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Arakarina (20: El bar y Samuel)

en Grandes Series

ARAKARINA XX

EL BAR Y GENEALOGÍA DE SAMUEL

EL BAR

Si bien el amor funcionaba de maravilla dentro de los muros del grupo, no era lo usual que aun los esposos dentro de la grey se viesen fuera de las cuatro paredes de la secta. En esto, ni Sara ni Julio eran la excepción.

Por ello cuando Julio le pidió a Sara que salieran a divertirse, ella no pudo más que sorprenderse. El lugar sería un nuevo bar que se llamaba "On line". Era un bar concurrido, incluso de moda, en el no podía entrarse sin reservación previa. Julio lo arregló todo.

El bar partía de un concepto virtual. De hecho el dueño era un tipo joven, no muy bien parecido, aunque tampoco feo. La idea de su bar le vino luego de romper una relación sentimental. Le explicaba a un amigo: "Sabes. Este mundo es más miserable de lo que se puede llegar a suponer. ¿Ves aquél sujeto?, ¿Es apuesto, no te parece?, Sueno como un envidioso y es que lo estoy. Mira su chica, mira cómo le ve, ¿Percibes el deseo?, ¿La atracción?. Ese cabrón es un suertudo de haber nacido tan guapo. A mí las mujeres nunca me tragan a la primera. Siempre tengo que abrir la boca, prometerles cosas, ser un poco el amigo, el confidente, el perro fiel e incondicional que mueve su cola gustoso ante el menor gesto.

No tuve esa suerte de gustar, tal vez tenga la de convencer, pero no la de gustar. Y eso es realmente patético. Soy de la idea de que, por más que te esfuerces por convencer, por más que luches por formarte una imagen atrayente, todo lo que digas son pamplinas, estas hipnotizando a tu chica para que se crea la ficción de que eres atractivo, si eres hábil te encontrará más portentoso, más interesante. Creo también que si se presenta un guapo nato, romperá tu hechizo por fuerte que sea. Ojalá existiera un bar que no estuviera hecho para gente guapa, bella, cosmopolita. Ojalá hubiera un bar donde la gente primero tuviera la oportunidad de conversar y luego de verse, y no viceversa. Ojalá existiera ese lugar, donde tuvieras la opción de poner sobre la mesa tus cartas, tus virtudes, tus ideales, para que cuando la chica te viese, te encontrara ya envuelta en el hechizo, o si eres hombre vayas predispuesto a admitir un cuerpo imperfecto.

Se me ocurre lo siguiente, un bar en el que se distribuyan un gran número de mesas, las mesas estarán iluminadas por luces taciturnas, cálidas, tenues, sobre cada mesita habrá una esfera con un número anotado, este número identificará la mesa en la que estás. Los muros tendrán espejos estratégicamente acomodados a manera que desde cualquier punto del bar puedas divisar a quién quieras que te pudiera llegar a interesar, y sobre todo, a quién quieras interesarle. Sobre cada mesita habrá un teléfono, cada teléfono será una extensión, y el número de extensión será el número de mesa. Habrá también una operadora cerebro que distribuya y envíe los telefonazos. Si una chica te gusta, marcas el cero y te contesta la operadora, le dices a quién quieres contactar y ella canaliza tu llamada. Los teléfonos no sonarán, tendrán focos, el verde te dirá que tienes una llamada. Tu podrás tomar la llamada o apretar el siete para cancelar la llamada. La operadora podrá cancelar la comunicación con mesas indeseables, o detener toda llamada si ya encontraste lo que buscabas. Sé que suena complicado, pero la gente con un poco de seso entenderá el procedimiento, de hecho es un procedimiento para gente lista. Ya lo imagino, recibes la llamada y te tienes que entender con una voz, la voz puede darte buena o mala espina, puedes hablar, jugar, acercarte, seducir, hacer magia, luego planear el contacto, la invitación a la mesa. Me parece perfecto"

Sara se arregló con un vestido corto que resaltaba su cuerpo en forma muy agradable. Pintó sus ojos un poco a la manera egipcia y su boca la tiño de un rojo muy vivo. Su imagen entera despertaba el apetito. Cuando entró al bar le pareció un buen lugar. Hacía mucho que no se paraba en un sitio nocturno. No dejó de maldecir la idea de Julio de llegar separados, pues sinceramente le parecía estúpida la explicación de que podían verles entrar juntos al sitio, pues en su calidad de mujer casada era igual de censurable que la viesen entrar sola. Además nada le importaba.

Le asignaron una mesa y un mesero le explicó rápidamente el procedimiento de los teléfonos. Sara no prestó mucha atención, pues no iba ahí a ligar, sino a una cita formal. No habían transcurrido ni tres minutos cuando empezó a sentirse desesperada de estar sola y a la expectativa de que Julio llegara. Comenzó a mirarse las manos, sacó de su bolsa un cigarrillo y empezó a fumar con mucha desgana. Miraba el teléfono. Todo parecía callarse. El teléfono parecía ser su acompañante, pues éste parecía bastante inquieto, su foquito verde parpadeaba incesantemente. Ella se sentía halagada y a la vez molesta de tanto repiqueteo en el foco. De haber puesto atención al mesero, sabría que le podía decir a la operadora que deshabilitara su línea, pero no fue así. Sentía un dolor en la muñeca, y un alivio de saberse provocativa.

Foco verde. Su mano indecisa opta por levantar el auricular. La bocina le dice en voz varonil "¿Quieres acción?", la respuesta fue el colgonazo del teléfono. Foco verde. La voz le dice "Me recuerdas a alguien", ella contesta "No soy yo", "¿Cómo lo sabes preciosa, si ni me conoces todavía?", "Porque sé que no me gusta ser recuerdo", la voz le dice "Podrías no serlo", igual cuelga.

Foco verde, una idiotez. Foco verde, otra idiotez. Foco verde, "Te barreno lo que quieras", un colgonazo. Cada verde y colgonazo iba acompañado por una majadería que Sara dedicaba a Julio por meterla en ese sitio. ¿Y si se trataba de un juego de seducción?, tal vez Julio quería conquistarla como un perfecto extraño, hacerse pasar por un desconocido. Eso no le parecía mal, le agradaba que alguien jugara con ella al juego de intimar, por un lado pensaba que merecía todo tipo de atenciones, por otro que cualquier atención sería buena para ella que nunca las recibe, luego se reprochaba el conformismo y concluía que no estaría a expensas de un amor falto de talento, lo merecía todo.

Luego de un rato de despreciar todas las llamadas la insistencia de los focos verdes fue menor, e incluso llegó a desaparecer por cerca de cinco minutos, los últimos cinco de los dieciocho que ya llevaba en la pequeña sillita de terciopelo. Había cosas que Sara no podía evitar al estar en medio de ese juego telefónico, primero, en cuanto aparecía un foco verde, sus ser entero se paralizaba, la bocina se volvía un misterio, ¿qué me dirá ese espejo mágico?, alguna peladez, o palabras dulces, de amor, insinuaciones. La bocina era como un dado con muchos resultados, los cuales no podrían conocerse a menos que consintieras prestarles atención. Segundo, entre foco y foco las manos le sudaban, deseaba que el foco prendiera, pues en su luminoso silencio ella recibía una flor eléctrica que tocaba con sus pétalos filosos su cuello. Mordería su labio y dejaría el foco titubear tres o cuatro veces, y entre una y otra se haría mil preguntas.

Quien pudiera adentrarse a esos segundos de preguntas que llovían en su cabeza tendría el secreto absoluto para hacerla feliz, ahí se retrataba la mujer apasionada, frágil, entregada, valiente, entera y ansiosa de siempre, en ese espejismo mágico que resultaba ser el estúpido foco verde aparecía ella desnuda, pero desnuda sólo ante los ojos de quien pudiera tener la sabiduría suficiente en las retinas para ver en su espalda las alas.

El foco verde llegó justo tres segundos antes que su desesperación. Repiqueteó tres, cinco, siete veces. Quien estuviera llamando la podría ver desde su mesa, vería la forma tierna e iracunda con que ella miraba el aparato telefónico. Su mirada estaba perdida, sin fe, con un rostro que no correspondía al cuerpazo que enfundaba su vestido. Ella estiró su mano, tomó con firmeza el auricular y lo llevó cerca de su oreja, se le hizo raro ser tan consciente de lo que se sentía en la piel de su oído al acercar la bocina.

- Tal vez ya has esperado bastante. No ha sido mi intención hacerte esperar. Sé que ha sido doloroso para ti, pero tal vez te reconforte también saber que el precio de admirarte desde donde estoy ha sido muy alto, por principio, pensar que cada llamada que recibías era una amenaza potencial, un abismo cercano. No te enfades, no te muerdas los labios de esa manera en que lo haces, pues así como yo he pagado un precio tu lo has pagado también. ¿Un precio de qué? Te preguntarás. El precio de que te haya visto, que tenga en claro que eres lo que realmente deseo. Lo que vi sobre tu mesa es algo que seguramente quieres escuchar. ¿Quieres que siga?-

- Sigue

- Veo tus ojos posesos de una virginidad maravillosa. Veo que están preparados para creer, para merecer lo que han creído. Tus zapatos me encantan, tus piernas, las medias que elegiste entre todas las que tienes, tu vestido que es sencillamente atemporal, es decir eterno. Si no fuera anti higiénico te pediría que no te lo quitaras nunca. Todo ello lo veo a través de mis ojos, posesos también de una sed de ese algo que reconocí al verte. Te presagiaba así, arreglada de esa manera, arreglada así para mi. Tu rostro es cosa aparte. Tu boca sencillamente me llama, es como si intuyera en tus labios el encierro de miles de palabras, millones de ellas, ni de amor ni de odio, pero millones de ellas, destinadas a que me cuentes tus pareceres del mundo, de cómo te parece, de cómo se te parece. Ahí se fabricaría la música. Tu barbilla sería un direccionador del aliento y el hueco que tienes entre nariz y boca es algo así como la guarida de mi dedo meñique. Tu nariz es como una flecha a seguir. Aunque tus ojos. Me cuentan todo, acepto lo que cuentan, lo obedezco, lo abrazo como tu realidad. -

Sara pensó que era por demás extraño que Julio se expresara con tanta poesía, pues si bien le agradaba el gesto de propiciar el suspenso, tenía muy acentuado el sentido de la prisa y de la agenda. Creyó oportuno aclarar – Agradezco los pormenores de este encuentro, y todo lo que dices de mi, me llena en gran medida, te lo digo en serio. Pero para serte franca, y no quiero que pienses que soy una aguafiestas, siento que te expresas en términos muy absolutos, tal cual si estuvieras dispuesto a todo, y en realidad ignoras mucho de mi, vaya, ni siquiera sabes que tengo una hija, ni el tipo de marido que tengo.

- Sé que no es este lugar el adecuado, ni mucho menos a través de una bocina, que deba de enamorarme absolutamente. Sé que del total de hombres que ves aquí, todos sin excepción querrían acostarse contigo. De ellos la mitad te llevarían a un hotel, te llenarían de halagos, sin embargo se desvestirían demasiado rápido, ignorarían incluso que las pantaletas que portas no son accidentales, que las elegiste para gustar, acaso apaguen las luces y tu seas la oscuridad hecha carne, tan exactamente igual que cualquier mujer. Te harían bien o mal el sexo, y al acabar con su placer se separarían de ti con cualquier pretexto, evitarían dormir a tu lado, por el riesgo de tener que abrazar tus sueños. Si son vanidosos y reconocer tener la más mínima habilidad para hacer la cama inclusive te dirían lo que yo mismo he llegado a decir en más de una ocasión, el "no vayas a enamorarte". ¿No crees?

Sara repasaba en su mente las escenas que la voz del auricular le decía con tono tan íntimo, como si hubiese intervenido los segundos de después de que ella colgaba el teléfono luego de cada verde infructuoso. Se miraba a sí misma acudiendo a esa cita de hotel, y se miraba con rostro de cordero, atada de pies y manos, con una venda en los ojos y otra en la boca, sentía una extraña excitación y un rezago de autocompasión. ¿Tan pobre era la visión de Julio de esa mujer que ella era?, ¿Tanto relato era para hacerse el amplio y disimular que era él quien tendría las directrices de la relación y, sobre todo, para comunicarle de forma velada la vieja frase "no vayas a enamorarte"? ¡Qué poco la conocía!

Habría que remontarnos a la casa de Sara para entender su pensamiento, específicamente habría que pararnos al lado y dentro suyo al momento en que se arreglaba frente al espejo para su cita. Se miraba en el espejo de cuerpo entero y se gustaba, igual pensaba en que afortunadamente tenía el dinero suficiente para una excelente ropa interior que honestamente si ayuda a la figura, se encontraba hermosa, y sin embargo, al maquillar su rostro, no podía dejar de advertir la promesa de arrugas que se alojaban en su cuello y en sus ojos, los cuales se volvían un poco de cristal, y miraban al espejo como un enemigo. Si se preguntó hasta dónde llevaría las cosas, lo que no hizo fue contestarse. Le daba risa que había pensado exactamente en la frase "no vayas a enamorarte" ¿Qué diría si se la echaban en cara?. Podía sencillamente gozar y hacerse la tonta e ignorar que fue dicha, podía por otro lado enfadarse, pues ¿Qué sabe un hombre de una mujer cuando le dice que no vaya a enamorarse? Nada, no sabe nada ni de la mujer ni de su corazón. Si la mujer es como Sara está totalmente extraviado. A Sara no le importa ser lo que el futuro, sino sólo el presente. Nadie podría asegurarle que la relación, prohibida como era, tuviera algún futuro, y en ello nada tenía que ver lo que ambos llegaran a pensar de la misma. Lo cierto es que al entrar a un hotel, lo único que llevarían como ropa sería las circunstancias en que cada cual estuviera inmerso, es decir su realidad, y como cuerpo desnudo el amor que pudieran brindarse, así, no habría más noche que esa en que ella y él se penetran, y por el contrario, había que enamorarse, enamorarse profundamente y desde el contexto en que cada quién es. Tal vez y enloquecen de amor dentro de un cuartucho de hotel, se exprimen, se gozan, se entregan, sabiendo que ella es casada, que él técnicamente no lo es y es más joven, que es quizá nada responsable o que no es capaz de cargar con la cruz que implica la mujer que posee, tal vez ese pánico de ambos los ubica en un amor extraño, más lo único cierto es que no hay fuerza en el mundo que supla esa pasión de las veces iniciales, de los comienzos, tan es así que había que beberse los comienzos de una forma abierta, sin ataduras, enteramente, pues aun suponiendo que el destino quisiese unirlos a Julio y a ella para siempre, aun y cuando en un futuro él se casara con ella, que sería la aceptación social más gráfica, nada les garantiza que sus mentes no volaran, a lo largo de los años, a evocar no su estabilidad y su solidez como pareja, sino aquel cuartucho que un día inundaron con olor a sexo, el cual saturaron de calor, del cual no querían salir, acabarían de todas formas volviendo a aquella mirada de descubridor, al recuerdo de la silueta descubierta, el gesto del pezón la primera vez que se le ve, la confianza de tocarle el culo al otro, el sonido de aquél "si" de antes, la cercanía del latir ajeno, la sorpresa de saberse oliendo al otro, la belleza de conocerse, conocer y dejarse conocer. Por ello no le importaba el futuro, sino el inicio del futuro, y en esa medida, no habría peor blasfemia para Sara que escuchar que se le diga que no se enamore, pues el hombre que se lo dice se suicida en el corazón, pues le pide que no se entregue totalmente, y eso es algo que ella decide, que ella vigila. En veces pensaba que no sería tan descabellado tomar muchos hombres, pero no prosperar con ellos nunca, siempre demoler las relaciones antes de que el conocerse terminara, vivir siempre en la magia, nunca conocer cosa distinta. Luego pensaba que sólo el trato continuo hace perfecto el entendimiento sensual.

Volviendo al bar, Sara iba a comenzar a reprocharle a su interlocutor, de hecho le habló como a un extraño, le habló de usted.

- Discúlpeme señor, ¿Está usted presumiéndome que es bastante capaz de decirle a una mujer que no se enamore de Usted, de ese Súper Usted que Usted es?

- De ninguna manera. Lo que quiero decirle es que la estadística me importa un bledo, un soberano comino. Si la mitad de los hombres de aquí la desean, es algo que tampoco me importa. Lo de tu hija es algo que lo acepto plenamente, la belleza que veo en tu cara no sería la misma sin ese brote tuyo, sin esa flor. Tu hija se ha escrito en tu piel y como tal ya siento adorarla, ya siento el deseo de enseñarle cosas, de cuidarla, de señalarle caminos de bien, de mostrarle que su madre es una mujer amada y respetada, y que ello sea un pilar en su vida, y una caricia a su niñez o adolescencia. Lo de tu marido, ahí si tenemos un problema. Te diré que nunca he sido bueno como amante. Es decir, nunca he admitido dicha posición. Es extraño, pero piensa si al tenerme tienes un amante o en realidad tienes dos hombres. Yo sé que es raro que admitas tener dos hombres porque en este país la mujer ha sido educada bajo la idea de que deben de tener un solo hombre, y hablar de tener dos ya te etiqueta como escoria, casi te definiría como la gran puta, aunque nada hay más falso. Sin embargo piensa. A mi puedes llegar a amarme en forma desmedida, y si lo haces hasta ahora es porque hasta ahora me has conocido, digamos que yo no existía en tu vida, antes era la nada y sin embargo aparezco con toda la intención de llenarte, de amarte, posiblemente aproveches esa situación ya sea porque tu marido no tenga la misma devoción que yo o bien porque sin proponértelo te surge una inclinación por mi que no puedes o no quieres evitar, pero lo cierto es que el hecho de que me quieras no exige que el otro, con quien te has casado por la causa que gustes, con quien has tenido hijos, tenga que ser exterminado en amor, puede que tengas que admitir que lo quieres todavía, que te conmueve de vez en cuando, que es un eco de recuerdos, que de vez en vez procura seriamente tu felicidad. Mi amor no debe ser una razón para que la hostilidad nazca respecto de tu marido, pues no soy yo quien inventó que el amor deba ser único. Claro que tu madre nunca te lo aceptaría, y de hecho muchos te verían como una vulva voraz, pero la verdad es esa, tendrías dos hombres, y uno de esos sería yo, y ese hombre que soy vería la forma de que internamente me prefieras, y por que no, un día decidas que el único hombre en tu vida sea este servidor. Sábete que no me interesa ser tanto tu marido, sino ser el hombre de tu vida, el que más amas, el que te despierta mayor fe por la vida, el que mueve tus células al máximo, el que está contigo siempre, al que no puedes traicionar porque te comprende tanto que aun cosas tan graves como la infidelidad te perdonaría, por ser parte de ti, por ser tu decisión, aunque no la desee. No sería la primera vez que una mujer no está casada con el hombre de su vida, lo cual además no sé si sea lo ideal, aunque así a primera vista si me suena perfecto.-

- En otras palabras lo que usted me pide es que quiere convertirse en el hombre de mi vida -

- Eso es absoluto. Cualquier otro plan no me llamaría la atención, no porque su cuerpo no merezca la pena de disfrutarse aunque fuese una sola vez, ¡que va!, si sería el éxtasis supremo, sin embargo la consecuencia, trágica por cierto, sería una nostalgia imborrable que acabaría con mi vitalidad completa, además, me declaro como el más ferviente enemigo del amor en su modalidad imposible. Todo esto suena demasiado teórico, déjame reducirlo a dos o tres opiniones, me sentiría como un idiota, te echaría de menos y me invadiría un vacío inllevable, las tres cosas para el resto de mi vida.

- No conocía que tuvieras tanta intención y perseverancia Julio. Dime dónde estas, dime todas esas cosas a la cara, considero una trampa todo lo que dices si no va de por medio una apuesta que esgrimen las miradas. Dicho de frente suena muy bello, por teléfono suena muy cobarde.

- Sólo en una cosa que dijiste no tienes razón, pero no lo discutiré por teléfono, voy a tu mesa.

Sara se quedó sentada y apuró el trago que ya había dejado bastante olvidado sobre la mesa. Disimuladamente levantaba el cuello como una avestruz para ver venir a Julio, no quería perderse esa mirada de cuando se estuviera acercando, no quería perder detalle si se rascaba la nuca o la barbilla, si las piernas le temblaban, si se hacía el casual o si bien se acercaba como un tigre decidido. Todo eso era importante, eran cuestiones de amor. Tal vez había llegado el momento de dejar a Deodato en un cajón y lustrar las alas de nuevo .No lo veía acercarse por ningún lado.

Miró a la oscuridad y se movían hombres de aquí para allá, pero ninguno era Julio. Uno sin embargo se acercaba, sin rascarse ni la nuca ni la barbilla, con sus piernas que, bajo un pantalón seguramente de lana peinada y negro con forro interior, disimulaban el temblor inevitable que casi le hacían resbalar, sus brazos, aunque quietos, terminaban en un par de manos que no podían callarse, a la vez que intentaban huir de él como arañas frente a una amenaza de incendio. Su mirada no se acercaba con él, que venía como a veinte metros todavía, esa ya estaba ahí con ella, la mirada aquella estaba sentada ya con ella, en su mesa, la traspasaba, y ni siquiera su pantalón negro, camisa blanca, corbata agresiva y saco negro podían conseguir vestirlo, pues aunque se echara encima una boutique entera, él venía desnudo. No estaba mal, definitivamente, pero no era Julio, no era su nuevo esposo. ¿Qué pensaría Julio si ella prestaba atención a ese sujeto que se acercaba dispuesto a fundirse con ella? Habría que preguntarle, pues en esos momentos se batían las puertas de entrada y quién las atravesaba era precisamente Julio, vestido con pantalón saco camisa y corbata tan buenos como los del otro tipo, y tampoco estaba mal, ni se rascaba la barbilla y nuca, sus brazos terminaban en un par de manos y sus piernas iban tan firmes como si fuera sobre zancos. Él, pese a que la ubicó desde el primer momento, y ella se dio perfecta cuenta, no le miró durante el camino hacia ella, se hizo el casual. Llegó de inmediato y se disculpó por llegar tarde mientras que el otro sujeto disminuyó su paso y puso una cara de abatimiento total que sólo le faltó llorar, cerró sus ojos para tragarse las lagrimas como si pasase saliva y los abrió con un destello de flamas, hizo dos especie de piruetas que lo hicieron lucir como un títere que desea caer al suelo y luego a una mesa vacía para meditar y luego fuese accionado como por un resorte.

Julio le dijo a Sara "marchémonos" y caminaron rumbo a la puerta. Rodeándoles, y casi corriendo, avanzó el sujeto por la orilla accidentada del bar, mientras un mesero le seguía desesperado creyendo que éste quería irse sin pagar. Sin saber porqué, Sara fingió que uno de sus zapatos de tacón se torcía, lo que les hizo detenerse. No lo hizo ella, lo hizo su alma que de alguna forma le dio un jalón, no para enfrentarse con el otro caballero, sino como una obligación de ver qué sucedía si se llevaban las cosas al borde de todo. Tal accidente de calzado permitió que el sujeto se posicionara sobre el pasillo principal que daba a la entrada, lo que daba la impresión que ellos iban de salida mientras que ese hombre, pareciera que acababa de entrar. Nunca despegó sus ojos de los de ella, y ella tampoco aunque no le miraba.

El tipo se paró frente a ambos y les atajó el paso. "Hola" extendió la mano a Julio, quien en un sentido de formalismo social la tomó, luego de un muy rápido saludo estrechó la mano de ella y completó el hola con ella, diciendo "Que gusto saludarles. Veo que van de salida y no quisiera interrumpirlos. Me encantaría una visita. Cuando gusten, mi mujer estará ahí." y extendió a Sara su tarjeta, la cual fue tomada en forma automática por su mano izquierda, de hecho la única parte de Sara que no se había paralizado era esa mano izquierda que tomaba la tarjeta como si fuese un botín, pues todo su ser se centraba en ver la apariencia del sujeto, acaso tendría tres o cuatro años menos que ella, y muy bien conservado, su rostro irradiaba una fortaleza tierna que la conmovió de inmediato, pues podía advertirse que era un sujeto sensible, sin embargo aventurado y tenaz, acostumbrado al éxito, a no perder, quien entraba a este juego de quererla ya perdido, vencido desde antes, y que sin embargo, pese a tenerla frente de él en propiedad de otro, ello no le había desanimado a intentar un contacto futuro, la tarjeta decía secretamente "te espero", el tipo, emblema casi de la seguridad, yacía ahí todo inseguro, con labios titubeantes y parpadeando vigorosamente a la vez que movía su cabeza de un lado para otro, y ella, que no perdía ni el detalle ni la fe, se dejó absorber por aquellos ojos inquietos, tal cual si ella fuese un gambucino cósmico que en sus cabellos y manos sujetara aquellos ojos como un par de bandejas con las cuales se filtra agua de río en busca de oro, una cribadora espiritual, el iris de él era ese riachuelo turbulento en que mil cosas ocurrían, un río de emoción, mientras ella era la secreta fuerza ineludible que agitaba esa bandeja que era el alma del extraño con dedicación, en el fondo Sara divisó dos enormes vetas de un amor azul, bellísimo.

Sara guardó en su bolso la tarjeta, aparentemente de manera instintiva. El se despidió estrechando cálidamente la mano de ella, asumiéndola en su palma, dejándola recostarse, tomando lectura de sus líneas, buscándose ahí. La de Julio también la estrechó.

Una vez fuera, Julio le preguntó a Sara:

- ¿Le conoces?-

- No estoy segura-

- Yo tampoco, pero puede ser un cliente, o su esposa puede ser cliente, ex cliente debo decir. Me pasa muy seguido que me abordan sujetos en la calle, los cuales supuestamente debería recordar y sin embargo no recuerdo. No sé, ya recordaré-

Sara en cambió comenzó a tratar otro tema, algo que desviara la atención fijada sobre aquel extraño.

Ya en la cama Sara volvió a pensar en el hombre del bar, le sonaron en el pecho sus palabras y quiso aprovecharse del cuerpo de Julio, quiso besarle las nalgas, los pies, las axilas, todo aquello más como muestra de declararse a sus ordenes que como placer, pero éste no entendió y cerró sus nalgas como si le fuesen a poner una inyección de hierro, sus pies los engarruñó violentamente y las axilas revelaron unas cosquillas enfermizas. En cuento a ella, sólo sus caderas recibieron la atención debida, y no precisamente con una lengua. Mientras recibía los vigorosos embistes, su mente no podía dejar de pensar que era el extraño quien la tomaba en sus manos, sonreía lánguidamente, mientras se murmuraba "tengo tres hombres".

 

 

SAMUEL

¿Había causas importantes para que Samuel se cortara el cabello? Posiblemente no. Tal vez sólo se trataba de uno de los innumeraos parámetros mediante los cuales un Mesías puede poner a prueba a un discípulo. No importa que le pida, siempre que deje en claro que se trata de una auto negación por él, por el amor a él, por obediencia a él, por respeto a él, por fe ciega en él, por fe imbécil a él, si comprueba cualquiera de estas cosas, todo es razonable.

Pero había razones personales de Samuel para no cortárselo.

Él trabajaba en el departamento de tránsito, pese a su juventud ya llevaba años trabajando ahí. Sus condiciones de trabajo eran generalmente buenas aunque un poco exhaustivas. Su categoría en el departamento había sobrevivido ya varias administraciones municipales, cosa que no era del todo fácil, y ello en parte se debía a su brillantez. Siempre propositivo e imaginativo, daba opiniones que después se convertían en soluciones de menor a mayor escala. Cuando había problemas en tal o cual área, lo asignaban ahí, y eso bastaba para que las cosas comenzaran a transformarse, pues tenía una poca intención de quedarse quieto. Estaba contratado bajo un esquema de base presupuestal del Estado, lo que lo hacía una persona sindicalizada.

En México el concepto del sindicato ha hecho más daño que provecho, pues pese a que en un inicio este tipo de agrupación sirvió para obtener logros laborales que beneficiaran a la clase trabajadora, estos han desvirtuado sus objetivos, por lo que los puestos sindicales son peleados como puestos políticos, desde los cuales se puede sacar provecho personal. A tal caso que aquellos que contienden por ser los secretarios generales de los sindicatos hacen lo imposible por ser electos, pagan a agitadores, reparten dinero, prometen puestos mejores sólo a quienes aseguren obtener en su nombre más votos, difaman, chismean, fingen energía y furia frente a los patrones y se auto proclaman temibles, prometen y prometen cosas que luego no podrán cumplir. Una vez electos como titulares de un sindicato, visitan a los empresarios para ponerse a sus ordenes, fijando su tarifa, así tendrán una doble función, espías del patrón, aplacador de trabajadores, ejecutores de trabajadores, mediadores con intereses difusos, buscan la forma de negociar con las prestaciones que por Ley cada trabajador posee, pensiones, vivienda, aumentos, incapacidades, todo se puede arreglar con billetes o con una buena cogida si se trata de mujeres guapas. Esto es a nivel sindicato miserable. Luego están las confederaciones de sindicatos. Estos ya juegan a la política más grande. Estos son los que cuentan con mayor numero de afiliados forzosos y sus lideres son verdaderos hampones, estos comprometen los votos de sus agremiados aunque el voto sea secreto de cada ciudadano y en elecciones, las campañas políticas se ven muy nutridas de asuntos sindicales, por ejemplo, los hay que convocan a sus agremiados a los mítines, en los cuales habrá alguien que toma lista, so pena de tomar represalias contra aquellos que no asistan a los "divertidos discursos políticos de los candidatos". Y así todo ha vuelto un mugrero. Existen sindicatos que sólo se dedican a arruinar patrones, otros a arruinar a todo mundo. Por ejemplo, en la ciudad de Tampico, existe un sindicato de pintores que son capaces de voltearle los botes de pintura y romperle las escaleras a toda persona que pinte su casa ella misma, exigiéndole que forzosamente debe ocupar unos pintores para hacerlo, y si no quiere esta persona contratar pintores, lo de menos es que se inscriba en el sindicato, pues al pintar se vuelve pintor y por lo tanto debe afiliarse. Es una estupidez, ¡Y es legal!.

Estas cosas hacen en gran medida que en México se estile cada vez más contratar trabajadores bajo contratos de servicios personales independientes, así los corren cuando les de la gana sin tener que responder ante nadie, para no dar prestaciones de ningún tipo como las médicas, de pensiones, etc. Es decir, se ha caído en un juego de extremos que han hundido es poca o gran medida a este país en una fama de haraganería a nivel mundial. En parte se tiene razón. Pero sólo en una muy mínima razón.

Lo que si es cierto es que los sindicalizados son mas o menos unos pránganas y unos zánganos. Las condiciones generales de trabajo les permiten no asistir sábados ni domingos, así se caiga el planeta si no van, tienen vacaciones extensísimas e inmerecidas, además de dos días que pueden pedir a discreción por mes, los cuales si se pagan, que distribuyéndose las vacaciones y días de descanso a lo largo del año, cada semana podría tener sólo tres días y medio efectivos de trabajo, esto si no pierden el tiempo en sus horas de trabajo y, claro está, siempre que no se enfermen.

Una secretaria dio las nalgas casi durante un mes para obtener una plaza en la dirección del registro civil como sindicalizada, con ese mes de metidas de verga se aseguró el futuro, pues es asmática y vive en paro. Con una inteligente calendarización de su asma evita que la indemnicen, cotiza para su pensión, cada quince días va y cobra su jugoso cheque. En suma trabaja cerca de treinta días al año, habrá que preguntarle al líder sindical si le daba tos mientras follaban.

Un cabrón sindicalizado se marchó de la ventanilla de atención al público en atención de multas de tránsito porque le negaron el permiso a ir a lonchar su medía hora a que tiene derecho diariamente, ¡Habiendo una fila insufrible! ante esta negativa se fundió un foco encima de su cabeza y esto le sirvió de pretexto para acogerse al texto de su contrato colectivo de trabajo que dice que no habrá labores si la iluminación artificial no funcionara en el área de trabajo, siempre que el inmueble lo requiera. Se marcho bajo ese pretexto aun y cuando su lugar estaba junto a un ventanal que casi deslumbraba de lo luminoso, y se tomo el día para lonchar, pagadito.

La exposición crónica a este tipo de derechos laborales va convirtiendo a los trabajadores en seres ventajosos y haraganes, sin saber que al declararse ideales para gozar todos esos beneficios, venden su dinamismo y capacidad de crear, crecer, proponer.

Todo lo anterior sólo se cita para entender que Samuel, pese a que era de base, es decir, sindicalizado, no se había hecho a esa forma de ser. Fue de los pocos que decidieron tener horario de nueve a tres y cinco a siete a cambio de más salario, siendo que ningún soltero lo había hecho, casi no aprovechaba sus días perezosos y nunca enfermaba. En cierto modo le gustaba su trabajo, que era atender al público respecto a sus problemas viales, y sentía que había mucho por hacer desde ahí donde él estaba, además, sentía que el tiempo que requería para hacer otras cosas lo tenía.

Lo más tortuoso quizá era soportar evidenciar el desenvolvimiento de sus compañeros, hizo su propia teoría de la miseria.

Tal vez lo único en que se había aprovechado de su calidad de sindicalizado era que se había dejado crecer el cabello hasta tres centímetros abajo de sus hombros, lo que en un funcionario, dependiente de banco etc. es impensable. De cierto siempre la traía peinada en una cola de caballo. Había su motivo para llevarla.

Samuel había tenido desde chico una afición por la lectura, siempre había sido muy tímido para preguntarle a los demás acerca de sus sentimientos. Sin embargo le agradaba darse cuenta, aunque fuera por accidente, fisgoneando con las orejas bien paradas en charlas de otros, de esos otros que si guardaban en su pecho la confianza como para hablar de si mismos, cualquier tipo de afirmación que aclarara un poco su propia existencia. Como a gran cantidad de mexicanos, fue educado bajo lineamientos católicos y mestizos que hacen de la religión y el dogma una plasta de temores e inseguridades. Mirarle de accidente las piernas a una chica era algo cochino y tocarla desde luego era infectarla con esa cochinez que todo varón encierra, y sólo el matrimonio convertía en caricias toda aquella caja de intenciones perversas que además se convertían en necesarias. Por eso, al leer los libros le llenaba de regocijo saber que los personajes de una u otra manera se entregaban entre si, y el hecho de que dentro de una novela una mujer le dijera a un sujeto que le diese un beso era ya un carnaval.

Poco pensó durante muchos años que en su mayoría los libros eran escritos por hombres, por lo cual podría tratarse de una farsa el cariño, la necesidad de las mujeres por tener hombres cerca. Su formación le había dicho siempre que hasta los bikinis eran inmorales. Los libros eran pues un refugio para él, ahí se plasmaban demasiadas situaciones, si un personaje sentía miedo y pavor eso era genial, pues él mismo había sentido miedo muchas veces, y al ver retratado el miedo en un libro, sentía que los autores compartían con él su miedo, y así era con el resto de los sentimientos, el amor, la amistad. Herman Hesse le enseñó que los seres humanos pueden formar nexos entre si y pertenecerse de una u otra manera, y que además no siempre era la relación sexual lo que definía la profundidad de un lazo, y eso estuvo bien en su momento, pues permaneciendo el sexo dentro de lo asqueroso y él sin pizca de posibilidades, ni deseo, de casarse, la opción de compartirse con alguien aunque fuera sin sexo era estupenda. Luego descubrió que los libros de Herman Hesse no se apegaban a su realidad, pues, aunque le parecía hermoso eso de contar con alguien, por más que volteaba a su alrededor nunca encontraba a esa persona especial que, como él, estuviera necesitada de amor, de afecto, aunque fuese sin compromiso, hasta que llegó a pensar que sencillamente no existían gentes con la intensidad de los libros de Hesse, pensando que a todos les importaba un cuerno sus semejantes y que el plan vital de todos era una carrera rumbo a un infierno en la tierra, donde perecerían todos de soledad.

Bajo ese sentimiento que le excluía del resto del mundo fue fácil que se atravesara en su camino un libro de ocultismo: Dogma y Ritual de la Alta Magia, de Eliphas Levi. El mago le enseñó por principio que ser diferente no era malo, que al contrario, idiotas eran aquellos que no se preocupaban por su espíritu, por su alma, por sus sentimientos. Aprendió la palabra vulgo, es decir, todos aquellos que no profesaran el espíritu. A partir de ahí ya no quiso verse reflejado en la gente común, situación que seguido le atormentaba. "Este niño no es normal" le reclamaba su padre a su madre. ¿Para qué parecerse a esa bola de humanoides que caminan por las calles sin sentido alguno, que se levantan al amanecer sólo para iniciar el conteo del fin del día, que nacen, crecen se reproducen y mueren, sintiéndose distintos cada uno del otro y siendo en el fondo iguales, gente que va al súper y mira el fútbol, gente que engorda de tanto beber cerveza y que renta películas de acción en los videoclubes, gente que oye música tonta y que se sorprende por todo aquello que mefistofélicamente le tienen preparado los amos de las campañas publicitarias pensando en la gente común, los consumidores, la gente que se asusta de todo lo que no entiende, cuyo horizonte normal no acepta nada extraño.

Dicho esto, si el objetivo era ser un marginal, qué mejor libro que el de un viejo gruñón perteneciente a otra época que imitaba todavía en dirección del medioevo como Eliphas Levi. El mago le adiestró pues en el arte de ser diferente y encima estar orgulloso de ello. Otra cosa importante era que nadie manejaba mejor el tema del magnetismo, ya fuere atracción o rechazo, que Levi. Hablaba de un flujo invisible que éramos capaces de generar, la emoción, la ira, el amor, el genio, todo cabía dentro de esa cálida corriente de energía llamada magnetismo o éter. El viejo dominaba además con suma maestría el teorema de los contrarios, el Jakin y Bohas que después tendría que recitar a las puertas del lumisial, a orillas del templo, en sus palabras masculino y femenino eran una cosa muy semejante, y ni siquiera ver los hospitales de obstetricia reventando de parturientas le convencía tanto de que hombre y mujer se atraían como lo hacían aquellas sencillas palabras del mago que le indicaban que los opuestos se atraen irremediablemente, que esa situación es y será pese a que nosotros lo queramos o no. Casi ninguna línea del libro de Levi trata el tema de los amantes, sin embargo, las escasas líneas que de ello hablaban eran ley indiscutible para Samuel.

¿En qué medida leyó Eliphas Levi por morbo? Desde luego el Mago que Eliphas era no tiene nada que ver con aquel mago de los chistes, ese que dentro de su botiquín de hierbas y pócimas guardaba algunas que, revueltas, daban como resultado un poderoso filtro de amor que hacía que la mujer [u hombre] amada (o), cayera enamorada de manera fulminante en nuestros brazos, tampoco hablamos del mago que prescribía tratamientos tan excéntricos como acudir con el changuito mágico y pedirle un besito seguros de que después de cada negativa crecería alguna parte desafortunada de nuestra anatomía [que conste que el changuito operaba mágicamente tanto sobre hombres como mujeres].

Mención aparte lleva imaginar qué tan malo o tan bueno pudiera ser que existieran tales brujerías, pues el riesgo que correríamos sería que alguien decidiera echárnoslo en la nuca, que nos enamoráramos de alguien inconveniente, aunque no nos daríamos cuenta de inconveniente alguno si el hechizo nos sume en un trance de pasión ciega, seríamos, digo yo, fundamentalmente felices. Seguro que muchos se verían beneficiados. Lo cierto que ante estas posibilidades irreales, a Samuel le convenía más un mago anacoreta, misógino, que no requiere del amor femenino... en teoría.

Luego vio una película que se llama Henry and June, de Philiph Kaufman, basada en los diarios de Anaïs Nin, y ni siquiera la magia le salvó del encanto de las imágenes de esa película, de la boca entreabierta de Uma Thurman que mira vehemente a María de Medeiros, advirtiéndole que la devoraría y ésta, con sus inmensos ojos de cordero lascivo acepta ser parte del banquete. De nuevo aparecen ante sus ojos las relaciones intensas, en este caso la artística. Compró los diarios de Anaïs, luego los libros más accesibles de Miller, los trópicos, la crucifixión rosa, primavera negra, el Coloso de Marousi, Opus Pistorum, etc. Y descubrió que no sólo se puede ser diferente dentro del ascetismo, sino que puede caminarse por veredas más agresivas sin que el espíritu se corrompa en lo mas mínimo. Miller le enseñó el desdén, y con él una cosa muy importante, que la obligación de ser siempre diferente puede resultar una cárcel tan asfixiante como aquella que te obliga guardar las apariencias y hundirte en el sistema ordinario de las cosas, del Nacer, crecer, sobretodotrabajarcomoburroparapoder, reproducirse y morir. En parte colaboró Nin al narrar que llegó un momento en que André Berton definía lo que era surrealista y lo que no lo era, cortándole las alas a su propio espíritu, convirtiéndose de ave en juez de pájaros. De Miller aprendió que la miseria existe y que ésta no siempre es sinónimo de la falta de dinero, sino que miserable es aquel que tiene carencias, miserable el que teniendo su esposa desea la novia de juventud, el que comprando un chocolate quiera tener dos, el que está siempre inconforme, el millonario que sabe que la mujer que le besa en realidad siente asco por él y amor por su dinero, el que blasfema porque no puede entender a Dios, el que llora porque perdió una apuesta, en fin.

Luego de Miller vino De Sade a explicarle que en muchas ocasiones los malos ganan. Eso pasó durante cinco largos años de búsqueda, y todavía no se encontraba.

¿Cuál era su estado mental cuando apareció en su vida la autobiografía de Klaus Kinski?. Su vida era un suspirar por una vida distinta a la que llevaba. Correr despavorido por las calles de la ciudad sabiéndose solo, incomprendido, sin un Demian, sabiéndose conocedor de la magia pero admitiendo su falta de aptitud para ser mago, amo y dueño de la naturaleza, alquimista, sin una June que lo crucificara en el color que fuese, sin una Anaïs que tuviera fe en él, sin miseria en los zapatos que le permitieran siquiera sentirse una lacra, sin suficiente maldad como para herir al mundo, vamos, si tan sólo fuese un hijo de la chingada que gustara de violar catorceañeras tendría al menos una meta en la vida, o ya de jodido que le tocara ser víctima de una dominatress, pero ni eso. En pocas palabras, todo lo que había aprendido de sus maestros Hesse, Levi, Miller y De Sade valía lo que una puta madre, pues de todas formas era un asistente de la oficina de tránsito y su escritorio era similar al de los otros ocho asistentes, listo como el que más no dejaba de ser una hormiga en ese hormiguero, seguía sintiendo envidia de los novios que cachondeaban en los parques, el deseo de las cuarentonas seguía siendo algo vedado para él porque ni la más urgida le elegía como amante, su dinero no le alcanzaba, y no había terminado ninguna de las novelas que había comenzado a escribir, esto con la sazón de que un cuento que presentó en un concurso quedó en el último lugar, seguía tocando la guitarra de manera horrible, su cara nunca podía mostrar un cutis presentable, siempre con barritos y manchitas que no pueden llamarse de otra forma que manchas de pobreza, seguía bastante flaco y su cabello no era el de los comerciales a suerte de haber sido lavado durante media infancia con detergente, luego con jabón normalito para después, quizá demasiado tarde, con shampoo, los pantalones seguían sentándole mal y cada mañana de los días pares tenía comezón en un huevo a suerte de su pelambrera rocanrolera que ya excitada dentro de la erección matinal, que sólo en veces mitigaba con una sana masturbación, se movía como el centenar de antenas de cucarachas de puerto.

Ese día había recibido un dinero extra por comisiones que le había cobrado a una línea transportista, por lo que pensó que sería idóneo comprar unos zapatos que disminuyeran un poco su imagen detestable. En sus condiciones, el lugar en que podría encontrar unos zapatos no tan feos además de ver una pléyade de mujeres buenas era ir a la calle Morelos, que por extraños azares del destino siempre tiene gran cantidad de desvergonzadas caminando sobre sus adoquines. Le pasó por la mente la secreta idea de ser un adoquín, el tercero a la derecha partiendo del carrito de elotes, ahí donde las muchachas se paraban a comprar en sus minifaldas, esa idea se esfumó cuando el elotero derramó mayonesa con chile sobre él, sobre el tercer adoquín.

Luego volteó a ver como le temblaban las nalgas a una fulana que tenía como medio de locomoción un caminar que podría sugerir que se salía a la calle, no sin colocar entre sus piernas un afortunado consolador en forma vergoide, para entonces si, hacer un placentero paseo, después miró con lascivia a un par de maniquíes lésbicos que parecían gritarle al genero masculino que dejarían de serlo si hubiese quien les quitara esa condición a vergatazos. La situación no pudo ser más profética, pues Samuel venía hechizado por unas tetas respingonas que se metieron a una librería. Cierto que nada ganaba con seguir a la chica, pues seguro estaba que ésta, con semejantes pechos no se fijaría en su humilde persona, además traía unos zapatos de mendigo, pues pensaba tirarlos al probarse los nuevos, sin embargo tampoco perdía nada. De esta manera ese par de tetas le fueron indicando el camino, le fueron señalando su destino. Ella alzó los brazos pretendiendo alcanzar una antología de cuentos de Mario Benedetti y sus tetas alcanzaron unos niveles de belleza indescriptible. La muchacha, como muchas de las tetonas mexicanas, son bajitas, por lo que Samuel vio la posibilidad de acercarse más y acudió a ayudarle, y de paso le veía de cerca el escote, ella le agradeció como diciéndole "ahora márchate" pero él no sólo no se marcho, sino que se quedó paralizado. Ella volteó su mirada para tenderle una emboscada a los ojos de él y sorprenderlos encima de sus tetas, Samuel, que pudo intuir el pestañeo hizo como que miraba unos libros del estante, y se encontró con el rostro duro de Klaus Kinski, quien bajo las letras "Yo necesito amor" le miraba sin empacho las tetas a la fulana, y su boca hacía una especie de mueca obscena, sin siquiera sonreír, ni sacar la lengua, ni mostrar los dientes, simplemente evaluaba ese par de ubres que tenía enfrente. La chica se esfumó molesta pero Samuel se quedó mirando la portada que mostraba a un devorador de pechos muy seguro de si mismo, más desesperado aún que él, "Yo necesito amor", decía.

Tomó el libro y lo abrió para leer los comentarios de la contraportada, y comenzó a atar cabos. ¿Era este el mismo cabrón pelón que tanto le había asustado de niño cuando pasaron por la televisión Nosferatu?, sí, pero sólo en esa ocasión lo ubicaba. Por otro lado recordó un recorte que tenía de un periódico, El Nacional, que durante muchos viernes publicaba dos columnas que le regocijaban "Garganta Profunda" que hablaba acerca del cine pornográfico, sus actores, su historia, sus aspectos técnicos, sus estrenos, sus clásicos, las figuras y en general todo, como el género de cine que es, como la industria monstruosa que es, todo ello comentado por un sujeto que se declaraba pornófilo ante la sociedad y le gritaba al mundo que eso era bueno, y más abajo otra sección que se llamaba (llamaba porque las suspendieron sin previo aviso para los lectores) "Sangre, Sudor y Lágrimas" que trataba del género gore, es decir aquél que incluye en su casting a la sangre, las vísceras, vómitos, fluidos, pellejos y todo lo asqueroso. Entre ambas columnas habían adentrado a Samuel en estos dos géneros, vio la pornografía clásica, vio a Seka, a Anette Heaven, a John Holmes, a Jonh Leslie, a Ron Jeremy cuando todavía podía autofelarse, a Verónica Hart que era su predilecta, cuya aparición en la película "El Espejo de Pandora" es realmente divina, no sólo porque no es ninguna tonta que no sepa decir más de diez líneas de guión, no sólo porque su cara entera es de zorra, no de puta, sino de una zorra magnífica, tan así que si a él le ofrecieran filmar la película de "El principito", rechazaría la filmación si no otorgaran a Verónica Hart el papel de la Zorra, y domesticarla y domesticarse, ni siquiera era genial su actuación porque se la mama a Jerry Butler y a otro de manera voraz, sino por la intensidad de su mirada cuando se planta frente al espejo y se adentra a ver las historias que éste mismo cuenta, una luz ilumina su cara, pero esta no emana del espejo, sino de sus labios finos, de su nariz de catálogo que a nadie importa y de sus ojazos turbios llenos de encanto. Luego vio a la segunda generación de actrices, a Aja, a Tracy Lords, a Ginger Lynn, a Cristhy Canyon, y tuvo sus buenas erecciones. En cuanto al terror, conoció a Dario Argento, su preferido, a Clive Barker y su sensacional Hellraiser, a George A. Romero y sus muertos vivientes cuya dieta preferida son los sesos humanos, a Umberto Lenzi y sus desabridos infiernos caníbales, y gracias a esa sección vio la película más desesperante que hubiera visto, Texas Chainsaw Massacre, donde lo único que pidió de rodillas es que, por amor de Dios ya terminaran de matar a la muchacha que pesca Leather face y familia.

Pero en este instante, su mente revisaba sus archivos de gargantas profundas y sangres sudores y lágrimas, y recordó que este tal Klaus Kinski había sido tratado ya en uno de los tirajes de "sangre sudor y lágrimas", decían que la película Pagannini era un film maldito que ni siquiera aparecía en las guías más importantes de producciones de cine mundiales, y buscando su rastro parecía no haber pruebas validas de que en realidad existiese, decía que Kinski pasaba de la cama al violín, siendo igualmente diabólico en ambas, que en esa cinta puso a trabajar a toda su familia, asimismo al hablar de Kinski lo llaman "el llorado Klaus Kinski" ¿porqué llorado?, ¿Tanta es su fama?, ¿porqué no le he visto nunca en películas? y otra cosa, porqué, siendo Pagannini un film eminentemente cachondo, según el propio recorte que dice que esta producción sería el deleite del que escribe Garganta Profunda, ¿Porqué sale en sexo sudor y lágrimas?

Abrió la página inicial y leyó las primeras cuatro páginas, Kinski interpretando una obra "Jesucristo en malas compañías", bajando del escenario, armando revuelo, reventando iracundo contra la idiotez establecida, reivindicando al Mesías como el más viril e intrépido sujeto, lamentándose secretamente del mundo asqueroso, elevando la violencia que internamente se lleva dentro. Reconoció en las palabras de Kinski aquellas palabras que le hubiera gustado decir, le hubiera gustado armar esa camorra, le hubiera gustado berrear en defensa de Cristo, le hubiera gustado estar en ese escenario, ser él diciendo todo aquello.

Fue a la caja y pagó el libro. Sus zapatos fueron considerablemente de más mala calidad, aunque eso no le importó en lo mas mínimo, pues el libro lo embebió de tal manera que no tenía fuerzas para prestar atención en nada que no fuese la infancia y madurez del maestro Kinski. Conforme más leía el libro se percataba de una divertida libertad, aunque una cosa pareció llamarle la atención, ni mas ni menos que su alma, que entendía a la perfección los porqués de Kinski, claro, claro, seguro que Kinski con lo violento que es le diría "¿Y quién eres tú para creer que entiendes mis porqués?; Si hubieses vivido cada pasión como yo la viví y aguantado el dolor tan crudo como tuve que masticarlo, entonces, y sólo entonces estaríamos hablando en el mismo idioma" o peor aún, ni siquiera le prestaría atención al idiota que se acerca asegurando semejante cosa, pero pese a lo que Kinski dijera, Samuel entendía el porqué necesitaba amor, porqué le daba lo mismo acostarse con cualquiera, pensaba en el amor, el amor.

Muchos han criticado el proceder de Klaus Kinski, le llaman monstruo, pervertido, degenerado, sin embargo nadie alza la vista y encara a ese personaje perverso que lo indujo durante toda su vida a actuar de esa manera, ese enloquecido ente que llamamos amor.

Pues bien, la sonora carcajada de violenciase acalla de una manera trepidante cuando Samuel comienza a leer el advenimiento del hijo de Kinski, su babyboy, su Nanhoi. Hasta ahí Kinski era apenas y si un excitado que sabía aprovecharse de la falta de vitalidad del resto de la humanidad, era un cojelón sin rumbo fijo, a no ser que dicho rumbo fuera otro culo, otro coño, una máquina de follar, una máquina de amor. Pero ante la llegada de Nanhoi todo cambia, los continentes de su corazón se sumergen sin tregua entre ese océano que es su hijo, cuya agua lo invade absolutamente bautizándole las venas con amor, dándole un significado. Y a Samuel le parecía sorprendente que un ser tan aberrante encerrara una pasión tal por su hijo, el cual lo convierte a una nueva religión. Tan avasallador resulta que Samuel juró llamar Nanhoi a su hijo, cuando éste naciera.

Era el mismo sujeto el que hablaba de tirarse a una fulana por el culo y el que se expresaba de su hijo con amor indecible, superando, él, el monstruo, la ternura de Rabrindanath Tagore, resultando más bella la venida de Nanhoi que la mismísima "flor de champaca"

Las autobiografías nunca tienen una conclusión, a menos que el que escriba sepa que va a morirse, digamos de manera crónica, y redacte una página que sirva de final. En el caso de Kinski, su autobiografía si cuenta con un final, pero ese final no puede contarse si no se cuenta las dos páginas anteriores al final, en las cuales Kinski casi muere. Está en un paraje repleto de mariposas, es la casa de campo donde vacaciona con Nanhoi, aunque su hijo no lo acompaña en esa ocasión, le parece sin embargo tan falto de color, aunque flores lo tapicen, aunque le rodeen mil mariposas de distintos colores, todo le parece gris porque su babyboy no está a su lado, hace referencia que las mariposas están en todas partes, luego se da cuenta que su corazón hace rato que no late, su pulso no corre, no retumba nada más que un dolor en la sien, su respiración no describe ya olor alguno, y le sobreviene el pavor, ¡SU HIJO NO PUEDE QUEDARSE SIN SU PAPOTE!, sufre sólo de pensar en la separación, y el cielo e infierno le parecen poca cosa porque desde ahí no podrá abrazar a su chiquilín, luego, así como ocurre con los frenos que se corren cuando vas a 120 km/h, como el cuerpo que cae del poste cuando la policía corta la soga del suicida, como la eyaculación deseada, así, como los locos que llegan a su último instante de lucidez para barrerse su mente y entrar al país de la incoherencia, así Kinski se abandona a un chorro de luz que viene a pintarle su mundo, su vida entera. "¡Pero que idiota he sido!" se dice a sí mismo "Si todas las mariposas son Nanhoi" y éstas hacen un todo con todo y él entiende que la ubicuidad de todo es lo único que permanece, que no puede separarse jamás de su cariñito. Su mente se descarrila como un tren sin control, y descubre que el camino tan ansiado no eran los rieles, sino la inmensidad que les rodea, se siente un tren que puede andar por donde sea, sin necesidad de ruta, a campo traviesa, sobre las aguas, sobre el aire, sobre cada célula. Deja de ser cuerdo para siempre, y la óptica de loco es la única que le permite ver el absoluto que representa a todas las cosas. Deja de necesitar amor porque se convierte en amor, advierte que el amor está en todas partes, vestido de un orden muy extraño.

Luego viene la carta, esa carta póstuma que escribe para su hijo una vez que él haya muerto, emotiva, incandescente, entregada, donde se abandona absolutamente a la naturaleza, a Dios, es decir, a Nanhoi. "No podremos separarnos jamás" escribe "pues somos el mar, el aire, las montañas, somos la tierra", y tenía razón.

Samuel no tenía hijo, ni amaba, muy posiblemente no amaba nada, sin embargo, reconocía en el Maestro Kinski una virtud muy importante, que hay que entregarse a lo que uno es, aunque ese algo sea algo ingrato, como el amor, por ejemplo. No hubo meditación, no hubo restricciones, hubo dolor, mucha pobreza, riqueza también, pero no era eso lo que importaba, lo indispensable es que había una intención, y en eso coincidían Kinski y Samuel, esa intención era el amor.

Samuel cambió. Adquirió lucidez. Cinco veces leyó el libro antes de pensar que él tenía que escribir un guión acerca de Kinski. Las cosas que dijo, su mensaje visceral era algo que debía saberse, era algo que deberían anunciar en la T.V. Comenzó a hacer un monólogo de Klaus.

No obstante su buena voluntad de hacerlo, había un inconveniente, no había visto ninguna película de Klaus Kinski, es decir, se forjaba en su cabeza una silueta, la de la foto de la portada de su libro, pero ¿Cómo se desenvolvía?, buscó películas y lo que encontró en los vídeo clubes fue patético, "La chica del tambor", otra que no recordaría ni el nombre en el que un imbécil, el estelar con dentadura postiza, observaba una foto de fines del siglo XIX y descubría que un sujeto portaba una ametralladora, el sujeto era ni más ni menos que Kinski, un Kinski viajero en el tiempo, gesticulante en exceso, con una mirada de dolor muy profundo, "La casa de Madame Claude" donde sale de magnate, y la de "El precio del placer" donde también hace de magnate a lado de Ornella Mutti. ¿Porqué las caracterizaciones eran tan malas? Es cierto que el propio Klaus decía que en su mayoría las películas las había rodado por dinero, era obvio que le interesaba un cuerno hacer un excelente trabajo, y el colmo era que Samuel sólo veía ese tipo de filmes.

Afortunadamente el centro Cultural Alemán decidió rendir un homenaje a Werner Herzog, es decir, de cajón tenían que pasar las películas de más renombre de Kinski. Si bien es cierto Kinski parece aborrecer a Herzog, sus mejores caracterizaciones las hizo bajo su dirección. Luego de soportar asquerosidades como "Fata Morgana" o "Los enanos también empezaron desde pequeños", pudo ver "Fitzcarraldo", "Aguirre o la ira de Dios", "Nosferatu", y la inusual "Cobra Verde", y fue hasta entonces que Kinski fue percibido en su tridimensión, además le resultó interesante ver que en Cobra Verde escribía en una bitácora, pero pudo ver que seguramente así lucía al escribir su autobiografía.

Esos sábados por la tarde en que proyectaron las películas la gente se reunía en una salita apenas y adecuada para albergar una cuarentena de personas, y sorprendía que en ninguna de las funciones se llenaba. Vendían café y galletas, pues era una especie de café cine, y los asistentes eran por lo regular gente mamoncita que iba en gran parte para hacerse los culturales, los hippies o los in. Uno que otro iba a reír con las irreverencias predecibles de Herzog, las cuales eran de pésimo gusto, por ejemplo una escena de "Los enanos..." en que crucifican a un mico, o en Aguirre, que coronan a un imbécil, y sus risotadas eran tan predecibles y tan de mal gusto como los chistes que les daban origen.

La tipa que coordinaba el ciclo de proyecciones, o el "cine club" como ostentosamente deseaba llamarle, no tenía idea alguna de lo que era un cine club, las galletas no hacían un cine club, no se comentaba nada acerca de la película.

Samuel se le acercó antes de que empezaran las películas de Kinski y le ofreció su ayuda, obteniendo información de los filmes, con comentarios, pero la chica, que en realidad era una muchachita temerosa y frágil que no tenía el valor de consultar nada en lo absoluto, y no sería raro que las películas de Herzog, incluyendo las de Kinski, le desagradaran por completo, de ahí que no le interesara saber absolutamente nada de las películas que exhibía. Samuel sin embargo no abandonaría tan fácil la idea de transmitir un poco de información relativa a las películas, y fotocopió todas y cada una de las líneas de la biografía de Kinski en que este hablaba de Herzog, mal por cierto, luego, a costa del departamento de tránsito hizo un tiraje de 20 juegos de su selección de textos. La gente tomó lo que se les entregó, pero nadie dijo nada más, y en las funciones subsiguientes tampoco. ¿Acaso había tan poco interés en lo que Kinski decía?

Otro suceso fue ver la película Pagannini, escrita, actuada, producida y dirigida por el propio Kinski, es decir, su proyecto personal, y al ver ese film comprendió muchas cosas, pues en esa película Kinski no desnuda a Pagannini, sino que se desnuda y entrega tal cual es él mismo, y al narrar la vida del violinista narra su propia vida, y se caracteriza. Se hace entonces real aquello que él dijo "Se que fuí Pagannini"

Una vez que hemos visto lo que Samuel había encontrado en su búsqueda de Kinski, hemos de decir que escribió un guión de la biografía de éste, y cansado de buscar actores con suficientes huevos para encarar el personaje, decidió que sólo quedaría bien si él mismo caracterizaba a Kinski, lo que desde luego no sería fácil, sin embargo, alguien que no tuviera la furia y a la vez la admiración, y sobre todo la comprensión de lo que significa decir "Yo necesito amor" podría escenificar aquel monólogo. Ahí empezó el cabello largo, para parecer Kinski, y con esto su propio proyecto personal. Pese a que en general todo o aprendido se le agolpaba en la cabeza como algo teórico, sobrevino después la lectura de Alejandro Jodorowsky, quien le vino a revolucionar la cabeza con una perspectiva nueva, la magia y el amor pueden traducirse en actos, deben traducirse en actos, su efecto será evolutivo siempre, psicomágico.

Comenzó a hacer sus pininos de actor frente al espejo, su obsesión comenzó a resultarle vital. Fue así que Kinski se convirtió en amigo suyo, pese a que no se lo mereciera, pese a que Kinski en vida lo hubiera enviado al caño, ese nuevo Kinski, etéreo pero no precisamente un ángel, le vigilaba como un ente de su guarda, y tan ensimismado y consciente estaba de la seriedad de su papel, que en ocasiones iba por la calle sintiéndose un Caín, y sólo los que se hubiesen sentido como Kinski un día sabrían de ese sentimiento, además, había mañanas, tardes o noches en que Samuel salía a la calle con los ojos de Kinski, aquellos mismos ojos de la portada de su libro, desnudando a cuanta mujer se atravesara por su camino, riéndose del mundo, siendo irreverente, esbozando muecas al azar, balbuceando sonidos de bestia, sin más razón y motivo que sentirse vivo.

Vaya mezcla, Klaus Kinski y Alejandro Jodorowsky. A Klaus lo conoció ya muerto, a Jodorowsky en un cine.

Jodorowsky en el Cine Hilda

Recuerdo que fue en Tampico. Por ese entonces vivía una etapa de miseria sin precedentes, pues aunque laboraba en una escuela de la Secretaría de Educación Pública, eran épocas en que los pagos demoraban en llegar cerca de seis a ocho meses. Yo iría en ese entonces por ahí del tercer mes y medio, y había tocado un fondo económico casi peliculesco, pues llegaba al grado de esculcarle las tripas a los teléfonos públicos, que todavía eran de moneditas, a fin de obtener un poco de circulante. Cada día maldecía mi mala costumbre de no ahorrar. Surge la pregunta ¿Dónde dormías?, ¿No tenías familia?, ¿Eras un indigente?, a lo que hay que decir que vivía con un pariente que tampoco tenía el bonito hábito del ahorro, bohemio e idealista igual que yo, sin esa autocompasión que me ubicaba en una posición que prefería atravesar la ciudad a pié que pedirle para el transporte, pues en ocasiones se daba el caso que, rotas las barreras de la vergüenza y armándome yo de valor, agotara el cartucho de pedirle un poco de efectivo y encontrarme con que el gesto era inútil porque él mismo no traía dinero. No era un infeliz, debo decirlo, pero un pobrete sí que lo era.

Luego de tener a mi pariente como jefe laboral durante toda la semana (él era el director de una escuela ¡agropecuaria!) y como mi padre durante el resto del tiempo, era de suponerse que para el sábado ya estaba bastante harto de su influencia moral y energética, por eso, cuando la noche del sábado me decía con la mejor voluntad del mundo que durante el domingo se ausentarían todo el día completo, pues irían a casa de la madre de su mujer que vivía en un pueblito que queda a dos y media horas de Tampico, todo mi ser decía al unísono que NO.

El domingo mi felicidad era serenamente indecible. Quebrado como estaba la presencia humana me llegaba a incomodar realmente, necesitaba un descanso, y esos domingos sin interacción humana eran por tanto ideales. Me levantaba tarde, y tal cual si fuese un discípulo de la escuela de Los Pitagóricos [grupo iniciático cuya iniciación de admisión consiste en no hablar durante un año entero], sencillamente no hablaba, si salía el gato, le hablaba a señas, si iba por una Coca Cola a la tienda, las gracias las decía con una mueca, y así. Por ahí del medio día me vestí y me salí a la calle, mi destino era llegar al kiosco principal de Cd. Madero, a fin de escuchar tocar a la banda local. De paso ver andar a la ciudad.

Donde Dios se aparece disfrazado de un billete de veinte pesos tirado en el suelo. Me tendí sobre del billete con una fe ciega, mi día había cambiado. Caminé hasta la plaza principal y no había orquesta. Algo decepcionado vagué por las entrecalles hasta que tuve frente a mí el Cine Hilda. No sé si fue a propósito o si sólo se trataba de una estridente coincidencia, lo cierto es que había un cartel en el cine con un sujeto de similitud física con Cristo, con sus brazos al aire en signo de cruz, tambaleándose en un corral de gallinas. Bajo sus pies decía: SANTA SANGRE, seguido de diferentes palabras que teóricamente vendrían a definir los distintos atributos del filme: Atrevida, Erótica, Terrorífica, Controvertida. Todo en el cartel era morbo, pero un morbo muy extraño.

Cabe decir que el Cine Hilda era uno de esos cines de tercera en los cuales proyectaban películas pornográficas en programas dobles. Un sitio oscuro, sórdido, apestoso, antiartístico. Hoy es, por irónico que parezca, un Centro de Fe, Esperanza y Amor. Aunque bajo una interpretación poco ortodoxa, y muy a juicio del espectador, supongo que ya lo era desde antes, pues qué son los espectáculos crudos sino breves alicientes de espíritus quizá más extravagantes que otros. Todo es relativo. Pero había ya dicho que el programa era doble. Ahora que lo pienso, SANTA SANGRE era la película de relleno de dicho programa doble, pues el filme estelar era un bodrio que se titulaba "Angel: Prostitución masculina", que era ni más ni menos que un filme gay de culto. Pagué mi entrada, "se está acabando en este instante" había dicho la viejita de la taquilla.

La viejita de la taquilla que se salía de su cubil para ser ella misma la chica de la puerta que te recoge el boleto merece ella sola una reseña especializada, pues en la taquilla te miraba como una madre que mira a su hijo consumiéndose en el vicio, censurándole pero impotente, era como mi madre reprochándome por qué entraba al Cine Hilda, mas sin embargo, en la puerta ella era algo así como la anfitriona del infierno que te invita al efímero valle de los placeres (sólo de aquellos que califiquen con el estándar de malsanos), como la madre tenebrosa de Karonte y Virgilio, cosa que convertía por acto de magia a cada asistente en una especie de Dante venial.

Una vez dentro tuve que soportar 15 minutos de la película anterior. Luego se prendieron las luces, las cuales me lucían tan entusiastas como las que seguramente habría en los campos de concentración. Por alguna razón, mi convicción por ver SANTA SANGRE me hacía excusable frente a mí mismo el estar en ese cine apestoso al cual sólo le faltaban las ratas, o bien no las vi y lo que sentí en los pies si fue efectivamente un calambre inusual. Esto lo noté porque estaba sentado quizá con demasiada desvergüenza, ya que al prenderse la luz, las cabecillas que miraban felices la película de Ángel se retrayeron bajo el límite del respaldo de sus asientos para no ser vistos, yo me los imaginé como un grupo de caracoles.

SANTA SANGRE empezó con una águila al vuelo bajo el fondo musical del mambo "Caballo negro", la óptica sórdida, los colores cenizos, la historia estridente, el elefante que muere, el cercenar de brazos, la danza de la mujer tatuada, la sincronía de Fénix con su Madre, los payasos que daban más miedo que risa, niños down bailando alegres en un burlesque, un tatuaje en el pecho que convierte un niño en hombre, la secuencia de amor violento con una mujer musculosa, el brillo hipnótico, el rescate del alma, todo en su conjunto era un mosaico de delirio no precisamente agradable que terminó por decepcionar a muchos de los asistentes que habían entrado esperando ver un filme porno.

Mis conclusiones de la película aún no terminan, y pueden resumirse en que el emblema de la madre, que simboliza la falta de apertura, las convicciones y la fe, son un par de brazos cruzados pero también cortados, mientras que al final Fénix, el personaje central, asimila en sí mismo el amor de su propia alma y proclama el nacimiento de sus propios brazos que son uno con él, resurge como su nombre, de allá dónde se encontraba atrapado, sin importarle que queda detenido, pues aun detenido es libre. Es una película fea con un final bello.

Mi tarde también cambió. Salí del Cine Hilda, aunque es difícil decir que se sale de ahí, pues el cine se va con uno haciéndose presente a manera de hedor que se enraíza a la ropa como ninguna loción podría. Y regresé a la plaza central. Los miembros de la orquesta afinaban sus instrumentos. Mientras yo seguía pensando en SANTA SANGRE, en como me sentí aplastado en mi butaca durante diferentes partes de la película, de cómo en partes me sentía exacerbado; reparaba que la música de la película era toda mexicana o hecha en México, el mambo, la barca de oro, sones veracruzanos, etc. El autor había visto en la música un elemento mágico que no había yo advertido en la música popular. La orquesta comenzó a tocar. Ninguno de los interpretes tenía menos de sesenta, eran viejos, muy arrugados, y cada uno a su manera daba testimonio de su historia personal. Un minuto antes sus ojos carecían de brillo, eran meros limpiadores de instrumentos, eran retirados, jubilados, un minuto después tocaban el danzón con sumo amor y pasión, la mirada renació, el brío dejó de tener edad, el ímpetu se hizo presente inundando toda la plaza. Cerraron con el danzón Nereidas. Nunca lo escuché tan fuerte, tan intenso, tan embelesado de sí mismo, como si cada nota narrara el amor y desamor de los ejecutantes, quienes con un riesgo eran más jóvenes que yo mismo que era en ese entonces un adolescente.

El camino a casa fue algo feliz. Todavía me quedaba dinero para una torta de la barda, que es algo así como una orgía gastronómica dentro de un bolillo, y para regresar a casa en un pesero. La torta la comí con una alegría inusual, pero igual regresé a pié, la noche me parecía linda. Linda y extraña. Pensé que el detalle romántico había sido el Cine Hilda y tomé nota del apellido: Jodorowsky.

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