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Una gota y un dintel (III: La versión de Pablo)

en Grandes Relatos

No sé si el tiempo lo vuelve a uno más agrio. Cuando me casé con Amanda fue muy feliz. Admito que hubo un poco de interés económico por parte de ella, pues no veía yo la forma en que una chica tan sexy como ella se fijara en un tipo como yo, que si bien no soy un esperpento, sí tengo algunas lonjas que por más esfuerzos que haga no se reducen con nada. Son mis huesos los que han embarnecido, haciéndose más anchos y más pesados. Afortunadamente siempre tuve con qué defenderme para follarme a una mujer. Si bien lo mío no es la elasticidad y las acrobacias, mi pene es largo y ancho, y puedo moverlo con firmeza, mientras que la eyaculación, que siempre ha sido una de mis obsesiones, siempre la he controlado a voluntad. De hecho, si he de terminar con una sesión sexual es porque me canso de la cintura, pues si se tratara de que la mujer esté arriba, podría satisfacer a centenares de ellas.

No sé que diablos pasó, si fue coincidencia u otra causa más profunda, pero cuando Amanda me pidió un hijo, mi pene comenzó a fallar, así sencillamente. Cuando me dijo lo del hijo yo no supe qué contestar, que es en estos casos tan sensibles, ya de por sí una respuesta. Lo cierto es que nunca me había imaginado con hijos, y menos a esta edad. Tal vez siempre estoy muy atareado que no me he dado tiempo para notar que las gentes tienen hijos.

Empezaron las discusiones, tal como si Amanda fuera una máquina de hacer niños. Mal me acuesto en la cama y empieza con su arenga de que está en días fértiles, yo le contesto que siempre lo está, empiezan las palabras, los gritos. Es fecha que no sé a ciencia cierta qué coño estoy defendiendo al no querer tener hijos, de todas formas nunca fui del todo aventurero, ni pienso viajar mucho, siempre estoy en mi puesto de dirección de Almacenes Generales, S.A. que tan bien me retribuye, por lo que un hijo sería educado casi enteramente por Amanda. Insisto en que no sé qué defiendo, pues tampoco amo tanto al televisor como para que esa sea una causa de no encargar.

Luego vienen más quejas, que si soy impotente, que si la calidad del esperma. Un gorro la verdad. Cuando me casé con Amanda no estaba de cierto enamorado, ya era bastante mayor que ella, y si me llamó la atención era por ver que era una buena chica, y que además de ser buena, estaba mucho muy buena. Ella me hizo caso, ya sea por el tamaño de mi verga o por el tamaño de mi coche. Llega el momento en que uno convenencieramente empieza por suponer que no hay distingos entre una cosa u otra, que uno es integral, el conjunto de su cuerpo, alma y bienes. El dinero es afrodisíaco, de eso estoy convencido. No tanto como el circulante que es, sino las posibilidades que se abren con él. Por ejemplo, un pobre diablo nunca podrá enviar un buen ramo de rosas naturales o de orquídeas, nunca podrá ir a sitios con verdadera atmósfera, no podrá pasear realmente.

Ella joven. Muy buena, o muy bella si hay que admitirlo de esa manera. Interesada en mí, un hombre hecho y derecho. Ella un poco sola, inexplicablemente. Yo solo, muy explicablemente. Salimos de novios y ya sea por el afán de demostrar que a mi edad estoy en el mejor momento de mi hombría, mejor aún que a los veinte que no tenía ni opinaba nada, la fui ligando hasta que estaba perdida por mí. Nos casamos.

Una semana de luna de miel en Hawai nos sirvió para no dejar cama que destender en dicho lugar. Me sentía como un hombre sin edad, como una máquina de follar. Contra lo que hubiera deseado, tanto follar me dejaba claro que era un buen follador, pero no hacía perderme. Seguía yo demasiado consciente de que en los almacenes habíamos tenido muchas utilidades este mes y que la reingeniería que planeaba sería igualmente exitosa. Ella hubiera muerto ahí mismo. Yo no.

Todo resultó muy funcional para mí, hasta eso de tener un hijo. Creo que ahí empezó mi desgracia. Bueno. No engañemos a nadie. Mi desgracia comenzó en el momento que no fui capaz de entregarme ciegamente, de darme al cien por ciento, a abandonarme y que no me importara más que aquella mujer que era muy buena, honesta, inocente, diáfana. El hecho de administrar mi amor, dosificarlo razonablemente, ver la ganancia de éste, fue mi mayor fracaso. Si hubiese puesto en manos de Amanda mi corazón, ella lo hubiera guardado celosamente, hubiera sembrado en él una o dos flores, y me hubiera vuelto hermoso, jamás sería viejo pues el brillo de mi interior sería algo imbatible. De haberme entregado, su petición de un hijo hubiera sido para mí una fiesta. Es como si no quisiera tener hijos con nadie para no sentirme atado a nadie a través de la sangre, tener un hijo borraba la posibilidad de relacionarme con el resto del mundo. Pero, ¿Y si a ese mundo no le importas?.

En una de las peleas le dije a Amanda que se buscara un amante, que yo no me ofendería. No lo decía en serio, de hecho lo había dicho sólo para presumir de ser muy autosuficiente, para demostrarle que yo podía prescindir de ella cuando fuese, y dejarla, conseguirme otra pollita nueva e interesada en compartirme, mientras que ella nunca conseguiría a alguien de mi calibre. Olvidé que esas cosas no se dicen.

Durante meses la cosa se tranquilizó. De repente había días en que ella estaba muy jovial, días en que sin pedirme sexo, sin haberlo tenido, me trataba como aquellos tiempos en que una buena follada la ponía muy servicial y amable, simpática, angélica. Su cuerpo también lucía distinto. Se miraba más firme cada vez. Durante esos días yo era nuevamente feliz, sin conflictos que me recordaran los problemas de la empresa, con una joven esposa dispuesta a satisfacerme en todo aquello que no me representara a mí esfuerzos o corajes.

Todo cambió una tarde en que olvidé en casa las llaves de un maletín que contenía una información que necesitaba urgentemente. Marqué por teléfono a la casa y nadie contestó, pues me hubiera sido de utilidad si Amanda me hubiese traído las llaves a la oficina. No podía mandar a nadie debido a que las llaves olvidadas tenían también atadas las de la casa, entonces, no le vas a pedir a un empleado que vaya a tu casa a meterse por la ventana. Le dije a Rodríguez que me llevara a la casa. A una cuadra de la casa queda una tienda de abarrotes. Le dije a Rodríguez que se detuviera a comprar algunas chucherías para un convivio que tendríamos en la oficina, mientras yo iba a pie hasta la casa por las llaves, le pedí que no me buscara, que yo regresaría con él a la tienda. Lo cierto es que no quería que Rodríguez se percatara que me estaba metiendo a mi propia casa como un ladrón.

Llegué a mi casa y me perfilé por el patio para empezar a abrir una ventana. Sólo los esposos que han sido engañados saben que el corazón no se pone frío sino caliente, como si lo sumieran en un gel tibio y éste comenzara a bombear a todo el cuerpo un plasma de energía que termina por solidificarse en la nuca, en el momento en que inocentemente, sin sospechar nada, mientras tu amor está recostado en un nido de confianza, escuchas la risa de tu mujer, esa risa especial que emite sólo para ti, y sabes que nunca ríe así cuando está sola, que esa risa es exclusiva de cuando está contigo, e incrédulo dejas de respirar, como para averiguar si lo que escuchaste no fue el ruido de tu deseo. Luego piensas que hace tiempo que no provocas esa risa, y empiezas a ponerte nervioso. Por fin vuelves a tomar aire y se escucha un "ayy", puedes ver claramente cómo es su boca, cómo son sus ojos cerrados, cómo se le hace el cabello hacia atrás cuando dobla la nuca fuera de sí, dejando al descubierto el cuello.

Luego la cabeza parece que es prestada y tu cuerpo se mueve por sí solo, hace lo que tu no le pides, busca lo que no quieres encontrar, oye lo que no quieres oír, reprimes tu respiración sólo de no creer que estás trepando la rejilla de las enredaderas pero no te importa ni a ti. Tu cuerpo avanza contra tu voluntad dispuesto a que te encuentres con lo que ves y no querías ver. Tu esposa está desnuda, con las piernas abiertas, y encima de ella está un hombre que siempre es un extraño, ya sea que no le hayas visto en tu vida o que sea el amigo de siempre al cual conoces por vez primera en toda su magnitud.

Sientes un odio subiendo por tus huevos dejándose fluir a lo largo de tu verga, y la hincha. Pareciera que estás excitado, pero estás justo lo contrario. Ves como esa verga entra y sale, y a tu esposa le está gustando horrores, ves como entra y sale, pero para ti pareciera que sólo entra. Aunque tu tengas la verga más grande, te da la impresión que esa verga que le están metiendo es peligrosa, que hiere, pero es a ti a quien hiere.

Luego de la sorpresa intentas ver que es eso que hace tan feliz a tu mujer, eso que no has sabido darle, eso que no le has ofrecido ni ella pedido. Te grabas el cuerpo de él, pues el de ella ya lo conoces, y de ella sólo te grabas esa cara que nunca te hace a ti, esa mueca de estar disfrutando por ponerte los cuernos, de estar recibiendo una verga que no es la que le corresponde. Es mucho peor si ves que le entrega al desconocido las caricias que nunca te ha entregado a ti, ves que se voltea y pone cara de niña juguetona mientras la alegría de su juego sexual le hace divertido empinarse y darle sin pestañear al desconocido sus nalgas. El desconoció acepta lo que le dan y comienza a mamarle el ano, ese ano que siempre respetaste, y ves como el extraño le da un uso que tu nunca sospechaste en tu esposa. El aro del esfínter que aprieta el duro palo del extraño te recuerda tristemente tu argolla matrimonial y conforme ese esfínter se ensancha tu matrimonio, se va volviendo más holgado cada vez. El sujeto hace aquello que tu consideras una falta de respeto y tu mujer adora todo lo que hace con su cuerpo. Saca la verga del culo y la lleva a la boca de tu mujer. Te sale lo enfermero de ver que nunca han traído condón, como si eso hiciera diferencia en tu alma, y ves como la verga del extraño empieza a manar sobre la boca de tu ángel particular un chorro pesado de esperma, y ella empieza a tragarlo, deja algo para sus pechos, sonríe con los ojos cerrados, es muy feliz.

Sólo los esposos engañados saben que uno no siempre revienta en ira, uno no siempre mata a su mujer en el acto. A veces regresas por donde viniste. Y te callas la boca.

Rodríguez esperaba en el coche algo impaciente. ¿Cuánto tiempo ha pasado?, no lo sabes. Te da una idea el hecho de que tu acompañante te diga que el convivio ya ha de haber terminado, que no vale la pena ni siquiera llevar los vasos, platos y demás. Te pregunta por lo que ibas y le contestas que la ventana estaba muy cerrada, y él se ríe y recuerdas que él no sabía que te ibas a meter por la ventana, pero eso, las llaves o lo que sea, no te importa. Tu empleado, si los tienes, te mirará compasivo, y tu le mentarás su madre mentalmente.

Llegas a la oficina y hay un convivio. Te sientes fatal. Pues en tu mente pasan cosas que no pueden contarse. Quisieras volver a casa para no estar en la estúpida fiestecita, pero no puedes volver porque se están cogiendo a tu mujer, o ésta ha de estar haciéndole de comer a ese que la llena de verga tan sabroso.

Esa noche llegué como todos los días, y Amanda me recibió con un beso muy tierno en la boca, una boca condenada a no saberme igual. Me atendió, me sirvió la cena, pastel de carne, horneado en un molde de pay, con una cuarta parte ya consumida, ella se sirve también. El extraño comió lo mismo. Mi casa se convirtió en una emboscada desde ese entonces, pues por doquier me asaltaban detalles que antes me eran invisibles. Lo del pastel de carne era claro, cuantas veces no reparé que si ella iba a comer y yo también, y se supone que hornea el alimento sólo para nosotros dos, el molde debería estar completamente llena y no faltándole una buena ración. Me asaltaron los vasos, había dos en el fregadero, en el bote de basura una corcholata de una bebida que nunca bebo, huellas en el suelo, el olor de mi cama matrimonial. "Estás muy serio" me dice, "te doy un masajito para que te mejores" agrega. Yo le tomo la palabra y quisiera borrarle la follada con otra, ella me siente extraño y me abre las piernas luego de meses de no querer nada conmigo, y la penetro con fuerza, y en mi mente no dejo de visualizar su cara repleta de semen, semen blanquísimo cayendo con pesadez, espeso, trémulo, y pensando en ello me corro más violentamente que nunca.

Nuestra vida sexual mejora, pero yo estoy muy inquieto. En la oficina ya no pienso en nada sino en ella. Quiero llegar a casa y atenderla yo también de vez en cuando, y al verla andar siempre me pregunto si esa misma tarde la habrá barrenado el culo su amigo secreto. Luego de años de matrimonio, años de seguridad de mí, luego de no darme, estaba ahí con todos los síntomas de estar enamorado perdidamente de mi esposa. Me miro al espejo y comienzo a sentirme feo, feo con ganas de verse mejor. Empiezo a hacer algo de ejercicio.

Una tarde cerré un negocio muy importante con mucha rapidez. Ciego de amor, celos y visceralidad, sentí ánimo de ir con un especialista a ver aquello que tantas veces me había reclamado Amanda, ir a ver si era estéril. Si le daría un hijo, haría a esas alturas lo que sea por recuperarla. Juro que el amante que tiene es pasajero, lo hace por diversión, pero puedo llevármela lejos, de viaje algunos meses, recuperarla.

Encargo a Rodríguez que cuide de mi nuevo BMW y me meto al consultorio. Me ve un médico, realiza una verificación física de mis genitales. Me cita para el día siguiente, temprano, en ayunas y sin orinar. Salgo y mi coche está orinado de una llanta. Le reclamo a Rodríguez y le pido que nos marchemos. Camino a mi oficina tengo que pasar cerca de mi casa, y veo que casi llegando a ésta va caminando el amante de Amanda. Seguimos de largo como si nada pasara. Rodríguez me nota extraño pero obviamente no le cuento nada.

Doy tiempo para que ocurran cosas en mi casa. Pretendo llegar en plena faena y hacer que esto se descubra de una buena vez, haría lo que fuera por Amanda. Por fin me marcho de la oficina. Llego a casa e intento abrir con mis llaves, las cuales nunca funcionan. Termino por tocar. Me pierdo las caras de sorpresa al verme.

Pasa un tiempo razonable cuando Amanda abre la puerta, enfundada en su batita roja de seda. Se hace para atrás como si deseara que la siguiera sin chistar. Miro a los lados para ver que no se encuentre el desgraciado detrás de algún sillón. Doy un paso y cierro la puerta. Siento en la nuca una gota caliente, me llevo la mano al cuello y palpo una gota de semen que viene justo del dintel. ¡Ahí está!.

El muy cabrón está parado en el dintel, cargando sus cosas y con la verga todavía parada. Le ordené que permaneciera ahí el muy bastardo. Me encabronó tanto que no pienso en otra cosa que bajar mi estrés follando a Amanda delante de su amante. Y así lo hago. Empiezo a poseerla con toda la fuerza que tengo, me convierto en un toro imparable. Me sentiría mal si Amanda llorase o hiciera otra cosa, pero cumple cada capricho que le digo, y está tan cachonda que de rato no le importa si soy yo o es el otro quien le está barrenando la vagina. A juzgar por los antecedentes no regaré mucho esperma dentro de Amanda. Es entonces que decido utilizar a su querido, para dejar en claro que ella es mía. Claro, no he tenido tanto éxito en mi negocio por ser blando con cabrones como éste. Al instante pienso que la estrategia ideal para joderlo es hacerlo mi sirviente, así yo lo regiré, yo regularé el supuesto amor que se tengan, cada cosa que este imbécil le de a mi Amanda será entonces cortesía de mí, y terminaré por mandar a este hijo de puta a hacer puñetas.

"Te perdonaré la vida si logras vaciar tu leche en esta cueva" le dije, y en el acto señalé la vagina de Amanda, a quien previamente la había colocado en una posición de yoga que había visto alguna vez, misma que la dejaba de culo hacia arriba. Yo metía y sacaba mi palo del cuerpo de Amanda, y miraba su coño mientras apuraba al eunuco del dintel "Apúrate cabrón" grité.

El primero de los chorros me cayó en el cuello. No sé que pasó, pero al sentir la textura caliente del semen en mi cuello mi pene se puso enorme, y conforme la gota escurría hacia el suelo inauguraba cada poro que tocaba. El siguiente chorro sí dio en el blanco, a manera que ese esperma lo sumí con mi miembro hasta el punto más recóndito de Amanda. Si mi pene se deslizaba deliciosamente dentro de la vagina de Amanda debido a lo bien lubricada que tenía el coño, el chorro de semen volvía más resbaladiza la vulva, y sentía el placer que se tiene luego de seguir follando una vez que se eyacula dentro, en que parece que el cuerpo de la mujer cede a una blandura inigualable, sólo que la ventaja ahora era que esa fluidez y humedad estaba en el cuerpo de mi Amanda sin el menoscabo de una polla que se pone fláccida, pues al contrario, mientras más resbaladizo se ponía, más me crecía el pene. El tercer y cuarto chorros también cayeron en su sitio e igual los adentré profundamente. Amanda estaba muy excitada, como nunca.

El último chorro cayó en mi mano, estaba ardiente. Tiré el semen como con rechazo sobre la cadera de Amanda, pero luego comencé a esparcir el fluido en su nalga. Tenía una suavidad que no iguala ninguna crema, mi mano se deslizaba con ardor, haciendo mía a mi mujer mediante la leche de otro hombre. Todo esto echó a andar el turbo de mi pulso cardíaco y mi orgasmo sobrevino como la peor tormenta, con furia, me volví loco. Nunca en mi vida había disfrutado tanto. Cegaba momentáneamente mi moral para no pensar en el origen de mi pasión, en el por qué de este orgasmo tan intenso, si por amor a Amanda, por la humillación de que me engañe, por la humillación de engañar, por saber a Amanda muy puta, por quererla así, o por el semen en que había sido bañado.

Mis desilusiones comenzaron ya que intenté echar al extraño, pues Amanda amenazó con dejarme. Llegamos a un acuerdo. La compartiría con Marco, que es como se llama el cabrón ese.

Durante las próximas semanas nos vimos muy frecuentemente. Buscaba yo a Marco para exigirle que fuera con nosotros, le decía que Amanda necesitaba de sexo, pero no estoy seguro si a él le quedó claro que más allá de las necesidades de Amanda, yo lo requería para sentir un orgasmo como el del dintel. Descubrí que todas las cosas que yo había definido como excitantes se encerraban en el simbolismo de una pequeña gota de semen de Marco, esta encerraba lo cornudo que yo era, lo cornudo que él era, lo puta que era Amanda, lo puto que ellos creen que soy. Sistemáticamente hice que me disparara su esperma en mis tetas, en mis testículos, en la unión de mi carne con la de Amanda, en mis pies, en mis manos, en mi culo y por último en mi cara.

Frotar ese semen en Amanda era para mí el placer supremo. Cuando me vertió Marco el semen en mi cara, abrí los ojos y vi en su rostro un placer insuperable, con una risa fija, y sus ojos cerrados, luego él abrió sus ojos y vio en mi el reflejo de su placer de bañar de semen a otro hombre y no le gustó. Su cara se tornó gris y apuró su despedida. Yo llevé mi cara nutrida a los pechos de Amanda y la repegué, esparciendo la crema caliente en sus tetas y en mi rostro, sintiendo la textura única de la leche viril.

Volteé rumbo a Marco, quien se marchaba. Supe, por la expresión de sus ojos, que le aterraba tanto mi sentir y el suyo, y que no volvería por temor a disfrutar tanto como yo. No sé si le importe mucho que lo cataloguen gay o no, yo en lo personal no creo serlo, pero el semen me pierde.

Después investigué y Marco había desaparecido. Eso dio tranquilidad a nuestra cama por unos días. Luego fueron a pedir empleo a mi compañía un par de chicos hermosos. Los orillé a seguirme a la casa, les pedí que follaran a Amanda. Lo hicieron muy bien y ella estaba vuelta loca con los chiquillos. Pobres, el cuerpo de Amanda era todo lo que obtendrían, pues no podría contratarles después de que follan a la esposa del gerente general. La penetraron divinamente por coño y boca. Se corrieron en el pecho de Amanda y yo esparcí ese semen con mi pecho mientras la penetraba. Sentí que mi corazón se detenía, que se rompía de placer, la apreté tan fuerte que creía que éramos una misma sustancia. Seguido a mi orgasmo no respiré bien, no latí bien. Lo consideré normal.

Los chicos se fueron, tomé sus teléfonos, dijeron estar dispuestos a venir cuando les necesitara. Amanda me preguntó después por Marco, le dije que había desaparecido.

Al día siguiente Amanda salió y no volvió más. Mi corazón pareció detenerse y mi respiración también. Me reviso periódicamente, por eso sé que no se trata de un infarto, pero me quedo sentado en esta cama que francamente está muy sobrada para mí solo, guardo silencio y pongo atención para ver si mi corazón late ahora que Amanda no está. Parece que sí. Sólo parece que sí.

jilo_deiss@hotmail.com

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