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Mi boda IX (CadaquésV)

en Voyerismo

Mi boda IX (CadaquésV)

(Perdonad el retraso en continuar la serie. He estado en Rusia por navidades y al volver ha sido una locura de trabajo, trataré de irme poniendo al día poco a poco. Por cierto, muchas gracias por los mensajes de felicitación de mi cumpleaños, las navidades, el año nuevo y también del año nuevo ruso. Muchísimos besos a tod@s.)

Cuando Javier tomó el ticket a la entrada de la autopista me puse todavía más cómoda. El Jaguar se comía los kilómetros y yo me descalcé y puse mis pies en el salpicadero, me relajé y empecé a contarle a Javier todo lo que habíamos hecho desde la salida de casa hasta la vuelta. Me recosté en el amplio asiento de cuero y abrí mis piernas para acariciarme tranquilamente dejando que toda mi frustración y deseo saliera con las palabras mientras le relataba los hechos.

Cuando llegué a la prueba del vestido mis manos recorrieron mi cuerpo mientras le describía las sensaciones. Las piernas enfundadas en ese perfecto guante de piel, mientras mis manos subían de las pantorrillas a los muslos. El corsé que me apretaba y me hacía sentir erguida y poderosa, con mis pechos alzados y excitados y pezones puntiagudos, mientras me los pellizcaba con fuerza. La tanga bien apretada en mi sexo que me acariciaba como una mano la totalidad de mis labios, mientras me abría la flor con un travieso dedo, recorriendo del ano a mi sexo húmedo.

Y también le describí cómo Yolanda se sometió y pegó su cara a mi entrepierna mientras mi palma simulaba el contacto oprimiendo mi sexo. Y entonces llegó el azote, el azote en el sexo de Yolanda que le multiplicó su orgasmo. Pude sentir cómo su orgasmo alcanzaba el cénit y la recorría entera, pero también cómo subía por la fusta y recorría mi brazo y me convulsionaba a mí, sin llegar a ser un orgasmo era un placer que me recorrió entera, un placer unido a su placer, era el placer de Yolanda recorriéndome. No fue un orgasmo, pero estuvo muy cerca en mis sensaciones.

Después, en el taxi, no pude deshacerme del papel dominante, y Laura se doblegó en un instante. La sensación de saber que ella no se negaría, de tenerla a mi lado y saber que lo estaba haciendo bajo mis órdenes, que en ese momento le podía pedir lo que quisiera y ella lo haría inmediatamente, por mí, sólo me bastaría susurrárselo y ella haría cualquier cosa. Salir desnuda del taxi, darle placer al taxista, darme placer a mí… cualquier cosa.

-          ¿Soy un monstruo? – Le pregunté mojada totalmente negándome todavía el orgasmo.

-          Un monstruo sensual y precioso, exquisito. Creo que estás descubriendo nuevas facetas de tu sexualidad y que las disfrutas libremente, bienvenido el monstruo, pues.

-          Pero contigo no podría, no sé por qué, pero lo sé.

-          Porque yo no lo disfrutaría.

-          Pero a mí tampoco me gusta hacer daño.

-          ¿Daño? ¿Qué daño o castigo has impartido que no fuera para su disfrute? Creo que Yolanda tuvo uno de sus mejores orgasmos en mucho tiempo, y Laura disfrutó de su liberación con esa sumisión. Pudio realizar una de sus fantasías secretas, seguro, porque tú se lo pediste. Laura no es tonta, es una profesional inteligente y muy bien valorada. Seguro que no haría nada contra su voluntad, pero estoy seguro que la sumisión le permitió liberarse de la responsabilidad y hacer una de sus fantasías secretas. Te aseguro que no has hecho daño a nadie, querida. En cambio, yo no querría ser tu sumiso ni tu dueño, entre nosotros eso no funcionaría.

-          Lo sé, tal vez por eso no me atrae contigo pero sí me atrajo con ellas. Si las hubieras visto disfrutar… Y a mí me dejó más excitada que en décadas.

-          Pero… ¿Qué te llevó a buscar eso de dómina?

-          Mr. Clifford. Ya sabes, vi qué tipo de sexo le atraía y… estoy convencida que podré conseguir lo que quiera de él así.

-          No me gusta eso, no te metas en mis negocios, esto es muy delicado y son tipos de cuidado. Aunque les puedas ver felices flirteando, son tipos duros y con recursos, no me gusta que interfieras.

-          Iré con cuidado, no te preocupes, su mirada lo decía todo y sabré llevar la situación, pero estoy segura que el resultado lo valdrá. – Dije recordando aquella mirada de cazador acariciando mi cuerpo. – No podrá evitarlo.

-          Eres mala. Y yo estoy muy malo.

Le miré, y entonces bajé la mirada y pude ver que, efectivamente, mi pobrecito cuarentón estaba muy muy muy malo. El relato no sólo me había afectado a mí. Deslicé mi mano hacia él y le oprimí su abultado bajo vientre. Mis deditos consiguieron bajar la cremallera y liberar su sexo. Afortunadamente la salida de la autopista era automática y sin personal, porque cuando la abordamos yo estaba tumbada y le acariciaba y lamía su sexo suavemente. No le estaba haciendo una mamada, sólo me deleitaba con el sexo de mi hombre, besándolo, jugando con él, lanzándole lengüetazos, acariciándolo. Así estuvimos (suerte del cambio automático) hasta abordar el camino que nos llevaba a la mansión de Don José, perdón, José a secas, como él quería que le llamara (y Natalia).

Natalia fue quien nos recibió al pie del coche. Su marido y los inversores habían bajado al pueblo a supervisar los preparativos del barco (el orgullo de José, que no había podido esperar al día siguiente para vanagloriarse de “su niña” ante ellos). Natalia nos vio tan sudorosos que nos envió directamente a la habitación a refrescarnos y ponernos cómodos y relajarnos del viaje y ordenó a Ramón, el jardinero, subirnos las maletas.

Yo tomé el neceser y subimos a nuestra habitación rápidamente. Fue dejar el neceser en el primer mueble disponible y abrazarnos y empezarnos a comer la boca el uno al otro mientras nuestras manos recorrían el cuerpo del otro con ganas. Necesitaba sexo, lo necesitaba para acabar de limpiarme por dentro y por fuera, para limpiar mi mente, y lo necesitaba con mi marido, nada de fantasías o juegos, quería sexo con mi pareja, con aquél que sabía entregado a mí.

Javier tiró de la tanguita abajo mientras yo le deshacía el cinturón y le dejaba calzoncillos y pantalón en sus tobillos. Entonces salí rauda hacia el dormitorio y él trató de seguirme tropezando con sus propios pies. Tuvo que perder unos segundos en quitarse los zapatos y pantalones y calzoncillos y calcetines para seguirme. Yo le esperaba, sin la tanga pero con la mini y la camiseta, estirada en la cama, con una pierna flexionada, mostrándole mi sexo abierto y brillante de humedad.

Se estiró a mi lado y, de nuevo, nos besamos mientras él alzaba mi camiseta y descubría mis pechos. Los estuvo succionando y besando un rato, más duros y puntiagudos no podían estar. Mi cuerpo necesitaba sexo y el de él también. Su duro miembro en mi mano ya estaba húmedo de la punta y notaba sus huevos duros y calientes a punto de explotar.

Me alcé y me recosté contra la cómoda frente a la cama, piernas abiertas, y él entendió y procedió. Se puso detrás de mí y no le hizo falta apuntar ni nada, mi culito se alzó un poco dispuesto a recibirlo y su glande encontró mi empapado ano y presionó. No hicieron falta manos para abrir nada, él sólo me sujetaba de la cintura y presionaba. Tras un suspiro su glande rebasó mi estrecho ano y empezó a penetrar. Al notar que rebasaba mi entrada me estremecí en un tremendo orgasmo que me recorrió desde las puntas de los dedos de los pies y fue subiendo por mis piernas, que se volvieron de goma y siguió hasta mi sexo y ano, momento en que presioné con fuerza su sexo, que mientras entraba fue derramando su simiente en mí. Continuó penetrándome y soltando su leche mientras mi orgasmo seguía recorriéndome la cintura y me obligaba a sacudirme, hasta mis sensibles pechos, ahora cubiertos con una de sus manos que me pellizcaba con fuerza un pezón, un sensible pezón que al llegar el orgasmo me dio una explosión de placer, pero el orgasmo me continuó recorriendo brazos, manos y cuello. Un grito surgió de mi garganta, un grito de placer que sacó toda frustración y deseo de mi cuerpo, un grito que me liberó de todo mientras notaba cómo mi hombre se derramaba en mí y el escalofrío me recorría hasta la punta de los cabellos.

Mi sacudida me dejó suspendida y él tuvo que mantenerme en pie con su abrazo de la cintura mientras se apretaba derramándose y llenándome completamente. Las cortinas ondearon cuando se abrió la puerta, pero yo mantuve ojos cerrados y seguí con mi grito de éxtasis que se convirtió en gemido bajo el abrazo de mi marido. Cuando pude, cuando quedé colgando de sus brazos, miré y vi a Natalia sorprendida mirándonos, con su mano en la entrepierna de Ramón, que soltó las maletas y bultos en el suelo. Cerré los ojos y el fin de mi gemido coincidió con el ruido de la puerta al cerrarse.

Como pude traté de aguantarme de pie y giré abrazando el cuello de Javier, mientras notaba su sexo salir de mí y cómo su simiente me bajaba por el interior de los muslos, mi ano dilatado, pero el placer llenándome. Le besé, le besé con pasión mientras nuestros cuerpos se abrazaban y fuimos a la ducha a relajarnos y limpiarnos.

En la ducha él me pasó la esponja por todo el cuerpo y yo le correspondí, jugamos y reímos como niños, inocentes, hasta quedar perfectamente relajados. Nos secamos el uno al otro y salimos desnudos a vestirnos. Yo tomé un micro-mini-biquini que sólo tenía dos pequeños triángulos en la parte de arriba que apenas tapaban los pezones y permitían ver todo el resto del pecho y una tanguita de triángulo alargado que marcaba perfectamente mis labios, mientras la tira de detrás quedaba encajada entre mis glúteos. Él se puso bañador y un polo. Nos calzamos con sandalias y bajamos, yo todavía enrollándome el pareo en la cintura, buscando refrescarnos con una bebida en las tumbonas de detrás, junto a la piscina.

Natalia ya estaba allí (algo colorada, ¿por qué sería?) y nos esperaba con una cubitera llena de hielo y botellas y zumos. Nos tumbamos y reímos incluso antes de decir nada, traviesos todos, disfrutando de la compañía sólo con mirarnos.

-          Bueno, veo la boda no ha cambiado algunas cosas. – Dijo Natalia para empezar.

-          No, hay cosas que no cambian, y mi perdida mujer sigue tan traviesa como siempre. – Yo sólo sonreí mientras Javier me entregaba un gran vaso lleno a rebosar de zumo con hielo que bebí con satisfacción de la pajita.

Estuvimos así, relajados bajo el sol de la tarde, frente a la piscina, lánguidos, comentando y riendo de cosas sin trascendencia, hasta que llegaron los caballeros. José nos dio los besos de cortesía, pero al resto sólo saludamos y fueron a cambiarse para estar más cómodos. A los cinco minutos los volvíamos a tener a nuestro alrededor.

Evidentemente, los breves shorts de Natalia que marcaban su culito atrajeron su atención cuando les sirvió las bebidas y se retiró a supervisar la cena. Yo le permití ese momento de sentirse admirada y repasada por los hombres (todos menos José, tonto marido…) y fue entonces cuando me alcé. Una suave humedad de sudor cubría mi cuerpo y lo hacía brillar, pero yo me notaba algo pegajosa, así que me tomé mi tiempo para ser admirada ahora que ya no estaba Natalia y disfrutar de cómo les saltaban los ojos cuando deslicé el pareo sobre la hamaca. Me coloqué bien el pelo permitiéndoles solazarse en mis pechos casi desnudos, mi cinturita y nalgas descubiertas y caminé lánguidamente hasta el borde de la piscina. Sumergí un piececito en el agua probándola, estaba fresca y rica, así que me fui al rincón a ducharme para no llenarlo todo de sudor.

Se hizo el silencio, o eso me pareció a mí, ya que bajo la ducha no podía escuchar nada. Pero el ver cómo me acariciaba el cuerpo para arrancar la capa de sudor seguro que les cautivó la mirada. Pasé mis manos por la cara, cuello, brazos, pechos y cintura, muslos, antes de apagar la ducha y acercarme al borde de la parte profunda de la piscina. Desde allí pude verlos, todos mirándome quietos como estatuas, no pude evitar sonreírme y posar bien derecha mientras me preparaba para el salto, sabiéndome deseada y acariciada por sus miradas. Me lancé procurando que el salto fuera perfecto, manos y piernas perfectamente alineadas para levantar sólo un mínimo de agua al perforar la plana superficie, un salto como me habían enseñado hace tantos años en las piscinas olímpicas de Volgogrado, estilizado y elegante, sumergiendo el cuerpo como si fuera un torpedo en el líquido. Hice una piscina buceando, sintiendo la frescor del agua y dejando que me penetrara por todo el cuerpo, hasta dar la vuelta en el extremo y empezar a hacer brazadas y olvidarme de todo. Nadar es una disciplina y me obliga a olvidarme de todo. Sólo existe el agua y yo, así que después de unos cuantos largos me relajé y me dejé llevar de espaldas, con los brazos alineados con el cuerpo y un suave movimiento de pies hasta el extremo de la piscina cercano a ellos.

Naturalmente su visión era la de mis pechos sobre el agua, yendo hacia ellos, hasta llegar al extremo. Allí me sostuve del borde y le pedí a Javier que me trajera la copa, pero fue el mejicano, sentado a su lado, quien lo frenó con la mano y se alzó, galante, para traerme la bebida.

Al agacharse frente a mí, que me mantenía en el agua, debió tener una visión espectacular de mis pechos. Con la frescura del agua mis pezones estaban duros y mis senos también, bien erguidos y apuntando al frente. Me acercó el vaso y lo tomé de su mano, bebiendo un largo sorbo mientras él se deleitaba con la vista. Le devolví el vaso pero él no se marchó, esperó a que subiera por la escalera, con mi cuerpo goteando, brillante, y se las arregló (pese a tener su copa y la mía en las manos) para acercarme una de las toallas que había alrededor de la piscina, en las tumbonas.

Con una sonrisa se lo agradecí, y esta vez sí pude estar segura del silencio de los hombres mientras sus miradas se centraban en mi cuerpo al secarme. Sólo cerré los ojos mientras me secaba el pelo, bien derecha y sacando los pechos. Porque cuando me sequé la entrepierna les miraba sonriente. Al acabar anudé la toalla a mi pelo, cubriéndolo y dejándola colgando, a mi espalda.

Me quedé de pie ente ellos, rodeada de sus tumbonas (José hasta movió la suya para quedar perfectamente encarado con mi espectáculo). Y no era para menos, la poca tela que envolvía mi cuerpo, los tres minúsculos triangulitos, mojados, transparentaban mi piel y sólo servían para destacar todavía más mi anatomía. Mi sexo rasurado, la corta y fina tirita de pelo sobre él, casi decorativa, quedaba perfectamente transparentada en el triángulo inferior, marcando los labios de mi sexo en la parte baja y permitiendo que no tuvieran ni siquiera que imaginarlo, pero a la vez, pudiendo mostrarme “vestida” ante ellos.

-          Tan callados, ¿ya se lo han dicho todo? ¿No habrán cerrado ya el trato?

-          No cariño, pero hay espectáculos ante los que sobran las palabras. – Dijo José casi en un susurro, galante. – No, no ha habido negocios, eso mañana en el barco, ¿verdad? De momento, sólo estamos disfrutando de la naturaleza.

-          Y de ti, me atrevería a añadir, una naturaleza perfecta. – Dijo Javier sonriente. Yo me acerqué a él para darle un piquito, lo que dejó mi prieto culito expuesto ante ellos, pues la tira de la tanga del bañador quedaba encajada entre mis nalgas. Sólo la vulva, tapada por el minúsculo trocito de tela, debió marcárseme por detrás cuando me agaché sobre Javier para besarle.

-          ¿Nadie más va a abañarse? Les veo algo acalorados. – Dije traviesa alzándome de nuevo y dando la vuelta al círculo de hombres acostados en las hamacas mientras daba un sorbo más de mi bebida.

-          Terriblemente acalorados, pero no, no es agua con lo que querríamos refrescarnos ahora. – Dijo el galante mejicano poniéndose en pie y sonriéndome. Yo me acerqué a él y le abracé por detrás refrescándolo. Mis pechos se pegaron en su espalda mientras mis manos abrazaban su panza y mis muslos encajaban en sus nalgas.

-          ¿Más fresquito ahora? – Reí traviesa.

-          Mmmm…. Mucho peor. – Rio él. Me separé, una cosa era una gracia, pero me daba calor, y tampoco quería que se desmadraran. Porque ya veía venir a José pidiéndome que le refrescara a él. Pero escapé del abrazo de José, lo rodeé y le tomé por detrás, abrazándolo con cariño pero sin llegar a más.

-          Y ¿Qué dirá Natalia? – Le rodeé mientras ponía los ojos en blanco y dejé deslizar mi mano libre hacia su sexo, claramente marcado en el amplio bañador que llevaba. Tomándolo con una mano claramente a la vista del resto de socios le acerqué con la otra la bebida ahora puro hielo para “refrescárselo”. – Por mucho jefe que sea de Javier… creo que esto tiene propietaria, mejor enfriarlo un poco no fuera a explotar. – Reí retirando el vaso que había hecho estremecer a José. Para consolarlo le clavé las nalgas en su ahora refrescado sexo y me refregué juguetona. Mirando a Javier añadí: - Son las prerrogativas del jefe, no quiero que te quedes sin trabajo. – Riendo y moviendo descaradamente mis nalgas en el sexo de José, que ahora sí ya recuperaba proporciones que no permitían disimular nada. Dejé de refregar mis nalgas y volví a ponerme de frente con José. Le tomé el sexo con una mano mientras quedaba tan pegada a él que mis senos puntiagudos rozaban los pelos de su pecho y entre su sexo y el mío sólo cabían mis pequeños dedos. Le miré a los ojos. – Porque´… No va a despedir a Javier, ¿verdad? – Ante mi desafiante mirada, que por un lado estaba haciendo una broma compartida, pero que no revelaba ni un asomo de risa, José sólo balbuceó un “No, no,… claro que no…” mientras cerraba los ojos dejándose llenar por lo que mi contacto le proporcionaba a sus sentidos.

-          Claro que… si ahora va a tener muchos más jefes… - dije mirando al resto de los invitados todavía sosteniendo el enhiesto sexo de José en mi mano, - tal vez tendré demasiado trabajo.

En ese momento sucedieron dos cosas, empecé a notar mi mano pringada mientras recorría las miradas de los inversores y de la casa se oyó el aviso de Natalia llamándonos, en su pobre inglés, a la mesa. Yo solté una risotada que rompió el momento, les sonreí a todos y me llevé mi manita a la nariz, aspirando el aroma de José. Todos estaban como estatuas, sin moverse, sus sentidos centrados totalmente en mí. En aquel momento me sentí completamente deseada, musa de sus sueños más eróticos. Y no pude resistirme. Mi pequeña lengüecita asomó por entre mis dientes y lamió la espesa humedad de la palma en un rápido lengüetazo. Tiré mi cabeza atrás en una gran risotada y, dejando el vaso en una de las mesillas, me llevé a Javier a nuestra habitación, para cambiarnos para la cena.

A ver si me dejáis comentarios, que ya no queda mucho y quiero saber qué os parece.

Besos perversos a tod@s,

Sandra

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