bajé mis gafas de sol y miré por la ventana del túnel. Mi reflejo mostraba unos mofletes algo subidos de tono (más oscuros en el reflejo por el calor), mi blusa abierta no mostraba nada indecente, pero los pezones habían reaccionado al frío del vagón y se transparentaban orgullosos y erectos a través del fino sujetador bajo la blusa. Dos puntitas que debían marcarse en mi perfil.

Bajé la mirada como oteando al móvil y pude ver mi piel reluciente por la inevitable transpiración. Claro, yo sí podía ver claramente mis pechos por el escote, pero desde el frente no debería ser descarado.

Dejé vagar mi mirada cuando en realidad observaba a los dos oficinistas que después de sus sonrisas cómplices me seguían devorando con la mirada sin darse cuenta que mis gafas me permitían verlos claramente ya por el reflejo de la ventana, ya haciendo ver que miraba al fondo del vagón.

Mi mano resiguió mi cuello como tratando de refrescarme y mi escote se abrió un poco más. Me incliné para volver a introducir el móvil en el bolso y entonces sí pudieron contemplar a gusto mis generosos pechos. Al incorporarme dejé relajar mi mano por el cuello hasta el canalillo y esa presión propició que, casualmente, otro botón se desprendiera. Ahora los contornos internos de mis pechos eran claramente visibles y también el inicio del sujetador transparente. Dos claras bubas redondas y tentadoras se asomaban a su frente.

No babeaban de milagro, pero sus respiraciones eran aceleradas. Aquello me divirtió. Cuando descrucé las piernas, pero manteniéndolas prietas, no pudieron retenerse y las dos miradas se deslizaron recorriendo mi figura hasta contemplar la parte descubierta de mis muslos. Sois tan predecibles…

Mis manos tomaron los bordes de la cortita falda y mi culito se alzó un poco del asiento. Sintiendo sus miradas en mis piernas estiré la faldita como para cubrirme, cuando en realidad abría un poquito los muslos y les permitía una visión más profunda de mis intimidades.

Mi mirada en ese instante estaba hacia el pasillo, con lo que su comprobación les tranquilizó y ambos se dieron un toque el uno al otro mientras sus miradas volvían a concentrarse en mi cintura (por decir algo). Ahora tenían una sonrisa boba en sus bocas.

Una de mis manos volvió a alzarse y sujetó el bolsito en mi regazo mientras la otra quedaba sobre uno de mis muslos, en contacto con mi carne los dedos, la palma sobre la faldita. Tan cerca, no podían ver mis intimidades, pero cada centímetro de apertura les hacía sudar de excitación.

Se sucedió una parada más y aproveché para comprobar el nombre de la estación mientras me recostaba para mirar de lado, abriendo más la faldita y el escote con mis movimientos… involuntarios. Ahora parecían cardíacos los dos. Los colores se les habían subido sensiblemente y sus manos estaban arrugando sus chaquetas en el regazo.

Al volver a enderezarme la faldita se había subido sensiblemente y ya mostraba completamente mis muslos. Me ladeé hacia el pasillo, con lo que mi nalga al lado de la ventana quedó expuesta a sus miradas para su gran alegría. Fui a levantarme cuando el metro llegaba ya a mi estación, movimiento que captó su entera atención y les hizo abrir los ojos como platos, pues mi escote quedó abierto ante sus miradas.

El frenazo me sorprendió a medio movimiento y me hizo perder el equilibrio, cayendo sobre ellos. Mis pechos fueron a parar en la cara del que estaba junto a la ventana y caí recostada sobre el segundo. Mi expresión de asombro era genuína. Tan concentrada estaba en pensar cómo los había excitado, regodeándome en mis propios pensamientos y sensaciones, que había tenido un descuido. De lado, sobre ellos, traté de ponerme en pie. La mano libre de mi bolso buscó dónde afianzarme, encontrando algo erecto bajo una de las chaquetas. La retiré rápidamente y busqué dónde, pero también ellos, caballerosos, trataban de ayudarme y al tratarme de alzar me hicieron caer de nuevo.

Ahora una boca sorprendida recorrió mi pecho derecho hasta encajar en el pezón y una mano exploró el interior de mi muslo izquierdo que, con mi caída, llegó hasta la tela de mi tanguita. Mi mano encontró un espacio firme en el asiento del cuarentón de la ventana y una electrizante sensación me llevó a la reacción inmediata de alzar mi grupa escapando de la caricia más íntima pese a que mi pezón (y pecho entero) se apretó todavía más contra aquellos ávidos labios.

Me alcé presurosa, con la blusa escandalosamenet abierta y totalmente descolocada mientras ellos también lo hacían con sonrisas llenas de satisfacción en sus radiantes (y sudorosas) caras. Intentaba recomponerme cuando uno de ellos me alcanzó mi bolsito y yo lo tomé en un reflejo instintivo que me hizo zarandear entre ellos que corrieron a salvarme de una nueva caída sujetándome como pudieron.

Todo eran sonrisas y disculpas en las miradas, pero eso no impidió que sus manos, para sujetarme, naturalmente, recorrieran mi anatomía. Mi pechonalidad, por supuesto, y mis nalgas bajo la faldita. Fueron sólo unos instantes, pero unos instantes electrizantes, allí, en público, ayudándome a quedar firme. Me erguí y me sostuve en el lateral de los asientos y ellos se separaron lo suficiente. Les sonreí y agradecí la ayuda, a qué enojarse. De hecho, yo no lo estaba lo más mínimo. No sé si mi picardía asomó o no a mi mirada, pero ellos seguro que no podían verlo bajo las gafas de sol.

Giré para comprobar que no me dejaba nada y mis nalgas encontraron la erección del de la ventana. Me incliné mirando bien que no me dejara nada regalándole el contacto y notando yo clarísimamente el suyo. Seguro que fue mi imaginación, pero creí oir un gemido quedo de sorpresa o… satisfacción. Me erguí de nuevo volviendo a agradecerles, comprobando que el de la ventana estaba al borde de una taquicardia, y salí rozando con el anverso de mi mano la entrepierna del otro, que se sacudió como si hubiera recibido una descarga eléctrica.

Finalmente llegué a tiempo a la oficina pero algo sofocada.

Historias de Barcelona en verano.

Besos a tod@s,

Sandra

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