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Mi Boda XIII

en Voyerismo

Mi boda XIII

Por suerte había programado la alarma a las seis y media, así que desperté pronto. Desnuda, con el aire fresco del balcón en mi piel, fui al vestidor y me pude una de las mallas que había comprado el día anterior y un top deportivo. Me calcé unos cortos calcetines y deportivas (muy importante disponer de un buen calzado al hacer deporte, me dijo Laura, así que también compré tres pares de zapatillas deportivas), tomé toallas y llaves y bajé al gimnasio del edificio.

Estaba todo todavía bastante oscuro, el día estaba despuntando, pero en el subterráneo del gimnasio todo era silencio y oscuridad. A mi paso parpadeaban los fluorescentes encendiéndose y pronto me encontré en la sala de ejercicios. Vi mi figura reflejada en la pared contraria, espejo de cabeza a los pies, y me puse en la barra ante el espejo a hacer los estiramientos para calentar.

La malla se remetía en mis intimidades, pero el movimiento me vino bien. Todavía me notaba pegajosa de los juegos de la noche anterior, pero pronto el ejercicio me cubrió de una suave capa de sudor. Corrí un poco, hice unas flexiones, algo de pesas ligeras, abdominales y poco más, sólo treinta minutos. Pero eso sí, siempre procurando que las cámaras pudieran tomar buenas vistas de mi cuerpo. Y, ya sudada, me despojé de la ropa en el vestuario y, desnuda, tomando una toalla me dirigí a la sauna para que me ablandara los músculos. Sólo quince minutos y ya estaba toda relajada, con los músculos calientes y lista para la ducha. Me envolví en la sudada toalla y salí a la ducha. El agua templada limpió todo el sudor y los restos de la noche anterior que pudieran haber quedado. La segunda toalla limpia me abrazó y secó rápidamente. Envuelta en ella y con las zapatillas (¡vaya facha! Eso había sido un error, tendría que remediarlo en el futuro), tomé el fardo con mis ropas sudadas y la toalla de la sauna y volví a mi ático para desayunar (un gran bol de musli), vestirme y salir.

Iba bien de tiempo, así que al salir (minifalda, zapatos de tacón y una camiseta con la chaquetilla para no marcar tanto mis pechos), con una amplia sonrisa, me paré a saludar a Julián.

-          Me voy ya al trabajo, espero que ayer te divirtieras. – Dije traviesa. – Por cierto – dije acercándome al mostrador donde él estaba sentado ordenando sus cosas por la mañana y recostándome en él mostrándole mis pechos, en un susurro cómplice, añadí:- si quieres, puedes revisar las cámaras del gimnasio esta mañana, espero que te guste. A partir de ahora haré un poquito de ejercicio por la mañana. – Y salí dejándole rojo como un tomate, seguro que revisaría inmediatamente las cámaras del gimnasio y me vería en todas las posiciones posibles y me imaginaría… bueno, como quisiera, al fin y al cabo, no dejaba demasiado a la imaginación mi atuendo deportivo.

Pronto me olvidé de Julián, pero el deporte me hizo tener más hambre de lo normal y comí con ganas (el musli me permitió aguantar hasta la comida). Volví pronto a casa y no, esta vez Julián no estaba, debía estar revisando el jardín o haciendo sus tareas de mantenimiento. Le envié un mensaje a Javier, aconsejándole que revisara las cintas de seguridad de ayer para que pensara un poquito en mí (además, yo ya sabía que, con la ayuda de Julián, seguro que no hacía falta post-edición para que las disfrutara mucho), me desvestí y me puse a recoger.

Ahora no tenía a Raúl para que recogiera mis ropas del suelo, pusiera la lavadora o fuera a la compra. ¡Qué rabia! Lo tuve que hacer yo, como buena ama de casa (bueno, una ama de casa que hace las tareas desnuda, pero… pero las hace bien, que yo lo aprendí ya de niña, qué os habéis creído). Al acabar me conecté a Internet e hice la compra para que me la entregaran al día siguiente. Una vez todo lo pendiente realizado pensé en lo de contratar a una asistenta, así que avisé a Julián (el interfono permite avisar al conserje). Me dijo que subía en cinco minutos, así que tuve tiempo para ponerme el batín y prepararme un zumo de frutas (no creeréis que recibiría a Julián desnuda, ¿verdad? No quiero que me violen).

Al poco de estar en la cocina con el primer sorbo de zumo sonó el timbre de la puerta y fui a abrir. Julián, con la mirada baja, me preguntó que en qué podía ayudarme (¿creería que le iba a recriminar algo por las grabaciones?). Yo le dije que pasara mientras me dirigía al salón. Cerró la puerta y me siguió, pero cuando yo me senté en el gran sofá con las piernas recogidas bajo mi cuerpo él se quedó de pie en el centro.

-          Necesito una asistenta y he pensado que tal vez tú podrías ayudarme. Necesito que limpie, lave la ropa, tienda y me ayude a tener el apartamento en condiciones. Pero cocinar no hará falta, creo que con unas horas a la semana sería suficiente, ¿tal vez un par de días? ¿Qué me aconsejas? – y aquí, traviesa, dejé que el batín oriental se abriera un poco mostrando la redondez de mis pechos y recogí mis piernas al lado mostrando mis muslos desnudos.

-          Sí, naturalmente – dijo él sin atreverse a mirarme directamente. – Hay ya varias mujeres que vienen a los apartamentos.

-          No la quiero muy joven, que traen problemas luego, pero muy mayor tampoco trabajará duro. ¿Cómo son?

-          Hay una latina de poco más de veinte, achaparradita pero muy trabajadora, no he recibido queja y combina varios apartamentos del bloque, le puedo preguntar, pero creo que le irá bien tener otro apartamento aquí mismo. También hay otra mujer mayor, pero esa ya no puede limpiar los altos o los ventanales como la otra, la conservan los que la tienen de ya hace años.

-          Probaremos la latina ¿Cómo se llama? Hagamos un par de mañanas o tardes a la semana e iremos viendo. Mejor que venga cuando no estamos y así no nos molestaremos, pero antes a ver si podemos hablar un día ¿te parece?

-          Como guste, qué le parece en dos días, ella tiene una casa que acaba sobre las ocho y podría pasarse por aquí al acabar y así se conocen.

-          Perfecto. – Ahora me senté en el sofá, con lo que mis desnudas piernas salieron de debajo de mi cuerpo y el batín no pudo esconder nada. Al adelantarme para dejar el vaso en la mesita de cristal Julián tuvo, desde su alzada posición, una perfecta vista de mis pechos por el abierto escote. Me erguí de nuevo y al alzarme debió poder ver mi pubis desnudo con el batín abierto, o tal vez no. - ¿Por cierto, revisaste las cámaras del gimnasio como te dije? – Le solté mirándole a los ojos. Por cómo bajó la mirada y sus manos se cruzaron delante de la bata de conserje supe que sí, aunque él no se atrevió a contestar. – Hoy le he enviado un whatsapp a mi marido para que revisara las de anoche en el apartamento, espero que se acuerde de mí, así cuando está de viaje tiene algo con lo que entretenerse. Pero lo hago para él, entiendes. – Sacudió la cabeza un par de veces sin apartar la mirada de los deditos de mis pies. – Es que no quiero que alguna pelandrusca me lo robe. – dije con una gran risa que hizo que el batín casi se me desanudase del todo. Por suerte llegué a tiempo para sujetar el lazo que estaba abriéndose, pero ahora casi la mitad de mis pechos estaba al aire y se me abría casi hasta el ombligo. – Claro que tú, pillín, seguro que también te aprovechas ¿verdad? - Y aquí me miró con ojos de perro degollado tratando de tartamudear algo ininteligible. - ¿Cómo dices? Anda, habla claro. – Le dije mientras le tomaba la barbilla con un dedito y se la alzaba para que me mirara a los ojos. – Que no muerdo.

-          Señora… yo… nunca haría nada que pudiera perjudicarla ni…

-          Pero me miras, ¿verdad? – Su mirada, culpable, bajó y eso lo dijo todo. El problema es que su mirada baja quedaba enfocada justamente en mis pechos, así que se turbó y la volvió a alzar, encontrando mis grandes ojos y trató de huir de ellos y… - Tranquilo, si sabes que me gusta, ¿Y yo? ¿Te gusto a ti?

-          Claro, digo… sí, naturalmente, es usted…

-          Pero si ya empiezo a estar mayor… - mentí apartándome un poquito de él para no cohibirlo tanto, pero a la vez permitiéndole admirar mejor mi cuerpo.

-          Señora, de eso nada… yo… usted está… sus…

-          ¿Ves? Mis nalgas empiezan a estar algo caídas, por eso tengo que ir al gimnasio. – Y poniéndome de lado una de mis manos alzó el batín mostrando mi desnuda nalga y acariciándola. – Ya no están tan firmes. – Dije dándome una palmadita en las prietas carnes.

-          Señora, están deliciosas y firmes, se lo aseguro.

-          Tú, que eres un galante. Mira. – Y tomé una de sus manos y la posé en mis grupas bajo el batín. - ¿Ves? ¿Lo notas? Ya no están tan firmes como a los veinte. – Y mi mano forzaba la suya a acariciar mis nalgas, la curva de los muslos. – Caen un poco ¿verdad?

-          Nada de eso señora, yo las noto prietas y duras. – Dijo él mientras ahora sus dos manos, ya sin mi ayuda, recorrían mis dos glúteos con lujuria y los amasaban y contoneaban. Una de sus manos dejó recorrer el pulgar entre mis cachetes.

-          ¿Seguro? Bueno, tal vez soy una tonta – dije sin impedirle que siguiera con sus movimientos. – Pero tengo que poner empeño en el gimnasio. – Y ahora sí me enderecé con una obvia invitación a que parara. – Muchas gracias por tus amables palabras – dije mientras me acercaba a él y le daba un par de besitos en sus mejillas. Claro, al acercarme a él, él recogió sus manos en la entrepierna y yo no pude evitar fijarme en cómo ocultaba un prominente bulto entre sus manos. - ¡Uy! ¿Eso lo he provocado yo? Claro, soy una tonta, no he pensado que… - dije mientras retiraba sus brazos a los lados y contemplaba esa tienda de campaña bajo la bata. Mis deditos desabrocharon y apartaron la bata y el pantalón quedó a la vista. – ¡Julián! ¡Pero qué es esto! ¡Cómo te atreves! ¡Soy una mujer casada! ¡A todas las mujeres del edificio las recibes así! – Le recriminé (lo sé, era injusta, pero… me encantaba ese juego).

-          Señora, ¡es que uno no es de piedra! Y usted…

-          ¿Ha sido mi culito lo que te ha puesto así? – dije melosa mientras mis manos acariciaban esa barra de carne sobre los pantalones del pobre Julián. - ¿Te gusta mi culito Julián?

-          Pues claro señora. – Dijo entre balbuceos entre avergonzado por admitirlo y excitado por expresarlo en voz alta.

-          ¿Y qué sueñas con hacerle? – Dije suave acercándome a su oreja para que sintiera mi aliento y mis pechos contra el suyo mientras mis manitas no dejaban de recorrer su sexo sobre el pantalón.

-          Señora yo… - Pero sus ojos se cerraron dejándose llenar con las sensaciones que le descubrían mis manos y mi olor que lo envolvía y la presión de mis pechos contra él. – Joder yo… Yo se lo partiría entero señora – se dejó ir. – Yo… yo la empalaría y la taladraría hasta que gritara basta y seguiría y seguiría… y… y la dejaría con todos los agujeros rojos. – Y su bajo vientre empezó a palpitar entre mis manitas, ahora ya estaba totalmente endurecido y se erguía bajo el pantalón.

-          ¿Sueñas con él? ¿Te gustó anoche? ¿Y en el gimnasio? – Le susurré insinuante a su oreja mientras él seguía con sus ojos cerrados contándome.

-          Creo que me he pajeado más desde que está aquí que cuando era chico. Me pongo en el mostrador con sus vídeos y no dejo de pajearme todo el rato. Viendo cómo se acaricia o hace las tareas de casa o en el gimnasio. La veo sudada o perfectamente arreglada, desnuda o vestida, y no sé cómo me excita más. Sueño a todas horas con que pase ante mí, sueño con follarla y partirla y con su olor y sus caricias… - Y en ese momento el pálpito de su verga empezó a incrementarse y noté cómo se endurecía más si cabe cuando su vientre se contrajo y apreté fuerte, haciéndole daño para que no llegara, le agarré los huevos y apreté y se relajó y siguió. – Cuando la veo pasear la huelo aunque sea a través de las cámaras. Y veo a su marido jodiéndola como perra y escucho sus gemidos con los cascos puestos y cómo le dice guarradas y le pide más y querría estar allí y hacérselo yo. Veo sus piernas subiendo en el ascensor y cómo las separa mostrándome su tanga o sin nada debajo y tengo que correr a mi cuarto a pajearme. Cada mañana reviso las grabaciones esperando poder verla y la sigo por casa y cada uno de sus movimientos. Si usted quisiera yo… yo… - Pero no pudo llegar a decir nada porque entonces su verga empezó a echar grandes chorros de esperma dentro del pantalón y yo sólo pude ordeñarle con mis manitas sobre la tela. La humedad fue tanta que traspasó y la noté en mis manitas.

-          ¡Julián! Ya está bien. No sea grosero. – Me separé de él y le di la espalda mientras me anudaba el batín. Me giré al oír la puerta cerrarse. Estaba rezumando flujos cuando me lamí mis manitas.

Espero vuestros comentarios.

Besos perversos a tod@s,

Sandra

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