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Cuentos de peep show (1)

en Fetichismo

CUENTOS DE PEEP SHOW I

Acerca de cómo mi recién conocida madrastra coquetea con un extraño en un restaurante.

...era claro que después de un día tan agotador la cama fuese para mi un inmenso imán del cual no podría, ni quería, escapar. Tendí mi cuerpo laxo encima de aquella acogedora cama que habían dispuesto para mi. Mi recién conocida madrastra me había dicho "He arreglado este cuarto especialmente para ti", y al acostarme ella cubrió mi cuerpo con un cobertor blanco y perfumado. Era raro sentirme depositaria de aquel amor de madre, no sólo porque aquella mujer no era en realidad mi madre, sino porque tendría acaso unos treinta y cinco años, máximo treinta y seis, es decir, acaso tres o cuatro más que yo, que tengo treinta y tres. De cualquier forma no me sentía del todo incómoda, pues por lo que había podido ver, me llevaba miles de pasos adelante, de ahí que le guardara cierta admiración, lo que no era garantía de que tuviera el valor de seguir su ejemplo.

Sobre la cama, hundida en una comodidad similar a la del vientre materno, extendiendo mis piernas gustosa de no compartir con nadie la cama, sintiendo la etérea caricia del edredón de pluma tomándome de las piernas. Me tendí. No soñé en un principio, pues sólo tuve cabeza para recordar lo vivido en el día. Por la mañana estaba todavía en la minúscula cama de mi igualmente minúscula casa ubicada en mi también minúscula ciudad. Desperté a lado de mi hija adolescente que me pateó una teta con su rodilla.

Hice mi maleta y descubrí que toda la ropa que llevaba para la ocasión era ropa de secretaria, pues era la única presentable que tenía. La sensación era rara porque por vez primera viajaría con un interés solamente mío, no familiar, no por mi hija, no para acompañar a mi esposo. Luego me subí a un avión por primera vez, y por vez primera dije adiós a un marido en un andén de aeropuerto, y por vez primera sentí el placer de dejarlo de verdad. Era un día de primeras veces.

Luego llegué por vez primera al aeropuerto de la capital, ni más ni menos, y, como nunca, disfruté ver a una mujer sosteniendo un cartel con mi nombre. Me sentí importante. La mujer me sonrió con un gesto amable y dulce. "Qué guapa es la secretaria de mi padre" pensé. Ella me mostró una foto sólo para verificar que yo era la persona correcta, y en la foto vi a mi madre. Aparecía joven, hermosa, justo como la recordaba; abrazada de un hombre ubicado fuera de foco del cuál sólo se veía que extendía posesivamente su brazo por la cintura de mi madre. El hombre era mi padre, supongo, cuya mano veía por primera vez.

La mujer me sorprendió diciéndome que era la esposa de mi padre recién encontrado y bromeó acerca de que ella era ahora mi madrastra pese a que tuviéramos edades tan similares, tanto que hasta podríamos irnos a divertir juntas. Si supiera que no me he divertido en años. No importa.

La mujer me avisó que, pese a que mi padre moría por conocerme, éste no estaba hoy en la ciudad, pero había dejado instrucciones a ella para que me llevara por los centros comerciales de la ciudad para regalarme alguna ropita. Esa ropita fue en realidad un guardarropa completo que costó cerca de unos dieciocho mil pesos, cantidad que la mujer gastó sin pestañear y sin experimentar ningún tipo de pesar. Yo nunca habría comprado tanto. Una cosa sí supe: que podría acostumbrarme muy rápido a este nuevo tren de vida que mi recién hallada familia me estaba prodigando.

Al terminar las compras nos fuimos a un café. Ambas habíamos caminado mucho y llevábamos los pies molidos. A mi me pulsaban los pies como si estuviese naciéndome un juanete en ese instante, y a ella seguramente también le dolían, pues hasta se quitó los zapatos para pisar el suelo frío. Ella era un ejemplo de pulcritud y propiedad, no decía una sola mala palabra y su andar era muy refinado. Era igual de alta que yo y tenía un cuerpo muy estilizado. Parecía lo que era, una de esas gatitas que se casan con un hombre rico.

Mientras platicábamos en el café, noté que un hombre miraba muy insistentemente nuestra mesa y, para ser exactos, no le quitaba los ojos de encima a mi madrastra. Yo, a pesar de que aun no conocía a mi recién encontrado padre, sentía un impulso irrefrenable de cuidarle las espaldas, por respeto o qué se yo, y me estaba irritando mucho ver que aquel caballero estuviese coqueteando con mi madrastra. Le sugerí que nos fuésemos a otro restaurante pero ella alegó que, "tratándose de dos mujeres lindas como nosotras, en plena madurez sexual, no podemos marcharnos de cada lugar en que haya caballeros morbosos, pues terminaríamos abandonando todos los rincones de la tierra".

Me pareció que era innecesaria aquella aclaración de que estábamos ambas en plena madurez sexual, como si me estuviese presumiendo que ella estaba presta a cualquier proposición que le apeteciera, o como si me aclarara veladamente que ella podía montarse en la verga que ella quisiera cuando ella quisiera, pues para mí en eso consiste aquello de "la plena madurez sexual" a que ella se refería. Todo fue contraproducente, no sólo no nos fuimos de aquel lugar, sino que la esposa de mi padre pasó a estar consciente del caballero y parecía no disgustarle. El tono de voz de ella se distendió, haciéndose más ronco, más lento, diciendo palabras sin poner atención a lo que decía, sabedora de que lo importante era el tono. Sus piernas se movían de un lado a otro, mostrándole los muslos al hombre de la mesa contigua.

Ella se paró al baño y pude ver que sus nalgas estaban muy duras y muy paradas. No solo el caballero de la mesa cercana se quedó viendo el andar de jirafa de mi madrastra, sino que todos los hombres, y aun las mujeres del lugar, enmudecieron de pronto para tender a sus pies una alfombra roja de silencio, admiración y hasta envidia.

Yo soy mujer, y aunque casi nunca coqueteo porque mi esposo es un cavernícola celoso y violento que hasta lo que no hago le hace daño, puedo distinguir cuando otra mujer le coquetea a un hombre en específico. No sé que había en el andar de la esposa de mi padre que me quedaba claro que sabía que el caballero le miraba las nalgas y ella de alguna manera muy sutil se las mostraba. Todo el restaurante cerró los ojos, como imaginando los orines saliendo de su coño, como haciendo silencio para alcanzar a escuchar las gotas de su chorro de miel, como imaginando el calor de aquel panal expuesto, como deseando ser la mano que con un pañuelo lo seca. La vida se detuvo hasta que ella no salió del baño.

Se encaminó rumbo a nuestra mesa. A su andar movía sus pechos visiblemente aumentados con una cirugía. El temblor de aquel par de senos dejaba en claro dos avisos, el primero, que no eran naturales, y el segundo, que eso no importaba, pues habían sido acrecentados para poder practicar una masturbación cubana a cualquiera que tuviese el encanto de convencerla a hacerlo.

Para sacarla de aquel trance comencé a preguntarle acerca de cómo había conocido a mi padre, suponiendo que no tendría el descaro de seguir coqueteando mientras me platicaba a mi el inicio de su relación con su esposo. Lo que ella contestó no era lo que yo esperaba.

"Ay. Tu padre, tu padre" emitió un suspiro "Tu padre acabó con mi estilo de vida. Hace unos cinco años yo era muy distinta. Era yo azafata de una línea aérea, viajaba por el mundo, o debo decir, viajaba por el mundo. De cada ciudad pretendía sacar los secretos. Iba a los museos, a las plazas. Mi vida sexual era entretenida, no debo negarlo. No hubo hombre que yo deseara que no tuviera, así fuesen muy jóvenes, solteros o casados, o maduros. Conocí de los países sus diferencias, de sus calles y sus templos, pero también de la forma de amar de sus hombres. Era como si cada vez que me acostaba con un extranjero estuviese follando a todo el espíritu de una nación". Suspiró y continuó, "Si este cuerpo te contara todos los goces que ha vivido. Con este cuerpo el que quiera acostarme con alguien no es cuestión de suerte. De hecho, ahora mismo sabría cómo hacer para que ese hombre estuviese aquí, a nuestro servicio, dispuesto a darnos un masaje".

Su tono de voz era lánguido y su acento tan aterciopelado que, aunque el tema me estaba resultando desagradable, no podía decirle que se callara, pues me tenía embrujada; por el contrario, por un segundo me descubrí a mi misma deseando ser ella, pasando entre mis piernas a todos los hombres que yo deseara, descubriendo sus diferencias, pensando en los cinco o seis hombres con los que, a lo largo de mi vida, quise haberme acostado pero que nunca se enteraron de mi ardor. Supongo que ese era en parte el precio de haberme embarazado a los quince años y haberme casado con el papá de mi hija para dar paso a un matrimonio muy deficiente. Me sentí perdedora y, pese a ello, seguí escuchando. Ella dijo, "quieres que te cuente la historia de cómo conocí a tu padre, o que te cuente la verdadera historia de cómo conocí a tu padre".

"La verdadera" dije ateniéndome a las consecuencias.

Nos interrumpió un mesero porque nos acercó una botella de vino espumoso y un par de copas.

"Disculpe, nosotros no hemos pedido esa botella" Dijo mi madrastra.

"La envió el caballero de aquella mesa, si son ustedes tan gentiles de aceptarla, desde luego" Dijo el mesero.

Volteamos sólo para cerciorarnos de lo que ya sabíamos, que era el sujeto que había estado coqueteando con mi madrastra quien enviaba aquel costoso obsequio. El tipo sonrió con una sonrisa tan realmente amable que me cuestioné seriamente los motivos por los que lo odiaba. Me era simpático, pero mi deber era odiarlo, por respeto a mi padre, aunque, no era yo quien debía mostrarle mayor respeto, sino su esposa. Yo le sonreí secamente y, en cambio, la esposa de mi padre le lanzó una sonrisa divina acompañada de una mirada que le invitaba a todos los placeres. Envidié su temple de mirar así, ya que yo es fecha que no encuentro en mi vida motivos para mirar así a nadie. Ella le dijo al mesero que se acercara para decirle algo al oído. Yo estaba como una estúpida viendo como mi madrastra se secreteaba y puteaba en mis narices.

El mesero se rió y se dirigió con el caballero, le transmitió el secreto y la cara del tipo me decía que algo le había concedido la esposa de mi padre. Luego de recibir sus instrucciones de voz del mesero, se puso de pie y se dirigió a nuestra mesa. Al llegar a nuestro lado yo esperaba lo peor, es decir, que se sentara a platicar y a cortejarnos a ambas, sin embargo el tipo no habló ni dijo nada, y en una actitud que me sorprendió, máxime que estábamos en un restaurante muy elegante y él iba muy bien vestido, se puso de rodillas junto a nuestra mesa y extendió sus manos, y así como un menesteroso que abre sus manos para recibir un mendrugo de pan del cual depende su vida, así aquel hombre maduro puso sus manos palmas hacia arriba y recibió en ellas el regalo que la esposa de mi padre le iba a dar. Esta abrió sus piernas colocando entre las manos de aquel hombre su pié derecho.

El sujeto, al recibir tan extraordinaria presea, comenzó a darle, ante los ojos atónitos de todos los comensales, un masaje a mi madrastra. El hombre hacía aquella tarea con tal dedicación que pareciera que aquel era su oficio, adorar aquellos pies de la esposa de mi padre. Mi madrastra decidió seguir platicando, dejándose tocar en su pie por aquel sujeto, quien no alzaba su vista por nada del mundo, seguro porque debajo de la mesa tenía cosas mucho más interesantes que tocar, ver y oler. Ella habló de nuevo. Yo escuchaba su relato, el tipo de rodillas también.

"Durante un viaje conocí a tu padre. Al verlo supe de inmediato que quería estar con él en la cama. Su sonrisa era franca, su nariz fuerte, su frente amplia, el tono entrecano que tenía aun antes de estar en edad de tenerlas, su exquisitez al mover sus manos, el timbre de su voz. Él estaba, obviamente, en la sección de primerísima clase, y yo estaba para servirles durante un viaje completo sólo a él y a otros tres pasajeros. Estar cerca de él me puso loquita, así que le atendí con todo el esmero. Mi cuerpo se estaba evaporando, y él lo sabía, y los demás pasajeros también, pero él me tendía un raro respeto que me estaba poniendo a punto de arrancarme los cabellos, quería que me tumbara allí, enfrente de los demás pasajeros, que me abriera de piernas y me empalara hasta el fondo. Pero no, su mirada me decía las mil formas en que me poseería, pero me hacía saber que eso no sería ese día. Y no sería. Una alarma sonó en uno de los aeropuertos de paso y tuvimos que bajar del avión por unas rampas de plástico. Tu padre me tomó en brazos y me arrojó por la resbaladilla. Sentirme cargada por sus brazos me hizo imaginar que me cargaba de las nalgas y me ponía a cabalgarle. Pero me soltó, y luego ya no le vi. Llegué al hotel y me recosté en la cama, ni siquiera me quité el uniforme, sólo me alcé la falda y me hice a un lado la braga, y comencé a meterme los dedos con tanta furia que por poco me causo heridas. Estaba hecha jugo, con mis labios de la vagina hinchados y ansiosos. Me metí una triada de dedos y a cada empuje aventaba para adelante las caderas. Cerré mis ojos y pensaba que era tu padre el que me penetraba. Imaginé un gesto en su rostro imaginario que no tenía de dónde fabricar, y me pareció tan caliente que ahí mismo me regué en un orgasmo tan intenso que me puse a llorar. La primera noche con él no la pasé con él, sino sólo con su presencia. Me quedé tendida en la cama con el coño dolorido, y con el corazón aun más. Sufriendo ante la posibilidad de no volverle a ver."

La plática se me hacía muy fuerte para que la estuviera oyendo aquel extraño, quien ya se había pasado a dar masaje al pie izquierdo de mi madrastra. Decidí no enfurecerme más y seguir escuchando. No pude evitar voltear a ver a aquel infortunado sujeto, aunque ya viéndolo bien no era tan triste su situación, estaba ahí debajo con uno de los espléndidos pies de la esposa de mi padre en la mano, mirando de cerca nuestras piernas, respirando el olor que el cuerpo de mi madrastra despedía al estar evocando aquellos pasajes de su vida. Además, primero inocentemente y luego con malicia, dirigí mi vista al pantalón de aquel hombre para descubrir que encima de la tela se dibujaba, con más nitidez de la que me hubiera gustado ver, una enorme erección. Mi madrastra continuaba, aunque en ocasiones se le entrecortaba la voz, quizá debido a la mano que no alcanzaba yo a ver, que de cierto no descansaba en los pies de ella, sino más arriba.

"Mi vida sexual dejó de ser tan irresponsable. Había cambiado mi tren de vida por una estúpida confianza en volver a encontrarme a tu padre. Casi un mes después de que habíamos tenido que bajar del avión por las rampas en el aeropuerto de Roma, lo volví a ver. Mi corazón dio de brincos, me arreglé aun más el cabello pese a que lo llevaba perfecto, me maquillé aun mejor y salí buscando el todo por el todo. Tu padre no pudo fingir que había estado pensando en mí. Me vio y casi llora de la emoción. Fuimos muy corteses y nos dimos la maña para concertar una cita en cuanto el avión tocara suelo de Madrid. Todo el vuelo fue un tormento, pues él y yo ya queríamos que el maldito avión aterrizara."

"Una vez aterrizó el avión, tu padre me llevó a un sin fin de lugarcillos muy morbosos, como si fuese un gran conocedor del lado más recóndito de Madrid. A cada sitio que fuimos él me protegía y me hacía sentir segura. Fuimos a parar a la habitación de su hotel. Me hizo sentarme en la orilla de la cama para que le viese desvestirse. El suyo fue un streaptease poco común, sin danza alguna, como si yo estuviese viéndolo por una ventana vecina. Se comenzó quitando el saco y la corbata. Los zapatos se los quitó desanudándoselos de pie, mostrándome sus duras nalgas... perdón, no sé si debo seguir contándote, después de todo eres su hija..."

"Si así fue, tu cuéntalo" dije. Sentí una mano en mi pie y estaba tan distraída que extendí mi pierna como si aquello fuese lo más normal. Sólo hasta que comencé a sentir los finos dedos del caballero recorriendo mi empeine supe que de alguna forma había ya consentido compartir el botín que la esposa de mi padre había logrado con la danza de sus nalgas. Mentiría si dijese que sentí un impulso poderoso de sustraer mi pie de manos de aquel extraño, pues en realidad sus manos se sentían muy bien. Podría jurar que la temperatura de sus manos era idéntica que la de mis pies, y que el ritmo de la pulsación de su sangre era idéntico al mío, como si estuviésemos sincronizados de alguna manera. Además, sentía cierto gusto de que otro hombre me estuviera tocando, tan fuera del alcance de mi esposo, siendo tan imposible que viniese aquí a hacérsela de pleito a este caballero. Así, me entregué a aquel par de manos mágicas e incluso me propuse seriamente no evitar cualquier goce que yo sintiera, así se tratara de un goce sexual. Me entregué a aquel placer seco y sobrio de recibir un inofensivo masaje.

"...se quitó luego la camisa. Vi lo que ya imaginaba, que no era fornido pero que cada músculo estaba en su lugar. Se quitó la camiseta de mangas y quedó su torso desnudo, absolutamente lampiño, con un color cobrizo brillante que sólo de verlo podía yo olerlo. Imaginaba ya mis manos tocando aquellos pectorales duros, imaginaba ya mi lengua lamiendo sus pezones y mordiéndolos. Excúsame decirte que para esas alturas ya había yo tenido un orgasmo en seco. Cuando se quitó los pantalones el muy malvado se los quitó de espaldas. No estuvo mal, pues vi sus formadas piernas, dotadas de unas corvas preciosas, unos chamorros duros, como si fuesen de madera, y sobre todo, un par de nalgas tan redondas y tan firmes que aun sin ver lo que tenía por adelante ya quería yo vivir con ese hombre para toda la vida. Sus piernas no tenían vello tampoco, por lo que pude suponer que no era de este mundo. Los vellos en el cuerpo de los hombres no son cosa que me hayan gustado nunca, así que el cuerpo de tu padre era para mi como un deseo del genio de la lámpara, ahora, hecho realidad, a mi alcance. Así, dándome la espalda, se quitó la trusa. No pude ver que le colgara el pene, seguro porque lo tenía en erección, aunque pude ver furtivamente una reminiscencia de los testículos, sin un solo vello".

"Se dio la vuelta. Dios mío. Ante mi tenía el pene más espectacular que hubiese visto. No porque fuese el más grande que hubiese visto, sino porque era el más hermoso. Ya ves que los hombres siempre suelen tener el pene más oscuro que el resto de su pubis, pues bien, tu padre tenía el pene más claro que su pubis. Era un cilindro más bien grueso, rodeado de algunas venas que, como enredaderas, daban una imagen muy vivificante, su cabeza era ovalada y redonda, su tamaño era bastante aceptable. En los huesos de la cadera se le marcaban claramente los músculos y su abdomen estaba libre de barriga, aunque no estaba flaco y libre de grasa."

"Yo, que no me había quitado aun el uniforme de azafata, me puse de rodillas en el suelo y le pedí que se acercara. Tomé la verga entre mis manos y la acaricié un rato maravillándome de su hermosura. Sus testículos eran grandes y colgaban con gracia. Con una de mis manos sostuve el tronco de su pene y me metí a la boca aquel par de testículos. Eran tan suaves y tan exentos de vello que era para mi una delicia dejarlos resbalar por entre mis labios, sintiendo cómo se alisaban las pequeñas estrías en mi boca. A cada chupetón que daba en los testículos hacía sonar un ruido como de un cerdo hambriento, mientras que él gemía con aquel tono varonil que me había hechizado durante todo el día. El tronco de aquella verga estaba muy caliente en mi mano, así que comencé a masturbar a tu padre mientras le comía los cojones. Él estaba feliz. Alcé la cara y de un bocado me tragué toda aquella verga perfecta. Si algo aprendí en mis años de aeromoza fue mamar vergas. Cada hombre que mamé me enseñó un secreto de cómo producir placer, y ahí estaba yo, de rodillas, dispuesta a enseñarle a tu padre que su destino estaba a lado de mi. Me tomó tu padre de la cabeza y comenzó a bombearme con su verga, follándome por la boca, estrellando su pene en mi garganta. Yo estaba feliz de que no fuese delicado al extremo, me gustaba que fuese un poco rudo. Con sus manos condujo mi frente justo debajo de su ombligo para que mi cara quedara muy cerca de su cuerpo, y teniéndome así me comenzó a follar por la boca. La posición tan cercana hacía que su pene golpeara primero en el paladar y luego resbalara hasta mi garganta. Mi saliva goteaba en el suelo como la que emana del hocico de un dragón de Komodo".

Al tipo pareció hacerle gracia aquella descripción tan gráfica que estaba haciendo mi madrastra, tanto que no pudo evitar reírse. La esposa de mi padre no tomó en cuenta aquella risa. El hombre tomó mi otro pie y comenzó a masajearlo de una forma muy intensa. Había yo notado que sus manos recorrían mi pie con gran devoción y que, conforme las escenas sexuales que platicaba mi madrastra se hacían más candentes, era como si él quisiese plasmar en mis pies la representación de aquel encuentro sexual. Era como un mimo que hacía un masaje y en él transmitía con toda nitidez una historia. Aquello, sin saberlo, me sumiría en un virtual trío entre mi madrastra, mi padre, y yo. Pues aquel caballero me haría sentir, con sus manos, que yo estaba ahí, en aquella habitación donde mi madrastra y mi padre se entregaban a la carnalidad. Y aquello me excitaba, por mucho que mi conciencia estuviese repelando que aquel sentir estaba mal. Freud diría que mi complejo de Edipo estaba más expuesto que nunca, que deseaba ser penetrada brutalmente por aquel padre tan magnífico que me había sido descrito, pero no, tal vez yo estaba arrevesada, yo sentía un placer muy morboso de imaginarme ahí, estando del lado de mi padre, tomando partido por él, como si fuese una porrista que le motiva a él para que viole y despedace a esta mujer tan hermosa, o mejor aun, ser yo mi padre y abrirla de piernas y penetrarla fuertemente, y regarme litros y litros de leche en su hinchada vulva, prohibiéndole que se vaya a lavar después del coito. Si me oyeran las monjas del colegio al que fui de niña sabrían que algo no hicieron bien. Una de las manos de aquel hombre me introducía ya uno de sus dedos en el coño, y cual mordida desdentada yo pretendía asirlo. Imaginaba sus dedos con perfecta manicura llenos de mis jugos. Guardaba la compostura pese a que quería jadear como una loca.

"Le hubiera seguido mamando la verga a no ser porque me hizo la seña de que quería penetrarme ya. Me tendió sobre la cama, me abrió de piernas y sin más me dejó ir todo lo largo de su pene hasta adentro. Mi cuerpo se abrió generoso, dejándose romper nuevamente, rasgándose de par en par. Empezó a penetrarme con un vaivén furioso mientras me besaba en la boca, como si curara con sus besos todas las ofensas que su pene había hecho minutos antes. Mis piernas estaban más abiertas que nunca, es más, sentía como si nunca me hubieran abierto las piernas de verdad. El movimiento era tan diestro que me rozaba todas mis paredes internas y externas sin dejar una sola sin tocar. Yo gritaba de placer. Tuve cinco orgasmos y los cinco los engarcé como cuentas de un collar a ese hilo maravilloso que era el pene de tu padre, así, aunque esa fuese la única noche en que estuviéramos juntos, él llevaría mis cuentas en su cuerpo. Él se retiró de mis caderas, las cuales se quedaron abiertas. Se hincó a la orilla de mi cama y comenzó a darme una mamada en mi coño sensible de tanto correrse, con unas lengueteadas tan suaves que me hacían sacudirme como si me estuviesen aplicando toques eléctricos. Entre lamida y lamida se separaba de mi coño para elogiar su forma, su olor, su sabor, su temperatura y hasta su temperamento, y mientras describía las virtudes de mi vagina me magreaba con sus manos. Dios mío, cuanta habilidad tenía en sus manos. Yo estaba llorando de placer, de saber que por fin, sin lugar a dudas, sin miedo, sin egoísmo, sin necesidad de matar soledad alguna, estaba completa y absolutamente enamorada. Mi alma cruzaba los dedos para que él sintiera lo mismo. Me sentí desvalida porque yo ya estaba entregada, y él aun no dejaba en claro su postura. Me penetró mucho más y yo seguía llorando sin poder explicarle por qué. Y así, llorando como una plañidera, con la cara envuelta en un lago de lágrimas, comencé a darle una mamada con la intención de que regara su leche en la boca, quería comérmelo, devorarlo de alguna forma, dejarlo en mi. Él comenzó a temblar y se vino en mi lengua con unos chorros tan calientes que abrieron todos mis canales de percepción. Me dijo "Quédate", yo le contesté con una pregunta ingenua, más bien como una suerte de ironía de que nuestros cuerpos no se darían tregua, "¿A dormir?", y él me sorprendió diciendo "No, a dormir no. A vivir. Para siempre.".

Yo estaba llorando desde hacía un rato, el momento en que mis lágrimas rodaron sin yo poder evitarlo fue cuando ella dijo "Yo estaba llorando de placer, de saber que por fin, sin lugar a dudas, sin miedo, sin egoísmo, sin necesidad de matar soledad alguna, estaba completa y absolutamente enamorada". Yo nunca me había sentido así. Cuando mi esposo y yo tuvimos relaciones éramos muy jóvenes, teníamos esa edad en que cualquier sexo es a escondidas, y más allá de que una se esconda de sus padres, en realidad se esconde del propio placer, y se lo esconde al otro. Nada ha cambiado a diecisiete años de que nos casamos, nos seguimos ocultando uno del otro, y estoy jodida porque estoy segura que no es a él a quien quiero mostrarme.

El hombre terminó con mis pies a tiempo y con lo demás quedó inconcluso, circunstancia que en secreto lamentamos los dos. No sé si lo que sentí fue un orgasmo, pero aquel masaje me había hecho sentirme muy bien, justo como hacía años que no me sentía. Mi madrastra alzó la vista, mirando al sujeto, el cual estaba parado ahí con una nobleza propia de un corcel que da la vida por su amo, y lo miraba con una mirada de enamorada, quizá porque estaba aun absorta en su narración. Estrechó la mano del sujeto con ambas manos, guardando la mano del caballero entre las suyas, como si la mano de éste fuese un gorrión, y él, que entendió la alegoría de inmediato, hizo mímica simulando que su mano era un pájaro que vuela. "Gracias" le dijo de todo corazón mi madrastra. Luego esta espetó "Vamos. El caballero va a decir que no te educamos bien. Dale las gracias." Le extendí las manos para agradecerle, pero él se acercó a mi como quien saluda de beso. Me sentí invadida por un calor tan natural que sin reparo alguno le di un beso bien pleno en la mejilla. "Gracias" le dije. Mi madrastra acercó a sí la cara del caballero y le plantó un beso en la boca que prometía mucho.

Al terminar nuestra merienda, mi madrastra me colocó en la muñeca una pulsera de oro florentino que no habría de ser nada barata y exclamó "Eres una de las nuestras". Yo me quedé a su lado, llorando hacia dentro. Ella seguía hablando, como si contestara todas las preguntas que mi mente hacía, sin que yo habriera la boca siquiera. Decía "La vida en nuestra familia podrá parecerte algo extraña. Con el tiempo te darás cuenta de que lo importante no es si la familia es buena o mala, sino saber que eres parte de ella. Vaya, no importa el qué, sino que eres parte. Te sorprenderían las cosas que la gente hace para pertenecer a algo. Nosotros nos hemos habituado, y en eso, nos caes del cielo."

Fue que nos encaminamos a la casa. En el camino mi recién asumida madrastra me preguntó. "¿Qué pensaste del tipo que nos llenó de atenciones en el restaurante?"

"Si te he de ser franca," contesté "lo odié por el sólo hecho de que no puedo separar la idea de que tú seas la esposa de mi padre y a la vez le coquetees a ese tipo de hombres"

"¿Ese tipo de hombres? Ilústrame, ¿A qué tipo de hombres les coqueteo yo?"

"No sé. A hombres como ese."

"¿Te pareció normal ese hombre?"

"No. En cierto modo era distinto."

"Era distinto en todos los modos, créeme. Si viese de nuevo a ese hombre me casaría de nuevo con él..."

"¿Cómo?"

"¿Qué dije?"

"Que te casarías de nuevo con él. ¿Acaso él era mi padre?"

"¿Dije dos veces de nuevo? ¡Qué tonta soy! Quise decir, "si viese a ese hombre, de nuevo me casaría con él. Caray, no me mires así, quítale y ponle las comas a mi voz como te plazca "

"¿Cómo otra ves?"

"No me hagas caso. Lo bueno es que tú también te sentiste a gusto con ese caballero. Quizá lo primero que debes aprender de mi, que ahora soy como tu madre, es esto: Aprovecha los momentos de magia cuando se presenten, no los dejes pasar, nada importa más que ellos. Si entiendes eso tu padre va a hacer de ti la muchachita más feliz del mundo. Ya voy viendo que tu padre te va a encantar" Dijo guiñándome un ojo en un gesto que francamente no supe interpretar.

Ese era el recuento de un solo día. Me dormí con una pregunta y con una respuesta. ¿Hubiera querido días así de intensos cada día de mi vida? La respuesta era que sí. En ese instante decidí no dormir sino terminar con el trabajo que el caballero del restaurante había iniciado. Hacía tanto que no me tocaba yo misma. El edredón blanco comenzó a moverse como la piel del mar...

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Arakarina (14: Un rito para Arakarina)

Arakarina (13: El cumpleaños)

Arakarina (12: Gatos)

Arakarina (11: Nueva piedad)

Arakarina (10: El anillo tatuado)

Arakarina (09: La entrevista)

Arakarina (08: El vientre cálido de un hogar)

Arakarina (07: El artefacto)

Arakarina (06: Arakarina)

Arakarina (05: La fundación de Atenas)

Medias negras para una ópera de reims

Arakarina (04: Un pintor a oscuras)

Arakarina (03: Ella se casa)

Arakarina (02: La búsqueda de un pintor)

Infieles (7: El final según Cornelio)

Arakarina (01: Una chica cualquiera)

Infieles (6: El final según sonia)

Infieles (5: El final según el inspector)

Infieles (4: El arte de ser atrapado)

Infieles (3)

Infieles (2)

Infieles (1)

Radicales y libres 1998 (4)

Radicales y libres 1998 (3)

Radicales y libres 1998 (2)

Radicales y libres 1998

El Ansia

La bruja Andrómeda (I)

El ombligo de Zuleika (II)

El ombligo de Zuleika (I)

La bruja Andrómeda (II)

Tres generaciones

Mírame y no me toques (VIII - Final: Red para dos)

Mírame y no me toques (VII:Trapecio para la novia)

Mírame y no me toques (VI: Nuevas Historias)

Mírame y no me toques (V: El Casting)

Mírame y no me toques (IV: Los ojos de Angélica)

Mirame y no me toques (II: Puentes oculares)

Mirame y no me toques (III: Un abismo)

Mirame y no me toques (I: Los ojos de Claudio)

La verdad sobre perros y gatas

Amantes de la irrealidad (07 - Final)

Amantes de la irrealidad (06)

Amantes de la irrealidad (05)

Amantes de la irrealidad (04)

Amantes de la irrealidad (03)

Amantes de la irrealidad (02)

Clowns

Expedientes secretos X (II)

Noche de brujas

Día de muertos

Amantes de la irrealidad (01)

Lady Frankenstein

Expedientes secretos X (I)

El Reparador de vírgenes

Medias negras para una ópera de reims

Una gota y un dintel (II: La versión de Amanda)

Una gota y un dintel (III: La versión de Pablo)

Los pies de Zuleika

Una gota y un dintel (I)

Amar el odio (I)

Amar el odio (II)

Amar el odio (III)