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Arakarina (08: El vientre cálido de un hogar)

en Grandes Series

ARAKARINA VIII

EL VIENTRE CÁLIDO DE UN HOGAR

 

IV

EL HOGAR

La casa era bastante grande, nada que ver con esas casas que los matrimonios jóvenes tienen cuando no han heredado nada. Era de dos plantas. En la de abajo estaba un recibidor del cual se desprendía un largo pasillo que lo llevaba a uno hasta el fondo mismo de la mansión, a la derecha había una pequeña puerta que daba de lleno a una inmensa sala que más delante se transformaba en una especie de estudio con biblioteca. más allá la cocina, un baño, y luego las escaleras que daban a la planta alta que se componía de cinco cuartos incluyendo una extensión central que los distribuía.

La totalidad de aquella casa guardaba una pulcritud extraordinaria, siempre estaba todo en su lugar y cada cosa tenía un lugar específico. Cuando Virgilio entró, valoró el ambiente más por los olores que por el diseño de los espacios. Miró velozmente cada cosa y se espabiló. Estaban ahí, en el pasillo, en el cruce de caminos de la escalera y de la sala. Estaban suspendidos, se suponía que era un encuentro alegre, que había confianza, si se hubiera querido Julio hubiera hecho abrir una nueva habitación en cualquier hotel, igualmente si a Virgilio le hubiese venido en gana podría haber dormido donde fuera, pero nada de eso sucedió, se había extendido la invitación y ésta era la consecuencia.

- Prepara café- le dijo Julio a Helena. Ella se encaminó a la cocina. - créeme, hace el mejor café de la ciudad- Virgilio estaba detenido, no había sido invitado aún a la sala, Julio intuyó algo así y le indicó que se pusiera más cómodo.

Pasaron a la sala, la cual estaba limitada por unas columnas de color blanco que se erguían como un club de fisgones sobre el parquet color miel. Helena volvía.

- Disfruto mucho de los pisos de madera. Una casa que tuve en la Ciudad de México tenía el piso así, sólo que de un color definitivamente más oscuro, me gustan los colores más oscuros, me simpatizan de verdad, además me da la impresión que las maderas negras huelen más fuerte que las claras, ¿Tú hiciste el diseño de la casa?- Sorprendentemente había cambiado la actitud de Virgilio, no que hubiera estado poco social en el restaurante, sólo que no le había dado por mostrar señales de querer enterarse de nada de lo que Julio proponía como interesante.

- No, la verdad es que un artista amigo nuestro nos hizo el favor de diseñar esto para nosotros, él dijo que lo estructuraría integralmente y me pareció excelente idea.-

- ¿Que quiso decir con eso?-

- Que cada muro y cada objeto estuviera reflejando nuestras personalidades, quiso hacer una extensión de nuestro ser con esta casa.

- ¿Esos focos de neón son parte de quién de ustedes dos? No se crean, es una broma. Que raro, ¿Les conoce bien?-

- Podría decirse que sí, existe confianza entre él y nosotros.

- Eso es una dicha.

- Supongo que sí-

La situación era por demás curiosa. Pues aunque Julio y Helena constituían una pareja bastante sociable, muy frecuentada por amigos y clientes, era inaudito que fueran las diez de la noche y sin haber celebración de ningún tipo estuviera un extraño en casa, y aun más incongruente que ese extraño fuera a quedarse a dormir. Hablaron casi inmediatamente de los horarios de la galería, de la ubicación, del gran trabajo del día siguiente, el cual Julio promocionó en ese instante como agobiante - Las montas de exposiciones siempre acaban conmigo-

Helena estaba callada. Julio quería encaminar las cosas en el sentido de ir a dormir de inmediato, hizo uso del silencio de Helena y le dijo - Si quieres ve a dormirte amor, en un momento te alcanzo- . Helena se marchó, pero no tenía sueño.

- Será mejor que descansemos- dijo Virgilio - dicho sea de paso, soy generalmente una persona nocturna, estoy prácticamente muerto durante la mañana, las noches no acostumbro dormir-

- Hombre, si eso sucede puedes echar un vistazo a mi biblioteca, te puedes encontrar algunas sorpresas.

- Pierde cuidado. Esta noche dormiré. Acomodaré la casa por la mañana, y acomodaré la exposición por la tarde. Bueno, mañana te preguntaré lo más básico de esta ciudad.

"Se cuida demasiado. ¿Acaso no percibe que sus tesoros no son los que yo busco?"

- ¿Cómo viste a Virgilio?- le preguntó ya en la alcoba Julio a Helena.

- ¿Sinceramente?-

- ¿Es acaso que no todas las veces me contestas sinceramente?

- Bueno- Helena hizo una mueca de disgusto, la incesante actitud de Julio de demostrar su supremacía la molestaba terriblemente- Me parece que está muy embebido de sus ideas, pero eso no es raro en los artistas, tú lo sabes. Muchas de las cajas que traía venían estrictamente cerradas, probablemente cargó obras que nunca han sido expuestas, eso sería bueno.

- No sé qué pensar. Nadie colocará pornografía en mi galería. Parece bastante normal para las obras que realiza. Probablemente se trate de una estrategia comercial, uno cómo sabe. Tiene la mirada de enloquecido, dudo que sepa la tierra que está pisando.

- Yo no lo vi así.

- Tú lo has dicho. Tú no lo viste...así.

- Hasta mañana.

- Espera, traigo ganas de algo...-

Cuando despertaron no encontraron a Virgilio por ninguna parte, se había ido.

V

HELENA

Cuando nos levantamos ya no encontramos a Virgilio en la casa, era temprano, seguramente se había ido en la noche, ni siquiera sentimos el instante en que abrió la puerta del frente, que es la única que pudo haber abierto y que por cierto rechina. Julio estaba enfadado para variar, renegaba de que se hubiera marchado sin hablar con él. Presiento que le ha de haber herido el amor propio, pues seguro que le hubiera gustado que le pidiera permiso para irse. Julio decía que tenía que ver algunos pormenores de la monta de la exposición con él, y que ahora dónde diablos lo iba a encontrar. Despertó resentido porque no hicimos el amor como siempre, y es que la verdad no estaba dispuesta a hacer ruido y ser escuchada por Virgilio, me daría mucha pena.

No es que piense en Virgilio como una opción sentimental, no debo olvidar que estoy casada, sin embargo, el ver cómo se comporta, cómo maneja el desdén al hablar con Julio y ver que sólo toma aquello que le interesa y lo que no lo desecha, me hace pensar mucho en que tal vez no viví lo suficiente antes de casarme. No en el sentido de que me hubiera acostado con más hombres, sino que verlo ahí, tan distinto, con un montón de cosas en la cabeza que no son las mismas que tenemos Julio y yo en las nuestras, tan evolucionado en algunas cosas y tan ignorante en otras.

Lo importante es que es distinto, y que nunca conocí gente así, y vaya que entre los artistas todos se hacen los únicos, sin embargo eligen todos la misma manera de ser diferentes y por tanto se convierten de nuevo en una masa. De hecho la única persona con criterio que conocí fue mi marido, y creí que él pensaba en cierto modo lo mismo, que la única persona cuyo pensamiento valía la pena era yo, pero eso es difícil, Julio conoce mucha gente sorprendente, y seguramente mucho más ricas en experiencia que yo que poco o nada tengo que contar.

Una cosa debo admitir, las situaciones intensas que me han ocurrido son porque Julio las ha propiciado en gran manera, si salí de casa de mi madre, si en la Ciudad de México me sentí independiente y de paso vi cosas que no debía ver, si conozco a tanta gente, si conozco al propio Virgilio, ha sido por él.

¿Qué creí cuando pensé que yo era en extremo brillante? Siento que lo soy, pero debo estar en mi sitio para poder serlo eficazmente.

- Tengo un encargo para ti- dijo Julio.

- ¿Qué debo hacer?- le dije.

- Me vas y me buscas a ese cabrón y le dices que a una de sus obras se le está despedazando el marco, que corre peligro, no me mires así, ya sé que no es cierto, pero dile lo que te dije, necesito que esté aquí para ver el orden de sus cuadros, además debo decirle que no todos se van a colgar, búscalo dónde sea, debe estar en su casa, tú eres la que sabe donde queda.

Bueno, la instrucción estaba dada. Ahora debía buscar un pretexto alterno. ¡Ya sé! Comida, llevar un poco de comida, seguro eso le caería bien si está arreglando los muebles. Compré tres hamburguesas grandes, por si acaso.

Llegué a su casa y se retiraba un camión de mudanza. ¿Pero si no traía muebles de Río de Janeiro? Al entrar me di cuenta que compró una multitud de muebles.

No había reparado en lo que realmente significaba venir a su casa, me acordé inmediatamente de la directora del centro cultural de la Ciudad de México, su advertencia más encarnizada era la primera que estaba violando, estaba pisando su suelo.

Miré hacia atrás cómo si el coche de Julio, es decir, nuestro coche, me fuera a auxiliar en estas circunstancias.

Estaba sentado en un sillón muy extraño que parecía un diván de psicoanalista, era de piel negra, y regularmente se movía de un lado a otro, pues se trataba de una de esas mecedoras opcionales. No portaba ropa de trabajo, llevaba un pantalón negro y una camisa azul marino de un tono muy intenso. Lo miré y me dio gusto verlo, con esa mirada torva que me parecía tan misteriosa, su cara me es simpática por lo rara que es. Parecía estar sentado en ese sillón y contemplando el desorden en el que estaban todo el resto de los muebles.

- ¿Puede una mujer como yo cruzar una puerta como ésta?- Le dije torpemente.

- Esperaba eso, que algún día por fin cruzaras- Dijo con tranquilidad. Acto seguido continuó diciendo palabras relativas a los bonsais, palabras que por cierto no tenían nada que ver con mi visita. Pese a ello, algo me decía que su voz no iba dirigida a aquella parte analítica de mi mente, sino que cada palabra se refugiaba en alguna esquina de mi ser, enquistándose para aparecer de nuevo. Luego de su ofrecimiento de amistad en la forma rara en que lo hizo, dándome la confianza no pedida de considerarme su "amiga" y él mi "amigo", aproveché para reclamarle un poco su ausencia, jugando a que soñé que se iba.

- Soñaba que te fugabas de nuestra casa, con todo derecho, pero sin la atención de avisar.

- ¿Tus sueños suelen ser tan interesantes?

- Ya no supimos de ti- dije con timidez, aunque no sé si el estar consciente de la propia timidez la anula como sentimiento, para convertirla en una actitud, que dicho sea de paso, puede ser de gran utilidad considerando que son los hombres quienes a toda costa pretenden exigir timidez y debilidad de cada mujer.

- Vamos a reencaminar esta plática. Ni te interesa contarme un sueño que no tuviste, ni a mi me interesa, todavía, saber lo que sueñas. Recomencemos. Que tal con esto: Me da gusto verte- habló sin pararse siquiera del sillón. Le extendí la mano y él la estrechó con fuerza, sin lastimarme pero dejando en claro que nada debía de intentar para dañarlo.

- Vine por que uno de tus cuadros...- extendió su mano hasta mi boca y paró los labios, siempre es un exagerado para gesticular, podrías no escuchar lo que dice y le entenderías perfectamente lo que comunica.

- Shhh. No digas mas. Pon a prueba mi intuición. Tu marido está furioso porque no sabe exactamente dónde estoy, ni siquiera sabe si voy a acudir a la hora en que quedamos en la galería que se supone no sé dónde está. Te envía a ti para que me digas que uno de mis cuadros se está muriendo, así correré a verle y me tendrá a sus órdenes. Sé que de no ser verdad esto que digo lo único que conseguiré será toda tu antipatía, pero dime si no es todo ello algo demasiado predecible como para que no logre distinguirlo. Por otra parte, tu marido hará lo que sea por rescatar cualquiera de mis obras, es buen negociante, no tolerará perder dinero, ha de tener asegurada hasta la banqueta, y eso, está quizá bien. Por mí, si se pierden todas las pinturas me tiene sin cuidado, las tengo pintadas en mi alma. Pero disculpa. ¿Mereces tú que te abochorne con todo eso? Ni por asomo. Discúlpame en verdad. ¿Tengo razón?-

La tenía. Pero no debía darle la razón.

- En verdad me envió para que te trajera estas tortas, supuso que tendrías hambre, por lo de los muebles, tú sabes, me envió a ver si necesitabas ayuda-

- ¿Es verdad eso?, Me alegra porque es ayuda lo que necesito.-

Dejamos las tortas en un rincón y comenzamos a acomodar los muebles. Hubo un silencio terrible, sin embargo no era necesario hablar, nos entendíamos con señas y mucho más veloz de lo que hubiera imaginado acomodamos todos los muebles de su casa. Fue divertido. De haber sabido lo divertido que era hubiera rechazado la invitación de José Cortez de decorar nuestra casa, hubiéramos estado juntos Julio y yo decidiendo donde irían las cosas, en serio que era una sensación nueva para mí que, por ser de "diseño" no podía mover de lugar los muebles de mi propia casa.

Acabamos sudando.

- ¿Ves por qué no creía que los interiores de tu casa los hubieran diseñado ustedes?-

- ¿Porqué?

- Porque se hubiera visto como ésta. Creerás que yo tenía pensado acomodar los muebles como los ves, pero en verdad yo no pensé absolutamente nada, únicamente te hice caso, y ya quedó, luce perfecta. No pretendo sonar sentimental, pero quieras o no estarás como invitada silenciosa en mi casa.

- Fuiste tú quien lo hizo-

- Nunca me digas cosas como esa. No creo en la modestia. Los artistas somos muy especiales en la titularidad de las cosas, si yo hubiese sido el autor de este acomodo no te repartiría crédito. Pero si en cambio digo que es obra tuya, es que así fue.

Reviramos rumbo a las tortas.

- ¿Qué tienes en la mano?- pregunté al ver que una línea negra la atravesaba prácticamente.

- Oh, te refieres a la huella- Dijo Virgilio, quedando hipnotizado, como si viajara en el tiempo.

 

La Huella

Y pensar que este par de manos no siempre me significaron lo mismo, pues hubo días en que no eran sino un par de instrumentos prensiles que sólo se ocupaban de asirse de donde fuere para no caer, y no como ahora, que mis manos son como un par de libros abiertos en canal escribiéndose a cada instante, relatando la historia ya por todos conocida en que un hombre nace crece y muere indistintamente, bajo el diáfano matiz de la diferencia grande que se alza como cósmico acertijo entre las sarcásticas cartas de la dicha y desdicha, ¿Dónde incluirse?, ¿La adolescencia siempre es tan simbólica?

Todo ocurrió en una tarde sin duda más extraña que ésta, en la cual dejaba pasar el tiempo, la gente, los acontecimientos, y me ubicaba en definitiva muy fuera de todo, pues ese todo me parecía por el momento algo tan burdo y causal que establecía inmediata pleitesía con mi rebeldía, con mi libertad, con mi búsqueda de identidad, con la ausencia tan tremenda de ese tú, de ese ustedes que miran de verdad, con entrecejo oscuro y mueca sonriente, ello suponiendo que todos menos yo eran capaces de ver realmente. Daba lo mismo que estuviese en el palacio más suntuoso, en la playa más placentera, en la tumba más lejana, todo resultaría opaco frente a esa espera incesante, es decir, no importaba que estuviese precisamente en una transitada calle peatonal, rodeado de transeúntes con rostros lastimosos, con más o menos disposición de fingir lo que sea, entre la ensordecedora perorata de los comerciantes que, como pericos de la más negra selva, ofrecían lo sano y lo mórbido en precios accesibles, la calle sucia llena de bolsas de cosas desempacadas y vasos vaciados, envuelto en la peste del agua de cauce impedido que de a rato se encuentra negra y podrida, de las miradas de cauce impedido, de los corazones de cauce impedido, de las almas de cauce impedido, de toda su peste.

Pareció en verdad que la luz atravesó todo el tianguis y me pegó de lleno en la cara cuando ella apareció de manera más física que espectral, arrojando llamado, rechazando a la vez, eliminando, aunque sólo por un instante, la peste y la sombra, con su cuerpo delgado y largo, con su cabello negro sujeto hacia el frente en una inmensa trenza que descendía intencionalmente entre sus pechos, la cual en ese momento me semejó una cuerda de donde mis entonces simples manos podrían aferrarse en busca de una salida de toda esta torre de Rapunzel que francamente me comenzaba a hartar, miraba mi entorno como un todo pictórico y predecible, y en general mi visión era tan plena como errada, pues el destello mismo de su presencia me aturdía tanto que no podría definir hasta dónde era consciente de estar degustando aquella mujer que aparecía desconocida casi como cualquier transeúnte, y a la vez tan familiar como cada gota de mi sangre que aúnen el suelo reclamaría como mía.

Yo me quede quieto por un segundo y mirando, clavando mis cejas, mis niñas, mis retinas, transfigurando imágenes en busca de esa otra realidad que presentía, pues al verla lo supe, no sé qué, pero supe algo, y algo importante. Y me preguntaba qué era aquello que tanto me había llamado la atención de aquella mujer que caminaba lento y sugería a los paseantes que se sometieran a su poder visceral y antiguo de leer la mano, quizá ver que era rechazada como leprosa, quizá su tesón de intentar cada vez, su mirada con más fe que ninguna, la aureola de sus pupilas que me llamaban como canto ineludible de sirenas, que me tentaban como aros de fuego de una pista de circo, y yo furioso, yo inquieto, intranquilo por arrojarme por en medio de esas llamas, pese al riesgo que pudiera resultar de saltar hacia adentro.

Me encaminé directo hacia ella, sin hacerme el casual, sin fingir que pasaba accidentalmente por allí, y me dio la impresión de que auny cuando dirigía su semblante hacia una dirección casi contraria a mí, su radio visual me enfocaba perfectamente en mi avance, y aproveche su altivez para no perder de vista su boca, la cual estaba secamente roja, como si acabase de extraer la sangre de un cuello, mientras que su nariz larga era una tijera que en su zig zag no me dejaba hacer adivinanzas de la naturaleza de esta mujer, cortándome cualquier tipo de inspiración lógica o deductiva, y lo único que acertaba a decirme era que de cerca era maravillosa, todo un ejemplar, sana, mórbida, positiva, misteriosa, seductora, y sobre todo cercana, a un metro de distancia estaba realmente bien.

Me le paré casi enfrente, obstruyéndole no sólo el paso, sino que también el habla, y en vez de ofrecerme sus servicios como traductor de la magia me esquivó como se evade a un ángel, por lo que decidí preguntarle - ¿Lees la mano?- , y ella siguió un poco de largo, y yo de alguna forma me di cuenta que no era esa la manera de dirigirme a ella, por lo que modifiqué mi postura, alzando mi voz ya a espaldas suyas - Me encantaría que leyeras mi mano.- aclaré, ella volteó y me las miró, y éstas temblaron ocultándose entre sí como ratones en una esquina iluminada, dejó de observarlas y luego me miró el rostro, y sin pensar caí en su juego, pues aun y cuando todo mi deseo consistía en verla, al momento en que ella me miraba tan directamente, me abrazó un absoluto sentido de la vergüenza, e internamente experimentaba una leve convicción de que ella se encontraba desde hacía mucho tiempo, y pese a que era muy joven, iniciada en un nivel de entendimiento superior que le permitía mirarme con igual desdén que los animales que en su inocencia todo perciben, entrecerrando sus párpados de manera lenta y brillante, justo como un venado incisivo, irguiéndose, observándome detenidamente, mientras que yo me sentía por el momento con los ojos atados, esperando aun por mucho el momento de nacer en el hermoso arte de decir las cosas con los ojos o bien preguntarlas adecuadamente, suspirando en cierto modo por el momento aquel en que una mirada maduraría del simple acto de fisgonear hasta el verdadero éxtasis de darse cuenta de las cosas. Me incomodé un poco por todo esto y decidí ser un descarado y mirarla, ¿acaso su belleza tan abierta, tan expuesta, tan a quemarropa, no exigía una mirada a su altura?.

Una vez que asintió prestarme sus servicios, comenzó a estirar sus manos en clara seña de querer empezar, a lo que yo le dije si no podría hacerse en un sitio menos ajetreado, a lo que ella, después de esbozar una mirada de desconfianza señaló un callejón que se alzaba a un extremo de la acera, compuesta por el oscuro cañón que formaban las espaldas de dos construcciones viejas, separadas sin razón, independientes, frescas y aparentemente peleadas a muerte, como destinos paralelos.

El sol estaba casi en la cima del cielo, y se rompía en pedazos al intentar escurrirse por entre los dos muros que nos rodeaban, causando un efecto visual delicioso, el callejón oscuro y tétrico alterado por una ráfaga de luz que se dibujaba perfectamente, dejando al desnudo todas esas partículas que habitan el viento y que nunca percibimos, el plancton de la atmósfera, y hacia allá nos dirigimos. Fue casi simbólico que ella se ubicara a un lado de la luz y yo del otro, pues el destello se erguía como una mesa mágica, podium del nexo, maravilloso. Yo extendí la mano, colocándola dentro de la resolana, irrumpiéndola, dejando mi palma a toda luz. Las manos de ella entraron como las de un sacerdote, lentas, seguras, divinas, y tocaron el dorso de las mías. El reflejo de mis manos y las suyas a pleno sol me impedía verle claramente el rostro, esencialmente los ojos que hábilmente se supieron disfrazar en las sombras del callejón, y su boca, sus labios torciéndose, pronunciando futuro.

Lo que dijo me hirió profundamente. Pues me dijo que encontraría una buena mujer y esta me daría hijos encantadores, que me sonreiría la fortuna y el dinero nunca faltaría, que tendría buenos vecinos con los cuales me divertiría continuamente, me profetizó que el trabajo sería en mi caso una aventura diaria que me sostendría amablemente, que en alguna parte del mundo las cosechas se darían, y que muchos años me quedan, que habrá bellos días de sol, y que al menos en este mes no se extinguiría el panda. Sin embargo no me dijo que sería feliz.

No me lo dijo, y fue de su dicho la omisión la que consideré verdad, escuché aquello que callaba, escuché sus manos, las cuales yo imaginaba flamígeras y que sin embargo resultaron mortalmente frías. Supe de alguna manera que nos volveríamos a ver, total, siempre sucede así cuando el impacto es tan sublime, y en mi caso lo fue. Supe también que mentía, y quise imaginar que sabía el porqué. Supuse, y tal vez haga mal como todos los que suponen, que ella creyó que la verdad así como es, simple y lozana, sería de primer impulso irresistiblemente dura para mí, demasiado enajenante. Lo importante fue que nos comunicamos, así sin decir textualmente nada, pues de las líneas dichas lo importante fueron las entrelíneas, y me hubiera importado un cuerno que ella me profetizara lo que fuera, por incoherente que sea, que me emergería un brazo más en noviembre, que mi hijo primogénito nacería en Urano, pues yo sólo entendía lo cerca que estaba, más cerca de lo que sospechó y sospeché, más cerca aunque el trivial acto de pagarle lo acordado poniendo cara de estar de acuerdo, aun y cuando el precio fue caro, excesivo, sintiéndome con el derecho de decirle "Disculpa pero no me has dicho lo que seguramente dice en mi mano, dice muchas más cosas, y no todas son tan buenas".

Ella se detuvo, no por que se estuviera yendo, sino que detuvo por un momento todo aquel montaje de la lectura sana y alegre, y dio paso a un silencio que llenó repentinamente todo el callejón, y si no se tratara de junio diría que inclusive heló un poco por ahí, y tanto ella como yo sabíamos que el silencio así provocado no nos conduciría a nada, por lo que ella decidió romper, diciendo "¿Por qué habría de hacerlo?, el futuro no se cuenta porque lo modifica, el pasado tal vez no convenga actualizarlo, el presente tampoco pues es éste, tú parado ahí como una estatua de azúcar escuchándome y juzgando todo cuanto digo, noto la oscuridad de tu pasado, la inquietud de tu presente, y la desesperación.", dijo así sin contestarme a ciencia cierta, como si ensayara un poema estudiado previamente a nuestro encuentro, se calló, me encajó sus ojos de pestañas largas y erizadas como espinas oscuras de coronas místicas, mismas que custodiaban las pupilas que para entonces ya estaban bastante dilatadas y luminosas, semejando un acantilado que llama con fuerza al reencuentro, por lo que me dio por entregarme a sus manos, abriéndome y diciendo "Verás, estoy tan acostumbrado a ser el único poseedor de mí, a ser yo y mis dichas, yo y mis angustias, yo y mis planes, yo y mi juerga, pero sobre todo, yo y mi soledad, y tan es así que busco de manera incesante la forma de vivir, aunque sea por un momento, la comunicación, no la comunicación trivial, sino esa que tú brindas, ver tus ojos y saber que nada tengo qué explicar, que todo ya lo intuyes, mirar tus labios y darme cuenta que la sabiduría está allí, entre tus comisuras, entre la sonrisa, y saberte al pendiente, y extenderte mi mano con todo y sus líneas, y saber que de cierta forma no te estoy ocultando nada, y de una vez por todas extender de tajo todas las verdades, y verme así de expuesto, sin posibilidades de sopesar lo conveniente y lo inconveniente, saber que estás preparada para saber lo más atroz de mí, así como lo más hermoso, y sentir de esta forma un terrible descanso en el alma, y si fuere esta la única vez que te viera en mi vida, y si en esta misma me dijeses la verdad, yo daría la bienvenida a un amanecer en donde yo despertaría consciente, y rico, y trascendente, y la soledad dejaría de existir, y daría paso a una presencia tuya, constante, siempre oportuna, pues si sabes mis secretos te conviertes a la vez en uno de ellos, y convivirías con mi espíritu, con quien podrías charlar sobre una mesa, ahogándote en café y miradas, ahí mismo, en la antesala de mi mente, donde te confundirías con la música que siempre vivo, y con mis ideas y opiniones, siendo en mi mente la constante compañía, y me harías el hombre más feliz, convirtiéndote en la mujer primordial, y disculpa que te diga todo esto que posiblemente no tengas ninguna obligación de oír, pero siente, siente que esto urge".

Ella cerró despacio sus párpados, y emitió, lo juraría, una especie de llanto interno, y la situación se le reflejó un poco en la cara, por lo que evitó mirarme de frente, quizá por aquello de los ojos vidriosos, pero el caso fue que lanzó su promesa diciendo "Tal vez mañana".

Desde luego aquella promesa de volvernos a encontrar era algo informal, casi más inexistente que existente, sin especificación de lugar y hora, ni fecha tampoco, de eso me di perfecta cuenta una vez que pasaron un par de días y yo, como el más grande de los incautos, permanecía con una alegre confianza de que aparecería de nuevo. Pero en cierto modo no me molestaba todo eso, pues ésta se perfilaba como la más profunda esperanza y fe de mi vida, por lo que el acontecimiento esperado podía venir cuando y donde fuere, siendo en todos los casos bienvenido. Y me preguntaba también el porqué este momento me irradiaba tanto deseo de vivir, si sólo se trataba de el encuentro con una chica, linda en verdad, pero tremendamente igual a multitud de mujeres que conozco, y me contestaba que no se trataba de su cuerpo, ni siquiera de su simpatía, pues era más una cita entre su espíritu y el mío, que a la par que estamos cerca, aprovechan para decirse secretos que les nutren, no es sólo su cuerpo, es lo que espero de ella, es lo que sé que tendré que cumplirle, pues de alguna manera intuyo que esta mujer no vendrá sólo a leerme el destino, sino que prácticamente vendrá a inventarlo, majestuoso, ardiente y vital.

Y durante esas noches de espera infructuosa me visitaban ingeniosas pesadillas que me hacían temer a la soledad y a la muerte, o a la apatía de la gente. La primera de ellas fue geométrica y amibácea. Esta consistía en que toda la gente se hallaba entusiasmada con un nuevo juego que habían inventado, y que sin saberlo modificaría todo el quehacer humano. Era un juego geométrico en forma de burbujas y figuras, y consistía en que dentro de unas burbujas inmensas se encontraban almacenadas partes de objetos que conocemos, por ejemplo una pata de una mesa, el mango de un cuchillo, una oreja de una taza, etc., y la gente acudía a estas burbujas para extraer de estos algunas piezas, las cuales luego arrastraban a pequeñas burbujas "particulares" que cada quien tenía, y con suerte, o al menos parecía que el éxito del juego consistía en esto, de vez en cuando, alguien, después de horas o quizá días de recolección intensos, lograba conjuntar la totalidad de un objeto, por lo que hacía una fiesta en todo su ser, inyectándose a sí mismo, una dosis poderosa de felicidad, la cual podía durar hasta por más de dos o tres días, sin que dejara de recolectar en ese inter, y así, eternamente, recolección, conjunción, alegría siempre efímera, seguida del pánico a no vivir de nuevo, a no repetir, al vacío, seguido del propio miedo al vacío. Y me atormentaba ver tanta entrega echada a la basura, veía como todo el tiempo se iba en almacenar cosas, y que de tanto recolectar, se les olvidaba en cierto modo disfrutar de lo recolectado, estúpidamente, y yo desesperado y atónito, les gritaba, les proponía salidas, les sugería que disfrutaran un poco más de todo, sin embargo nadie escuchaba, cosa que me hizo llorar seguidamente, con un llanto mesiánico, echando de menos la vitalidad.

Una vez que un sentimiento se comienza a apoderar de la mente de uno, parece mentira que se comienzan a suscitar actos que en mucho tienen que ver con ese sentimiento. Al inicio de todo, cuando mis ojos aún no tenían la bendición de la vista, dentro de la oscuridad completa se me figuraba que el único requisito para ser feliz era tener visión, sin embargo mi sorpresa no pudo ser mayor una vez que sané, que abrí mis ojos, y lo que vi fue que la insatisfacción parece ser una enfermedad a la que todos estamos predestinados de alguna forma, vi que mucha gente que nació con su vista normal parece estar sumida en una desesperación total.

Es como en la química. Dentro de ésta se encuentran los elementos que se consideran elementos saturados, que son precisamente aquellos que prevalecen completamente llenos, sin cabos, sin fisuras, como un diamante liso y perfecto que no admite adhesión, ni mezclas, están llenos, llenísimos como para dar cabida a cualquier tipo de sustancia distinta de ellos que se acercara pidiendo amistad, y parece tal cual que la gente esta saturada también, pues no admite la entrada a cualquier elemento ajeno que quiera compartir su destino, siempre cerrados, sin adhesiones, sin mezclas, sin comunicarse, y parecen elementos saturados, pero sería prudente preguntarse de qué están saturados, y nos fijamos mejor y nos damos cuenta que esos espacios que le son negados a quien sea, están reservados al vacío, a la idea de no necesitar nexos, grandes huecos que no dejan de ser huecos de dolor disimulado que ocupan el sitio que se debe dejar siempre listo para ese amigo aunextraño que debería depositar la entrega, la ofrenda, su riqueza. Y queriendo confundir a ese intruso bienvenido con la gitana, volví a despertar, ansioso de salir y esta vez encontrarla.

Y con toda mi fe me adentré de nuevo al tianguis y esta vez sí la volví a ver. Sentí que mi alma se convertía en palomas que aleteaban ebrias de vértigo, y la boca se me secó de sed, de una sed más dolorosa, la sed de ser considerado. Ella me vio directo. Mi reacción fue seguramente una risa torcida que nunca irradiaba en verdad el gusto que podría yo sentir dentro, y se acercó de manera ágil, no hacía sol, y me di cuenta que le iban bien los grises, y apenas iba a abrir la boca para cuestionar, para pedir de favor que me leyera la mano, cuando ella aclaró "No puedo hoy, mañana tampoco, ni pasado, pero ven el viernes", volví a abrir la boca pidiendo la palabra, pero ella me puso el índice en la boca, y yo obediente tuve que callar, y ver como un idiota la manera tan grácil y veloz con que se iba. Bueno, al menos no quería que perdiera el tiempo, y puedo considerar que el viernes tengo una cita con ella, es decir, conmigo mismo.

A pesar de la fortuna de vivirla de nuevo, las pesadillas no se esfumaron. Pues vendría lo que yo llamaría "La pesadilla de la nota roja", la cual es bastante sencilla de contar, pues se trataba de que caminaba por las aceras y que al pasar frente a un kiosco de publicaciones me detuve a ver, y ahí estaban periódicos de todos, anunciando lo que se hace en el mundo, portando los encabezados como su mejor sonrisa, los cuales resultaban ser en todo caso alarmantes, y no sólo eso, sino que además eran mutantes, pues cambiaban de PERSISTE CONFLICTO BÉLICO EN BOSNIA HERZEGOVINA, TERREMOTO ASCIENDE AL NUMERO DE MUERTOS 141, CAPA DE OZONO A PUNTO DE ENTRAR EN UNA AGONÍA IRREPARABLE, FRÍO MATA DOSCIENTOS, para luego convertirse en encabezados igualmente preocupantes, FRÍO EN EL ALMA AQUEJA A 9.5 DE CADA 10 HABITANTES, MUJERES NO ENCUENTRAN LA COMPRENSIÓN, HOMBRES VAN SUICIDÁNDOSE EN ESPÍRITU EN MEDIDA QUE SUS ESPERANZAS FENECEN ANTE LA FALTA DE MOTIVACIÓN, AYER A LAS QUINCE HORAS DEJO DE EXISTIR LA PLENITUD, DA INICIO LA ERA NOCTURNA Y MORTAL, y al igual que en la otra pesadilla, me desbordaba en llanto, de nueva cuenta por la humanidad, de nuevo sin poder hacer nada por todos, aunque en esta, a diferencia de la anterior, sentí contar con el aliciente de poder dar algo cuando menos a uno de todos ellos, el objetivo es llenar los huecos, y llenando los huecos ajenos, van llenándose los propios.

El siguiente incidente no sucedió en mis sueños, sino en plena calle. Pasé por un CENTRO ANTIRRÁBICO, y el nombre me pareció muy técnico para una perrera, y caí en cuenta que nunca había entrado a ninguna, por lo que para satisfacer mi curiosidad decidí entrar. Sentí que en mi nariz se agazapaban una multitud de olorcillos desagradables, sangre, orines, cebo animal, y acompañado todo esto del grito del encargado que sin la más mínima amabilidad me preguntaba qué quería, y como no quise verme interrumpido en el espectáculo, quise comenzar a explicar lo que hacía ahí, y muy a mi suerte, antes de improvisar alguna idiotez, el mismo encargado me brindó la opción "¿Viene a recoger algún perro que le hayamos secuestrado?", a lo que conteste que sí, para después oír "Sígame". Fuimos hasta un patiecillo donde estaban unas amplias jaulas de malla de alambre, y dentro de cada jaula había como una veintena de perros ya sin fe. "Lo dejo, usted me habla si encuentra a su cachorro.", el empleado se retiró y me puse a ver a los perros, acostados sin ton ni son, sin esperanzas, sin ánimo de escapar, ya sin su inquietud natural, la mayoría echados como si ya nada importara. Todos con la misma mirada nostálgica por la alegría, suplicante, medio acabada. Sentí pena por todos, y me acerqué a la reja y comencé a tronar mis dedos, a silbar, a dar chasquidos, y los perros salían un poco de su inanición para voltear a verme, y comenzaban a menear el rabo en señal amistosa, entregándoseme sin condición, viendo en mí el gran modificador de sus futuros, aunque para ellos el futuro podría ser mi mano extendiéndoles una caricia, así sin tantas expectativas, sin informarse si amaba a los perros o si constituían mi platillo favorito, y pensé que tal vez diría un nombre al azar y el que entendiera a ese nombre, ese sería el elegido para que lo llevase conmigo, pero al hacerlo nunca imaginé que se acercaran todos, y me sentí incapaz de llevármelos a todos.

A lo que luego me dio por pensar que la felicidad de hombres y mujeres es algo así como una inmensa perrera, donde exhiben como dentro de una pasarela todos sus aciertos y errores, en medio de una jaula tan grande que casi suple el mundo, en una jaula que no puedes ver porque esta justo debajo de tu piel, y a la cual nadie entra, a la cual nadie llama, y ahí, en ese encierro miran las suplicantes almas que mueven el rabo igual o mejor que los perros, y mantienen las orejas siempre en alto, para estar listas en caso de que llegara de repente alguien a sacarnos. Y ese alguien también esta encerrado a menos de que enloquezca y salga.

Por fin era viernes y yo estaba bastante impaciente. A tal forma que nada de lo que dije o pensé vale la pena de citar, pues todo se resumía a un mismo instante. Llegó, impuntual como todos los gitanos, e iba a comenzar a leerme la mano de nuevo en medio del carril central del mercado, y como en una nada graciosa recurrencia le volví a decir que fuéramos a un sitio mejor, a lo que fuimos de nuevo al callejón, y en general todo fue una réplica de la vez anterior. Sólo que ahora no hubo explicación alguna y se fue, "Tal vez mañana" volvió a decir. Todo fue igual, a excepción de sus ojos.

Esta situación volvió a pasar ocho veces, y se estaba convirtiendo en una relación necia, y esto me dejaba pésimo sabor de boca, pues yo en lo personal esperaba mucho de todo esto. La novena vez fue distinta, habían pasado ya dos meses de que habíamos comenzado, y la mano no era leída aún. A diferencia de todas las anteriores veces, el día de hoy estaba nublado. Cuando entramos de nuevo en el callejón, éste no estaba adornado con la cascada de luz que lo cruzaba en su centro, sino que estaba realmente oscuro, de manera que me sentía extraño de no estar siendo consciente de todo, juraría que en ese callejón era de noche.

Sentí cuando ella se abrió paso entre las tinieblas y tomó de nuevo mis manos, para comenzar a tocarlas en su palma, de manera suave y minuciosa, sus yemas echando un sensual vistazo a mis huellas, y se trataba de un estudio a fondo, pues las nubes que tapaban la luz dejaron escapar uno que otro rayuelo, y bajo esa tenue y efímera luz pude ver que ella estaba tocando mi mano como con un detector de tesoros, con los ojos cerrados, como quien lee a oscuras un texto que se sabe de memoria, y comenzó de nuevo a contar toda su historia feliz, totalmente ensimismada, a tal forma que no importó que comenzaran a caer gotas de lluvia, gruesas y pesadas, además sorpresivas, pero ella no se detuvo, siguió contándome lo de siempre, y yo ecuánime resistía también aquello que ya era un verdadero aguacero, tan nutrido que la vertiginosidad de las gotas aprisionaban sobre el suelo al aroma de tierra mojada, cortando siquiera esa dicha, y el momento me parecía especial y grande, mis manos con las palmas hacia el cielo, sus manos sobre las mías, ejerciéndome algún tipo de bautizo, dejando llenar sus manos de agua para luego verter su contenido sobre las mías, casi como lo hacen las copas en pirámide que se colman en las bodas, su voz cortada por los navajazos del agua, su cabello sodomizado por el peso y la humedad, su boca mojada y para ese entonces fría, narrando sus cosas lejanas, y sus ojos seguían cerrados, dejando escurrir el agua como ríos de lágrimas, y su nariz como inútil paraguas de la boca, sus pechos brillaban como si se hubiese acabado de entregar con pasión, y yo miraba blusa y falda cada vez más pegadas a su cuerpo hermoso, y en cierto modo supe que al menos por hoy podría disponer de todo ese reino. Llegamos a la parte en que le dije que me leyera la verdad, y ella dijo "Señala ahora tú el callejón".

Yo por mi parte señalé un hotel. Sentí que ella mojada, ella tibia y silvestre, se sujetaba de mi brazo como si este fuera más suyo que mío, tal cual si fuese su chambelán. Y ella caminaba mirando al frente, como si observase delante de nosotros un enorme espejo en el cual nos reflejáramos los dos, un espejo que obviamente yo no veía. Y a pesar de que fui yo quien señaló el lugar, yo quien pedí la habitación, sentía que había desde antes un orden para esta tarde, y que yo desconocía por completo.

Una vez en la habitación todo cambió, el ruido de la lluvia, el olor, la iluminación. Fue hasta ese momento en que me di cuenta que ella llevaba una bolsa de cuero que probablemente se había ya echado a perder con el agua. Lo que se dijo dentro de esos muros me asusta. Me pareció una historia trivial ir a un hotel, por la fama que este hecho tiene, al mismo momento le valoro a esta gitana, de la cual aun no he rescatado el nombre verdadero, que haya venido conmigo hasta aquí, lo precioso fue que desde que llegamos ella disfrazó el cuarto de universo, lo preparó de tal manera que cada rincón era un rincón nuestro, y que ahí encerrados no podíamos hablar de alguien con más ventaja que el otro, no fue el típico hotel que se alquila para practicar un sexo vorágine y huir, era nuestro cuarto y dentro podíamos hacer lo que quisiéramos, principalmente ....

No se nos ocurrió por el momento utilizar la cama, nos sentamos en las sillas que rodeaban una mesita, mojándolas, ella encendió la lámpara y cerró las cortinas, y con esto todo fue hermoso, la luz tenue, ella y yo sentados frente a la mesita, con mil posibilidades, nos sonreímos, sorprendidos aun de estar solos, nunca habíamos estado realmente solos, quizá porque eso en cierto modo da lugar al pavor, siempre habíamos estado supeditados al bullicio, a la atenuante del resto del mundo, pero esa tarde estábamos realmente cerca, y comprendí que ella en cierto modo hubiera evitado esto desde un principio, pues no es de ninguna manera sencillo mi amor y mi extraña fe por ella, tampoco su intuición X que me desmenuza profundamente, que al estar así solos podría decírselo con el cuerpo, o con las palabras más sinceras, y nos rodeábamos quizá como se rodean un par de tigres encerrados por primera vez en una misma jaula, y me daba lo mismo, pero una cosa estaba clara, que el estar así facilitaba las cosas, sobre todo las verdades, y yo sería capaz de hablarle de mí, sin que me leyera las manos y los ojos, podría inclusive decírselo con mi voz. Estar solos abre las verdaderas amistades, los verdaderos amores, pues siempre sucede que se desnudan los cuerpos o las almas, o ambas.

La comunicación fue bellísima, platicamos después de dos meses difíciles y atormentados, por fin, y pareciera que nos conociéramos desde siempre, a la altura. "Déjame adivinarte con esto", y sacó de su bolso un frasco con un líquido cristalino, suave como el agua, envuelto en una bolsita roja de tela. Me extendió el frasco y me sugirió que bebiera. Yo sin pensar me apresuré con confianza un trago y casi al instante comencé a sentir una embriaguez que me recorría el cuerpo, ligero, sentía el aletear de las alas de mi alma, para luego abrir bien los ojos y verla, encantadora, muy mujer, llena de gracia como todas las damas, magnifica en su naturaleza, un verdadero tesoro, con una belleza que no le quitarían ni los años ni las penas, pues la suya es una belleza interior que se logra ver a lo largo de todos sus ojos, en el maravilloso universo que ofrecen, en su risa franca y abierta, jamás menguará, pero no pienso en el futuro y suerte de esa belleza, pues por ahora, aparte de profunda es joven, y su cuerpo desea como cualquier cuerpo, y su carne y su hambre no deben perderse de vista nunca.

Me dijo dos o tres cosas que definitivamente no entendí. De rato estaba ya sobre la cama y mi cabeza reposaba por alguna razón en sus manos, y con éstas me jalaba del cuello para tener siempre cerca mi boca, la cual empezó a hablar sin parar, acompañando cada palabra de un rostro representativo, "Me encanta que me permitas acercarme, que no me tengas miedo, sobre todo porque si hay alguien en este mundo de quien no debes temer, ese alguien soy yo, es... como si me abriera el pecho y lo trajese así, en canal, mostrando al mundo entero que dentro guardo una entrega que quiero ofrecer, que es total y profunda, y sobre todo sincera, y veo como nadie quiere mirarla, tocarla, hacerle el amor tal vez, y aun y cuando admiro el placer y su magia, admito que detrás de todo se encuentra un significado que quisiera conocer, para los demás y para mí mismo, lo he buscado en los ruidos del mundo y sólo escucho el eco gastado de las medias verdades, lo he buscado en las imágenes y éstas me han dado belleza, pero no significado, y veo todo como una imagen que sólo existe para quien la mira, y por tanto quiero mirar, y abro mis niñas al máximo para ver mucho más de lo que ya he visto, extralimitándome, haciendo de mi mirada una boca que chupa con lascivia al mundo, pero me vienen a la cabeza otras cosas, como escuchar, como saber, como crear, como pintar, como hacer el amor, como el cortejo, el juego, la hipnosis, la re afirmación de los sexos eternos, poseyéndonos inocentemente al darnos fuerza para ser morbosos sin sentir vergüenza, y es ahí quizá, cuando me encuentro profundamente encallado, varado dentro, tocando justo donde besa el espíritu de la mujer, es cuando siento que de verdad existo en todas las dimensiones habidas, y encuentro por breves segundos lo que es significar, lo que es ser, sintiendo tan brutal plenitud que sobreviene el desborde de una fuente enérgica de savia mía, y parece comprensible todo, iluminado por la lucidez, qué linda cara tienes, me extasía como miras, busco el significado y me lo vengo a encontrar por accidente en tu mirada, y contra pronóstico, no pienso dejar de verla.

Supongo que mis manos habrán desinhibido cada línea, y ahora me resulta que eres como un espejo, en el cual me miro y caigo en la convicción de que la obra artística más grande es mi propio cuerpo, ese conjunto estético y grotesco que voy moldeando cada día, inscribiendo en mi piel cada pena y cada dicha, cada gozo, cada brillo, cada sorpresa, cada rabia, cada orgasmo, cada soledad, cada compañía, y aparece todo como un inmenso tatuaje que revela mi deseo de la risa y el amor sin vergüenza, y llevo mi bandera por si he de descubrir algo, y a veces y agotado regreso a esa casa lejana sin haber conseguido nada, sin embargo persiste mi anhelo de encontrarte bajo la forma que seas, como esa voz que a diario me acompaña dentro de mi cabeza, ese narrador de cuentos, ese beso y esos pechos que beso en sueños, la voz que tierna te ha dicho a mitad de la pesadilla que todo esta bien, que te perdono, y lo que es mejor, te entiendo, y aspiro ser parte de todos, saludar, y besarles en la boca al momento que la nuca reposa confiada en mi mano, y decir "Puedes estar segura de que te amo", y escucharlo muy dentro de tu oreja en un susurro mágico. Existo en tanto me necesites, y amar es la necesidad mayor."

Suspendo mi delirio y percibo que ella esta sentada en mis piernas, de frente, con las suyas colgando hacia los lados. Fijo mi vista en su cara y veo pasar tantas cosas, y a su vez me viene la noción de mi cuerpo en erección, con existencia libre, quien besa y acaricia por su cuenta, y manda sus propias señales, y da sus propios mensajes. Y de nuevo estoy consciente de que estamos solos.

Con mi mano me sujeto el falo, y lo acomodo después de jugar un rato ahí, siento como ella va bajando su cuerpo de manera lenta, devorando en su cuerpo el mío y me figuro a mí mismo como una serpiente de madera, clavándose en la arena caliente de una playa excitada, y en mis ojos se ha inscrito todo y cuanto he visto, y quien los mira fijamente se arriesga a ver todo cuanto vi, y el precio de mirar es un pacto, y me esta mirando en este instante a los ojos y se ruboriza pero sonríe. Cierra sus ojos pero abre un poco más la boca, y su entrega va siendo cada vez más honesta, se entrega porque quiere.

Le quité la blusa sólo para descubrir lo perfectos que tenia los pechos, con su piel blanca que le anochecía en unos diminutos pezones que para ese entonces ya estaban erguidos. Nada era más real que lo unidos que estábamos en ese momento. Ella sentada se movía de manera deliciosa, mientras mis manos le recorrían las caderas y la espalda con verdadera curiosidad, asombradas de tocar la redondez, la textura de la piel que se estrella en otra, siempre descubriendo, y pareció excitarla que la sujetara de la cintura y la moviera como me daba la gana, mientras mi otra mano le despejaba el cabello del rostro y le acariciaba la mejilla, ella alzó uno de sus brazos y tomó mi mano derecha, y se la llevó veloz a los labios, y comenzó a besarme los dedos, mientras yo la embestía con pasión, y ésa mi mano la fue pasando por todo su cuerpo. De rato estaba ella recostada en la cama, con las piernas abiertas y las caderas alzadas con las almohadas, mientras yo de rodillas llegaba a ella como a un templo, penetrando silencioso en sus corredores, donde sólo la vitalidad reina, al momento en que yo la arribaba intensamente, ella tomó mi mano que tenía depositada en su teta derecha con sus manos y comenzó a leerla, presagiando el futuro con una voz jadeante y entrecortada que por su tono y contenido no olvidaré nunca, mi sudor caía por mi espalda a chorros, y me daba la impresión que aun podíamos unirnos más. Continuó leyendo, colocándose mi mano en su entrepierna para luego ponerla frente a sus ojos de párpados tirantes, y ver lo escrito y sonreír, para luego colocarla en su cabello, de donde la sujeté con fuerza, acomodándola para besarle en la boca. De rato me olvidé en cierto modo de su magia y la traté como mujer, siguiendo adelante hasta que se vino con semejante violencia que casi me saca los riñones con las uñas, mientras que yo, que también estaba a punto de correrme, me colocaba al momento de su orgasmo, en ángulos excedidos, sólo en medida que veía que alteraban su gozo, aun dentro de los estertores guió mi mano a su pecho y exhaló un bramido digno de una leona. Yo viví el orgasmo casi inmediatamente después que ella, extendiendo su experiencia. Cierta parte del alma se sacudió deliciosamente y miró al cielo de la lasitud, besando tantas estrellas como poros, caminando a paso lento sobre la arena mojada de esa inmensa playa que era su cuerpo precioso y terreno, o quizás ese desierto dormido hasta ahora, patria y fin de todo, significado límite.

Volvimos a la mesita, recordé que estábamos solos. Comenzó a decir "Todas las historias son una misma, y a pesar de que hay mucho significado, sólo un significado nos llena de fe, sólo uno nos sacia, y ese es el de compartirse con los demás, es ser parte de ti, que seas parte de mí, y las líneas de la mano son el destino buscando coincidir contigo, es chocar, atravesar la vitalidad. Cada línea deberás quererla mucho, pues cada una es una oportunidad que tienes para sentir que esta vida vale la pena, mira, ves esta línea pequeña, ésta soy yo, espera, tu has creído que soy la mujer de tus sueños, aquí lo dice también, pero en realidad sólo vengo a presagiar a otra, y veo de tu pasado la negrura, la noche, y veo un amanecer falso del que te darás cuenta más tarde, y aunque ser justo te costaría en un futuro volver a la noche, decidirás por la injusticia, y te anticipo que eso estará bien. Veo la mujer de tu vida, también veo que te darás cuenta de que lo es ya que se marche y la veas caminar por un sendero que la aleja, y sentirás frío, pero eso no te matara, tienes un encuentro con tu alma todavía, y a mí me olvidaras en el detalle, pero no en el fondo, de todas formas, ha sido lindo la manera en que me amaste, veo un choque de tres fuerzas, veo unidad, y luego una disolución violenta. Estarás lejos dentro de tres años, no sabrás de ti porque esa será la única manera de sobrevivir. Me asombra ver de quién mirarás los ojos, de quién descubrirás la calma, asombroso en verdad, pero me asustan las cruces, y más aún si él que cuelga de ellas eres precisamente tú, me aterran también las espinas, y no muy bien ven la luz los gatos. Veo pocos momentos felices en tu vida, y me halaga haber participado en uno. Nunca pierdas ese hermoso sentido de la búsqueda, que en estos tiempos se asemeja más a un crimen de la conciencia que una virtud, pues bueno, nunca te entregues en manos de los que no te respeten eso. Con un poco de suerte alguna de estas líneas florecerá, y llenará de verdor y colorido toda esa palma flaca, y se abrazará de ésta, que es la de la vida, como una enredadera voluptuosa y parásita, pero te darás cuanta que no hay nada más bello que tener un parásito así."

De nuevo me pareció poco claro lo que dijo, sin embargo era de corazón, y sobre todo, era la verdad, y de lo dicho nuevamente hablaron las entrelíneas, pues ahí era donde ella había aceptado sobrevolarme, y me había demostrado saber de mí, y para saberlo tuvo que leerme el cuerpo, las manos, el cuello, el pecho, las piernas, el sexo.

Se fue susurrándome su nombre, indicándome que no la buscara más, no dentro de poco. Y todo me pareció gris una vez que se fue, si es que lo hizo.

Supuse que su ausencia me mataría. Nada más lejos de la realidad. Que yo.

Al día siguiente Sentí una inconsciente necesidad de mirar mi mano, y al verla delgada y larga, con intensos rayones en guerra, intuí que mi senda aún me deparaba muchas cosas, y tomé un pincel y me teñí de negro la línea más profunda, la de la vida, para no olvidar que dentro de mis venas se inscribe la memoria y recuerdo de todo, y en mi cuerpo la lectura sueña con ser cada día menos compleja, rica en apertura y en deseo, y en logro, y en entrega, buscando de cada nuevo amigo la línea, cuidando los telares en veces rotos de los amores perpetuos, omitiendo leer de las historias los finales, las cascadas que caen, y ese terrible reloj de arena que es la línea de mi longevidad que se extingue como mecha ardiente que explotará seguramente en un silencio que sin duda me causará un terror frío y oscuro, tiñendo de negro lo que se llama muerte y sueño, más nocturno y húmedo que nunca. En cierto modo mis manos pasaron a ser sinónimo no sólo del destino, sino de ella también, y al buscarla sé donde hacerlo, mirándome a los ojos en el espejo, para luego revirar al resto, pasó en cierto modo a ser eso, mi resto. Poquito más allá de mí, justo lo que sigue.

 

 

- ¿Crees en la magia? Dime la verdad, ante mí no debes apenarte.- Virgilio me preguntó de frente.

- La verdad es que me llama la atención. No sé. El hecho de que existan cosas que no comprendemos y que sin embargo sabemos que habitan secretamente este mundo, todo eso me suena lógico.-

Me sentía a gusto de que me mirara con verdadero interés, preguntando con pasión las cosas. Noté que mi cuerpo no le era tan indiferente, y me extrañó que no fuera por ahí queriéndose pasar de listo, con la fama que tiene. En todo caso yo procuraba no dejar en claro que su cuerpo también me era perturbador. Sobre todo esa mirada que permanecía fija, en constante diálogo, preguntando de todo, robando las respuestas. Se supone que como mujer casada mi deber es ver la forma de no ser deseada por otro hombre que no sea mi marido, aunque no obstante mi amor propio no soportaría que ningún hombre dijera que no me haría el amor. Son conceptos, claro. No es mi intención que Virgilio me posea, pero la simple posibilidad me satisface en mi vanidad, pero, como digo, nada más.

Recuerdo que una amiga del colegio tenía un mejor amigo, formal y respetuoso, gentil y buen compañero. Un día él le dijo que jamás le haría el amor, ella le preguntó por qué y este le respondió "porque soy ante todo tu amigo, eres como mi hermana, por lo tanto el respeto es primero que nada". Ese día el pobre muchacho perdió una amiga. La situación da risa porque la intención de ambos nunca fue formar una pareja y tener relaciones, inclusive, ¿y por qué no?, se hubieran visto hermosos juntos y desnudos, sin embargo, esa aseveración rompió el encanto de esa unión que tenían. Lo que quiere decir que todas las amistades tienen algo de sexual.

- Yo definitivamente creo en la magia. Encima creo que todo obedece a una magia. Por otro lado siento un dolor tremendo de verla tan despreciada. La magia no es otra cosa sino la fascinación por las cosas, es verlas hermosas o feas, como son. ¿Imaginas aunque sea un poco lo que significa ver las cosas bajo un halo de magia y encontrar de cada cosa la belleza, y de lo grotesco la emoción, el riesgo, las medidas? Es asombroso. Seguramente ya sabrás que durante gran parte de mis años fui ciego, absolutamente ciego. Créeme, no puede uno ni imaginar lo que significa. Pero veo que tienes un espíritu muy vivo, sé que lo intuyes, que no preciso mucho de explicarte lo que es estar solo durante años, callado, con las palabras del mundo en la punta de la lengua y terminar sin decirlas nunca. Dirás que por qué empiezo a decir incoherencias, por qué te fastidio. Así soy, al llegar a un lugar es preciso que tenga una amiga o un amigo, fíjate bien que no estoy diciendo tener un amante, sino un amigo, sin uno de ellos me moriría. He estado solo durante tanto tiempo, hablando sin ser realmente comprendido, veo la opción de establecer lazos, y ese pavoroso deseo me aniquila toda la paz que me puede ofrecer la individualidad.

- No te entiendo, sé que quieres decirme algo, valoro eso, pero no lo entiendo bien-

- Ya lo entenderás en tu cabeza, de hecho, tu alma ya lo entiende perfectamente.

- ¿Debo entender eso como que esa amiga que dices soy yo? Pero si no me conoces, podría negarme, podría, al menos, reservarme el privilegio de ser yo quien decida si quiero o no ser tu amiga. Para mí la amistad es algo serio, aunque no creas.

- Podrías. Tú lo has dicho, podrías negarte, podrías al menos ser tú quien decida a las personas que quieres cerca de ti. Podrías. Podrías siempre y cuando no desearas tanto como yo tener un amigo, podrías si tuvieras amigo alguno, pero no lo tienes, podrías negarte, y en ese caso yo sabría que no es tu momento de conocerme ni el mío de conocerte. Así mismo podrías probar. Eso también podrías. Pero no creo que suceda como dices. Nunca has estado tan cerca de ti como ahora.-

VI

PANORAMA

La fecha para el inicio de la exposición era el día veintisiete de octubre, sin embargo había una preinauguración que había organizado Julio, en la que invitó sólo a lo más selecto de sus clientes, así como a las personas que estos quisieran invitar. La concurrencia fue llegando muy formal, las esposas de lado de sus maridos y caminando sobriamente, nada de prensa, nada de tumultos, libres de espacio para ver las obras, todo muy selecto. El cupo de la galería era inmenso, como para albergar a quinientas gentes en circulación, esa noche habían cerca de unas cincuenta. Ahí estaba Doña Imelda, la cual hizo gran alboroto y presumía de haber tenido mucho qué ver con el hecho de que Virgilio se encontrara en la ciudad. En parte se tuvo que morder la lengua y comerse unas cuantas de las palabras que había proferido, pues todo lo que se comentó fue antes de ver la exposición, y una vez que vieron la naturaleza de los cuadros se podría imaginar que la beata de Doña Imelda avalaba la vida licenciosa.

Virgilio estaba harto de esta gente. Estaban ahí y él percibía que no entendían nada de su obra. Él sabía que su material era escandaloso, y que era utilizado por esta gente para dar fe de que ellas mismas estaban en la vanguardia del arte y ningún material, por rudo, extraño o inaccesible que fuese, sería demasiado creativo para perturbarles, su espíritu era ya lo suficientemente ajeno como para sentir lo que fuese, sorpresas, cazadores de sorpresas que ya nunca más han visto ese exótico animal que es el asombro, no, los seguidores del arte han ya definido al artista, han regulado sus características, han dicho cómo lo quieren y éste ha tenido que hacer el ridículo y venderles lo que necesitan, seguir el flujo de su influencia. El sentimiento y la mercadotecnia han hecho el amor y su hijo resultó ser un hombre de arena que no encuentra más que resequedad, ignorante del brillo, de la intensidad y del placer.

De todas formas, aun y cuando la obra de Virgilio no era precisamente moral, la tendencia era aceptarla como era, y encontrarla iconoclasta y perturbadora, y decir que los colores poseían una fuerza no vista desde los delirantes expresionistas y su realidad era definitivamente renacentista, había quien decía que copiaba a Dalí y otros que decían que seguramente le impresionaron algunas cosas de H.R. Giger, y mientras todos decían esto o aquello, el pintor no hacía más que caminar entre la gente y sonreír, sin acostumbrarse a las adulaciones, sin saber digerir los elogios, sonrojándose ante los piropos más débiles. Era como si estuviera convencido que su pintura estaba condenada a no ser valorada por sí misma.

Todos los "se parece", las técnicas, las corrientes, las definiciones, venían calentándole la sangre y se aseguraba que si su obra servía únicamente para eso ésta no valía la pena. Siguió sonriendo y obedeció a sus impulsos, obedeció a sus reglas, cuando algo no extiende su significado, hay que utilizarle, hay que aprovecharse. Vio que el artista nada tenía que hacer ahí. Le pareció que a Helena le hubiera gustado hablar con él, de hecho le hubiera sentado bien a ambos, ya que se aburrían como un cerillo en el vacío, pero era evidente que por esta ocasión ella lo tenía prohibido, después de lo de la tardanza en su casa, Julio se había puesto un poco difícil. Para Virgilio, su alma estaba fuera de combate ahí. Sin embargo, tal vez su cuerpo pudiera obtener algo.

El objetivo lo fijó en un cuerpo que iba cubierto con un vestido rojo muy pegado al cuerpo, era una dama de unos treinta y un años, de cabello negro y corto que emergía elegantemente de un cuello quizá demasiado blanco y largo, como el de una jirafa, su cara era larga también, en sí toda ella era muy larga, bajo su majestuoso cuello estaba un escote que disimulaba un par de pechitos redondos y suspendidos que daban la apariencia de estar muy tensos, para luego bajar en un plexo demasiado extendido, el cual culminaba en una cintura que estaba forjada a base de un cinturón negro y ancho, del cual caía una cintura que no gozaba de mucha amplitud, de hecho a los lados se veía una escasa silueta, mas no así las nalgas que sí tomaban ruta hacia atrás, parándose con gracia. Sus piernas estaban duras y abultadas, sin duda se trataba de alguna chica que fue atleta cuando niña, gimnasta, pudo ser.

La cara era otra cosa. Con una nariz exquisita, apenas mordible, enmarcadas en unas mejillas de color rosa, alzadas como en eterna alegría, con una boca diminuta, como una flor colibrí, roja y perfumada, pequeña, perfecta por donde se mirase, de barba partida, frente amplia y poblada de dos ojazos que deslumbrarían a cualquier mirada de gato. Sobre su rostro pendían dos caireles. Era un abuso tanta belleza.

Ella no parecía tan aburrida, de hecho se reía de buena gana de muchas cosas, pero como entre los círculos muy reducidos y refinados se limita mucho la burla abierta respecto de los ahí presentes, Virgilio pensó que si reía debería ser de su obra.

Hay que hacer aquí la mención de lo que generalmente se dice de los psicópatas. Ellos no reprimen su impulso de herir y hacer daño a sus víctimas. Un asesino es de sangre fría, no puede ser de sangre caliente, y si actúa sin respeto a la vida de sus víctimas es por que no le significan nada, es porque matarlas no le repercute de ninguna manera. En cierto modo no siente que peca, pues a sus ojos no hace otra cosa que restablecer un orden, eliminando en su caso a aquella o aquellas personas que no se ajustan a su orden de las cosas. Esto resulta egoísta por los lados que se le vea. Cada cual es un tirano en medida que reconoce su reino.

Ella vio que Virgilio se acercaba, se ajustó el cintillo. Dibujó sobre su boca su mejor sonrisa.

Charlaron un rato y luego se separaron. Helena, que no había perdido de vista a Virgilio, dudaba que esa plática que parecía tan animada se suspendiera tan repentinamente. Ella sabía que la dama era la hija de un poderoso empresario y que podría, si lo quisiese, adquirir cualquier cuadro de los que ahí se exhibían. Julio notó la atención de su esposa y ésta le indicó que tal vez Susana Trejo se interesaba por comprar alguna pieza. Él quiso hacer presión mandando llamar al propio Virgilio para que comentara el óleo que la señorita pidiese, pero ya no lo encontró por ninguna parte. Susana no quiso hablar prácticamente y se aventuró a comprar una obra que se titulaba "Aves en el paraíso", - Me tengo que ir- dijo - tengo un compromiso. Julio se mostró feliz de haber cerrado otra venta. Helena por su parte imaginaba cuál era ese compromiso.

Virgilio esperaba en el cruce de dos calles cercanas cuando paso un automóvil Mercedes Benz, - Sube- le dijo Susana. Virgilio era experto en provocar excitación cuando su objetivo era follar, y cambiaba el matiz de una plática de sana a insana sin el menor remordimiento. La cuestión era ser siempre natural, dejar que la bestia se exprese.

Dentro de la casa de la dama había un hermoso bongo.

Virgilio se quedó extasiado mirándolo, su madera, la tensión de su cuero, el sonido tan visceral.

- Veo que te gustan los bongos.- Dijo la mujer.

- Realmente no sabes cuánto los amo- Contestó Virgilio.

 

El Bongo

Recuerdo la primera vez que escuché un bongo. Fue accidental, pero tan afortunado. Estaba sumido en la lluvia de ruidos que habitaban el silencio, con mis ojos totalmente en una inmensa noche. Escuchaba un poco la radio cuando pasaron una canción que no puedo precisar cuál es, escuché el sonido húmedo de un golpe, como si una gota gigantesca cayera de lleno en un océano.

Le pregunté a una de las sirvientas acerca de ese sonido en particular. "Es un bongo" me contestó. Pedí a mi padre que me comprara uno, y curiosamente no me objetó mi petición, cuando lo trajeron me di cuenta de lo maravilloso que podía ser aprender a utilizar el bongo, sacar ritmo del simple golpeteo de mis manos.

Era mágico tener esa circunferencia rica en sonidos, hacerla cantar, podía ser vigoroso o pausado, como quisiese. Mi universo era así, un mundo en mis manos, sólo hasta donde podría alcanzarlo, mientras que mi naturaleza era como la del bongo, aparentemente hueca, con magia y ritmo en su interior.

Ojalá y controlar la vida fuera un asunto parecido a tocar el bongo, calculando los ritmos, las intensidades.

Fue el único regalo realmente profundo que recibí de mi padre, fue su presencia, su consejo, su abandono, su sonido hueco, su trasfondo del cual aprendí a hacer música. De ahí que sólo acierto a identificar que nació en mí un bongo interno, capaz de sacar música de donde fuere.

 

- ¿Tuviste algún novio músico?-

- La verdad no. Me lo trajo mi padre de la segunda vez que fue a Haití, seguro me lo regaló más por su colorido y artesanía que por sus cualidades sonoras.-

Mientras ella daba su explicación de los orígenes del instrumento, Virgilio había comenzado a sentir la textura dura y extendida de la superficie del bongo, tan tensa y firme, acaso le habrían dado uno o dos golpes nada más, y eso lo convertía en un artículo sencillamente encantador.

- Si gustas puedes tocarlo- dijo la dama.

- Se me ocurre un trato. Te cambio una obra mía por esta tumba.-

- Estás loco, el valor no se compara ni de chiste. Este bongo si acaso costará la cuarta parte de alguno de tus cuadros pequeños.- dijo ella moviéndose con absoluta feminidad, encantadora, luego entrecerró sus ojos para agregar - En todo caso deberías tomar otra cosa que te pueda agradar de las que tenemos por aquí.-

En la mirada de Virgilio ya se podía vislumbrar el brillo. No sería humano por más tiempo. Le era difícil aceptar que la vida no fuese más allá en sus significados, que las cosas tuvieran que suceder casi por accidente. Una vez que se daba por vencido de extraer significados que estuvieran fuera de su cuerpo, prestaba atención al profundo culto de ese cuerpo que ciertamente tenía. Se convertía en un propiciador de accidentes.

Ella, pese a que estaba un poco retirada, lo miraba como si Virgilio se encontrara a escasos dos centímetros de su rostro, exhalando por su boca cada latido que avanzara en su pecho. Sobrevino el silencio ante lo impropio de las palabras. Virgilio comenzó a expresarse más bien a través de su respiración, emitiendo ligeros sonidos guturales que escapaban a todo lenguaje humano, aunque ciertamente un león o un mandril lo hubiesen entendido. No podía recriminarse, era expresión.

La chica estaba frente a un recibidor en la entrada de su lujosa mansión, se quitaba los enormes aretes frente a un espejo montado en un marco de caoba estilo Luis XV cuando sintió que una mano se deslizaba por todo lo largo de su entrepierna. Tembló quizá como temblaría cualquiera si estuviese dormido y al abrir los ojos tuviera frente al rostro una cobra que, con una sonrisa inevitable se mostrara impaciente, mientras su siseo dijera "Voy a morderte, además lo haré donde me de la gana, siendo como es, lo mejor será que aprendas a disfrutar cada milímetro de colmillo."

En segundos Susana estaba lista a recibir la mordida en donde fuera. Quiso apartarse de la entrada, ir tal vez a la sala donde había cuando menos un espléndido sillón, pero Virgilio, que para esos instantes estaba ya tocando con fuerza las nalgas, se lo impidió. La boca de él estaba a la altura de su oreja, continuaba siseando, y entre ruido y ruido, su lengua se permitía un pequeño y suave paseíllo por todo el interior. De rato la oreja estaba completamente húmeda y la serpiente comenzó a enrollar ese humilde y desvalido cuerpo, aprisionando los pechos y las caderas. Una vez inmovilizada, la dama recibió una mordida, la primera, en la carne del oído, suavemente, la idea no era arrancar la oreja, ni siquiera era hacerla sangrar, solamente importaba dejar la suficiente cantidad de veneno como para poner a ese cuerpo totalmente ebrio e inconsciente.

Ella alzó su mano derecha y repegó la boca de la serpiente a su oreja, incitándola a nuevas dosis de veneno. Ella arrancó de un tirón el cordel que sostenía la trenza de Virgilio y, como el telón de un teatro, se dejó deslizar toda la nutrida cabellera del pintor, la cual hizo contacto, fría como estaba, contra la desnuda nuca y espalda de su víctima, confrontando el frío y el calor, erizándole los poros.

La pobre chica sólo acertaba en mirarse al espejo y compadecerse a sí misma sólo de intuir lo que le iba a pasar, de hecho, el veneno se extendía rápidamente, sus ojos ya ajenos se cerraban y seguido se ponían en blanco, acompañados de callados gemidos, de estertores en su vientre, de ganas de gritar, su pulso se aceleraba a un ritmo descomunal. "Pobre de mí" pensaba "Voy a morir aquí y lo peor del caso es que no tengo la más mínima intención de perderme esta muerte"

- Mírate- le dijo Virgilio.

Lo que ella vio fue una mujer con los ojos afiebrados, una nariz y mejillas muy rojas, con serias complicaciones respiratorias, con su oreja derecha mordida por una cobra, con su cuello tremendamente desnudo y quizá demasiado cerca de aquellos colmillos, con las clavículas desnudas también con sus huesitos frágiles envueltos de una piel blanquísima e irrumpidas únicamente por dos tirantes de color negro que flojamente sostenían un sostén inútil y roto en la unión de ambas copas, encontró también que sus codos estaban apoltronados sobre la repisa que se encontraba justo abajo de la luna del espejo. Se le vino la pavorosa idea de que tal vez aquella repisa no estaba demasiado bien colocada, pero luego abandonó esa idea tan poco práctica, pues eso no importaba gran cosa, iba a morir después de todo, sus pupilas recayeron también en un par de senos puntiagudos que parecían unas montañas perfectamente duras de azúcar blanca, las cuales parecían adornadas en su punta por un par de piñones sonrosados y brillantes, de una textura y suavidad incomparables, y alrededor se arremolinaban un par de grandes manos velludas que tocaban con tanta ternura sus pechos que estos estaban a punto de comenzar a chorrear leche dulce sin haber concebido nunca hijos.

La suavidad e intensidad de estas caricias eran un límite de pavor, pues unas manos así de fuertes seguro podrían arrancar el par de pechos de un jalón si lo quisiesen, pero tal vez en eso encontró lo reconfortante de ello, la cobra se conformaba con comérsela entera, de engullirla y hacerla suya, tal vez y esa muerte fuera plena y excitante. Encontró que sus costillas tocaban directamente la madera, y que los telares delanteros de su vestido rojo habían sido totalmente destruidos.

Volvió a ver su cara. Era una cara de prostituta saliéndose con la suya, pero eso no se lo iba a contar ella a nadie, se lanzó una sonrisa. Su pecho izquierdo lloró cuando la mano que lo acariciaba se retiró, incluso ella abrió súbitamente los ojos de la sorpresa, pero los volvió a entrecerrar cuando escudriñó la apariencia de su cintura que hacía un momento no se veía, y que ahora se alcanzaba a distinguir perfectamente. Aquello le pareció bonito, la arruga ligera de su cintura moviéndose como un acordeón ante cada vez que alzaba las caderas, la mano desaparecida escudriñaba ni más ni menos que su sexo, de hecho tenía uno de esos enormes dedos dentro de su vulva y ella quería deshacérselo a tirones, gemía, el veneno casi vulneraba hasta la última pieza de su ser.

Sobre su cabellera corta se miraba en el espejo la silueta de una melena salvaje, así como una espalda superior en anchura a la suya, cuando sintió el segundo mordisco en medio de los omoplatos su corazón deliró largo rato, intentando bajar esa cadera hasta el suelo, pese a que sabía lo imposible de esa situación, sus pies casi ni tocaban el suelo, pues esa mano que la sostenía de entre las piernas no la dejaba bajar al suelo, la mantenía literalmente volando. Los mordiscos fueron bajando por todo lo largo de su espina dorsal, y al llegar a la vértebra del cóccix se asustó, pues el espejo fue testigo de que ella misma peló sus dientes. Ahora no sólo estaba siendo devorada, sino que le estaba dando una hambre terrible, sus ojos tomaron nuevos colores y su cuerpo comenzó a efectuar ondulaciones nunca antes descubiertas, "Eres una cabrona" le decía mentalmente a la chica que veía en el espejo, "Debiste haber sido una ramera porque esto es lo que más te gusta, mínimo no debiste ser humana para hacer el amor con cualquiera que sea capaz de comerte así" y eso le regocijaba.

Estar segura de la culpabilidad de la chica del espejo y absuelta por la inocencia de aquel su cuerpo que en ese preciso momento estaba tomando nota de que dos manos estaban separando aquellas piernas tan unidas, para después mascullar los dientes al sentir que una lengua de dos picos en la punta hurgaba su sexo, pasando lentamente de arriba a abajo con una parsimonia, ardor y calma tales, que parecía que le habían depositado en el coño un caracol de seis centímetros extraído del Hades.

Ante el ataque de aquella lengua no pudo seguir viendo mucho en el espejo, el veneno comenzaba a hacer sus estragos, sus ojos ya tendían a no abrirse jamás, las alucinaciones eran cada vez más terribles. Con los ojos cerrados. De repente nada, ni las manos, ni aquella lengua divina, ni aquel pecho de piedra, ni aquellos cabellos, nada la tocaba. Mentalmente se preguntó el aspecto tan poco formal que tendría, con su cuerpo enrojecido, con su vestido macerado y abierto, colgándole del cuerpo como un trapo, alzado sin cuidado como sábanas de un hotelucho de paso, con las piernas arqueadas, con el sexo hinchado y ansioso de devorar lo que fuese, carne preferentemente. Era serpiente para esos instantes, podría engullir un cuerpo de sus mismas dimensiones e incluso de mayor anchura, un hombre por ejemplo.

Virgilio la veía extasiado. El olor le pareció ancestral y eso le endureció aunmás el enorme miembro que sostenía con su mano, el cual estaba al rojo vivo. Comenzó a restregar su pene en aquella hendidura para luego, con toda la calma del mundo, comenzar a adentrarse deliciosamente. Sus manos abrían de lado a lado aquellas erguidas nalgas y sentían su superficie, que le pareció como la del bongo, Virgilio había comenzado a sentir la textura dura y extendida de la superficie de aquella piel, tan tensa y firme, acaso les habrían dado uno o dos golpes nada mas, y eso las convertía en un vicio sencillamente encantador.

Se sentía claramente que ese cuerpo no era penetrado desde hacía un buen tiempo, estaba tan apretado y tan caliente que Virgilio estaba seguro de estar llegando a profundidades nunca antes tocadas por ningún hombre, estaba fundando ciudades de gozo. La sujetó de las caderas y se la llevó cargada y perfectamente empalada hasta la sala, la tendió en el suelo y ahí se llevó a cabo una de las más legendarias peleas de serpientes, donde ambas no pudieron ya morderse más, devorándose enteramente una a la otra, llegando al imposible de que eran dos seres distintos. Virgilio la acomodó boca abajo, con las caderas suspendidas sobre un cojín que las alzaba preciosamente y con sus piernas muy juntas, ahí donde está el coño, visto de espaldas, le formaba uno de los más bellos rombos de piel que pudieran verse, y justo ahí debía encajarse aquel falo imbatible. Ante los envistes de Virgilio la dama se tensó con toda la intención de beberse con la matriz hasta la última gota de semen que pudiera contenerse en aquel cuerpo.

Las nalgas, que no formaban una cadera ancha, pero eran unos hermosos y afilados montículos, se ponían duras de manera independiente, estaban sudadas en extremo y bajo la luz que entraba por una ventana se percibía un brillo asombroso, a manera que cada nalga parecía el dorso de un delfín sin aleta, navegando libres por la superficie del mar, y los gemidos de Susana bien sonaban a olas rompiéndose en un peligroso acantilado, y era como si Virgilio avanzara sobre los siete mares, como si fuese el mismo Neptuno que los surcara montado, con su sexo en medio, de dos aceitosos, briosos y calientes delfines, a velocidades no sospechadas, aumentando la cercanía. Salto y salto los felices mamíferos sosteniendo con su dorso aquel titánico miembro que comienza a estremecerse al sentir que una medusa incandescente le comienza a exigir la vida, se acerca a la orilla del acantilado, se estrella y se riega en un torrente caliente que esparce su espuma blanca por todo el espacio, como si mil ríos desembocaran en un ardiente vaso de leche, y el cuerpo del dios del mar cae y cae más profundo dentro de las aguas, dando jirones en torbellino, inconsciente, abandonando su cuerpo en manos de esa confianza que tiene en sus mares, y después del choque, completamente seco su interior.

La dama le dio el bongo y él lo cargo en su espalda, no quiso autos, ni ayuda. Ella le despidió acaso con un poco de amor. De hecho agradecía la entrega, la certeza del merecimiento, la generosidad de la elección, y estaba dispuesta a aceptarle cuando él quisiese.

Antes de que él se marchara, platicaron un rato en esa sala, perfectamente trabados, se dijeron cosas, dejaron de ser serpientes para ser nuevamente personas. Ella no pensó más en que el arte de él fuera la pintura, el arte consistía en eso, en vivir el arte, el contacto cercano, la expresión, darse algo a cambio. La dama fue mucho más feliz que antes de él, lo encerró para siempre en sus ojos y él había hecho lo mismo. Ella lo echaría de menos, él la echaría de más, ella pensó que amar es un arte también, tan válido como la pintura, o más. Ambos habían sido artistas, era un placer serlo de esa forma.

Todo eso pasó y era el primer día. La silueta en la ventana esperando ya su regreso.

Él exhausto, reconfortado, pleno y completamente solo.

Podía entonces decirse que la historia reincidía, Virgilio estaba en la Ciudad, entre unas piernas de mujer.

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