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Arakarina (07: El artefacto)

en Grandes Series

ARAKARINA VII

EL ARTEFACTO

 

EL RUEDO

Los ojos son como la lámpara para el cuerpo;

así que, si tus ojos son buenos, todo tu cuerpo tendrá luz.

pero si tus ojos son malos, todo tu cuerpo estará en oscuridad.

Y si la luz que hay en ti resulta oscuridad.

¡Que negra será la oscuridad misma!

EVANGELIO DE SAN MATEO (6: 22, 23)

I

PANORAMA

El vuelo por fin descendió, era un aparato monstruosamente grande y sólo por eso sería difícil saber quién de los pasajeros sería el pintor. De hecho no lo conocían físicamente, es decir, su rostro. Aunque Helena tenía una noción más clara que Julio, era lógico que Virgilio no emergería del jet con su miembro viril de fuera, en erección y reposando sobre una rosa amarrada entre los pechos de una directora de museo. Pese a que imaginarlo de esa forma podría considerarse gracioso, Helena no esbozó la más mínima sonrisa. De hecho se encontraba un poco desvelada de la noche anterior, se le notaban las ojeras a pesar del maquillaje perfecto que se había aplicado, sus caderas se movían en una danza un poco gimiente, pues Julio se había empecinado en abordarla por la ruta de su vicio preferido, y auny cuando ella ya se había acostumbrado a este tipo de embistes, todavía no se acostumbraba al dolor del día siguiente.

Miraban cada personaje que salía del avión y ninguno les parecía que fuera el pintor. Tres o cuatro se miraban realmente estrafalarios, uno con el cabello estilo afro y con una bata naranja se parecía a Sai Baba, lo mismo su sonrisa dientona y su baile feliz que no cesaba de efectuar, otro traía un sombrero puesto y se cubría la cara entera con un pañuelo, en el caso de que se cubriera de esta manera para no ser visto o reconocido cometía un error, pues su atuendo de tránsfuga llamaba absolutamente la atención, otro estaba calvo y en la calva llevaba un tatuaje de Jodie Foster en su papel de putilla de Taxi Driver, además de que portaba unos lentes Ray Ban como los de Robert De Niro, sin duda la película lo había afectado tremendamente, por lo demás, todos parecían demasiado normales. Julio, Helena y otras tres gentes esperaban impacientes la llegada del artista. La más cansada era Helena, no sólo por el desvelo, sino porqué tenía que cargar el letrero que decía SR. VIRGILIO NUNGARAY.

La impaciencia era justificada, pues el Aeropuerto Internacional "Mariano Escobedo" de Monterrey, no es ni por asomo muy grande, de hecho todos los pasajeros que arriban del extranjero salen por una misma puerta, mientras los de arribo nacional llegan por otra.

Julio iba vestido con un pantalón Dockers, abombado y de pinzas, de color ámbar, su camisa era de algodón, de un café oscuro con botones en nácar, muy sobria, sin corbata, con zapatos Michel Domit negros y calcetines de diseño. Helena por su parte se había llevado una blusa blanca de olanes en mangas y cuello, parecido a lo que uno asocia con las gitanas, sin saber realmente porqué, pues a las gitanas nunca se les ve con ese tipo de ropa, se trata de un estereotipo, además de un pantalón crema un poco ajustado, y zapatillas negras.

Los pasajeros que venían de Río de Janeiro, previo transbordo en la Ciudad de México, terminaron de bajar y no había pistas de Virgilio.

II

EL PINTOR

"Sin duda esta ciudad me dará problemas. No sé por qué lo presiento. Es su gente. En la Ciudad de México el aeropuerto es considerablemente grande, con sus salas, con sus ruidos habituales, con su gente extranjera por todos lados, impersonal como las ciudades cosmopolitas, como Nueva York, como Los Ángeles, donde todos están tan lejos de sus pies. En cambio este aeropuerto es pequeño, y tal parece que la gente goza de estar en el aeropuerto, se ve el símbolo de status, se ve orgullo, se ve enseñoramiento. Es el tipo de gente entregada, orgullosa. Me han contado que es un pueblo amable, pero me da mala espina que gocen de estar aquí, como si hicieran una excluyente, como si dieran por sentado que todo aquel que no viaja o ha viajado en avión es una especie inferior, después de todo no se trata sino de una necesidad de transportarse".

"Vaya, ahí traen mis obras."

- Trátelas con cuidado, por favor, son frágiles-

"No veo por ninguna parte a Julio Mendizábal, se supone debería estar ya por aquí, listo para recibir el embarque. Tal vez se enfadó por que no le remití primero la obra para el montaje en la galería, así cuando yo llegara ya estuviera todo listo para la exposición. Lo que pasa es que conozco a la gente, prefiero ser yo quien determine el orden de las obras, además, tal parece que él y yo vemos el tiempo de manera distinta. A él le importa mucho la formalidad, a mi realmente no, de hecho tengo todo el tiempo para llegar, todo el tiempo para acomodar, todo el tiempo del mundo, mi prisa más inmediata es mi casa"

"Esos deben ser, con semejante letrero"

III

EL PANORAMA

Lo miraron acercarse. Con su metro noventa de estatura, delgado, elegantemente vestido con un traje negro que parecía hecho de algodón planchado y peinado que se veía extremadamente fresco y a la vez bastante formal, con una camisa blanquísima y una corbata de tonos azules y malva que emulaban una estrella sacrificada en la tierra, con zapatos negros de suela dura, de cordeles. Parecía más bien un ejecutivo de alguna empresa voraz, con su cabello peinado escrupulosamente hacia atrás, seguramente aprisionado con un efectivo fijador, con patillas largas y afiladamente recortadas. De frente no se podía sospechar de la trenza que colgaba sobre su nuca y que llegaba poco más allá de los hombros.

Julio se irguió casi solemnemente en cuanto le vio, la verdad era que no sabía si se trataba del pintor, ¿Cómo tener esa certeza si seguido lo abordaba gente que él desconocía completamente?, "algún cliente" pensó, y es que la verdad él esperaba un pintor con facha existencialista, medio hippie. Helena en cambio, al ver su andar supo que se trataba de Virgilio, lo miró a los ojos y se percató que efectivamente tenían ese brillo oscuro que había plasmado en su autorretrato. Su nariz, su boca carnosa, sus pómulos, todo ello no era precisamente la cumbre de la belleza, la nariz tal vez era demasiado larga y la boca estaba poblada de unos cuantos dientes puntiagudos que no podrían atribuirse a un ser humano, sin embargo esa fealdad, ese conjunto grotesco encerraba su secreta belleza, pues todo en él era salvaje, viril, todo concordaba, no había traiciones, ese rostro se revelaba feo como era, sin pretender aparentar belleza. ¿Podría decirse que un lagarto es horrible? Tal vez, pero pudiera ser que se le considere precioso y también se tenga la razón, ese era este caso.

- ¿Julio Mendizábal?- Preguntó con voz varonil, extendiendo su enorme mano llena de vello.

- Servidor, ¿Es usted el Sr. Virgilio Nungaray?

- Tú lo has dicho.- Dijo emulando a Cristo, y eso provocó en Julio, católico por conveniencia y carente de fe, una antipatía incomprensible y prejuiciosa, "Voy a tener problemas con él" se dijo internamente, mientras que Virgilio chasqueó los dientes pensando "Esta gente".

Julio sonrió al verse en medio de una situación callada y sorpresiva, por otro lado era experto en sacar adelante cualquier situación social, por lo que dijo

- Él, en persona. Nos da mucho gusto tenerle entre nosotros, existe gran inquietud respecto a su obra- Julio sonreía todo el tiempo mientras que Virgilio le miraba esbozando una mueca que podría traducirse en una sonrisa mutilada, con sólo un extremo de los labios levantado, como si éstos fueran una cuchilla, a la vez que se le quedaba mirando profundamente, como presa de un delirio.

Era obvio que Virgilio pensaba que toda aquella palabrería era una manera de abrir camino a una posible charla, sin embargo, inevitablemente reviró a ver a Helena, quien al verse atrapada curioseándolo le volteó la mirada. El resplandor que surgió en los ojos de Virgilio cuando la miró no fue apreciado por ella, pues ésta se propuso no volver a mirarle, y a la vez se reprochaba el haber sido tan estúpida de haberse dejado atrapar en toda su fisgonería. Por otra parte, Julio si se había dado cuenta, por lo que se apresuró a hacer las presentaciones - Que torpe he sido. Ella es mi esposa Helena, Helena, él es Virgilio Nungaray- . Se extendieron los brazos de ambos y estrecharon sus manos. La larga y delgada mano de Helena cabía cómodamente en el interior de la palma de Virgilio, quien la apretó dulcemente.

Giraron las instrucciones necesarias para que las obras fueran transportadas del aeropuerto a la galería. Continuaron su camino. Julio parloteando como un perico, sondeando el terreno y viendo cuál podría ser su punto de simpatía con Virgilio, quien, si bien es cierto le escuchaba, parecía no muy interesado en hablar con nadie. Helena por su lado iba en silencio, dejando que quién hablara fuera Julio, procurando no mirar el rostro del pintor, caminando tras de ellos como una geisha fiel.

- ¿Tienes apetito?- cuestionó Julio.

- Francamente sí-

El platillo típico de Monterrey es el cabrito, el cual se cocina de una manera singular, abriéndolo en canal e insertándolo sobre un asta con ganchos sobre el cual queda colgado de manera casi vertical, con sus extremidades totalmente estiradas como el dibujo de una estrella, de esa forma se va asando sobre leña, conservando gran parte de su jugosidad. La forma que toma el cabrito se asemeja mucho a la posición de los crucificados, esto aunado al fuego en que se asa puede ofrecer un estampa dantesca. Se acostumbra comer con la mano aun en los restaurantes más elitistas, pues de una u otra forma el pueblo regiomontano ha comprendido que resulta casi una idiotez comer el cabrito con cubiertos, su carne es suave a los dientes, más no así para el cuchillo, quien seguido hace resbalar la pieza y manchar la camisa o saco de los comensales, lo que constituye una falta más atroz a los buenos modales que el comerlo con la mano. De hecho los buenos restaurantes suelen colocar un vasillo con agua y jugo de limón, a efecto de que los clientes sumerjan en ella sus dedos, eliminando así una grasita pegajosa que deja la propia carne. Esto propicia que los neófitos en el consumo del cabrito comiencen a pedir azúcar para prepararse una limonada con esta agua, lo cual es un tanto vergonzoso una vez que descubren los fines de tal vasija.

Llevaron a Virgilio a un restaurante de cabrito. En esos restaurantes no sucede lo que en otros que ocultan al máximo la preparación del alimento, sino que en estos es como una propaganda mostrar el infierno donde se cocinan los pobres animales. Llegaron y tomaron asiento, Julio ordenó para todos, y le quedaba una sensación de estar perdiendo un poco su tiempo al intentar familiarizarse con el artista. Se notaba que su intención no era hacerse el difícil, sino que vivía embebido en su propia frecuencia.

Mientras esperaban, Virgilio se quedó ensimismado viendo el cabrito crucificado, fue entonces que recordó el artefacto.

El Artefacto

Por la calle me topé con el Sr. Luis Torralva, siempre con su calva muy encerada, con ese aroma a loción barata, con su entrecejo fruncido, como si se encontrara eternamente enfadado, su vida era extremadamente complicada, él mismo buscaba que las cosas fueran así, complicadas. Su mujer se llamaba Isadora, bueno, en verdad no se llamaba así, pero él le impuso ese nombre, la bautizó así, de tal forma que fuera de su familia nadie conoce cuál sea su nombre real.

Lo noté sudoroso como siempre, lúbrico, excitado de la nada, como si fuese tocando su miembro debajo del bolsillo del pantalón. Me miró y me dio un fuerte abrazo.

- Virgilio, pero si es mi pintor favorito, ¿Cómo es que no me has avisado que estás aquí en México, vaya pedazo de cabrón eres.

La verdad no nos unía un lazo real. Él me había solicitado hace un par de años que elaborara un artefacto. En su momento yo le cuestioné qué tipo de artefacto quería, a lo que él me preguntó si tenía tiempo, yo le contesté que siempre tenía tiempo. "Acompáñame" me dijo.

Lo había conocido en una fiesta que había dado en mi honor una Señora Andrade, fiel admiradora, admiradora absoluta de mi persona. En esas fiestas todo mundo puede hablar de lo que sea y este tipo se me había acercado totalmente abierto, contándome de su vida, de lo que significaba para él el amor, decía "El sexo es una lucha de dimensiones cósmicas, cuando sostienes una contienda, ésta retumba en cada esquina del cosmos. Mira bien y dime si no coinciden las características corporales de las personas con lo que por tradición debe ser su comportamiento. El hombre debe ser abierto, expuesto, duro y portentoso como su mismo falo. La mujer debe ser recatada, ensimismada, suave y dulce como el coño. La cosa es así, no existe ningún otro orden. ¿Sabes porqué es penado tanto el sexo sin precio, es decir, precios como el matrimonio, la formalidad, todo eso?, por la sencilla razón de que en el fondo sabemos que el sexo es una agresión, es violencia, es guerra. Mira el rostro de una mujer cuando le causan dolor, cuando le pegas, cuando la haces gritar, es la misma cara del orgasmo, cuando el dolor reina a tal grado que siente ese sometimiento que es su naturaleza, cuando flaquea, cuando no puede tener guardias, cuando la entrega es total". Y así, se la había pasado toda la noche exponiéndome que le era imposible desasociar el amor con el daño, con la flagelación, con la violencia.

Caminamos y me llevó al antiguo palacio de la inquisición, hoy escuela de medicina, donde había una exposición que se llamaba "Instrumentos europeos de tortura y pena capital en la Edad Media", y lo promocionaba la Academia Mexicana de Derechos Humanos.

- Lo ves- decía - Son unos morbosos esos de los derechos humanos, odian la tortura y le rinden culto. ¿Sabes la cantidad de gente que no tiene ideas de cómo hacer sufrir al cuerpo de los demás? Tal vez quisieran mancillar a alguien pero no se les ocurre nada, y vienen precisamente éstos de los derechos humanos con su catálogo de opciones, como si fuera un delicioso menú de ocurrencias. Imagínate que en el Vaticano pusieran una galería de pecados que no se deben cometer, desde el simple robo hasta la violación y asesinato de una monja, la gente saldría creativa, llena de ideas por ejercer.-

Caminamos y entramos de lleno al patio donde se alzaba la guillotina como la reina de las máquinas de terror, con su madera vieja, con su hoja un poco oxidada, con sus sogas, venía ahí el año de fabricación del aparato, los daños que producía en aquéllos que la padecían, y las causas por las cuales lo metían a uno ahí dentro. Se miraba muerta ella misma, callada, bajo el inmenso cielo azul como seguramente fue cuando esa máquina en pleno auge arrancaba las cabezas de los condenados. Mencionaba la tarjeta que según estudios médicos, la cabeza no pierde el conocimiento hasta dentro de unos tres o cuatro segundos de estar arrancada, lo que sugiere que la cabeza, la identidad, la presencia, es consciente por dos segundos de que está muerta, que todo ha terminado, muriendo a la vez de horror.

Así como ésa, habían infinidad, el hacha y el tajo, las jaulas colgantes, el potro en escalera, la espada del verdugo, la silla del interrogatorio, el aplastapulgares, ablución de los pies con fuego, la rueda, el suplicio del agua, el aplastacabezas, la rueda para despedazar, la cuna de Judas, garras de gato o cosquillador español, collar de púas punitivo, el potro arrancatestículos, la orquilla del hereje o el pie de amigo, la cigüeña o hija del basurero, la pera oral, rectal o vaginal, pinzas y tenazas ardientes, arañas españolas, el cepo o brete, la sierra, el potro, hierros ardientes para marcar, rompecráneos, el garrote, la mordaza o el barbero de hierro, la tortura del gota a gota, el empalamiento, el cinturón de castidad, armas de carceleros, la doncella de hierro de Nuremberg, collar penal arrastrando un peso, la garrucha o péndulo, crucifijo puñal, látigo para desollar, látigos de cadenas, el suplicio del suspendimiento, la lengua de cabra, la cometa del obispo, el cinturón de San Telmo, el cilicio de pinchos, flauta del alborotador, máscaras infamantes, el violón de las comadres, la picota en tonel, collares para vagos y para renitentes a misa, la trenza de paja, y cortar la lengua, así como la escabrosa princesa de hierro.

Al salir, Luis Torralva estaba más que excitado, me dijo - Hay un dato que pasaste por alto. Todos los aparatos pertenecen a coleccionistas particulares, ninguno es de algún museo, todos son de gente común y corriente. ¿Imaginas en cuánto dinero se ha de cotizar un mueble de estos?, en un dineral- .

Yo la verdad no imaginaba que estuviera, por ejemplo, una jaula colgante en el comedor, o una pera anal, oral y rectal como salero. Mas bien lucirían bien en un lúgubre sótano.

- Ahí es donde entras tú. Fabricarás para mí un artefacto de estos. Claro que no quiero una copia de los que viste, pues ningún valor tendría. Como reliquia sólo valen las reliquias. Quiero que me hagas uno nuevo, que compita en ingenio con estos, esa será la reliquia del futuro, y dentro de seis, cuatro siglos, se le exhibirá como uno de los pocos artefactos de tortura de pleno siglo veinte, el himno moderno al culto del dolor. ¿Cómo ves?

- Suena factible, es decir, será puramente de ornato.

- Siempre he dicho que tienes talento muchacho. No tienes moral, pero eres bueno, en fin, qué se le va hacer. Te invito a cenar a mi casa esta noche. Mi esposa prepara un banquete delicioso, digno de reyes. Además, en casa tengo un animal salvaje que seguramente te llamará la atención-

Su rostro brillante sonreía preso de su propio morbo, extendió su brazo para colocarme uno de sus dedos sobre los labios en señal de silencio, siendo que mi intención no era ni siquiera preguntarle acerca de ese exótico animal - No. No me preguntes, será sorpresa.

Lo acompañé y pasé a la sala. La cual estaba decorada salvajemente, con sillones de cuero negro y una inmensa piel de cebra en el suelo, había chimenea con fuego, ideal para el frío que hacía, con cabezas de animales colgados en los muros. La iluminación era ambarina, entre oscuro y luminoso. - Es el color del atardecer de África, color oro, naranja, caliente. Prende y apaga la luz, ¿Te das cuenta que casi no hay diferencia entre la luz de mis focos y la del fuego?-

La esposa de Luis servía la comida pero nada comía. Era muy delgada, alta y flaca, no era raro que este individuo se casara con ella, pues era como un animal totalmente silvestre, en su movimiento, en su aroma, en su mirada, pareciera que fuéramos especies distintas pero compatibles. Su cabello era negrísimo cubierto de trenzas, con su piel blanca y dorada por el sol que sabrá dios de dónde sacó. Sus piernas largas terminaban en unas nalgas casi de hombre y sus tetas eran pequeñas y lindas, sus hombros también eran fuertes. De hecho se veía que no era muy grande de edad, tendría acaso veintiséis años, pero sus ojos revelaban ya unas arrugas intensas que hablaban de un abuso de sexo, de emociones, de violencia, de emotividad. Comparada con Luis, que tendría en ese entonces unos 38 inviernos encima, parecían bastante compatibles, inusual, pues tal diferencia de edades sugeriría que hubiera mucho trecho entre ambos, pero no, parecían un tanto igual de viejos, o al menos pertenecientes a una raza agotada, vampirizada.

- Concédeme un deseo- Dijo Luis - Pinta a mi mujer como una cebra.

- ¿Tienes pintura?

- Claro.

La mujer se quitó el vestido que la cubría y debajo no llevaba ningún tipo de prenda íntima. Su sexo estaba poblado de una espesa pelambrera que era adecuada para el resto del cuerpo salvaje, las axilas también tenían vello. Se dirigió sobre la piel de cebra y se puso en cuatro patas. Con un pincel grueso comencé a trazar sobre su cuerpo cada una de las líneas que el propio tapete me sugería. La piel de ella se erizaba al contacto del pincel, el cual besaba despacio cada poro. Yo, que sentía el compromiso de guardar profesionalismo en mi oficio, intentaba sin mucho éxito distraer mi mente de ese coño que a cada trazo se hinchaba más y más, haciendo de su dilatación una solicitud casi piadosa, modelando, aunque es imposible así me lo pareció, una abertura cilíndrica hacia su interior, casi se estaba haciendo un coito sola. Me sentí incomodo y después desvergonzado, importándome poco tenerla tan tiesa, después de todo, Luis no es un estúpido y su mujer no es fea, es decir, él no sólo sabía del hervidero de esperma que tenía en los testículos, sino que, me daba por pensar que todo ello era parte de su plan, que en el fondo mi erección era lo que deseaba. La chica quedó totalmente pintada, con sus líneas perfectas. La cara era una maravilla, parecía un ser exótico.

- La cola-

- ¿Cuál cola?

- Siempre soñé con este momento, ¿Cómo crees que iba a olvidar un detalle tan trascendente?-

Del cajón de la mesita de sala sacó un pequeño dildo de unos seis centímetros con forma de pene de un extremo, y del otro le brotaba una cola de cabellos que por su textura han de haber pertenecido a esta misma chica, eran largos y gruesos.

- Ya está, sólo pónselo en el culo.

Me pareció una idea extraña, pero me decidí cuando la mujer encorvo mas hacia el suelo sus tetas, dejando a flor de piel su ano brillante, sin que se le hubiera pedido. Lanzó un gemido leónido cuando le entró el pequeño penecillo. La cola parecía de ella, era un animal encantador por los lados en que se le viese.

Luis se puso un poco serio y dijo.

- ¿Cómo la encuentras? ¿Encantadora, no?

- Es preciosa en verdad.

- Ven, siéntate aquí a mi lado-

Hice lo que pidió, quedando cada uno de nosotros en los extremos del extenso sofá.

- Isadora, mi dulce cebra, te has portado muy bien, eres una buena chica. Ven y elige a tu macho, aparéate.

Isadora volteó con una mirada de fuego, luego cerró sus ojos y comenzó a andar sobre sus cuatro extremidades, con un paso cadencioso, llenando la sala con su aroma a selva, a arena del desierto, a su cabello, a su hormona terriblemente fuerte. A mitad del camino se fue inclinando hacia mi dirección, hasta que ya tenía su cuerpo en medio de mis piernas. Luis, no sé si molesto o excitado, se alzó de su lugar y se retiró a la recámara, lejos de nosotros. Isadora abrió mi bragueta y comenzó a comer de mi carne, mascando mi falo, metiéndoselo de manera furiosa en las fauces, enrollándola con su larga lengua de lagarto.

Se alimentaba más que amaba, se alimentaba de ese manjar que le apetecía, ese sabor a mí que la embriagaba. Hubiese pensado que se trataba de un vicio, pero algo me hizo convencerme que era el sabor el que ella apreciaba, pues con sus dos manos sujetó mi miembro y lo estranguló, haciendo que emanara de su punta una lagrimilla de líquido vital, mismo que devoró deprisa. Luego me chupó los testículos, metiéndolos en su mandíbula hirviente. Sonreía feliz. Su mirada estaba encendida, el azul de sus ojos era ahora anaranjado, luego los volvió detrás en un arrebato de placer. se hubiera pasado toda la vida comiéndome como un vampiro, de hecho ya llevaba casi una hora de tener mi miembro en su boca, que de alguna manera se dislocaba para engullir volúmenes como el mío.

Con su atuendo de animal, cualquier posición estaría errónea a no ser que fuera la de cuclillas. Se postró en cuatro patas y alzó el coño como gata en celo. Nunca imaginó que le fuera a besar el sexo antes de penetrarla, pero dados los antecedentes, esta mamada era casi un deber.

Su vulva estaba más excitada que un nopal abierto en canal, y emanaba similar cantidad de jugo, sólo que caliente. Mi lengua recorría todo lo largo ancho y profundo que podía, mientras ella hacía unos sonidos que nunca en mi vida había escuchado, e imaginé que así resollaban los colibríes, entre los bufidos callados, y ese gemir que constituía por sí mismo un lenguaje.

Me coloqué detrás de ella y con la punta de mi sexo comencé a jugar con el suyo, amenazando con entrar, coqueteando, investigando, tocando los puntos, para luego ensartarme de una manera intempestiva que la hizo venirse de inmediato. Sin embargo la seguí penetrando primero sutilmente, pero sus sentones que daba aun en esa posición me recordó que se suponía que lo estaba haciendo con una hembra extraña, de manera que arremetí con toda mi furia. De rato yo estaba sudoroso y brillante, y parecía que el vello de mi cuerpo crecía a velocidades inusitadas convirtiéndome yo mismo en una bestia. Mi sudor caía a chorros sobre ella que ya sólo gemía en un lamento histérico de hambre y de placer. Tensó su vulva cada vez más, apenas parecía haberse hinchado lo suficiente para eliminar la fricción y buscaba un ángulo mucho más osado, y volver a tensarla en un contacto interminable. Así transcurrió una hora más en que dos animales copulaban envueltos en un impulso totalmente animal.

Los cabellos de su cola me acariciaban las piernas y me daban calor, los tome en mi mano y jalaba la cola en varias direcciones, lo que le causaba algún tipo de sensación a mi cebra. No cerré mi vista ni un segundo, robándome las imágenes, los gestos, el olor, el sabor de su espalda sudada, de su sexo, de sus labios. Ella metió su mano hasta mis testículos y los apretó en el vaivén. Me excité demasiado que comencé a sentir los estertores que me preceden a cada orgasmo.

Ella salió de la ensartada en que estaba y convirtió su boca en la más voraz de las bocas, con su mano comenzó a frotarme con maestría, y comenzaron a volar los espesos chorros de tibio semen, los cuales caían con exactitud sobre su lengua, para luego jugar con su textura entre los dientes y el paladar, luego los comía, los saboreaba, los engullía.

Primero me resistí un poco, creí ser objeto de un atraco, luego no pensé nada más. Definitivamente le gustaba comer ser de hombre. Yo había sentido venir ese orgasmo desde muy atrás de mi alma, y me vacié de tal manera, lanzando un gemido, apretando los dientes y bufando de manera aguda, para después arremeter en nuevos embistes que extrajeran la ultima gota de mi fuente. Isadora estaba exhausta como yo, saboreando su exótico alimento. Me besó.

Quedamos en el sillón. Con mis manos le limpié un poco el rostro. Exhausta se miraba inocente. La miré fijamente a los ojos. Estos me hablaron de tristeza. - ¿Eres feliz?- le pregunté.

Meneó la cabeza diciendo que sí.

No le creí. Le tomé el rostro luminoso, vi su mirada afiebrada, su nariz de respiración densa y sus labios tan hinchados de tanto follar, morder, chupar, ser mordidos, devorados, le miré con amor, le dije mil cosas con una mueca de mi boca y esgrimí algo que quizá podría ser llamado sonrisa, - Eres una flor, vital y hermosa- Ella sonrió agradada, le besé en la boca, luego en los ojos que cerró deprisa en señal de abandono, me abrazó y luego se cimbró asustada, tal vez recordó que había sido educada para ser animal y no flor, y he aquí que pudo más su estabilidad y coherencia que su corazón.

Se paró deprisa, asustada de sentir un brote vegetal en su alma animal, y que ese brote volviera en dirección mía, así como los girasoles claman al sol. "¿Para siempre?" me dijeron sus ojos, "No lo sé" contestaron los míos. Se fue como una niña decepcionada, caminando con la ligereza que se podría caminar con una cola metida en el cuerpo. Seguí su curso y vi que llegó a la habitación donde Luis abrió la sábana para invitarle a su cama, como si ésta fuese una capa protectora como la de los súper héroes, o más propiamente, (pienso, porque en ocasiones me han dado ganas de ser un ave y cuidar con mis alas gigantescas a un ser muy preciado) que la sábana era una ala blanquísima, inmaculada, irrompible, entrañable, amada en el extremo de que nos guarda y nos hace ser pequeños, haciéndonos sentir el confort de la seguridad que tendría un huevo al ser amorosamente empollado por su madre pájaro.

Entendí entonces que fui un tonto de creer que ella era mínimamente mía, siempre pienso que lo son aquellas mujeres que poseo, pues era de Luis, eternamente de Luis, era su esposa cósmica, esa que lo quiere en todos los planos de conciencia e inconsciencia, sujeta por esas alas que la hacían niña, que la hacían única. Qué más da que después escuchara que bajo las sábanas, es decir, bajo aquellas alas blancas la penetrara su marido de violenta manera, con golpes tal vez, pues la idea que guardé esa noche fue tal vez envidia de amor. Poco importa que el pájaro fuese un monstruo, era un monstruo que la amaba, y me consta de las pláticas del propio Luis, él era monógamo, terriblemente fiel. He aquí que con su sábana parecía un ángel lascivo, pero ángel al fin, oscuro, mórbido, sin embargo particular, profundamente suyo. El amor, siempre tan raro, y yo pensando sobre lo bello que es, teniendo como ruido de fondo un alarido que cerraba el pacto entre marido y mujer, viniéndose al unísono.

Supe que ella había terminado por hacerse como él, que la chica había aceptado la apuesta de ser un animal muy amado, sin responsabilidades humanas, sólo salvajes.

Lo cierto fue que me puse a trabajar en el artefacto, y para ello tuve que navegar muy profundamente, a abismos de crueldad, a aquel punto donde rasgar una piel, donde provocar pánico, resulta placentero. De hecho lo arduo no fue diseñar algo que fuera capaz de dañar, sino que tenía que ser tan perfecto que debía manejar el pánico en su limite más sutil. Supuse que nada en esta vida resulta tan predador, frío e insensible como los insectos; y pensando que lo oscuro del dolor es, que es frío, imaginé en mi cabeza una estructura móvil en semejanza de un insecto rico en extremidades, filos, pendientes, telas.

Puse unos sostenes de caoba muy largos y les di forma de arcos encontrados, como una inmensa mecedora que hubiera sufrido una horrible mutación, extendiendo sus patas al frente y hacia lo largo, como si un cuerpo decapitado alzara los brazos para lavarse el rostro ausente, tallé y pulí la madera, luego la cubrí de un barniz muy sólido que parecía resina, eso hacía que la caoba debidamente iluminada se tornara color sangre o negro, o ambos colores. Asimismo puse un brazo enorme que efectuaba un gancho agudo que emergía de los dos inmensos brazos, sobre éste estaba colocada una navaja de hoz, larga y puntiaguda, escabrosa por naturaleza, enemiga de ella. Eso se sujetaba por una estructura de acero que me costó gran esfuerzo no sólo diseñar, sino extender mi idea al fundidor a efecto que elaborara exactamente lo que le pedí, en las medidas que quería, en el color que quería y en el acabado que quería.

Quedó por fin un imponente insecto que semejaba un escorpión que clavara sus pinzas y su aguijón sobre su vientre, y por las orillas pendían agarraderas y aros, de los cuales se podía colgar de buena gana a una persona, la cual al estar colgada en ese sitio, se vería obligada a mover la cadera con fruición y con lentitud en un ritmo tan exacto que cualquier descuido causaría una lastimadura de antología. En el peor de los casos, caería la víctima exhausta y las tenazas le abrirían las nalgas y un diente de dimensiones mas o menos fálicas se insertarían en ese cuerpo inevitablemente.

Ya montado se veía tan majestuoso que era imposible pensar que alguien lo quisiera para otra cosa que no fuera tener un mueble macabro en su sala. Iba acompañado de una mesita en la cual, primeramente se podía uno sentar, y sus patas, que semejaban huesos, se podían insertar en unos orificios de la parte baja del mueble, lo que ocasionaría que aquel que estuviera sentado en la mesita, podría controlar el aparato en sí, y provocar cosas en la persona que pendiera de las sogas del artefacto, desde darle un leve pincho en la espalda con el filo de la hoz, hasta hacer que el falo de madera se metiera deliberadamente en la víctima.

Me pasé horas mirando el resultado. No quería venderlo, sin embargo pensaba que el mueble no había sido hecho pensando en mí, sino en mi cliente. es decir, no me hubiera nacido hacer algo así.

Lo entregué a su nuevo dueño. Éste quedó fascinado en el momento en que lo vio. de inmediato le dijo a su mujer que le urgía probarlo. Yo le dije - Lamentablemente está hecho para servir de ornamento, usarlo puede resultar mucho muy riesgoso.

Y así nos habíamos despedido, sin tener contacto alguno. Pasado un tiempo volví a cruzarme con él. Le pregunté:

- ¿Cómo está Isadora?-

- Muerta- Contestó algo nostálgico. Yo por mi parte supuse que una mujer tan incisivamente aprovechada no podría durar mucho tiempo saludable.

- ¿Cómo fue que murió?-

- No fue nada sorpresivo, de hecho, tú la conociste ya con principios de leucemia. Yo manejaba, bueno, manejo que el dolor es mi más profunda fuente de inagotable emoción. Que es su misterio, su sensación extrema lo que lo convierte en algo tan temido como el sexo. Dolor, daño, solían ser palabras que no comprendía. De hecho mil veces intenté ubicar, sé que te reirás de esto, quise ubicar el dolor, o mejor dicho, el gusto por sentir dolor y provocarlo a quienes también lo disfrutan, dentro de alguno de los pecados capitales, y sábete que no encontré donde meterlo. Dolor no es pecado si al otro le gusta. Nos disgusta, pero no podemos tacharlo de malo. Yo agradecía enormemente a Isadora su enorme inventiva de chica malcriada e insensible. Recordarás la noche en que estuviste en casa, cuando la tomaste en la faceta de la hembra insaciable que era, tan sencillo que hubiera sido que eligiera por mí, por su marido, pero no fue así, te eligió a ti por ser más viril, más dotado que yo, por ser más joven, pero fundamentalmente porque sabía que eso alimentaría mi rabia en contra de ella, y eso lo transformaría yo en excitación, de imaginármela con la verga de otro hombre entre sus piernas que eran mías, entre su coño que me pertenecía, sabiendo que me humillaba al volver conmigo sin siquiera limpiarse los labios de semen e ir a besarme tiernamente antes de dormir a mi lado.

- Creo que tú la hiciste así-

- Si en el fondo ella no hubiera sido de igual naturaleza que yo, se habría marchado para siempre antes de la conversión que dices, una mujer siempre puede marcharse, son más listas de lo que imaginas, son la naturaleza abriéndose camino a costa de lo que sea. No se hizo a mi imagen y semejanza, ella era así, por eso un buen día me encontró, y ese buen día ambos encontramos algo. Yo le devolví su dolor, ese que le robaron con años de educación.

- Todo ello te gustaba-

- Tal vez tengas razón, me ponía muy cachondo oír que otro hombre se la jodía. Ella no pensaba en él, pensaba en que yo la oía, y eso era amor. Su muerte trajo dolor, y trajo daño, pero esta vez, no fue placentero. Tengo en cambio dos mujeres, no se conocen, y no lo vas a creer, una de ellas es Testiga de Jehová, y créeme, lo inicuo lo tiene entre las piernas. La otra es una muchacha que se siente fascinada por mi manera de joderla, pero se largará un día de estos, ya que un joven con picha de elefante la haga resollar. Echo de menos a Isadora.

Era extraño verlo tan sentimental. Después de todo, ellos habían hecho un pacto, estaban unidos, tal vez no supe ver, en su justa grandeza, que eran buenos esposos, en fin, la felicidad consistía mucho en parte de su cercanía.

- Ven, quiero que veas tu obra, seguro ya la has olvidado.-

Estaba clavada en el suelo, empotrada con toda solemnidad. Ya no tenía el aspecto de ornato, lucía más bien como la guillotina aquella vez que la vi.

- Te invito a que la veas en todo su esplendor-

Apagó la luz y el aparato se tornó rojo sangre en sus brazos y negro en su cola, mientras que la navaja seguía azul, fríamente azul. Como por arte de un hechizo, la visión del artefacto comenzaba a hablar su propia historia, y me parecía ver a Isadora colgando de los cuatro puntos cardinales que eran sus extremidades, sufriendo las laceraciones, los golpes, los cortes que la máquina era capaz de hacer, y podía escuchar los gemidos y los cantos, podía oler su cuerpo sudoroso y esa fragancia hormonal que le brotaba de detrás de las orejas, podía escucharla pidiéndole que apretara más las sogas, rogándole por que se sentara en la mesita y controlara la cosa a manera de que las tablas abrieran las nalgas de par en par y ordenara la ejecución de su sexo con la espina del insecto. Gritando lógicamente un "No" tajante, entendiéndose que en sadomasoquismo el "no" significa un impaciente "por favor". Pude ver inclusive más, el propio Luis dejándose clavar la aguja e Isadora viéndolo muy de cerca. ¿Hasta dónde da la flexibilidad del cuerpo?, ¿Realmente nos disgusta el dolor, o le llamamos dolor sólo cuando nos disgusta?, ¿Acaso no vivimos de sentir más allá de lo que somos capaces de soportar?, ¿Acaso no desdeñamos lo ordinario?.

- No eres tú quién para saberlo. Pero mis mejores momentos están ahí, metidos en ese metal y esa madera, ha pasado a mi colección particular, pero nunca, y al decir nunca me refiero a un punto irrepetible en el tiempo, sospeché cuán personal se convertiría.

- Me place mucho que sientas eso.

- No es arte eso que hiciste. Fue magia. Pensarás que ando necio, que estoy chiflado, que tengo un boquete en el pecho y no pierdo la posibilidad de desahogarme. Te equivocas. Para mí no hay más cielo ni más cruz que esta máquina de madera y metal, y eso, eso era justo que lo supieras. Si fueras vidente, verías que mi corazón está atrapado en una cosa de éstas, y es cortado, pellizcado, apaleado, penetrado en forma perpetua, pues mi corazón es y se seguirá llamando Isadora.

 

El mesero puso los platos sobre la mesa. Masticaron. Virgilio comió con fruición, como desesperado. De su charla, su escasa risa, y sus ademanes, Helena entendió que se trataba de una persona mucho pero muy lejana a todos los seres que había conocido. Cada expresión no podía ser discreta, cada mueca, gesto, era intenso, casi carnavalesco.

- Es tarde- dijo Julio- vamos al teléfono.

Se metió en la breve caseta y quedaron a sus espaldas y cara a cara Virgilio y Helena. Se miraron, no dijeron verbalmente nada, pero un misterioso puente se elevó entre ambas miradas.

Ella sintió miedo, lo sentía tan capaz de iniciar en ese momento una irracional matanza, o de subir sobre la mesa que se encontraba ahí cerca y proclamar el inicio del juicio final. Dentro de la caseta del restaurante Julio manoteaba como si lo siguieran una multitud de mosquitos. Salió enfadado y preguntó a Virgilio.

- ¿Te importaría dormir en nuestra casa esta noche?-

- En lo absoluto-

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