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Arakarina (03: Ella se casa)

en Grandes Series

ARAKARINA III

Ella se casa

X

El telegrama llegó. Se programó todo, e inclusive Helena se encargó de conseguir la casa y los muebles, aunque dejó pendiente su acomodo. La elección no le fue del todo difícil, pues se orientó con el recuerdo de aquella casa del pintor en la que ya había estado, preocupándose de que la cama fuera grande y que hubiera un closet. Los gastos fueron cubiertos en su totalidad por Virgilio. Ella aún no escuchaba su voz, pues la cita fue concertada con Julio, y su rostro tampoco lo conocía. Sabía de memoria su intimidad, pero su cara la ignoraba por completo. Tenía su cabello y su mirada atrapada en un bosquejo de papel, pero nada más.

El portafolio era un secreto de ella, nadie lo había visto. Sus días en la Ciudad de México también eran un secreto. No sabía qué esperar de la llegada del pintor, quien se le figuraba como una esperanza desagradable.

Las cosas habían cambiado para Helena en sólo tres días que había estado ausente. Su madre estaba repentinamente más alegre y entusiasmada, además de que parecía estar menos castrante que nunca, dejándola salir aunque no arreglara los pisos ni sacudiera el interminable librero, aunque no hiciera todo el aseo que regularmente hacía. Era muy extraño, encima la dejaba ir cada vez más rato con Julio, en quien era evidente que su madre confiaba absolutamente. Eso le molestaba en el sentido de que su madre la dejaba salir no por que ella fuese confiable, sino porque seguramente Julio sabría que era lo más conveniente para ella. Lo malo era que en la mayoría de los casos Julio efectivamente tenía la razón respecto de qué era lo que en verdad le convenía, por esto, el coraje no era con él, sino con el hecho de que su mamá tuviera razón.

Poco después vio el trasfondo de todo aquello, la mirada de Julio había cambiado también, pues la miraba siempre absorto, siempre totalmente embebido, y Helena sentía su ego totalmente saciado. Sus obsesiones de fealdad se venían abajo ante tales miradas.

No tardó mucho en que esa relación de trabajo se convirtiera en una especie de amor. Ciertamente hacían una bonita pareja, aunque sí despertaba un poco la curiosidad que él fuera mayor que ella por buenos once años, y luciera mucho más maduro, sin embargo, Helena no se imaginaba a sí misma a lado de un muchacho de diecisiete o dieciocho años, insulsos en su mayoría, siempre con los bolsillos vacíos y con la cabeza hueca de ideas.

La tarde en que supo que las cosas cambiarían hacía un tiempo nublado, y por más prisa que se dieron para acondicionar el local con unas nuevas figurillas de barro negro la lluvia les ganó, y la noche también. Cerraron la galería y se quedaron en el umbral de la puerta esperando que pasara un taxi. Ahí apoltronados, bajo el silencio que hace el ruido constante, Julio no se contuvo más y le dijo que no podía esperar por más tiempo, que tenía que decírselo, y se lo dijo "Te quiero, deseo que formemos una pareja", lo dijo con tanto miedo de verse rechazado, él que siempre sabía el orden de las cosas, el estratega, el frío, no acertaba a estar seguro de su futuro con ella.

Helena se enterneció al ver su terror, en ver como tartamudeaba y se convertía en un tonto, eso le dio buena espina en ese momento, adoró la inseguridad del hombre más seguro del planeta, y lo hizo bajo un proceso mental muy veloz y seguramente inconsciente, las cosas sobre las cuales uno tiene seguridad son sujetas absolutas de nuestra voluntad y nuestros designios, y por consecuencia están condenadas a obedecer nuestro capricho, son cosas muertas en su voluntad propia, vivas en la nuestra, para este caso, Helena no hubiera considerado la proposición de Julio si éste no hubiese temido en la forma que lo hizo.

Con poquita autoridad que hubiera utilizado Julio se hubiera visto rechazado, pues Helena hubiera visto seriamente amenazada su libertad más indispensable. El miedo era la duda, la falta de seguridad, es decir, la prerrogativa de aceptar o no, la voluntad era de Helena. Eso era el éxito, la voluntad era de ella. Sólo por eso aceptó. Además ya tenía ganas de probar el sabor de los labios, los cuales le temblaban de ansia, cosa que ella disfrazó de frío aprovechando que una ventisca los mojó levemente. Cuando sus labios se juntaron Helena puso todo su empeño en esos breves centímetros cuadrados de su boca, descubriendo su vocación de besadora, pues, pese a que nunca lo había hecho, intuía perfectamente cómo hacerlo, pegando húmedamente toda la boca, y hubiera metido su lengua en los dientes de él si no supiera que Julio era sumamente curioso y le daría por investigar el origen de esos besos en su mente, en eso era prejuicioso, de manera que aprovechó aquel momento para cobrarse los besos que le hacían falta a esa edad. Si por Helena hubiera sido se habría dejado hacer el amor en el umbral de la galería, pero poco se tocaron, si acaso la cintura, el cuello. El Taxi llegó.

- Te veo mañana, debemos ver lo de la renta de esa casa-

XI

Los contrastes eran arrebatadores. Mientras que en la galería se presumía de una separación del pasado presente y futuro, donde los valores entraban en un ficticio remolino, donde todo obedecía al momentáneo capricho, donde todo era vanguardia, en casa de la Sra. Imelda Monteverde se presenciaba una ceremonia de carácter tradicionalista por demás, los padres de Julio Mendizábal acudían a su compromiso generacional a solicitar la mano de la que sería la esposa de su primogénito, en medio de un delicado refinamiento, todo muy propio, la novia sentada junto a su madre más recatada que nunca y el novio atrás de sus padres. En un vistazo real, Julio lucía ridículo en sus treinta años tras sus padres esperando que ellos hicieran la labor de pedir para su vástago la mujer que ha de ser su esposa. En fin, una ceremonia bastante cursi, sin embargo llenaba de gusto a Helena, quien disfrutaba que las cosas fueran llevadas de esa manera, a la vez que eso dejaba claro que tendría un pie fuera de la casa de su madre, que ya se acabaría esa cascada de mandatos y designios, que esa época era ya parte del pasado, y sólo el futuro importaba.

Veía a Julio y estaba segura de que él la quería. La duda que sentía respecto a todo lo que sucedía era tan callada que no se la pronunciaba a sí misma, y prefería pensar que las cosas marcharían bien, que Julio era un buen hombre y que la apoyaría en todos sus proyectos. Se sintió curiosamente libre, incólume, limpia.

La boda se celebró con gran pompa. Los invitados fueron en su totalidad unos desconocidos para Helena, entre clientes, familiares de Julio, amigos personales de su madre, todos sin excepción le tenían buena voluntad, pero nadie la conocía. Estaba rodeada de trescientas gentes y sin embargo estaba casi completamente sola, todos deseosos de arrojar su novio al techo, de bailar con la novia, de atrapar su liga, de incitar al beso, pero nadie le sonaba familiar. Helena tomó las cosas por el lado amable, se sintió verdaderamente feliz de saber que era la novia, con su vestido de novia precioso, con adornos con perlas naturales, con escote y cintilla, con su corona, estaba segura de que aquella iglesia y aquel salón no habían presenciado una novia tan bella en mucho tiempo. Esa noche admiró enormemente a Julio, pues era él quien hacía posible aquello de estar unida, de recibir un apellido, de vestirse de blanco, de vivir aquel hechizo, era quien estaba deseoso de tenerla. La fiesta pasó tan intensamente para Helena que se le hizo que las seis horas que duró fueron las mas breves de su vida.

Camino al hotel se recostó sobre el hombro de Julio y miraba la rosa de Castilla que estaba sobre el asiento y recordaba las fotos de Virgilio, a su vez se preguntaba ¿Como sería esa noche?. De hecho estaba bastante excitada por que se había tomado unos cuantos brindis, que no llegaban a figura de ninguna manera, pero dada la falta de costumbre de beber la habían puesto un poco ebria. Miraba la rosa y sonreía discretamente, esa noche sería su turno de probar todo aquello que ya venía pensando desde hacía tiempo. Desde que se fijó la fecha de la boda ella no despegaba su cabeza de la idea de su primera noche, incluso evadía un poco a Julio, pues le resultaba tan atractivo que hubiera querido que la poseyera antes de la boda.

Afortunadamente eso no había ocurrido, sin embargo su mente ya se había hecho la idea de lo que sería su noche de bodas, de hecho apenas ayer su madre le había dado las indicaciones más torpes que pudieran darse a una hija respecto de lo que debe ser una noche de bodas "No goces tanto, pensará que eres una cualquiera" le había dicho Doña Imelda, y Helena pensó "Lo que quiero es gozar como una cualquiera, como una mosca muerta y sentirme a gusto de hacerlo, por eso me caso, para ser de alguien que me respete y me quiera todo el tiempo, y que dé la vida por tenerme siempre, cuyo pavor supremo sea el miedo a perderme".

Miraba la rosa, recordó en flashback su deseo de noche de bodas, tal y como sucedió en su sueño "Caminarían al Hotel y el empleado de la recepción dejaría las llaves de la habitación sobre el mostrador y antes de que Julio alcanzara a tomarlas ella las cogería y le dirigiría a su esposo una sonrisa picara y él la correspondería y entendería que el deseo de ser penetrada era el mismo que él tenía de penetrar. Con la llave en la mano se adelantaría para que su esposo la viera andar y se percatara de la mujercita que iba a tomar, que le mirara las caderas, que mirara sus pasos, los cuales serían por si mismos una danza de celo, ella voltearía una y diez veces más para cerciorarse que su esposo va fiel detrás de ella, deleitándose con el juego y ella riendo con dulzura y rabia, poniéndolo firme con sólo mirarle. Con todo, Julio descubriría el tesoro de dicha que había encontrado, pues dejándola ser ella podía vaciar sobre él todos los placeres del mundo, pues para ello contaba con gran ingenio y una voracidad que estaba callada para todos hasta ahora. Se detendría en la puerta y esperaría a que llegara Julio y ahí le enfrentaría, le miraría el cuello y su barba afeitada perfectamente, azul su piel, y analizaría en cada cana y en cada cabello la destreza que se necesitaría para hacerla mujer. Le miraría a los ojos y le pediría el precio de entrada y él le pagaría con una mirada de águila soberana y tierna, el precio estaría pagado con el fruncir del entrecejo.

Al entrar se abalanzaría sobre ella y comenzaría a tocarle el cuerpo aun con el miedo de que los invitados los siguieran, pero al escuchar el clic del botón del seguro de la puerta sabrían que estaban solos y que entonces sí se valía de todo. Julio la colocaría frente al espejo y le diría, - Mira ese rostro, no volverás a verlo jamás, es el rostro de la infancia, de la inocencia, esta noche se convertirá en el rostro de una mujer, de un ave del paraíso, de un espíritu compartido-. Helena supuso lo que serían sus expresiones: Yo mirare mi cara y será una cosa muy tierna, le diré adiós a mi antiguo rostro, a mi antigua piel y le pediré perdón, le explicaré de mi camino, de mis metas, de mis sueños, de la necesidad de nuestra separación en este momento de mi vida.

Julio me tomará de la nuca y me diría - Tienes derecho a besarle, descubrirás que ese rostro del ayer es un amigo de siempre, que nunca te deja, que está ahí cuando ríes curiosa al ver los animales, el cielo, la inmensidad del mar, que estará ahí en nuestros hijos cuando los veamos y pensemos en cuánto les amamos y lo lindos que son, que estará seguramente ahí cuando necesites de esa ligereza que da la inocencia. En fin, será la alegría de saber que ese será tu ángel- . Yo lloraré de darme cuenta de la cantidad tan inmensa de amor que la vida me prodiga al ser mujer y niña siempre, de tener un compañero, de tener también un ángel, y me inclinaré cuan despacio pueda para alcanzar a ver lo más posible aquella mirada de cordero, luego besaré el espejo y diré adiós, daré la espalda y me encontraré frente a mi marido, él se acercará y me tomará del talle, me besará en la boca y luego en los ojos aun húmedos, secándolos, yo me reiré por lo tonta que he sido al ser tan sentimental y le besaré más profundamente, me irá quitando lentamente el blanquísimo vestido y me dejará desnuda estando él aun vestido, me acariciará los pechos, la cintura, la nuca, las axilas, la entrepierna, las caderas, y me descubrirá como un nuevo motivo de su fe, y yo estableceré el compromiso de ser su fiel guerrero, empecinada en sus fines, en su dicha. Me morderá el cuello, me mirará con codicia, me regalaré generosa.

Despacio él se inclinaría y me comenzaría a besar el vientre y éste temblaría, comenzaría él a prepararme, besando mi sexo, mojándolo con su lengua, haciéndome sentir toda clase de cosas, sentir mi cuerpo invadido por un ejército de hormigas de tibias y sistemáticas patas, y la dicha me retumbará del vientre a la cabeza y de ésta a los pies, mi sexo se hinchará y comenzará a segregar miel de abeja. Él se alzará y me cargará hasta la cama, apagará la luz y dejará una lámpara que dé una iluminación cálida y cercana. Me sentaré sobre mis rodillas encima del colchón y le diré que se acerque, él lo hará y me mirará como un bandido, y las cosas comenzarán a írsenos de las manos y pasarán a manos del inmenso orden de las cosas, donde cada sexo intuye su propia manera de actuar, de darse.

Lo encontraré bello, metido en su ropa formal pero le diré que ya no hace falta que la formalidad venga disfrazada de empaque, que me resulta formal su compromiso, que me parece valiente y confiable que se haya casado para el resto de sus días, le quitaré lo formal, la camisa, el pantalón, y veré el bulto que encierra en su calzón, lo tentaré sobre la tela, plantearé mis dudas, ¿Cómo será ya que esté libre de ese molesto calzón, cual es su tamaño, su grosor, su textura? Oleré su pecho, besaré sus manos fuertes, le besaré el plexo y luego le quitaré la trusa, su pene saldrá seguramente de un salto y eso me dará risa, lo miraré, lo tocaré hasta que me harte de conocerlo, lo besaré y no perderé detalle de como es, me aprenderé cada fibra que tenga, cada línea, su forma será ley para mi cuerpo, él me alzará y me besará los pezones, continuará besándome el sexo con verdadero gusto y yo me pondré muy alegre, luego me va a penetrar, despacio, lentamente, dejando que mi propia excitación vaya sugiriendo la penetración total.

Él tomará el control de la situación y se meterá como un ladrón, rompiendo mi himen, dándome la forma de su cuerpo, haciendo a su imagen y semejanza mi placer, y despacio me seguirá penetrando hasta que el dolor desaparezca y surja el gozo. Entonces reconoceré su potestad y él reconocerá la mía y la entrega será total, y así será, me tomará en todas las posiciones que desee, y yo obedeceré el impulso de mi cuerpo que será el suyo. Nos miraremos a la cara y jadearemos intensamente, y cuando sospeche que va a depositar en mi todo su semen me entregaré a un orgasmo con forma de su sonrisa, de tal manera que perdamos el conocimiento por una eternidad. Luego querré que nos quedemos dormidos y juntos. Habré hecho el amor, lo habré practicado con grandeza, seré todo lo que soñó dentro de un cuerpo, seré su música, seré enteramente buena."

- Hemos llegado-

- Es un precioso lugar-

- Vaya que sí, costó un dineral-

Julio le dijo a Helena que esperara, regresó con las llaves en la mano - Habitación seis-

XII

Al día siguiente tomaron un avión rumbo a Cancún, Helena caminaba con dificultad con una gran maleta sobre su hombro, Julio traía las otras dos. "No podemos esperar al imbécil del botones" dijo él.

Sobrevolaban las nubes y Helena despertó a Julio para sugerirle se cambiaran de asientos, ya que, si él dormía, de poco o nada le servía la ventanilla - Claro que sí cariñito- le dijo.

Helena miraba las nubes con éxtasis, tan blancas, y sobre ellas, pegada casi al cristal, veía la luminosidad del reflejo del sol en las inmensas bolas de algodón que era el revés del firmamento, y por dentro del vidrio otro reflejo, el de su mirada, buscando en medio de tanto cielo el ángel de su guarda, el que auxilia.

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