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Una gota y un dintel (I)

en Grandes Relatos

Heme ahí. Parado. Titubeante. En una mano cargo mis zapatos y en la otra mi ropa. Estoy parado sobre el dintel de una puerta, tal como si se tratase de una estatua de un santo milagrero, como si fuera un mágico jesuita, como si fuera la pesadilla de Edgar Allan Poe de un marido. ¿Qué he hecho para estar en ese instante ahí? Déjenme contarles que todo empezó, como casi todo lo que empieza, en el suelo.

Esa tarde iba caminando feliz y ansioso por una acera. Dejaba que el ruido de las calles se agolpara en mis oídos y que las imágenes colmaran mis ojos de múltiples funciones visuales. Mi motivo para estar feliz era que mi destino era la casa de Amanda. No daré detalles de cómo conocí a Amanda, ni lo que me costó convencerla de que engañara a su esposo conmigo, ni mucho menos los esfuerzos titánicos para convencerla de que ella me pertenecía por elección libre, que mi verga era su verga favorita y que no había nada más rico en el mundo que los orgasmos que entre ella y yo fabricábamos.

Tal vez fui muy optimista al referir que ella me ama, tal cual si pudiera estar seguro de ello, pero soy por lo regular así, animoso. Sé que ella nunca dejaría a su esposo y su casa por mí, que le sirvo casi exclusivamente para aligerar el estrés de su cadera, que mis ideas las hace un poco a un lado, pues no me tiene en su cama por mi filosofía, sin embargo debería ella reparar en mis pareceres, pues la quiero de verdad.

En ese trayecto me ocurrió una situación extraña que luego no pude dejar de catalogar como una irónica premonición. Iba caminando, como ya dije, y miré un perrillo mitad salchicha mitad no sé qué, tan obeso que más que parecer una salchicha verdadera parecía un chorizo mal amarrado. El perrillo era bastante feo y malencarado, le asomaban los dientecillos inferiores y miraba desafiante a todo lo que se le acercara, tal cual si matarlo no fuera lo más fácil del mundo. Caminaba haciendo con sus nalgas un movimiento de una bolla loca. Se detuvo a lado de un BMW muy bonito y en un gesto irreverente se orinó en la costosa llanta. Fuera del lujoso coche estaba un sujeto que tenía toda la facha de haber sido contratado para vigilar que ningún cabrón cobarde pasara con una ficha a rayar la pintura roja del vehículo. Sin embargo, por alerta que estuviera, estaba preparado únicamente para impedir ataques humanos, mientras que al perrillo ni siquiera lo vio.

Ver esa escena tan kitch, me dio mucha risa. Me preguntaba los motivos del perrillo para orinar la llanta del BMW. Su actitud era de decir: "Este pinche auto caro me pertenece, es parte de mi territorio, es mío". Luego comencé a divagar en las costumbres animales. Por estar absorto en estas cavilaciones, tropecé en plena calle, tres personas se rieron, mientras que otra se acercó a ayudar, sobándome la frente. Esta última, de quien no distinguí el rostro me dijo con una voz muy hermosa: "Deberías fijarte en dónde pisas. La gravedad es amiga y enemiga de todos".

Me levanté aturdido, enfadado. Encima meditando en la arenga que la extraña de la voz linda me había dicho. ¿Qué significaba todo esto?, no lo comprendía. Volví a pensar en los perros y en su rara manera de marcar su territorio.

Pensé que el ser humano vive inmerso en un deseo de adueñarse de todo. La actitud de cada hombre y cada mujer es acercarse a algo o alguien y alzar la pata para verter la marca. ¿Qué he hecho con Amanda?, la he marcado como mía, la he alzado en las formas más inverosímiles y la he bañado con mi semen. Ella me asegura que es estéril, desgraciadamente, pero cuando dice "desgraciadamente" lo dice con una sonrisa perversa que es casi una solicitud de que bañe su matriz entera con mi esperma, y así, la he marcado tanto que mis fluidos le han llegado al corazón y lo han convertido en una perla blanca que solo late al ritmo de mi yugular.

Al llegar a su casa toqué la puerta con tres golpes, que es algo así como nuestra contraseña. Lo ordinario es que su esposo, que es un enajenado del trabajo, nunca está, pues regresa siempre hasta después de las diez de la noche, ella sin embargo me abre la puerta con su cara de ama de casa, me hace cruzar el umbral de su puerta y una vez que se cierra a mis espaldas, comenzamos a devorarnos la lengua con vehemencia. Después de todo, por temprano que sea nunca nos parece suficiente el estar follándonos.

En esta ocasión sucedió algo diferente. De dentro de la casa se escuchó "pasa". Eso era inusual. Yo crucé la puerta lentamente, como con miedo, arrastrando los pies como si pesaran una tonelada. Me detuve debajo de la entrada y alzaba mi cuello para ver dentro de la casa. Sentí en el cuello una gota incandescente, picante, agresiva. Me llevé la mano a la nuca instintivamente y toqué algo de cera que se empezó a solidificar en la yema de mis dedos. Escuché una risa traviesa de encima de mi cabeza, era Amanda.

Al alzar la vista me parecía una tontería lo que hacía. Pero aquí debo parar y explicar que esa locura en realidad atendía a otra locura mayor. En un tiempo el esposo de Amanda, que se llama Pablo, quiso poner un segundo piso, o al menos usar su techo como una gran terraza. La idea no prosperó ya que sintió la cantidad de calor que almacenaba el techo, a manera que clausuró la escalera que daba al techo. ¿Cómo luce eso ahora?, parece el diseño de un arquitecto orate, pues a lado de la entrada hay una escalera con hermosos mosaicos de mármol, sin embargo la estúpida escalera va a dar a lo que debería ser una salida al techo, misma que es imposible de abrir porque está sellada a piedra y lodo. Es una escalera hacia la nada. Y a lado de la escalera la puerta, y sobre la puerta un dintel en la cual uno apenas si cabe parado, pues tendrá cuarenta centímetros de ancho, a lo más.

Amanda estaba ahí, sobre el dintel. Vestía una hermosa bata de seda de color rojo satinado, y sobre su mano cargaba una pequeña vela. Desde donde yo la veía alcanzaba a registrar perfectamente que ya no traía bragas. Le pedí que bajara. Para esto yo había cerrado ya la puerta. Una vez que ese cuerpo divino estaba sobre la superficie del suelo empezamos a abrazarnos fuertemente, apretándonos uno contra otro para sentir los pechos mutuos, le tocaba su sexo con mi mano y ella buscaba la manera de empezar a agitar el mío.

Fuimos a la cama y ella me pidió que trajera la vela. Tendió su magnífico cuerpo sobre la cama y yo la admiraba con avaricia. Comencé a verter gotas de cera sobre su cuerpo, y a cada clavado de cera que se estrellaba en su piel, los poros se erizaban violentamente.

"¿Te gusta?" Le pregunté.

"Me fascina" Fue lo que contestó en medio de un suspiro encantador.

"Amanda querida, mira qué bella te vez ahí recostada, con tus pezones oscuros, las dunas de tu vientre, el latido que emites. ¿Cómo agradezco al cielo que te compartas conmigo?"

"Aprovéchame. Ese es el pago justo"

Hasta ahí, lo que nos decíamos era más o menos igual que lo que nos decíamos siempre, pero luego, ella comenzó a decir cosas que en verdad me interesaron. Susurró con un tono de gata afónica lo siguiente:

"Déjame decirte que es lo que más me gusta en esta vida. Lo que más me gusta es gozar. Tu estás aquí porque me haces gozar maravillosamente. Si sirve a tu curiosidad he de contarte que el cuerpo de la gente es triste por naturaleza, solo por naturaleza. Un cuerpo intocado no existe. Dime, ¿Recordabas siquiera que tenías una nuca?, siempre está ahí pero nunca la notas. Te mantiene erguido y te permite voltear a mirarme el culo, te sirve para recargar tu peso cuando estas sobre mí y tus manos están demasiado ocupadas con mis nalgas o mis tetas, siempre está, pero nunca existe. Necesitaste que viniera yo con un poco de cera ardiente para que la pobre existiera un poquito. Recuéstate cariño. Mira que verga tan rica, grande, dura, está bien parada y lo sabes, pero dime, ¿qué parte de ella vale la pena ahora?, ni un solo milímetro de ella es capaz de hacerte feliz por sí mismo. Ahora observa..."

Tomó mi palo con sólo dos dedos, acercó su cara, sacó su lengua y con la punta de ésta rozó mi glande, el cual casi se revienta como una granada con el sólo contacto de aquella lengua caliente.

"¿Ves?, ninguna parte de esta maravilla sirve para nada si yo no la toco, si no la convierto de simple cuerpo en mágica sensación. Eso es a lo que llamo gozar. Cada parte de mí que no tocas es una parte que no existe y, ¿Sabes qué?, yo quiero existir completa."

Todo aquello era para mí como una orden muy esperada. De tal forma que toqué con mis manos y besé cada tramo de su cuerpo. Luego quise darle existencia a su matriz, a todas esas partes de su interior que nunca siente. Así la penetré larga y consistentemente. Mi manera de coger es sensible pero fuerte al fin y al cabo, pues tengo mucha vocación de meter mi verga hasta el fondo último y de verter mi semen generosamente.

Luego de cerca de tres horas de estar follando, yo ya tenía urgencia de venirme. Ella había tenido ya múltiples orgasmos, mientras que yo había estado cerca varias veces, sin haberlo conseguido. Por fin, sentía venir desde muy dentro de mí un cálido riachuelo de semen. Sin embargo, Amanda dio un giro violento a su cabeza, pero no fue de placer. Su cuerpo entero quedó como un monumento al pánico, y sus ojos incrédulos me hicieron consciente que en la cerradura de la entrada se escuchaba el tintinear de un llavero. La llave correspondiente seguramente no fue encontrada, y acto seguido se escuchaba el toque firme sobre la puerta. ¡Era el marido!

Recogí mi ropa y mis zapatos y bailé la danza ridícula de aquél que no encuentra dónde ocultarse. Amanda tendía deficientemente la cama y me indicaba, "ve al dintel, súbete al dintel. Yo distraeré a Pablo en la recamara mientras tú te escapas".

Como pude subí silenciosamente al dintel y me paré casi sin respirar, sin moverme. En una mano mi ropa, en otra mis zapatos. Casi se trataba de un acto de mero equilibrio. Amanda abrió la puerta y se retrajo hasta el fondo, ya con su batita encima.

"Pero linda", dijo su marido con lascivia, "veo que has estado esperándome, con las ganas que tengo de reventarte el culo."

"Qué bueno que llegaste" dijo Amanda con tono nervioso. Había que ser un imbécil para no percatarse de lo que ocurría, o estar definitivamente muy caliente. Esto me ponía en cierto modo a salvo, pues Pablo era ese tipo de imbécil de que hablo y además estaba muy caliente. Todo habría resultado muy bien si no hubiese existido la fuerza de gravedad.

Como dije, estaba sobre el dintel, de cara al interior de la casa, como si fuera el santo patrono del engaño, con una mano ocupada con mi ropa y otra con mis zapatos, en equilibrio. Sin embargo, tanto ajetreo no había terminado por poner fláccida mi verga, la cual sufría de un raro priapismo esa tarde y se mantenía tan en forma como cuando estaba dentro y fuera de Amanda. Y todo esto no hubiera sido ningún problema, a no ser por el ojo de mi pene que no pudo retener una espesa gota de semen que se revelaba ante la situación.

¡Qué ironía!, la gota caliente, o no se si enfriada por el trayecto, fue a dar en la nuca de Pablo. Al igual que yo se llevó la mano a la nuca y con la yema de sus dedos evaluó la sustancia caída del cielo. No supo qué era hasta que volteó, al igual que yo hace unos momentos, hacia arriba del dintel, y encontrarme.

Obviamente empezó a decirle puta a Amanda. "Tú ahí te quedas cabrón, de ahora en adelante vas a ser mi jodida estatua. Vamos, tira tu ropa y tus zapatos si no quieres que suba a castrarte". Yo no quería averiguar si este carnicero era capaz de hacerme una penetomía, así que por lo pronto le hice caso.

Me ordenó que no dejara decaer mi miembro. Se abrió la bragueta y ordenó a Amanda que se la mamara, cosa que ella hizo obediente. Luego de ver que en apariencia todos le hacían caso a este hijo de puta, comencé a creer que a esas alturas el hecho de estar siendo humillado ya no era algo espontáneo, y me quedó muy claro cuando Pablo me gritó, "Pobre de ti que no cumplas con esta puta que tengo por mujer". Acostó a Amanda sobre el suelo, justo debajo del dintel, a manera que ya no podría estirar las piernas porque darían contra la puerta. Cualquiera que pasara por fuera de la puerta alcanzaría a escuchar el inaudible ruido que hace una verga al rozar con una vagina. Le alzó las piernas como si la fuera a echar en una maroma hasta que la espalda de Amanda sólo tocaba el suelo con la parte de sus omoplatos, dejando el culo hacia arriba.

Pablo comenzó a follarse a Amanda en esa extraña posición. El ángulo de la verga al entrar y el coño sobreexcitado de Amanda terminaban por formar una especie de vasijita, un pequeño hueco. Pablo ordenó, "Aquí, pon tu leche justo aquí. Voy a empujarle cada gota hasta que no le quede nada por tragar". Así, desde el dintel de la puerta, con un arte desconocido y una puntería increíble, comencé a intentar colocar las gotas de semen, que salieron con facilidad, en el punto señalado. Di tres de cinco chorros. Daban en el blanco y Pablo los empujaba con su palo hasta el interior de Amanda. Sin embargo, un chorro le cayó en el pecho, y otro sobre la mano izquierda que sujetaba con fuerza la nalga de Amanda. Con su mano bañada, comenzó a untar mi esperma sobre la nalga de Amanda, poniéndola muy brillante. Eso me excitó de nuevo y me corrí una vez más, esta vez mi semen le cayó a Pablo en el cuello, y tal cual si ello detonara su propio orgasmo, estalló como bomba de hidrógeno, manoteando y destruyendo un par de floreros que había en una mesita de la entrada.

Por fin me permitió bajar. Lo que siguió fue muy incómodo, pero no he de narrar la plática tediosa que siguió a aquella experiencia, pero a ser honestos con el relato he de concluir con lo que pasó después, y que se relaciona con el hecho que pasó al inicio de esta historia y que yo bien describí como una irónica premonición. Amanda encaró a su marido y le amenazó diciéndole que si él me echaba de su vida, ella lo abandonaría permanentemente, cosa que no me hacía feliz porque ella nunca dijo que en caso de dejar a Pablo se iría conmigo, después de todo amaba demasiado al dinero. Ambos consintieron, dando por hecho mi aceptación, que yo me cogería a Amanda las veces que quisiera, pero si Pablo coincidía en el momento de follar, él también la follaría, y de esta forma, me encerraron en un triangulo.

Todo esto sigue sin explicar el por qué de la irónica premonición. El perro, el perro marca aquello que es suyo, y uno nunca imagina que el árbol que el perro mea es dichoso de ser meado, que el BMW tuvo un buen día por haber sido objeto de un baño dorado canino, Perro y árbol se unen, perro y llanta, perro y la bolsa de basura sobre la cual se sienta.

Siento que todo aquello fue un tropiezo, que la culpa la tuvo la fuerza de gravedad, pues ella fue la que jaló el hilillo de semen que fue a dar justo a la nuca de Pablo, que me sigue cayendo gordo, como el primer día. En cierto modo Pablo se hace el dominante pero siempre acaban pidiéndome ella y él que termine eyaculando sobre el cuerpo de Pablo, así, he marcado su culo como mío, sus pechos, sus testículos, su cuello, su cara. Él ama mi semen pese a que se declara homofóbico. De hecho lo único de mí que lo toca es mi semen, pues la idea de que lo toque lo mataría de rabia. Sin embargo él busca existir a través mío.

La última vez que estuve con ambos, bañamos de semen el pecho de Amanda, él del esternón para abajo, en lo que sería el vientre, y yo de ahí hacia arriba. Esparcí la crema satinada sobre sus pechos, la hice existir por vez última. Una noche pretendí ir a buscarles, pero escuché que dentro había una orgía. Pablo y dos de sus empleados se follaban a Amanda, luego la bañaban con su leche en el pecho, luego Pablo se recostaba sobre el pecho brillante y esparcía el semen con su propio cuerpo, para luego correrse acostado boca abajo, sobre su pecho, ahí donde ha de latir su propio corazón. Me sentí engañado. Sencillamente me alejé.

Pese a ello, todo valió la pena, pues aprendí que ninguna parte de mi cuerpo me sirve si no es tocada utilizada. Soy consciente que al amar hago existir, y por eso hago existir completamente, de eso no se ha quejado nadie.

jilo_deiss@hotmail.com

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