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Stag Life 16: Bordell SS (1978)

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Stag Life 16: Bordell SS (1978)

La Serie Stag Life agrupa las reseñas de las películas más significativas del género X del Siglo XX, y resume el contenido de "Memento", la memoria multimedia que conjunta los filmes y otros documentos relativos al tema.

Título: Bordell SS (1978)

Títulos Alternativos: Freundenhaus 42, Piaceri a Parigi, The Red Devils, SS Bordello, Bordello a Parigi.

Dirige: Jose Benazeraf.

Título Región 4: "Burdel de la SS"

Título Analógico: "Desesperadamente buscando a Carla"

Performancers:

Brigitte Lahaie

Barbara Moose

Karin Gruas

Dolores Manta

Erika Cool

Fiorentina Fuga

Pierre Belot
Hubert Geral
Aaron Hauchart
Guy Royer

Empleado del Mes:

Karin Gruas

Reseña:

La ignorancia, o inocencia, si se le prefiere llamar así, juega a veces en nuestro favor. ¿Qué es preferible? ¿Conocer una actriz hardcore para luego descubrir que ha hecho películas mainstream o ver una actriz en una cinta mainstream para luego descubrir que también ha hecho cine más fuerte? Ojalá nos dieran a elegir, y acá entre nos, por espiral de morbo yo siempre me avendría a la segunda modalidad.

El azar teje en su temporalidad experiencias imposibles. Me viene a la mente Alex Lora, artista inmortal –literal- del rock mexicano que, al preguntársele a finales de los años ochenta qué opinaba de grupos como Caifanes, salía con la mamada de que eran advenedizos para luego explicar pleno de excitación y autoalabanza que él ya tocaba en el Festival de Avándaro (septiembre de 1971) cuando los integrantes de Caifanes andaban en pañales. No podía ser de otra forma dada la fecha en que nació él y la fecha en que nacieron los otros; es como si B. B. King le restregara en la cara a Lora que sus padres (los de Lora) amenizaron el palito de su concepción (la de Lora) con un disco suyo ( de King). Lo dicho, la temporalidad teje experiencias imposibles, como sería que Caifanes tocase rock –o lo que fuese- en 1971 (Saúl Hernández, líder de esa banda, nacido en 1964, tenía al momento de celebrarse Avándaro, siete años). A veces dan ganas de haber vivido de otra forma, y no me refiero a elegir la forma de vivir –que esa es una constante en la vida de cualquiera- sino de aquellas experiencias atadas necesariamente a una época que no es la tuya, lo que supone la existencia de imposibles.

Esta envidia por las experiencias imposibles es el pan de cada día de los amantes del Hoy-Cine-Vintage. Nacidos en la década de 1970 y posteriores acudieron quizá al estreno de Star Wars, pero improbable (además de ilegal) sería que asistieran a ver los clásicos del cine X. ¿Qué se sentía asistir a ver "Deep Throat (1972)" a una sala de cine como si fuese algo común y corriente, incluso cool, sin la más mínima noción de estar construyendo el culto de una película de culto? Imposible saberlo.

Incluso, más de un adulto joven no sólo es incapaz de concebir al porno exhibiéndose en salas de circuito comercial, sino que ni siquiera le resultará lógico que en un tiempo los periódicos anunciaran las cintas porno como si nada, insertando incluso algún fragmento de los cartelones publicitarios de las cintas en la sección de cartelera (generalmente inserta en la sección deportiva, lo que mandaba el mensaje oculto de que era el macho alfa de la familia quien decidía qué película ir a ver, y que sólo él tenía derecho a ver las imágenes reveladoras de la cartelera), con la única censura de un rayón de marcador negro que ocultaba pelambreras púbicas o pezones, pero que nada disfrazaba de la posición copular de los personajes representados.

Recuerdo que en mi infancia –nací en 1969- veía atentamente estos publicitarios y no podía yo explicarme si la chica desnuda en cuestión, que por cierto tenía un tipo detrás, sentía dolor u otro tipo de sensación, pues sus caras eran muecas de sufrimiento, pero a la vez de gozo. No entendía, al igual que me era imposible codificar correctamente promocionales como "¡Porn fin la obra más esperada del cine europeo!".

Hoy los periódicos decentes (El Norte de Monterrey, por ejemplo) ni siquiera informan la programación de los cines que todavía se atreven sórdidamente a proyectar cine X, y si acaso publican que en un cine se proyecta alguna cinta de temática fuerte (por ser inevitable programarla porque a nivel mundial se habla de ella) dicen el título seguido de unas chocantes siglas que revelan –en clave- los contenidos posiblemente inadecuados que vas a encontrar en la cinta en cuestión.

Por ejemplo (quien no haya visto "The Crying Game (1992)" favor de brincarse los siguientes tres párrafos):

The Crying Game (Reino Unido, 1992) Dir. Neil Jordan. Act. Stephen Rea, Jaye Davidson, Forest Whitaker, Miranda Richardson. Un militante del IRA se ve inmiscuido en distintas relaciones derivadas de su labor como secuestrador. Clasificación R. SA, TV, LA, SX, RH, V, DM.

Luego, en la parte superior de la cartelera se observan las decodificaciones de las letras del final: SA (Situaciones Adultas, sea lo que ello quiera decir), TV (Trasvestismo, con lo que mandan a chingar a su madre el elemento sorpresa que sostiene toda la cinta), LA (Lenguaje Adulto, como si sólo los adultos dijeran majaderías), SX (situaciones de sexo, y diría SE si es sexo explícito), RH (Relaciones Homosexuales), V (Violencia. La Mamada: me ha tocado ver que le ponen la "V" a cintas como "Viernes 13"), DM (Desnudo Masculino, y si es femenino o cuando menos masculino pero no frontal diría D a secas, como si el desnudo femenino fuera obvio y no se tuviera que aclarar, como parece ser el caso del masculino).

Ya en plan de romper la magia de "The Crying Game (1992)" deberían de terminar de cagarla completamente con las siguientes siglas que se me ocurren, mismas que orientarán a padres que dan permisos o mojigatos que exigen saber lo que enfrentarán en la pantalla: SE (Síndrome de Estocolmo), SNNAPC (Soldado Negro Norteamericano Arrollado por Camión), SAMDSV (Secuestrador que acata misiones de sus víctimas), BDNPDVQPMPSH (Búsqueda de novias perdidas de sus víctimas que parecen mujeres pero son hombres), UMQJOGPSSNEDRF (uso de metáforas que justifican el orgullo gay por "ser su naturaleza" en detrimento de las ranas felices), PF (Pene flácido, si estuviere duro sería PBPD, "pene bien pinche duro"), SIPDQTPTSDAQC (sexo interrumpido por descubrir que tu pareja tiene sexo distinto al que creías), VERPIARUBQSAD (vómito en retrete por inexplicable asco respecto de una boca que segundos antes disfrutabas), MDRCGPVALPMADSF (Mantenimiento de relación casi gay porque valoras a la persona más allá de su físico), VDGTAQP (venganza del grupo terrorista al que pertenecías), GRS (gay rapado y suicida), CG (compasión gay).

No diré que todo tiempo pasado fue mejor porque, de hecho, todo tiempo es pasado, y "mejor" o "peor" depende del criterio de comparación que eliges. Acaso lo único que vale son las experiencias significativas, sucedan en el momento que quieran suceder, y en el orden caprichoso que Dios disponga. Así, por azares del destino, Brigitte Lahaie no la conocí yo en una cinta porno. De hecho, la primera vez que la vi fue a finales de 1990, en un burdel, cuando la vi aparecer en la polémica cinta de Philip Kaufman "Henry & June (1990)" la cual durante muchos años fue mi película favorita. Esta cinta seminal fue casi una orden directa que me movió a leer varios libros de Henry Miller (Trópico de Capricornio, Trópico de Cáncer, Sexus, Plexus, Nexus, Opus Pistorum, Primavera Negra, El Coloso de Maroussi y otro par de libros de cartas que son una mamada), así como una ristra de libros de Anaïs Nin (Diarios, tomos I, II, III, IV, V, VI, de Editorial Bruguera, Bajo una Campana de Cristal, Pájaros de Fuego, Henry y June: Diario inexpurgado, e Incesto).

No diría yo que fueron los primeros textos eróticos que leí, pues todavía conservo tomos de ese corte que leí muchos años antes de haber visto "Henry y June". Por mucho que en mi juventud me quejara del yugo parental, en retrospectiva debo reconocer que mi madre era, en su moral sencilla, respetuosa de mis búsquedas. Nunca me tiró un libro, y vaya que títulos como "Las Mil y Una Noches Eróticas", "Tratado de Perversiones", "Erotikon", "Interludios Eróticos" o "Pornotikon", no son tomos que una madre espere ver en la modesta biblioteca de su hijo de quince años. Nunca tocamos el tema de qué opinaba ella de mis lecturas, si acaso lo más cercano a ello fue una vez que, yo ya de treinta, llegué a casa de mi madre y llevaba conmigo el "Opus Pistorum", libro atribuido a Henry Miller que contiene majaderías de grueso calibre en cada página que se le abra. Traía urgencia de entrar al baño así que pasé corriendo, coloqué el libro en lo alto de un mueble para no dejarlo al alcance de nadie, y me metí al baño. Cuando salgo, veo que mi madre tenía en sus manos el Opus Pistorum. No importa en qué parte del libro abriese las páginas, en todas hay marranadas (bueno, hay un par de páginas en las que habla de política, pero es sólo un par de páginas, en el resto el contenido es irreverente y sexual, y no soy tan afortunado como para que abriese en las páginas inofensivas). Ella cerró el libro y sólo dijo "Qué cosas lees". Es todo.

Para cerrar esta cápsula biográfica, carente quizá de interés de nadie, debo decir que leer a Miller fue trascendental para mí, pues arribé a la conciencia de que podía escribir las cosas que se me ocurriesen por puercas que pudieran ser. No me comparo a Miller, desde luego, simplemente caigo en cuenta de que rompió un dique de autocensura y ello me ha hecho muy feliz (porque eso pueden jurarlo, cuando escribo soy feliz).

La cinta, que muestra una perturbadora Uma Thurman y una sencillamente divina María De Medeiros, está ambientada en el París de 1931. Henry Miller (espeluznantemente clonado por Fred Ward) es un artista cercano a un vago, amo del desdén y buscador de placeres básicos, pone en jaque a Anaïs Nin (María De Medeiros), mientras que June Miller (Uma Thurman) pone en jaque mate tanto a Henry y como a Anaïs.

 

Son muchas las estampas que me parecen impresionantes de esta cinta, sin embargo, lo que nos ocupa aquí es que Nin quiere hacerse pasar por una mujer sin inhibiciones, y cual vampiro de intensidades ajenas va como perrillo faldero junto a Miller, que es un gandul que, además de no prestarle la atención que una lindura como ella se merece, le baja un poco de dinero. Nin le presta el dinero y ve cómo Miller se adentra por una portezuela dejándola a ella en la calle donde un posible ladrón la merodea desde detrás de un muro. Ella, queriendo guarecerse, se adentra por la misma puerta de Miller para caer de lleno en el interior de un burdel. Con la vista busca a Miller y lo encuentra subiendo unas escaleras de caracol, encaminando a una suculenta rubia que viste ropa muy ligera. Suben la escalinata para llegar, seguramente, a las habitaciones de lo que, seguramente también, es un prostíbulo donde, seguramente, Miller y la puta cogerán. He aquí que en los créditos se puede identificar a esta rubia espigada de las escaleras, pues se lee: "Henrys Whore: Brigitte Lahaie".

Lahaie encarna a la perfección a esa prostituta francesa a ultranza, con ojos pequeños y peinado naive luce absolutamente preciosa y charlestonera. Sus cejas cortan su rostro entre la dominación y la sumisión, poseedora cuando quiere de la ambigua mirada de las putas. De sonrisa lasciva, imperecedera, anunciando la vieja que será, la niña que fue, y la mujer que es y todo lo que es posible obtener de su cuerpo. Nacida en 1955 tenía ella, al subir esas escaleras junto a Henry Miller, 35 años, y lucía espectacular. El papel le queda que ni pintado, primero, porque es hermosa, segundo, porque no te queda ninguna duda de que es la dama ideal para revolcarte y olvidar las penas de esta vida, y tercero, porque te convences al instante que nunca será tuya, sino que se pertenece a sí misma.

Aparece dos veces más en esa cinta. La segunda vez, cuando Anaïs va con su marido al burdel con el único fin de presenciar un acto lésbico entre Lahaie y otra prostituta. En dicha escena Lahaie concede deseos a la carta, mismos que va ordenando la cachonda Anaïs. En la tercera aparición Anaïs sostiene un encuentro sáfico con June Miller, quien de repente se transmuta en Lahaie.

No sé si fue a propósito, pero las sonrisas de Lahaie son distintas para con Henry que para con los demás. Con Henry sonríe como si fuesen viejos amigos, con los demás sonríe sardónicamente, sin comprometer nunca su alegría, escondiéndose debajo de su arrebatadora piel y su inquietante oficio.

Los ojos de María De Medeiros son enormes, y cuando digo enormes me refiero a enoooooormes, un milímetro más grandes y ya serían de alienígena. Tan grandes son y sus pestañas tan carnívoras que, cuando miran a Lahaie con sorpresa, son un par de hoyos negros en los que bien vale la pena perderse. Lahaie, a su vez, le clava sus propios ojos; no teme que los de Nin sean tan grandes porque si bien esos tienen la magia de mostrar, los de Lahaie tienen la de ocultar. Son tan distintos los ojos de Lahaie de los de De Medeiros que el choque es una colisión incandescente.

Esa escena, breve como es, provocó que esa imagen de la puta francesa se alojara en mi cajón de recuerdos, y así la inmortalicé, como luna huella mnémica de una mantis prostituta que te hace feliz mientras te lanza una sonrisa fatal. Tan sugerente es que, la avaricia, madre de todos los vicios, sugería la necesidad de verla en trances más explícitos que aquellos que vi en esa cinta mainstream (ni tan mainstream, la polémica de "Henry & June (1990)" puso en jaque las clasificaciones preventivas para la audiencia y, de hecho, fue la primera cinta en clasificarse como NC-17 en el sistema americano, eludiendo la X, pero resistiendo la R).

Pasaron años. La ignorancia o inocencia me jugaba una broma. Fue entonces que me la volví a topar en otro burdel (al parecer siguió taloneando desde 1931 hasta muy entrada la Segunda guerra Mundial, o al menos hasta el 02 de febrero de 1943, fecha en que se declaró el fin de la Batalla de Stalingrado, que es lo que entra celebrando un cliente del burdel para irritación de un coronel nazi que también gustaba de putear en martes y temprano), esta vez en el "Bordell SS (1978)"

"Bordell SS (1978)" es sin duda alguna una rareza dentro de la filmografía de ese par de diablesas que son Brigitte Lahaie y Barbara Moose, quienes juntas son algo así como un sueño hecho realidad. Más que un porno se trata de una cinta de sexo explotación dirigida por el izquierdista y políticamente incorrecto José Benazeraf. Francés nacido en Casablanca, Marruecos, filmó esta cinta que se presume francesa pero está hablada en italiano presumiendo tema alemán.

A Benazeraf se le ha llegado a considerar el Jean-Luc Godard del porno, lo cual no deja de ser en extremo inexacto, sobre todo porque Godard es poliédrico y ofrece distintas facetas independientes de interés, ya por su estética clavada en la nouvelle vague, o ya por sus convicciones políticas que le dan un toque de marxismo a algunas de sus cintas. En cualquier caso, dejemos que Godard sea Godard, y no nos distraigamos cuestionándonos si hay más de un "Godard del porno" (¡Como si para copias no pudiera haber varios! Se me ocurre que cuando menos Gerard Kikoine concursa para ese mismo apodo luego de plagar algunas de sus cintas con planos delirantes rodados en sexicolores, confeccionando un auténtico pornouvelle vague y, quien no lo crea, vea la excepcional "Pensionnat de jeunes filles (1980)", que es para mí una obra maestra del porno francés).

Digamos que en esta cinta sí se parece Benazeraf a Godard porque hace uso del recurso cinematográfico para mostrar su posición política ante los regímenes totalitarios, aunque, en mi humilde opinión, la cinta yerra el camino al centrarse en la posición política descuidando la carnal, dando como resultado un filme opaco en su metáfora de la opresión que presenta, mientras que tampoco se esfuerza demasiado para figurar como un porno bien logrado. Así, las fallas son de origen. Las actrices francesas. La cinta italiana. El regodeo alemán. Política caliente y hasta el fondo acompañada de sexo frío y por encima.

La referencia obligada para comprender la existencia de esta película es "Il Portiere di Notte (1973)", que desencadenó una lluvia de películas de temática nazi como vía simplona para dar gusto a los fascistas o dictadores de closet. Sin llegar a los excesos de cintas como "Ilsa, She Wolf of the SS (1977)" considerada por muchos como la cinta más desagradable que existe, o la fastuosa "Salón Kitty (1976)" de Tinto Brass, "Bordell SS (1978)" no se escapa de mostrar humillaciones o crímenes de lesa humanidad, aunque, en lo específico, la única humanidad que recibe castigo de verdad parece ser la de Barbara Moose, pobrecita.

Ver estas cintas siempre implica un reto masoquista, y más aun si uno pretende estacionarse en ellas y opinar. Empecemos por el elenco. Si reconocer un elenco de una cinta porno setentera norteamericana –con sus figuras harto conocidas y recicladas- es complicado, desentrañar el genoma de una obra europea de 1978 hija de la coproducción de varios países resulta una tarea que implica innumerables tropiezos. No se niega que hay productoras que tienen el buen detalle de integrar una tira de créditos más o menos minuciosa, sin embargo, ello no ocurre con "Bordell SS (1978)".

El casting reconocido en los créditos es el siguiente: Brigitte Lahaie, Dolores Manta, Erika Cool, Fiorentina Fuga, Pierre Belot, Hubert Geral, Aaron Hauchart y Guy Royer.

No fue sencillo seguir la pista de los protagonistas ya que no estoy familiarizado con los actores, además, algunos de ellos usan seudónimos, mientras que otros de plano ni aparecen en la tira de créditos. Pienso que ignorar la identidad de los actores es cuando menos un gesto de ingratitud, aunque a veces tampoco sea fácil agradecer lo que sea dado lo esquivos que pueden ser los datos de su identificación. A veces la identificación es casi imposible, tanto que sólo puedes arribar a una conclusión más o menos coherente utilizando técnicas de metodología de investigación.

En México hay (o había, ya ni sé, pues ha amanecido con salir del aire varias veces) un programa que se llama "En Familia" con un personaje que se hace llamar Chabelo (dado que está entrado en años y arrugas, pero sigue vistiendo como un niño de ocho años, con pantalón corto y camiseta de algodón y cachucha beisbolera, de guasa le dicen "Chabuelo"). Se la pasa haciendo concursos patrocinados por distintos productos, para lo cual organizan competencias que incluyen de una u otra manera la personalidad del producto de mérito. Por ejemplo, si el patrocinador es un pastelillo, hacen un concurso para ver quién traga más pastelillos en un minuto. Uno de los concursos más traumatizantes que me ha tocado ver ahí es uno vinculado a una marca de calcetas y calcetines. Invitan a las mamás para que midan sus conocimientos acerca de… sus propios hijos. Al fondo del escenario hay una pasarela, y entre la pasarela y las madres de familia hay un biombo. El tema es que detrás del biombo desfilan cinco o siete chiquillos, calzando únicamente calcetas. Las mamás, que están como a cinco metros de la pasarela, deben identificar a sus hijos, de quienes no ven el cuerpo, sino solamente de sus rodillitas para abajo, debiendo adivinar, ya por la forma de sus pies, o por su forma de caminar, cuál es el que estuvo en su vientre nueve meses y le ven todos los días porque vive con ellas, es decir, el reto es reconocer a aquello que más quieren: sus hijos. Lo ojete es que a menudo las mamás son tan poco observadoras (o sus hijos son tan ordinarios) que no logran identificar a sus hijos, y por si ello no fuere ya bastante para que dentro de unos años termine uno en manos de un terapeuta, cuando una mamá falla (es decir, no reconoce a su propio hijo) se escucha un trombón exhalando una nota que en su fuga da en mensaje que señala a mamá e hijo como unos perdedores; en cambio, cuando una mamá acierta se escucha una fanfarria grabada que hace imaginar un trío de cabrones tocando sendos cornos franceses. Yo no lo sé, pero quizá un corno francés siembra la semilla del saber y el éxito en la vida, y el trombón una vida de vagancia. Es cruel ver las caritas de los niños que son desconocidos por sus madres en red nacional, más el trombón, más la exclamación de lástima del público y, de pesadilla, la contracultural figura de Chabuelo, ese niño anciano hablando con voz de títere, diciendo "Lástima mi cuate".

Identificar a Brigitte Lahaie fue facilísimo. Aparece con su cabello oscuro, que no es el que usó en sus películas más célebres y, aunque ello causara confusión, su cara y sus tetas son inconfundibles. Si pusieran una pasarela y un biombo que descubre sólo una franja a la altura de los pechos, señalaría sin error "¡Esa, esa es Brigitte!".

Constatar que en la cinta participa Barbara Moose fue sencillo, pues es una dama extraordinariamente talentosa y de cara muy conocida en el porno hecho o pensado en Europa durante 1976 a 1980, años en que estuvo en activo. También ayuda que su personaje es central y es captado con sumo detalle, mostrando una imagen similar a la que muestra en infinidad de películas. Imposible confundirla.

Los actores de plano no sé quién es quién. En una escena aparece como cliente del burdel el omnipresente Alban Ceray, pero en realidad es un cameo, pues no interviene en la forma que se acostumbra. Los demás actores pretendidamente son alemanes, y lucen bastante parecidos todos.

No fue igual de sencillo identificar a la actriz que interpreta a Carla, la exquisita pero perra oficial nazi en torno a quien parece girar toda la historia.

No sólo no fue sencillo, sino que fue un viacrucis. Pese a que su papel es toral, no aparece en la tira de créditos. Para saber su identidad tuve que acudir a distintos foros, aprovechando que Internet es una herramienta mágica aunque imprecisa. Es recurrente que la identifiquen como Gisela Krauss. Me di a la tarea de revisar la escasa filmografía de Gisela Krauss. La película "Vanessa (1977)" es la cinta más famosa que hizo Gisela. En un sitio presumiblemente confiable estaba trepada una reseña de esta película de corte erótico, misma que incluía un álbum de fotos de los intérpretes. En ese espejismo de confiabilidad aparecía la siguiente foto:

El fenotipo es parecido, no cabe duda. Pongámosle un traje de nazi, recojámosle (ojalá) el cabello, y tendremos ahí a nuestra encantadora capitana del placer SS. El problema resultaba ser que en el pie de foto aparecía el nombre de: Olivia Pascal.

Esto implicó un viraje. Indagué la obra de Olivia Pascal y mi conclusión es que la foto no es, ni por asomo, suya. Olivia Pascal es una de las ninfas que sale desnuda en "Vanessa (1977)", pero en definitiva no es esta chica de la foto. A Olivia Pascal la había visto ya en una cinta de Jess Franco llamada Luna de Sangre, mejor conocida como "Bloody Moon (1981)" donde tiene un pequeño accidente en un aserradero (termina cortada en un par de hemisferios como un vil tablón). En definitiva no es Olivia Pascal, y para arribar a esa conclusión tuve que revisar "Vanessa (1977)" y "Bloody Moon (1981)". La lógica me hizo reparar que si no era una de las ninfas, por necesidad sería la otra.

Fue "Bloody Moon (1981) la que me permitió discernir mejor, pues la imagen de Pascal no correspondía, incluso apostando por los cambios que pudieren haber surgido entre 1978 a 1981 (de Bordell a Blody Moon) y los cambios propios de la caracterización (de oficial nazi a hermana del desfigurado y principal sospechoso de los asesinatos). Triste porque la imagen que tenía era la de la actriz buscada pero la identidad era equivocada, volví mis pasos para ir tras la huella de Gisela Krauss.

Los demás papeles de Krauss, como el que interpreta en la impronunciable "Laß jucken, Kumpel 5: Der Kumpel läßt das Jucken nicht (1975)" y "Love Time fur hei e Verfuhrerinnen (1976)" son minúsculos, explícitos sí, pero absolutamente intrascendentes y mal filmados. Otra confusión. Si en "Vanessa (1977)" Krauss era una virginal ninfa, no podía hacerla de MILF en cintas de 1975 y 1976.

El caso es que aun identificando la identidad de la actriz en la persona de Gisela Krauss, el cotejo tampoco fue simple porque en los demás filmes sale prácticamente disfrazada. En "Laß jucken, Kumpel 5: Der Kumpel läßt das Jucken nicht (1975)" su interpretación de la novia que le lleva el almuerzo a la cama a un tipo es tan ordinaria, y su aspecto tan desaliñado, que por poco no se le puede reconocer, ¿O es que no es ella? Mientras tanto, en "Love Time fur hei e Verfuhrerinnen (1976)" aparece con una peluca de color rubio casi plateado que me recuerda a los polvorientos maniquíes de tiendas obsoletas, ocultando su cabello real, con maquillaje estridente y perdida en una escena orgiástica donde el primer plano de un par de testículos es el verdadero protagonista.

Algo andaba mal. Revisé minuciosamente "Laß jucken, Kumpel 5: Der Kumpel läßt das Jucken nicht (1975)", "Love Time fur hei e Verfuhrerinnen (1976)", "Vanessa (1977)" y "Bordell SS (1978)", y no me cuadraban los lunares. ¡Sí! ¡Los pinches lunares!

La psicología evolutiva explica cómo el cerebro del ser humano ha alcanzado innovaciones tecnológicas inimaginables que se resumen en la capacidad de inferencia. Así, la mente es fascinante y ejecuta operaciones precisas por medio de las cuales prioriza distinciones, por ejemplo, aunque la cara de los seres humanos y las de las jirafas son igual de irrepetibles, nuestros sistemas de inferencia han adquirido habilidades para elaborar distinciones que nos permitan distinguir el rostro de una persona respecto de los demás y que no nos importen las diferencias en cosas no importantes. Distinguimos pequeñas diferencias entre un par de hermanos, por ejemplo, mientras que nos vale verga la forma que tienen las manchas del rostro de una jirafa o un tigre. Esto sucede así porque el cerebro prioriza todo el tiempo, sin opción, como mecanismo de sobrevivencia. Estas prioridades son rebosantes de sentido común. La mente hace distinciones finas entre los rostros de las personas porque es importante distinguir unas de otras, mientras que para distinguir un tigre lo único que importa es saber que tiene rayas, garras, colmillos y que muerde. Por mucho que hiramos al amor propio de los tigres, nos importa un pito si es Juan tigre o Toño el tigre. Al hacer distinciones entre las personas también priorizamos. Recordamos el rostro de nuestros compañeros de trabajo, pero no sabríamos describir sus manos, o sus pies. Quizá identifiquemos el culo de una compañera, o el paquete de un compañero, pero omitimos gran cantidad de información única pero irrelevante.

Quien se abre a una nueva forma de ver a las personas, y descubre la singularidad de unas manos, pies, par de tetas, nalgas, piernas, voz, modo de andar, olor, etc., nace a una multiplicación de su experiencia humana, por mucho que se convierta un poco en un fetichista irredento. Si las mamás de Chabuelo no identifican a sus hijos entre los demás, es porque no es relevante distinguirlos por sus piernitas, a menos que el niño esté zambo, o tenga una pierna más larga que la otra, caso en el cual ese rasgo adquirirá importancia porque exigirá decisiones a cargo de la mamá, pero en el fondo es una forma de ver, tan únicas son estas piernas como las otras, y no son más singulares porque las notemos o no. Estoy seguro que muchos maridos podrían ver un porno de sus mujeres siendo empaladas por un semental y, si no se le ve el rostro, es posible que no la reconozcan. O una esposa viendo un video de una chica chupando el pie de un caballero, sin que se vea más de su cuerpo, y no darse por enterada de que es el pie de su marido.

Lleno de dudas investigué en la revista Playboy del mes de noviembre de 1964, donde viene una foto, una, de Gisela Krauss, dentro de una galería titulada "Las chicas alemanas". Aparece vestida con ropa de montar, con botas, formal, acicalada, y definitivamente se parece a la oficial nazi, sin embargo hay un accidente en el tiempo pues, lucen muy ortodoxas ambas, frías e implacables, pero las dos se ven igual de jóvenes. Es decir, entre la foto de 1964, que es la viva imagen de la oficial nazi aparecida en la película de 1977, habrían transcurrido trece años. El tiempo se habría detenido.

En el caso de Krauss, lo que echó todo por la borda fueron sus lunares. La chica que yo creía que era Gisela Krauss en "Laß jucken, Kumpel 5: Der Kumpel läßt das Jucken nicht (1975)" tenía un lunar a la derecha del ombligo, y debajo del pecho izquierdo tenía otro. Revisé las escenas lésbicas de la oficial nazi de "Bordell SS (1978)" y, aunque se tapa la mayor parte del tiempo, en segundos se coloca de modo para ver la ausencia de lunares. Además, Carla, la oficial, tiene un coqueto lunar encima de sus labios, y no creo que se lo haya pintado con un marcador para la película.

Eso despertó mis dudas y me llevó a cotejar que en "Vanessa (1977)" una institutriz sádica es la misma que la esposa embarazada que no puede coger con su marido y sólo puede darle mamadas en "Laß jucken, Kumpel 5: Der Kumpel läßt das Jucken nicht (1975)". Para mi sorpresa, la de la peluca que parece peluquín descontinuado sí es, en efecto Gisela Krauss, en un papel de puta ganosa que en verdad se luce, aunque la eche a perder el director con sus primeros planos de la penetración, tan característicos del cine alemán.

 

 

 

Por tanto, Gisela Krauss era la pelirroja y madura institutriz sádica esposa embarazada y puta de arrabal, pero no la inquietante oficial nazi de "Bordell SS (1978)". En conclusión, algunas fichas fílmicas refieren a Karin Gruas como la interprete de Carla, la oficial nazi, sin que haya podido yo encontrar ninguna película o foto de esa fantasmal Karin Gruas, que, a suerte de no existir, parece ser la más probable interprete de nuestra oficial nazi o, al menos, de la que no puedo afirmar que no lo es. Como dijo Pinocho en la película de Shrek 3 cuando lo interrogan acerca del paradero del ogro, sabiendo que no puede mentir porque le crecería la nariz: "Yo sólo no sé donde no está". Así de engañoso y crédulo es el cerebro.

Pasando al resto del elenco, intentar descubrir la identidad de la mujer madura que hace el papel de Madame es algo que ya de plano ni quise emprender, no porque sea vieja, sino porque su papel –hasta eso, bien ejecutado- no me resulta entrañable bajo ningún enfoque. Otra prostituta, que aparece sólo un instante, es Fiorentina Fuga. Los demás son prácticamente inexistentes: una mesera tetona que aparece veintitantos segundos, o los parroquianos de la cantina, o los soldados aliados, o quien sea. Incluso, y en usanza de las nomenclaturas europeas que se han tomado la molestia de identificar con una clave alfanumérica a las actrices anónimas, abundaré, si es que ello le sirve a alguien, que en esta cinta intervienen dos súper estrellas: (XNK0035) y (XNK0036). Adorables las dos, quizá una de ellas sea la mesera pero ¿Cómo saberlo?

Las escenas de sexo explícito no son tantas ni tan significativas como el resto de montaje de la época. Es un filme que muestra cómo los monstruos tienen también necesidad de placeres, mismos que son placeres monstruosos por definición.

Salen a escena cantidad de oficiales que se saludan con el "Hail Hitler" de rigor, comentan entre sí planes para ganar la guerra y demás. Sobra decir, los oficiales nazis son pulcrísimos en su atuendo, fríos en su relación, insondables en su expresión, arrogantes y autosuficientes. Tales especímenes se pasean por aquí y por allá en un burdel de París que parece haber sido sitiado como cuartel sensual. Aunque aprovechan los servicios de las prostitutas francesas del lugar, los oficiales no pretenden empatía alguna, de hecho, tienen la convicción de ser superiores, por lo tanto, aún en pleno empalme sexual el contacto no se da, sino sólo el uso.

Especialmente llamativa es la aparición de Karin Gruas en su papel de oficial nazi: luce como una Emanuelle asesina, su mirada hermosa e inquietante muestra una ausencia de compasión; observa lo que ocurre a su alrededor, es una abeja reina que matará a todos sus hijos por la tarde. Inalcanzable y letal para sus inferiores, sumisa y discreta para sus superiores, retrata las contradicciones morales de la guerra.

Los nazis se pasean de aquí para allá en una especie de cantina, en una sección está la chusma, bebiendo cerveza, toqueteando a una mesera rubia y alta, mientras que en la otra sección está un coronel con su traje bien acomodado. Recibe a Carla y comentan algunos aspectos de la guerra, que al parecer no va muy bien.

De la gran cantidad de nazis que habían en la cantina, aparecen otros, muy pocos, en el burdel. Ahí está como cliente, supongo, Alban Ceray. En un sillón, semi desnudas, está la mercancía: Brigitte Lahaie, Dolores Manta y Erica Cool, se acicalan mientras un distinguido caballero las elige para gozar de sus servicios. Junto a una ventana está otra puta, interpretada por Barbara Moose, al parecer muy entretenida platicando con un cabrón que tiene cara de chismoso.

Se dan escenas de supuesto suspense, por ejemplo, llegan unos clientes celebrando la caída alemana en Stalingrado, en eso entra un coronel nazi y les cuestiona su alegría. Los clientes, otrora entusiastas, pasan al miedo, temiendo que el coronel los mande matar por siquiera comentar que la guerra alemana estaba perdida. Una característica de los oficiales nazis (Carla incluida) es que parecen no sonreír por nada, son carentes de todo candor o empatía. Ellos usan. Son los monstruos del cuento, pero van en uniformes, les tienes que sonreír dócilmente, te guste o no.

Delante de los clientes las chicas son de una manera, y tras bambalinas son de otra. De hecho, se puede notar cómo no sienten respeto por los nazis, pero a la vez saben que hacerlo evidente podría costarles la vida. Dentro de la casona, ya sin clientes cerca, juegan y se platican cosas. Aquí es donde Brigitte Lahaie aparece con un supuesto kimono que más bien es un pijama color azul eléctrico, aparentemente de seda, brillante y fresco. Tanto el camisón como el pantalón son lo más contrario a la lencería excitante, aunque ya en el plano real, siempre es rico tocar una nalga que yace debajo de un pijama de seda. Brigitte lleva su cabello oscuro y sujeto hacia arriba. Sin talento para ello se pone a bailar como lo que ella supone es una danza de la China, moviendo los brazos y las caderas como las bailarinas de Indonesia, a la vez que tararea una canción alusiva a China y a la ópera Madame Butterfly, pero distorsionadas.

Desde luego no veremos a Brigitte cantando ópera, es más, la canción nada tiene qué ver con la China. Considerar eso sería tan absurdo como creer que un mexicano interpreta una canción tradicional china porque tararea una pieza que dice:

En el bosque de la China
la chinita se peldió (Chinisismo de "perdió")
como yo andaba perdido
nos encontramos los dos
era de noche y la chinita
tenia miedo, miedo tenia de andar solita,
anduvo un rato y se sentó,
junto a la china, junto a la china me senté yo.
ella que si y yo que no
ella que si y yo que no
y al cabo fuimos, y al cabo fuimos
y al cabo fuimos de una opinión
bajo el cielo de la china
la chinita se peldió
y la luna en ese instante
indiscreta la beso
Luna envidiosa, luna importuna,
Tenía celos celos tenía de mi fortuna,
Pero una nube la oscureció,
Como la luna como la luna la besé yo.
Después no sé lo que pasó,
La oscuridad me lo impidió,
Ni la chinita, ni la chinita,
Ni la chinita me lo contó.

Entre líneas, el payaso o el ratón (la cantaban ambas especies) se cogieron a la pobre chinita, aunque, como se ve, son buenos para hacerse pendejos al respecto alegando que ignoraron qué pasó, mientras que la cabrona chinita no les quiere decir. Se me ocurren mil cosas que pudieron ocurrir bajo la obnibulación producida por la luna envidiosa importuna y envidiosa de su fortuna, por ejemplo, la chinita se armó de un dildo a la cadera y les dio por el culo al ratón Gigio o al mismísimo Cepillín, lo cual es una posibilidad, y si no, échenle un vistazo a "China Sisters (1979)". Pero no es el tema, el tema es que Brigitte Lahaie hace su rutina porque, dizque, el congal es tan globalizado que tiene ejecutantes de distintas latitudes del mundo, es decir, y según mi reducido entendimiento, la francesísima Brigitte Lahaie se supone que ¡Es una exótica prostituta traída desde la China para el deleite de la distinguida y genocida clientela!

Cuando se dice que Jose Benazeraf es el Godard del porno, bien puede estarse pensando que ello es así toda vez que películas como "Bordell SS (1978)" saltan de una escena a otra de manera casi arbitraria. Puede que este rasgo nazca como fruto de la necesidad más que de la concepción artística, y esto es así porque en el año de su aparición se estilaba que hubiese dos versiones de la misma película (sobre todo si presumían el tener algún tipo de contenido), una con escenas explícitas y otra en versión suave, y a veces había hasta tres versiones, una explícita, una suave, más una explícita de la cual se arrancaban escenas que no serían bien recibidas en ciertos países. La cinta que nos ocupa tiene, al parecer, dos versiones cuando menos. Dada esta condición, no sé decir si el pésimo trabajo de edición obedece a que el guión exigía el traslape de instantes y remembranzas, o si ello es resultado de meter a fuerzas las escenas de sexo explícito. Obvio, la filmación produjo mucho más rollo que el que se muestra en la obra final; quizá el tramo de celuloide que contiene las eyaculaciones esté tirado todavía debajo del sofá del editor (no se observa ninguna en toda la cinta), o el orgasmo de quien sea (parece no haberlos).

Las prostitutas platican y hablan de cómo coge el coronel. Van a un cuartito la china Brigitte Lahaie y Erica Cool. El militar se cruza de brazos, en señal de que no moverá un dedo. Durante toda la escena se muestra frío e imperturbable. Y vaya que hay que ser nazi para no perturbarse con la mamada de Cool y Lahaie. Esta fórmula en la que los oficiales alemanes acudirán a un acto carnal en el que no participan, sino que se lo proveen porque tienen poder para ello, es la norma. Diría que se dejan querer, pero sus miradas vacías expresan que no es ser queridos lo que están buscando, sino una interacción de poder y dominación. Así, los encuentros sexuales parecen no tener para ellos esa connotación sexual y mucho menos de intercambio. Es tan solo una ocasión más de hacer patente un dominio que se trasmina a todos los rubros de la vida. Aquí la puta no puede decir que no, pero más aun, el cliente no tiene como límite el proxeneta o la madame, pues el oficial puede matar a la prostituta que desee, o a los dueños del burdel, sin dar por ello mayores explicaciones. Por tanto, la mamada de Lahaie y Cool es un servicio en el que el servido se muestra aislado y distante, prestando su verga pleno de misericordia y lástima a efecto de que el sexo sea hecho, pero nunca haciendo el sexo, bastándole el tema de que para mamarle deben primero arrodillarse.

Al entrar al burdel parece que todos han ocupado ya su sitio. En un sillón están Erica Cool, Brigitte Lahaie y Dolores Manta. La madame está en otro sillón, supongo que adulando a sus clientes, Barbara Moose está junto a una ventana, platicando con un tipo con cara de chismoso, los oficiales caminando de aquí para allá, más dos clientes, supongo que franceses, uno de barba y el otro con pinta de norteamericano.

Lahaie, que está montada en el coronel, se gira encima de él sin deshacer la penetración, en una acrobacia que da ternura por su cotidianeidad. Los tonos son oscuros y suena un redoble militar acompañado de un sintetizador, como si Tangerine Dream se hubiese alistado en el ejército.

Desde luego las putas platican. Entran al burdel el francés barbudo y calvo, acompañado por el que parece norteamericano. En el centro de la sala está Alban Ceray, diciendo sandeces para luego desaparecer. El francés y el norteamericano le dan la buena nueva a los asistentes, dentro de los que no está ningún oficial nazi, que ha caído el ejército alemán en Stalingrado. Las putas lo celebran, nerviosas, una de ellas se ríe luego de preguntar dónde está la madame y recibir como respuesta que está con el general. Desde luego, nos ahorran el trago de ver al general y a la madama desnudos. Por lo visto la parejita acabó rápido, pues el general aparece completamente vestido para preguntar qué pasa ahí. Obvio nadie admite que celebraban la caída del ejército alemán.

Cool le da un sorbo a la vasija de te para luego darle una mamada caliente al coronel. Traguito, mamada, traguito, mamada, traguito, mamada. Suena ordinario, de hecho es una práctica sexual que se puede intentar en casa sin mucho riesgo, pero he aquí que esta práctica es descrita como una de las técnicas orientales que tan bien domina Lahaie, porque es de China.

Entre un tramo y otro vaga Carla (Karin Gruas), como un fantasma del nacional socialismo que sirve de hilo conductor a toda la trama. Los saltos entre tema y tema no han de atribuírseme a mí, sino a la construcción de la película que te manda de una plática al recuerdo de una mamada, o de la cantina, a la habitación del burdel, así, sin un orden lógico. La estructura de la cinta vendría a ser así. Una primera parte en la que se aclara que se está en el París de la Segunda Guerra Mundial, una parte intermedia en la que se exponen las distintas posiciones y se barajan los distintos acoples sexuales, y una tercera parte que trata el desenlace. Donde la cinta brinca de un lado a otro es en la segunda de estas partes, que es también la más extensa.

Carla se ve preciosa con su uniforme impecable, con su boina ajada con cuidado, su falda y su chaquetin. Es una oficial de bajo rango, pero quiere aprender. Todo lo mira con esos ojos inquietantes y escrutadores. No sabes lo que piensa, igual te desea o quiere matarte. El delineador como único maquillaje le da un toque de austeridad y autosuficiencia que aterra, tal y como si su fuente de belleza fuese medida en base a las convicciones que tiene respecto de la doctrina nacional socialista. Es, en esencia, bella y radical, cachonda contenida, un explosivo inestable, una apuesta que no debes hacer.

Todos los oficiales parecen tenerle mucha estima, después de todo es alemana y fiel a la causa. Incluso su corazón parece pertenecerle a un joven coronel que no capta las ligeras pero claras señales, las únicas que se le permiten, a una dama con uniforme. En la mesa de la cantina ellos hablan en un plano ideal e inalcanzable, sus ideales los vuelven inaccesibles aun entre ellos. Tienen una diferencia en torno a qué música es mejor, y ella parece sostener que no importa la música, siempre y cuando la interprete la Orquesta Filarmónica de Berlín. Por un momento Carla roza la mano del coronel, incluso hace un esfuerzo sobrehumano para sonreír pero que no sea evidente. Las señales no son captadas por el Coronel, quien dice que Vivaldi le gusta más que la Filarmónica, y ello es triste para ella (supongo, porque Vivaldi no era alemán).

Eso no quiere decir que Carla no tenga una vida erótica, pues la tiene. Sus encuentros son lésbicos, contradictorios. Pareciera que no puede entregarse a un hombre porque ello sería un acto de sumisión que no es permitido a una oficial nazi, sin embargo tampoco puede hacerlo con un oficial de rango inferior porque ello le mancharía, al igual que ella mancharía a los oficiales mayores que ella en caso de entregarles su cuerpo. Sin embargo, con las putas sí puede tratar, pues queda claro que no son, en estricto, humanos, y de ahí que el usarlos no implique ningún juicio moral.

Es dentro de estas contenciones que ella se enreda con Erica Cool y Dolores Manta, las mira placerearse, y con la segunda sostiene roces más que atrevidos, plenos de sadomasoquismo, ingeniándoselas Carla para someterse a prácticas humillantes pero dentro de la ficción de que es ella la que tiene el mando siempre. Así, le ordena imperativamente a Cool que la monte como si ella (Carla) fuese un caballo, y Cool no puede sino obedecer a su ama, y la monta como un caballo, y le pega con un fuete, y le muerde los pezones, y le ata con unas cadenas, justo como Carla le ha ordenado.

Mientras tanto, un coronel (Guy Royer), está obsesionado con Barbara Moose, lo cual es más que comprensible. La asedia, pero Moose es incapaz de mirarle con cariño o mostrarse sinceramente amable con él. Royer se siente muy despreciado, pero igual se la coge. Moose no puede estar más distraída y ausente que cuando está junto al coronel. Royer rompe la regla, y permite que Moose, que según sus convicciones no es más que escoria, le comienza a importar demasiado.

El coronel, sin querer, termina por revelarle a Moose las posiciones militares del ejército alemán que tiene sitiado Paris. Moose se encuentra con un tipo de bigotes, de quien ya habíamos dicho que tenía cara de chismoso, y le cuenta las posiciones estratégicas del enemigo. Resulta que Moose sabe dar santo y seña de la posición militar, con georeferencia exacta y número de efectivos. Así de genial es.

Tienden una emboscada a los alemanes. El general deduce que la filtración de información sólo pudo haber sucedido en el burdel. Acuden ahí y en el sótano torturan a Bárbara Moose. Es Karin Gruas la encargada de pellizcarle las tetas a Moose utilizando unas pinzas para pasar corriente. Saltan las chispas. Obviamente no la tortura en vivo, pero Moose grita como si tal cosa.

La mirada de Gruas cuando aplica el castigo en el cuerpo de Moose es de una indescriptible lujuria, es Eros y Thanatos sonriéndose. La escena, aunque sugerida, es de mal gusto. En el sótano hay mirones. Ojos fríos e inexpugnables que sienten placer por la muerte, no por el sexo. A mí en lo personal no me erotiza, pero habrá quien sí y está en libertad de pellizcarse las tetas con un cable pasa-corriente (no apagar el motor porque se descarga la pila muy pronto). Sin embargo, el rostro de Carla es entrañable por perturbador. Su rostro brilla de tantas feromonas que dispara al viento mientras lleva su cruel castigo. La guerra es una tierra de atrocidades posibles.

Curioso, uno de los mitos más sórdidos de la Segunda Guerra Mundial gira en torno a la posibilidad de la existencia de un porno de factura nazi. Uno podría imaginar que, con el poder que detentaban, podían haber rodado toda suerte de atrocidades, desviaciones, excesos; sin embargo, el nacional socialismo era un régimen totalitario que requería como punto de partida el uso de técnicas coercitivas de manipulación. Una de ellas, según Robert Lifton, especialista en el tema, es la exigencia de la pureza. Los regímenes totalitarios suelen exigirla por razones prácticas: la pureza apunta a una perfección inalcanzable, a una sed de llegar. El nazi perfecto es el que menos cuestiona las locuras de Hitler, el que más se apega a los intereses del partido, el que más sacrifica sus intereses personales a favor del de la colectividad alemana. Dicho de otro modo, los excesos sexuales eran condenados por una falsa pureza que encontraba razonable matar pueblos enteros, pero no toleraban la expresión libre de las pasiones animales como lo es, dicen, la sexual. Algo similar a la inquisición, donde se sentaba a las "brujas" en una silla de hierro que tenía debajo del asiento afilado un compartimiento para encender un fuego que quemase el cuerpo de la hereje. Mientras ardía la mujer le colocaban un pañuelo en el pubis argumentando que era de mal gusto que se le vieran las partes pudendas mientras ardía.

Un investigador alemán, de nombre Thor Kunkel, se dio a la tarea de investigar si es real la existencia de las "Películas de Sachsenwald", llamadas así por el sitio en que se filmaron. El mito a develar fue, para él, averiguar si era cierto que se filmaron estas películas y si, como reza el mito, las mismas fueron usadas en tiempos difíciles como moneda de intercambio con personalidades de Suiza y de Marruecos a cambio de herramientas y provisiones.

Kunkel dedicó un año y medio a localizar tres cintas "Der Fallersteller (Cazador con trampas)", "Frühlings Erwachen (El despertar de la primavera)" y "Waldeslust (El bosque del placer)". La búsqueda lo llevó por Sfax, Túnez, Roma, Copenhague, Kiruna, Malmberget, Wiesbaden y Boston. Entrevistó a un total de 57 personas. Gracias a la ayuda de un fotógrafo de Hamburgo llegó incluso a localizar en un asilo de ancianos a la última de las protagonistas de estas cintas que quedaba con vida (tarea titánica, luego de ver lo difícil que ha sido encontrar siquiera una foto de Karin Gruas). La dama le dijo abiertamente que "creía que todo eso había caído en el olvido hace mucho tiempo", y agregó "Me pagaron 220 marcos; en aquella época era mucho dinero". La mujer se avergonzaba de lo que llamaba su "pecado de juventud".


En resumen, la investigación de Kunkel aportó los siguientes datos: Las películas de Sachsenwald se rodaron en 1941. Según la declaración de la actriz cuyo nombre se omite por razones obvias (no se crea que esas razones obvias son la protección de la dignidad de la dama, desde luego, sino que las razones obvias consisten en que no tengo una puta idea de cómo se llama ni forma de saberlo) las películas "Der Fallersteller" y "Frühlings Erwachen" se rodaron en Sachsenwald, en las inmediaciones de Aumühle, y la película en color "Waldeslust" tal vez se rodó en un lago de los Alpes de la Alta Baviera. Los actores eran miembros de la asociación naturista Bund für Leibeszucht (Asociación para el Cultivo del Cuerpo). Según las declaraciones de la testigo, los productores no pertenecían a ninguna organización militar, sino que eran civiles educados con "buenos modales y una expresión muy cuidada". No se descarta que miembros de la nobleza, artistas famosos, deportistas y actores se dieran la gran vida en la zona del Alta Baviera, conformando la Sociedad Hedonista Swing. Si bien una de las películas de Sachsenwald se proyectó en un establecimiento público de la empresa sueca Bolaget, en Kiruna, en 1942, no se han hallado pruebas fehacientes de que se produjera un negocio de intercambio con la compañía minera LKAB, con sede en dicha población. Hay pistas de que las películas llegaron hasta el norte de África, al Mineralölkommandos (comando petrolífero) del Afrika-Korps. Las películas de Sachsenwald, al igual que las postales de desnudos, eran unos objetos de intercambio muy cotizados entre los beréberes, y según un testigo, es probable que no se cambiaran "por alimentos, sino por concesiones". En la campaña de erradicación del nazismo emprendida por los estadounidenses, las películas de Sachsenwald terminaron, obviamente, en la lista de obras prohibidas del Gobierno, produciendo su virtual extinción. Las cintas existentes están en poder de coleccionistas, ni siquiera en la cineteca alemana.

En la escena final de "Bordell SS (1978)", dejan a Bárbara Moose exhausta o muerta en el sótano. El general, en un acto de honor, le entrega una pistola a Guy Royer para que haga lo que todo militar decente debe hacer ante la circunstancia de saberse tan pero tan pendejo como para revelar las posiciones militares de su país a una prostituta que no tenía por qué saber esa información reflexionando en que su situación ha de estar muy jodida cuando no tiene otro tema de qué platicar con una puta sino la información estratégica de la armada: se pega un tiro.

De pérdida Guy Royer se mata él mismo. Del burdel huyen como ratas los oficiales nazis y los aliados los matan junto al barandal como si estuvieran jugando Gotcha!. Desde el balcón, el trío de putas conformado por Brigitte Lahaie, Dolores Manta y Erika Cool, observan divertidas la cacería, se mueren de risa como chiquillas llevadas al Coliseo a ver cómo sacrifican cristianos. La escena de las tres, divertidas, no tiene precio; sólo les faltó que tuvieran en la mano una bolsa de rosetas de maíz.

¿Cuál fue el destino de Carla? No lo explican, pero, como el director dejó el final abierto respecto de tan singular mujer, propongo un final alterno para ella: se quita el uniforme y lo descarga por el retrete, corre hasta el guardarropa de la madame y le roba unos ligueros, unos calzones de encaje, unas medias, un sostén, se quita la brillantina del cabello y queda lista para cambiar de oficio. Cuando los aliados entran, ella corre a abrazarlos.

 

Memorabilia:

Los primeros planos del rostro de Karin Gruas son sumamente inquietantes, mientras que la secuencia en que ella aparece encadenada me parece muy sugerente.

La mamada que le prodigan Brigitte Lahaie y Erika Cool al comandante es digna de recordarla.

 

Calificación:

Tres chiles.

Salpicaduras:

A manera de epílogo. Brigitte Lahaie es una mujer que no puede encasillarse. Incluso como actriz porno uno no puede ignorar que ha de juzgársele por épocas, la de cabello oscuro (brunette) y la de cabello rubio. Luego saltó al mainstream, escribió su autobiografía, sacó un disco, y actualmente es la anfitriona de un programa de radio en el que toca temas de sexualidad. Es una dama que se cuece aparte. Lo suyo no es bailar, como bien pudo apreciarse en esta cinta, y como puede reiterarse en "Le Diable Rose (1986)" donde de nuevo está en un sitio de entretenimiento para nazis. En esta otra cinta el burdel no es tan corrientito como en "Bordell SS (1978)", sino que es una especie de teatro de burlesque. Sale encantadora, igual se desnuda. En esta otra cinta ya no hay sexo explícito, pero tenemos a cambio a una Brigitte mucho más hecha, demostrando que sabe actuar de verdad. "Bordell SS (1978)" es, como debut de Brigitte Lahaie en la serie Stag Life, una película que no le concede el protagonismo que se merece. Ya nos la toparemos de nuevo porque es figura central en muchas cintas extraordinarias, e incluso protagoniza fantasías y disturbios que han de atenderse como subtema (teniéndola a ella de pretexto), por ejemplo, hablar del fetiche del traje de novia que tan encantadoramente le sienta a Lahaie en cintas como "La Perversion de Jeune Mariee (1977)" donde la tornaboda es una orgía sobre una Lahaie con velo blanco, "Je Suis a Prendre (1978)" donde también sale de blanco y se muestra cómo el estar casada no la limitará para vivir toda serie de orgías, o la películas que retratan lo mejor de la estética del porno francés, como es el caso de "Secretaires sans Culotte (1979)" donde ella y Bárbara Moose salen espectaculares y en un Eastmancolor despampanante que saca todo el partido a los cuerpos de ambas luciendo un bronceado que parecen hijas del mismo sol.

Más de este tema, acudir a "Il Portiere di Notte (1973)" o "Salón Kitty (1976)" de Tinto Brass. Para vermás de las aventuras de Brigitte Lahaie contra los Nazis, acudir a "Le Diable Rose (1987)".

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