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Nunca danzarás en el circo del sol (03)

en Grandes Series

NÚNCA DANZARÁS EN EL CIRCO DEL SOL

III

Una tarea especial.

Un peral nunca da manzanas. Es mentira que alguien nos convierte en algo que no éramos. Uno no cambia, simplemente florece en aquello que ya reside en el propio corazón. En un extremo, somos semillas de Dios y no podemos germinar en otra cosa, nuestro error es creer que Dios no experimenta la estridencia, que no provee emociones fuertes. ¿He dicho emoción? Eso es lo que fabricamos realmente, emoción frente a las realidades que Dios pone en nuestro camino.

Todas estas cosas habría yo de entenderlas con el tiempo, uno no se convertirá en aquello que no era desde antes, ni dejará de ser lo que se es, por fuertes que sean las fuerzas externas que nos presionen. La única ley que parece enturbiar la existencia humana es la ley de la limitación. Nos contraemos en un universo que se expande.

Si sueno tan filósofo es porque, en el instante en que pensaba esto, me disponía a cantar un himno devocional. Suelo hacer esto en la mañana para invocar a la divinidad y bendecir mi día. ¿Les extraña que un tipo con tan aparente falta de convicciones morales practique algún tipo de culto? Pues así es, y lo hago diariamente. Mi Dios no podía ser hombre, sino mujer. Yo le rezo a La Diosa.

En medio de mi canto tocaron a la puerta. Era muy temprano, las siete con diez de la mañana. Interrumpí mi acto de fe y me levanté a abrir la puerta. Era Aleida, y venía con una falda negra que le sentaba muy bien a sus caderas, la blusa era ceñida y enmarcaba su cintura, que no era una cintura de sesenta centímetros, pero sí lo suficientemente curva para darle a su cuerpo esa forma que distingue una mujer a lo lejos. Sus exuberantes caderas y pechos apoyaban a que su cintura luciese mejor. Supuse que ella había querido hacerme una visita antes de dirigirse a su consultorio.

Traía unos zapatos diferentes, siempre preciosos.

Hacía una semana que la había visto, y no precisamente en mi departamento. Estaba en un centro comercial, ya tarde, probablemente iba al cine con quienes le acompañaban. Iba ella del brazo de quien supongo era su marido, un tipo que en algún momento de su vida fue guapo, pero que en el presente se había abandonado al descuido, dejando crecer su barriga y sus cachetes. Ella me había contado que él también era dentista, sin embargo, él tenía su consultorio muy distante al de ella y definitivamente no pensaban compartir el mismo sitio de trabajo. Eso era un indicio clarísimo de que no se soportaban. Sin embargo ahí iban, ella de su brazo, como queriéndolo, y al otro extremo, la hija de ambos, la niña rubia.

Gloria parecía estar muerta de aburrimiento.

Pasaron cerca de mi. Los ojos de Aleida fueron como de terror, sin que hubiese motivo para ello, pues lógicamente el marido no sabía quien era yo, pues si lo supiera no sabría yo por cuál razón me odiaría más, si por joderme a su esposa o por haber robado la inocencia de su linda niña. Gloria sí se entusiasmó y, desafiando la posible crítica que le daría su padre por tener amigos de tan dudosa reputación, se acercó a saludarme. Aleida no me saludó, ni el marido tampoco, si acaso me miraron como un par de padres que evalúan las compañías de su hija.

En ese inesperado encuentro me sumió tanto en la extrañeza de sentirla ajena que estuve poco optimista el resto del día. Ella no me pertenecía, eso ya lo sabía, de hecho, supongo que el que ella me quiera a mí no es sinónimo que necesariamente odie al tipo que vive con ella, ese que tuvo los cojones para subirse con ella a un altar y decir al mundo entero que sí, que acepta a esa mujer para toda la vida, mientras ella sonríe y le dice que promete serle fiel.

Pero hoy estaba aquí, y dado lo extraño de los acontecimientos, debí suponer que no sería un día ordinario, si es que tengo días así.

Lo primero que Aleida hizo fue disculparse, pero me pidió que entendiera que no podía ella hacer otra cosa. Me preguntó, como no quiere la cosa, cuál era mi opinión respecto de Gloria y cuál era mi suposición acerca de lo que ella sentía por mi. Yo no supe contestarle, le dije que eso sólo la propia Gloria lo sabe, y le aclaré que lo más que me aventuro a imaginar, y ya siendo muy vanidoso, es que siente gratitud, quizá complicidad, pero que en definitiva ella me consideraba como parte de su pasado, pues de querer hacer algo conmigo ya había pasado tiempo suficiente como para haberlo intentado.

-¿Y si lo intentara, qué?- me preguntó.

-Supongo que me sentirá halagado, pero no podría acceder a ninguna de sus proposiciones.

-¿Debo entender que sí tienes moral?

-No sé qué es la moral, pero guardo principios. Eso me indica que no tienes ni idea de cuanto te quiero a ti. Tal vez podría acostarme con una madre y una hija al mismo tiempo si ambas no me importaran. Aquí es diferente, pues tú sí me importas.

-¿Y Gloria no te importa?

-¿Cómo hija o como mujer?

-A ti sólo te puede importar de una manera.

-Le tengo estima, que es diferente.

Esta visita parecía estar marcada por unas ganas de conflicto. Aclarándole que no demoraría más de cinco minutos le pedí permiso para continuar con mi canto devocional, y ella aceptó más por la curiosidad de verme cantando que por ganas de esperarme. Me puse frente a un altarcito que tengo y me puse a cantar envuelto en el humo del incienso. Cuando terminé ella exclamó:

-Eres una caja de sorpresas. ¿Y Quien es ella?

-¿Quién? ¿Lakshmi? Es un aspecto femenino de la divinidad, mi vida se rige por sus principios, que no por su moral.

Para ilustrarle acerca de mis creencias me permití citarle un texto que, si lo refiero, es porque se relaciona con mucho de lo que estaba por venir, pues mis principios serían sometidos a un duro periodo de pruebas. El texto, expliqué, cita las palabras de la Diosa, mismas que fueron tomadas del poema épico hindú Mahabhárata. Suponen un diálogo entre la reina Rukmini, esposa de Krishna, y la Diosa Mahalakshmi, en él la esposa de Krishna le pregunta a la diosa "¿Quiénes son aquellos seres a cuyo lado te encuentras y a los que favoreces?", y Lakshmi contesta:

"Siempre resido en aquel que es elocuente, atento a sus asuntos, libre de cólera, dado a la adoración de las deidades, dotado de gratitud, y que en todo es elevado de espíritu. Nunca resido en alguien que es descuidado con sus asuntos, que no es creyente, en el que es ingrato, que hace prácticas impuras, que utiliza palabras ásperas y crueles; en el que es un ladrón, en quien abriga malicia hacia sus maestros y mayores, que está dotado de poca energía, fuerza, vivacidad y honor; en quien se angustia por cualquier insignificancia y en quien siempre da rienda suelta a la cólera. Nunca resido en aquellos que piensan de un modo y actúan de otro muy diferente. Resido en aquellos que observan los deberes de la rectitud, que se dedican al servicio de los ancianos, que tienen controladas sus pasiones, que están dotados de almas limpias; en los que observan la virtud del perdón y en los que son capaces y están siempre listos para actuar.

Resido en aquellos que son afectos a la verdad y a la sinceridad y que veneran a Dios. Yo no resido en los que descuidan su hogar y carecen de modestia. Por otra parte, resido en aquellos que se dedican a su familia, quienes son correctos en su comportamiento y en los que están ataviados de manera limpia y apropiada. Siempre resido en los que son verdaderos al hablar, en quienes tienen un semblante hermoso y agradable, en los que están benditos y están dotados de todos los logros. Siempre evito a los que son pecadores, impuros o sucios, a quienes no tienen paciencia ni fortaleza, que son afectos a las disputas y peleas y dados a dormir demasiado. Resido, más que nada, en el corazón inmutable como el Ser interior de los hombres."

-Es muy bonito - dijo ella – pero, ¿Lo cumples?

-He sido muchas cosas en el pasado, pero ahora siento que mi vida tiene un propósito.

-Entiendo. Pero, ¿Cómo cumplirás? Tu no tienes hogar, tampoco una familia.

-Este cuarto que ves es mi hogar, y supongo que todo el resto de la gente es mi familia.

-O lo que es lo mismo, no tienes una familia en particular.

Hábil como todas las mujeres ya empezaba a confundirme con su lengua. En definitiva Aleida venía inquieta, con ánimos de pelear.

-Sí tengo familia. -aclaré- Quizá no entiendo los lazos de la sangre, tienes razón, pero entiendo otro tipo de lazos.

-¿Yo soy tu familia?

-Por supuesto.

-Qué pariente soy. Esposos no somos, pues no se puede, sabes que estoy casada con otro. ¿Qué soy?... Creo que estás en un aprieto, pues, sea yo la pariente que quieras, madre, hermana, hija, me estás cogiendo.- Me quedé pensativo.

-Si tuviera que elegir, diría que eres mi hermana.

-¿Sabes lo que tu hermana está deseando esta mañana? ¿Sabes lo que tu hermana soñó y por qué pensó que no podría ir a trabajar sin antes aplacar cierta fiebre que tiene?

Su mirada era perversa. Yo estaba con el dorso desnudo, y de mi cuello pendía un collar muy largo, un engarzado de cornalinas naranjas, casi rojas, una japa, y ella había comenzado a jugar con las cuentas.

-Lo que tu virtual hermana quiere es que la montes un rato. Quiere irse a trabajar sintiendo en sus piernas el recuerdo de tu cuerpo, dejarse encima el olor de los dos.

Uno ha despreciado lo común, uno supone que sólo lo extraordinario vale la pena, y no es así. El entusiasmo es algo muy interno, y puede despertarse con incidentes comunes, de hecho, quien sabe ser feliz con lo aparentemente pequeño, quien es capaz de advertir la belleza de lo simple, vive en constante dicha.

En esta visita matinal no hubo sexo oral, no hubo sexo anal, ni posiciones rebuscadas. Por el contrario, nos volcamos en el sexo más simple y básico, como dos primates que al ser tocados por el dedo del diablo descubren la dicha en el leve ultraje de su naturaleza, teniendo como guía la funcionalidad mas austera de su par de cuerpos. No hubo nada más allá que el cuerpo de un hombre y una mujer, probando sus capacidades. Hicimos el sexo en la expresión más mínima que puede hacerse. Imposible simplificarlo más. Fuimos felices de todas maneras.

Luego de pensarlo, me parecería triste si en alguna parte del mundo hubiere un hombre que no se conmueva por actos tan simples como el que he de narrar, que es, como digo, lo más austero de que dos cuerpos son capaces.

Ella se sentó a la orilla de mi cama y una señal de su cerebro le indicó que abriera sus piernas. Yo que estaba frente a ella, me maraville de lo hermosas que eran ese par de piernas, eran de carne, con un color moreno lustroso, su forma sugería ya la dureza de los músculos vestidos de piel, sus rodillas eran marcadas y fuertes, y sus pies se apoyaban en los agudos tacones de sus zapatos. Ante este acto de mujer, lo que un hombre debe hacer es sentirse afortunado. Las piernas se abrieron como se han abierto millones de piernas desde que la humanidad habita la tierra, se abrieron igual que se abrieron las piernas más velludas y primitivas, sin ningún adelanto tecnológico desde las cavernas. Al abrirse aquellas piernas, y pese a lo bellas que son, mi mente primaria las recorre en una sola dirección, en dirección al pubis. Como el más ordinario de los hombres, mi verga se comenzó a llenar de sangre hasta endurecerse y una gotilla de líquido salió llorada desde la punta de mi pene cuando mis ojos, esos ojos que curiosean como los de cualquiera, notaron que a la altura del sexo de aquella mujer no había prenda alguna que ocultara su sexo. Con la incredulidad más inocente, me hice mil preguntas acerca de esa rara parte de la mujer que tenía enfrente. Era caliente, intuí, era húmeda. Una pulsación en el pantalón me jaló en dirección a aquel abismo negro que había entre las piernas de aquella mujer. Por un segundo mi mente comenzó a pensar, que es la cualidad que nos distingue de los animales, y suspiré, y en mi mente fluyeron ideas muy simples y concretas, un deseo de que no hubiese piernas abiertas sin llenar, que no existiesen en el mundo vergas duras que se queden con las ganas de mojarse en el cuerpo de una mujer. Instintos tribales condujeron mis manos al botón de mi pantalón, y de un tirón quedé desnudo. Mi cuerpo era como tantos cuerpos, con cada parte en su lugar. Así desnudo, mi ser volvía a ser atemporal, ajeno a la moda y al tiempo. Con una vela como único instrumento que iluminaba mi oscuro departamento, con una imagen de la divinidad en mi pared, esa habitación bien podría pertenecer a hace cientos de años, mi cuerpo era como el de los hombres de hace cientos de años, y quería lo mismo que los hombres han querido desde entonces. Ella se bajó de la cama y se tendió en el suelo, y yo me exalté de pensar que allí donde hubiera suelo sería un sitio propicio para poseerla. Ella continuaba con sus piernas abiertas. Por instinto, ella se llevó los dedos a la boca y los mojó con el lubricante más antiguo que hay, su propia saliva, luego se llevó la mano a su sexo y, haciendo a un lado de ellos sus labios vaginales, comenzó a frotarse muy, muy, muy despacio. Al contacto con sus dedos su coño disparó justo a mi nariz una dulce fragancia que de inmediato hizo que los poros de mi piel se erizaran de excitación. Probablemente, como desde siempre, el cuarpo del hombre respondió a ese estímulo cegándose a todo raciocinio, tomando su verga en la mano, dejando regarse las sustancias químicas que preparan para el placer, endorfinas y hormonas destilándose entre los tejidos que se ocultan bajo mi piel.

Camino lento, pues no sólo veo a la mujer, sino que ella también me ve, y quiero que note lo parada que tengo la verga, y cómo mis músculos tiemblan a cada paso que doy. Yo sé que llegaré y ella también. No hay negociación para la perfección previamente negociada que ya hizo la naturaleza. Conforme más me acerco ella mete sus dedos en su sexo, como diciéndome que quisiera tener algo ahí metido, algo que no sea su mano, algo como lo que yo tengo entre las piernas y más que listo. Me tiro al suelo y descubro la forma tan perfecta que una mano embona con sus pechos, no hay roces, sino un aprisionamiento firme. La teta se hunde ahí donde mis dedos aprietan, y los pezones saltan como lo han hecho por milenios. Mi boca muerde sus pechos y ella abre más las piernas. Enfilo mi miembro entre su raja y, siguiendo el procedimiento usual, me comienzo a introducir con fuerza. Mi verga, que estaba caliente, entró a un calor aun mayor, y comenzó a beber de aquellos jugos. Ella apretaba con sus músculos todo el tronco de mi verga. Me metí hasta bien adentro y moví mis caderas. Con mis antebrazos abrí su compás al ángulo máximo en que podrían abrirse, y comencé a arremeter una y otra vez, con una cadencia que pasaba del suave desliz de todo mi tronco hasta adentro al furioso cilindreo veloz. Conforme su sexo se humedecía más, su compás puede abrirse un poco más, hasta su límite, y acomodándome bien alcanzo a meterla toda. Por un tiempo prolongado mis caderas no se dedican a meter y sacar, sino a permanecer bien dentro y temblar, moverme, en el espacio tan reducido que es estar bien metido y hasta el límite de ella. Ese batirse en su sexo sin dejar que mi verga saliera ni un solo centímetro de su vagina la vuelve loca, y más la vuelvo loca cuando el centímetro que saco va a restregar el clítoris, que se le ha puesto duro como a todas las humanas que se encuentran así de penetradas, y comienzo a presionarlo en un vaivén absolutamente acuático. Su clítoris manda a su cerebro señales de placer que hacen que todo el cuerpo se sume a la excitación, el corazón envía más sangre a todos lados, cada vena entrega, como un cartero, un mensaje de dicha a cada célula, los pulmones intentan jalar más aire de la atmósfera, pero no es la atmósfera la que le niega el aire, sino un vacío que se comienza abrir en su interior. Nuestras bocas se encuentran y desencuentran en repetidas ocasiones y se saludan, luego se liberan, luego tienen más sed, y nos mordemos, y las lenguas se baten en un duelo donde sólo hay ganadores. Y así como el mar se sustrae a sí mismo para luego romper en una ola, así ella se contrae dos segundos, como si quisiera retener su propia explosión, pero es inútil, y todo su ser se expande, la sangre da un puñetazo desde las venas de su cráneo a aquellas que alimentan sus pies. No cierra las piernas, las abre más allá de donde ya no era posible abrirlas, las abre por dentro, se abre por dentro en toda su matriz, luego la contrae de nuevo.

Ni siquiera le he quitado el vestido, no ha sido necesario para hacer lo que estamos haciendo. En el piso no hay suavidad alguna que amortigüe la crudeza de nuestro acto. Ella ha sentido el placer justo como lo hacen muchas mujeres hoy en día, ha abierto las piernas como las abrió su madre, y la madre de su madre, y como las abrirán sus hijas, y las hijas de sus hijas, y yo me he comportado como se comportan, comportaron y comportarán, las parejas de éstas. Que ningún coño ansíe una verga y no la tenga, que ninguna verga llore la falta de unas nalgas.

Yo sigo bien metido, y haciendo juego en ese breve margen que divide el estar bien metido y no estarlo, empiezo a penetrar con vaivenes muy cortos, pero muy rápidos. Ella lo siente y pega sus senos a mi pecho, con una de sus manos acaricia mi cara y me mira fijamente, con admiración, y me mira con ternura, pareciera que la tengo sometida, pero su mirada y su risa me dicen que es ella la que me abre sus puertas, y me quiere. Toca mi cara como si fuese la más bella cara que existe, y ama mi coraje, y ama mi instinto, y me toca los labios, y me mete la mano a la boca, y sus dedos juegan con mi lengua mientras mis dientes la mastican con suavidad. Ella sabe lo que quiere, deja de poner todo en mis manos y comienza ella a mover su cadera con dedicación, y cada vez que quiero sacar mi verga ella empuja para empalarse, y el abrazo que me está dando en el cuello del pene es un abrazo rapaz. Por fin, consigue su objetivo, y comienzo a regarme dentro de su matriz en medio de estertores que me hacen dibujar una sonrisa enorme. Su cuerpo bebe mi semen y se abalanza sobre de él, como quien quiere preñarse. Grito y mascullo sonidos que quedan para siempre en el espacio. La vela titila alegre. La Diosa está complacida del rito que le hemos ofrecido. Nos quedamos bien pegados, y ella me acaricia la espalda como con compasión. Luego de un rato me despego de ella, pero ella me jala, aun no es el momento, pero parece serlo un rato después, justo después de haber compartido más besos. Ella es la mujer de siempre, la de todas las épocas, la que ha hecho feliz al hombre en todas las edades.

Se puso de pie y yo también. Se limpió el coño con una toallita, pero sin mucho empeño. De su bolso sacó unas bragas y se las puso. Yo la miraba extasiado haciendo esas acciones tan comunes. Como dos esposos le di un beso de despedida para que fuera a trabajar, como es debido. Dio dos pasos y voltea. Su cara no corresponde a una dentista, está demasiado contenta, el centro de sus ojos está dilatado, su cara está sonrojada y radiante, sus labios están hinchados, la base de su cuello está algo sudada, y entre las piernas saborea las mieles de los dos, cualquiera notaría que ha cumplido con un deber milenario de hacerle honor a su cuerpo. Me dice titubeando:

-He pensado muchas cosas. No sabes cuantas. Te veo esta semana, puede que te proponga algo muy interesante, bueno, interesante para mi, por lo menos.

Sigue sus pasos, voltea, me ve en el umbral de mi puerta mirando cómo se va. Se ríe. ¿Acaso luce mal? Todo lo contrario. Da otros tres pasos y vuelve a voltear sólo para confirmar que la sigo mirando. A cada paso que dan sus pies nuestra civilización y nuestra cultura se desmorona, ante sus ojos, mi arte desaparece. Es la mujer que todo hombre desea.

Estaba pensando en si bañarme o no, y terminé por sólo lavarme la verga. Tampoco quería vestirme, me recosté un rato más. El único pendiente que tenía para el día de hoy era impartir, como cada jueves, clases de comicidad a niños de la calle. Gratuitas, por supuesto. La mecánica es simple, salgo a la calle, veo algún grupo de niños que realice trabajo de payaso, les propongo pagarles el equivalente a lo que ganarán en una hora a cambio de que se sienten a aprender las técnicas más elementales. Hay algunos que tienen verdadero talento, hay otros que están irremediablemente perdidos.

El ocuparme de semejante actividad es cómodo porque no tengo que vestir mis atuendos completos, acaso pantalón de mezclilla, camisa normal, y nada de maquillaje, pues parte de la clase es un breve apartado de cómo maquillarse. La idea es que asimilen un punto fundamental, que la forma en cómo se pintan no debe ser descuidada e irregular, pues uno debe diseñar su personaje adecuado a la rutina que habrá de presentar, y eso, la creación del personaje es una labor casi existencial. Chaplin creó a Charlot, Marceau a Bip, son personalidades independientes de su autor que sirven como plataforma al sueño de todo aquel dedicado a divertir: Diseñar la rutina cómica perfecta.

La rutina cómica perfecta era algo difícil de concretar, yo soñaba con llegar a este punto, pero no podía conseguirlo, ya sea por falta de ideas, por falta de motivación o por falta de una compañía con cual interpretarla. En mis creencias espirituales existe un concepto que es la Rasa, que podría traducirse al español como sabor o gusto. Las rasas de la estética de la India definen nueve sabores fundamentales a través de los cuales uno degusta la vida. Las primeras son El Humor, El Erotismo, La Ira, El Heroísmo, La Tristeza, El Miedo, El Rechazo y La Sorpresa. La novena y más elevada rasa se denomina Shanti Rasa, encierra la ecuanimidad y la paz. En el sistema clásico se cree que si una obra de arte integra hábilmente combinadas varias de las rasas, el interactuar o presenciar tales obras puede conducir a quien la admira a Shanti Rasa. Yo por mi parte, en cuanto artista que soy, intuyo que no solamente el espectador puede llegar a Shanti Rasa, sino que el artista también, y esa es la realización personal máxima para él, es su iluminación, su nirvana.

Transmitir a los niños la idea de que para hacer reír hay que tomarse muy en serio este oficio, es difícil, pero no imposible. Lo cierto es que con el encuentro con Aleida me había entrado mucho apetito, así que salí de mi casa para ir a almorzar al Hotel Bamer, que queda a unas dos cuadras. Eran como las nueve y media y estaba a unos treinta pasos de llegar a la cafetería del hotel cuando veo a Gloria caminando por ahí, como con intención de visitarme.

-Hola Basil. Voy a tu casa.

-Yo voy a almorzar aquí en el Bamer, ¿Gustas?

-No. Mejor voy aquí a la Librería Gandhi y luego te alcanzo en la cafetería, o si no estás me paso a tu casa.

Dio media vuelta y no pude evitar lo sabrosa que se había puesto en estos meses de actividad sexual. Llevaba una blusa de algodón, blanca y ajustada, y debajo unos pantalones pescadores que le llegaban hasta la rodilla, su breve cintura estaba rodeada por un cintillo de cadena imitación oro, y en uno de sus tobillos llevaba puesta una pulserita de oro muy exquisita que llamaba la atención poderosamente. Llevaba puestos unos zapatos de Aleida, justamente los que llevaba puestos la primera vez que estuvimos juntos en mi apartamento y que le quité a besos. Todo lo que hace que un caballero voltee a verle el culo a una señorita en plena calle estaba en ella.

Se alejó de donde yo estaba. Yo me metí a la cafetería, ordené unos molletes con tocino, un jugo de naranja y un café; como me conocen ahí, pude decir que me fueran preparando todo y que en un momento regresaba. Salí y corrí en dirección a mi casa, entré de prisa en ella y me esforcé por mover la cama a manera que el extremo donde Gloria había puesto su inscripción y Aleida la había completado quedara de cara a la pared. Tomé el retrato de Aleida y lo guardé en el cajón de un buró y malvendí la cama. Salí corriendo y, agitado, me senté a mi mesa donde ya estaba todo servido. No me alcanzaba a secar bien el sudor cuando entró Gloria.

-¿Tienes calor?

-Un poco.

La había visto en el reflejo de las puertas de vidrio antes de que entrara. Ella, supongo, tenía la creencia de que yo no la podría divisar si estaba dentro de la cafetería, pero no contó con que los vidrios reflejan a veces lo que uno quiere o no quiere ver. Lo que yo vi es que casi al llegar a la cafetería, ella se desabrochó dos botones de su blusa. Si su intención era llevarme a la cama encontraría una negativa, pero una negativa que me costaría mucho dar, sobre todo porque la verdadera razón no la podía yo explicar.

-Te acompaño con un café- dijo. Esos botones que se había desabrochado sí marcaban una diferencia entre lo que se entiende una buena chica y lo que es una que seduce. Por el canalillo frontal que se hacia en la blisa abierta se alcanzaban a divisar los medios círculos de sus pechos, tocándose. Estaba linda. Ahora que la tenía frente a mi de nuevo pude reconocer mil rasgos de Aleida en ella. En apariencia eran muy distintas, una blanquísima, la otra morena, una de cabello rubio, la otra de cabello castaño casi negro, una más alta que la otra que le alcanza la estatura con sus siempre hermosos tacones. Por cierto.

-Lindos zapatos...- observé, sabiendo de quién eran.

-Me los prestó mi Mami. Ya la conoces, es ni más ni menos que- cambió su rostro como dispuesta a remedar a Aleida y hacerla ver ante mis ojos como alguien cuadrado- "Hola, soy la Doctora Aleida Merino, para servirle".

Yo esbocé una pequeña sonrisa, pues en efecto así se presenta ella la primera vez que uno llega a su consultorio. Desde luego yo sé, o creo saber, quién es Aleida en el fondo, y consideré aquella broma como algo inadecuado o lejano de la realidad. Gloria intuyó que no me había gustado que hiciera chistes a costa de su madre, y rectificó de una manera que me resultó muy ilustrativa.

-No te creas. La verdad es que mi Mami es muy linda. Bueno. Ha sido linda desde un tiempo para acá. Si me hubiese preguntado hace tres meses "¿Oye, podrías jurar sin lugar a dudas que tu Mami es linda?" no sabría que contestar. Pero ha cambiado mucho.

-¿En serio?

-Si te contara.- "Si yo te contara a ti" pensé – Hasta hace unos meses yo la verdad no comprendía a mis padres. Siempre alejados, siempre trabajando. Todos los días llegaban a las diez u once de la noche, siempre estaban atiborrados de citas. Creo que para que me pudieran dedicar una hora de su tiempo más me valía encariarme una muela, pues sin cita no me atenderían. Eso sí, dinero para esto, dinero para lo otro, siempre había. Era como si compraran el derecho a ausentarse. Ambos han cambiado. Imagino que es por la sexualidad...

-¿Qué tiene la sexualidad de tu Mamá?- pregunté sin medir lo indiscreto que era mi pregunta. Afortunadamente Gloria no interpretó nada respecto de mi forma de preguntar. Contestó.

-No es solo mi madre, son ambos. Creo que no hacían el amor regularmente desde hace años. De un tiempo empecé a notar a Mamá como que más cachondona, como si hubiese despertado su sensualidad, pasó a ser de la fría dentista a una esposa joven recién casada.

-¿Por qué lo dices?- pregunté realmente interesado.

-Bueno... es que es una indiscreción, y no sé si soy buena para contar estas cosas.

-Tu cuenta- dije con complicidad.

-Empecé a notar que mis padres comenzaron a llegar más temprano y esperaban a que yo me durmiera. Yo escuchaba mucho movimiento en la recamara de ellos, y hubiese supuesto que hacían el amor, como todos los esposos. Sin embargo, reconozco que Papá no tiene una figura que le permita hacer movimientos muy ágiles, lo cual podría ponerlo en desventaja respecto de la agilidad de Mamá. Cada día sucedía lo mismo. Yo no sabía qué ocurría, así que un día subí a espiar como la niña mala en que me has convertido, y lo que ví me dejó sin habla. Mi madre le estaba dando una mamada a mi padre, pero no creas que una mamada torpe, no, una mamada digna de la más puta de las putas...

Mi cara mostró sorpresa. Y Gloria pensó que por saber el secreto de la prestigiada dentista, pero no fue eso, sino una descarga de celos que recorrió toda mi espina. Sentí un calor vaporoso en todo el cuerpo y me comenzó a sudar la nuca. Ella continuó, pues mi sorpresa no le indicaba que debía detenerse.

-...Le chupaba los testículos con fuerza mientras que con su mano le jalaba su cosa, zangoloteándolo. Nunca había visto a mi Papá tan feliz, y a mi Mamá ni se diga. Acepto mi culpa de haberme puesto muy caliente mirándolos, y me hubiera empezado a masturbar a no ser que llegué tarde. Mi padre comenzó a eyacular de una manera que no me hubiera imaginado en él, y la pervertida de mi madre se comió todo el esperma, y lo poco que se regó fuera se lo untó en las mejillas. Ella no era mi madre, no, definitivamente no era mi madre. ¿Pero sabes qué? Esta nueva mujer que ella es me gusta más. Ojalá así hubiese sido toda su vida. Ya vez, ahora hasta sus zapatos me presta. El otro día hasta me recomendó que, si me portaba indebidamente, al menos usara condones, y eso, créemelo, es inexplicable. Ella nunca me diría cosas así. Pero tengo una teoría.

-¿A si, cuál?

-Creo que la muy perra tiene un amante.

-Por qué lo dices.

-Siento que eso de darle las nalgas a mi Papá es algo relacionado con una culpa que siente. Para Papá no es mal negocio, teniéndola en exclusiva nunca se la cogía, y ahora, compartida, diario recibe los favores de Mamá. Hoy se la cogió muy temprano, antes de que ella se fuera a trabajar, pero no fue a trabajar, yo llamé al consultorio y ella no estaba, y su secretaria me dijo que llegó como a las nueve. ¿Dónde estuvo entre las seis cuarenta que salió de la casa y las nueve? No lo se, pero estoy segura que a mi padre debería preocuparle. Bueno, Papá no es tonto, como dentista que es, sabe que no dará una cita a las siete, pero como no es nada tonto, dejará que Mamá vaya a revolcarse con el amigo que la pone de punto.

-¿Y tu que sientes respecto de eso?

-¿De qué?

-De que tu Mamá ten... pudiera tener un amante.

-Le daría las nalgas yo también. –dijo abriendo los ojos- Si ha sido capaz de encender a mi madre de esa manera ha de ser una señora verga que quiero conocer. Además es medio mi padre, ¿No?

No reí mucho de su chiste incestuoso. Yo quise expresar algo.

-¿Cómo explicas que tu madre fuese con un amante si acababa de hacerlo con tu Padre? ¿Acaso él es eyaculador precoz?

-No qué va. Mi padre, así gordo como lo viste en la plaza comercial, practica yoga, y se las ingenia para durar cerca de una hora. Te lo juro, el otro día les medí el tiempo. ¿Eyaculador precoz? ¡Qué va! Hoy en la mañana si gimieron, y lo hicieron como una hora con diez. Oye, a excepción de ti, ninguno de mis novios me ha dedicado tanto tiempo.

-Peor aun. ¿Cómo explicas que vaya con un amante después de una sesión tan "reconfortante"?

-Ay mi amigo. Sabes mucho de las mujeres en ciertas cosas, pero en otras no sabes nada. Una mujer siempre cambiaría una buena cogida por dos buenas cogidas, si son el mismo día mejor. Siempre hay espacio para más... creo.

-Crees.

-Si, creo. Siento que voy aprendiendo muy lento. Si pudiera decirme a Mamá que me enseñe a ser tan perra como ella me ahorraría mucho tiempo, pero es algo que no le puedo pedir.

-Tienes razón, es algo que no puedes pedirle.

 

Queriendo cambiar de tema porque en ese momento yo me sentía francamente cornudo, aunque el esposo engañado fuese otro, e iba a comenzar a decir algo, pero ella se me anticipó diciendo.

-Lo que tenga que aprender de mi madre debo aprenderlo ya.

-¿Por qué la prisa?

-Se va a Colombia.

Me quedé atónito. Sencillamente no tuve nada qué decir ni qué pensar. Ella pensó que me sorprendía de que una mujer tan exitosa abandonara una brillante carrera para yr a ejercer la nostalgia, pero en verdad me había sentido herido varias veces y en muy poco tiempo.

-¿Cómo que se va a Colombia?!!!!-

-Ayer me dijo. Va a aprovechar un simposium de dentistas que habrá allá, y se inscribirá en un diplomado. Estará allá cuatro o cinco meses, pero siento que no se regresará tan pronto. Le dijo a Papá que la acompañara, pero éste le dijo que hoy le resuelve. Pobre Pa, si no va con ella la va a perder. Yo estoy aquí tan tranquila y ni siquiera sé si deciden irse los dos a Colombia, pues de ser así no querrán dejarme sola, mucho menos ahora que Mamá intuye que soy una mujer y no una niña.

Las sorpresas continuaban. Yo ya quería dejar atrás el tema de Aleida. Me pregunté si aquello interesante que me adelantó era que me invitaba a irme con ella a Colombia. Si era así, ¿Por qué no me lo dijo de una buena vez? Me sentí como el lado B del disco. ¿Si su marido aceptaba me diría "adiós, nos vemos dentro de unos meses"? Cambié de tema.

-Pero bueno. No ibas a mi casa a contarme todo esto, ¿o sí?.

-Era una de las cosas. Necesitaba decirle a alguien de estas cosas. Me ponen nerviosa. Me siento descansada de contarte el riesgo que hay de irme a Colombia. Y lo otro, lo de mis padres, pues me siento bien, pues es un tema que no podría tratar con nadie sino contigo. Y sí hay otra cosa, pero esa sí te la tengo que decir en tu casa.

Yo estaba muy callado de regreso a mi departamento, pues toda la realidad en que estaba yo parado parecía no ser exactamente la verdad de los hechos. Mi alma rebelde daba vueltas alrededor de una frase que me cuesta mucho decir, y ahora más, "Basil, creo que estás enamorado", pues decirme eso implicaba "Basil. Te han puesto los cuernos". Técnicamente no tenía yo de qué quejarme, pues lo único que había recibido yo de Aleida habían sido gustos.

Llegamos a la casa. La cama estaba sin tender, colocada de manera ridícula contra la pared para que Gloria no viese el "arreglo" que tenía su signo particular. Las prisas me habían llevado a voltear la cama y no barrer debajo, por lo que se notaba que la había movido esa misma mañana.

-Veo que no has perdido el tiempo- dijo Gloria.

-¿Por qué lo dices?

-Aquí huele a sexo. A sexo. A sexo. –me decía, y al decir sexo bromeaba con la lengua, como si se saboreara.

-Ya basta.

-¿Te cogiste a tu ayudanta? ¿O tal vez a otra admiradora?

-Basta he dicho. ¿Qué es eso que querías decirme?

-¿Qué piensas de los novios con los que me has visto?

-Creo que son normales. Uno más guapo que otro, pero normales. Lo importante es que se ve que te quieren.

-No. No me quieren. Quieren lo que tengo, pero no me quieren a mi. Por ahora no ando con nadie. Y cuando me has visto ¿Te han dado celos?

-No. Tal vez con el chico que fuiste a besarte en mis narices, el del hilillo de saliva después del beso de minutos. La vez del acto del silbato.

-Estamos a mano. A mi si me dieron celos de saber que te ibas a coger a tu ayudanta, porque te la cogiste, ¿no es así?

-¿Qué me querías decir? No creo que sea esto. Creo que sabemos que eres una chica muy linda que tarde o temprano encontrará un amor a su altura, no un payaso como yo.

Ella se hizo un poco para atrás y se sentó en el banquillo de mi tocador y, haciendo un desplante de fuerza femenina me habló con un aplomo que la verdad me sorprendió. Dijo:

-Está bien. No necesitas ser rudo conmigo, mi único pecado es admirarte y querer aprender de ti. Te parezco bonita, pero hay miles igual de bonitas que yo. No vuelvas a barbearme con eso, ni te hagas el humilde o finjas ser poca cosa. Estoy de acuerdo con lo que irónicamente quieres aclarar, no nos casaremos; aclarar eso hará que esta amistad sea más sana. Pero no por eso no vamos a ser amables, y llevarnos bien. Te voy a contar que cuando me hiciste el amor yo no sabía nada del sexo, que era un mundo deseado por mi, pero desconocido. Ir contigo hasta el otro extremo de mi vida fue muy dulce, y eso te lo agradezco. Estúpidamente creía yo que todos los hombres eran iguales, ya no digamos tonterías de que tuvieran el pene igual y demás, sino que eran iguales. Llevo ya cuatro novios desde aquel entonces. Los cuatro me han tenido en la cama. No han sido precisamente discretos, me he hecho de mala fama muy pronto. Lo malo es que es una mala fama que ni siquiera ha valido la pena porque no importa cuan galanes sean o qué cosas me digan para ganar mi cariño, una vez que estamos en el hotel se vuelven unos patanes insufribles. Conociendo La variedad que me ha tocado conocer me convenzo cada vez más de lo afortunada que fui en elegirte para mi primera vez. Eres especial, y lo sabes, por mucho que bajes la mirada y te apenes sabes que no eres común, eres más bien un garbanzo de libra, y si no estuviera convencida de que nunca le serás fiel a una mujer, estaría pensando seriamente en atraparte, pero te digo, mi creencia es que como pareja eres una fuente tanto de placer como de sufrimiento. Mejor así como estás, ¿No crees?

Ella me miraba mientras decía todo esto, como para rescatar reacciones que yo pudiera tener. Yo abundé:

-Es interesante el concepto que tienes de mí. ¿Hay otra cosa que quieras decirme?

-¿Me estás echando?

-Desde luego que no. Mi interés es real y tengo curiosidad.

-En realidad si. Recuerdas el primer chico con el que me viste. Tendría tres años menos que tu, si acaso, pero están tan lejos uno del otro. Pensé que sería buena idea andar con un chico más grande, así podríamos acostarnos sin tantas complicaciones. Pero las hubo. Luego me fui al extremo, y anduve con Carlos, que es el muchacho más jovencito con el que fui una vez. El de la saliva. Pensé que siendo yo la parte fuerte no habría complicaciones, pero las hubo.

-¿Qué complicaciones exactamente son las que ha habido? Me da mucha curiosidad.

Ella se puso muy seria y su cara pareció adoptar todo un marco de tristeza antes de que dijera su oscuro secreto. –No sé mamar bien- dijo. Yo no pude aguantar la risa y me reí tan espontáneamente que ella se indignó. Me dio un golpe en el hombro con su puño bien cerrado que realmente me dolió y se paró del banquillo como si quisiera marcharse impulsivamente. Yo la tomé del brazo y la retuve. Mi contacto, aunque fuera a manera de detención, le hizo mucho bien. Le pedí que me explicara.

-Eso. Como se oye. No sé mamar bien. Todo marcha muy bien hasta que tengo que dar una mamada. Todos mis novios han opinado lo mismo. Y es por esa razón por la que estoy aquí. Quiero que me enseñes.

Yo me apené mucho e incluso me sentí algo acosado. Mi fidelidad a Aleida, que estaba en su momento más flaco dado que minutos antes me había enterado de su aparente traición, sin embargo era bastante capaz de oler que darle aquellas clases a Gloria eran sinónimo de problemas, pues sin ser su padre me sentiría algo incestuoso. Mi verga, sin embargo, parecía no haber tenido suficiente con lo vivido en la mañana, pues con dolor y todo comenzó a despertar como un niño desvelado al que quieren enviar al colegio. Yo quise desviar la plática hacia un aspecto metafísico de la mamada que era bastante importante de saber, la cual no exigía clase práctica.

-Mira Gloria, sólo hay un secreto para mamar bien, y es el siguiente: Mamar debe gustarte. A mi, por ejemplo, mamar un coño me resulta vital, no sólo me excita el calor de un par de labios en mi boca, sino que me gusta el olor, me agrada el sabor de los jugos que la mujer emana, me gusta que se hinche todo el sexo mientras lo mamo. Yo podría mamarle el coño a una mujer diariamente si así me lo pidiera. Si mamas creyendo que lo haces por la otra persona, estás mal, no lo haces por el otro, lo haces por ti, porque te gusta, porque estás hambriento y entre tú y un perro que lame una bandeja vacía no hay diferencia. Ese es el principal secreto. Si encima eres visionario y piensas que el sexo de la otra persona se va a poner muy en forma con la mamada, entonces te has convertido en un profesional. De lo que me has dicho tomé nota de una expresión, tu dijiste "Todo marcha bien hasta que tengo que dar una mamada", tu dices "hasta que tengo", como si no te naciera. Así no es la cosa. Tal vez no te gusta la idea de mamar vergas...

-No creo que sea un rechazo de esa naturaleza.

-Explícate.

-Porque, por ejemplo, mamartela a ti si me gustaría.

-¿Ves? No eres caso perdido. –Dije haciéndome el tonto.

-Yo no lo sé. Como has de imaginar yo no he mamado vergas...

-Ahí sí cada quien su vida...- me interrumpió, como para atusar mi hombría. Yo seguí.

-No he mamado vergas nunca, ni pienso hacerlo, pero siento que aplican las mismas reglas que para mamar un coño. El secreto es la afición que uno tenga al hacerlo.

-Bueno. Conmigo no sientas esa limitación lírica. Si no me ilustras tu, ¿Quién lo hará? ¿Mi madre? Mira. Imagina que eres amiga mía y que eres bien puta, tan puta que sientes todo eso que dices sentir cuando mamas un coño. Si tuvieras qué explicarme ¿Cómo me dirías?

-Te diría que lo primero es que de alguna manera anuncies que vas a mamar, que quieres mamar. Ya sea que te acerques como a dar un abrazo inocente y como que no quiere la cosa abras la bragueta de tu novio, cuidando de que al hacerlo tus piernas estén algo dobladas, como avisando que te pondrás de rodillas o cuclillas en cualquier momento. Eso le dirá al chico que no haga planes, que por lo pronto tu ya tienes unos.

-¿Y qué más?- dijo acercándose justo en la forma que yo había relatado.

-Ese no es el plan.

-No me la vas a negar, ¿O sí?. Si me la niegas serías aun peor que cualquiera de aquellos con los que he andado, ellos al menos me cogen. Además, no parece que tu entusiasmo sea poco. Mira.

Miré. Su mano había sacado ya mi verga del pantalón y ésta estaba apuntadísima para la labor docente. Supe que no me salvaría de esta. Mentiría si dijese que me resistí mucho más. Ayer hubiera podido con esto, pero hoy no, imaginarme a Aleida dándole esa mamada a su esposo me tenía muy confundido, tanto que en mi idiotez y cretinez creía ser objeto de una traición porque, que idiotez, porque en el fondo creía que las mamadas de Aleida eran sólo mías.

-Sigue. No pares. –dijo ella con una voz ronca, emanada de un lugar distinto a su garganta, modificada por el calor. Decidí entregarme completamente, pues no había medias taras en esto, tan grave era dejar a mi virtual hijastra que me mamara la verga como grave era hacerle el amor muy intensamente. Yo asumí el papel de aquella amiga puta imaginaria que le daba consejos, y ella los comenzó a practicar en mi. Mis instrucciones fueron dadas en medio de jadeos. Continué.

-Ya que la has sacado del pantalón, frótala lentamente, casi como si no la tocaras, como si tus dedos fuesen plumas que rozan la superficie del tronco. Mientras haces eso, distrae la mente de tu novio besándole en la boca, acaso diciendole algunas cosillas alusivas a su verga.

-La tienes bien rica.

-Exacto, cosas así.

-Me gusta.

-Bien. Evita tocar de esta manera el glande, toca así, suavemente el tronco, como si fuese tu mano la cola de un ave celeste. Notarás que el pene comenzará a pulsar para arriba y para abajo, como demandando más fuerza. Cuando sientas estas demandas, aprisiona la verga en uno de tus puños para que el novio sepa que si tu lo quieres podrías arrancarle la verga, o besarla. Solo entonces podrás ir flexionando las piernas para ir bajando tu boca. No está mal si al bajar comienzas a masturbar el pene, con una torpeza masculina que reduzca tu novio a un miserable puñetero, pero sigue distrayendo la mente besándole el cuerpo. Ya sea que traiga ropa o no, puedes morderle las tetillas. No muy fuerte, sólo para que se sienta algún tipo de presencia animal.

-Vamos a desnudarnos.-dijo ella. Yo estuve de acuerdo. Nos desnudamos y adoptamos justo la posición que teníamos, como recordando que todo esto no era sino una clase muy seria. Ella estaba mucho más linda que cuando la desvirgué, sin duda su cuerpo había embarnecido y se había adaptado para joder. Puedo jurar que en ningún momento de su vida va estar mejor que esta mañana, aunque quien sabe, me he llevado sorpresas de mujeres que luego de tener hijos se ponen aun más buenas y la energía les cambia tanto que son una verdadera delicia.

-Baja lamiendo el pecho y el abdomen.

-Hueles mucho a sexo. Me pones muy cachonda.- dijo ella casi maullando. Desde luego el aroma que ella alcanzaba a percibir era el olor mío y de Aleida, era la fragancia del sudor. Por un momento llegué a pensar que ella secretamente deseaba que no me hubiese lavado el pene, pero no era así, era la única parte que me había lavado hace un rato.

-Eso. Debe gustarte el olor, debes aprender a tomarle gusto a los olores de humanidad cruda, es mejor si aprendes. Aspira como si el perfume natural del otro fuese una droga que te mete en éxtasis. Ya que llegas ahí, debajo del ombligo, no te apures en mamar de inmediato la verga, hazla a un lado y besa la pelvis con la lengua, luego hazla para el otro lado y sigue besando la pelvis, eso llenará a tu amante de desesperación, pues sabe que tarde o temprano te la meterás en la boca, y él sólo anhelará que ese momento llegue cuanto antes. Para que me entiendas mejor, la cabecita del pene es el glande, en general el tronco es todo lo demás, los testículos ya los conoces, la parte del pene que verías si estuvieses acostada debajo, es el dorso, y la parte que verías desde arriba es el canto, la parte de piel que queda entre los testículos y el ano es lo que yo llamo la costurita.- Ella me miraba con admiración y paciencia. Sus ojos estaban como perdidos, esperando las siguientes indicaciones.

-Una buena manera de mamar es si te diriges directamente a chupar los testículos. Los testículos son por naturaleza una parte ruda, con ellos no debes andarte con sutilezas, así que puedes morder suavemente o chupar agresivamente. Así, puedes alternarlo, así. Con una mano puedes empuñar el pene mientras haces eso. Se siente delicioso. Ya que lo has hecho, puedes lamer con la lengua, muy lentamente, el dorso, sentir el na lengua la textura de esa verga que vas a tener, su grandeza y dureza son un canto que te homenajean a ti. Ya que terminas de subir por el dorso, sin meter los dientes, engulles la verga de una manera rá...pida. Así, justo así. Cómetelo todo, siente en tu lengua y el paladar todo el vigor que irradia la verga. Puede que no ames su imagen, puede que no mueras por su sabor, pero si sabes asumir su vigor, si logras percibir esa energía bronca, mamar te va a gustar mucho. Los dientes no juegan si tu cabeza está yendo en dirección de la pelvis, cuando tragas, pues se siente demasiada agresión, intimida, pero si los utilizas al alejarte de la pelvis, mientras la estás deschupando, eso será delicioso, así, un rozar de dientes apenas fuerte. Sabrás que un punto favorable de una buena mamada es que haya un batidero. Una mamada no se brinda para que el cuerpo siga impecable, es válido y hasta deseable que la cara del que mama quede hecha un asco, pues eso no está mal, sino que refleja el grado de perdición del que mama. Por eso debes hacer eso que estás haciendo ahora. Tragar y destragar emanando mucha saliva, eso abrirá el apetito de la verga para meterse en la humedad máxima del coño. Así. Mientras das esa mamada, una de tus manos puede apretar los cojones y dar una nueva dimensión a ese ir i venir. Puedes colocar tu piel de los labios sobre los dientes, hasta que parezcan la boca de una anciana, y mamar con un contacto fuerte al tronco del pene. Dará la sensación a tu amante de que se está cogiendo un hoyo muy estrecho, y lo sumirá en la fantasía de que te está desvirgándote la boca.

Así siguió un rato. Mientras yo me dejaba querer. Se detuvo, separó su boca de mi verga y yo vi cómo su cara angelical estaba parcialmente endemoniada en los labios, que estaban hinchados de tanto mamar, en las mejillas tenía el brillo de la saliva fresca, sus ojos afiebrados. Preguntó.

-¿Hay otra forma menos ceremoniosa para hacer esto?

Luego de pensar muy poco contesté. –Por supuesto, pero es cuestión de estilos. Tal vez yo te he dicho esto porque es de la forma en que más lo disfruto. Pero si, tienes razón, hay otras formas de hacerlo.

Cuando le dije que había otras formas de hacerlo mi mente voló directamente a aquel incidente que había tenido en el cubo de espejos con Don Jonatán y sus dos hijas gemelas. En específico recordé que yo me estaba cogiendo a Cathy, que estaba empinada, y que cuando Andrés me quitó la venda de los ojos mi sorpresa fue total al ver cómo la boquita pequeña de Cathy estaba abrazando por completo la verga de su padre, y recuerdo que por momentos la mamada de Cathy fue, digamos, normal, un tipo medio tendido, acaso el tipo se mueve un poco, mientras la chica despliega su arte, sin embargo, esa mamada era igual de hambrienta que la que me estaba prodigando ahora Gloria. La otra manera de dar una mamada en que pensé no era esta, sino la que vino después. En aquella ocasión, a medida que Don Jonatán vio que yo arremetía con más fuerza sobre las nalgas de su hija, éste cambió de actitud y pasó de ser aquel caballero que recibe agradecido una mamada a un violador de bocas. Se enderezó y se puso de frente a Cathy, la tomó de detrás de las orejas y jaló su cabeza a manera que el blanco rostro de su hija se encajara en su pene. La verga de Don Jonatán le ha de haber llegado hasta las amígdalas o más allá, y así mantuvo el rostro de Cathy profundamente empalado. El rostro de Cathy se puso muy rojo, como quien no respira. Don Jonatán la liberó un poco sólo para que diera una bocanada de aire, para luego jalarle la cabeza para volver a penetrarle la boca a tope, y eventualmente, ya que tenía a Cathy perfectamente atravesada, bombeaba sus caderas, como si no importara que el lugar en que la estaba metiendo era la garganta de su hijita, como si la lujuria lo hubiese cegado y lo único que quisiese era un agujero húmedo dónde meterla. Le hubiera dado lo mismo cogerse a una cocodrila si el culo de ésta le ofreciera la sensación de calor, hueso y carne que le ofrecía la cálida boca de Cathy. Con esa idea en la cabeza, que no era precisamente mi estilo de amar, le expliqué a Gloria.

-Creo que el hombre tiene una fantasía muy simple, sentir que al penetrar llega al tope, que ya no hay más por abrir, que él ya abrió todo lo abrible. Esta experiencia, creo, no la puede obtener ni de la vagina ni del culo, pues estas dos cavidades no las llenará nunca. Sin embargo, la boca si parece tener un límite de hueso muy específico, y no es difícil llenar ahí porque, salvo raras excepciones, cualquier hombre tendrá la verga de al menos una boca de longitud. Esa es otra manera, en la cual el hombre ensarta a la mujer por la boca. Este estilo sólo tiene sentido para la mujer si está de acuerdo en convertirse en un mejo objeto sexual. Hay quien se hará la digna y rechazará este estilo, pero hay quien sentirá en esta humillación un momento de libertad, un momento en que perteneció al hombre de manera incondicional, rebajándose hasta el nivel de no existir en sí misma y asumir que es de alguien, que no tiene voluntad, y al no tener voluntad, tampoco responsabilidad, ni preocupaciones de ningún tipo. Y a veces es rico, muy rico, someterse.

-Sométeme entonces. Pero olvídate que me estás enseñando, de lo contrario no sentiré la libertad de que me hablas. Úsame.

La tendí en el banquillo y me paré frente a ella, mi verga quedaba a la altura de su boca. Ella comenzó a tragarme, pero ya que ella me había tragado hasta donde ella consideraba prudente tragarme la sorprendí tomándola de la nuca para que su cabeza y su boca no huyeran de lo que yo iba a hacer, sin misericordia di un empellón con mi cadera, sumiéndole la verga hasta que sentí tocar fondo, así la penetré una y otra vez, sin importarme quien era ni qué pensaba al respecto, era yo satisfaciendo mi instinto más bestial. Cada vez que sacaba mi verga para que ella respirara un poco, la veía, y para mi sorpresa sentí un placer muy intenso de verla sometida y humillada, babeando espuma blanca, como si yo me hubiese corrido ya varias veces en su boca, con sus ojos me pidió que no fuera tan rudo, y fue justo lo que no hice, por el contrario, fui rudo. Dentro de todo esto pasaba una cosa bien rara, pues estaba yo con mi verga bien metida en su garganta y lo que hice fue inclinar el abdomen, doblándome sobre ella y abrazándole la cabeza con mis antebrazos, y esa imagen era una imagen muy tierna, la abrazaba como si fuese mi hija pródiga que ha regresado y yo la castigara y mostrara mi amor en ese abrazo que con los brazos reconforta pero con la verga ultraja. Y así, con mi abrazo patriarcal le llenaba la boca con los embistes de mi cadera. Luego la dejé respirar. Ahora toda su cara estaba hinchada. Supongo que esos conatos de asfixia tienen alguna relación con cierta falta de oxigenación que marea, y este mareo le agrega a esta mamada un toque muy especial. Ella estaba mareada. La vi tan maltrecha que la consolé con un beso en la boca, un beso que ella agradeció, pues en todo este rato no nos habíamos besado y yo más bien me había estado dejando seducir o violar, y este beso curativo era mi primer gesto de que no sólo ella quería un contacto físico, sino que yo también. Con la mano te arreglé un poco el cabello y le limpié los excedentes de saliva que tenían la cara de ella hecha un asco, y al contacto de mi mano ella se restregaba en ella como un gato agradecido. Descubrí que tal vez yo tenía talento para humillar, y ella para que la humillaran, y que ambas cosas tienen que ver con el amor en estos segundos de después, cuando el humillador le hace sentir al humillado cuánto le importa y lo feliz que es al humillarle, y lo condecora con caricias que lo convierten en su víctima preferida, en la mejor víctima del mundo. Gloria, que había estado mamándome ya mucho tiempo parecía no haber disfrutado tanto con ninguna de mis sutilezas, y en cambio sí había entrado en un gozo profundo con esta última práctica. Eso me sorprendió y me dio algunas ideas.

-Esto sí se me hizo muy fuerte.

-¿Te lastimé?

-No, no fuerte de dolor. Fuerte de intenso. Estoy mareada.

-¿Ves? Siempre se aprende algo nuevo.

-Ya me habían hecho algo muy parecido. De hecho tres de mis novios intentaron esto, metérmela hasta el fondo de la boca, pero esos intentos no tuvieron nada qué ver con esto que tu me has hecho. A ellos les faltaba algo...

-¿Qué?

-Autoridad. Les faltaba autoridad. Esos desplantes no eran congruentes con ellos. Contigo sí son congruentes, es congruente que tu quieras hacer con mi cuerpo lo que te de la gana, y es congruente que yo lo acepte por venir de ti. No lo había visto, hasta ahora. Te respeto y te quiero más de lo que suponía. Me haces mal pero no puedo evitarte.

Yo no dije nada. Le acariciaba el cabello y la abracé. Ella se restregó contra mi cuerpo y sentí delicioso. Ella quiso espabilarse y dijo, secándose una lágrima que había brotado de sus ojos y que yo no interpreté que fuera de tristeza o dolor.

-Pero bueno, mi clase no ha terminado. No me has dicho nada acerca de cómo usar las manos.

Le expliqué, no sé si de mala gana cómo usar las manos, le dije que para usar las manos era adecuado que el pene estuviese bien embadurnado de saliva, o mejor aun de lubricante, que están hechos para que las sensaciones literalmente resbalen. Le dije que una forma de entender el uso de las manos era sentirse hombre, la senté en el banquillo y me senté encima de sus muslos con mis piernas abiertas y le pedí que me masturbara, pero que pensara que yo no estaba en medio de su cuerpo y mi pene, sino que pensara que era su pene y que tenía muchas ganas de regarse, le pedí que pensara en cómo penetraba una chica rubia, y la describí a ella, y le describí justo cómo la había penetrado la primera vez, y narré cómo se veían sus nalgas al empalarse, pero le pedí que pensara que era ella la que penetraba. Hecho este ejercicio, le di otros consejos, de cómo mamar los testículos y masturabar al mismo tiempo. Le dije de la maravilla que era manipular el pene y cómo debía ser lista y tomar el pene y frotarlo haciendo un arillo con su mano para recorrerlo a todo lo largo, como si le colocara un condón interminable, pero que evitara frotar empuñando la verga, pues, si bien eso vuelve loco a su amante, éste se correrá demasiado pronto. Pasamos esta lección sin mucho entusiasmo, quizá fue la parte en la que me sentí realmente didáctico y ella realmente académica. Era como si nos hubiésemos quedado trabados en la mamada asfixiante y tuviéramos ambos la necesidad de hacer algo al respecto. Yo desde luego no tenía en mi apartamento instrumentos de sadomasoquismo, pero al menos una soga y sábanas sí tendría.

En mi habitación tenía una barra para hacer ejercicio y una tabla inclinada para hacer abdominales. La barra era un tubo firme que atravesaba de lado a lado una esquina de mi habitación, y la barra era de esas que son de madera forradas con esponja y lona para evitar lastimaduras y frío, y podía ajustarse en distintos ángulos en una base bien firme de madera.

Pensé en colgarla de la barra, pero supuse que eso sería incómodo para ella y para mi, así que coloqué la barra de abdominales casi al ras del suelo y le pedí que se recostara allí, yo saqué del armario una gruesa cuerda de cuando pensaba aprender a hacer equilibrismo. Comencé a rodearla con la cuerda dejándola medianamente ajustada, pasando lianas debajo y encima de sus tetas, incluso había sogas abrazándola a ella y a la tabla a la altura de su abdomen, y en todo momento cuidé de que ella alzara sus brazos para atárselos después. Había yo comprado unas ligas para hacer ejercicio que terminaban en un par de grilletes de tela con velcro, y supuse que servirían. Ella estaba abandonada a mis maniobras como si fuese la ayudanta de un mago a la que no le importa ser atravesada por una pandilla de espadas.

Quedó atada a la tabla de abdominales. Yo de vez en vez la besaba, besos secos, besos de cariño, la pasión vendría después. Las cuerdas sin duda le dejarían marcas. Ya que estaba bien atada y con sus brazos libres hacia arriba, hice el esfuerzo para cambiar la inclinación de la tabla de abdominales, dejándola a sesenta y cinco grados. Con esa inclinación la gravedad la jalaría hasta el suelo. Afortunadamente pisaba el suelo, pero llegaría el momento en que no lo haría, y entonces las sogas apretarían su cuerpo en un abrazo de boa. Coloqué todo el aparato a manera que quedara a distancia suficiente de la barra para colocar las ligas estiradas al máximo. Pasé de un lado a otro las ligas y le coloqué los grilletes a sus muñecas. Colgaba de la barra, sus brazos al cielo como los de una clavadista que desea zambullirse en las nubes, su tórax firmemente amarrado a la tabla inclinada. Todo estaba listo.

Ella respiraba al principio con tranquilidad. Yo fui a mi armario y le arranqué una pluma a un sombrero que tenía y con ella comencé a rozarle la piel de los pezones y los senos. Sus poros se erizaron al instante, Luego pasé la pluma por las axilas y a lo largo de sus colgantes brazos. Supongo que la inclinación y el esfuerzo comenzarían a hacer estragos en la circulación de sus brazos, que paulatinamente se pondrían lívidos y fríos, y que los grilletes terminarían por lastimarle primero y luego a no importarle. Yo comencé a morderle las axilas y ella se retorcía en el breve espacio que las sogas se lo permitían. Le lamí los brazos y luego seguí mordiéndole las axilas. No sé si siguiendo la moda ella no se había depilado las axilas, así que tenía un vello espeso. Me cambié al otro brazo, igual le mordí las axilas y le lamí los brazos.

Le lamí y mordí el tórax y los senos. Ella daba quejiditos leves. No podía moverse, sólo retorcerse. Todo estaba muy normal y el dolor estaba en un plano medianamente mental, pues ella apoyaba sus pies en el suelo como si estuviese a la orilla de un acantilado, pero apoyada, sin embargo, en medida que yo le alzara las piernas y ella no tocara el suelo, la inclinación misma haría que su peso tuviera que descansar en el arnés de sogas y en las ligas y los grilletes.

Sin mucho ritual le tomé de los tobillos y alcé al mismo tiempo su par de piernas, ocasionando el efecto que ya sabemos. Ella se quejó, pero yo callé ese quejido metiendo mi cara en su sexo, comenzándolo a chupar con la avidez de un perro siempre hambriento. Ella no distinguía entre el dolor y el placer, y sólo se retorcía. Sus piernas, jaladas por mis brazos, hacían una elegante "V". Yo seguía mamando, lamiéndole los labios de su sexo, metiéndole la lengua hasta el fondo, demostrándole que era cierto lo que yo le había enseñado, que una buena mamada inicia cuando quien mama lo disfruta más que aquel a quien le maman. Separé mi cara y soplé su sexo que se contraía como un caracol, luego volvía a lamerle el coño y apartar mi cara, lo que veía era un espectáculo divino, su sexo era ya un perfecto ovillo que pedía a gritos la penetración, era un elegante alcatraz de color rosa, y el clítoris su coqueto pistilo. Me puse de pie y así, casi verticalmente y en el aire la empalé. Coloqué sus corvas en mis hombros y comencé a penetrarla durísimo. Ella sentía de todas maneras un alivio con que yo la penetrara así porque con sus corvas en mis hombros y mis manos en sus nalgas la alcanzaba a cargar un poco, y cargarla un poco significaba no estar suspendida ni de las cuerdas ni de los grilletes. Yo le besaba en la boca y eventualmente me pasaba a morderle las axilas, lo que le encantaba. Movía mi cadera en distintas maneras y en una de ellas encontré el punto exacto en el que ella habría de tener su orgasmo. Cuando sucedió ella gritó con un tono doloroso pero sublime. Yo dejé de penetrarla y bajé a mamarle todos sus jugos.

Sin desatarla me dirigí a la bañera y la comencé a llenar con agua caliente. Ella se había vuelto a apoyar en el suelo, pero considerablemente más débil. Exhausta. Me miraba con compasión, ella me miraba con compasión a mi, siendo que ella era la que estaba atada, no yo. Yo me vestí con ropa de manta, blanquísima, para convertirme en ángel. Cuando la bañera estaba casi lista. Fui a donde ella estaba inmóvil y aflojé las sogas y quité los grilletes. Ya que estaba bien flojo todo, la saqué por un extremo, ya tendría tiempo de acomodar todo, lo importante era tomar su cuerpo frágil y llevarlo cargado hasta la bañera. Cuando la cargué ella me abrazó, era yo un rescatista que la salvaba del infierno. El agua estaba bastante caliente como para que ella se sacudiera un poco al momento en que la metí lentamente a la tina, pero bien pronto encontró las ventajas de aquella agua. Yo vertí algunas hierbas al agua, unas que uso cuando me lastimo. Era como meterla a bañar en un té. Ya que estaba ella sentada en la tina, casi completamente sumergida, saqué un jabón uy comencé a lavarle los pies, dándole un masaje muy delicado. Una vez que terminé de lavarlos se los mordí con la dulzura de un cachorro de leopardo, voraz pero desdentado, y su cara me dijo que se sentía muy bien. Así le fui tallando sus piernas, su sexo. La verdadera tarea vino al bañarle el tórax y las clavículas, pues tenían las marcas de las sogas. Lo hice con gran cuidado, dándole alivio. Mientras lo hacía nuestros ojos se miraban, se decían mil cosas, todas ellas tiernas. La brutalidad había sido obligatoria para valorar más la ternura, que quedaba expuesta en toda su desnudez. Sus ojos tenían lágrimas. Ella rompió el silencio.

-Me gustas.

Era tan simple lo que me decía y sin embargo me llenaba de alegría. Nadie puede obligar a la gente a que otra le guste. El gusto es gratuito y diáfano. Ojalá toda la gente que se gusta se lo dijera mutuamente, y que no fuera mal visto no ser correspondido, así no habría miedo en decir eso, "me gustas". Y no le contesté, sin embargo todo mi cuerpo le gritaba que ella me gustaba también, se lo decía con caricias. Sus muñecas estaban algo lastimadas.

La saqué de la bañera y la sequé con la más blanca y suave de mis toallas. La recosté en la cama y comencé a ponerle crema en todo su bello cuerpo. No hubo tramo de piel que no le encremara, desde la parte interna de los dedos de sus pies, su ombligo, su ano, sus axilas, todo fue tocado. Las marcas de las sogas además de ser atendidas con crema eran bendecidas con besos. Ella se dejaba atender, obediente a los deseos del esclavo. Comencé a vestirla con la ropa que traía. No dejé que ella por sí misma hiciera nada, todo lo hice yo. Al final también la peiné. Era tan linda.

Ella me pidió el pirógrafo y en la base de mi cama inscribió un par de corazones atados por unas sogas, y debajo de ambos, un libro abierto de par en par, con sus hojas en blanco. No hubo explicaciones.

Tenía hambre de nuevo. Ella iba a tomar su bolso, pero yo lo tomé por ella y se lo coloqué en el hombro. Ella se iba a marchar pero yo la invité a comer. En la mesa del restaurante, frente a una sopa de pollo con verduras, ella me dijo.

-Ya necesitaba estar con un hombre de verdad.

Nos despedimos luego. Los planes de ir a enseñar comedia a los niños de las calles habían sido violentamente trastocados. Todavía había tiempo, pero no estaba seguro de querer emprender nada, el día ya había desquitado su lugar en el calendario. Regresé a mi apartamento dispuesto quizá a dormir un poco, pero nada me advertía que eso no sería posible.

Me había apenas recostado sobre la cama cuando tocaron a la puerta, eran golpes fuertes, enérgicos. Sentí la intención de no abrir, pero escuché la imperativa voz de Andrés diciéndome. "Abra. Sé que está ahí"

Yo fui al armario, ya tenía yo en una bolsa la ropa y los zapatos que Andrés me había prestado. Pensé en abrir la puerta y entregarle el paquete y decirle simplemente "gracias" y listo. Pero no fue así. Abrí la puerta y vi que venía, acompañando a Andrés, Don Jonatán. Pero no era el Don Jonatán que yo recordaba, sino un Don Jonatán demacrado que hasta parecía más bajo de estatura, aunque sin duda seguía midiendo lo mismo.

-Hola payaso- dijo con voz débil y temblorina- ¿Nos invitas a pasar?

-Pasen.

Andrés y Don Jonatan entraron a mi habitación, Andrés no mostró el más mínimo interés en mi apartamento, pero Don Jonatán entró y aspiró el aroma que reinaba, dibujó una sonrisa y cerró los ojos para aspirar de nuevo, y yo sentí que el viejo, porque ahora eso era lo que era, un viejo, tuviese algún poder extrasensorial de conocer los acontecimientos que habían ocurrido en un lugar con sólo cerrar los ojos y oler la atmósfera. Abrió sus ojos y miró hacia la tabla de abdominales que aun tenía las sogas colgando, vio la bata y los grilletes, y la bañera con agua aun tibia, y dijo.

-Veo que te has estado divirtiendo payaso. Que bueno.

-¿Qué le trae por aquí?- dije pretendiendo acortar la plática que no tenía aspecto de que pudiese ser del todo amable, y no es que le guardara rencor a Don Jonatán por lo de las gemelas, qué va, sino que yo intuía que no teníamos ningún punto común.

-Vengo porque necesito que hagas un trabajo para mi. Una tarea muy especial.

-Como no sea hacerle el amor a Usted...-dije pretendiendo bromear. Andrés me miró con ganas de despedazarme, con la fiereza de un perro que no permite que nadie le falte el respeto a su amo. Probablemente me hubiera hecho algo, pues Don Jonatán alzó una mano como diciéndole "alto".

-No vengo a que te burles de mi, payaso. Aquí el payaso eres tu. Pero sobre todo, no te burles de mi porque esta vez vengo como el mas serio de los hombres, y el negocio que voy a proponerte no tiene nada que ver con el dinero. ¿Te crees muy payaso? Yo te voy a probar. El trabajo que te propongo es muy sencillo...

Tosió en este momento, con una tos que no se escuchaba nada bien, como de alguien que tiene serios problemas de salud.

-... Quiero que hagas reír a mi hija.

Yo, queriendo no ser irónico, pregunté. -¿A cual de las dos? ¿A Cathy o a Sandy?

Él comenzó a reírse con una carcajada de anciano, de esas que le dan a los viejos cuando recuerdan los tiempos pasados en los que la juventud les permitía hacer todavía diabluras, con esa nostalgia amarga de saber la incapacidad actual. De la risa pasó a la tos.

-Ja, ja, ja. Andrés, recuérdame de no irme de aquí sin darle quinientos pesos a este payaso, ha hecho mi día. Cathy. Sandy. ¿De verdad crees que te iba a dejar poner las manos en mis hijas? Ellas no son mis hijas. Yo las protejo, las impulso, y ellas me lo agradecen haciendo lo que yo les pida. Caray, en verdad creíste... Bueno, mi estimado payaso, has de admitir que tener esa creencia enriqueció tus experiencias, tus límites de lo posible se abrieron a horizontes insospechados, mi engaño sembró en ti una lujuria que para ti era inconcebible. Te las cogiste a sabiendas, porque me confirmas que caíste en el engaño, de que eran mis hijas. Eres un cabrón, payaso.

Su forma de hablar era estridente, como alguien que es muy malo pero ya no tiene energía ni paciencia para hacer maldades, como alguien que sabe que tiene poco tiempo y deja de aprovechar todas las oportunidades que el mal le tiende. Su plática estaba plagada de tantas muecas que prácticamente podría decir que dependiendo el tema que estuviese tratando, interpretaba un personaje.

-No soy un cabrón.

-Si lo eres. Te estás cogiendo a una hija a pocas horas de cogerte a la madre, discúlpame payaso pero para mí eso entra en la definición de un cabrón. Seguro que no les has comentado tu agenda, ¿Cierto? Esas cabronadas son dignas de mi, no de ti. Además eres amigo de... ¿Cómo le dicen? El Machaco.

Me hizo saber que me tenia bien investigado. Seguro sabía todo respecto de mi vida. Sentí que su intención no era delatarme ni hacerme la vida imposible, sino darme a entender que no podría negarme al trabajo que me proponía.

-Bueno, no vamos a hablar de tu vida, que es muy interesante. Lo que quiero es que aceptes el trabajo que te digo. Cathy y Sandy no son mis hijas, mi hija real es muy distinta a ellas, es casi opuesta. –Al hablar de su hija real su rostro cambió de aquel ser burlista al más serio y comprometido de los hombres- No es linda como ellas, no es sociable, es gris, voluble, impredecible, filósofa, y como todo idealista, es muy infeliz. Tiene veinte años y los últimos tres años los ha pasado en cama. Tiene varias enfermedades, pero yo siento que la peor de ellas es una enfermedad que tiene en el alma. Cuando era una bebé tenía una risa muy linda, una risa que me llenaba la vida completamente, ¿Qué no hubiera yo entregado por verla reír?, sin embargo, conforme fue tomando conocimiento del mundo, conforme fue comprendiendo las cosas, su risa se murió. No la he vuelto a ver reír desde los cinco años. ¿Te sorprende? Así es, no ha reído. Cuando veo tus actos en la calle siempre me haces reír. Esto te lo iba a proponer hace tiempo, pero un imprevisto en el montaje de las gemelas terminó por cambiar el sentido de la historia, te llevé al cubo en vez de al sitio para el cual te había estado vigilando.

-¿Y cómo se supone que habré de hacerla reír?

-Ese, mi querido payaso, es tu problema. Yo puedo hacer que todas las cosas estén dispuestas, pero la labor de hacerla reír es tuya. Te ofrezco la mitad de lo que tengo a cambio de que la hagas reír, y que desde luego puedas demostrármelo, a ser posible que yo lo vea con mis propios ojos. Créeme, payaso, la mitad de mi reino no es poca cosa. Desde luego no te daría tanto si el reto fuese fácil. Hay cosas que debes saber. Ella no se reirá ante nada que tu hagas si llegas presentándote como payaso. Si apareces de la nada, desconfiará de ti. No siente odio por nadie y ahí está parte del detalle, que mucha de nuestra risa nace de saber que alguien se está chingando, o que alguien sufre. Si le cuentas un chiste que evidencia la tontería de alguien, no se reirá, sino que se compadecerá del tonto. Para que puedas siquiera tener oportunidades de tener éxito deberás irte a trabajar como mayordomo a mi mansión, y vivir ahí, durante un mes, mínimo. Serás su mayordomo particular, su siervo, y deberás actuar justo como tu eres, si finges ella lo detectará y te rechazará. Deberás servirle, no habrá fines de semana de descanso ni escapadas a esta que es tu vida, pues ello despertaría sospechas. Si ganas su confianza entonces podrías ir pensando en hacerla reír, no antes. Mi vida ha cambiado mucho, no me queda mucho tiempo, y al repasar mi historia sé que hay muchas cosas que puedo comprar, y lo único que no puedo comprar es lo que, curiosamente, más deseo. Cuando ella era niña yo daría todo por verla feliz, ¿Por qué no habría de dar lo mismo ahora?.

Su causa parecía ser noble y era sin duda un trabajo que podría intentar. Era un reto y el premio parecía ser inmenso. Pero también tenía la sensación de que aquí, en mi casa, tenía cosas por hacer. Esperaba aun algo. Tal vez una invitación de Aleida para irme a Colombia. No sé. Pensé que mi sueño máximo era diseñar la rutina cómica perfecta, una que conjuntaza las nueve rasas y provocara la risa de la liberación humana. Pero este acto cómico, este acto de hacer reír a alguien que ha olvidado como hacerlo, es una afrenta que ningún payaso idealista como yo resistiría.

-¿Eso es todo?- Pregunté.

-Eso es parte, - aclaró Don Jonatán – esa, ganarte la confianza de Ligia y hacerla reír es la parte fácil, la parte difícil es que mientras estés en la casa no debes sucumbir a las seducciones de mi mujer...

-¿Cómo..?

-¡Que no te la cojas!. No te hagas el que no entiende. La segunda consigna de esta misión es que estando en mi casa, ni fuera de ella, te cojas a mi mujer. No porque me importe quien se la mete, sino que, si lo haces, ella no será discreta, y si Ligia se entera de que tu también fornicas con ella, hasta ahí llegó tu misión, pues sentirá desprecio por ti.

Guardé silencio. Iba a decir algo pero Don Jonatán se sumió en un trance nostálgico que le hizo pensar en voz alta.

-Mira muchacho. Todos tenemos una naturaleza que ya nos es propia. Somos cabrones o no lo somos. Una persona es lo que debe ser, y cumple su destino. Mi vida es un desmadre bien hecho. Diría que todo cuadra, tengo la esposa que merezco, los amigos gandules que merezco y los enemigos que merezco. Pero algo no cuadra en todo esto, Ligia no merece los padres que tiene, y eso me parte en dos. Si el mundo es armonía, ¿Por qué coño nació Ligia en mi casa? ¿Sólo para presenciar los vicios que tanto detesta? Cuando Randa, mi esposa, y yo nos conocimos, sentimos una atracción mutua inmediata. Yo vi su cabello pelirrojo, largo y rizado, enmarcando aquella cara suya de fuego, su nariz afilada, su boca carnosa, sus ojos grandes y verdes, y me enamoré. Sus hombros y su escote ostentaban pecas, y eso, saber que era pelirroja natural, me obsesionó. Si a eso agregas que sus pechos son abundantes, su cintura es minúscula aun hoy, y su culo es caliente y vasto, es fácil entender por qué me enamoré instantáneamente. No soy yo de los que se enamoran, soy más bien de los que se encaprichan y están acostumbrados a obtener lo que desean a toda costa. He sido, a lo largo de mi vida, un cazador de excepciones, como Cathy y Sandy, el dinero compra todo, sobre todo excepciones. Y la belleza de Randa era así, excepcional. Mi costumbre era divisar las excepciones latentes. En una ocasión tuve una secretaria más bien feíta, muy devota de su casa y de su familia, con convicciones religiosas muy fuertes. Invertí mucho dinero en infiltrar una puta en el trabajo de su esposo, una chica que el desabrido obrero no podría evitar, y me las ingenié para que ella los descubriera, y ahí entré yo, a consolarla. No descansé hasta que le metí la verga en el culo mientras ella dejaba a su bebé más pequeño en una habitación contigua, evalué su precio, y por una cantidad que a mi no me significaba nada compré que ella rompiera todos sus valores y engañara al esposo que amaba. Una vez que le desbaraté el culo a vergatazos la despedí, pues ya no era excepción para mi, ya era una puta como las demás, encima fea. Esa acción definió mi vida siempre. Buscaba situaciones íntegras para romperlas descaradamente. No me importaba el cuerpo de nadie, sino que se rompieran los votos dados y se desquebrajaran las fidelidades. Pero te he dicho que el flechazo entre Randa y yo fue inmediato, a ella también le gustaron mis formas, le gustó la forma en que daba propinas, la musculatura de mis autos, mi estilo de vida, ella quería mi estilo de vida, quería formar parte de él.

-Yo no siento complejo porque una dama se acerque por dinero.- continuó- Todas lo hacen de una u otra manera, no soportan estar a lado de alguien que no tiene nada. Mi dinero es parte de mi, yo soy yo con dinero. Mi dinero no es cosa distinta de mi. Hay muchos ricos lujuriosos en este mundo, ¿Por qué una chica acepta tu dinero y no el de otro rico? Porque tu dinero lleva tu estilo, es como si las monedas y los billetes tuvieran tu rostro. El dinero actúa como su dueño lo dirige. Puede que mi cuerpo les gustara a muchas, pues no está mal, pero puede que les gustara cómo era mi dinero, mi enorme verga de monedas que todas quieren entre las piernas. Yo impacté a Randa con todo lo que era y tenía. Mi dinero importaba, le gustaba mi dinero, no el de los otros ricos. Me acerqué a ella y la sonsaqué. Era una putita potencial que no sé cómo había llegado virgen a los dieciocho años. Yo tenía treinta y cinco años en aquel entonces, era un viejo para ella. Desde luego la investigué y supe que tenía un noviete, un chico cualquiera, guapo, bien parecido, pero en general un pobre diablo que pagaría su casa en abonos y se alegraría cuando un pinche banco le autoriza una tarjeta de crédito. Supe que mientras yo estaba con Ruana ellos se siguieron viendo, y durante nuestros dos meses de noviazgo ella le seguía recibiendo en la ventana de su casa para platicar. Seguían siendo novios pese a que yo le había dado el anillo de compromiso. Yo supuse que así sería, y que ellos se separarían una vez que nos casáramos. Unos cuantos viajes a Europa y a Sudamérica harían que el pobre diablo no pudiera sencillamente seguirnos. Mis espías me contaban cosas extrañas, tales como que ella le presumía el anillo de compromiso al muchacho y cosas así, que ella se ponía ropa que yo le había regalado para verse linda para él. Yo deseaba romper ese amor puro, puse precio a esa excepción. Llegó el día de la boda y para mi sorpresa ella se dio la maña para hacer que el chico acudiera a nuestra boda. No sé qué pensó el muchacho de ver a su novia casándose, jurándole amor eterno a otro hombre y ver como yo le plantaba un beso de lengua en el altar. Tal vez tenían un plan, pero yo conocería ese plan durante la fiesta de nuestra boda. Le regalé un prendedor de perlas a Randa y se lo colgué al vestido de novia. El prendedor tenía un micrófono oculto. Cualquiera que fuese lo que ella platicara con quien sea, estaría siendo escuchado por Andrés, mi fiel servidor, y si él advertía algo injurioso para mi, me lo mostraría, y yo sabría qué hacer.

Hizo una pausa y continuó.

-La fiesta se desarrolló en paz, ella estaba muy contenta sabiéndose esposa de un millonario, presumiéndome ante sus amigas muertas de hambre, provocándoles envidia. Bailó con muchos de mis amigos y ella parecía tener un orgasmo cada vez que un amigo mío la sacaba a bailar y le prendía del velo un cheque, ninguno con menos de cuatro dígitos. Por fin el invitado secreto de ella pidió bailar una pieza, colocó en su vestido algunos billetes, era una cantidad miserable que a él le ha de haber costado una fortuna ganar y más aun desprenderse de ellos para guardar las apariencias. Bailaban y platicaban, aparentemente como viejos amigos. Andrés me fue a buscar, de dijo que tenía que escuchar algo. Yo me sentí muy celoso, pues él tenía instrucciones de sólo molestarme si se percataba de algo grave. Fui con él al lugar donde grababa todas las conversaciones de Randa. Lo que escuché no me sorprendió, aunque igualmente me encolerizó. Recuerdo bien que el chico le dijo "No estoy seguro de que debamos continuar con esto. ¿Cómo vas a hacer que el viejo no se propase contigo durante la luna de miel?" y ella le contestó con voz pícara "le diré que tengo la regla. Tu no te preocupes. Mi primera vez es para ti, ya te dije." Él contestó a esto diciendo "Sabes que no soportaría que fuese de otra manera. Randa, yo te amo, te amo ¿Me entiendes?" y ella, "Si, yo también te amo, pero comprende que esto durará unos meses y después podremos vivir tu y yo felices. Gozando del dinero que le saquemos al viejo". No quise escuchar mas. Sencillamente regresé a la fiesta y me comporté como el esposo mas amoroso, aunque en la mente supe lo que haría. En realidad lo que hice fue lo que cualquier hombre con un mínimo de dignidad hubiera hecho.

-¿Y qué fue?- pregunté con curiosidad de saber qué era eso que según Don Jonatán era lo que cualquier hombre haría de estar en sus zapatos.

-Dejé que la fiesta siguiera y pedí disculpas porque la novia y yo nos íbamos a ausentar un momentito, pidiendo que nadie se marchara, porque el pastel estaba buenísimo y queríamos repartirlo nosotros personalmente, pero que queríamos estar a solas unos minutos. La llevé del brazo rumbo a una habitación. Ella se veía liadísima con su vestido de novia. Ella esperaba que en la habitación le fuese yo a regalar algún collar o algunas joyas, pero al sentir mi respiración más agitada ella empezó a resistirse y a preguntarme "¿Qué haces?", y yo contesté, vamos a tener un momento íntimo tu y yo. Ella se interpuso llena de lealtad. "Jonatán, si quieres te doy una mamada, es que me esta bajando la regla" dijo, y yo contesté, "Eso lo veremos". Y entrando a la habitación estaban ahí ocho caballeros elegantemente vestidos, mis amigos precisamente, todos con sus vergas fuera del pantalón, todos agitándoselas. Ella se frenó en seco y me preguntó qué significaba todo eso. Yo le expliqué que ella estaba ahora para servirme y si era mi deseo que mis amigos la gozaran como parte de mi noche de bodas, así sería. Ella quiso respingar, pero yo le dije que armaría un escándalo en la fiesta si no aceptaba, que la desprestigiaría publicando la cinta en la cual había grabado su plática con su amiguito especial y que, además, dejaría ella de disfrutar de mi inmensa riqueza que era suya también. Sin opción, le pedí que se recostara en la cama y le di unas cuantas mamadas en el coño, para que no estuviera tan frío, y sin mayor trámite le deje ir mi verga hasta adentro, desvirgándola, pensando en su cretino novio. Comencé a bombearla y le dije.

-Vete acostumbrando, que así va a ser nuestra vida matrimonial. Llena de sorpresas. Si eres lista vas a disfrutar de las atenciones de mis amigos, si eres tonta te resistirás y pasarás un mal rato. Recuerda que regresaremos a partir el pastel, y si sufres tu cara será un asco y yo me encargaré que así salga en los periódicos. Si la violación es inminente ya mejor disfruta y mueve el culo.

Ella comenzó a mover el culo y a gemir. Delé de penetrarla y le dije que pasara con cada uno de mis amigos a darles una mamada, que desquitara los cheques que le habían puesto en el velo, y ella, de rodillas fue pasando de una verga a otra, conociendo que éstas presentan una gran diversidad, prietas, blancas, rinconeras, gruesas. Yo permanecía detrás de ella para supervisar que los mamara bien. Por lo visto era virgen , aunque no de su boquita, que parecía tener una noción muy clara de cómo hacer un buen trabajo. Yo me puse a su lado y le metí ideas muy adentro. "Te gustan las vergas, estás aquí para chupar vergas y sacarles la leche. Eres una puta." Ella parecía estar comenzando a disfrutar. De rato ella ya estaba teniendo sus vergas preferidas, casi nada, la que más le llamaba la atención era la de mi amigo Justo, que tiene unos veintidós centímetros de envergadura. Justo se recostó en el suelo y le ordené a Randa que se diera de sentones. Ella comenzó a montarlo como la puta que era, qué sencillo me había resultado haber sacado a flote ese aspecto oscuro. Ella se encajaba en la verga de Justo como si tuviese piojos dentro del coño y quisiera matarlos metiéndose la dura verga de mi amigo. Mientras, dos de mis amigos le ponían sus vergas a la altura de la boca. La muy perra no necesitó más ordenes o instrucciones, comenzó a darnos servicio a todos. Yo desde luego cogí un poco de vaselina de un cajón y se lo unté en el culo, y así, a rajatabla me adentré en su ano para batirme poder a poder con Justo, aunque no era yo rival para ese tronco especial. Le dolió a Randa, pero supongo que ella pensó que esto era así, y lo soportó. Yo me quité y uno a uno mis amigos la penetraron por el culo, y de ahí se iban a la boca. Justo exigió un cambio de agujero e hizo que Randa lo montara, pero con el culo. Ella no se lo pensó dos veces y comenzó a cabalgarlo a horcajadas. Yo le hice una señal a Andrés, y él cumplió una tarea que le había indicado previamente. Se fue al salón de baile y con engaños sacó al noviecito de Randa de la multitud. No fue difícil para Andrés someter al noviete, ponerle una mordaza, amarrarlo con las manos a la espalda y encaminarlo a la habitación en que estábamos para que observara por una rendija de la puerta lo que su fiel novia estaba haciendo.

Cuando el infeliz llegó a mirar, Randa montaba a Justo con un frenesí animal, y otro de mis amigos, conciente de que aquel coño se estaba desperdiciando al no ser penetrado, la clavó. La muy puta agarró con la mano la nalga de mi amigo que la penetraba por el coño y la apretaba, como exigiéndole que se la cojiera más fuerte. Mientras mis otros amigos esperaban su turno para ser beneficiarios de la boca de Randa. La muy cerda gemía como si la estuviesen matando, pero estaba feliz dándole su cuerpo a mis amigos y a mi mismo. Yo fui el primero en regarme dentro de su coño, Justo le seguía dando por el culo y yo estaba metido en su vagina, cuando empecé a manar mi leche en su matriz. Luego siguió otro. Y luego otro, y otro, y otro. Todos se fueron metiendo donde mismo, y nos hermanamos en un pacto de semen usando como caldero la matriz de mi esposa, todos los que me siguieron se batían en la leche de los demás, sintiendo un coño resbaloso, hinchado. Mientras, siguiendo mis instrucciones, Andrés sujetaba con su brazo izquierdo al noviete, para que viera cómo todos mis amigos estaban regando su esperma en la vagina de Randa, pero con la derecha le bajó el pantalón y le sacó la verga...

Yo voltee a ver a Andrés imaginándome lo que seguía por platicar Don Jonatán, y el fiel chofer, como apenado y cabizbajo, volteó la cara, como justificándose bajo el argumento de que estaba en cumplimiento del deber.

-... y comenzó a hacerle una puñeta. Como había supuesto, el novio estaría según él muy indignado de ver el trozo de puta que él amaba, pero traicionado por su propia bestialidad de macho tendría la verga bien parada, y así era, ver aquella escena tan, según esto, humillante para él, lo tenía muy caliente, y Andrés no tuvo que manipularlo mucho para que él comenzara a regarse. Cuando eso iba a pasar, yo abrí la puerta de par en par para que Randa y él se diesen una última mirada, ella estaba siendo regada por Justo en el culo y por Randy en la vagina, mientras que su novio estaba vertiendo su leche en manos de Andrés. Se vieron, no sé que se dijeron. El chico lloraba mientras eyaculaba porque había sido roto su corazón, no por ver violada a su novia, sino por verla tan cómoda satisfaciendo a todos los caballeros que ahí estábamos, y ella también lloró, pues no sólo había perdido la inocencia, sino que había descubierto que ser puta era su naturaleza, que había roto no sólo una, sino todas sus inocencias. El chico fue echado y amenazado de castración si se le veía cerca de mi casa o de Randa en cualquier circunstancia. Mis amigos se dieron una peinadita, le arrojaron billetes en el cuerpo a Randa y ésta, sin mucho conflicto, los juntó. No lloró humillada, no se deprimió, sino que supo que ella sería mi perdición.

Luego de un suspiro, Don Jonatán continuó.

-Bajamos a la fiesta mis amigos, Randa y Yo. Ella estaba colorada, afiebrada. Todo mundo supuso que le había dado yo un adelanto de la noche de bodas, pero no sabían qué tipo de adelanto era ese. Mis amigos la saludaron y se despidieron como si minutos antes no la hubieran culeado, sus amigas la rodeaban felices y una de ellas, la que atrapó la liga, no pudo dejar de advertir que la liga olía extraño. Todos recibieron pastel de manos de Randa. Hubiera sido muy simple divorciarnos, pero ni mi dinero ni mi agudeza podían abatir a esa mujer. Yo estaba dispuesto a hacer un infierno de cada día que viviésemos y siempre ella se convertía en la diablesa de ese infierno, no víctima, sino soberana de él. Cuando por fin la iba a echar de mi vida porque hacerla penar me había aburrido, me dijo que estaba encinta. Yo no estaba seguro que la niña fuese mía, así que hasta una vez que nació y le hice exámenes de ADN pude por fin reconocerla. Hoy la vida parece cobrarme todas juntas. Randa ha hecho de mi mansión un vasto terreno para sus vicios, y mi salud ha empeorado, ya no puedo darle batalla. Al parecer la hija de la chingada habrá de sobrevivirnos a mi hija y a mi, y se quedará con todo. Y yo, lo único que espero es que aceptes la tarea que te encomiendo para poder ver a mi hija reír, al menos una vez, es algo que no puedo comprar, es algo que sólo conseguirás si lo persigues pensando en la risa, no en el dinero.

-Creo que acepto su propuesta, pero sólo le podré dar una respuesta concluyente hasta el día de mañana.

-Mañana vendremos.

Salieron de mi apartamento y yo me recosté, tenía tantas cosas en qué pensar. Pero el día aun no acababa. Tocaron a la puerta ya casi de noche, era la secretaria de Aleida, me llevaba un sobre. Era una carta de Aleida, necesitaba verme y me citó en el restaurante giratorio que queda en la cima del World Trade Center. Subrayaba, era importante que llegase entre las nueve y nueve veinte de la noche, ni antes, ni después.

Salí volando rumbo al restaurante. Llegué puntual. Ahí estaba ella, más hermosa que nunca.

-Tenemos que hablar rápido- me dijo- Te invito a Colombia. Yo pago todo.

Yo, que ya me lo esperaba, le pregunté en qué términos, y ella contestó –Sin términos. Yo y mi esposo tenemos que ir allá por una cuestión propia de dentistas, pero él estará allá unos dos meses nada más, así que yo podría mandarte avisar cuando puedes ir y alcanzarme. Me gustaría presentarte a mi familia.

-Cuando ese momento llegue supongo que podremos hablarlo.

-¿Pero cómo ves?

-Veo que es como es.

Me despachó de ahí, el que llegó fue su marido, casi chocamos en la puerta de entrada del hotel, él no me reconoció, yo sí, él era el mismo, sólo que mucho más delgado. La mesa tenía velas y se besaron con lascivia. Me fui, lo mío no es el masoquismo. En mi cama tenía que recoger sogas y ligas, y reacomodar mi cama. Una cosa era segura, no podría seguir ocultándole a Gloria del gran riesgo que había de que me convirtiera en su padrastro.

Las cartas estaban echadas. Aceptaría el trabajo de Don Jonatán, y después ya vería qué. Dos misiones, hacer reír a su hija, y la más difícil, no cojerme a su mujer. ¿Será realmente tan difícil una cosa y otra? ¿Cómo será la tal Ruana?

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Noche de brujas

Día de muertos

Amantes de la irrealidad (01)

Lady Frankenstein

Expedientes secretos X (I)

El Reparador de vírgenes

Medias negras para una ópera de reims

Una gota y un dintel (II: La versión de Amanda)

Una gota y un dintel (III: La versión de Pablo)

Los pies de Zuleika

Una gota y un dintel (I)

Amar el odio (I)

Amar el odio (II)

Amar el odio (III)