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Infieles (6: El final según sonia)

en Lésbicos

INFIELES VI (EL FINAL SEGÚN SONIA)

Durante un tiempo pensé que mi destino era irreparable. Por un lado había dicho que dentro de mis intereses no figuraba el comprometerme con nadie, y por otro lado las relaciones pasajeras se me hacían un tiempo aun más perdido que el vivido en una relación que termina por extinguirse. Vivir intensamente una relación que tal vez no ha de sobrevivir puede no ser algo tan malo, después de todo, no hay relación que sobreviva.

En mi caso la cosa es aun más complicada gracias a este corazoncito loco y desquiciado que tengo en el pecho que un día me hace tener un gusto y al otro día me hace tener otro opuesto, mientras que mi alma es miope para advertir aquello que llaman belleza interior.

Cuando Gonzalo comenzó con la idea de hacerme prometerle cosas yo ya sabía de qué iba la cosa. Él es lindo aunque se cree encantador, es listo, aunque se cree genio, es hombre aunque es medio chica, se hace el rudo pero es una sutileza de hombre. Quiere aparentar ser alguien que no es realmente. Se presenta ante mí bajo el estandarte de ser alguien que no me interesa, sin saber que a mí quien me gusta es ese Gonzalo que me oculta.

Estoy un poco revuelta con mis gustos. Los hombres me gustan así, disfrazados de macho pero que en el fondo sean más bien como una nena. Nalgones, de bigote, altos. Ver un amanerado me calienta mucho, pues pese a que sea una virtual estupidez andar componiendo o reparando gente, como que siento el reto de hacer hombrecitos a estas vedettes.

Alguna vez tomé terapia pero sentí asco de ella casi de inmediato. A nadie le gusta ser catalogado como si formara parte de un muestrario. Mi terapeuta me encasilló de inmediato y yo no le di muchas oportunidades de demostrar que tenía la razón. Mi padre, es cierto, era un cabrón mujeriego que lo que más deseaba en el mundo era que su primogénito fuera varón, pero no ocurrió así, nací yo, muy mujercita, por cierto. Nunca me regaló muñecas, ni juegos de te, ni vestiditos, y qué bueno porque son alienantes. Me vestía de botas, pantalón y camisa. Si me hubiese llamado Francisca, él me hubiese dicho Francisco. Tal vez por eso mi madre me bautizó como Sonia Maribel, un nombre imposible de masculinizar.

Crecí un poco dentro del equipo de los hombres, en un principio por inercia, y luego por conveniencia. Las mujeres no me gustaron hasta muy tarde. Para explicarlo rápido, no es que quisiera ser hombre, sino solamente gozar del derecho a ser un cabrón bien hecho y no sentir vergüenza por ello, de disfrutar de esa licencia para abusar, del escudo que protege las fibras sensibles del corazón. Fui muy cabrón durante muchos años.

¿Me pregunto cuántas de las que se dicen lesbianas son en el fondo unas simples resentidas? Yo era así, fuerte en oposición a mi evidente fragilidad, cabrona frente a mi innegable nobleza, dura frente a mi inherente dulzura, mi supuesta condición de machorra no era sino un pataleo de rebeldía feminista diseñada por el mundo varón.

Muchas lecciones llegaron a mi el día de mi boda con Ricardo. Ricardo se esforzó en alabar sólo mis rasgos femeninos, me hizo vestirme de rosa y me enseñó a disfrutar toda serie de cursilerías. Fue a casa de mi madre a pedir mi mano, me dio anillo de compromiso y todo eso. Todo parecía perfecto. Ese día de la boda yo quería darle una sorpresa, y vaya que se la di.

Solicité cita en un vapor público. Tuve que convencer a la dependienta –cuya voz al teléfono se escuchaba muy amable- de que abriera su establecimiento solamente para mi, pues mi deseo de casarme el día veinticinco de diciembre, fecha en que todo estaba cerrado, era un capricho que podía tener obstáculos como estos de estéticas cerradas y cosas así. Yo quería llegar a la noche de bodas pura hasta los poros. Mi cita era a las ocho de la mañana. Mi boda a la una de la tarde. Sonaba como un plan complicado, pero era un gusto que yo quería darme.

Llegué al lugar de los vapores y toqué el timbre. Por el intercomunicador se escuchó la voz de la dependienta preguntando si yo era Sonia Maribel, le dije que sí, y sonó una chicharra que anunciaba que la puerta automática se había abierto.

Ya que pasé fue que conocí a la dependienta. Era una mujer de unos veintisiete años y bastante alta. Su vestimenta era muy al estilo indie, con pantalones de manta color blanco y una blusa de la misma tela y color. Toda ella olía a aceite de sándalo, pero en una cantidad tan sutil que podría una estar oliéndola el día entero. Toda ella era un concepto. Daba la impresión de tomar mucho agua y alimentarse solo de semillas, y sin ser clarividente podría jurar que su aura era de color violeta, porque sin duda hacía yoga y todas esas disciplinas. Sin una sola partícula de maquillaje en su rostro se veía muy bonita, su cutis era impecable, aunque lo que me dejó completamente sorprendida era la tersura de su cuello, que parecía casi de porcelana. En persona su voz era aun más ronca que por teléfono, y daba la impresión de que se le hubiera atorado un sax tenor en la garganta. Me sentí de alguna manera inferior, cosa que no me pasaba muy a menudo frente a la gente, pero no una inferioridad de competencia, sino una inferioridad reconocida honestamente. Era una mujer tan entera.

Su voz estaba hecha para decir cosas bellas, y pese a esto lo que comenzó a decir era tan terrestre que yo bajé de mi admiración para hablar de negocios:

"Sonia Maribel, debo prevenirte que este baño ha de costarte el doble. Nuestro equipo surte de vapor a dos salas como mínimo, y si tu has de usar una de ellas y la otra no podrá ser usada por nadie, pues tendrás que pagarlas. ¿Estas de acuerdo?"

"¿Qué se le va a hacer?"

"No lo digas así, por favor, me haces sentir como una bucanera"

"Discúlpame"

"No te preocupes, te cobraré sólo lo de una sala, la otra la usaré yo. Supongo que tus motivos para hacer esto tan urgentemente han de ser especiales, y no quiero interferir con eso. Que sea como debe ser." Dijo.

"Es que voy a casarme dentro de unas horas..."

"¿De verdad?"

"Si"

"Pues bueno. Vete preparando para tu baño. ¿Es la primera vez que vienes al vapor?"

"Si. Agradezco cualquier consejo"

"No hay mucho que decir. No te duermas dentro del vapor. De preferencia báñate desnuda, si lo que quieres es librar todos los poros de toxinas"

Ella se fue y yo fui a unos vestidores a desnudarme, me coloqué encima una toalla que hacía las veces de bata y me adentré a mi cuarto de vapor. Eran como de acrílico transparente, pintados en parte parcial de los lados para que la gente no se viese una a otra. Había en el muro una perilla para regular la intensidad del vapor dentro del cuarto. Cuando entré, de inmediato sentí como mis mejillas se teñían de rojo, como si entrara a un planeta cercano al sol, o en un cráter volcánico. Toda mi piel estaba muy sensible. Alcé la voz para preguntarle a la dependienta si era normal que hiciera tanto calor.

"Oye. ¿Es normal que esto esté tan caliente? Es un infierno."

Por una puerta se adentró ella a mi cuarto de vapor. Ella iba desnuda. Su piel mostraba un bronceado espectacular que sólo se alteraba por una huella blanca casi imperceptible de lo que sería la tanga que portaba en la playa en la que se asoleaba, reconocible por un pequeño triangulito en el cóccix seguido de un hilillo claro que rodeaba sus nalgas hasta su vello púbico, que era abundante. Nada en ella caía, tan alta y todo tan firme. Se movía con una gracia que fascinaba.

"Llamame Lorena- dijo una vez que reguló el vapor- ¿Te importa si tomo el baño aquí contigo? Sirve que los aceites que uso rinden para las dos."

Yo asentí con la cabeza. Ella trajo desde su cuarto un estuche de aceites. "Este será mi regalo para tu novio, vas a oler y saber deliciosamente" A esas alturas yo ya era consciente de algo, me encantaba que me hablara para decirme lo que sea, y con tal de escuchar aquel timbre le preguntaría cuanta cosa fuese necesaria. "¿Cómo se usan estos aceites?" Pregunté.

"Me temo que lo primero que debes decidir es si te vas a desnudar o no"

Respondí tirando mi toalla al suelo. Ella me miró con curiosidad... y me gustó. Quería yo causarle tan buena impresión como la que ella me estaba causando a mi. Ella continuó:

"Los aceites se aplican en distintas partes del cuerpo. Dime, al azar, ¿Cuál quieres probar primero?." Señalé uno de un frasco verde. "Bien. Es para las orejas. Se frotan los oídos de manera muy suave, muy delicada, como si tu formaras tus oídos con tus dedos, como si fueras una escultora que hace tus orejas y las distiendes hacia la parte de tu cráneo que queda detrás de ellas"

Me colocó unas cuantas gotas en las yemas de los dedos y me hizo una mueca de que comenzara. Ella se puso un poco de aceite en sus dedos y comenzó a trabajar con sus manos sus orejas. Tenía tanta maestría para colocarse los aceites que ella ya había terminado cuando yo apenas, y torpemente, había alcanzado a embarrar el aceite en mis orejas, pero sin haber llegado a aquel momento sublime que ella refería como hacer una escultura con mis orejas.

"¿Me ayudas?" Le dije. Sus ojos hicieron una fiesta, y eso me agradó. Comenzó a hurgar mis orejas con tanta ternura pero con tanta decisión que pese a que estaba en el cuarto de vapor, a no sé cuantos grados de calor, mis poros se erizaron como si una mano helada hubiese recorrido mi espina dorsal. Ella notó de inmediato este detalle y preguntó en son de broma "¿Te dio frío?", yo contesté que no, ella insistió en escuchar de mis labios la verdad, así que arremetió con una segunda broma "¿Le subo al calor?", y ante esta insistencia yo contesté "Nada de eso. Es que sentí rico". "Si quieres me detengo" Espetó. "No por favor, me estoy sintiendo muy bien". Ella me miró, y si al llegar la había encontrado bella, por su simple belleza, ahora, dotada de no sé qué intención o propósito, o simplemente sabedora de que me gustaba, desplegó su verdadera belleza, sus ojos se tornaron iridiscentes, sus pupilas se dilataron, sus pezones se irguieron, su cabello se armó de más volumen, su voz se hizo más ronca, sus labios más anchos, todos sus labios, y comenzó ella a despedir un olor absolutamente atrayente. Todos esos mensajes me enviaba, pero seguía teniendo cautela ante mi, no quería faltarme al respeto. Su timidez me pareció encantadora. Ya que terminó con las orejas yo tendí un acuerdo que nos facilitaría la existencia a las dos. "Tú eres la experta en esto. Sería mucha molestia si tú te encargas de aplicarme los aceites. Digo, si no te incomoda. O si tiene un cargo extra me lo dices" Lo último pareció ofenderle un poco, pero se vengó contestando, "Te haré el tratamiento completo, y serás tú quien le pongas precio a mis servicios, ¿De acuerdo?"

"Vale"

Nunca había estado en presencia de una mujer desnuda, al menos no tan cerca ni tan sola. Era yo consciente de cada músculo de su cuerpo, de su olor, de su piel, de su respiración. Me colocó un aceite en la espalda y pareciera que sus dedos fueran un arado etérico que preparaba mi cuerpo para la siembra de un montón de flores. Sus manos eran tan suaves y su tacto tan firme que, pese a que la apariencia era de que yo le estaba sometiendo y ordenando que me diera servicio, justo como un tirano que exige de la forma más ingrata que le sirvan, todo se disolvía por la gracia de su habilidad para romper timideces y recatos. Luego se apoderó de mi cuello, y fue como si mi cuello fuese un falo divino que ella idolatrara sólo porque yacía sobre los hombros de una mujer. Mis pechos ya estaban con los pezones más que exaltados cuando sus manos colocaron un aceite naranja en ellos, volviéndolos de su habitual color café a un rosa tenue, de esa ciruela pasa enfadada que eran a un piñón rosa refulgente. Sentí como ella jugaba con el peso de mis pechos y como aquello no obedecía a ningún tipo de servicio, pues ella se estaba dando una gozada toqueteándome las tetas. Supongo que se puso un tanto agresiva con mis senos, dejando en evidencia su intención de procurarse su propio y egoísta placer, sólo para medir las posibilidades de éxito que deparaban a las futuras pases de su tratamiento. Colocó por fin en sus yemas un líquido rojo y, sentándose a mis espaldas, dejando descansar sus voluptuosos pechos en las alas que me comenzaban a brotar en la espalda, sujetándome con su brazo izquierdo de la cintura, dirigió su mano derecha a mi clítoris. Oh Dios, cuanto placer podían proporcionarme aquellas manos tan hábiles. Bajo una falsa objetividad, sus dedos se deslizaban de una u otra manera con aquel toque mágico, como si un ángel me metiera los dedos en la vagina, que manaba enormes cantidades de jugo. Comencé ya abiertamente a mover mi cadera, como rogando una penetración más enérgica, ella me hacía caso sujetándome la cintura con más firmeza y clavándome los dedos como un ancla maldita. Oprimió mi clítoris y al mismo tiempo me dio un beso en la parte trasera del cuello. Me volví loquita. Era ella un demonio que me había comenzado a poseer sin misericordia alguna. Pegaba sus pechos en mi espalda y yo imaginaba cómo se verían aquellos enormes globos de placer al chocar con mi piel. Se retiró de mi espalda y me dejó ahí, sentada, con las piernas abiertas, con la respiración pesada por el gozo y la falta de oxígeno. Estaba hincada ante mi, como si yo fuera su Diosa, aunque muy pronto descubriría que no era yo su Diosa, sino mi vulva. De rodillas, en total devoción, se acercó hasta mi y metió su lengua en mi sexo, con tanta habilidad que me hizo tener un orgasmo inmediato. Comencé a atenderme yo misma con mis dedos para disfrutar la combinación de sus caricias y las mías. Ella libaba cada gota de jugo que yo destilaba.

Me alzó y propuso que fuéramos a su dormitorio. Ni siquiera un baño helado que ella ordenó como obligatorio logró enfriarme un poco siquiera. Nos secamos, nuestras manos estaban arrugadas de tanta humedad. Ya en la cama ella continuó dándome aceite en las piernas y el nos pies, mismos que me mordió con agresividad. Sentí abandonarme totalmente. Fue a un ropero y de él sacó un calzón que iba acompañado de una verga falsa. La vi y supe mi destino, por lo que, sin ella pedírmelo me coloqué en cuatro patas y me abrí las nalgas. Comenzó a fornicarme de una manera tan viceral que ya querrían los hombres joder así. Entrente de mi cara había un espejo y a través de ese espejo nos lanzábamos sonrisas como dos buenas amigas, la amiga que se empina y la que la penetra. Con un aceite comenzó a educar mi ano. Primero lo bañó en aceite, luego con su lengua se dedicó largo rato a distenderlo, una vez hecho esto, comenzó a penetrarme con su verga. Yo nunca había sido tomada por ahí, pero si habría de estar en aquella situación, que mejor que fuera en manos de esta sacerdotisa. Me sodomizó suavemente, sentí que mis caderas tenían el doble de ancho, como si todos mis huesos se hubiesen preparado para parir triates de un solo tirón. Sentía dulce el lento barrenado que luego fue tornándose un poco más salvaje. Sufrí muchos orgasmos, siendo el séptimo el que sentía ahora que estaba penetrada por detrás. En aquella mañana había descubierto muchas capacidades que no sabía que tenía. Me enseñó como penetrarla, le mamé su sexo, sus pechos, su ano, sus axilas, le comí los pies. Para ese momento había pasado de todo entre nosotras, menos una cosa, no nos habíamos besado en la boca. Acabado el sexo comenzamos a hacer eso precisamente. No sabía yo que misterio encerrarían para mi aquellos labios de mujer. Cuando los probé supe que era lo mejor que había yo probado en mi vida, el sabor de su saliva, su fuerza, su abandono. Nos besamos cerca de una hora cuando el novio más apasionado que había tenido habría aguantado quizá cinco minutos. Nos besamos las mejillas, los ojos, las orejas, y la bendita boca. Eran las doce del medio día. No me iba a casar ya. Me quedaría con esta mujer toda la vida si fuese preciso. Nos quedamos desnudas toda la tarde. Eventualmente me imaginaba a Ricardo triste y desamparado en la iglesia llena y sin novia. Lorena aplaudió mi sangre fría, pero como que no quiere la cosa dijo no estar de acuerdo en que una persona haga sufrir a otra, y mal que bien sugirió que todas estas delicias bien las pude haber descubierto antes de dejar plantado a un novio en el altar. Nos hicimos la pedicura y manicura mutuos. Quedamos liadísimas. Por la noche me recordó "Y bien, ¿Qué precio le pones a mi trato?" Lloré de sentimiento. Lloré de saber que no había precio que pagara lo bien que me sentía. ¿Cómo pagar lo que solo es gratis? ¿Cómo pagar la felicidad?

A lo largo de aquellos meses tuve que enfrentar de todo. Pero valía la pena. Lorena y yo éramos almas gemelas, salvo en lo espiritual, rubro en el que no terminábamos de estar de acuerdo. Compramos muchos fetiches por aquellos tiempos, máscaras de látex, látigos, velas, cuerdas. Un día ocurrió algo terrible para mí. Llegué a horas inesperadas a lo que era nuestra casa y de inmediato percibí que todo estaba preparado para una sesión de placer. Yo me fui desnudando esperando encontrar sobre la cama y desnuda a Lorena, en lo que esperaba fuera una sorpresa placentera. Al llegar al umbral de la habitación escuché unos cantos hindis provenientes de una voz de hombre muy graves. Mi sorpresa fue encontrarme a Lorena penetrada por tres sujetos, uno en la vagina, sobre el que estaba ella sentada, otro que la arremetía por el ano, y otro que le llenaba la boca con su gorda verga. Ella tenía en la espalda dibujados distintos tatuajes provisionales que me remitían a la tradición de la India. Salí corriendo de ahí, me vestí, y en un arranque de dignidad me quedé en la sala a esperar a que terminaran. Lorena gemía como una vil putita, y lo que eran cantos se transformaron en un sonido parecido al que hacen los jabalíes cuando pelean por la hembra, y es que eso eran los hijos de puta que la fornicaban, el del ano y el de la boca eran un par de panzones a los cuales Lorena nunca les haría caso, el de abajo se veía más normal. Una ola de gritos me hicieron saber que todos le habían eyaculado dentro.

Los tres tipos salieron vestidos de monjes, con túnicas naranjas y caritas de santurrones. Lorena salió desnuda, silvestre como era. Cuando me vio sólo dijo "Oh. Ya llegaste"

"Si ya llegué. ¿Es todo lo que tienes qué decir?"

"No te enfades, mira, él es Swami Ankananda, él es Swami Triponanda, y Swamiji Yogananda. Lo que viste no es lo que crees. Han venido a darme una iniciación de Kundalini Yoga"

"Te aseguro que sólo te jodieron"

"No entiendes"

"¡Se la estabas mamando a este gordo Lorena!"

El gordo se defendió "Era para abrir el chakra laríngeo"

"Chakra laríngeo mis tetas" dije "Lorena, diles que se vayan".

"No puedo" dijo

"Lorena, o ellos o yo"

"Sonia. Nunca me hagas elegir por favor"

"Decide"

"Vete Tú. Llévate todo lo que compramos. Cambio de vida a partir de hoy. Me uno al monasterio de los señores.

"Vete a tu puta secta"

Prometí pasar de las mujeres, por eso le hice caso a Gonzalo. Sin embargo, mis maneras de querer se habían arraigado muy dentro de mis poros, así que si él quería estar conmigo habría de pagar los platos rotos de Lorena. La cosa marchaba medianamente bien. Sabía que era un tipo casado pero que se estaba divorciando. Y aunque esta mentira es para ingenuas, yo no ponía muchas objeciones en tanto que él siguiera prestándose a mis juegos, después de todo, no estaba muy segura de quererlo para toda la vida. Lo único que no le toleraba era que me fuera desleal. Y ahí es donde todo comenzó a caer... o a levantarse.

Me surgía la duda de si seguía teniendo arrumacos con su todavía mujer, así que acudí a las oficinas de un programa de televisión que se encarga de fisgonear maridos y esposas desleales. El concepto me parecía tan roñoso que resultó tentador.

Llegué al sitio y me hicieron esperar en una sala de estar, ahí estaba una mujer de cabello negro, muy linda. Era sorprendente que una mujer así tuviera líos de un marido infiel. Platicamos de cosas sin importancia, nos caímos bien, supongo.

Primero pasó ella, luego pasé yo. El psicólogo que nos atendió salió del privadillo con la cara verdaderamente emocionada. Lo que para nosotras era desgracia para estos desdichados era su fuente de ingresos. Llamaron al director y a un par de guardias de seguridad. Nos hicieron pasar al privado del psicólogo y nos flanquearon un guardia a mi y un guardia a ella. Todo esto nos empezó a dar mala espina a las dos y comenzamos a mirarnos a detalle, al grado de que cuando el director nos planteó la problemática, ya no era sorpresa para nosotras.

"Estimadas damas –dijo con una seriedad apócrifa – es mi deber comunicarles que estamos ante un problema. Ustedes están señalando al mismo sujeto." Los guardias fueron a no hacer nada, pues gentilmente no nos enfadamos ni ella ni yo, nos habíamos caído bien, insisto. El director fue al grano. "Es obvio que este sujeto es desleal con las dos, y su buena fe se demuestra con el hecho de que ambas han intentado dar con la verdad antes de seguir en el error. Este caso está condenado al fracaso o a la gloria. Al fracaso porque nuestro equipo no investigará a un sujeto que, por lo que ustedes dicen, es notoriamente infiel, pues no tendría misterio alguno la secuencia; o a la gloria si ustedes se pusieran de acuerdo para darle su merecido. Desde luego entendemos que es difícil que dos rivales naturales se alíen, pero es una sugerencia que no podemos evitar hacerles, pues sería una situación completamente nueva en el programa, y ya saben ustedes, un programa siempre necesita renovarse."

Nos dejaron solas. Nada hablaríamos ahí. Nuestros silencios nos hicieron pasar por varias etapas, primero la rivalidad, luego la duda acerca de qué tendría la otra que la hace competidora, luego un desdén de que no vale la pena hacer escándalo por un sinvergüenza, y al final la etapa en que pensamos que no estaría mal jugar con él. Para mí era entretenido porque desde un inicio comencé a jugar con él, así que, si jugaba además con su esposa, que era además un primor que encima daba toda la facha de ser bastante inocente, pues podría deparar muchas emociones.

A grandes rasgos platicamos de que teníamos en común sólo una cosa, Gonzalo, según yo, Cornelio, según ella. Fue muy raro, pues desde el primer momento toda la escena indicaba que era ella la que estaba en aprietos, no yo, como si el respeto que merecieran mis sentimientos no importaran, claro, porque ella había firmado el dichoso papelito del sí-acepto, cosa que por otro lado podría convenirme, pues las circunstancias parecían indicar que ella no tenía amigas y sin embargo necesitaba urgentemente de una que le comprendiera, y ¿Quién sino yo la entendería? Sólo yo era capaz de semejante empatía, de ponerme en sus zapatos y sentir que su marido me engaña. Pues bien, he ahí que ella era la esposa rota y ahí estaba yo para consolarla, para cuidarla, para protegerla del bastardo mentiroso de su maridito. Era una ironía, lo sé, pero se sentía bien. Yo la abracé con candor, guareciéndola del mundo oscuro, y mientras mis brazos y pecho la envolvían con un escudo redentor, mi nariz no podía sino oler lo fresco de su piel, mis manos detectar el calorcillo de sus hombros, mis ojos deleitarse de tan frágil figura, mis labios saborear lo dulce de sus lágrimas, mi corazón sentir la adrenalina de la víctima cercana, del arribo de la presa.

Mal que bien fuimos charlando camino a mi casa. Todo aquello que la convenciera de lo humillada que habíamos sido las dos nos acercaba. Llegó un momento en que concluimos que debíamos ser tan honestas y revelarnos qué era lo que cada una de nosotros le ofrecía a Gonzalo, algo muy del tipo de muéstrame-tus-cartas-y-te-muestro-las-mías. Llegamos a mi casa y sentí la dulzura de una victoria no pretendida.

Comencé por ofrecerle un trago, no sin antes colocar en él unas gotitas de un afrodisíaco muy bueno que guardaba siempre en mi cava para mi propia perdición. "Deberíamos embriagarnos de puro coraje" le dije. Ella aceptó con la cabeza. Yo sabía que esta mujer no cedería ni su posición de esposa ni sus verdaderas intenciones estando sobria. Comenzamos a beber. Yo con moderación, ella sin nada en mente.

"¿Sabes? Lo que a tu marido realmente le encanta –si refería a Gonzalo como de su propiedad gozaría de su total atención, lo que me daría tiempo de poder decirle lo que quería decirle- es que le haga jueguitos". Ella se rió y preguntó

"¿Jueguitos? Pero si hace mucho que Cornelio ni siquiera sabe reírse".

"Yo no dije que se reía, dije que simplemente creo que le gusta jugar" Aclaré.

"Me estás matando con tu misterio, cuéntame ya, ¿Cuáles jueguitos son esos? ¿La matatena? Ja, ja, ja." Dijo en clara señal de estar ya algo alegre. La risa le desapareció de los labios cuando me vio salir de detrás de la puerta del armario con mi pantaleta de látex negra con semejante verga al frente.

"No lo creo"

"Créelo lindura"

"¿Cómo puedo competir yo con eso? Perdón, se me salió la honestidad."

"No es competencia, siento yo, sólo son cosas diferentes"

"¿Y se lo metes hasta el fondo? Es enorme."

"No es lo que piensas, no he conseguido que me entregue su doncellez… todavía"

"Ahora sí no entendí. Si ese es el jueguito que se traen, pero tu no lo sodomizas a él, ¿En qué consiste?"

"Yo llevo esto puesto mientras él me da por detrás"

"Típico"

"Lo más que he conseguido es que finja masturbar mi cosita mientras me clava"

Ella tenía los ojos completamente abiertos de la incredulidad. Comenzó a reír, pero nerviosamente. Me preguntó si había más utensilios, yo se los mostré. La cosa se estaba alejando de la diversión. La razón la entendería con la siguiente pregunta que ella hizo:

"¿Siempre tienes qué ser tan mala?"

"¿A qué te refieres?"

"Vaya, no dudo que te diviertas con mi esposo, ni con traerme aquí y mostrarme todas esas cosas nuevas, pero me da la impresión de que hasta en el momento de mayor locura no pierdes el control, que siempre guardas el control, y eso puede hacer de todas las situaciones un simple plan. Es como ver una película que tu misma te has contado el final, y el placer consista en que termine como habías dicho. Desde que me acuerdo, atesoro más aquellos momentos en que un revés del destino me hizo adentrarme en situaciones que, estando fuera del guión, ocurrieron en mi favor"

"Pero no soy una robot. Por ejemplo, yo no planee que nos encontráramos en las oficinas de infieles, y sin embargo sucedió. ¿Qué mejor muestra de azar prefieres?"

"Si. Pero desde que llegamos pareciera que ya sabes todo lo que ocurrirá. ¿Sabes si lloraré ríos de lágrimas? ¿Sabes si en mi bolso llevo o no una pistola y si soy capaz o no de pegarte un tiro?. Cornelio no puede querer en serio a una chica como tú. Tiene otro motivo que no eres tú. Oh, ¿No habías pensado en eso? Pero si es tan evidente. Tal ves tu y yo somos un par de pendejas jodidas, tal vez Cornelio haya decidido por fin declararse gay y no encuentra la forma de decírmelo, y claro, sería más fácil si lo mando al carajo estando muy ofuscada por el coraje. ¿Qué cosa es más predecible que el enfado de una esposa engañada? Si no se enfada por perder su amor se enfada porque, lo quiera o no, se están metiendo con lo suyo, como una cuestión meramente territorial, como si el muy baboso tuviera varias hectáreas de verga. El problema es que no tengo coraje. ¿Ves? No todo se puede planear. Tal vez crees que estás jugando con él y no sea sino al revés."

Debo admitir que sus palabras me hicieron hervir la sangre, es como cuando tu madre te aconseja no hacer algo que de todas maneras desafortunadamente realizas y ya que te has jodido bien bonito viene ella y te dice con una sonrisita cínica "¿Ves? Te lo dije". El que ella tuviera razón por el sencillo motivo de ser la esposa, que lo conoce desde hace más tiempo, que ha vivido con él, no sólo salido a fornicar cada tercer día, y porque es a grandes rasgos más congruente y más… más… más señora, me emputaba de manera integral. He aquí que la que empezó a llorar fui yo, y eso sí que fue un revés. Me dieron ganas de dañarla de verdad, pero me resultaba demasiado simpática.

"No llores –me dijo con una ternura infinita- la verdad siempre es una cosa preferible, luego del primer trago puede una andarse a sus anchas, nadar en una libertad que en la mentira no se tiene, en la verdad no hay riesgo de nada, todo es lo que es y es justo a la vez, en la mentira la pequeñez aflora. Mejor cuéntame, ¿Te hablaba de mi?"

"Muy poco"

"¿Qué te dijo?"

"Ya sabes, idioteces predecibles que de alguna manera reflejaran de una manera muy fácil la idea de lo mal que se llevaban y lo insoportable que era la vida a tu lado"

"¿Y tú crees eso?"

"¿Qué?" Dije reponiéndome.

"Que la vida a mi lado sea un infierno"

"No sé" Le contesté. La siguiente sorpresa de la noche se apersonó en forma de un beso tan caliente que convirtió nuestros labios en un cuarteto de caracoles en celo que compartieron toda su saliva, y en un detalle inesperado para mí, me clavó su lengua hasta bien dentro de la garganta, y sentí que mi cuerpo se abría en canal como si fuese empalada por un Dios verga. Se separó de mi boca y un hilillo de saliva se extendió de su boca a la mía para luego romperse, produciendo en mi cabeza –sólo en mi cabeza, pues no pudo ser real, obviamente- el sonido del encordado de una arpa que se rompe, sacudiéndome todas las ideas.

"Te vuelvo a preguntar. ¿Crees que la vida a mi lado es tan desagradable?"

"Dudo que lo sea"

"Qué te dijo él para convencerte de que mi compañía es infernal"

"Qué cuando le hacías el amor siempre niegas con la cabeza, como si te estuvieran violando"

"Él no es muy delicado, tu lo has de saber. Nunca ha querido tomarse el tiempo suficiente para hacer las cosas como se debe. Cómo te diré, cuando hace el amor conmigo lo hace como para afirmar toda serie de cosas, no le importa golosearse con mi cuerpo, no le importa volverse loco."

Decidí jugarme todo de una vez y pregunté "Y con este beso que nos dimos ¿Cómo te sentiste?"

"Maravillosamente"

"Yo también"

Decidimos darnos otro beso, y otro, y otro. Estaba tan rica, tan dulce. Sus carnes se sentían tan vivas que pareciera que debajo de la piel encerrara un millón de esferas vibrantes. Nos fuimos desnudando. Dios, ¡Qué bella era!. Sonreía con su boca mientras la desnudaba, pero en realidad todo su cuerpo era una enorme sonrisa que hechizaba. Comenzó a besarle los pechos y se disponían entre el rojo de sus labios, como si su saliva fuese un solvente que convirtiera mis pezones en la corteza de mi corazón y lo tocara con su lengua alterando mi pulso, mi manera de pulsar, para siempre. Se trasladó hasta mi bajo vientre, luego hacia mi ombligo, luego llegó a mi sexo y me hizo maravillas con su lengua. Al contacto de su lengua con un punto sensible de mi sexo todo se me rompió, comprendí que aquello de querer ser un hombre para disfrutar del derecho a ser un cabrón e hijo de puta consumado era en realidad una meta por definición pequeña y miserable, un hombre no sentiría lo que yo sentía ahora, y segura estaba de no querer sentir nada diferente. Lloré de gozo. Ella me pidió que la penetrara. Lo hice, y por primera vez penetré como mujer. Ella me abrazaba mientras la embestía al más simple estilo del monje, dejando que nuestros pechos se empalmaran plenamente, dejando que nuestras bocas consumaran un ruedo en que nuestras lenguas serpientes luchaban a vida. Un beso anunció un lento y cálido orgasmo conjunto que nos hizo trenzarnos en un cortejo de boas. Ella miró su reloj, tenía que irse.

Me entristecí, que digo me entristecí, me horroricé, me había enamorado de la forma más inocente. Era débil y no me importaba. Ella era de las mías, no cabe duda. Me dijo que nunca había estado con una mujer. Yo no le creí. Ella pareció intuir mi conclusión, así que me aclaró que una prima suya le había enseñado unos trucos, pero siempre soñando con hombres, que esto había sido nuevo y divino. Me tranquilicé.

Antes de marcharse se volvió hacia mí y me dijo: "Discúlpame, no quise herirte. No creas eso que dije de que Gonzalo nunca andaría seriamente con una chica como tú, por el contrario, pienso que quienquiera que te conozca y te deje ir sería una persona estúpida"

"Entonces no me dejes ir tú"

No me contestó. En cambio me regaló una mascada que dijo era su prenda más querida. "Volveré por ella cuando sea el momento oportuno, y no me marcharé de tu lado sino hasta que tu me digas que no la quieres más."

"¿Puedo seguir jugando?"

"Pero acaba pronto, yo te diré cuando habremos de "sorprenderlos"."

Me quedé sola en casa, ilusionada, con un problema llamado Gonzalo. Encaminé las cosas a manera de que el muy cretino estuviese dispuesto a que lo penetrara. Era una especie de desquite, pero además era una especie de favor. Segura estoy que una vez que pruebe la verga se va a enamorar de ella y podrá decidir que hacer con sus nalgas.

El día en que nos sorprendieron nos atraparon justo como yo quería, con él empinado y bien atravesado por mi. Rebeca estuvo genial con su actuación, así que batallé mucho para no reírme y sorprenderme de la amplitud de su rango histriónico que ya quisieran los primeros actores. Las cosas no pudieron ser mejores. Gonzalo por fin quedó expuesto ante todo el país como lo que era o quería ser. Resolvió su problema y le dieron un divorcio bien rapidito. Rebeca se ha quedado con la casa y yo me he ido a vivir con ella. Definitivamente vivir a su lado es un paraíso. Gonzalo estaba del todo equivocado. Nuestros juegos son infinitamente mejores que los que teníamos su ex marido y yo. No puedo quejarme. Supe que al comenzar a liarme con Gonzalo estaba en pos del amor de mi vida, pero nunca sospeché que todo se resolviera tan bien. Rebeca, eres un encanto.

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