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Arakarina (17: La mano de la novia)

en Grandes Series

ARAKARINA XVII

LA MANO DE LA NOVIA

 

FAVIO

Hay historias de amor que pueden ser narradas de una manera muy breve, ello por que encierran una lógica muy corta. En el caso de Favio la historia de amor / desamor ocurrió de lo más sencillo.

Iba él con su novia en un camión urbano, él feliz la abrazaba por encima del asiento, ella de cara a la ventana, y él sentado al pasillo. Él con gorra beisbolera como es usanza a sus veinte años y ella con el cabello suelto, una mochililla guarda triques en el hombro y una blusa escotada, como es usanza en cualquier época y edad si se tienen las tetas que tenía su novia, así saltonas y brillantes, una verdadera provocación. La novia no tenía el gran culo, pero él tampoco tenía el gran pito, y en general se la llevaban tranquilo. Ella pensaba que se casaría con Favio, y él pensaba lo mismo, correspondiéndole. Hasta ese día.

Abordó el autobús un tipo alto y delgado, aunque ciertamente no era flaco. Llevaba una playera de algodón y chaqueta de cuero, sus pantalones de mezclilla y sus botas, todo en color negro para contrastar lo blanco de su piel. La chaqueta no era de motociclista, sino tipo cazador. Lucía un tanto ridículo porque portaba gafas para el sol a eso de las ocho de la noche. Los varones del camión pensaron "qué mamón", Favio incluso le dijo a su novia - Mira ese mamón- y ella lo vio, pero al igual que todas las damas del camión pensó, "Sí que es sangrón, ¡pero que bueno está!", tanto así lo pensó que le dijo a Favio - Sí, es un mamonazo-

El fulano caminó por el pasillo y como no había asientos se tuvo que parar en algún sitio, es decir, en el pasillo justo frente a ambos. Tan así que, si Favio hubiese apetecido, le podría haber abierto la bragueta y chupado el pene, situación que casi ocurría, pues el camión iba lleno y el sujeto le rozaba a Favio el hombro con su sexo. El que estuviera ahí permitió a Carmen, la novia de Favio, percibir que el mamonazo olía además muy bien, a loción de Ralph Lauren, mientras, y ya que estamos comparando, Favio olía a la fragancia que despedía su desodorante OBAO marine, que no huele mal, pero no hay que confundir como huele un fulano que usa el kit Safari de Ralph Lauren con el de un desodorante de tienda de autoservicio. Favio comenzó a molestarse cuando vio que la gente bajaba del autobús y el tipo Safari no tomaba asiento, sino que permanecía ahí a su lado, escoltándole seguramente las tetas a su novia. La verdad es que con cada bache las tetas de Carmen temblaban como un flan muy sabroso, duro, con la consistencia ideal, y el fulano, de seguro intuía que esas tetas estaban bien de azúcar, como todo buen flan, y cada bache amenizaba una danza que invitaba a imaginar la banana de uno en medio de esos dos flanes, haciendo un postre rico en el que no tardaría en venir la leche semidescremada, y además la calle tenía tantos baches y agujeros que ahí podían subirse a un camión y aprender a bailar las odaliscas.

El error sobrevino cuando Favio dijo "aquí me bajo yo" se besaron y él se bajó del autobús. Como siempre, abandonó el coche y miró por la ventana cómo se marchaba su chica y ésta le miraba a través del cristal, como si se despidieran en un andén de ferrocarril con toda la nostalgia que esto conlleva, aunque esa despedida la hicieran a diario.

Esta vez no ocurrió lo mismo, pues en vez de que su chica voltease a verle mientras el camión lo dejaba a la orilla de la calle, vio como el Safari Man le sonreía a su chica como pidiéndole permiso para sentarse junto a ella. Se fue camino a casa todo encabronado y se acostó temprano sin ver los programás de T.V. que a diario miraba. - Te sientes mal m´híjo- le dijo su madre, y le sonó asqueroso que lo siguieran tratando como un chiquillo. Pero qué culpa tenía su madre de que él comprendiera de tajo y porrazo que comparado con el Safari Man él lucía como un púber imbécil.

Mientras en el camión el Safari Man no pudo ser más franco, pues antes de preguntarle el nombre a Carmen y de intentar simpatizarle le dijo - ¿Te casarías conmigo?- "pero si no te conozco" - Déjame presentarme, soy Alfonso, trabajo en Metales Centrífugos, S.A., soy gerente de calidad, sé que eso no te importa, pues no te casarás conmigo por mi puesto ahí, ni siquiera por que gano veinte mil pesos a la quincena. Dirás que qué presumido, te preguntarás inclusive por qué si gano ese sueldo no abordé un taxi, la verdad es que no siempre tuve tanto dinero, es decir, no me avergüenza subirme a un camión, de hecho la mitad de mi vida la pase en camión, pero para este caso, enhorabuena que no pasó ningún taxi, pues así pude conocerte. dame al menos una oportunidad."

- No puedo, tengo novio-

"Esa honestidad me gusta, pero no insistiría tanto si mis intenciones no fueran tan serias. Gustándome como me gustas tengo que arriesgarme a planteártelo así. Si supiera que te volvería a ver no me portaría tan necio, tal vez esperaría, me acercaría, haría todo eso que hacen los hombres cautos, pero no tengo esa seguridad, para mí no hay más oportunidades que ahora. Imagínate que te perdiera para siempre por respetarlo a él, para que luego él se enemistara contigo por un capricho adolescente y cortaran. No, discúlpame pero esa razón no puede detenerme. La única cuestión que me detendría es que tú me dijeses que me detestas, que no me darías nunca una oportunidad."

- Yo no he dicho eso-

Al día siguiente Carmen estaba más fría, y después sencillamente nunca estaba. De repente cortó a Favio, sin explicación alguna. Al día siguiente se casó. Y pese a que Favio la maldijo un billón de veces, ella parece feliz con su Safari Man, que además resultó ser un tipo que parece quererla con locura, mientras que ella le mira con admiración y respeto, con amor profundo de verdad, ella se puso cada día más buena, seguramente de tanto cultivar su enamoramiento, y de rato llegaron los hijos, unos gemelos.

Eso en dos años, ¿Y Favio? Igual de inmaduro, con gorra beisbolera a usanza de aquel que eterniza sus veinte años. La única realidad aquí es que su novia fue lista, pues vive mejor que como hubiera vivido con él durante años, y lo que más duele, ese cabrón de su marido es sencillamente mejor.

Pero ¿Quién dispuso quién es mejor que nadie?, ¿Porqué los parámetros de medición se basan en valores que él no tiene quizá por destino, o por genética?, ¿Por qué puede pasar que la chica de sus sueños apetezca de un hombre con una composición genética opuesta a uno? y estar en consecuencia jodido de antemano. ¿Acaso no hay ningún reino celeste o terrenal en el cual todos tengamos de verdad las mismas oportunidades?.

Tal vez en otro sitio, en algún reino africano donde todos valgan una chingadera porque sólo importara una vida, la del rey, ¡pero el resto iguales!, sin diferencias, aunque todos estuvieran igual de podridos, pero igual de...

¿Dónde?, Tal vez en una sociedad aislada del mundo y del dinero, o en una secta, donde sólo importe el espíritu.

LA MANO DE LA NOVIA

Una vez que se llevaron a cabo los conjuros y las plegarias de rigor, se guardó silencio. Adreil ordenó que todos y cada uno se sentara lo más cómodo posible, es decir, lo más cómodo que puede permitirse un fakir, y en todo caso no podían recargarse ni en los muros ni unos con otros, después de todo resultaba irónico que siendo ellos iniciados, guerreros dispuestos a librar batallas del espíritu que, se jura, son peores que las que se deben librar en un plano corporal, no fueran lo suficientemente fuertes para soportar el miserable esfuerzo físico que requiere el estar sentado largo rato sobre el suelo. ¿Acaso el tonto cuerpo no estaba ahí para ser el eterno rebelde que es?, ¿Acaso el espíritu no es fuerte precisamente para acallar la rebeldía, cualquiera que sea? Además, cada uno sabía un poco de yoga, es decir, era permitido y hasta recomendable hacer sadanas durante el ritual, así cualquier dolor era algo cercano a la reducción automática de alguna que otra deudilla que seguramente se tuviera con El Inmenso.

Visto de otro modo, cuando Adreil pedía que se pusieran cómodos, ello obedecía a que el sermón que elevaría a la grey sería extenso y, si puede decirse, tierno. Siempre las misas eran como tormentas largamente anunciadas, extremas y voraces, y en veces simples lluvias cristalinas. Lo bueno y lo malo siempre en extremo. Lo muy bueno, lo pésimo. Todo ello era muy claro, pues habría que recordar el último desplante apocalíptico que había tenido Adreil en el cual responsabilizaba a todos y cada uno de los presentes de las catástrofes más en voga que ocurrían en el mundo, las cuales curiosamente coincidían con las anunciadas la noche anterior en el noticiario. En aquél día no sólo no pidió comodidad, sino que exigió que se escuchara su sermón bajo la posición de la cobra y mirándole a los ojos. Una montaña rusa, la verdad, lo cómodo sería realmente placentero, y lo incómodo atroz.

Favio se sentó a mero adelante, a escaso metro y medio de Adreil, que era la distancia apropiada, pues en algunos pases mágicos se utilizaba la espada, y sentarse a mas cercanía no aseguraba que el discípulo resultara ileso en el ritual.

El Maestro, pidió a un hermano que se arreglara el cinturón y le miró con furia, tal vez el hermano no tenía el cordel de la túnica tan movido como para que ameritara una llamada de atención frente al resto de la grey y a mediación del rito, sin embargo la orden iba de manera implícita para todos y parecía indicar que cada cual, pese a los esfuerzos por lucir místicos, pese al trabajo interno que estuvieran desarrollando, pese al dinero que pudieran tener, y sobre todo a aquel que estuviesen dispuestos a ofrendarle al Rabí, pese a las horas de meditación y oración que hubieran realizado, pese a los sacrificios o todo lo sea que hubiesen hecho, palabra o chiste adecuado, ocurrencia graciosa, mirada tierna, opinión brillante, belleza original o adquirida, no dejaban de ser simples discípulos mocosos que no sabían ni siquiera vestirse correctamente y llevar el cordel de la túnica en orden, y aunque la reprimenda fue dirigida a Juan Carlos, todos acomodaron sus vestimentas, su peinado, su bastilla. Adreil miró a todos y cada uno como mira un condenado a muerte a los soldados que han de fusilarle, a los cuales sin embargo desprecia y no teme. Su mueca debajo de las narices no dejaba de parecer una sonrisa siniestra y poderosa que puntualizaba que ahí el que fusilaba era él, y a pesar de su irreprimible exaltación, todo y cuanto decía obedecía y respetaba los planes que en su cabeza se había trazado semanas antes. Lo que no había previsto era que Favio le iba a pedir la mano de Isis.

Giro sus instrucciones, y ordenó que Juan Carlos y Gina se sentaran mas al centro, espalda con espalda, David y Maricela también, Sara y Julio también al centro, Manuel y Rebeca también al centro.

Cabe citar el simbolismo lógico de todo ello. Había un secreto muy bien guardado respecto a los matrimonios que se suscitaban en la secta. Las iniciaciones eran planeadas para que ingresaran al culto con tres o cuatro meses de anticipación a octubre, y tenía su razón, pues la secta no reconocía límites físicos, y los matrimonios podrían resultar inadmisibles para alguien que no estuviera plenamente compenetrado con los ideales del grupo, pues el matrimonio era de la pareja, pero también grupal.

De tal forma que durante los rituales los que ya eran esposos por la secta debían acomodarse juntos tocándose los hombros y siempre la mujer del lado izquierdo y el varón del lado derecho. La gente soltera iba atrás y separados hombres de mujeres. Si un esposo faltaba la mujer tenía que escoger de entre las mujeres a alguna que hiciese las veces de su esposo, respetando las reglas de ubicación de los cuerpos, es decir, casados siempre delante de los solteros, aunque con excepciones de izquierda y derecha, ubicándose en este caso la mujer casada al lado derecho, es decir, ocupando el lugar del marido. Así la mujer soltera le hacía el favor a la mujer casada ocupando su sitio, mientras que la casada le hacía el favor a su marido al cubrir su puesto. Las mujeres no resentían tanto la ausencia del marido en un ritual porque de una u otra forma había una unión muy estrecha entre todas las mujeres de la congregación, de hecho el ritual del baño previo a las misas disponía que todas terminaran por conocerse sin tapujos.

Situación muy diferente ocurría con los varones, que en ausencia de su esposa tenían que elegir a un varón y este le acompañaría durante el ritual, sustituyéndolo a él, ¡al marido!, mientras el marido pasaba a ser la mujer, lo que nunca agradaba a nadie, ni al esposo ni al elegido, y pese a que era un honor ser elegido, ya sea por aprecio o por venganza, a suplir a una esposa, el recelo creado era tan callado, tácito, pero tan real, que era una vergüenza para un varón andar llevando a la práctica esa costumbre. De ahí que los esposos eran más rígidos con sus mujeres que viceversa, pues era alarmante que una esposa faltase seguido y su marido soportara frecuentemente el hacerla de mujer. Otro detalle tal vez machista de esto, era que mientras las parejas de mujeres se sentaban al frente, con los casados, los hombres lo hacían detrás de los solteros, para no exhibir que sus mujeres han sido más voluntariosas que ellos y decidieron no acudir a misa o a ritual.

Para esta ocasión había varias sensaciones. Juan Carlos y Gina eran ya esposos en la vida real, por ende el que los eligieran a pasar al centro y se colocaran espalda con espalda era algo sensacional, pues iban a bendecir su unión a la luz de su nueva fe, David y Maricela no estaban casados aún, pero eran novios formales que después se casarían por lo civil, a ellos también les emocionó ser elegidos, pues esto podría ya contar como un hecho su relación profunda, Sara y Julio no eran nada, ella ruborizada se paró de entre el grupo de solteras y las demás, en gestos que eran permitidos, le ayudaban a pararse tocándole las nalgas, las tetas, la barbilla, el cabello, y en cierta forma las solteras hacían fiesta por la elección de una hermana que, aunque ya mayor a sus treinta y ocho años, lucía tan muchacha como la más pequeña, que tenía veintiuno.

Se colocó pensativa, preguntándose en qué consistía casarse ahí, en cierto modo feliz de no estar ella implicada en ese matrimonio, es decir, no era asunto de ella, ella sólo se limitaba a seguir los designios del destino, el cual le unía con Julio, quien le parecía bastante guapo y no le caía mal, a lo que cayó en cuenta que verdaderamente le simpatizaba ese hombre. Julio por su parte veía sólo ganancias, estar casado así nada más con esa mujer que ciertamente estaba bastante buena, sin mover un solo dedo por simpatizarle. Bueno, aunque le simpatizaba, el hecho de saber que daría lo mismo no simpatizarle le proporcionaba una placentera paz. Se sentaron al igual que las otras parejas, espalda con espalda.

La última de las parejas señaladas era la compuesta por Manuel y Rebeca. Ambos eran muy jóvenes, el de veinte años y ella de dieciocho recién cumplidos, se atraían mutuamente pero nunca se habían dado a la tarea de poner sobre la mesa sus sentimientos. Al escuchar sus nombres se miraron y sonrieron, como si lo esperasen fervientemente. Rebeca ya había tenido un año atrás sus primeras relaciones sexuales, tres ocasiones rápidas y consecutivas que no llegaron a formarle criterio alguno del asunto, mientras que Manuel, siempre tan respetuoso, no se había acostado todavía con nadie. En términos reales ambos estaban igual. Nada sabían de una relación fuerte.

Y Favio fue nombrado también, "Favio e Isis" dijo Adreil. Ya al último, casi se le olvidaba, pero lo dijo, y Favio casi salta de gusto. Pero Isis no estaba en ese ritual, ella rara vez venía a simples ceremonias, sólo acudía a matrimonios y misas.

Se sentó entonces Favio al centro y con la espalda sola, con todo el frío que puede tener una columna que no sostiene nada.

Adreil ordenó que todos abrieran esa ventana a la imaginación, los chacras, invitó a escuchar con el alma las palabras que del alma iban a brotar. Enfatizó varias cosas muchas veces repetidas en los sermones y enseñanzas de las secta.

"Hermanos míos. Me da un gusto inefable poder participar con ustedes en este reencuentro. No lo saben, pues necesitan experimentarlo en carne propia, pero a cada uno de ustedes les volví a ver después de más de un siglo de nuestra despedida. Somos vagabundos y nuestras almas nómadas han ido caminando a lo largo de los tiempos. La ley está escrita y dice que trabajemos en el espíritu, que hagamos florecer ese pájaro inmenso que llevamos dentro y volemos brindando hermosura y amor a este pobre mundo sufriente que cada día atestigua su propio funeral, que cada día nutre sus venas con un veneno lento y rapaz, sutil esencia del mal. Es un tonto quien piensa que puede despertar con los recursos que le ofrece el mundo. La mejor manera de hacer dormir el espíritu y matarle es mentirle y hacerle creer que ya está despierto. Al final de los días se verá que tal despertar fue una ficción y éste se desvanecerá sin remedio, devorado por un incomprensible dolor. No me pregunten el porqué del dolor sin reconocer antes el gusto que han desarrollado por experimentarle, sin admitir que ayer por la tarde o quizá hoy por la mañana salieron de su mano a pretender encontrar siquiera una flor en pie, no me pregunten pues contestaré que sencillamente ocurre, y alguna divina razón de ser y ha de tener. Somos vagabundos y este planeta ha sido escenario de nuestras andanzas. Conocen ya lo que es la reencarnación, muere nuestro cuerpo y nuestro espíritu aguarda el momento de reaparecer de nuevo, de intentar de nuevo superarse en el plano espiritual y por fin romper las demás leyes que nos rigen.

Sabemos la crueldad de la ley de recurrencia. Mientras no hagamos nada por nuestro nacimiento en el espíritu nos volverán a suceder una y otra vez las mismas cosas. Los hombres nacen y creen ir descubriendo este mundo y la vida, cada vez conocen mejor a la gente, dicen, los hombres acaban viejos intentando entender a las mujeres y viceversa, las canas tiñen sus cabezas y la muerte, con su soplo infalible, se anuncia cotidianamente y es en ese entonces que entra la urgencia del alma, no porque el alma sepa que va a morir, pues no muere, sino porque sospecha que ha pasado una existencia más que se ha desperdiciado. Una vida de hechos buenos y malos que no han servido de nada, que seguimos siendo los mismos gusanos del fango, el mismo libro autoborrable que termina por ser sinceramente aburrido.

Veo caras alegres y que bueno que existe en ustedes esa chispa de entusiasmo y amor, pero oíd lo que les digo. Si viesen las cosas como yo las veo se darían cuenta el fracaso que ha sido todo esto a lo largo de los tiempos y llorarían entre juramentos de cambio. Con lágrimas en los ojos vendrían ante mí diciendo que están convencidos de la necesidad de crecer, pero mentirían sin remedio.

No es la primera vez que nos encontramos. Cuando jóvenes nuestras almas se unieron, antes, mucho antes del nacimiento de Cristo, e inquietos y perseguidos hemos saltado los obstáculos del tiempo, hemos sido objeto de inquisiciones, de hogueras, de señalamientos con el dedo que versan nuestra locura, y son siglos ya en que esta locura ha sido juzgada. No nos importa que la gente más dormida aun que nosotros nos juzgue. Pero ¿De qué sirve soportar tanta calumnia si nunca terminamos nosotros tampoco de despertar? Eso sí que es una locura, morir para volver a buscar unas enseñanzas que, vida tras vida, existencia tras existencia, les es enseñada y nunca aprovechan.

En realidad de verdad os digo que esta es la última ocasión que yo, Adreil, estoy a lado de ustedes. En cuanto mis maestros me llamen tendré que dejarlos, y los dejo sin culpa, pues mil veces ya les he suplicado que despierten de su sueño, que enriquezcan el alma con caridad, con amor, con trabajo interno, con práctica constante de los rituales y procesos mágicos que vez tras vez les enseño.

Es la última reencarnación que estamos juntos, nosotros que hemos estado juntos todos estos siglos. Quisiera que estuvieran en esta iglesia todos aquellos que viéndome no me reconocieron para decirles que pensaran en aquella persona a quien más quisieran en esta vida, que lo imaginaran frente a frente en una calle sola, y que al cruzar camino esa persona ni siquiera advierta su presencia, no sólo que pase y no le importe el otro que pasa, sino que ni siquiera se de cuenta de que ese alguien, que eso otro, pasó. Quisiera decirles que nada choque es casual, que hasta el extraño que en la calle os causa risa lastimosa es en su vida importante, es ése que debió hacer estallar la bomba de su corazón, es la mecha que transforma la lástima y desprecio en compasión, que ese que odiaron alguna vez era el bienamado que pondría punto inicial al vuelo del alma al ser el detonador que vuelve, de una buena vez el odio en amoroso perdón, en conciencia pura. La gente cree sólo en las bodas eternas, en los amigos para siempre, sin pensar que una boda es para siempre, pero el siempre puede durar un segundo de éxtasis o de guerra, y la amistad puede ser perpetua, pero la perpetuidad puede medirse bajo la duración misma de una mirada profunda. Si supieran que la ciudad entera es parte de ustedes y que sólo es desconocido aquél a quien no han visto nunca, entonces me entenderían.

Quiero contarles algunas cosas de vidas pasadas. La vez anterior, hace ya dos siglos, entraron a nuestro templo extraños con la intención de robar el cáliz y demás artículos de nuestro templo, salí diciéndoles que tomaran lo que quisieran, pues los artículos no son nada frente al espíritu, y uno de los maleantes tomó una espada y la enterró en mi pecho. De nada valió mi intuición, pues había recibido fuertes señales de mis maestros que me indicaban que ese proceso de una muerte lenta y agónica era algo que tenía que padecer, pues tenía pendiente por pagar un crimen lejano. Me avine a lo que me dijeron y sólo me restó ver que el bandido, ciego de ira se me acercó espada en mano y sin escuchar absolutamente nada me dio un tajo en el pecho. El dolor fue muy intenso. Pero más doloroso que el tajo fue saber que me marcharía de ustedes y ninguno había siquiera tomado en serio el camino de la luz.

Paralicé mi cuerpo y mi hemorragia con meditación, esperando que llegaran, pues quería verles y decirles un adiós que les incitara al trabajo interno. Uno a uno, cada cual de ustedes fue llegando y encontrándose con mi cuerpo tendido, ya sin esperanzas de sobrevivir, envuelto en sangre, imaginen eso, ustedes que tantas veces habían besado mi cuerpo, que lo habían amado, que habían disfrutado lo que esa garganta las decía, que habían admirado mi fortaleza, que habían temido mi mirada, que habían respirado mi perfume, me miraron sintiendo una humana lástima, aspirando el perfume que desprende la sangre seca.

A petición mía no se llamaron médicos, nada podían hacer para sanar mi destino. Las mujeres lloraron y me tomaban del cabello, largo en ese entonces, los hombres me sujetaban los puños solidarios. Mi voz, antes fuerte y lírica, tocada del espíritu eterno, se vio de repente desolada al dar paso a la voz de mi cuerpo, débil pequeña, lejana, una voz que no llega al corazón sino sólo a los oídos. Sin embargo lo que les dije fue profundo: "Ámense, ámense profundamente y hagan del camino placentero. Las técnicas de ejercicio del alma ya lo conocen, hagan alquimia, hagan oración, no dejen entrar la angustia, nada es susceptible de generarnos angustia"

Después mi alma comenzó a abandonar mi cuerpo, que es el momento más grave pues el espíritu es lo primero en marcharse, luego la vitalidad que no sabe de eternidades ni de regresos en vidas futuras y teme, y externa su temor. Vieron entonces mi cuerpo llorar, gritar, abrazarse de sus cuerpos rogando que no me dejaran morir, pero ya estaba muerto, mientras ustedes también lloraban y decían cosas como "no te dejaremos" y cosas así, pero en vano lloraban y sufrían, pues yo mismo ya estaba mirando mi cuerpo en sus últimas manifestaciones. Después le vi caer a uno de los cuerpos más bellos que me había tocado ocupar, fuerte, hermoso, noble, capaz de generar amor a simple vista, portentoso, y en ese momento era un cuerpo muerto, más que materia. Sentí nostalgia de ese cuerpo y en espíritu descendí para tocar su cabello y boca una vez más. Tocándolo roce a algunos de ustedes y asustados proclamaban mi presencia. Les miré e los ojos, tristes, intensos, hinchados, fueron vuestros ojos los que vi. Fui a sujetarme a las leyes del cosmos hasta que luego volví a nacer, y a vagar de nuevo.

Por eso cuando les vi en la calle y fijamente observé su mirada, sus ojos reconocieron en los míos un gesto familiar, y era que nuestros espíritus se reconocían después de larga espera.

Ya han estado sentados así, espalda con espalda, y como en cada época han sentido excitación al contacto con la médula espinal, con los omóplatos, el cabello, el olor del otro, y todo les resulta tan suyo, tan propio. Y es que sus almas ya fueron casadas en tiempos anteriores, y hasta este par de jóvenes que vemos aquí, Manuel y Rebeca, que lucen inocentes, abiertos al deseo y al amor sano y profundo, tienen almas viejas como el tiempo y han estado unidos desde épocas de Jesús, juntos corrían al monte para verle hablar, para verle, en ese entonces aún no despertaban sus inquietudes por el espíritu, y la imagen del Rabí les embriagaba, y correr a escucharlo era para ellos una dicha común, llegaban a casa y sentían más amor que el que eran capaces de abarcar en sus corazones y disfrutaban de sus cuerpos con una energía inusitada. Se sentaban en el suelo a los pies del Maestro de Maestros y tocaban con sus manos la tierra. Hecha la crucifixión sus espíritus no sintieron el sosiego nunca más, y juntos investigaron por el camino, y se relacionaron con grupos de iniciados, algunos estamos lastimosamente aquí todavía, otros han ascendido mucho tiempo atrás a dimensiones superiores. Lo bueno es que ellos fueron unidos. Parecen todavía un poco niños, no les hacemos mucho caso, pero están con nosotros más tiempo de lo que imaginan.

En el caso tuyo Favio, he de decirte una noticia que no te agradará saber. Tu relación con Isis no es nueva, data también de tiempos de Cristo. Tu también escuchaste al Maestro hablar, pero no le comprendiste, eras viejo cuando él tenía sus treinta años. Le viste de niño e incluso alguna vez pasaste por un camino y acariciaste su divina cabellera, él fijó sus ojos en ti y tú sentiste pena. ¿Sabes porque sentiste pena? Porque ese niño era demasiado sabio, demasiado grande y hábil como para que le pudieras ocultar los sentimientos que albergabas respecto de su madre. Claro, se te perdona porque eras un pagano, casi un ateo, carecías de fe.

Conociste a María y viste en ella la magnificencia, la conociste ya casada, su marido te parecía mas bien un tipo aburrido, bastante pasivo le veías. Pero era mucho más de lo que tus ojos podían ver, él era un Iniciado distinguido por su fuerza, su humildad, su valentía, viril en una medida que ni siquiera podías imaginar, todo ello necesario para cumplir con la misión que El Padre le encomendó. María a su vez, ¿Qué puedo yo decirte de María?, una sacerdotisa de primer orden que asintió con gusto a reducirse a forma humana para cumplir la encomienda más grande que se haya visto sobre esta tierra. Ese matrimonio de José y María no era cualquier matrimonio, aunque a ellos mismos les era vedada su identidad, El Creador así lo había querido para mayor belleza y ejemplo de la gran obra.

Tú, en cambio, fuiste uno de los afectados por esa gran obra, pues una vez que viste a María tu mente no pudo arrancarla de sí, y más de mil veces deseaste que José muriera para poder así proponerle matrimonio, pero tú eras un cualquiera, no sabías ni tu nombre, mucho menos conocías los misterios del cielo. Pero ¿Cómo podrías tu haber evitado enamorarte perdidamente de María?, si para ti ella no representaba la Iniciada que era, lo único que tu veías era el fulgor de su mirada, la intensidad del negro de sus ojos, su sonrisa, esa mezcla de éxtasis dichoso con un dolor infinito que tú, con tu criterio terreno, interpretabas como insatisfacción sexual o emocional. Desconocías quien era el niño que de buena gana te hubiera gustado mantener y ser padrastro, le querías, no sabías porqué pero querías al niño tanto como a María. Era el amor, y tú, hombre ordinario, no pudiste descifrarlo.

Descubriste que sus ojos eran negros porque contenían la suma de todos los colores, porque el negro es el único que no admite ser descifrado, el sol era redondo como sus ojos, la luna curva como cuando ella pestañeaba, cada línea de su pupila era en ti una especie de libro giratorio que siempre traía sabiduría, eran un acantilado que te tenía a ti siempre en el borde, siempre dispuesto a descender, eran las flores del único campo en que te sentías nacido, parido, eran el movimiento incansable, lo esférico, lo perfecto, el imán supremo, el útero de tu alma, tu primera palabra, la última, la flama de la vela en la noche, la cálida hoguera en medio de una noche desierta, la cita eterna, su desasosiego de siempre, el temblor de tu mano, el nudo en tu garganta, lo irracional, la explicación increíble, lo inobjetable, lo razonable, todo ello en ese par de ojos. Esos ojos eran tú mismo haciendo todo lo bello, eran tú mismo hecho flor y disfrutando la suave vocación de abrirse.

Muchas veces saludaste a María, le buscabas los ojos y ella sentía simpatía por todos. Tú hurgando el viento y aspirando a todo pulmón para robar el breve rastro que su perfume dejaba a su paso. Tú estratega viendo la manera de siempre chocar con ella que era tu obsesión, siempre intentando adivinar las formas de sus piernas, de sus caderas, soñando con sus pechos y su cuello. Y hubieses apostado tu alma al diablo por acariciarle el cuerpo, sin saber que ni siquiera el diablo, y a costa de tu alma, podría haberte ayudado con esa mujer, podría haberte ayudado con cualquier otra, mas no con esa.

Pobre perrillo sin culpa vagaste siempre olisqueándola, incluso te casaste con una mujer que ni siquiera amabas. De cierto la querías, pero estando con ella pensabas en María, te servía de comer e imaginabas que era otra la que te sonreía y te daba de comer, le hacías el amor preguntándote calladamente como sería el amor con aquella que te robaba el suelo, y en la oscuridad, o cuando mirabas a solas una antorcha de fuego iluminando los muros de tierra de su casa, o de cualquier casa, te preguntabas que estaría pensando ella en ese momento, seguro de que no pensaba en ti, aunque a ti te hubiera bastado con saber en qué pensaba, fuese lo que fuese. Y lejos en el campo, a solas y en la noche, te ocupabas de ver que nadie estuviera cerca para pronunciar su nombre a gusto, pues cualquiera que te escuchase se daría cuenta de tu pasión por María.

"Una vez quisiste tender la trampa de adulterio sobre ella. pero te tembló tanto el cuerpo que no pudiste decir ni media palabra, y eso fue mejor, pues nada hubieras conseguido, y eso hubiera echado por tierra que llevaras una buena relación con ella, como sucedió después.

Ya siendo grande el Hijo de María, y cumpliendo su misión como lo hizo, te fue más fácil estar cerca de ella. So pretexto de acercarte a la verdad y a la enseñanza del camino te acercabas a ella, que para ti era la única verdad y la única enseñanza. Siempre estuviste cerca, ayudando, y ella te reconoció como un buen hombre, y eso te hacía feliz, inmensamente feliz.

"Cambiaste, es cierto, pero era natural, tú no eras ya tan joven, y te costaba trabajo copular con tu mujer como para desear a María, lo gastado y viejo de tu cuerpo no querías mostrárselo a nadie que no fuese tu esposa, que lo había conocido cuando joven y brioso. No, ya no te interesaba el sexo, y tampoco era hora de que ella, María, escogiera un nuevo hombre de su vida, cuanto más si José seguía fuerte como un roble, y ella y José no veían por otra cosa que por la misión de su hijo. Entablaste relación amistosa con José, aunque le odiabas."

"Inocente siempre estabas cerca de Jesús pero nunca le escuchaste porque tu mente sólo repetía sin cesar María, María, María."

"Pasaron los años y María, es decir, su cuerpo, murió. Y pese a tus hijos y esposa, incluso tus nietos, el mundo te era inconcebible sin su perfume, sin la esperanza de virar una callejuela y verla, sin opción de sonreírle nunca mas. Y la echaste de menos como echa de menos un árbol a sus hojas en otoño, implacable e inevitablemente, como quien se desprende de algo muy suyo y evitarlo resulta imposible, como echaría de menos un cuerpo a su alma, las venas a la sangre, el corazón al único calor reconocido, los ojos a la luz, la voz al significado de la palabra."

"Luego sucedió que ya en tu vejez enfrentaste por primera vez tu destino, pues el azar hizo que en un viaje comercial te tocara compartir camino con José. Ambos viejos, fuertes, él más que tú, andando sobre borricos cargados de mercancías, tú alfarero y el carpintero, dirigiéndose a plena noche con las mercancías, aprovechando la luz de una intensa luna llena que convertía el campo en un llano azul fulgurante, esquivando el calor agobiante del día."

"Ahí, caminando, siendo amigos como se pensaba, comenzaron a hablar del tema obvio, no de María, sino del amor por María. ¿Recuerdas la cara que pusiste cuando José te enfrentó los ojos y te dijo con toda la serenidad del mundo que siempre supieron María y él de tus sentimientos hacia ella? Sentiste morir, sentiste haber estado muerto desde siempre. Te dijo que María no había venido a este mundo a amar a un sólo hombre sino a amarlos a todos, te habló de una misión que no entendiste, te agradeció a nombre de María tanto amor, tanto apoyo, y exorcizo tu corazón hasta que te dejó bien en claro que, ellos tan superiores, no eran de naturaleza similar a la tuya."

"¿Recuerdas lo que le preguntaste después?. "¿Cómo puedo llegar a ser uno de ustedes?" Preguntabas a los sesenta años, y por cómico que hubiera sido, José no se rió, al contrario, aquel viaje fue el más intenso de tu vida, pues conociste la ruta, descubriste que el mundo era mucho más que aquellos jarros que ibas a vender. No tardaste mucho en morir tú también, sin embargo tu corazón se cimbró tan violentamente y las palabras de José, e inclusive las de Jesús que nunca tomaste en cuenta, tenían tanto peso que retumbaron en tu alma incluso en dos o tres vidas posteriores."

"La ley es muy rara, y las reglas del universo nos parecen incomprensibles. El costo para María por su misión fue dejar partes de su propia alma en el mundo, pues ni siquiera el Creador puede trastornar los ordenes por Él creados, de forma que seis partes del alma de María tuvieron que empezar su camino de regreso al lugar de la eterna felicidad. Unas de esas partes ya han vuelto a María, otras permanecen aún entre nosotros, las cuales no pueden casarse con simples mortales, ni tener nexos con ellos. Son flores exóticas y muy hermosas. Es tonto pensar que gozan de las virtudes de María como alma integral, de hecho pueden tener muchos errores, y sus vientres no debe engendrar descendencia."

"He aquí que la hermana Isis goza de esa naturaleza, por eso ocupa el grado que ocupa, y esto es incuestionable. Sólo yo puedo desposarla, y pese a esto, no ocurrirá hasta que el desarrollo de su alma lo requiera, y hasta que la mía decida emprender el vuelo."

"En cuanto a ti Favio, tu amor te condenó a amar en la forma que amaste, es decir, amar en una dimensión tan grande que tu cuerpo no lo comprenderá jamás, y a sus ojos eres incapaz de concretar tu amor. Eres compañero de siempre de María, eres su eterno pretendiente, y ella tu eterno amor aunque imposible, y no hay forma que rompas ese ciclo, no en esta vida, no con el nivel espiritual que ahora tienes. Hace falta mayor valor, mayor perseverancia, mayor dedicación. Estoy dispuesto a enseñarte para que tu destino tome un curso más adecuado."

"Otra cosa, ninguna hermana merece ser una esposa que no es amada, por lo tanto tu destino está dicho. Isis es tu eterno objetivo, y tu serás su infinito amante. Tu meta, un horizonte que siempre está más allá de dónde tus ojos pueden alcanzar a ver, cuyo borde tiene siempre Su forma. Tu alegría, la búsqueda perpetua del origen de un perfume que te rodea y nunca te toca, sin dueño, sin viento. Tu vida una carrera sin fin. Tu corazón una piedra. Esta fue palabra divina y no humana." Adreil bajó de su sitio en el altar y besó en la frente a cada uno de los contrayentes, quienes sonrieron felices, y sólo uno de ellos tuvo a bien llorar, de alegría.

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