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Una gota y un dintel (II: La versión de Amanda)

en Grandes Relatos

Las flamas siempre me incitan a viajar hacia dentro de mí. Esta vez pensaba que Pablo y yo habíamos tenido ya varias discusiones por la misma situación. Él decía que yo era estéril, yo decía que él era el estéril. La diferencia entre él y yo era desde luego que para él parecía que todas las cosas importaban más que el hecho de tener un bebé, y esa situación se podía notar muy fácilmente con una pregunta muy concreta: ¿Has ido al médico para que determine si tienes un problema reproductivo?.

Cuando uno piensa en el sexo, casi siempre se toman dos partidos muy contrarios, el primero, que nace de un lastre religioso bastante inhibitorio, aquel en que la madre de una nos "educa" sexualmente haciéndonos creer que cuanta relación sexual tengas esta va a traer como consecuencia un hijo seguro, que tienes por tanto que esperar un príncipe azul que te salve del peligro de ser madre soltera, un príncipe muy sui generis que tenga que soportar el embarazo inmediato que sobreviene a la noche de bodas y se trague el cuento de que la esposa es para cuidar a los infalibles hijos, y que no importa luego la vida sexual, pues su fin se consuma rápidamente y como consecuencia puedes echarte a engordar monstruosamente, al fin y al cabo has atado a tu esposo de las tetas al parir hijos suyos, y él, sin quejarse, deberá manar de su pecho billetes y más billetes para solventar todos los gastos.

La otra versión también es radical, en ella el sexo es placer puro, ignora que el principio sexual proviene en esencia de un instinto de perpetuarse, y como tal es irrefrenable. Bajo esta visión el "cómo" supera al "qué" con gran velocidad, y te vuelves estúpida si piensas en hijos, pues estos limitan la sexualidad, por un sin fin de razones, ya sea el tiempo que absorben o el celo que originan en los esposos. He sabido que hay esposos que follaban bien con sus esposas y tienen serios problemas para embestir a esa mujer que ahora es madre de sus hijos.

Siendo muy joven leí en una novela que la chica principal soñaba con un tipo que describía de la siguiente manera:

FRAGMENTO

Es tan raro el amor. No sé entenderlo. Me siento como una ave remojada que se seca al sol. Mojada con un exceso de amor. Como una ave remojada que sabe que al secarse será más hermosa, pues no sólo tendrá el brillo de sus plumas, sino también el del agua. Como una ave que sabe que será preciosa, y que sin embargo tiembla.

Siempre soñé con tener un amor infinito, incondicional; pero nunca me pregunte si estaba dispuesta a darlo. Siempre imagine un amor perfecto. Cuando recién entraba en la adolescencia me ilusionaba con encontrar a un joven que en sus ojos encerrara toda la verdad y toda la mística que hicieran de él todo un hombre. Lo soñaba caballero y gran señor. Interesante, sabio en sus cosas, generoso en el amor, valiente. Eran muchas las características que le atribuía.

En sus ojos debía haberlo todo, dulzura y fuerza, impenetrabilidad y secreto. Con mirada limpia de toda corrupción. Debería tener en la voz el flujo cálido del aliento de vida, con charla sencilla en momentos clave, destilando su sabiduría libre de eruditismos, como amplio conocedor de este camino escabroso, como humilde fundador de cada día y rey absoluto de las noches. Así debía de ser la boca, con el don del consejo adecuado, de la broma oportuna, de la burla merecida, del acento que seduce.

Sus brazos serían mitad árboles y mitad alas. Árboles fuertes donde poder llorar, o tender un columpio, o treparse. Alas de plumaje suave que adormece, que calienta. Y de su pecho brotaría la ilusión más embriagadoramente mágica, y la realidad más tajante. Sería su corazón una perla roja. Ahí guardaría yo mi entrega, ahí fabricaría él la suya. En ese venero de sangre dispuesta al holocausto. Sabría hacerme mujer. Desmentiría que un sueño es sólo mito y fantasía. Reafirmaría su señorío, reivindicando al genero masculino.

Tendría en sus piernas el paso seguro, como si conociera cualquier camino. Y sus piernas sabrían subirme el calor, estrechándose, enlazándose, impulsándose en las mías. Sus vellos serían como pequeñas uñas de manos que nunca se cansaran de tocarme. En su espalda podría, como el famoso Atlas, cargar con la responsabilidad de mi mundo. Espalda paternal. Y sus manos serían flores con la virtud de transformar a mi cuerpo en caricia.

En fin. El hombre de mis sueños sería un hombre completo que me amaría con parsimonia, optimando el encuentro y el recurso, fuera físico, moral, intelectual o animal. Sería un todo que desconocería la mezquindad y la deslealtad, donde no cabrían la frivolidad ni la poquitez. Y tendría equilibrio en su mente, corazón y sexo.

Y así lo soñaba. Lo ansiaba.

Lo esperaba en cada esquina, apareciendo de la nada, todo tan casual. Cuando me sentaba sola en las bancas de la plaza y fingía leer un libro, era a él a quien esperaba. Lo reconocería, pues en su cara llevaría un estigma de amor. Ese texto de la novela que digo me impactó profundamente. Como un escorpión dio un pinchazo triple que repercutió en mi sexo, en mi corazón y en mi mente, y el efecto de sus palabras me invadió sin remedio. Mi posición terminó por no ser libertina y por no ser puritana. Reconocí el poder creativo del sexo, del brillo de mis óvulos, pero nunca olvidé que alrededor de mis óvulos existe un cuerpo que requiere sentir placer, que quiere sentirse vivo, que existe.

Conocí a Pablo y me enamoré. Todo muy bien. Hasta que luego de cuatro años de matrimonio, a mis veintisiete años de edad, le pedí que me diera un hijo. Todo en él pareció desternillarse. Comenzó a caérsele el cabello con más celeridad, su pene comenzó a fallar, y sus eyaculaciones que habían sido siempre abundantes comenzaron a parecerse como balas de salva.

Eso trajo serios conflictos. Yo dejé de tomar las pastillas, lo que además que me puso de mejor humor, me puso más cachonda que nunca. Sin embargo mi florecer era como un efecto contrario a lo que Pablo padecía. No es que dejara de quererme, ni yo de quererlo, pero sentí que su corazón se avinagró en cierto modo.

En uno de nuestras peleas el gritó "Por mí, si te encuentras un amante mejor, así dejo de escuchar tus sandeces. Sólo procura que yo no me entere, porque los mataría a los dos". Para él, el haberme dicho ese sermón había sido simple retórica de discusión conyugal. Pensó, orgulloso como es, que nunca buscaría yo un amante, que le sería fiel hasta la muerte. Subestimó que mi piel se ponía cada vez más lozana, mi cuerpo más firme, y que ello era una bendición física que yo no pedía, es más, ni siquiera terminé por atribuir a que tanto beneficio era por haber dejado las pastillas, era más bien la manera en que mi cuerpo me decía que me faltaba placer y, vengándose de mis principios morales más elementales, mi cuerpito se pondría cada vez más bueno, hasta llegar a ser una provocación a todo hombre que pasara cerca de mí.

No tengo empacho en pensar que tengo unas caderas fenomenales, mi cintura no es de 60 centímetros, pero entre las tetas y las caderas hacen lucir una cintura bastante aceptable. Mi mirada es interesante, digo yo, mi cabello es largo y bonito. Mis dientes son todo mi orgullo, y mi sonrisa me gusta.

En estas condiciones es que apareció Marco, que es a quien espero en este momento. Me siguió como un perro durante semanas, hasta que por fin le hice caso. La primera vez que estuvimos juntos, lo recuerdo, me quité de su cuerpo en cuanto vi que iba a eyacular dentro mío. Le dio algo de pena, pero fue comprensivo, comprensivo en una forma tan dulce que a partir de ese día lo vi distinto.

Es mi amante oficial, el único que he tenido. Es hermoso, y me trata muy bien, me penetra siempre como si clavarse en mí fuera lo último que fuera a hacer en la vida, como si fuese un condenado a muerte a minutos de su ejecución y cuando le preguntaran "¿Un último deseo?", me eligiera a mí y me follara con esa fuerza y ternura entremezcladas que él tiene, con esa verga tan efectiva que se carga, con sus testículos enormes, con su espalda firme.

El día de hoy es especial por diversas razones. Hace unos días fui con un ginecólogo a revisar mi vientre. Me dijo que está en perfectas condiciones, e incluso vaticinó que éste y mañana serían días muy propicios para quedar encinta. Luego pensé que me agradaría muchísimo que un hijo mío se pareciera a Marco, o mejor aún, que se pareciera a ambos. No tiene por qué saber que hará conmigo una alianza muy superior a vivir juntos. Después de todo vivo con Pablo y eso ha demostrado ser una mierda. Con un peligro y me marcho con él hoy mismo.

Él vendrá, haremos el amor como nunca, llenará mi matriz con ese semen tan rico que tiene, y empezaré a florecer. Además, ya estoy harta de amar a escondidas, no me importa que el tonto de Pablo llegue y nos descubra, eso le servirá de lección. El día de hoy es especial porque sé que Pablo llegará temprano, y la verdad ya quiero ver su cara cuando descubra lo cornudo que es.

Se escucha que tocan a la puerta. Dejo de mirar la vela y salgo de mi ensueño. Tomo la vela y corro rápida pero silenciosamente por las escaleras y me cruzo el protector de la barandilla estúpida, y me paro sobre del dintel. "Pasa" le indico a Marco. Lo miro entrar con miedo, así inocente me inspira algo de ternura. Inclino un poco la vela que cargo en mi mano a fin de vaciar una gota sobre de su cabeza. Le cae en la nuca y se rasca como si le hubiese picado una avispa, eso me da risa y me descubre. Por un minuto yo sigo sobre el dintel y él abajo, mirándome con esos ojos azules que me encantan. Me saboreo ese hombre que voy a comerme esta tarde.

Bajé del dintel y casi de inmediato comenzamos a magrearnos de lo lindo. En cuanto toca mi sexo ya no soy la misma, me vuelvo una perra irracional y comienzo a tirármelo en serio. Le mamo su pene bañándoselo de saliva, con mis manos le ajusto los cojones, y de vez en vez le aprieto las nalgas, eso le encanta, su verga en mi boca dando de sí y mis manos en cada una de sus nalgas.

Nos vamos a la cama y lo monto, al subir aflojo mi vientre y al bajar contraigo mis órganos, eso lo vuelve loco. Después de mucho tiempo de desear hacerlo, le expliqué la forma en que me hace sentir, y no sólo sentir, de cómo me hace existir. Pareció agradarle mucho mi versión del placer, pues me atendió todavía con más devoción. Cambiamos de posiciones y luego de largo rato vuelvo a tomar el control de su pija y me doy a la tarea de recibir mi premio, quiero llenarme, saturarme de su savia que hierve, que me hace hervir.

¡Maldita sea!, no logro hacer que se corra cuando escucho que Pablo quiere abrir la puerta con sus llaves. El muy pendejo no puede ni meterla en la cerradura y toca la puerta. Eso paniquea a Marco, quien no se mueve de su sitio pero instintivamente me retira de su cuerpo. Mi plan se truncó parcialmente, lo ideal era que Pablo entrara al momento en que él se corriera dando esos rugiditos que él hace. Voy rumbo a la puerta, él me sigue con su ropa y zapatos en las manos. Siento horrible de verlo con terror e inseguridad luego de ver con qué seguridad me follaba minutos antes. "Sube al dintel" le digo en medio de esta farsa mientras me ato de la cintura mi bata roja.

Marco está parado sobre el dintel de mi puerta en posición de un Cristo, sólo que con ropa en una mano, zapatos en la otra, y su verga completamente dura, moviéndose nerviosa como la aguja de un amperímetro.

Pablo entra. Pone cara de estar auscultando el lugar. De hecho huele fuertemente a sexo, no obstante que la casa es grande. Veo que algo inesperado comienza a ocurrir. Marco comienza a poner unas caras muy extrañas y su verga oscila trémula. De la punta de su pene empieza a bajar un hilillo de semen que asemeja a una araña minúscula bajando desde esa verga, cayendo unido por un conducto casi invisible, un arácnido blanco, líquido. Ahí iba mi premio, y caía ni más ni menos que en la nuca de Pablo.

Siento muchas ganas de reírme pero no lo hago por nervios. Pablo se lleva la mano a la nuca y hace papilla mi araña. Voltea a ver qué ocurre en el dintel y se encuentra a un Marco desnudo y asustado. Pablo, acostumbrado a gritar por nimiedades empezó, obviamente, a gritar por esto también. Y no está de más, yo creo que gritaría también. Todo empezó a parecerme de una comicidad insoportable.

"¿Pero qué coño pasa aquí?, Ah, la gran puta." Dijo y se abalanzó sobre mí. Yo estaba preparada para recibir dos o tres golpes, pero eran un precio barato para ver como Marco bajaba del dintel como El Santo, enmascarado de plata, a salvar a la dama en peligro.

Sin embargo no me pegó, sino que con su mano ancha tomó uno de mis pezones y lo comenzó a tocar con brusquedad. Dejó de tocarme el pecho para asirme de la cintura y tocar con la otra mano mi vulva, la cual estaba hinchadísima. Tal como si Marco fuera el culpable de mi putedad, Pablo volteó a mirarle en forma amenazadora y sin dejar de meterme el dedo en la vagina. Le dijo, "Pobre de ti cabrón que te bajes de ahí antes de que yo te lo ordene". Hasta en esa situación sonaba como el gerente que era de una cadena comercial. Marco había tirado ya al suelo si ropa y sus zapatos. Nada le impedía bajar a darle una paliza a Pablo, pues más agilidad sí que la tenía, pues él era de mi edad mientras que Pablo ya pisaba los cuarenta y dos.

"Vas a ver de quién es esta mujer que está aquí" dijo Pablo. Me arrodilló frente a su bragueta y ordenó, "Mama". Yo reviré hacia Marco y este me miró comprensivamente, con un gesto que entendí como "anda, no me enfadaré". No sé que fue lo que sentí, pero lo que sí sé es que no me gustó nada. Pablo me tomó del cabello y comenzó a meterme su gruesa verga en la boca. Comencé a mamar con poca convicción, la cual fue sustituida por unos jalones que Pablo dio a mi cabeza, haciendo que me tragara entera su verga. Sentía como si fuese una violación, no de mí cuerpo, pues muchas veces he mamado esta verga y la que está allá sobre el dintel, sino de algo que no alcanzaba a distinguir.

Parecía que la situación de venganza resultaba excitante para Pablo, pues nunca en la vida había sentido su palo tan duro, tan vigoroso. Me cogía a lo perro con mucha fuerza y mientras me alzaba el torso para meter uno de sus dedos al frente de mi pubis y dar un masaje a mi clítoris que en esa postura su pene no alcanzaba a trabajar, con la otra extremidad me pasaba el antebrazo por las tetas, como si fuese un sostén de carne y hueso. Me mordía la nuca como nunca lo había hecho y me echaba la cara hacia arriba. Con la mirada entrecortada miré que Marco se tomaba con una mano su pene y con otra los testículos, muy suavemente, dándose placer pero buscando no correrse. Le prendía ver como me cogían, los dos estaban a cien de saberse compartidos.

Pablo acabó por tumbarme en el suelo de espaldas y con sus manos gordas me alzó hacia atrás las caderas, haciéndome curvar las rodillas a la altura de la cabeza, dejando mi sexo hacia arriba. La verga de Pablo solía gustarme cuando se paraba en forma. En su conjunto Pablo era algo así como el actor de porno Ron Jeremy, gordo, con un pene grande y caído, sólo que Pablo era blanco y más alto, también más calvo. Si Pablo me hubiera cogido siempre así no hubiera buscado yo más amantes que él, pero ya lo había hecho, y ya había probado a Marco, que también estaba muy bien dotado, y ahora, por estúpido que suene, me sentía mal por estarle siendo infiel con mi marido, es decir, en sus narices.

Con el culo mirando de frente al cielo, es decir, también al dintel, pues seguíamos follando en el recibidor, Empezó Pablo a follarme en esa posición que yo imaginé dolorosa. Lo cierto es que a esas alturas ya estaba yo bastante caliente también, y gozaba en verdad todo lo que esa polla gorda me estaba haciendo. Entraba y salía completamente, dejando acaso un segundo entre que salía y entraba, lentamente, como si fuese un delfín en cámara lenta que se mete y se sale despacio de las aguas. Ese segundo en que Pablo no estaba dentro o metiéndose era desolador, y casi juraría que mi sexo se movía con la habilidad de una boca, diciendo "Por favor, métemela".

"Anda, te perdonaré la vida si logras vaciar tu semen justo en el coño de mi mujer" le dijo Pablo a Marco. Por un segundo no sentí sino las manos de Pablo en mis nalgas. Y comencé a palpar con los labios de mi vulva una espesa gota de semen, con sabor y textura conocidos. El golpeteo que sentí me dejaba en claro que era semen de Marco. Sentí el esperma caer dentro de mi sexo y distribuirse ardientemente como si fuese una horda de hormigas que investiga un hormiguero abandonado. Luego de caída la espesa gota de semen, Pablo la empujó hasta adentro con su vergota, luego sacó su miembro y sentí otra gota, misma que fue sumida hasta el fondo por el húmedo cilindro de Pablo. Una tercera y última gota cayó en mi culo, y se derramará al suelo de no ser que Pablo no la hubiera detenido de su cause y reencaminado a mi vagina, para volver a meter su verga, y esta vez la metió más verticalmente, a manera que el vaivén era mínimo, si acaso la longitud de su glande. Con una mano empezó a untarme en una de mis nalgas la textura satinada y alcalina a la vez de algo que reconocí como una cuarta gota de semen de Marco. Sentir el tacto resbaloso de los dedos de Pablo en mis nalgas volviendo el semen vertido en una película invisible de segunda piel, me puso tan cachonda que sentí un orgasmo que me hizo contraer mis órganos internos. Pablo percibió esto y comenzó a correrse en forma tan violenta que pensé que su orgasmo parecía uno de esos pozos petroleros en que meten en forma vertical una enorme sonda cilíndrica, que al contacto con el manto petrolífero se convierte en una majadería de líquidos que escapa a borbotones del subsuelo, así sentí, sólo que aquí manaban petróleo la tierra y la sonda a la vez. El orgasmo fue muy intenso, de los mejores que he tenido, y extraordinario, con mi marido.

La plática de despedida fue muy rara. Pablo le dijo a Marco que no quería volver a verlo en su vida. Marco acató la instrucción con demasiada convicción para mi gusto. Yo repliqué a esto diciéndole a Pablo que si no dejaba verme con Marco lo dejaría, y si me encerraba me mataría yo misma. Todos negociamos. Pablo prestaría a su mujer a Marco, siempre que él estuviera presente. Marco admitió ser visto por amor a mí, y a mi pesar, Marco dejaba muy en claro que yo era la mujer de Pablo. Yo estaba en una encrucijada, pues no estaba de acuerdo con ninguno de esos arreglos que en teoría yo misma fomentaba.

Al marcharse Marco le miré, le miré con unos ojos desesperados, con la pantalla ocular humedecida, emitiendo señales de mi corazón en todas las frecuencias posibles, emitiendo el siguiente mensaje, "Llévame Marco, llévame ahora. Si me pides que lo deje por ti, lo haré ciegamente, pero pídemelo. No puedo pedírtelo yo porque no sabría vivir con la duda de que me quieres por mí misma. Aunque con esta sonrisa y estos ojos te lo estoy pidiendo todo. Dime que no soportas verme follando con nadie más, que no estás dispuesto a ceder ni uno sólo de mis poros. Dímelo por favor."

Pero se marchó y no dijo nada.

Durante las próximas semanas tuvimos varios encuentros más, pero no fueron lo mismo. El semen de Marco era casi propiedad de Pablo, quien disfrutaba del baño de esperma en dimensiones que aun yo desconozco. Antes me faltaba verga en el cuerpo, ahora no sólo me sobra, sino que recibo la que no necesito. Fue mentira que Pablo sólo vería lo cornudo que es, pues cada vez que estuve con Marco en realidad estuve con ambos, me compartían a la vez, e incluso los encuentros se daban sin yo planearlos, pues ellos se citaban a verse conmigo, penetrándome por todas las vías posibles, y aun con una verga en el ano y otra en la vagina o boca, me faltaba una buena verga, una que no midiera su poder en la dureza o el grosor o largo, una verga revestida de magia, de celo, de amor. Me entregué a mi cuerpo, disfrutando como una cerda cada envite que recibía mi carne. Marco me disfruta como siempre, Pablo nos disfruta a ambos, aunque una vez que Marco le tocó el cuerpo Pablo le dijo "ni lo pienses, no soy lo que crees".

Mi moral me daba lo mismo, tanto que Pablo comenzó a llevar jovencitos a la casa, a que me follaran mientras él veía, a enseñarles a follar con mi cuerpo. El colmo llegó un día en que le pregunté por Marco, ¡Yo preguntándole por mi Marco a él!, y él contestándome, "No sé, ha dejado su empleo y no vive donde mismo". Habían pasado dos meses desde el incidente de la gota y el dintel.

Al día siguiente fui yo misma a buscar a Marco. Era cierto, había desaparecido. No sentí apetito de volver a la casa. Tenía, de cierto, muchas cosas que buscar, una casa, un hombre como aquel que había sido descrito en la vieja novela que leí, al cual sólo le agregaría una cualidad. Antes pensaba que sólo existes en aquel sitio en que te aman, así lo expliqué a Marco, tocando su glande con mi lengua, dejándole claro que no había parte de su pene que importara si yo no lo tocaba. Bueno, al hombre de mis sueños le agregaría una verga que me hiciera existir completa, no sólo donde me roza internamente. Eso me bastaría, y sería capaz de rebajarle virtudes si es que cuenta con ésta.

No soy una inútil, prefiero vivir como realmente quiero, más ahora que estoy esperando un hijo, pues estaba encinta desde hace dos meses, mismos en que una araña blanca se convirtió en una mariposa. Mejor aun, en un ángel.

jilo_deiss@hotmail.com

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