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Cuentos de peep show (6)

en Hetero: Infidelidad

CUENTOS DE PEEP SHOW 6

Acerca del poder afrodisíaco de los auriculares.

Mi mujer siempre ha sido muy impulsiva. Me he tenido que aguantar sus desplantes porque su impulsividad es una de las cosas que le da sentido a mi vida. Esta vez fue el colmo.

Me llamó por teléfono. su llamada entró justo cuando discutía con un arbitro una decisión muy injusta que hacía que una de mis alumnas de la escuela de artes marciales perdiera su medalla de primer lugar. Mi mujer me dijo que acababa de tener un accidente. Yo, con mi mente en dos sitios a la vez, cometí la idiotez de preguntarle cómo había quedado el coche que le acababa de comprar, un Honda. Ella se encabronó porque ciertamente la actitud correcta de un esposo que la adora era "¿Cómo estás tú? ¿Te hiciste daño?", sin importar el pinche automóvil. Fue un error, pero eso no significa que la quiera menos. Me mentó mi madre y a juzgar por el sonido tan feo que hizo el teléfono supe que lo había arrojado por la ventanilla del auto. No son figuraciones. Estoy seguro de ello porque ya ha arrojado un par de teléfonos desde cualquier ventanilla mientras habla conmigo. Esta discusión me puso de peor humor.

El que a dos amos sirve puede quedar mal con ambos. Con mi esposa no cumplí con mi voto matrimonial de protegerla y confortarla, y a mi alumna no pude salvarla de perder la medalla de primer lugar, pese a la paliza que le habían metido, pues la discusión giraba, en parte, en el argumento de que la contrincante debía ser descalificada por exceso de violencia.

El torneo se clausuró y pudimos volver mis alumnos y yo al hotel en que nos hospedábamos. Esperé un poco para volver a llamar a mi esposa, pues si el accidente le había pasado cerca de La Piedad Michoacán, que es donde vive mi suegra, faltarían una hora y media para que estuviera en Morelia y le pudiese llamar a la casa.

Me bañé y me puse uno de mis faldones que utilizo para los eventos de exhibición en los cuales debo parecer un samurai. Me llamó la mejor de mis alumnas, la que recibió la paliza, precisamente, para decirme que ya estaban todos los alumnos en la estancia del hotel y que me esperaban. Pese a que me había comprometido formalmente a acompañarles en una gira turística por esta ciudad colonial, tuve que excusarme. Así que le dije a mi alumna. "Por favor discúlpame con los muchachos. Mi mujer tuvo un accidente y debo estar pendiente de cómo sigue, pero no se desanimen, vayan con las otras escuelas, Querétaro es muy bonito. Yo me quedaré aquí hasta en tanto no sepa más detalles. Verás que les va a gustar a todos, y en especial a ti. Aprovecha que tus padres te dejaron salir de Morelia. Será tu primer viaje sola." Ella me dijo que estaba bien. Yo quedé con mucha curiosidad de ver cómo diablos se había maquillado el morete que le habían dejado.

Esperé en la habitación del hotel mirando canales aburridos en la televisión. Cuando creí conveniente marqué para la casa.

Contestó una voz de hombre que dijo "¡Presto!"

"Disculpe, debe estar equivocado..." dije, lamentándome de mi estupidez de haber marcado número equivocado de larga distancia. Volví a marcar, esta vez utilizando la precaución y parsimonia que se estila cuando se hace alguna transferencia bancaria por internet.

"¿Bueno?" contestaron esta vez, otra vez voz de hombre.

"¿A qué teléfono estoy marcando?" Dije aun dudando, pues prefería creer que había sido tan estúpido de marcar mal dos veces a creer que estaba un hombre en mi habitación, que es el sitio donde tenemos el único teléfono de la casa.

"Al de la habitación" contestó el hijo de su puta madre.

"¿Quién es usted y qué está haciendo en mi casa?" Dije ya furioso. El fulano no me contestó. "Le he hecho una pregunta. ¿Bueno?... ¿Bueno?... ¿Estás ahí hijo de la chingada?... ¿Bueno?... Pinche mudo culero."

Al decir "culero" tomó la llamada mi mujer. Su voz era nerviosa, una voz que le conozco, la voz de cuando está encabritada, la voz de cuando es capaz de cualquier cosa.

"Vaya, ya puedes por fin atenderme" Dijo.

"¿Quién es el hombre que está ahí?" Dije con aplomo.

"Ah. ¿De manera es que sigues interesándote en otros temas primero?" dijo diabólica, recordándome que en nuestra llamada anterior el haberle preguntado por el auto me había costado su comunicación más un celular.

"No. No. Espera. Empecemos de nuevo. No me importa un carajo quien está ahí..."

"Ah. ¿No te importa que un desconocido esté conmigo en la casa estando yo sola y tan débil como para defenderme?". Sonó más diabólica todavía.

"Si. Claro que me importa. Solo que eso no es nada comparado con mi interés de saber cómo estás, de asegurarme que no te hayas lastimado." Dije sumiso.

"Vaya. Ya hasta estaba creyendo que yo era sola en el mundo" Ella nunca dice que es sola en el mundo y sólo utiliza esa alegoría cuando me reclama que no me la joda en más de una semana.

"No de ninguna manera. Me tienes a mi. Oh, te estoy deseando justo ahora. Desearía poder apapacharte justo ahora." Fingí pasión cuando en realidad lo que tenía era miedo.

"Yo estoy bien. Muy bien. Recibí mucho apoyo del muchacho que me trajo hasta la casa. Se portó muy lindo, la verdad." Yo pensé "Vaya, es muchacho y es lindo..."

"Que bueno que fue amable. Oye, amorcito, ¿No es peligroso que lo hayas dejado pasar?" dije desvalido.

"No creo."

"Dale las gracias y que se vaya" ordené sutilmente.

"De ninguna manera. Se ha portado muy bien y además se sentó en los orines que dejé en el asiento del Honda, no puedo mandarlo a la calle así"

"Bueno amor, no digo que debas ser ingrata, pero una cosa es que te haya ayudado y otra que sientas que le debes la vida. ¿Qué se supone, que le vas a regalar ropa mía para que se vista?"

"No es mala idea. Ya vez que tienes unas prendas nuevas en el cajón de arriba"

"Vaya" dije perdiendo el control, quizá alzando la voz en un momento en que no era conveniente gritar "¿Le vas a regalar mis calzones nuevos? Pinche héroe ganancioso"

Esperé una respuesta de ella, pero en vez de recibir una respuesta escuché que su respiración se alejó del auricular, como si lo apartara de su boca. El aire resonó como si escuchara dentro de una caracola y luego adquirió nitidez. La escuché decir ya algo lejos del micrófono: "¿Me crees que el muy cerdo me cortó el teléfono? No quiero oírle más. Dejaré el auricular sin colgar. No lo cuelgues por favor, no quiero escuchar que me llame otra vez." Luego se escuchó el aire de nuevo y luego el repiqueteo de un auricular que se coloca a lado de la mesita.

Pero un momento. Era mentira que yo había colgado, yo todavía estaba en la línea. Quise gritar, pero no lo hice. Escuché que dijo ella "Voy a bañarme", y en apariencia eso se lo estaba diciendo al muchacho lindo, pero en realidad me lo estaba diciendo a mi, como si me dijera "cuelga la bocina si quieres. O si lo prefieres, ándate de fisgón por el auricular y escucha lo que sucede. Si quieres saber si echo de la casa o no al muchacho lindo, deberás quedarte pegado a la bocinilla". Sobra decir que me quedé pegado a la bocina. La existencia de ruido cesó a mi alrededor, los sonidos de mi habitación callaron, y todo mi universo se redujo a aquella pequeña rendija auditiva que era una ventana a la alcoba de mi casa. Era yo un espía que temía verme engañado. Respiraba yo profunda y secamente.

Escuché cómo la regadera del baño dejaba de carraspear, pues la tubería hace un ruido muy particular cuando está abierta. Imaginaba yo lo que pasaba en mi habitación. Mi mujer, probablemente envuelta en alguna toalla mientras él la mira. Escuché el abrir y cerrar de los cajones. Luego un golpeteo sobre el colchón. Escuché la voz de ella diciendo "Date un baño. Estás bañado de mi".

 

A mi mente vinieron mil contestaciones posibles a esa observación suya, contestaciones que yo le diría. Al parecer el muchacho lindo hizo lo mismo porque abrió la boca para decirle una de las que se me habían ocurrido a mi: "Viniendo de ti no me importa".

Se escuchó la regadera. Se escuchó un cuerpo tendiéndose en la cama. Escuché un suspiro remoto pero apuntado hacia el teléfono, tal como si ella supiera que yo lo escuchaba todo. Su voz era suave, como ebria, y decía "Ya sal papito". Yo la oía, pero dudo que el tipo pudiera escucharla. Se cerró la regadera. El tipo había durado apenas tres minutos bañándose.

Lo que siguió a continuación no tiene sentido que lo relate en orden porque no lo recuerdo en orden. Cuando una palabra lo hiere a uno en el corazón, cuando un gemido nace de un engaño colgado de la cornamenta propia, el orden no importa, pues cada gemido puede evocarse de manera independiente, ajeno de contexto, incisivo como el colmillo de una víbora, omnipresente como una reuma en el corazón, desmoralizante como la noticia de que Dios no existe. Empecé a escuchar la sinfonía de mi humillación.

"Ven. Siente aquí. ¿Es normal esto?", "Déjame ver. ¿Aquí? ¿Cómo lo sientes?, "Tenso", "Si. Te percibo tensa. Pero deja te doy un masaje", "Me haces cosquillas", "¿Me detengo entonces?", "Haz lo que quieras menos eso. Se sienten tan bien tus manos", "Gracias", "¿Das masajes muy seguido?", "Casi no", "Deberías", "Cuando necesites uno sólo me avisas y te lo doy", "No hagas promesas que no puedas cumplir. Soy insaciable", "Esa es una palabra que me gusta", "¿Cuál? ¿La palabra soy?", "No, la palabra insaciable", "A ver si es cierto que te gusta. Muchos corren. Oh, si, es tan rico."

Yo estaba estupefacto. No había más que escuchar en realidad. Cualquier esposo sensato podía asegurar que su mujer lo engaña con sólo escuchar lo que yo había escuchado. Después de todo nuestros instintos son predecibles, yo ya podría afirmar que en unos cuantos minutos ella le estaría dando una mamada como las que me da a mi, pues ella no es de las que pierden su tiempo. Escuché resoplos, gemidos.

"Eso. Coge mis tetas. Apriétalas pero no las pellizques. Asssssiiiii", "Que rica. Que rica", "Si, si, mámame el coño, mámamelo bien. Que bruto, lo haces magnífico".

Para mi tristeza mi verga se comenzó a poner dura. Los gemidos de mi mujer son algo que me vuelven loco, pero al estar ella emitiéndolos en manos de otro hombre no deberían excitarme tanto, sin embargo tenía una erección que si ella misma la viera no la creería. Me saqué la verga del faldón con el pretexto de verla. Como si no la hubiese visto nunca, o como si quisiese confirmar que era real aquella suposición de que escuchar cómo le mamaban el coño a mi esposa me estaba poniendo caliente. Escucharla era un misterio en el tiempo porque era como si ya hubiese escuchado todo, como si ya supiese que una verga la atravesaría en unos minutos, como si ya la escuchase venirse, era un segundo y eran todos los demás. Al sacar mi verga del faldón tuve que tomarla con la mano, y el contacto de mi mano con la estirada piel del pene me causó tanto alivio que no pude sino empuñar de prisa mi propia tranca.

"¿Qué vas a hacer? Me tienes empinada, ¿Por qué me pones crema en las manos? ¿Vas a poner tu verga en mis manos? ¡Qué barbaro! Si es como la sienten mis manos tienes una verga fantástica.", "¿Nunca habías tenido en tus manos una verga tan grande?", "No. No sé si más rica, pero más grande estoy segura", "Viéndolo bien no me importa ser la más grande, sino la más rica", "Pues te vas a tener que esforzar. Ay, qué suavecita tienes la cabeza", "Yo siempre me esfuerzo", "MMMMMMMMMM" Ya lo esperaba. Métemela hasta adentro. Toda. Toda. Métela más.", "Toma. Toma".

He ahí que lo temido ya estaba ocurriendo. Un hombre estaba cabalgándose a mi mujer y le arrancaba gemidos. Se escuchaba el golpetear de las nalgas de ella con las caderas de él, y nuestro indiscreto colchón me daba seña exacta de la intensidad de los caderazos. Mi mano, independiente de mi orgullo, había comenzado a menear mi verga. Triste era mi situación, imaginándome que me jodía a mi mujer mientras otro la jode, empuñando mi tranca y llorando, y lo peor de todo, llorando pero disfrutando como una bestia sin valores de aquella situación tan inusual.

Para mi sorpresa la puerta de mi habitación sonó, como si alguien con una llave la comenzara a abrir. En un extraño arrebato de auto humillación, en vez de colgar definitivamente el auricular, tapé el micrófono del teléfono, como si quisiera conservar la rendija que me daba certeza de mi cornudez. Supliqué con una voz entrecortada, temerosa y desvalida, tal como quien caga en un baño público y remeda "está ocupado, está ocupado". Algo así dije, algo así como "Estoy ocupado, no entre". Pero la camarista no atendió razones y se abrió paso por la habitación.

La chica que entró se sorprendió, y con justa razón. Ahí estaba yo, sentado en el cómodo sillón que había movido desde la ventana hasta el buró del teléfono, tenía un faldón bajado hasta las rodillas, la verga ostentando una erección descomunal y bailando como un metrónomo taciturno que oscilaba al ritmo de los jadeos de mi mujer y su acompañante, mi rostro encendido y mi mirada excitada, mi abdomen sin camisa y sudando, mi cabello húmedo, la atmósfera vaporizada en medida que me estaba yo cocinando en mi propio fuego, mis brazos tensos y sosteniendo en una de mis manos el auricular del teléfono y con la otra mano tapando el micrófono del teléfono como si fuese éste la boca de un niño que delata un crimen cometido por mi y al que yo estuviese callando.

La situación era embarazosa, pero también definitiva, pues la chica que entró no era una camarista, sino mi alumna preferida. No había mucho qué decir ni ocultar, mi realidad era ésta. Su realidad no sé cuál era, pero sí cuál sería, pues en vez de marcharse cerró la puerta tras de sí, y demostrando ser más precavida que yo, colocó un cerrojo interior a la puerta.

"Está llorando" dijo ella. Yo quedé sorprendido. Lo menos aparatoso en toda esta situación es que yo estuviese llorando, sin embargo era lo único que ella había notado como raro o digno de citarse. "¿Le ocurrió algo grave a su esposa?" preguntó.

Yo sonreí. La mente es un misterio y saca conclusiones muy ágiles que luego hacen que uno se ría en el peor momento. No entendí. Me parecía lógico que yo estuviese llorando si por teléfono me anunciaran que mi mujer está, por ejemplo, muerta o paralítica, pero en tal caso, ¿Qué explicación habría para que yo tuviera el faldón hasta las rodillas y la verga bien paradota? Ahora bien, si nada le había pasado a ella, ¿Entonces por qué las lágrimas?

"¿Por qué no fuiste con los demás?" Dije yo y comencé a reflexionar que eso de hacer preguntas inadecuadas a las mujeres en los momentos más delirantes sí era un problema mío que debía atender.

"Quise quedarme con Usted. Pocas veces necesita Usted de mí, y pensé que tal vez hoy podría acompañarle en estos momentos tan duros en que su esposa está accidentada..." Dijo temblando. Llevaba puesto su uniforme de practicas y no llevaba maquillaje. El morete se le veía menos mal de lo que yo imaginaba.

"Mi esposa accidentada. Seguro. Ven. Escucha lo que le están haciendo a mi esposa moribunda. Pero no hables, ella no sabe que yo la estoy escuchando."

Mi alumna se acercó como si ignorara al máximo que mi verga parada y desnuda quedaba a escaso medio metro de su cuerpo. Colocó su oreja con gran curiosidad y yo le coloqué la bocinilla en su oído. Ella escuchó lo que sucedía al otro lado de la línea y yo sólo pude imaginarme qué era lo que ella estaba escuchando de ver sus ojos luminosos brillando como un par de soles, con morbo, con juego, con duda. A pesar de que la había tenido cerca miles de veces e incluso habíamos tenido contacto físico, es decir, el obligado que hay en una academia donde se enseñan disciplinas físicas, en realidad nunca la había tenido cerca, es decir, cerca así, cerca como mujer, cerca en todos los sentidos, cerca y que lo importante fuera su olor, su respiración, su belleza. Ella había entrado a mi academia muy joven. Entró casi sin pechos y sin culo, y de mi mano ha ido adquiriendo un par de tetas y un culo admirable, su mirada de niña se hizo de mujer en mis clases. Que me admira es algo que lo sé desde hace mucho, pero eso no es raro, casi todos mis alumnos lo hacen. Pero ella, ella siente un orgullo diferente cuando alabo su trabajo y su destreza, ella se siente en la gloria cuando hago público que es mi mejor alumna, es feliz de que, de las mujeres, solo a ella llamo por su nombre, a ninguna otra, y a los demás que llamo por su nombre son hombres. Su familia es muy recatada y sus padres hasta ahora que ha cumplido sus dieciocho años la han dejado viajar sola, qué ironía, porque confían en mi.

Ella está ahora con la bocinilla en el oído, escuchando cómo es que joden dos adultos, familiarizándose con la animalidad más cruda. Mientras escucha, sus manos temblorosas tocan mi verga, la rozan con un cuidado sublime, como si mi tranca delirante fuese una flor muy frágil que a la menor sacudida se desintegra. Ella tiembla de miedo y suspira como si fuese ella la que le roba algo a la vida y no yo. Mi corazón late de tal fuerza y estoy tan excitado que es un auténtico milagro que no sufriera un ataque al corazón ahí mismo, tal vez porque no soy un viejo, tal vez porque hago mucho deporte, no sé. Sus manos van tomando confianza con mi verga y comienzan a empuñarla con mayor fuerza. Siento que la ocasión precisa más de mi experiencia que de su inocencia, siento en su temor que no desea decepcionarme y que lo que teme no es a caer enamorada de mí, pues eso ya lo está, sino que yo no la quisiese.

Le quité la bocinilla a ella y me la llevé a mi oreja. "Eso. Mámame el clítoris. Cabrón, haz hecho que me venga varias veces y me lo has puesto muy sensible. Qué delicia. Mmmmmmmmm. Eso. Métemela otra vez, voy a abrirme de piernas como nunca lo he hecho para que quepas todito. Assssssi. Méteme las bolas. Cojes como un perro", "Tú eres una perra", "Sepárame las nalgas. Así, profundo. Mira como me tienes."

Mi alumna se quitó la parte de arriba del traje y no llevaba sostén. Sus tetas eran magníficas. Con la mano que no tenía sujeto el teléfono la tomé de la nuca y encaminé su boca hasta mi verga y la conduje a que se la tragara por completo. Mi verga estaba mejor que nunca. Ella estaba sorprendida de saberse con mi verga hasta la garganta. En sus ojos había cierta comodidad en el hecho de que fuese yo quien arbitrariamente decidiera qué se iba a hacer. Con un almohadón coloqué el auricular en el sillón para recostarme encima de la bocinilla y dejar libres mis dos manos. Era un vicioso, quería la mamada pero no quería dejar de escuchar. Liberadas mis manos tomé con una de ellas la cabeza de mi alumna y con la otra manipulaba mi verga. Como pude la desinhibí y de rato estaba mi alumna mamando como una experta, tragándose todo el trozo de carne, manando saliva como un perro rabioso, sobando de arriba abajo toda mi carne, usando su lengua como una serpiente puta. Con mis yemas le tocaba su morete, y ella no lo sentía.

Era una mezcla de sensaciones físicas, mentales y espirituales, pues estaba lo que mi alumna me estaba haciendo, lo que oía hacer a mi mujer, lo que le oía a mi engañador, más lo que yo pensaba, revolviéndose todo ello en una masa confusa entre mi cuerpo y mis pensamientos. En el auricular escuchaba cómo mi esposa ya estaba mamándole la verga al infeliz muchacho lindo, en mi habitación mi alumna no se escuchaba ni decía nada, pero hacía.

Alumnita querida. Siempre había pensado que eras una cachonda pero nunca pude imaginar cuanto, eres una golfa hecha y derecha, golosa de verga, además buenísima. Chomp, chomp. Qué rica verga tienes. Amo mamar vergas, podría hacerlo toda la vida. Pues a mí mámamela cuando quieras. Siento cómo se te hincha. Alumnita querida, ya voy imaginando todo lo que te voy a hacer esta noche, esas nalguitas las voy a desvencijar, las voy a inaugurar, te voy a dejar bien abiertita. Traga. Traga. Ohuuu, qué rico. Voy a mamarte el culo. Mmmmm. Te pones chinito. Te gusta que te jueguen el culo. Dame huevos. Así. Qué lindo es verte con esa cara inocente rodeando con tus labios esta verga grotesca, tu la haces bella, todo lo haces hermoso. Eso, méteme los dedos, rómpeme, rómpeme. Dame por el culo, así.

En medio de tanta confusión comencé a sentir como el semen comenzó a hervir en mi verga y comenzó a manar, bañando la cara de mi aprendiz, llenándola de blanco. Yo no dejé que su cara escapara y restregué mi verga chorreante en sus mejillas. Ella se entregó a todas las cochinadas que a mi se me estaban ocurriendo. Era un ángel violado, un diablo nacido, una flor que despierta la primavera. En el auricular el muchacho lindo también se regaba en mi mujer, dando gritos de gozo. Colgué el teléfono por fin. Yo acerqué el rostro de mi alumna al mío y nuestro primer beso fue con sabor a semen. La abracé con ternura, pues quería su corazón henchido para que soportara todo lo que en esa noche le haría...

Ella entró al baño para hacer pis y lavarse. Yo aproveché para llamarle a un amigo de Morelia. La instrucción era sencilla, que fuera a mi casa y le metiera una putiza al muchacho lindo.

Mi alumna salió del baño y yo la vi caminar como una hada. La vida se iba a poner ruda, pues al menos en ese segundo me sabía enamorado de dos mujeres...

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