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Arakarina (01: Una chica cualquiera)

en Grandes Series

ARAKARINA I

UNA CHICA CUALQUIERA

HELENA

"Somos de una especie que desaparece,

Hasta nuestras diferencias se parecen.

Somos como el tiempo perdido,

Como palabras dichas al oído de nadie.

Creo que somos los últimos en la tierra, de nuestra clase

Por favor no me dejes.

No somos los últimos en la tierra de nuestra clase... No me dejes"

ANDRÉS CALAMARO

"Together we stand, divided we fall"

PINK FLOYD

I

Helena se detuvo en el umbral de la entrada.

Toda su figura hablaba de inquietud, sus hombros alzados, su cabeza revirando a todos lados, un cairel cayendo desde su oreja izquierda, la corva de su pierna izquierda flexionada, las manos formando una red donde las dudas quedaban atrapadas bajo la inquisidora mirada de su fábrica de respuestas irreales.

A lo largo del tiempo ha sido terriblemente incomprendida la inquietud, no obstante que todo lo que ocurre, lo que vale la pena atesorar, la diferencia marcada, todo proviene de ella. En otros tiempos el motivo de vida era conseguir la tranquilidad, pero nunca más. Para ella, la inquietud era como un inmenso girasol que le brotaba a la gente en el pecho, de una manera silvestre.

Poco importa lo mucho que se haya hablado del manual para criar girasoles, pues los girasoles inducidos nunca lucen tan bien como los salvajes. He aquí que Helena pensaba que desgraciadamente no toda la gente tenía un girasol en su pecho o en cualquier parte del cuerpo. No todos tenían esa hambre de conocer, de experimentar, de probar el propio alcance. Y eso, aunque pudiera sugerir la idea triste de que exista gente que únicamente nace para consumirse, sobreviviendo dentro de un proceso ficticio con aparentes altibajos y supuesta emoción, no deja de ser una realidad. Es como los besos que nacen de la súplica, no saben igual que los silvestres, le guste a uno o no.

Todo ese sentir se hacía presente mientras ella se encontraba ahí parada. A sus espaldas tenía toda la infraestructura que un matrimonio le podía ofrecer, lo que se representaba tan gráficamente a través del espléndido coche de su esposo que se encontraba aparcado afuera de la modesta casita cuya puerta no franqueaba todavía, tan rojo y brillante, tan refinado, tan de él y tan compartido con ella. Muy en cambio, el umbral parecía representar, por el lado que se viese, un límite o frontera misteriosa, de cuyo más allá no se sabía nada, del cual la única pista era ese hombre que se encontraba parado, suspendido, como rechazando, como invitando, con una careta poco creíble de que le daba exactamente lo mismo si ella entraba o no.

Ese momento de definición no podría durar mucho por naturaleza. Él iba a decir algo, pero sus labios se sellaron ante la pregunta que hizo Helena "¿Puede una mujer como yo cruzar una puerta como ésta?"

Por un momento Virgilio se le quedó viendo muy severamente, como si pensara que era él, el dueño de la casa, el que en su caso tuviera que pedir la pronunciación de una palabra de pase, el quien en su caso cerraría las puertas y no ella quien las abriría. Comprendió que Helena no necesitaba de mayor permiso que el que ella misma era capaz de otorgarse para cruzar esa puerta, y tal detalle le gustó, pues le significaba la seguridad de que la mujer que tenía enfrente sabía los riesgos que le representaban entrar a su guarida, que entrar en esa cueva no sería simple protocolo, que aceptaba, en caso de cruzar la línea de luz, permanecer en ese otro lado para siempre. El parasiempre fue lo que ablandó la mirada de Virgilio, y sería la única explicación a sus palabras cuando dijo "Esperaba eso, que algún día por fin cruzaras".

Ella tenía muy internamente su girasol, indómito, frágil, bello, natural, aunque celosamente vigilado. ¿Puede sembrarse de buenas a primeras el temperamento? ¿Puede programarse el sentimiento profundo?, ¿Cuándo ha hecho caso el corazón a una orden que le contraviene?, ¿Quién ha ordenado: ámame?, ¿Quién ha atendido la sugerencia: "Por favor, no te enamores de mí"?.

Ella miró al suelo, como demasiado consciente de querer entrar a la casa del pintor, segura de que lo que cruzaba no era simplemente ella, sino todas las chicas que ella pudo ser, agolpándose en sus sienes una constelación de recuerdos.

El pintor le dijo verdades piadosas:

- Podría decirte que siempre que alguien entra a mi casa acostumbro darle la bienvenida contándole algo, pero no es verdad que lo acostumbre. Tratándose de ti, o tratándose del día de hoy, o de tus pasos, o de mi ocio, no sé en realidad debido a qué, he de contarte una cosa que se me ocurre decir, y no soy ni poeta ni profeta, tómalo como palabras que salen, eso sí, de muy dentro de mí. Voy a hablarte de bonsáis.

Dicho esto, comenzó a hacer indicaciones que omitían por completo algunas de las más elementales normas de comunicación, como lo son expresarse a la altura del interlocutor, atendiendo la confianza que nos tiene o le tenemos. Virgilio sencillamente habló como si conociera a Helena desde hace mucho, sin importarle que era una desconocida, que posiblemente estaba chiflada del todo, que en un riesgo era un cuerpo bello con cerebro de orate. Su voz se movió sola, pues si ignoraba todo de Helena, no ignoraba que fuese mujer, y la mirada que portaba ella le resultaba reveladora de miles de cosas.

- Da gusto verte tan segura, en este caso de tu belleza. Supongo que me gustas más en tu faceta expuesta que en la oculta. Por múltiples razones. La principal es que no soporto a las mujeres bonsái. Así vengas exclusivamente a darme un recado de tu marido. Debo precisar antes que nada que el concepto es quizá algo erróneo porque no se basa en la creencia popular de lo que es un bonsái, lo cual no revela en esencia lo que un bonsái es.

La creencia que existe respecto a los bonsái es que son los simpáticos arbolitos en miniatura de origen japonés, los cuales permanecen empequeñecidos, mermados, mutilados en el alma. Los "artesanos" que fabrican los bonsáis son algo así como unos inquisidores vegetales: toman el árbol tierno, pequeño, germinante, y lo van haciendo presa con un alambre muy fino que de a poco va a acallar ese ser en erupción, haciéndolo estético, apropiado, armonioso, a precio de amagar su natural inquietud de crecer, de ser. Luego el arbolillo es bello pero apócrifo, y bajo esa tesitura su belleza es falsa, y a nadie engaña, resulta más bello cualquier arbusto. Si supieras cuánta gente hay en el mundo con vocación de artesano del bonsái y de cuántos matices llegan a ser los hilos constrictores que les sirven de herramienta, realmente te abrumarías, posiblemente hasta llores. Los hay disfrazados de novios, padres, madres, hermanos, sacerdotes, amigos, amores, esposos, y hasta honestamente vestidos de enemigos.

El bonsái real es, por el contrario, un ser magnífico. Pequeño en tamaño, pero inmenso. Es enano, es cierto, pero es singular, raro, extravagante, longevo. El bonsái natural es perfecto. Sus hojas son casi imperceptibles e irradian casi la misma ternura que los vellos no formados de un niño, su tronco es como una escultura en miniatura de un cuerpo atlético, al cual no le falta nada, todo está en su sitio y perfectamente delimitado, aunque a escala, con la diferencia que el bonsái late. En términos estéticos es algo así como lo hermoso, y en términos científicos es sencillamente una maravilla tecnológica.

A estas alturas, y si eres tan sensible y audaz de cabeza como he llegado a suponer, has de estar sintiendo una gran inquietud respecto de qué es lo que quiero decir con todo esto. Tal vez sientas el corazón un poco aterrado sólo de imaginar que yo crea que eres una mujer bonsái (después de todo acabo de sugerirte que en ocasiones percibo una parte expuesta y en otras una oculta, y la oculta tal vez se relacione con la autominimización), y tal vez eso pueda archivarse en el cajón de "lo lamentable". Tu que creías que yo era capaz de comprenderte, y sobre todo, de admirar la belleza de tu ser interior, intemporal y eterno. Shh. No digas nada todavía, aun no termino, y no es de mí de quien debes cuidarte si soy bastante capaz de notar que eres linda.

Bueno. Antes de que pienses que "qué chasco", sería conveniente que escuches la parte final de mi explicación. Imagina un artesano del bonsái masacrando arbolitos, cortándoles las ramitas con sus exquisitas tijeras, rebanando las hojas que dejen al descubierto que el arbolito es en verdad un arbusto, cortándoles las orillas para que parezcan plumas de colibrí, conteniéndose de cercenar las hojillas al excitarse pensando que son alas y que él, el artesano, es amo y señor de cualquier crecimiento. Señorío que sólo emplea para negar, nunca para fomentar. Imagina que el artesano del bonsái compra arbolitos a buen precio, que mucha gente se los vende. Imagina también que un buen día aparece un personaje dispuesto a venderle un arbolillo más. El artesano le paga y extiende las manos con verdadera lujuria. El personaje, que es en cierto modo el ser, saca de un pequeño costal al árbol-víctima. El artesano lo mira atónito e intenta sonreír como se sonríe frente a alguna broma de la cual nosotros somos presa. El personaje acaba de depositar en sus manos un bonsái real.

El artesano intenta reprimir al bonsái con su alambre, pero no puede limitarlo porque el arbolillo es con o sin él. Intenta cortar las hojas y estas esquivan el filo, estrella el arbolito al suelo y éste echa raíces. Simplemente, lo bello no puede acallarse.

Entonces. Tu opinión tal vez ha cambiado. Te has dado cuenta de lo inútil que es amagar la hermosura, aunque ello sea útil, aunque no útil para ti. Con o sin amagues eres como el bonsái real y así te envuelvas en vendas no podrás engañar a un buen observador, mientras que los malos observadores no cuentan porque ni aun desnuda podrán encontrarte bella, ni aun tatuada, ni vestida con el fetiche más sugerente, ni envuelta con un ropaje de flores, porque son ciegos.

Tal vez así como hay quien tiene la vocación de artesano de bonsái, yo quiero, o al menos lo intento, tener vocación de tijeras de alambre. Amamos seres, no amamos reflejos de nosotros mismos. Mis reflejos no me aportan lo que me aportan los otros, semejantes pero distintos de mi. Quien me ama sabe introducirme en ese nuevo mundo que es el mundo en amor y evita que el amor dependa exclusivamente de sus hechizos, porque no vivo en la otra persona, vivo en un mundo, un mundo que esa persona no puede construírmelo ni bonito ni armonioso, pero puede ayudarme a que lo experimente así. Quien me ama reconoce la valía de mis aciertos y mis errores, sabe que no estoy hecho de puros éxitos, eso no lo amilana porque sabe que soy mucho más que lo que soy en este instante, pues yo soy un ser en evolución, y quien me ame, mi compañero de andanzas. Yo te doy en este acto mi si, por si de algo te sirve.

Sé que lo que te he dicho no corresponde a lo que se supone debería de decirte, pues nos unen lazos de negocios, no tienes nada que estar haciendo en mi casa y no nos debemos nada en lo absoluto, sin embargo, lo que he dicho puede servirte bien de advertencia, de que no soy muy respetuoso de los ordenes que aparentemente te importan tanto, de que estoy loco, que a la gente me le acerco por amor y no por otra cosa. Si gustas puedes marcharte ahora. Si te quedas, sabré que he ganado una amiga, y tú, tú habrás encontrado en cierto modo un extraño cómplice con la fuerte virtud de apostar por ti, de estar de tu lado.

II

Helena se remontó a épocas en que siendo niña era feliz, se remontó quizá a cuando faltaba un día para cumplir sus cinco años y acababa de escuchar la confirmación de que su padre, a quien casi nunca veía por ser éste un viajero empedernido, acudiría a su cumpleaños. Viajó en su mente al momento en que una nube oscura vino a maldecir muchas cosas, luego de saber que la avioneta en que su padre se acercaba a ella se había estrellado, luego de ser la causa del viaje, casi la culpable de la viudez de su madre.

Las medidas en contra de la niña que ella era entonces no se hicieron esperar. Luego de la ruptura todo sobrevino inmediatamente, pues en el acto fue retirada de todas las actividades que no tuvieran que ver con su colegio, so pretexto de que vendrían tiempos de austeridad y había que cuidar que la herencia del padre no se extinguiera jamás, lo que era una soberana idiotez, pues la riqueza del padre de Helena ascendía a cantidades asombrosas. Se olvidó entonces de las clases de danza, de canto, de gimnasia, se acabaron los maestros auxiliares y cualquier incursión a colectividades del mismo colegio que no estuvieran contempladas en el más austero de los programas educativos de éste. Fue como enterrar una estrella, como enterrarla a ella de todo el cuerpo, dejando, afortunadamente, fuera de la fosa, su cabeza.

Creció oculta ahí, en su propia cabeza, ajena a las relaciones de su madre, vigente sólo consigo. La historia de su formación sería tan simbólica como un suéter tejiéndose a sí mismo.

En su cuarto tenía Helena todo lo que amaba, su existencia misma. Ahí estaban sus aparatos, sus recuerdos, sus sueños, sus planes, dentro de ese cuarto todo pasaba a segundo término. Ahí era el sitio de ella, la guarida de su alma. Le interesaba mucho observarse, se calificaba el andar, su mirada, sus muecas al hablar, sus ademanes, tanto así que mirarla conducirse en su cuarto sería como asistir a un hermoso ballet celestial. Todo ese encanto era prácticamente anulado en la calle, donde ella jamás manifestaba esa hermosura, caminando como un troglodita, sin llamar nunca la atención, mas bien desarrapada, envuelta en ropas que mataran por completo el desarrollo que una niña puede tener hasta convertirse en una mujercita.

Parte fundamental de la formación de su armonía la constituían los juegos, en los cuales se cimbraba frente al espejo y comenzaba a interactuar consigo misma. Después perfeccionó su técnica de estudio, pues bajo varios pretextos hizo que se le compraran todos los aparatos que estaban en su cuarto, principalmente, el equipo de sonido, la cámara de vídeo y el televisor de cuarenta pulgadas de pantalla, con los cuales sus puntos de observación eran los más insospechados.

Su madre le había hecho un favor al asignarle la recámara más recóndita de la casa, la más alejada, la de los huéspedes, aquella que al momento de la construcción de la casa fue pensada en la privacidad de los invitados, a manera de que podrían estos matar un cerdo en esa recámara sin perturbar en lo más mínimo a los demás habitantes de la casa. Así transcurrieron los años, y con ellos su crecimiento.

III

Aquella tarde sería distinta. Después de mucho tiempo su madre iba a tener invitados en casa. Supo por las encargadas de la cocina que se trataba de un hombre, apuesto según decían. Extraño. Su madre regularmente invitaba ancianos medio muertos, los cuales seguramente tomaba como modelo a seguir, pues cada vez envejecía más, y se hundía. Pero esta vez, tal vez y la dejarían integrarse a la charla.

Sin embargo sus suposiciones no eran ciertas ni de broma. Al momento de la visita su madre se limitó a llamarla para que sirviera el café y los bocadillos. Las instrucciones habían sido precisas, "no quiero que intentes hacer figura, ni que te hagas la importante, haz lo tuyo, únicamente".

Y así fue, lo hizo soberbiamente, tan excelsamente que pudo mirar al invitado por todos los ángulos sin que éste pudiera darse cuenta, lo encontraba realmente apuesto y formal, su voz sonaba concreta, y su dicción hablaba de una persona perfeccionista, no lucía viejo, tampoco era un muchacho, pero eso le sentaba bien, su mirada lucía atenta y sincera, aunque no el resto de su cara, la cual sonreía muy a su pesar, soportando las leladas de su madre. Esto, ese disgusto respecto a la charla de su madre, era lo que más le agradaba a Helena, que no se dejara engañar.

Todo salió perfecto. Hasta que se tropezó con la alfombra, regando las galletas por la sala. Vio que su madre se aproximó como un fantasma milenario y horrendo, y comenzó a verter sobre ella toda clase de ofensas, luciéndose como siempre, echándole a perder su ánimo, humillándola como tantas veces. ¿Era tanto su celo?. A juzgar por sus actos, Doña Imelda, su madre, tenía un alma que estaba muerta desde hacía mucho, y lo único que podía transmitirse de ésta era un inmenso gusano espiritual que se sentía sediento de estropear su vida. La odiaba a ciencia cierta.

Lo demás escapó de su mente, grabándose solamente la intervención del invitado, su mano tomándole el hombro y diciéndole, "no se preocupe, descuide", con esa mano protectora, con esa voz salvadora.

Sólo los que vivían en esa casa sabían que ese tipo de escenas eran comunes, casi diarias, y que para desventura de la muchacha, Julio no vivía ahí, que no estaría haciendo guardia todo el tiempo para interceder por Helena, que ya se marcharía en algún momento, y Helena quedaría nuevamente sola.

A Helena los cuentos de hadas que hablan de madrastras o hermanastras perversas no le hacían gracia. Madrastras y hermanastras no hacían figura frente a esa combinación de ambas que parecía ser su madre.

IV

Helena contaba con un secuaz que era su cuarto, y otro que era su camino a casa desde el colegio. Este último era fundamental, era su alianza con el mundo exterior. Su madre en su tacañería la condenó a regresar a pié desde la escuela, situación ilógica si se sabe que Helena fue inscrita en un colegio exclusivo de damitas para evitar su contacto con chicos. Aún así, Helena fue su propio guardián, pues era más bien antipática con los muchachos, y también con las muchachas. A cambio de esa condena de su madre que le obligaba a padecer tremendos soles en verano, y lluvias, y frío el resto del año, ella se cobró una hora de libertad, ya que salía a las doce treinta del colegio, y llegaba a las dos de la tarde, siendo que de camino a casa se hacían treinta minutos. Esa hora también era suya, en ella podía hacer lo que le viniera en gana. Dado que su colegio, al igual que su casa, quedaban en pleno centro, nunca faltaban lugares a donde ir, ni cosas que ver.

Después de la visita de Julio, ella comenzó a frecuentar las calles aledañas a Atenas, que era una galería de arte de la cual Julio era el propietario, hasta que un día decidió pasar deliberadamente por el aparador. Julio, que estaba prácticamente en la puerta, la miró y tuvo un acierto al preguntarle en qué le podía servir y pedirle una disculpa por haberse comportado como un tonto en su casa. A la muchacha le pareció genial su trato, pues la trataba como persona, como Helena, no como una enviada de su madre. Ella fingió discreción y dijo que seguido pasaba por esa acera, cosa que era desde luego mentira, y que en esa vez había decidido entrar.

Así nació un contacto. Paulatinamente ella comenzó a pasar cada vez más seguido, y la verdad es que eso era bueno para los dos. Por un lado Julio sentía una excelente vibra en cuanto ella llegaba con su frescura innata y su humor algo oscuro, y dentro de poco él cayó en cuenta que Helena era mucho más mujer de lo que imaginaba, pues demostraba tener gran conocimiento del arte y sus ideas eran en muchas veces creativas y brillantes, además era hermosa si se sabía sondear toda esa serie de artificios que ella misma hacía para lucir desarrapada. Julio le percibía como si ella fuese un tronco de excelente madera, al cual había que educar y canalizar para llegar a una mayor perfección. Helena a su vez encontró provecho de hacerse la casual casi todos los días, pues tenía por fin un sitio donde podía estar más al tanto de las cosas, tenía un escucha y de vez en vez ayudaba a Julio a atender la galería, cosa que realizaba con profesionalismo. Le daba risa, era demasiado fácil para ella. A los dos les convenía aquel acuerdo tácito.

V

- ¿Está seguro que no será una carga para usted?-

- No lo creo, ya aprenderá las cosas. Además le vendrá bien un cambio de actividades, ganará dinero y se cultivará dentro del arte. Sé que usted me estima señora, por favor acepte-

Doña Imelda aceptó que Helena trabajara en Atenas, no porque la sedujera la idea de que la chica tendría algún tipo de desarrollo, sino por aquello que Julio le decía acompañado de un guiño de ojo "ya aprenderá las cosas". Aceptó, pero no sin antes tener una sesión privada con Julio donde le explicaba sus preocupaciones respecto de su hija, a través de las cuales la señora quería advertir a Julio que la chica era un problema, que era rebelde, que ella no sabía bien qué hacer con ella, que era una distraída, que en lo lerdo de mente había salido al padre, y mil bobadas más, las cuales pretendían que él continuara el hostigamiento y la represión maternas en la propia galería. Él maldijo su nombre jurando que haría lo posible por corregir al pequeño diablillo.

A Helena él le explicó otra cosa, que todas sus acciones estarían encaminadas a hacer de ella una excelsa mujer, una figura cultural de la ciudad, una mujer de participación activa y constante, y comenzó por instruirla en el idioma francés e inglés, los cuales consideraba indispensables para su actividad. Ella lo tomó de buena gana la primera vez, al momento que intuía un fallo en todo eso. Tomó clases de formación, modelaje, dicción, etc. y al cabo de seis meses su desempeño en la galería era de primerísimo nivel.

Doña Imelda estaba más que agradecida con Julio, al cual estimaba como a un hijo, y se decía sorprendida de la maravilla que había hecho él con su Helena. Doña Imelda subrayaba "No cabe duda que usted es grande. Mire que lograr estos adelantos con esta muchacha."

Helena callaba. Helena aprendía, aprovechaba cada instante, ejercitaba su mente. Soñaba. La prueba cumbre de su desarrollo fue la exposición de un pintor español que daba a la galería Atenas la exclusividad de su retrospectiva, se organizó una recepción y se pobló de gente todo el local. La bienvenida y presentación del artista corrieron a cargo de Helena, quien cautivó a todos los presentes con su encanto. Era una muñeca.

VI

Entre los invitados estaba un personaje que le parecía conocido a Julio. Se dibujó una interminable sonrisa en su cara al momento en que se acercó al tipo.

- ¿Me recuerda?-

- Claro, ésta es su galería, su foto está allá colgada, está usted a mis ordenes según dice ahí-

- Este... sí- balbuceó Julio, el sujeto tenía razón, había sido muy torpe al llegar preguntando eso, aunque el invitado debió haber sido más cortés, después de todo no se trataba más que de un acercamiento. El hombre vestía un abrigo de piel negro, gafas oscuras, unas grandes patillas, una boca obscena y una calva, continuó diciendo - Voy a ir al grano, usted me vendió hace como un año un cuadro que se titulaba "MI VERDADERO ROSTRO"... -

- ¿Ya no se titula así nunca más?, ¿Lo puede vender de nuevo?-

- Sí y no, existe todavía, y si se llama igual, lógicamente, aunque no lo puedo vender de nueva cuenta. Es decir, necesito saber la identidad del autor, necesito contactarme con él o ella-

- Con él-

- Así es, con él. Existe gran interés de mi galería por su obra y quisiera traerlo a la ciudad-

- Vaya ciudad. No se impaciente, no lo voy a hacer padecer más, admito que me divierto pero puedo serle de utilidad.- El sujeto sacó de su bolsillo una agenda electrónica y luego de oprimir muchas teclas, agregó - Su nombre es Virgilio, no tiene una dirección sino varias, por ahora puede usted escribirle al apartado postal 2332 de la Oficina de Correos del Centro de Río de Janeiro, él se comunicará con usted. Vaya ciudad.-

El hombre de cuero le había caído perfectamente mal a Julio, pero sin embargo le había sido de gran utilidad, con ese dato podía hacer posible la presencia del pintor de aquel cuadro misterioso. Pensaba que sería dentro de tres meses, pues por ahora era el turno de este pintor español, Sandro Cano. El remolino de gente reclamaba su presencia, estaba feliz, se reunió con Helena en el estrado y le dijo - Tengo buenas noticias-

- ¿Cuáles?- preguntó ella llena de curiosidad. - Ya te diré después-

Siguió la fiesta.

- ¿Después?-

- Somos el equipo perfecto. ¿Lo sabías?-

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