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Diez de mayo con mi tia (8)

en Amor filial

DIEZ DE MAYO CON MI TÍA VIII

Vaya afirmación. ¿Por qué habría de preocuparme?¿Pensaba ella que yo querría cogérmela pero para mi suerte ella era lesbiana y por eso el asunto quedaba imposible de origen y ello me mantendría en paz a suerte de no tener ilusiones respecto de ella? No entendí nada. De una cosa me daría cuenta bien pronto: Así como mi tía era bien diferente en presencia de Lesbia, Lesbia era bien diferente en presencia de mi tía. Me dirigió otra pregunta:

-¿Eres gay primito?- Su pregunta no me sonaba auténtica, era como si estuviera guardando la apariencia de algo que no era, en todo caso, las personas definen cómo serán las cosas entre ellos durante los primeros días que se tratan. Era conciente que el cómo se desarrollaran las cosas sería un mapa exacto del futuro, de nuestro futuro. ¡Qué duro es saber eso! Quise apelar a su inteligencia y seguirle la corriente.

-No-

-Lástima, porque te hubiera presentado unos amigos que tengo que son tan guapos. Ellos te hubieran hecho muchas cosas.

-Supongo que me lo perdí...- dije con algo de sarcasmo sutil.

-¿Eres gay friendly?

-Explícame el término.

-Es irrelevante...

-Explícame...

-Es decir, no eres gay, pero no tienes problemas con que existan, pero al pensar así ya no serías gay friendly porque estarías pensando que tú y ellos son diferentes...

-¿Y no es así? ¿Qué hay de malo con aceptar cierta diferencia?

-Generalmente esa diferencia no se señala para nada bueno.

-Si te refieres a que creo que cada quien puede sentir lo que guste, sí, lo creo, no tengo inconveniente con que a una persona le guste lo que le plazca. Es más, si me invitan a un desfile de orgullo gay podría ir sin pena alguna.

-¿Cómo sabes que no eres gay? ¿Has tocado el pene de otro hombre?

-Técnicamente no...

-¿Técnicamente? Cuanta curiosidad, -dijo juntando sus manos como si me rogara que contase todo con detalles- tienes qué explicarme cómo es que tocaste un pene de otro sin que ello cuente como que la tocaste por gusto.

-¿Por qué habría de contarte algo así?

-Porque soy tu prima preferida, porque vamos a querernos mucho y no nos vamos a ocultar nada. Porque si llegamos a buen puerto haríamos por el otro lo que fuera. ¿No te parece mucho a cambio de una que otra confidencia?

-Pues si.

-Entonces cuenta...

-Bueno, me doy cuenta que tú casi no dices malas palabras, no sé si pueda contarte sin parecerte majadero.

-Vamos, tú sé como tú eres, y déjame a mí ser como yo. No llegaremos a ningún lado si te cuidas de mi, por favor no te cuides de mi. Cuéntame como tu quieras. Es más, te voy a liberar pidiéndote que por favor seas un poco sucio. Por favor…- Cuando dijo "por favor" puso una miradita tierna que era imposible no hacer lo que pidiese.

-Te contaré. En una ocasión yo y un tipo nos cogimos a una mujer...

-¡Qué perra! ¡Cuenta!- Mi prima sonreía con esa sonrisa diabólica, sus pupilas estaban dilatadas. He notado que hay chicas así, que son puras y bien portadas, pero a la más mínima narración de sexo sus pupilas crecen y se convierten en bocas hambrientas, que le siguen a uno la corriente como si el tema no les excitara nada, incluso con un poco de censura para que sea uno el que está quedando mal parado, pero de alguna forma pidiendo a gritos que se revele todo, que uno llene de barro todo lo que es blanco, que uno tenga toda la culpa de lo que ellas tanto disfrutan sin responsabilizarse. Hay chicas así, no sé si mi prima lo sea, pero las hay que por más que disimulen uno puede adivinar que el coño se restriega un labio contra otro, como si tramaran una maldad inconfesable, un orgasmo inminente. Es bello ver ese intento de pulcritud, es una inocencia que se agradece.

-Ella nos mamaba la verga pero quería tener las dos vergas dentro de la boca, así que como pudo se atragantó con nuestros miembros. Por eso resultó inevitable que nuestras dos vergas estuvieran una junto a la otra...

-Evitable sí que lo era, pudiste haber dicho que no meterías tu pene ahí donde estaba ya la de otro. Cuéntame, es muy interesante, ¿Qué sentías? No en los labios de la mujerzuela esa, ni en su lengua ni en su paladar, ¿Qué sentiste ahí donde tu sexo tocaba el sexo de ese otro hombre?

-Calor. Sentí que él iba a estallar en cualquier momento y que se regaría completamente.

-¿Te encendió?

-No por pensar en él. La situación para ser posible requería de ese inconveniente, en cualquier caso estaba yo muy caliente pensando en la voracidad de... ella.- Mi prima no podría imaginar que esa que ella llamaba mujerzuela era ni más ni menos que su madrecita santa.

-¿A sí? ¿De quien era novia? ¿Quién puso la mujer?

-Yo- dije algo apenado.

-Primo, primo, primo. Eres una caja de sorpresas eh. Una bala perdida.

-¿Todo el tiempo vas a hablar de estos temas?

-Solo los toco cuando tengo mucha confianza, y no sé que me pasó ayer, pero sólo de verte te tuve confianza.

-Estabas asustada.

-Un poco. Fue divertido apurarnos.

-Fue muy notorio. Incluso dejaron mal escondida una película lésbica...

-En realidad fue un chasco la película. La compró Sandrita en la calle; como es pirata, ni cara tiene uno de ir a reclamar que la película no corresponde con la cajita. Bastante penoso es comprar ese material en la calle, y más siendo mujer. La dejamos de ver, pero a mí me estaba interesando. ¿Quieres que la veamos juntos? Al cabo tu vas a respetarme siempre, ¿Cierto? Es más, si la vemos, yo te ayudo a ir de compras y a pintar los cuartos. Luego tenemos que ir con un amigo mío que nos acercará mucho a ti y a mí.

Estuve de acuerdo. Mi prima era la chica más calienta vergas que se puede uno imaginar. Nos dirigimos a su habitación. Frente a la enorme televisión de pantalla de plasma estaba un sillón muy cómodo, rodeado de bocinas. Mi prima comenzó con sus pláticas limpias y exentas de carga sexual.

-Me encanta ver películas porno en este home teathre, pues clarito escuchas que están fornicando aquí mismo, te sientes parte. Podría masturbarme con solo escuchar, pero no te hagas ilusiones, no me masturbaré enfrente de ti... no sé... tal vez algún día... pero no será pronto.

Yo me senté en el sillón. Ella se recostó y puso sus pies sobre mis muslos. Ella seguía con su misma ropa de dormir, así que al recostarse colocó, sin querer, su enorme culo a una distancia que mi mano podría tocarlo. Ya se bañaría más tarde, supongo, pero por ahora su coño emitía todos los olores ganados a la noche. Seguía con su lenguaje cuidado: pene en vez de verga; masturbar en vez de dedear; fornicar en vez de coger. La película comenzó.

-Hubieras visto la cara de Sandrita cuando vio que la película no era la que ella esperaba, y no sólo eso, trata un tema que a ella le irrita mucho. A mi me estaba pareciendo excitante, con todo y que es hetero, no vimos más allá de la mitad, aunque ya imagino lo que va a suceder.

La película se llamaba "Hawai Oriental" y era una película de los ochentas. En esa casa convivían un padre, interpretado por John Leslie; la madre, una verdadera belleza madura que me recordó a mi madre y a mi tía a la vez; la hija de ambos, interpretada por una rubia buenísima de nombre Rhonda Jo Petty, un hijo que ni al caso, un amigo de éste, y sobre todo, un par de hermanas orientales, hermosas las dos, una de ellas interpretada por la diva del porno ochenteno y oriental Mai Lin, y otra chica, posiblemente vietnamita, que no vi el nombre. La trama resultaba sencilla. Empezaba con John Leslie fornicándose a una amiguita suya, posiblemente su secretaria o algo así, una chica que sabía que él era casado y que su mujer no terminaba por llenarlo, así que ella se lo cogía en los ratos libres. La chica era blanca y de unas nalgas de redondez perfecta, luego de darse unas mamadas que se me antojaban muy cálidas, John se la tiraba de perrito para luego sacar su verga, curva como es, y comenzar a regarse en las blancas nalgas de la chica. Él se despide de ella con besos románticos y le dice que debe apurarse porque esa tarde llegarían desde Hawai un par de hermanas que llegaban a Estados Unidos dentro de un programa de intercambio estudiantil. La familia las acogería con cariño.

Las chicas orientales llegaron y se presentaron, sigue entonces una cena cargada de tensión sexual donde John les pide a las chicas que se sientan en confianza. La esposa parece hastiada y malhumorada, en términos generales, luce malcogida; Rhonda mira a su padre y se relame los labios, su mirada no es inocente; John mira a Rhonda, descansa sus ojos en ella pero los vuelve hacia su platillo, apenado de ver a su nena con aquellos ojos. El hijo mira con lascivia a las hermanas recién llegadas a la vez que avisa a sus padres que esa noche se quedará a dormir un amigo suyo.

En efecto el amigo llega para quedarse a dormir. Ya dormidos todos, el amigo sale de puntitas de la habitación y se cuela hasta la habitación de Rhonda, quien duerme desnuda; a la menor provocación Rhonda ya tiene en la boca la verga del amigo de su hermano, la chica resulta ser una extraordinaria mamadora.

Rhonda es tan hábil y pone tanta dedicación en su mamada que, con solo verla, se me antojó que mi prima me diera una mamada, pero ella estaba recostada en el sillón, sin interés en nada sexual, viendo la película como si se tratara de un noticiero o de un concurso de gimnasia olímpica. El único consuelo que yo tenía era que uno de sus pies estaba apoyado accidentalmente sobre mi bragueta, y no es que fuese muy reconfortante un pie tieso que como única caricia ofrece su propio peso, sino que esto era ya un pequeño aliciente a mi verga que para esas alturas ya estaba hinchadísima. Mi prima y yo éramos maestros de lo que no ocurría, bajo este principio ella no sabía que su pie, con su peso y su temperatura, me reconfortaba un poco, mientras yo, no sabía que mi verga estaba enhiesta y bebiendo el tacto del pie de mi prima, pero como digo, nada de esto pasaba.

Volviendo al filme. El amigo del hermano de Rhonda depositó en la boca de ésta un buen chorro de semen, mismo que ella siguió mamando a lo largo de aquel tronco por un rato, embarrando aquella verga con el blanco de su saliva y la leche del muchacho. Lo mejor de todo era la sonrisa de Rhonda, esa sonrisa pícara que ya va pidiendo una nueva cogida, una sonrisa de niña pero de diablesa.

Por momentos mi fantasía se preguntó cómo luciría Rhonda actualmente y si tendría pareja.

-¿Por qué lloras?- me preguntó mi prima.

-No sé, me puse sentimental. Por un momento llegué a pensar que yo podría haberme casado con Rhonda en cualquier instante que ella me lo pidiese.

-Búscala, por ahí ha de estar...

-También eso pensé, me pregunté cómo luciría ella actualmente y si tendría pareja. ¿Cómo saber la suerte de estos actores que tantas veces nos hacen felices y de los cuales nada sabemos? Vaya, es injusto, pues nos dan mucho más de sí que las estrellas de Hollywood, ellos se muestran tal cual con sus talentos primitivos.

-Caray primo, a cada segundo me gustas más, pero no conviertas esta película en una tragedia, ven, recuéstate aquí conmigo.

Era en vano intentar entender el alcance de eso de que cada segundo le gusto más, pues si me entusiasmara por ello ella diría que se trata de una simple expresión, o que le gusto como amigo, o algo así. Me recosté a su lado, ahora su brazo me abrazaba como protegiéndome, sus caderas se recargaban en mis nalgas, podía sentir sus latidos. Su olor a mujer recién levantada me invadió por completo y, curiosamente, me hizo sentir en casa.

El filme continuó. El amigo regresó a la habitación del hermano de Rhonda, quien estaba dormido solo a medias y al verlo entrar sonrió ligeramente, como si supiera de dónde venía el amigo y después de hacer qué. Probablemente se sumergió en sus sueños imaginando como se cogían a su deliciosa hermanita. Las cosas que pueden ocurrir en una casa, a hurtadillas se metieron a la habitación de los chicos las dos chicas hawaianas, cada una empezó a mamarle la verga a cada uno de los muchachos.

Mai Lin tiene en su pureza racial su principal arma fetichista, es decir, toda ella es un fetiche, sus caderas son amplias y carnosas, sus pechos son abundantes y la aureola de sus pezones es oscura, su ano es también de un color pardo y su coño es café oscuro y por dentro tiende a ser rosa, mientras que su vello púbico es pequeño y de un negro muy intenso, sus ojos son rasgados definitivamente orientales, su boca no es muy abultada, sus colmillos sobresalen del resto de sus dientes. Verla mamando es como si viese una máscara de teatro chino haciendo cochinadas. Por un momento Mai Lin está montada en el hermano de Rhonda, mismo que al parecer se llama Mark, y el amigo se coloca detrás para hacerle una doble penetración a la diva. En lo personal pienso que en esa escena si hubo algún timo, pues la cámara siempre evade un plano médico de la envergada doble, siempre se coloca en puntos en que no se pueda ver la realidad de aquel doble abordamiento, además, el amigo se mueve de una manera tan irregular que sería imposible que estuviese clavando su ariete en el culo de la hawaiana y además moverse como lo hacía. En fin, el guión decía doble penetración y ellos se dedicaron a fingirla, no eran épocas en que las diosas de Europa del Este proclamaran que la doble penetración debe ser una rutina obligada para cualquier actriz porno que se precie de capaz.

En la siguiente escena John es requerido por su esposa para que cumpla con sus deberes de hombre y de esposo, pero él está muy casado, probablemente porque por la tarde ya se cogió a su amiguita. La esposa se despacha sola metiéndose los dedos en el coño, que lucía a la vista como muy cálido y suculento. Mi prima habló como crítica experta.

-Que mentira. Rara vez una mujer se mete la mano de esa forma. Cualquier mujer opinaría que es más delicioso jugar con la parte casi externa que con la matriz. Hasta ahí vi yo, pero puedo adelantar que las orientales se van a coger a todos los hombres de la casa y que John por fin se decidirá a darle a su hija su merecido. ¿Qué apuestas?

-Nada. Veamos.

En la siguiente escena están todos en la sala y las orientales sacan unos sobres de té para ofrecerlos a toda la familia. Lo que no informan a nadie es que el té es un poderos afrodisíaco que hará que todos pierdan el control. Todos beben con parsimonia. Las caras comienzan a ponerse taciturnas, las miradas perdidas, el ánimo ligero y permisivo. Las hermanas de Hawai se abalanzan sobre el amigo de Mark y comienzan a mamarle la verga ahí, en la sala, frente a todos. Rhonda, mirando a su madre, estira el brazo y alcanza la solapa de la camisa de su papá, como diciendo "yo ya escogí éste para mí". John Leslie, con sus ojos encantadores, su barba partida, su cuerpo con vello, sudado permanentemente, mira a su mujer y en esa mirada le hace saber que en efecto va a cogerse a su nena. Mark, sentado en un sillón, observa lo que su padre va a hacerle a su hermanita, a la vez que lamenta que su madre esté tan contrariada, pero lo comprende.

Rhonda empezó a mamarle la verga a su padre, quien mostraba cara de sorpresa de ver lo hábil que es su niña para comerse una tranca. Probablemente se preguntará dónde y con quién aprendió a ser tan tragona. De rato cierra sus ojos, pues recibir la mamada es una experiencia que debe vivirse tranquila y apaciblemente. Rhonda es maravillosa para mamar. John acomoda a su nena en cuatro patas y se dispone a joderla de perrito. La esposa de John y madre de Rhonda ve todo aquello con humillación. Ambos la miran y le hacen saber que no les importa lo que ella piense, que John de todas maneras habrá de enterrarle su verga a su muchachita, quien alza el culo para que se la meta mejor. Y así, rebotando en las nalgas de Rhonda, John asume un rostro de gozo absoluto. Rhonda está recibiendo las penetraciones, pero mientras tanto mira a su madre como diciéndole que su era ha terminado, que de ahora en adelante quien satisfará a papi será ella, la nena de papá.

La esposa de John, devastada, cae al suelo de rodillas y se dirige hasta donde está sentado Mark, su hijo, quien no ha hecho sino observar la fornicación de las hawaianas con su amigo y la de su padre con su hermana. Cuando su madre estira su mano hasta la bragueta de su pantalón, éste ni se inmuta. La esposa de John, madre de Rhonda y de Mark, suspira cuando tiene frente a sí la enorme verga de su hijo, misma que comienza a devorar con una avidez tan profunda que vuelve comprensible la habilidad de mamar de Rhonda: es hereditaria. La mamá se tragaba la tranca de su hijo. Primero es John quien se riega en el culo blanco de su nena, luego es Mark quien le llena de leche la boca a su madre.

La película termina con letritas y con la sospecha de que las cosas en esa casa se van a poner muy intensas.

Yo me paré del sillón. Tenía una erección enorme que cubrí con las manos. Mi prima se metió a bañar y yo me hice el tonto mientras salía de ducharse. Tenía, al parecer, la manía de cantar mientras se daba la ducha. Cantaba una canción que decía:

There was no message to be found anywhere in sight
Inside or out
I had looked everywhere but the only lamp left on in the house
Was a blue light... a blue light

I was not ready... I'm no enchantress well I was too proud
Go find some Christmas angel then give that to her
If that's what she wants...guardian angel
Guardian... if you were wiser you would get out

Downstairs the big old house is mine
Upstairs where the stars still laugh and they shine
Downstairs where the big old house is mine
Outside where the stars still laughin'
Stars still laughin' shinin'
Stars still laughin' cryin' shinin'
Stars still laughin' cryin' shinin'
Stars still laughin' shinin' shine!

Don't listen to her listen through her
Some Christmas angel
Huh freedom well give that to her... ooh
Well is that what she wants... guardian angel
Guardian... if you were wiser you would get out... ooh... yeah
Ooh yeah... ooh yeah... ooh yeah... ooh

And the light that shines through the shinin' night
Is the lamp that I carried from my mother's home
And the light that burns through the window pane
And the love remains

Era apenas una casualidad que cantara esa canción que hablaba de un ser radiante, y que hablara de una lámpara azul. Recordé el Proyecto Motsumi y me pregunté cómo se vería mi prima bajo sus rayos. Salió del baño, radiante, me invitó a pasar a su habitación mientras ella se cambiaba, tal vez bajo la creencia de que, al ser yo su primo y ella lesbiana, la malicia no anidaría entre nosotros. Tal vez no germinaba en ella, pero en mí el demonio echaba raíces muy concretas. Al salir del baño llevaba solamente sus bragas y su sostén; sus formas eran maravillosas. Se iba colocando una prenda tras otra con suma lentitud, yo me sorprendí de su control sobre la situación, pues yo estaba que mi bragueta reventaba, mientras ella entre colocarse una prenda y otra hablaba casi filosóficamente, incluso citaba referencias de libros y demás cosas. Una completa nerd con intereses bizarros, una geniecilla morbosa, un cerebrito muy mal encaminado. Me informó que aquella era su canción favorita y que había sido compuesta por Stevie Nicks, y se llamaba precisamente "Blue Lamp".

-Está buena la película ¿Cierto?

-Si.

-Mientras la veía se me vino a la mente algo que leí en un libro de una filosofa de nombre Michela Marzano, que a su vez cita a una obra de André Gide, "Los Alimentos Terrenales", que dice: "En verdad te digo, Nataniel, cada deseo me ha enriquecido más que la posesión siempre falsa del mismo objeto de mi deseo". ¿No te parece maravilloso?

-¿El qué…?

-Esta observación. Puedes tomarte muy a pecho y pensar que la película es la suma de una bola de infelices que tienen que aparearse por dinero, puedes estar demasiado lúcido y suponer que es una burda ficción de la realidad, que los personajes no existen. O en cambio, pensar que existen y viajar en tu fantasía con ellos. Yo vi la película y me lo he creído todo, internamente he deseado que la chica rubia fuese la hijita del papá, y que la mamá estuviese humillada y se consolara con su hijo, he querido ver en las chicas hawaianas una nueva versión del demonio; lo he querido creer porque ello alimenta al deseo, y el resultado es una excitación real, auténtica, tan auténtica como cuando sabes que te acostarás con alguien dentro de unas horas y masticas el futuro tendido solo en tu cama. La fantasía está hecha de esa misma materia, si le podemos llamar materia a eso de que está hecha.

Desde luego yo estaba con el cerebro obnubilado con la lentitud con la que ella se estaba poniendo la ropa. Lo hacía tan despacio que yo sospeché que se trataba de una trampa, que se vestía tan lento y tan seductoramente en plena artimaña para mantenerme cerca y escuchara sus reflexiones éticas y filosóficas de algo tan falto de ambas cosas como lo era la película de Hawai Oriental. Mientras me explicaba sus tetas temblaban al abotonarse su blusa, los bellos de las piernas se abandonaban a la electricidad de las calcetas, me dejaba anudar con los cordeles de sus zapatos.

-Marzano está equivocada, ¿Y sabes por qué?- dijo mi prima como en monólogo.

-No. ¿Por qué?- dije yo, incapaz de tumbarle el entusiasmo.

-Ella opina que "Al tiempo que está ligado a una falta ontológica, a una fisura que caracteriza el funcionamiento humano, el deseo es la condición de todo proyecto, de toda esperanza, de todos los posibles. Es no sólo el signo de la imperfección en el corazón del ser humano y de su "defecto" estructural sino también, y sobre todo, lo que permite que cualquiera se proyecte fuera de sí mismo, se active, vaya hacia el encuentro, salga de sus soledad y se dirija allí donde lo lleva su deseo. Porque, si el individuo fuera un ser "pleno" y sin "falla", estaría igualmente encerrado en sí mismo, en una suerte de suficiencia profunda, y no podría remitirse a ese "afuera" que es el otro. Así, la falta remite a la positividad del deseo, de un deseo hecho de diferentes líneas que se entrecruzan y se conjugan"

-Aja…

-Pero sigue diciendo que "El otro es lo que no somos; el que nos remite a nuestra falta, al tiempo que produce la ilusión de que es posible colmarla. No es nuestro "todo". No podemos tener el "todo" del otro. Nuestra falla ontológica es estructural, y el otro permanece más allá de la posesión. El deseo que lleva al encuentro descubre en la alteridad radical del otro un obstáculo que no puede ser eliminado; el otro siempre escapa; no se reduce a la visión que se puede tener de él ni, tampoco, al gesto que puede abrazarlo; revela en nosotros lo que nos falta, lo que está ausente, nos obliga a renunciar a una posesión total. Porque aquel que busca ir hasta el extremo de la posesión no puede sino borrar al otro y, por eso, no sólo destruir su deseo, sino también suprimir su objeto".

Yo bostecé. Ella se había terminado de vestir, y aunque estaba muy mal sentada a manera que yo podía verle los calzones y los vellos oscuros que escapaban de sus límites, la verdad estaba bastante aturdido por el zumbido que hacía mi erección como para prestar demasiada atención a sus palabras, sin duda interesantes. Ella no paraba, seguía y seguía…

-Marzano no tiene empacho en sostener que "Llegar al extremo de la posesión significa borrar una presencia que confirma nuestra propia presencia; borrar un ser que confirma nuestro propio ser; reducir a una persona a una simple cosa, a despecho de su humanidad; destruir la misma posibilidad de toda actitud ética que considere al otro siempre como un fin y jamás como un medio", Y de ahí surge su crítica a la pornografía, pues ella deduce que toda identidad se pierde en la pornografía; concluye que el actor o la actriz son degradados, pero no piensa en quien ve la pornografía, ese teje una realidad, de una ficción, pero ¿Qué no lo es?

-No tengo idea, primita.

-Como en Hawai Oriental, yo quisiera tener ese té que te da el permiso de hacer sin razón lo que siempre has querido pero tu razón no te deja. Lo fantástico no es el sexo en sí, sino ese detalle, que exista algo que desintegra todas las reglas. Me puse muy ardiente. Debo conseguir con quien tener sexo hoy.

-Por cierto, ¿Por qué le irritó tanto a Sandra?

-Porque su papá, como ya se dio cuenta que a ella nomás no le laten los hombres, quiere aparearla él mismo para que se "cure". En realidad el papá trae un mal rollo con ella, ni siquiera se trata de sus preferencias, creo yo, sino que el señor está obsesionado con la onda de la virginidad. Según sé, a su hermana mayor la desvirgó su padre y la pobre no es nada feliz, sino que se siente sucia todo el tiempo. La vida puede no ser como en la casa de Hawai Oriental. Sandra tiene el deseo de sacrificarse un poco y ya dejarse coger por algún amigo.

-¿Para qué?

-Para llevarle fotos al señor. Así dejará de estarla molestando. Le dará una golpiza, pero ya no la violará; qué más da, ella se levantará y su alma estará intacta, como siempre, sabiendo que es fiel a sus convicciones.

-¿Y por qué no lo ha hecho si es atractiva?

-Por eso, porque no ha habido ningún niño que piense que ella es atractiva, pero por lo que veo yo acabo de descubrir a uno que haría ese trabajo con un poco de agrado.

-Bueno yo...

-A mí se me hace que nos vas a ser de utilidad primito.

-No sé si quiera desvirgarla, supongo que para ella la primera vez es algo especial.

-Lo especial ella ya lo vivió conmigo. En realidad virgen no es, aunque de cierto no ha estado nunca con un hombre, pero eso poco importa, con unas fotos todo se resuelve. Pero vamos, hay cosas por hacer. Vamos a pedir la pintura, me dejas en la escuela...

-Pero si ya no tendrás ni clases...

-No importa, lo que importa es que mi madre me recoja en el colegio como si hubiese asistido. No le irás a decir la verdad, ¿Cierto? Lo que pase entre tú y yo cuando mi mami no esté será nuestro secreto, apréndete eso. Ya que mi madre me traiga a la casa, comemos, luego te llevo con un mago amigo mío que te leerá el futuro. Mañana vamos con Sandra, a ver qué se puede hacer por ella. Y por cierto, un día recuérdame de contarte lo que pienso acerca de la "alteridad radical".

-Te lo recordaré, lo prometo.

Todo pasó como ella lo predijo. La fueron a recoger al colegio luego comimos, luego teníamos el tiempo libre de nuevo.

Cuando Lesbia me dijo que para conocernos mejor tendríamos que ir con su tarotista de confianza no lo quise creer. Me extendió una tarjeta del profesional en cuestión y un sentimiento de fraude recorrió toda mi espina dorsal hasta depositarse en mis bolsillos. La tarjeta decía esto:

Bueno, tendríamos que ir a ver a ese tal Ozay. Durante el camino Lesbia estaba muy sonriente, llena de encanto, la verdad. Según entendí, el iluminado que íbamos a ver tenía un sistema muy poco convencional de cobrar sus servicios, pues no cobraba por consulta, sino por el valor de sus "impresionantes respuestas". Por más que me esforzaba no podía yo concluir cómo coño es que establecería su tarifa. Por sí o por no llevaba mil trescientos pesos en la cartera. Me sugestioné para pensar que aquel dinero que iba yo a perder en manos de aquel prestidigitador era el costo de conocer mejor a Lesbia, es decir, no pagaba yo las agudas observaciones que abarcan la dimensión del tiempo, situación y personalidad del consultante (en este caso yo), sino que me ahorraba decenas de salidas a un bar, o a un café. Vaya ¿Acompañar a Lesbia en esta pendejada no era ya una muestra de que tenía yo intención de hacer cosas por ella?

No sé si me puse nervioso cuando Lesbia me platicó que Ozay nunca erraba sus predicciones. El asunto del precio seguía pareciéndome una mamada al cerebro. ¿Cuál es el costo de que te diga que vas a morir dentro de siete días cuando cruces la calle y te distraigas con la minifalda de la señora que lleva de la mano a su hijo pequeño y te coloques en el camino de un autobús? ¿Qué precio tendrá que te adivinen el boleto premiado de la lotería? ¿Cómo cotizar la llegada de esa frase que, al decirla, destruirás la confianza de alguien que te ama, desilusionándole para siempre?

-Dame un ejemplo de las tarifas.

-No seas tacaño. Cada palabra que te dice vale su precio en oro.

-Dame un ejemplo.

-Mira, a una chica de mi clase le profetizó que durante una fiesta conocería a un tipo de camisa amarilla con bordados que representaban orquídeas color malva, y le advirtió que evitara a toda costa que no se acostara con él, pues padece sida.

-¿Y ocurrió?

-Sí. Habíamos ido un martes y el viernes siguiente fuimos a una fiesta. Había ahí un chico muy atractivo que llevaba una camiseta amarilla con orquídeas color malva bordadas. El muchacho de inmediato se dio a la tarea de ligar a mi amiga, quien se resistió a toda costa.

-¿Tu amiga está buena?

-Por supuesto. De hecho hubiera sido hermoso ver a mi amiga y al chico haciéndose el amor, los dos estaban tal para cual. Pero no es ese el caso, el chico llevaba la maldita camisa.

-¿Y cómo saben que el chico tenía sida?

-No queremos averiguarlo.

No quise decirle a Lesbia que todo me parecía una gran coincidencia. Sé qué camisa es la que describe, es una que acaba de sacar Perry Ellis y que luce mucho en los escaparates de los centros comerciales. Yo mismo he sentido el impulso de comprármela, pero no lo he hecho porque me parece cara. Pero el punto. Es muy probable que cualquiera comprara esa camisa, y es muy probable que se la lleve puesta a una fiesta, y más probable aun que trayéndola puesta se quiera ligar a una chica, pero porque ésta está buena, no porque esté predestinado todo. Mientras platicábamos, tocó la coincidencia de que un sujeto que venía en dirección contraria por nuestra acera traía una de aquellas populares camisas. Me hice el loco para esperar a que fuese Lesbia quien lo dijera.

-¡Mira, mira! ¡La camisa es igual a la de aquel tipo!

-Que coincidencia, ¿No crees?

-No sé. Puede ser un mal augurio. Tal vez no sea lo más adecuado que vayamos con Ozay.

-Ya estamos en camino, hay que hacer lo que hay qué hacer.

Llegamos por fin a la casa de Ozay. Por fuera no hay signo alguno que permita intuir que dentro se cuece la magia. Ozay en persona nos abrió la puerta.

-Pasen los esperaba…

"¡Qué mamón!" pensé. Imaginé la escena. Él pasaba cerca de la puerta con esa taza de té que trae en la mano. A través del cristalillo de la puerta –que permite ver de dentro hacia fuera, pero no al revés- ve a su clienta y deduce, como dice su tarjeta, que acuden a verle, y ve la oportunidad de hacer una excelente entrada: "Pasen, los esperaba", como si hubiese adivinado nuestra llegada y eso demostrara el control que su mente privilegiada tiene del futuro, el pasado y aun de la eternidad. En fin, al menos resultaría divertido ver lo que este cabrón tiene que hacer para ganarse la vida.

Su pinta es muy adecuada para su profesión; viste de blanco, un blanco relavado que ha dejado en el pasado su mejor pureza, su cara es redonda y su nariz muy afilada, su mirada es penetrante y se enmarca por unas ojeras muy pronunciadas, sus dientes están chuecos, como si en ellos se hubiesen mascullado ya muchas verdades que, por trágicas que fuesen, él tuviese que revelar; el ambiente olía a incienso de varita, encendida quizá para disipar la lejana reminiscencia de un porrito de mota que alguien se fumó ahí mismo, posiblemente hace algunas horas. En un ropero, junto a unas botas viejas y ropa probablemente limpia pero sin planchar, se advertía un pequeño altar de santería que sin duda no deberíamos ver, no porque nos fuéramos a hacer una idea de que Ozay es brujo, cosa que era hasta cierto modo obvia, sino porque era triste ver al pobre Eleguá encerrado en aquella especie de armario, franqueado por ropa hecha bola y acompañado de un afiche de Bruce Lee.

-A tu novio no lo habías traído…

-No es mi novio.

-Mmmm… ¿Qué quieren que les diga?

-Todo- dijo Lesbia.

Ozay se rió con una carcajada muy extraña, sin llegar a ser ofensivo, hasta eso. De una bolsita sacó un mazo de cartas, con una espectacularidad impresionante, tanto que me hizo sentir que sacaba un conejo de un sombrero.

-Créeme linda, nadie quiere saber todo. ¿Qué les trae por aquí? ¿Quieren saber si su amistad será duradera? No lo sé de cierto pero me parece que ustedes dos son más que amigos…

Yo me sentía en medio de una estafa, pues cualquier pareja que acudiera así como nosotros probablemente estuviese sedienta de una profecía que adivinara algo más que amistad, por qué no romance, o algún tipo de destino. Dios mío, cuántos acostones memorables no habrán de sucederse luego de que las parejas vienen con este sujeto que les dice que son tal para cual, mucho más que amigos, o almas gemelas, por qué no. Mis pensamientos se vieron interrumpidos por su voz, que continuó:

-…primos, de hecho. Ojala sólo fuesen primos, pero son mas que primos, y lo saben. ¿Quieres tú ser su padre? ¿Por qué te veo yo tan en esa posición?

-No lo sé. Tal vez si le preguntamos al tarot.

-Cierto, el tarot.

Aquellas palabras me habían puesto nervioso. ¿Cómo sabía que éramos primos? ¿No es algo así como el padre de Lesbia quien se jode a su madre? Caí en cuenta, por primera vez, que posiblemente estaba en un riesgo mayor que el que ni siquiera imaginaba. Algo pasaba. Por algún motivo sentía mucha pena con Lesbia, y es mamón que lo diga pero sentí vergüenza de ser el amante de su mamá, es decir mi tía. No quiere decir que no estuviera dispuesto a cargar con ese estigma de ser el sobrino que fornica con su tía, pues Dios sabe que cualquier estigma vale la pena a cambio de lo que mi tía Simone hace en la cama, pero vamos, si Lesbia habría de enterarse de lo que nos traemos entre manos mi tía, mi mamá y yo, quisiera que lo supiera una vez que nos llevemos bien, cuando ella pueda entenderlo todo, y sobre todo, tener la oportunidad de decírselo yo mismo, con mis propias palabras, con mi propia versión, y no que se entere por conducto de un prestidigitador.

Esta era una situación con la que no contaba, internamente me sentía orgulloso del curso que había estado tomando mi vida sexual, pero nunca había enfrentado el parecer de alguien que me importara. ¿Qué tal si eso de acostarme con mi tía es algo que Lesbia sencillamente no pueda ni aceptar ni mucho menos perdonar o solapar? Su rechazo me importaba, descubrí eso, que a dos días de conocerla ya me importaba. Tal vez no me daba cuenta todavía pero esta prima mía se me había enraizado en el alma sin darme yo cuenta, no por medio de su cuerpo, sino por otros medios, medios que yo no controlo.

-Tal vez no sea prudente que les lea las cartas a los dos juntos. ¿Les parece si se las leo por separado y luego ustedes ya comentan lo que quieren?

-Por mí no importa si me lees las cartas y mi primo lo oye todo. Quiero que sepa quien soy.

-Se que así es. Te parece que sea yo quien decida que las cartas de tu primo sean ocultas, digo, sé que él puede mostrarse tal como es, pero digamos que yo no lo permito, ¿Pueden aceptar eso?

-Si- dije yo cuidando de no reflejar el alivio que sentía de que Ozay se hubiese apropiado de aquel problema ético. Aquel gesto me hizo respetarlo un poco.

Lesbia barajó las cartas y las fue extendiendo, una a una, en formas muy extrañas. Ozay las observó y alzó sus cejas en un gesto que podía significar específicamente cualquier cosa.

-Bien. Lesbia, más de una ocasión hemos hablado ya de la reencarnación. Te he dicho cómo es eso de que nacemos donde elegimos nacer, que elegimos nuestros padres y nuestro contexto, y que esa elección depende de cuantos méritos hayamos hecho en el pasado, pues la cantidad de méritos que tengamos determina nuestras posibilidades de elegir. No esperes nacer en un lecho de rosas si has sido un miserable que nada valora, ¿Cierto? Te he dicho en veces anteriores que en esta reencarnación no sólo has elegido tener un sexo que no acostumbras, que has elegido ahora ser mujer luego de un largo y relativamente exitoso camino como hombre, y te he dicho que por alguna razón nunca permaneces dentro de una comunidad familiar de almas que se encuentran una y otra vez cumpliendo su destino, que siempre has vagado a la deriva; te he dicho también que no entiendo, pero así aparece en las cartas, que por alguna razón elegiste abordar la balsa de Simone, tu madre actual. ¿Qué te hizo querer compartir el destino de esa mujer cuya alma tiene una historia tan complicada y llena de destrucción, con esa mujer cuya alma ha tejido relaciones tan retorcidas, que es tan promiscua y tan dada a corromper y alejar a la gente de su camino? No lo sé, no sé que te hizo acercarte a esa mujer que, con todo respeto, es sencillamente mala. Algo que puedo decirte es que entre tú y este joven al que llamas primo no hay antecedente alguno, no arrastran pasado común de ningún tipo, y es en esta encarnación en que tu alma y la de él se encuentran por primera vez. Eso es más maravilloso que reencontrarte con quien ya conocías, descubrir a alguien a quien no conoces. El encuentro de ustedes dos es algo muy raro de ver –Ozay tenía humedecidos los ojos cuando refería esto- y yo me siento afortunado de presenciarlo. Me hubiera gustado estar presente en el segundo exacto en que tus ojos lo vieron a él por primera vez, me hubiese gustado saber qué sentiste, yo que no he conocido a nadie nuevo en al menos cuatro encarnaciones para acá. No lo sabían, pero lo intuían quizá. Lesbia, esta lectura de cartas me ha abierto los ojos, ya entiendo por qué te has trepado al barco de Simona, ahora lo entiendo todo. La razón es esta…

Ozay no dijo en voz alta esa razón. Se acercó a mi prima y, colándose en la caverna que formaba su cabello se adentró para musitarle al oído alguna verdad que yo sólo podía adivinar a través de las lágrimas de mi prima que escurrían por sus mejillas. Una sonrisa conmovida se dibujó en su boca, sollozó, se talló las lágrimas con la muñeca y resopló la nariz, como si en ese jalón de mocos aceptara su destino. No lo sé, pero supongo que aquellas lágrimas le brotan a uno cuando sabe que por fin la soledad se ha terminado, pero pensar así era algo pretencioso de mi parte, pues desconozco si yo sería esa respuesta a la pregunta que el alma de Lesbia llevaba a flor de piel. Un brillo nuevo iluminó sus ojos, su mirada pasada desapareció para siempre, sin aviso dejó de mirarme como antes, ahora yo era otro para ella. Más vale que hubiera yo tenido cuidado de guardar en mi memoria cómo miraba Lesbia antes de aquel momento, porque aquella mirada que tanto me gustaba no la volvería yo a ver.

¿Qué le dijo Ozay? No lo sabría yo nunca.

Lesbia pidió salir del lugar, no quería ella escuchar nada de mi lectura de cartas. Sobra decir que yo estaba en ese instante más confundido que nunca. Barajé las cartas sin mucho entusiasmo, con la sensación de que aquello era mero trámite, que Ozay ya sabía todo lo que yo era. Aquella desnudez, aquella fragilidad, me hacía experimentar una libertad que era para mí desconocida.

Ozay vio la formación de las cartas, yo estaba mareado, y era como si los dibujos de las cartas se invadieran unos a otros, como si fueran barcos mercantes acosados por piratas, y los dibujos de una carta abordaban a otras, y se mezclaban en una mandala tenebrosa. Yo, incrédulo, sudaba como nunca. A punto estaba de salir corriendo. "Vengo a descubrir que no tengo la conciencia tranquila" pensé.

-¿Quieres que te diga nombres o te basta con que te diga las situaciones?

Yo, pensando que Lesbia podría entrar y alarmarse con lo que oyese, le pedí a Ozay que se refiriera más bien a las situaciones, así, sin nombre ni apellido.

-Bien. Tú estás en medio de un triángulo amoroso muy complicado. Pareciera que estás cometiendo atrocidades que cualquiera censuraría, pero si conocieran la historia en que se anida todo, probablemente encontraras un poco de perdón. A lo largo de tus últimas encarnaciones le has venido quitando la esposa a un esposo, y se la has quitado porque la esposa no puede resistirse, una vez que vuelve a ti recuerda todo el placer que le has dado y ya no piensa en nada, ni en su marido, ni en su hijo, sólo tiene mente para esperar el momento en que te acuestes con ella de nuevo y la hagas jadear, gritar de gozo. Si no tienes escrúpulos eso pareciera no ser muy malo, al menos para ti, pero te adelanto, ese robo, porque es un robo, ha creado un monstruo; el marido es ahora una bestia que no puedes controlar y que está a punto de destruirte, por seguro que te sientas. El destino lo sabe, sabe que corres un gran peligro, y es más, sabe que eres absolutamente incapaz de resistirte a tu impulso. Los lazos no pueden desanudarse así como así, los nudos siguen, pero el destino puede atarlos de una manera simple para que el hombre cumpla con su destino de desanudarlos. En tu caso te lo han puesto muy fácil, te lo han puesto a manera de que tengas mucho contacto con tu amante, pero evitándola siempre, te la ponen enfrente bajo una condición en la que no puedas, o no debas, tomarla. Es tu decisión respetarla de una buena vez, o llevar todo a la destrucción. El marido de que hablo está gestando ya su venganza sin que tú siquiera seas conciente de que estás injuriándole, o sin haberle injuriado, quizá. No quiero soltarte un sermón, porque de nada sirve; témele a mis palabras solamente si dentro de tus planes está el no vivir tu parte más oscura. En ti está ser la bestia de siempre, o dejar de serlo, las condiciones están dadas. Mi consejo es en este sentido: En el Baghavad Gita, Sri Krishna está frente de Arjuna, quien con miedo le confiesa que siente dudas de si debe participar en una guerra en contra de sus primos o no; Arjuna es un guerrero y por lo tanto el evitar la guerra es sinónimo de que abandonará aquello para lo que ha nacido, significa traicionar su destino. Krishna, que se expresa aquí como la encarnación de Dios que es, le dice algo más o menos así: "Mírales. Todos tus primos ya son muertos. Les he matado yo desde el día en que nacieron, desde entonces he determinado yo el curso y fin de sus vidas. ¿Crees que tú eres capaz de cambiar en algo ese destino? Tú sólo participas en el cumplimiento de este destino, ellos son guerreros, no les prives de una muerte digna, en batalla, ascenderán a los cielos si mueren luchando con valor." La cita es extraña para nosotros los occidentales que renegamos de un destino preescrito. Tampoco nos gusta la idea de la guerra y esas cosas. Pero de aquí se desprende lo que quiero decirte. A lo largo de nuestra vida cumplimos un oficio, cumplimos un rol. Ese rol es muy superior a nosotros mismos, pues no cambiamos el orden infinito, nuestros pequeños cambios dan risa al cosmos. El hijo debe ser buen hijo, la madre buena madre, el esposo buen esposo, la esposa buena esposa, el empleado buen empleado; suena mojigato y conformista, pero la libertad descansa en que nosotros somos quienes determinamos la mejor manera de cumplir con nuestros deberes. Y no hay que hacerse el tonto, nuestros deberes son muy fáciles de entender, nunca son rebuscados; cuando los retorcemos es porque no queremos cumplirlos. ¿Seguro que no quieres nombres?

-Seguro.

-Entonces esa sería la interpretación que tengo para ti. Por cierto, tienes un aliado poderoso si le sabes escuchar, felicidades.

La historia me sonaba, pero vamos, deseché toda la palabrería por una simple razón: yo no estaba fornicando con la esposa de nadie. Luego se me vino a la mente que es probable que esa esposa, que aun no era esposa de nadie, era ni más ni menos que Lesbia, quien pudiera tarde o temprano casarse. Sin embargo el destino la acercaba a mí bajo una condición lesbiana, es decir, imposible que pudiéramos entregarnos a la pasión que Ozay dijo. Aquellas noticias no hicieron sino echar leña al fuego, pues ahora tenía la seguridad de que Lesbia y yo nos atraíamos, que nos unía un lazo de desenfreno delicioso; pensaba en que aquello era un peligro, cierto, pero la verga se me ponía tiesa pensando en ese peligro, incluso podía imaginar los benditos cuernos del esposo aun desconocido y sentía un gozo diabólico de pensar en que sería testigo de cómo Lesbia conocería a un chico, de cómo él la cortejaría, de cómo la convencería de que deje de ser lesbiana y se case con él, sería yo testigo de su despertar como mujer, acaso y también sería el confidente de ese lento proceso en el que Lesbia se enamora y cede, acaso y también sería yo amigo del tipo, con suerte y hasta me simpatice, pero todo ello no cambiaría en nada su destino de que me voy a coger a su mujer, que la tendré rendida y sin poder resistírseme, y lo disfrutaré aun más porque lo sabré desde un principio, y todo será una tierna espera a que el coño de Lesbia caiga en mis manos para que lo posea. Bueno, Ozay hablaba de que ello conllevaría peligros, pero qué más da, podría tal vez disfrutar algunos meses del cálido cuerpo de Lesbia, y luego, con ayuda de aquel aliado poderoso que Ozay también anticipó, salir del embrollo. Juro que cada vez que me acueste con Lesbia será el homenaje a un amor rabioso. Luego lo dejaré, y todos contentos. Tal vez el aliado era mi madre, pues si Lesbia se entera de que me acuesto con mi madre, probablemente no quiera relacionarse conmigo. No lo sé. Dejaré que las cosas transcurran.

Empiezo a pensar que no tengo escrúpulos. Cuando salí de la casa de Ozay, Lesbia se fumaba un cigarro. La miré con una mirada distinta, era mía desde ahora, esperaría.

-Vaya que te ha de haber dicho algo importante. Siento como si miraras distinto.- dijo ella.

Camino a la casa no dejaba de ver las dulces formas del cuerpo de Lesbia. Como si no tuviera suficiente con las exigencias de Simone, las exigencias que traería mi madre, estaba ya pensando en algunas exigencias más. Íbamos muy callados. Entre paso y paso nuestros cuerpos chocaban un poco, como si la acera no fuese enorme, como si estuviéramos condenados a chocar, a colisionar de forma inevitable. No es cosa fácil ir con ese tal Ozay y regresar con el alma intacta.

Casi al llegar a la casa vimos que mi tía Simona se apeaba del automóvil. Se veía tan educadita con aquellas ropas que usaba en Saltillo que me dieron ganas de poseerla ahí mismo. La vimos. Nos vio. Aplazó su entrada a la casa, tal vez para vernos cómo nos acercábamos caminando por la acera. ¿Qué pensaba ella al ver a su amante caminando junto a su espectacular hija? ¿Sentía celos? Nuestras caras no eran las mismas. ¿Sospecharía algo mi tía? No habíamos hecho nada malo, al menos nada en vivo, pues mi mente había venido pensando solamente cosas malas durante todo el trayecto. Al llegar junto a ella mi tía nos abrazó a los dos y juntos entramos a la casa.

Una energía muy extraña se intercambió entre el cuerpo de mi tía y el mío. Lesbia le pidió permiso a su madre para ir con una de sus amigas al cine, pues quería despejarse. Simona le dio permiso como con demasiado interés en que se ausentara de la casa. Yo dije que me iría a hacer algunas cosas, y por tanto no iría al cine. Todos parecieron estar de acuerdo. La adrenalina comenzó a hacer su trabajo. Estábamos ahí en el umbral de la puerta mi tía y yo, diciéndole adiós con las manos a Lesbia, viendo como se alejaba de ahí, dejándonos la casa y la confianza para nosotros solos. Su inocencia de no sospechar nada de lo que sucedería dentro de la casa durante su ausencia me excitaba en sobremanera. Sentí escalofríos al pensar que así es como se sentiría un adúltero mientras despide a un buen amigo suyo y se queda en casa de éste para gozar no sólo de lo acogedor de las habitaciones sino también del amor de su mujer, por Dios, yo no evitaría pensar, mientras me estuviese jodiendo a su mujer, en la credulidad de este amigo confiado e inocente. Es una crueldad, un cinismo quizá, pero lo disfrutaría enormemente. Claramente sentí que Simona estaba de acuerdo conmigo, lo que íbamos a hacer dentro de unos minutos era, más que entregarnos a nuestra carnalidad, hacer pendeja, tomarle el pelo, a la inocente Lesbia.

Ahí, viendo a Lesbia perderse en el horizonte, Simone me dirigió una mirada rapaz. Cerramos la puerta quedando fuera de la casa la decencia. Mi tía no se esperó a que nos dirigiéramos a la habitación, sino que ahí, en el silloncito del recibidor me sentó. Se puso de rodillas y sin ninguna exquisitez me sacó la verga del pantalón. La tenía blanda, todavía, así que mi tía engulló mi miembro como si fuese ella un gigante que se come a un enano. La boca de mi tía parecía muy amplia para esa lengua fláccida que era mi palo; el juego de sus labios poco a poco fue despertando a mi verga de su letargo. Era tan sucio ver a mi tía vestida de manera tan conservadora y a la vez haciendo aquello que hacía; lamer mi tronco a todo lo largo, chupar el palo mojándolo con las mieles de su boca, encaminándome con su paladar y lengua, estimulándome con los dientes, comiéndome las bolas. A mi tía parecía encantarle la forma en que mi pene pasaba, de ser una especie de tamarindo desempleado, a la forma de un grueso y duro pepino, listo para ese efectivo extractor que era su boquita. Me puse a pensar en todas las palabras que mi tía dijo a lo largo del día y me pregunté si tener tantas veces mi verga en sus amígdalas le cambiará, en poco o nada, algo casi imperceptible, el acento. La voz ha de guardar en sus finas notas todas las vergas que ha mamado, por eso habla tan ronca, tan seductoramente, cada vez que me dice que me quiere su aliento va matizado por todos aquellos que han profanado su garganta. Caray, soy un cornudo en potencia.

Se escuchó el rechinar de la cerca que rodea nuestro patio frontal. Mi tía y yo abrimos los ojos como si nos hubiese empalado un rinoceronte. Ambos musitamos "¡Lesbia!". Como pude me paré del silloncito y me subí la bragueta; la prisa hizo que me pellizcara la verga con los dientes del cierre. Quise gritar pero no podía. No sería algo tan grave, sin duda, pero la situación me colocaba en una posición en la que ni siquiera podía revisarme a gusto. Mi tía se limpio las babas de las mejillas con el antebrazo. Su cara comenzaba a descomponerse, su mirada era de una total puta, por mucho que su peinado siguiera intacto. Las gafas que llevaba, ligeramente polarizadas, ayudaban a disimular un poco, pero sus labios estaban algo hinchados a suerte de restregarlos contra mi carne.

Se escuchó que la perilla de la puerta giraba. Era Lesbia, había olvidado su teléfono móvil. Lo tomó, lo echó en su bolso. Nos sonrió. No sospechó nada. No Simona ni yo dijimos gran cosa. Yo estaba haciendo un esfuerzo supremo para no revelar que debajo del cierre del pantalón tenía una verga herida.

-Ahora sí me voy…- dijo Lesbia.

Se acercó a su madre para darle un beso, como siempre, y Simona le ofreció su rostro para que su nena la besara. Los labios de Lesbia recorrieron la tersa mejilla que segundos antes estaba brillante de baba con sabor a mi.

-¿Por qué ahora es en la mejilla? ¿Ya no quieres besarme?- reclamó Lesbia, quien siempre se despide de su madre con un dulce beso en la boca.

Simona no contestó, le dio un besito en los labios. Pese a que estos besos son relativamente secos, una gotilla traviesa estaba en los labios de Simona, así que cuando se dieron aquel beso filial sus bocas se conectaron con un hilillo de saliva, delgado como el cordel de una tela de araña. Se rieron por el detalle virtualmente asqueroso, y Lesbia se fue feliz sin saber que había probado por vez primera las mieles de mi tranca. Lesbia se sonrojó, mientras que Simona, que es quien debería sentir pena, estaba inmutable.

Lesbia se fue cerrando tras de sí la puerta. Simona se llevó la mano a la boca y extrajo un vello púbico que se alojaba en su interior; comprendí que no quisiera decir nada, pues si ese vello hubiese quedado a la vista todo sería descubierto. Yo comencé a abrir el cierre del pantalón con la lentitud de un viejecito sin calzones. Tenía una herida muy pequeña. A Simona parecía no importarle mi estado convaleciente, así que me llevó hasta mi recámara y me avisó que me iba a arder un poco, pero que no era grave. Era claro que ella iba a obtener lo que quería.

Intenté desvestirla pero ella se opuso desviando mis manos de su cinto y sus botones. Se alzó la falda, dejándose los zapatos y las medias, que eran de liga, pero sin liguero que las detuviera. Llevaba unas bragas de señora aburrida, pero el aburrimiento lo hizo ella a un lado cuando con su mano jaló la parte baja de la braga, sin quitársela, despejando sencillamente su enselvecido coño. Sin más se sentó en mi verga. Todo fue caliente, su cuerpo un horno, y el ardor recalaba aun más en las sensaciones que me producían sus sentones. Todo era tan inusual, es decir, inusual respecto a nuestra forma de hacer las cosas. Ella vestida con aquel trajecito sastre, con blusa blanca y saquito encima, con collar de perlas y peinado muy cuidado, con zapatos de trabajo, medias a juego y la falda levantada, con la braga hecha a un lado así nada más para que quedara expuesta la parte que interesa: aquel coño que me engullía alegremente. Vaya, esta escena podría ocurrir en una escuela a manos de una directora que le gustan los muchachos, que se les sienta encima sin siquiera desvestirse, que atiende sus necesidades en unos diez minutos, apagando el furor interno encima de vergas dóciles y obedientes. El borde de sus bragas alcanzaba a rozar mi tronco, incluso a rasparlo por la parte de la herida, cosa que me provocaba mucho ardor. A mi pene parecía no importarle mucho porque estaba enhiesto.

Muy pronto mi leche comenzó a manar dentro de la vagina de mi tía, quien se arremolinaba aun más al contacto de mi fuente caliente. Sentada como estaba encima de mí, la gravedad hacía su parte y yo sólo miraba con curiosidad cómo aquel coño seguía con su vaivén mientras el blanco esperma resbalaba lento sobre la parte visible de mi tronco, cayendo trémulo, a paso lento. Mi tía se me quitó de encima. Colocó sus bragas como eran antes y de inmediato quedaron empapadas de la leche que seguía saliendo. Se bajó la falda. Lucía impecable de nuevo. Me avisó que iría al atender un asunto. Ni siquiera se cambió. Yo me quedé sentado sobre la cama, notando que entre más mujeres pretendo más ausencia siento. Fue un mal presentimiento, pero por mi mente pasó la sospecha de que a su regreso mi tía no traería puestas aquellas bragas. Pensé en las palabras de Ozay, aquellas que la describían como promiscua y mala. Muy mala.

Sonó el teléfono.

Contesté.

Era mi madre.

Todo estaba en penumbras, era mi voz y la suya. Quería abrazarla, simplemente abrazarla. No lo supe en ese instante, pero pronto descubriría que esa sensación –ese deseo de abrazarla y recibir de ella su protección y cuidado- era algo que en aquel segundo desaparecía para siempre, que nunca más lo volvería a sentir. Eran días así, en que muchas cosas de mi vida se marchaban para siempre y yo no podía reconocer su partida, y por lo tanto no me despedía de mis sentimientos como estos lo merecían, sino que les volvía yo la espalda, ingrato, como parecía ser yo ahora. Una temporada de desenfreno nacía.

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