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Arakarina (11: Nueva piedad)

en Grandes Series

ARAKARINA XI

NUEVA PIEDAD

XI

CONDONES LINGAM Y EL MOTIVO DE SU ÉXITO.

¡Por qué puta razón al promocionar estos condones como "LINGAM: la seguridad extrasensitiva" omitieron decir que se desflorarían de esta manera! Claro está, esta mamacita está muy buena, imposible no metérsela por donde lo pidiese, es un excelente espécimen del tipo A, rubia hasta en los pelitos del coño, como digo, imposible que no le reviente a uno la verga sólo de, no digo ya tocarla o verla, sólo de intuirla.

Pero aunque sea de clase A no es de clase A. La matrona que me surte de putitas es al menos responsable de las pastillitas de sus pupilas, les controla las parejas, para suscribirse a ese club especial te haces análisis de sangre, principalmente del SIDA, obligatorios según esto para efectos del gimnasio, sin embargo no todos los del gimnasio son sometidos a esos estudios, casualmente sólo los que estamos en el club somos sometidos. A cada uno de los miembros nos vale madre que nos chequen la sangre, es por nuestra seguridad. Las chicas a su vez se tienen que hacer su examencito. Pero esto no es más que belleza, ellas ganarán dinero y plata sin terminar tísicas y pelonas en un hospital del repudio y nosotros, compraremos la mercancía derramando todo el semen que queramos, seguros de no infectar ni ser infectados. Qué cosa más bella. Pero en este caso, ella es del tipo A, pero la atrapé en la calle, no viene del club. Tengo mis políticas de no meterme con cualquier puta, pero ésta era inevitable. Seguro y con estas tetas y este culo se la cojerán unos siete cabrones al día justo el número de orificios que tiene un revolver, qué mayor ruleta rusa quieres. Además es una cachonda, se dio cuenta del rompimiento y le importó un cuerno, "más adentro" fue lo que dijo.

Heme entonces haciéndole preguntas y dándome cuenta que no sabe ni lo que es el SIDA, además haciendo el ridículo, pues mi impaciencia no me ha permitido ni siquiera la delicadeza de quitarme el condón, y como testigo de nuestra charla está mi falo que más bien parece el pito swissordhands, como si fuese la verga molotov, recién estallada. En los pinches chistes una pija que desmadra un condón da risa, pero a mí no me da la más mínima cosquilla. Brillosa, ahorcada y colorada como un vaquero que violó a la esposa y seis hijas del sheriff, incluyendo la más pequeña. Me quito la goma de una buena vez y (cosa ingrata) le pago con tal de que se largue. Cuando está en la puerta le digo que mejor se de la media vuelta, si estoy contagiado al menos la voy a hacer rebuznar, de forma que le doy por el culo hasta que no me quedó la más mínima arruga en la picha, mi afán era hacerle daño, pero antes de irse me dice que le encantaría que la levantara en otra ocasión, que nunca se la habían cogido tan rico por detrás, que me haría descuento, "Chinga tu madre" le contesto.

Me fui a la tina del cuarto de baño. ¿Y si la tina está infectada? No, sólo se transmite por contacto sanguíneo o sexual. Pero acaso no le sale a uno sangre de pequeñísimas heridas que uno inclusive desconoce, o de la boca, o fisuras en los pies. Me lavo el falo que como nunca sigue tieso, ya quisiera yo que así se me pusiera con las verdadero tipo A. Le miro como se mira a un enemigo despreciable, me da pavor.

Me visto y voy directo a un laboratorio de análisis, me pinchan, lo tendrán para dentro de dos días. ¿Cree realmente la enfermera que esperaré dos días más con esta angustia? Le lloro, le amenazo, me lo tendrá para mañana, quedo conforme.

Llego a la casa y Helena luce más buena que nunca, sin embargo mi rechazo es notorio. No hablo de que Helena se me tienda encima en cuanto llego, sino que el simple beso, las órdenes que radicalmente le impuse en el sentido de que al llegar me dé un masaje en los pies y espalda me parecen insoportables. A mí sus cotidianas atenciones me parecen insoportables y a ella mi recato le parece raro. No le permito que me bese, siendo que de ordinario aprovecho su rutinario beso para robarle uno lascivo, hoy casi la beso como esos besos de utilería que se dan en las teleseries familiares. Sudo en demasía, ella me prepara, según le he indicado, agua de frutas. Pasan las horas. Voy a mi closet en busca de unas pastillas y descubro que en el área en que tengo mis películas, de todo género, está acomodada de distinta manera la de "El silencio de los inocentes", la saco de su cajita y descubro que estaba mal acomodada. Sin duda Helena la tomó. Cierro la puerta y prendo la cassetera y la televisión, a ésta le bajo el volumen y pongo a funcionar la cinta. Está la parte en que le están dando por la vulva y por el culo a Ginger Lynn, es decir, en una parte distinta a aquélla en que yo la dejé. Pues he aquí que mi mujercita me agarra las películas cuando yo estoy ausente.

Me lo callo y dejo transcurrir el día. En la noche Helena anda como que muy ansiosa por tener sexo. Claro, todo el día se la ha de pasar mirando escenas de sexo y, quién se lo impide, tocándose o metiéndose el dedito. En condiciones normales no le daría ni las buenas noches, la voltearía y la empalaría de manera veloz, pero hoy, con mi duda acerca del SIDA soy casi impotente. Me toca las tetillas y se me pone tiesa, me toca la bragueta y se da cuenta que está dura y enorme como un cedro. No sé que me pasa, todo el día he estado sumamente distraído por la duda endemoniada, no hago las cosas que de ordinario hago, mientras me imagino a mí mismo tendido en una cama, cayéndoseme el pelo, dejándoseme vencer por una puta tos o por un catarro, olvidé las llaves de la puerta por fuera, le puse sal a mi café, otra, nunca tomo de ese café horrible instantáneo y ahora lo hice, en fin. Para colmo estoy negándole una cojida a Helena.

Cuando me comienza a bajar la bragueta busco algún motivo para pelear, lo encuentro.

- ¿Se puede saber por que estás tan ardiente?, de ordinario haces un gesto cuando te voy a amar por dónde más me gusta.-

- Ha de ser la luna-

- ¡No mames!, vi que agarraste mi vídeo del silencio de los inocentes.- le dije inflamado

- Querrás decir el de New Wave Hookers que es la película que tienes grabada después.

- No te salgas por la tangente. ¿Qué se supone, que no te basta con ver mi verga?, ¿O qué?, ¿Te gusta la variedad o qué?

- Discuuulpame!- Dijo haciendo un ademán que me irritó de verdad- Sin embargo pienso...-

- Tu no piensas aquí, yo soy el que pienso-

- Pienso que no tienes razón. Tú trajiste esa película a la casa, no fui yo. Ahora, te repito, ¿A ti te gusta la variedad?, no te basta con verme a mí, o verte a ti mismo.

- ¿Que insinúas?

- Nada-

- ¿Como qué nada? ¿Insinúas que soy maricón?- ella guardó silencio a pesar de que se notaba que su mente hervía, me daba por mi lado y eso me pone enfermo- Admítelo, te gusta ver como cojen otros y te tocas...-

- ¿Tú te masturbas?

- No, no ocupo-

- ¿Qué quieres escuchar?, ¿Que yo sí ocupo? si gustas lo digo, yo si tengo que ponerme en mis manos, o en mis dedos para ser más exacta...- La callé entonces con un golpe en la mejilla, hasta eso no muy fuerte, pero bastante simbólico, dada la cara de rabia que seguramente puse. No lloró como otras veces que la he dañado de una u otra manera. Es que acaso cree que va a hacerse fuerte, que podrá más que yo, se cree que puede levantarme la voz y bromear a costa mía, no, no dejaré que se me suba encima, ni dependeré de ella así me muera.

Hice una mueca de disgusto, el resto fue puro romance cliché, le tomé la barbilla y le dije al oído que la quería, que perdí el control, que me disculpara, pero, es que no puedo soportar discusiones como ésta, que es cierto, yo tenía en casa pornografía, que era un vicio añejo que comenzaría a dejar, pero que en mi mente sólo habita ella, y ella, como está planeado, consintió con la cabeza perdonarme, yo repitiendo que la amo y ella poniendo cara de perrillo que se siente mal por haber mordido al ladrón que resultó ser un amigo que bromeaba vestido de asaltante. Le toco la nariz con la mía y luego le di un beso muy seco, luego uno más intenso, después le toque los pechos y ella, conciliadora al fin, me abre la bragueta. Dicen que las reconciliaciones siempre valen la pena cualquier pelea, y en este caso era mejor aún, no sólo porque lo hicimos llenos de amor, sino porque si me llevaba la chingada no me iría solo.

 

 

XII

LOS ANALISIS

Al día siguiente, siendo las dos con treinta de la tarde, me dieron los resultados de los análisis, tomé el sobre con la mano tembleque y lo abrí con ganas de tardarme todo el tiempo del mundo, sin embargo fui bastante veloz e impaciente. El resultado tenía datos idiotas como fecha y hora del análisis, efectos del examen, prematrimonial espacio en blanco, laboral espacio en blanco, personal espacio con tachita, fecha de entrega del resultado y abajo, lo principal, VIH, negativo tachita. Me eché el papel al bolsillo y pegué un brinco.

Al final del cuento todo fue placer, la tipa A, y ni se diga Helena. Hoy remataré esa reconciliación.

 

XIII

FEDRA DORMIDA EN LA LEJANÍA

Fedra se quedó en mi casa una semana entera, durante la cual no tuvimos la oportunidad de dormir juntos, no por que no nos amemos indeciblemente, sino por que todo el tiempo estábamos haciendo el amor, y nuestros encuentros se veían interrumpidos por las visitas que ella tenía que hacer a casa de sus padres, que según sé ahora, tienen todo el dinero del mundo. Pese a ello soy yo quién tiene en verdad toda su riqueza, esta mujer de oro, hermosa, profunda.

Hasta cuando platicamos es como si hiciéramos el amor, inclusive me pide que le cuente de mis aventuras eróticas, parece agradarle escuchar de mi vida, siento que sobre todo le encanta que mis historias siempre culminan con el final en el que narro que ella es mejor amante que la de la historia, además es cierto, pues Fedra nació para hacer el amor, e intuye cada caricia mía, y lo hace llena de sorpresa.

Ella no es mi amiga, ni mi mujer, ni mi hermana, ni mi madre, es mi nexo, es decir, todas juntas. Sus historias, ya que ha viajado por todo el mundo y encima es un imán de las experiencias, me hacen dudar que Sherezada haya sido hombre como suponía, ella es Sherezada.

Cabe aclarar que su padre no era ningún tonto, y notó que su hija ya no caminaba igual, que era además extremadamente feliz, que ese arco que se le hacía justo debajo de su pelvis era ahora verdaderamente hermoso, es decir, estaba vivo. Además, Fedra me alcanzó a decir que había sido sujeta a un interrogatorio muy severo respecto al anillo tatuado, y no sólo eso, su padre montó en ira al momento en que le ordenó quitarse el tatuaje y encontrar resistencia.

No sería la primera vez que me dan una golpiza a causa de una mujer, pero si fue la más salvaje, llegaron a mi casa, importándoles un bledo la propiedad privada, ni falta hacía que se anunciaran, yo sabía de parte de quien venían. Traían unas cachiporras blandas que no dejaban marcas, ni quebraban huesos, pero generaban un dolor intenso e irrefrenable en todo el cuerpo, además, el agua mineral en las narices tampoco requiere de férulas ni vendas, pero constituye un tormento sin igual.

Me quedé sin salir de casa una semana entera. Tiempo suficiente para meditar en que hacía solamente dos semanas Fedra no existía físicamente. De todos los golpes que recibí por parte de los golpeadores, el más duro era escuchar que Fedra sería enviada a estudiar muy lejos, sin importar su opinión, ni la carrera, que a la fuerza habían borrado el anillo de su dedo y que la idea era que ella y yo no nos volviéramos a ver jamás.

No lo creí. Al menos por dos meses. Mismos que estuve encerrado en nuestra casa, sin salir para que no pudiera suceder que ella llegara furtiva sólo por un minuto y yo no me encontrase. Cada vez que un vendedor, que un Testigo de Jehová, que cualquier otro visitante molesto, tocaba a la puerta mi corazón daba un vuelco. Un vuelco estúpido por cierto, Fedra sabía que mi casa no tiene cerradura estando yo dentro de ella, además de que era un hecho que estaba ahí. Pinté unos seis cuadros en ese lapso de tiempo y todos eran desgarradores. Si estar con alguien es permanecer cada instante en su mente, Fedra no había salido de nuestra casa ni un segundo.

El tiempo había transcurrido, y el invierno abrazaba ya la ciudad, un frío cortante congelaba las tuberías y mataba los vegetales. Sentí que el frío estaba tan acorde al que habitaba mi corazón y mi cuerpo que decidí salir, después de dos meses y una semana, para respirar el aire helado, para recordar que Fedra era parte de las calles también.

Cosa curiosa, una vez fuera, me di cuenta que no añoraba a Fedra, sino que ésta estaba conmigo, que se reía a mi lado, que saludaba a los vagos que yo saludaba sin siquiera conocerlos, que el vapor de mi boca eran mensajes de humo a donde quiera que estuviese. Por primera vez en mi vida sentía pavor de ser más importante yo en la vida de alguien que viceversa. Me di cuenta entonces que nuestro pacto era más profundo de lo que pensaba, y me sorprendía. Era suyo a mi manera, vagando por las calles, mirando torvamente, reinventando el orden que por poco parecía absorberme.

Estaba entonces de nuevo en el mundo. La noche me susurró notas musicales, el viento me acariciaba con sus heladas manos. Recordé entonces que hace algunos años, en un periódico de no sé dónde, hicieron un concurso del día del amor y la amistad, este consistía en que el amable público lector enviaría sus historias de amor a la redacción del periódico y esta seleccionaría las más interesantes, las cartas deberían ser breves. Era obvio que las cartas eran muy dispares unas y otras, pues cada quién siente el amor como mejor le place y encima todos sienten el impulso de mitificarlo, pues no hacerlo sería como aceptar que se ha estado muerto toda la vida. El caso era que había quienes enviaban historias donde ÉL le llevaba serenata y se rompían las cuerdas de la guitarra pero al ver que ELLA asomaba la cara por la ventana, El continuaba cantando, la mamá de ELLA le tira una cubeta de agua a ÉL y éste se ve tan gracioso que ella queda prendado de ÉL y se casan, y AMBOS pretendían hacer creer a la ciudadanía que su historia de amor era interesante, había otras donde ÉL era ciego y ELLA también, y el que formaran una pareja era en sí mismo amor. Cartas a tías casi madres, a hermanos casi padres, a amantes casi esposas, a esposas esposas, a hombres cumplidos, a Madres Teresas locales, etc. Yo era muy joven, acababa de recobrar la vista y había comenzado a leer. Me llenaba de alegría, no de leer las cartas enviadas al periódico, sino ver tanta gente que creía en la existencia del amor, mientras que yo me encontraba seguro de su existencia pero sin pruebas. Sin embargo, aparte de aquéllas donde alguna de las partes moría (El dramatismo de lo inevitable), sólo una historia me había hecho llorar. Hablaba sobre una mujer de 35 años que entabló amistad con un hombre de 28, ambos participaban en un club social en el que bailaban el tango, dada la asiduidad de ambos se conocían bien, y después de un tiempo formaban pareja, ganando con regularidad algunos premios por su entendimiento a la hora de bailar, EL sentía deseo de ella pero no se atrevía a abordar la situación por sentir temor a que la diferencia de edades fuera a resultar un problema y con ello echar a perder la amistad que de cierto tenían, ELLA por su parte sentía exactamente lo mismo. En cierta ocasión fueron a casa de ella y juntos pasaron un rato agradable, primero charlando, luego tomando quizá una copa, después bailando tango. Ciertamente el tango, al igual que el flamenco, al bailarse en un club o lugar público es un ejercicio cultural y físico interesante, pero bailado en privado, de manera entregada, sin nadie quien te mire, es por sí mismo un coito. De un coito ya no fue trabajo pasar a otro tipo de coito, "fui suya" decía la historia, pues quien escribía era ELLA, y fueron felices esa velada. Sin embargo, EL no volvió mas al club de tango, y ELLA además no sabía dónde localizarle, ni nadie. Pasaron diez años, ¡Diez años! cuando tocaron a su puerta, y era ÉL. ELLA le invitó a pasar, le besó en la boca sin comprometerse mucho y le dijo que tomara asiento, le sirvió una copa, en la misma de hacía diez años, llenándola de un vino igual, mismo que ÉL sostuvo con su similar mano derecha, mientras ELLA se deslizaba hasta la tornamesa para echar a andar el mismo disco de tango, el cual había permanecido ahí, en el tornamesa, por diez años, esperando un día como ese, en que ÉL regresara, a hacer verdaderamente Tango, aquel disco que por sí solo carecía de valor.

En su momento esa historia me enterneció y conforme ha transcurrido el tiempo le he dado diferentes valores a los sentimientos que en ella se manejan.

En ese entonces, siendo yo muy joven repito, la historia me pareció mágica, pues aunque injusta, me parecía hermoso que alguien fuera capaz de estimar o amar a alguien de tal manera como para esperarle todo ese tiempo, en otras palabras, me hubiera gustado ser ese ÉL, en principio por que no tenía a nadie, y dudaba de la existencia del amor, como poema o como vínculo, y todo aquello que sugiriera su realidad me llenaba de agrado, en ese entonces había recibido ya unas clases de modales, en las cuales lógicamente no incluyeron decir que la gente tarde o temprano se atrae, y sin embargo señalaron la importancia de que tocarle el culo a una muchacha era algo cochino, eso, digo, era por principio. Sin embargo, en continuación yo deseaba ser ese ÉL por el simple hecho de saber que era, en su forma de ser, impactante, trascendental, capaz de fundar una fe en el corazón de ella, de imaginar que para ella la vida se había centrado en estar a su lado, cerca, sintiéndole, dándole significado al tango y a la existencia de ambos. Me resultaba bello, ELLA tan paciente, tan llena de romance, hecha de magia nostálgica.

Después fui escéptico, cruel y frío. Decidí que el camino más preciso para sobrevivir era renegar de un orden de muerte, y entonces me pareció que ÉL era implacable al momento de satisfacerse, mientras ELLA, tonta, esperaba la llegada de un amante que no era otra que sí misma, y entonces cada día de espera me parecía un despilfarro de idiotez.

Hoy la historia me vuelve a parecer cautivadora, y la espera de ELLA no me parece insulsa por que sé que nada puedes hacer cuando el corazón anhela, ya no digamos a ÉL, sino algo que no va a aparecer. Su fe es la que resucita de la historia original, como una boca tendida hacia adelante, con los ojos vendados y en espera del beso. EL es un estúpido, pues diez años incluyen muchas noches, y si imaginara la mano de ELLA que cada noche por diez años arrugaba la sábana, sola o con alguien, da lo mismo, echándole de menos, hubiera vuelto para no irse nunca mas. Pero caigo en cuenta que lo que amo de esa historia es el significado, ése que en la primera impresión yo refería como que ambos habían encontrado. Ahora pienso que sólo ELLA encontró algo de esa historia, sólo ELLA obtuvo significado. ÉL fue un pendejo, y para esto he de decir que por pendejo puede entenderse el tipo que teniendo a la mano un alma la desdeña en pos de una moralidad que no existe o bien, huyendo para no perder una libertad que nunca ha gozado, pues parece que todos son esclavos de algo sin nombre, amante de la paz y la modorra. Pendejo es en todo caso regresar y suponer que nuestra verga fue tan rica que unas desahuciadas caderas la lloraron diez años y que encima esto nos dé gusto. Pensar que es lo más grande que nos ha pasado, que fuimos capaces de generar una fidelidad inquebrantable, que fuimos lo suficientemente viriles para que ELLA sea incondicional, a pesar de nuestra ausencia, lejanía, desdén, injusticia. Eso es ser un pendejo.

Pero hablemos de ELLA. ELLA se esperó a sí misma, y a los diez años se encontró, siendo vino y tango, siendo momento, presente y pasado indistinto, sonriendo ebria sin haber probado gota de alcohol, mientras ÉL crédulo, megalómano, piensa que todo lo que ELLA hace es generado por ÉL. Mientras la dama ha descubierto que uno puede estar presente siempre, que los nexos no siempre son físicos, que puede modificar, influenciar, marcar de por vida a los demás seres humanos con el simple detalle de reconocer en cada uno su singularidad. Aprendiendo a dar, haciéndose con ello merecedora eterna de recibir. EL ya no le sirve, ELLA sola es ya colosal, titánica, y su alma habría nacido en la hermandad.

Pienso en la hermandad, y Fedra es mi hermana. No es preciso esperar diez años, la enseñanza es inmediata. Me acompaña por estos callejones oscuros, comparte vaho conmigo, sonríe a mi lado, veo a través de sus ojos. Comienza entonces una lluviecilla molesta y yo me resguardo en la orilla de una cochera con techo. Espero acaso cuarenta minutos en que tarareo canciones dramáticas.

La lluvia cesa y sigo mis andanzas. Escucho gritos de mujer, escucho ladridos, pero estos son humanos. Sea lo que pase está ocurriendo a la vuelta de la próxima esquina, justo dentro del callejón próximo. Intento apresurarme para ver que pasa y resbalo, sin caer al suelo, no pude evitar mancharme la mano de lodo. Saco de mi gabardina un papel para limpiarme, es el membreteado mensaje de la galería que me indica que revise mi agenda, pues mi exposición en Atenas durará solamente dos semanas más, mientras me avisa que en mi cuenta han aparecido ciento setenta y tres mil pesos por obras vendidas, lo tomo y me sirve de servilleta, mi mano queda casi limpia, ya estoy en el callejón, la violencia me llama recién salgo de casa.

Al voltear el muro la escena no podía ser más evidente. Repegada al fondo, sentada casi encima de un basurero, estaba una prostituta, embutida en un vestido rojo y unas medias negras, una de ellas rasgada. Su bolso giraba de un extremo a otro mientras su cabellera teñida de rubio se agitaba como el vestido de una bailaora flamenca. Sus ojos desorbitados y su grito estridente llamaba definitivamente la atención. Esa era la parte victimada. Los victimarios eran tres tipos que, hasta eso, no tenían pinta de maleantes, o bien eran de esos maleantes que visten bien para no aparentarlo, los tres rodeaban a la prostituta y uno de ellos llevaba inclusive una manopla. Gritaban como urracas, dejando en claro que esa carne vestida de rojo tendría que pagar las consecuencias de provocarles su deseo, "Sabrás que siendo puta corres riesgos como éste" dijo el de saco ámbar, mientras que el de chaqueta de cuero se tocaba los pantalones, el de la manopla volteó y al verme me gritó, eso si, lleno de propiedad, "Retírese".

Sin embargo, en aquella situación había una persona más. Entre la prostituta y los agresores estaba un tipo delgado, no muy alto, el cual estaba en posición lo suficientemente desafiante como para que los otros siendo tres, no se decidieran aún a ir por su presa color de rojo. Los brazos abiertos del héroe eran casi dos garras dispuestas a atacar, pero cosa rara, a esas alturas los puños ya debían estar perfectamente cerrados, las garras no servirían de nada. Su cara no obstante reflejaba tanta furia que ciertamente para atacarles había que manejarse con cuidado.

"Que no oyó que se largue", dijo Don Manopla, mientras Saco Ámbar le indicaba que se ocupara personalmente de echarme. Manopla se fue sobre mí sólo para encontrarse con una patada en plena cara. Eso no salvó que me llevara un golpe de manopla que de inmediato me puso rojo el cuello. La intención era desde luego lastimarme de verdad, pues si ese metal me hubiera dado en la laringe no me hubiese levantado ya. Eso me puso furioso e histérico, y Don Manopla hizo lo peor que podría hacer: fomentarme la frialdad, hacerme pensar que ellos, ni sus cuerpos, ni sus vidas, me importaban.

Don Manopla cayó al suelo después de la patada y yo caí encima de él, pateándole con rabia los genitales, tres patadas como para hacerle puré la hombría. Mientras Chaqueta y Saco Ámbar se abalanzaban sobre el Héroe, mientras este emprendió con odio verdadero sobre Saco Ámbar, quien esperaba todo, menos que le tomaran de la mejilla y casi se la arrancaran de un tirón seguido de un jalón de cabellos sangriento. Don Manopla no se levantó, ni lo haría. La prostituta emitía sonidos como si fuera una sirena de ambulancia mientras huía del lugar. Ahora no había móvil carnal para la pelea, pero a esas alturas aquella riña se había transformado en una afrenta personal.

Saco Ámbar se abalanzó sobre mí, abrazándome, manchándome de sangre de su cabeza, y pese a que le di un puñetazo en la cara, no pude evitar que me tomara del abrigo, estirándomelo hasta la cintura, inmovilizándome los brazos, recibí un madrazo en plena cara que me tumbó. El héroe entonces le dio un puntapié justo en el culo, y aunque tales patadas han sido ridiculizadas hasta el cansancio en las caricaturas, Saco Ámbar emitió un grito que anulaba toda risa que estas hubieran causado, cuando no que le generó unas almorranas instantáneas. Me quité el abrigo sólo para ver que Chaqueta le daba un brutal revés al héroe y este sólo alcanzó a esbozar un chillido. En su delirio de no perder, el héroe intentó hacer lo mismo que Saco Ámbar había hecho conmigo, pero al extender el abrazo, Chaqueta desenfundó una daga impresionante y se la ensartó en el cuerpo al héroe, yo hervía por dentro mientras la más lejana gota de mi corazón se congelaba de pavor al ver que había dado muerte al héroe como si fuera cosa de todos los días. Poco espacio tuve para verle caer en su propia sangre, pues Chaqueta me miraba como toro en ruedo, y su único cuerno despuntaba sobre un rayuelo de luz, manchado de carmesí, haciéndose violeta ante el frío. Su mirada demente me hizo retroceder. Del pantalón me sujetó Don Manopla y me hizo caer. Me invadió el terror a la muerte, de forma que agarré una piedra inmensa del suelo, y con fuerza inusual la estrellé en el canto de la mano de Don Manopla. Más le hubiera valido sujetarme con la otra, se hubiera protegido con el metal.

Arrojé la piedra a la cara de Chaqueta, pero sólo alcancé a pegarle tres dedos arriba del ombligo, lo que de todas formas sirvió, pues la piedra logró doblarlo y hacer que soltara la daga. Me paré y mis piernas temblaban, le di una patada en la espalda. Don Manopla se puso de pié y corrió, sosteniendo después a Saco Ámbar.

Chaqueta se arrastró un poco, después se alzó y lamentándose como la llorona, se retiró. Yo me senté sobre un bote que invertí para que me sirviera de banca, Respiraba sofocadamente, y la adrenalina estaba aún en todo mi cuerpo, mis cabellos erizados y mi cuerpo temblando. Miré a mi alrededor y sólo vi el cuerpo del héroe tendido sobre su sangre. Sentí lástima por él, pues no sacó nada de aquella pelea, de hecho nadie lo hizo.

Bajo el destello de la vaga luz pude percibir un poco de vaho en boca del héroe. Me acerqué y me di cuenta que estaba vivo, aunque mal herido. Había que hacerle algún vendaje, pero ¿Dónde le habían hundido la daga?

Intenté hablarle para despertarle, y fue hasta ese momento en que supe que mis mandíbulas se habían mantenido tan sólidamente cerradas que casi no podía abrirlas, el esfuerzo muscular había sido descomunal. Pese al frío comencé a desvestirlo para ver donde estaba la herida. Le abrí saco y camisa. Y he aquí que lo que encontré fue un radiante pecho de mujer, adornado con una flor hermosa en su cima. Terso, tibio, pequeño pero perfecto, sujeto en una especie de faja que disimulaba perfectamente tanta hermosura. La sangre lo manchaba un poco, pero no importaba, me bastaba con saber que la herida fue en el brazo.

La sostuve entonces en mis brazos, con su precioso busto de fuera. La luz me permitía entonces juzgar su belleza, con su cara inconsciente se miraba espléndida, envuelta en una paz deliciosa, llena de lasitud. Su boca dejó de parecerme furiosa, y pasó a antojárseme morderle. Su nariz fina me subyugaba y sus pestañas eran largas como los filamentos de una planta carnívora, venenosa.

Quise hablarle para rehabilitarla, pero la mandíbula me dolía en extremo. Aun así, podía decir algunas cosas. Pensé en Fedra, la cara que pondría cuando le contara esto, diría "Eso sólo te pasa a ti amor", y tendría razón. Pero vestida de hombre. Que desperdicio de cuerpo. Y la puta cobarde, ni siquiera esperó a agradecerme nada.

Ella abrió esos dos ojos inmensos y me miró fijamente, justo como un halcón, se ubicó en mis brazos e hizo una mueca, se miró al brazo y cayó en cuenta que ya le había curado con un pañuelo. Sintió que sus tetas estaban al aire y se las cubrió. Su piel estaba erizada por el frío, y esto se miraba como un horizonte sensible.

Se puso en pie. Se dispuso a irse.

- No das siquiera las gracias-

- No te pedí que intervinieras- dijo con una voz grave y profunda.

- Da lo mismo y no te cuesta nada- No me contestó.

- ¿Por que vistes así? Te creí hombre.- y ella, que se sentía halagada por tal aseveración, esbozó una mueca que pasaba por sonrisa.

- ¿Acaso yo te pregunté por que traes tatuado el dedo?

- No-

Se encaminó hacia fuera del callejón. Temblaba como un gatito bebé que se ha mojado en una lluvia invernal. Me moví y recogí mi abrigo, la alcancé y se lo coloqué en los hombros, pues de hecho su saco quedó echado a perder y andaba sólo con la camisa, muy delgada para el clima. Se acomodó el abrigo y volteó a verme satisfecha, con un brillo siniestro, pero tan lleno de amor que me hizo tragar saliva. Sus ojos eran una estirpe que me parecía conocida, casi diría que eran mis ojos.

Se marchó entre la negrura de la noche. Yo emprendí el regreso, manchado de sangre, sin abrigo, únicamente con mi saco negro. Comprendí que el dolor surgiría conforme la adrenalina me abandonara o cuando el calor del cuerpo se fuera. Y así pasó. Sentí dolor en todas partes, como si fuese otra réplica del Gólem de barro y me comenzara a secar, inmovilizándome.

Mi cabeza me estallaría de un momento a otro. Alcanzo ya a ver la casa y encuentro que la luz está prendida. Mi corazón da un vuelco sólo de pensar que Fedra estará dentro de casa, que miraré sus ojos de nuevo y le diré que he aprendido muchas cosas desde que se fue, le diré que la extraño en todo momento pese a que en cada pálpito del corazón llevo su presencia, su abrazo. Mis manos ya sienten la tersura de su piel y mi olfato, aunque dicen que es imposible, recrea su aroma en mis fosas, toso y haciendo una bocanada de vaho, como si fuese un dragón al que le han girado la perilla del gas. Hay un carnaval en mi pecho y me da escalofrío. Desaparece momentáneamente el dolor aunque esté muy maltrecho. Me miro en el espejo de un coche y el golpe con la manopla en el cuello se me ha puesto muy fea, mientras todos los golpes recibidos comienzan a ponerse morados. Fedra mía, mira nada más como vas a encontrarme. Vapuleado. No puedo esperar nada más en este mundo, yo más débil, necesitado que nunca, mientras ella me espera. Mi hermana. Te amo con locura.

Llego dando tumbos a la puerta, siento y presiento el calorcillo que hace adentro. Abro la puerta muy lentamente, para no ser tan dramático esta vez. Mi sorpresa no puede ser mayor. Siento decepción y alegría paralelas al ver que en mi sillón de cuero y con la luz encendida, duerme Helena.

XIV

EL EVIDENTE ADIOS

El hecho de que no discuta con Julio las cosas, y sobre todo las actitudes que me disgustan de él, no significa que las olvide. Siento que he llegado a un extremo en el cual no tengo opciones. Cada cual juega su rol y en este caso el que a mí me corresponde llevar no es ni por asomo el más amable. Siento que lo que sucedió con el vídeo fue una exageración, y de haber culpables era él quien tenía la culpa de todo.

Yo me pregunto hasta dónde llega la inseguridad de él. Cuando yo me enamoré, lo que más le admiraba era su seguridad, esa destreza para salir avante de las situaciones difíciles, para dar frente a los imprevistos, para manejar a su antojo los problemas.

Yo supuse que casándome con él esas cualidades serían también mías, pues tendría a mi lado a un aliado valiosísimo para guardar aquellos aspectos que a mí me pasaban por alto. Sin embargo, no ocurrió nada de lo que yo planee. Es más, tal parece que sólo resultan las cosas que él planea, y lo desesperante es que dentro de sus planes ocupo un papel de utilería. Yo queriendo sus habilidades para resolver problemas sin saber que a sus ojos yo misma constituyo un problema.

Ahora que pienso en sus planes, o en aquello que él nunca ha planeado pero desenvuelve con tanta eficacia que es como si se tratara de un plan siniestro, me llevo un sincero desencanto. No me enfada que su plan sea malévolo y que en ello se quiera aprovechar del mundo. Lo que me ofende es que a mí no me pone a lado suyo, sino a lado del mundo, por lo tanto también va a pasar por encima de mí.

Volviendo al vídeo. Qué le costaba decirme que ahí estaban esas imágenes. ¿Qué tiene de malo? No nací ayer, sé el aspecto que tiene una verga. ¿Acaso desea que yo no lo vaya a tomar por un pervertido?, Pero sí lo es, y además es algo que no debe darse como ignorado o, cómo le llamaríamos a un sujeto que no eyacula si no está sumido en mi ano. A ese paso no tendremos hijos jamás. Le encanta poner un espejo frente a la cama, se amarra pulseras en los tobillos para sentirse aborigen o no sé qué, nada le excita más que le mire a los ojos mientras le beso su miembro. ¿Acaso cree que es nuevo para mí que él tiene algo de pervertido? Todos tenemos algo, ¿Para qué ocultarlo?.

Encima me hace sentir castrante, como si yo fuera a regañarle por tener vídeos donde mujeres, muy distintas a mi, se desnudan y hacen de todo, y lo peor, para no verse regañado prefiere regañarme él a mí. Si hay algo que he intentado hacer a lo largo de nuestra relación es satisfacerle. Mientras él nunca me ha preguntado que es lo que me apetece. Siempre va al grano, nada de romance.

Mi cara ha de haber sido morbosa y patética cuando en un bautizo las esposas se juntaron en una bolita y comenzaron a presumir a los "tigres" que eran cada uno de sus esposos. Ninguna hablaba de lo larga y gruesa que la tenían sus cónyuges, ni si duraban una hora o menos, hablaban de los detalles, de lo que ocurría antes de la acción. Sé que cada una exageraba acerca de el romanticismo de sus maridos, pues de algunos no podría yo imaginar los detalles que ellas les atribuían. En todo caso ellas referían algún detalle que les hubo ocurrido en su vida, o algún detalle de un amante, y se los adjudicaban al esposo para que no hubiera problema. Pero de aquí la cuestión era lo que decían. Fuera el marido o el vecino hablaban de cuidado, de esmero, del romanticismo que sólo surge cuando los hombres no tienen muy seguras las cosas. Mentiría si dijera que Julio nunca me regaló una flor, una joya, un vestido, pero eso fue antes. ¿Antes de qué? De pertenecerle.

En esta reconciliación de la pelea del vídeo he intentado ser la mejor cojedora del mundo, la más puta y la más entregada, y él lo único que parece entender es que le ha salido bien el jueguito de hacerse el indignado. No sabe ni imagina que estoy a punto de reventar. ¿Cree que no me doy cuenta que se casó conmigo siendo yo muy joven para tener ventaja? ¿Que no me di cuenta que me hizo a imagen y semejanza de sus necesidades, que me fabricó una imagen, un pensamiento, una preferencia en la cama?

Claro, también me cumple caprichos, me da lujos, servidumbre, pero nada de eso pedí, mas bien me harta.

Suena el timbre. Es el personal de la tintorería. Abro la puerta y me encuentro que está un muchacho muy apuesto, perfectamente uniformado. Su mirada brilla al mirarme, pese a que no voy ni por asomo arreglada. Percibo que es un profesional en lo suyo. "Lo suyo" debo aclarar, no es llevar y traer ropa de las casas a la tintorería, sino mirar de esa manera a las esposas que durante el día están pensando en la hora en que tendrán una verga dentro del cuerpo. Luce caliente e implacable, un poco insensible también. No sé porque pero le digo que pase, conocedor, como digo de "lo suyo", no se queda en el recibidor, sino que me sigue por las escaleras en dirección a la recámara, total, si le digo que espere lo hará y si le pregunto que a dónde cree que va él dirá que entendió mal, que tal vez le invité a pasar para cargar la ropa, pesada sin duda, de la recámara a su camioneta. Su pantalón ha de estar perennemente levantado, y su erección evidente ha de ser una condición indispensable para su labor. Su padre seguro le indicó como acomodarse la pija ahora que era un hombrecito, pero algún amigo le ha de haber dado un consejo mejor, le ha de haber dicho que se la frotara antes de tocar los timbres y encontrarse con esposas solas. Me lo imagino frotándose el palo, pensando en que sería maravilloso estar haciendo feliz a una mujer en horas de trabajo. En este instante sé que, dada la distancia que nos separa en las escaleras, su rostro estará a la altura justa de mis caderas. A propósito camino como una desvergonzada, sólo porque sé que su miembro siente dolor de tan parado que se encuentra, y sé que en este instante él ha de estar imaginando lo tupido de vello que tengo el pubis, y desearía estarme cabalgando ya. Volteo de manera repentina sólo para sorprender su mirada fija en mis dos nalgas. Según sus propias reglas, él se tarda en dejar de mirarlas para soltar luego un suspiro, si no me enfado con él siendo que me ofende con su mirada lasciva y encima avanzo en dirección a la alcoba, eso será un parámetro de éxito. Sin duda sabe que estoy mojada hasta las rodillas, y su pene estará enloquecido como la aguja frenética de un sexómetro, y éste indica, cojer, cojer, cojer. Lo que ignora es que le desprecio de buena gana, que si voy por este recorrido arrastrándome como una puta en celo es sólo para hacer mayor su frustración. La de él, el muchacho de la verga de oro y los huevos de diamante, del minotauro sexual, el zorro que lleva todas las de ganar.

Llegamos a la habitación y el chico siente escalofrío de ver la imponente cama con espejos en la cabecera. Hoy es martes y no viene la sirvienta, razón por la que aún no termino de juntar la casa, acabé ya con la planta alta, pero me faltan las habitaciones, está por ejemplo que todavía tiene las sábanas revueltas y olorosas a sexo. ¿Acaso un adúltero nato como éste no se siente excitado con saber que la presa gusta de estar enclavada en un miembro, aunque sea de otro, aunque tenga que esperar como un perrillo cobarde a que el perro grande termine de pompear hasta cansarse, para luego treparse él y hacer su intento de gozar?

Le doy el saco azul, el de color beige, adrede abro el cajón donde cuelgo artículos de lencería que Julio ha comprado, sus ojos se abren como dos Júpiters, lo cierro y tomo el saco gris. Le entrego las prendas y algo suena en el bolsillo y procedo a sacarlo, es un papel... y unos condones.

Los ojos del empleado están desorbitados, me mira a los míos y malinterpreta en ellos pasión. Para su infortunio deja escurrir su mano entre mis piernas, y aunque haya ahí un venero, no espera el golpe que le doy en plena cara. El seductor deja de existir para convertirse en un chaval idiota que siente deseos de correr a brazos de su madre. No puede él saber que Julio y yo no usamos condones, por lo que estos condones en su bolsillo significan que he estado siendo la idiota de esta historia. Tampoco sabe que dentro de mí hierve la sangre, pero no de pasión y ardor, sino de rabia, y que el golpe que recibió me ha servido enormidades para descargar mi ira. No se lo merecía porque, hasta eso, sabía como meterle a uno los dedos entre las piernas, con una breve calidez que mi esposo no ha querido darme en los años de matrimonio que llevamos. Pero le doy indicaciones de que salga de la casa y que no sea él quien venga de nueva cuenta a traer la ropa.

Él se va y yo me quedo sola, sin reaccionar todavía. Debería tener muchas opiniones al respecto, analizar lo que sucede, apoyar a mi herido amor propio, asignar culpas, todo ello, pero no lo hago por una sencilla razón. Es como si desde la mañana estuviera ya preparándome para encontrar esos condones, y ahora que los encuentro todo se me ilumina. Sé que lo voy a dejar hoy. Ese es mi impulso.

Quiero sin embargo ver su cara mientras se lo anuncio, darle una bofetada cuando menos. Voy de nuevo a la habitación después de haber subido como zombie las escaleras y reviso los condones. "LINGAM", muy su estilo. Abro el papel, dentro del cual estaban los condones y descubro que se trata de los resultados de unos análisis clínicos. En ese papel dice que el muy cerdo se hizo unos análisis de SIDA. Los condones son sólo dos y todo mundo sabe que los condones los venden solitos o de tres en tres, nunca por pares, lo que quiere decir que usó uno de ellos. Voy atando cabos y razono ¿Por qué hacerse los análisis? Seguro se rompieron. Pero, y aquí es dónde todo se vuelve escabroso, él se coje a la posible infectada y se le revienta el condón, se hace los análisis porque cree tener motivos para sospechar que es portador del virus y aun sabiendo que su situación no es del todo clara ¡Va a su casa y se coje a su mujer! Para que se los lleve el tren a los dos por el descuido, la infidelidad, la cabronería de él. Esto sí que es inaudito. La nota dice que los motivos son personales, es decir no los necesita para sacar un permiso en ninguna parte. Esto es el divorcio.

¿Dónde quedo yo? ¿Qué he hecho para padecer esto? Lleno mis maletas, tomo las tarjetas de crédito y las de ahorro. Voy con un abogado sin siquiera platicarlo con Julio. Voy por la calle contestándome que aquello que he hecho para padecer esto, es precisamente eso, aprender a consentir ese padecimiento. Aguantar.

El abogado me dice que el trámite es bastante sencillo dado que no tenemos hijos, aunque los ojos le han brillado al escuchar que Julio es rico. Voy a casa de mi madre y ésta, tal como lo esperaba, se sulfura de tal manera ante la noticia y me aclara perfectamente que no me apoyará en nada, que debo recapacitar y hacer todo para salvar el matrimonio, y a grandes rasgos me explica que la idiota soy yo, que si me pasa lo que me pasa es por que me lo merezco. Literalmente me echa, diciendo que no dondequiera mantienen perezosos. Esta frase la dice sin saber ni por qué, pues nunca he sido perezosa. Más bien cómo que la había escuchado en alguna parte y esperaba sólo el momento de poder decírmela.

Dejo las maletas en el coche y lo estaciono a dos cuadras de la casa, luego voy a pie a la que era mi casa y entro. Espero impaciente en la recámara, y después de veinte minutos entra Julio echo una furia, con cara de que no me ha dado la autorización de salirme todo el día, sin que haya estado al mediodía para servirle de comer, ni estado a las 07 de la noche para recibirle con su beso en la mejilla.

- Que te has creído!-

- No he venido ni a que me grites ni a discutir nada-

- Te me estas insolentando...- Quiso levantar la voz, pero yo también lo hice, pues lo que yo diría era más importante que cualesquier idiotez que él dijera

- ...Ni a discutir nada. He encontrado unos preservativos en tu saco por lo que, me engañes o no, no siento confianza de estar a tu lado y saber que me amas. Además, encontré el resultado de los análisis del SIDA, y si serás cabrón que no te importó nada haberme contagiado. No necesito explicar absolutamente nada, ni es un diálogo.-

- Déjame explicar...-

- Explícaselo al juez cuando te llame. Y por favor. No me finjas que te importa.

- Es que me importa verdaderamente.

- Ya veo. Me voy.

- Pero, no seas tonta, ¿Adónde vas a ir?. Recuerda estamos unidos hasta que la muerte nos separe.

- ¿Me estas pidiendo que te mate?-

- No tendrías el valor-

- ¿Es lo que tenías que decir?. Me marcho.

- ¿Ah sí?, Espero no te canses.

Salgo satisfecha de no haberle escuchado pues estoy convencida que no iba a referir mas que tonterías. Me siento como si saliera de un cine después de ver una película mucho muy mala. Su cara me daba asco, ni siquiera se miraba que su furia fuese real, como si ya supiera, como si además supiera que regresaría, tan seguro estaba.

Al doblar la esquina descubro el porqué de su rostro, de su seguridad, de su despedida cínica de "¿Ah sí? Espero no te canses". El vehículo ha desaparecido. Seguramente tomó una ruta distinta para llegar a la casa y vio el coche repleto de maletas, por lo que él, con su llave, lo abrió y comprobó mi huida, y me juega la broma de dejarme sin ropa, tarjetas, coche. Espera sin duda que regrese a pedirle las llaves. Esto le causaría una sonora carcajada y probablemente diga "¿Ya tan pronto regresaste?". Está loco si cree que me importa su coche, la ropa, para sacar mis ahorros no necesito las tarjetas, por suerte cargo mis identificaciones, eso, me tengo a mí misma.

Todo ha pasado tan vertiginosamente y en un sólo día que me encuentro exhausta. Decido, por mi propio bien, no pensar más en ello e imaginar que todo ha ocurrido hace años y que, por vez primera, las cosas me han salido bien. Luego reparo en lo que acabo de pensar. Yo siempre estuve bien. Hasta que le seguí la corriente a la loca de mi madre y a Julio. Cuando creyeron que por fin habían hecho de mí una muchachita educada, es cuando mi persona quedó suprimida para convertirse en una caricatura de ambos.

Sé a donde iré. No sólo porque estoy segura de que no me negará su techo, sino porque, sólo de saberlo, Julio comenzará a pagar las que me debe. Tomo un autobús y este va vacío, son casi las diez de la noche, curiosamente hay poca gente. El frío no está para menos.

Ahí está la casa, las luces están apagadas. No creo que esté dormido pues es una persona muy nocturna, además, tengo entendido que no sale de su casa últimamente. Probablemente ya se ha ido de la ciudad, después de todo se vendieron casi todos sus cuadros y esto le dio buen dinero.

Husmeo con los oídos cada ventana de la casa, por si las luces apagadas obedecen a una búsqueda de intimidad, aunque, si Virgilio continua con sus costumbres, en ese caso estarían prendidas algunas velas. Aunque ahora que recuerdo, no sé si prende los focos alguna vez. De día no los ocupa y nunca he visto esta casa de noche y con focos, siempre con velas. Aparentemente no hay nadie. El frío es tan intenso que opto por entrar por una ventana que tenía abierto el postigo. Encuentro la casa un tanto descuidada a como la he visto siempre. Incluso cuando entré a su casa de México, ésta estaba extremadamente pulcra, y sí había desorden, este obedecía a que la casa estaba siendo utilizada para el placer, pero ahora, era como entrar, suena extraño, en un capullo. Todo ordenado, salvo las huellas de un habitante. Un habitante no hace una casa, hace un capullo.

Me dio cierta aprehensión el pensar que tal vez él se hubiera marchado y ahora viviese otra persona, probablemente una mujer, en esta casa y al llegar me encuentre aquí como una ladrona. Tal vez ese es mi destino en la casa de Virgilio, parecer una ladronzuela. Encendí la luz para que, quien sea que entre, se de cuenta que alguien está dentro, y si trae visitas sepa a que atenerse, al menos por esta noche. Me senté en el sillón de cuero, sentí sueño y mi boca dibujó una sonrisa al darse cuenta que por cerca de media hora no me había acordado de Julio, ni de quién era yo hasta apenas ayer.

El tiempo se fue rápido y mi sueño fue súbito. Desperté cuando escuché un ruido. Entreabrí los ojos para luego despertar respetuosamente. Frente a mí no tenía al mismo Virgilio que yo había visto la última vez hacía unos tres o cuatro meses. Recordé su imagen de la primera vez que le vi, con su aspecto tan formal e imponente, su trenza, su mirada, su manera rara de hablar, su trato. Ahora su trenza no era una trenza pulcra y bien peinada, sino una melena rebelde y bastante maltrecha. Su ropa era más o menos la misma, claro que antes lucía mejor cuidada que esta vez. Por alguna razón sus ropas venían rasgadas y enlodadas. había manchas de sangre pero me pareció que no era sangre suya, sus zapatos regularmente impecables venían esta vez enlodados y sucios.

Conforme mi modorra y mis lagañas se desvanecían me daba mayor cuenta de lo mal que había llegado, pues venía golpeado de todas partes, me asustó verlo tan atrozmente lastimado. Fue entonces que sucedió. Le miré a los ojos y descubrí que estaba frente a una persona nueva, luego entonces por eso la casa tenía aspecto de capullo. Sus ojos ahora eran más humanos, con una humanidad que encontré tan universal que me conmovió.

Estaba ya parada y lista para sostener ese cuerpo enorme que de un momento a otro se derribaría, sin despegarle la mirada de los ojos. "¿Qué ha sido de ti?" le pregunté con los ojos, mientras que los suyos se vertían en lágrimas mientras me decían "¡Ayúdame!". Supe entonces que se trataba de un momento muy singular e intenso, pues había acudido desesperada en busca de ayuda, no tanto porque no pudiese quedarme en cualquier hotel, ya que para tres noches de hotel sí tenía dinero en el bolsillo. Más que todo me aterraba sentirme sola, por eso tomé la decisión de venir acá, caminando compungida y con un problema bajo el brazo, segura de que Virgilio vería el problema con otra óptica. Sé que él se pondría de mi lado, ya sea reprochándome o incitándome, pero siempre de mi parte, que apoyaría mi libertad, que bien o mal me seguiría la corriente. Pero resulta que me lo encuentro así, desahuciado.

Sentí entonces compasión de él. Como lo predije, su cuerpo, pesado como es, cayó. Mientras yo canalicé su caída hacia la especie de diván, también de cuero que estaba en la sala. Virgilio hacía muecas de vampiro ante la luz que le daba de tajo en sus ojos hinchados.

Su cuerpo me pareció tan duro y tan indefenso. Apagué los focos y encendí unas cuantas velas. Habrían pasado acaso unos diez minutos de su llegada y aún no cruzábamos palabra alguna con nuestras bocas. Mi estancia ahí era inusual y su llegada así de lastimado también, sin embargo todo se veía vestido de un hálito de normalidad, con esa normalidad que tiene siempre el destino, por estridente que parezca.

- Qué bueno que estás aquí- Rompió el silencio haciendo unas expresiones de dolor indecibles. Sus músculos de las mandíbulas temblaban como el pellejo de las vacas cuando quieren deshacerse de las moscas que se posan sobre él. Después expiró en sueño, es decir no murió en muerte, pero cayó inconsciente de sueño, abatido. Lo único que dijo me fue muy agradable, pues no iba dirigido ni a mi dinero ni a mi cuerpo, sino a mi persona. Me sentí en mi casa. Sus palabras habían sido suficientes. Esas y las de sus ojos.

- Voy a ayudarte- Le dije, aunque seguramente no me escuchaba. Su aspecto era lastimoso, con su elegante saco todo chamagoso, lleno de tierra. Mentira que la sangre no era de él, pues alguna sí lo era. La ropa comenzaba a ponerse tiesa debido a la sangre que se secaba, mientras que la piel de su pecho que se alcanzaba a ver estaba pegajosa por la misma causa. Nadie me lo indicó, sin embargo sentí el deseo de atenderlo, algo extraño, consanguíneo.

Apareció un último pensamiento respecto a Julio, pensé "Julio, nunca haría por ti esto. No tienes manera de ordenármelo". Comencé entonces a quitarle el saco entierrado, luego la camisa y el pantalón ensangrentados. Su cuerpo era pesado, no olvidemos que estaba casi muerto. Estaba ahí, tendido como en una plancha de autopsia, con su cuerpo casi desnudo. Fui a la cocina por agua caliente, llené una pequeña tina que había visto aquella vez de la mudanza, la cual jamás creí usar por lo fea que estaba, y que ahora me parecía como una bella vasija mágica. La llené y metí además unos trapos de algodón.

Dejé la tina a un lado y me dediqué a ver el cuerpo. Bajo la luz de las velas lucía amarillo, como si se tratase de un habitante del sol, hecho de desierto. Su magnificencia en la forma contrastaba con los numerosos raspones que lo hacían lucir morado. Su carne se miraba aún más alarmante en la herida que tenía cerca del cuello, la cual estaba cubierta de sangre seca, y unos cuantos puntitos que yo llamaría gabazo humano.

Mi pensamiento fue exagerado al imaginar que así se veía el cuerpo de Jesús luego de ser lacerado al extremo, faltaba entonces la herida en el costado, la corona, con ese porte inmortal. Repetía en mi cabeza su mirada al llegar, no era débil como originalmente pensé. De una u otra forma tenía amor a puerta de sus pupilas. Le miré magnifico, inocente a pesar de resultar tan sensual, todo maltrecho. Entonces miré el espejo que estaba lejos y encontré en mi cara una mirada que no había visto nunca. ¿Cómo era posible que me encontrara tan a gusto de tenerle así? Entonces me pregunté ¿Qué hubiera hecho María de Magdala de tener a Cristo tendido como yo tengo ahora a Virgilio?.

Mojé uno de los trapos, lo exprimí y comencé a limpiar su cuerpo, era estupendo y olía fuertemente a sangre. Pasé el trapo por todo cada tramo de su piel, estuviese manchada de sangre o no. Sentía que limpiaba más allá de lo físico.

Las heridas no eran del todo graves, pero en su conjunto podían considerarse como una buena paliza. Que frágil es el cuerpo humano, que sencillo romperlo, que fácil destruirlo. Sin embargo es a través de él que podemos manifestarnos. ¿Qué es la vida más allá del cuerpo?, ¿Porqué es tan preciso que los cuerpos se traten para conocer en realidad a las personas?. Son su manifestación, y tanto daño se ha hecho al etiquetar al cuerpo como pecaminoso. ¿Quién puede decirme porqué la mirada de Virgilio es tan distante a aquella que conocí, que es eso que se expresa ahora que no se había manifestado antes?, ¿Qué fue lo que nació?. Los ojos retratan cada destello del ser humano, y en este caso han ocurrido cosas. Sentí de momento un cariño especial por ese cuerpo, queriéndolo por ser la casa de ese ser extraño que en él habita.

Supe entonces que la aversión a él que muchas veces dije sentir no era producto de mí, sino de extraños. Dejé su cuerpo limpio, y sin entrar en razones comencé a tocarlo con mis manos, a recorrerlo con la yema de los dedos, como si mis huellas dactilares fueran pequeños pechos que palpitan y sienten en extremo. Toqué en especial las heridas, el cabello, la cara. Me hubiera gustado que alguien hubiera hecho esto por mí, aunque yo hubiese estado inconsciente.

Continué, besándole de las llagas, la más profunda, la del cuello, probablemente esto lo tocó en algún punto eléctrico de su ser, porque se estremeció de pies a cabeza. Me iba a retirar de su cuerpo para no incomodarlo, pero su mano no me lo permitió. Sujetó mi nuca y comenzó a jugar con mi cabello, tocándome el cuero cabelludo, tan suave pero tan firmemente. Sé que no podía hablar, tampoco moverse, pero todo lo que quería decirme me lo iba narrando con sus dedos de ángel. Me sentí la más inocente, buena y conforme de las niñas.

Me sorprendí de las vueltas y recovecos que el mundo puede tener. No hace ni un día que salí de casa y heme aquí siendo feliz. Me recosté a lado del muerto y este me tocó con una ternura nunca antes sentida por mi cuerpo.

Miré de nueva cuenta el espejo e intenté descifrar la alegría tan vasta que sentía mi corazón. Cierto que entre Virgilio y yo no hay nada, pero en cierto modo lo hay todo. No necesito cruzar las fronteras de su carne, ni las de su posesión para saberme en amor. No enamorada, sino en amor. Veo de nuevo su cuerpo, esta vez reflejado en el espejo, y una nueva visión surge en mis ojos pues la imagen que observo tiene una inmensa llaga en el costado, y otra a la altura del corazón, y la sangre que de ellas emana no va a dar a la superficie del diván, sino que se mueve a forma de vapor, tal como una serpiente, mientras la del corazón toca mi pecho, y la del costado hace en mi cabeza una especie de corona crística. Me siento blasfema de pensar que ahí es donde hicieron fracasar a Cristo. No donde fracasó, sino donde lo hicieron fracasar.

El Cristo que enseñan en la doctrina es amor, un amor liviano. Sentir cualquier deseo respecto a alguna parte de su cuerpo físico es casi una aberración teológica, motivo de condenación. Sin embargo, ¿Qué se sentiría abrazarlo, o mejor aún, que Él te abrace entrañablemente?, ¿Sentir su mirada sobre mi boca, pechos, piernas, sobre este cuerpo que también soy yo y tanto me ofendería que ignorara? Desde luego el amor precisa de contacto, aunque éste sólo sea visual, que de hecho es un contacto bello. Cristo sabía que el amor es contacto, tan es así que se entregó a todos a través de la comunión. Su amor es inmenso y el método de manifestarlo fue su cuerpo, y a su vez, el método de su cuerpo fue el pan. Sólo así él pudo sembrar en nosotros el amor, a través de su cuerpo. Pero le han robado el cuerpo.

Vuelvo en mí y en Virgilio, y es lo más cercano a Cristo que tengo. No porque me acerque a Dios, sino porque me acerca al amor, a mi propio despertar. Estar enamorado es depender del ser amado, es regirse por sus leyes, es dejar de ser las propias exigencias para ser las suyas, y eso es egoísmo. Sin embargo, estar en amor es ser, es no depender. Supongo que no estoy enamorada de Virgilio, sino enamorada por Virgilio. Me hace ver el amor no en él, sino en todo. Cede a si mismo y a cambio me da el universo. El amor es una seguridad interna, es una mirada diáfana respecto de todo, es una posición del ser. Ni cuenta te das Virgilio que me cimbras. Aunque sintieras repudio por mí no importaría, el beneficio está hecho, no puedo ver el mundo sin amor, y eso no depende de nadie sino de mí, y es un tesoro que no pueden arrebatarme.

Mi cuerpo. ¿Que dice mi cuerpo? Dice que nunca había sentido tanta simpatía por otro cuerpo, que hay que acercarse más, respirarlo, tocarlo y descubrirlo, y que, curiosamente, esto no es sexo, sino un deseo de que los cuerpos se permitan estar juntos, y encima sepan que dentro de cada uno hay un huésped, un rey que ordena, que está harto de ser ignorado. Su mano cayó muerta en mi espina dorsal, y yo caí muerta también luego de un rato. No ocupé tres días para resucitar, lo hice en horas.

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