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Infieles (5: El final según el inspector)

en Hetero: Infidelidad

INFIELES V (EL FINAL SEGÚN EL INSPECTOR)

Cuando me inscribí a la carrera de licenciado en psicología nunca pensé que acabaría trabajando en un programa como Infieles. Ya se sabe que el ser terapeuta está muy cerca de dedicarte a la manipulación, pues ¿Qué es la terapia sino la profesionalización de la función de arrear gente indecisa hacia un rumbo que posiblemente le resulte mejor a ellos mismos? La terapia tiende a manipular, pero para bien. A los productores de Infieles les gusté por mi físico y por mi habilidad de enrolar a la gente.

Los primeros dos o tres programas me costaron un poco de trabajo, luego me acostumbré. Sin embargo, cuando la gente ve un programa como Infieles supone que uno sólo es un cabrón aprovechado, amarillista y viciosillo, carente de toda preparación o formación, como si amarrar las navajas de la gente fuera cosa sencilla.

Recuerdo que mi formación como terapeuta fue sistémica y procuraba trabajar con un equipo multidisciplinario bajo le técnica de Cámara Hessel. ¿Qué es la Cámara Hessel? Es un sistema mediante el cual la terapia es impartida en un consultorio normal, ya se sabe, la sillita cómoda del terapeuta a cargo, el sillón ultra cómodo del paciente, libros detrás del primero, un escritorio en medio de los dos, una caja de pañuelos para los pacientes llorones... y una cámara de circuito cerrado que los observa a ambos. En otra habitación del mismo edificio habría dos o más terapeutas, no necesariamente licenciados en psicología, posiblemente biólogos, mecánicos automotrices, amas de casa, con ideas diferentes a las meramente sicoanalíticas, de preferencia con diversidad de género. Ellos mirarían el desempeño del terapeuta y, según lo que observaran, podrían comunicar sus opiniones al terapeuta a cargo, vía una red telefónica.

¿Qué beneficios trae este sistema? Muy sencillo. El terapeuta tiene también una historia personal, y justo en esa medida, el caso expuesto por el paciente puede repercutir en él de formas muy variadas, puede ser que el terapeuta hubiere sido abandonado por su madre y le resultará difícil aconsejar a casos similares a aquel que no resuelve para sí mismo; o el terapeuta es gay y siente la inquietud de convertir a esa preferencia a los insatisfechos que acuden con él; o se pone muy nervioso frente a la espectacular ninfómana que durante la entrevista no ignora que entre las piernas el terapeuta también tiene un pene.

Me dedicaba a este tipo de terapia hasta que mis compañeros me consideraron poco ético, entendiendo como poco ético el que yo fuera capaz de engañarles frente a sus narices.

En efecto un día acudió a nuestro consultorio fue una mujer de unos treinta y cuatro años con un físico impresionante. Rubia, con unas piernas bellas e infinitas, con caderas muy bien formadas, una cintura envidiable y un busto orgulloso, y en su rostro encerraba toda la maldad que pudiera relacionarse con la carnalidad. Sus labios no eran carnosos, apenas y eran una línea color carmín, una boca tan afilada que ya hacía imaginar un par de colmillos casi bestiales que sobresalían del resto de su dentadura perfecta; aquel detalle de tener unos colmillos largos y pronunciados hacían de sus muecas una especie de sonrisa de lobo feroz que te convertía al instante en una caperucita roja de lo más débil y rendida. Su nariz pequeña y afilada era como la de un predador nocturno, y sus enormes ojos de gata miraban con un encanto chispeante y malévolo.

Su manera de hablar era un rito de seducción. Ante cada pregunta que le hacía, ella giraba sus globos oculares hacia arriba, como quien inventa las cosas más que recordarlas, como si procesara las ideas y seleccionara las más convenientes para decir. Mientras pensaba o inventaba lo que luego me refería como sus recuerdos, restregaba su lengua roja en los colmillos, como una hiena que acaba de comerse una cebra entre carcajadas. No era una paciente honesta, me dijeron mis colegas, incluso me aconsejaron que la rechazara y la tratara cuando ella estuviera dispuesta a decir la verdad. Yo no la rechacé, y argumenté que precisamente era esa falta de honestidad su problema, y por lo tanto era un reto para nosotros el ayudarle.

Micaela, una de mis colegas terapeutas que era ama de casa, pero con formación para participar en Cámara Hessel, dijo en tono de broma: "Recházala. Ya te tiene en sus manos. Es una manipuladora." Pero no lo hice.

En cierta sesión, hablamos en un dialecto ininteligible para mis colegas, y en realidad inventamos códigos de comunicación por medio de los cuales ella me invitó a su casa y yo acepté. Esta mujer, a quien llamaré Cristina, me tenía fascinado. Tal vez Micaela tenía más razón de la que se imaginaba.

Cuando llegué a su casa, tuve que seguirla por una escalera de unos cincuenta peldaños. Ella caminaba frente a mi con unos pantalones rojos ajustadísimos. Eran de esos pantalones con corte a la cintura, por lo que supe que no podía ser accidental que llevara una tanga cuyo elástico se podía ver desde fuera. Era un detalle de mal gusto pero salvaje. Era un mensaje en el que ella me decía que el sexo era de mal gusto pero igual nos encanta. La lentitud de sus pasos y el volumen de cada una de sus nalgas me hizo sentir como un vasallo de un rey elefante. En mi cabeza sólo había mil adivinanzas acerca del calorcillo que tendría su entrepierna. Mal entré a su casa nos dirigimos directamente a su recámara, que era circular y rodeada de cortinas, no había ventanas ni nada, sólo al centro una cama circular, rodeada de aquel muro circular tapizado de cortinas, y en el techo un cielo falso de espejo, y en una especie de cabecera de la cama otro espejo más. Me tumbó sobre la cama y me abrió la bragueta. Mi pene estaba en una erección completa. Ella colocó su rostro a escasos centímetros de el glande y sonrió como quien va a devorar a un enemigo caído en batalla, sacó su larga e infinita lengua y deslizándola por la parte inferior de mi miembro fue engulléndolo, la parte de abajo sentía su lengua como una sanguijuela hirviente y por encima el frío filo de sus dientes. La sonrisa no se iba de su boca mientras me comía el pene. Con sus colmillos me raspaba la piel del miembro. Luego empuño mi falo y comenzó a comerme los testículos, con tanta fiereza que presumí que me los devoraría de verdad. Supe en todo momento que si en aquel cuarto había un objeto sexual, ese era yo. Siendo comido por ella, noté que empujaba mi tórax para verse al espejo con un órgano masculino en la boca. Se alzó y se puso de cuclillas sobre mi cara, y me dio de mamar. Yo que creía que no disfrutaría una situación así, me sentí feliz de verme tan dulcemente atrapado, mamando como un esclavo servil de aquellos gajos que se me ofrecían a probar por la fuerza. El sexo de Cristina destilaba muchos fluidos y éstos eran dulces. Yo los bebía alegremente mientras ella me cabalgaba el rostro. Se alzó y tomó mi miembro, lo enfiló en su vulva, y comenzó a montarme de una manera salvaje, con un vaivén tan ondulado que clarito sentía cómo mi falo se doblaba en muchas direcciones, como si fuese un cilindro de goma. Estando yo encajado en su vagina ella comenzó a meter sus dedos en su ano, como queriendo tocar mi pene por dentro de su cuerpo. Después se sacó mi miembro de la vagina y se lo clavó en el ano. Yo, que miraba de frente el espectáculo de cómo entraba mi miembro en su ano, veía también como la vagina se cohibía al ver el empalamiento de su vecino. No pude más y eyaculé dentro de su ano, como una fuente acallada. Ella montó todavía más mi sexo, que lejos de menguar se puso aun más tieso. Así, se ultrajaba ella misma con mi cuerpo, el cual tuvo un conato de una nueva eyaculación, pero con una nula emisión de esperma. Entonces sí, mi pene desfalleció, resbalando patéticamente de aquel ano hinchado y mucho más ancho ya que mi desmerecida virilidad.

Nos fumamos un cigarro. Ella fue a lavarse, yo ni quise ver cómo había quedado mi pene. Una vez que regresó, ella estiró un hilillo que gobernaba las cortinas. En los muros había un enorme collage de fotos en las que ella era fornicada, por un hombre, por una mujer, por varios hombres a la vez. Era el testimonio de cerca de unos dos mil encuentros sexuales, todos con personas diferentes, en todas las fotos Cristina se veía viciosa y perdida. A juzgar por los ángulos de las fotos pude adivinar que detrás de los espejos había cámaras, de ahí que para estos instantes ya habría fotos mías que con seguridad engalanarían aquel collage.

"Ve doctor. No tengo remedio porque esta vida me gusta. Siendo que él es quien paga las consultas y me envía a ellas, mejor "cure" a mi esposo para que se haga a la idea que voy a fornicar hasta que mi cuerpo pueda. Algún día se va Usted a enamorar, ese día no elija una como yo que es capaz de exprimir cinco vergas a la vez, pues no importa lo que Usted piense, salvo que le salgan a Usted cuatro vergas más, le van a poner los cuernos. La verga es adictiva, doctor, y la infidelidad es un vicio como cualquier otro."

A la siguiente sesión, ella se deshizo en bromas por demás evidentes que propiciaron que luego de la sesión mis compañeros me sometieran a un interrogatorio muy severo. Descubierto el secreto de que me había acostado con mi paciente determinaron que no era yo confiable y me pidieron que abandonara mi sociedad con ellos.

Puse mi consultorio, pero no marchaba del todo bien. Luego surgió la oportunidad de hacer un casting para Infieles. Y resulta que fui elegido.

Puede que como terapeuta no tuviera la fortaleza para no inmiscuirme con los pacientes y sus casos, pero en el trabajo de Infieles si creía haber batido todas mis marcas de ética. Cabe de todas formas pensar en lo siguiente. Cuando el trabajo de uno consiste en intimar con las personas ¿Acaso no existe el riesgo permanente de que conozcas a alguien a quien sencillamente no quieras dejar ir? Ya sea que te dediques a dar terapias, o que seas confesor, o médico, o consejero matrimonial, o conductor de un programa como Infieles, nunca estás a salvo de conocer a alguien a quien quieras conocer más y dedicarle el resto de tu tiempo. Lo mismo pasa con la infidelidad, por casual que pueda ser un encuentro, ¿No corres el riesgo de obsesionarte?

Eso me parece que ha sucedido con Rebeca. Su caso es como cualquiera de los otros en los cuales intervenimos. Un tipo que por cualquier razón decide comenzar a engañar a su mujer, ella se siente destruida y es capaz de lo que sea, lo manda investigar con nosotros, lo atrapan con las manos en la masa, se arma el alboroto y, por lo común, si eran parejas que algún día se quisieron, volverán con toda seguridad, y aquellas parejas que desde su nacimiento eran un fiasco porque no nacían del amor sino de un deseo de mitigar la soledad, se separarán definitivamente. El caso de Rebeca era de aquellos que yo llamo como nacidos del amor, y su destino corriente sería que se unieran de nuevo, pero no conté con que en esta historia fuera a interferir un interés nuevo, el mío.

El día que Rebeca llegó se había incapacitado nuestro psicólogo de línea, ese que selecciona casos y diseña las preguntas pero nunca sale en la pantalla por feo. Tuve que atenderla yo. Sus ojos vidriosos, su boca temblorosa, en contraste con un cuerpo tan voluptuoso, me hacían un corto circuito en la cabeza. Esta mujer no era de las destinadas a dar pena ni causar lástima, por el contrario, era el sueño de la mitad de los hombres del mundo. Lloró mucho esa vez y me conmovió de tal forma que presté atención directa a su caso.

Luego que me di cuenta del maridito que tenía me resultaba todavía más incomprensible que fuese infeliz. Era un sujeto por demás ordinario, incluso un poco amanerado y orgulloso de las virtudes y atributos que no parecía tener. Andaba con una chica de lo más rara. Conforme juntábamos la evidencia yo me ponía más nervioso, pues significaba que el caso terminaría, que no habría más razones para dedicarle tiempo y atención a Rebeca, en pocas palabras, que ya no habría justificantes para verla más. Pero la vida da sorpresas.

La llamé para la confrontación. Le mostré las escenas de cómo su marido se liaba con otra chica. Su rostro se quebró de súbito, se comenzó a llamar estúpida a sí misma, yo le decía que no era así, que todo esto no tenía nada que ver con ella. Ella me miró a los ojos y supo que le hablaba de corazón. Le dije que en este instante su marido estaba dentro de la casa de la chica, y que si así lo deseaba fuéramos a sorprenderlos y confrontarlos. Por lo común, si las esposas ya llegaron al extremo de denunciar a sus maridos y someterlos a investigación, son también capaces de confrontarlos. Un 100% de esposas dicen, "sí, quiero confrontarlos". La confrontación siempre es patética porque el supuestamente fuerte es a la vez el más débil, el honesto es a la vez el idiota, el fuerte es el engañado, quien pierde gana y quien gana pierde. Rebeca fue una excepción a todas las reglas. Ella no quiso confrontarlos. "¿Qué quieres que hagamos entonces?". "Ya verás" contestó.

Cruzó la calle donde estaban unos chicos jugando fútbol, y se puso a hablar con algunos de ellos. No podía yo imaginar exactamente qué les decía. Se veía tan radiante con su vestido rojo, sonriéndoles a los muchachos. Los muchachos comenzaron a jugar al piedra papel o tijera, y al azar iban saliendo triunfadores para algo, quienes así lo hacían brincaban de gusto, los que perdieron se quedaron muy cabizbajos. Regresó acompañada de cinco de ellos. Una vez conmigo me dijo: "Lévenme a mi casa y traigan sus cámaras, quiero que filmen mi venganza." Así lo hicimos.

En la camioneta en que iba yo, mi chofer y Rebeca, le tuve que pedir a mi chofer que se fuera a su casa para poder caber yo, Rebeca y su equipo de andrajosos. Yo manejé en silencio, escuchando los torpes cumplidos que le lanzaban a Rebeca los muchachos, tales como "Qué buena estás eh", "¿Tus tetas son naturales?", "¿Quien de nosotros te gusta más?", que me sonaban a majaderías. De una cosa me di cuenta en aquel camino: Rebeca me importaba más de lo que pensaba.

Por todo el trayecto me sentí humillado y decepcionado, como si yo fuese el marido al cual le iban a poner una cornamenta majestuosa, me daban ganas de gritarle a Rebeca y decirle que aquello no era necesario, que no valía la pena, pero técnicamente no tenía derecho a ello. Tampoco podía ofrecerme yo para su venganza porque supuestamente debía respetarla, aunque daría cualquier cosa por no hacerlo. Una rabia ancestral me vino a la cabeza. Me acordé de cuando era estudiante y que habíamos contratado a una muchachita para que limpiara nuestro apartamento de estudiantes, que éramos cinco en total, y que habíamos hecho un pacto de caballeros de no faltarle al respeto; y que luego un buen día nos visitó un compañero de otro apartamento, quien sí se la fornicó la misma noche en que llegó de visita, y no sólo eso, se la llevó a trabajar a su apartamento donde también eran cinco, y donde todos la hacían suya cuando querían. Cuando divisamos que la chica era una puta nata, ella nunca quiso con nosotros, pues nos veía como sus hermanos, y el respeto era un impedimento para algo a lo que cualquier desconocido sí tendría derecho: fornicarla. Ese trauma se me vino de nuevo. Me sentí muy molesto.

Una vez que llegué, argumenté que colocaran las luces donde Rebeca les dijera y que, por petición de ella –mentí- fuera yo el único que filmara lo que ahí acontecería, así que mandé a todos a sus casas. Las luces las colocaron justo alrededor de la cama matrimonial, sobre la cabecera estaba un retrato de Rebeca y su esposo tal como lucían el día de su boda, el cretino con su trajecillo con moño al cuello y ella con un vestido de novia precioso. Yo encendí la cámara, embriagado, como si no estuviera yo presente en esta situación tan morbosa. En el último en quien pensaba era en el marido de Rebeca, todo esto lo sentía yo en mi agravio. Sólo una vez en la vida había sentido celos de esta magnitud, y fue una vez que estaba realmente enamorado. Las pistas eran ya muchas. Estaba loco por Rebeca y sería su cómplice en esta maniobra tan sucia pero tan suya.

Sin ningún tipo de pudor ella se tendió sobre la cama y se abrió de piernas. Estiró una de sus manos y de una caja que estaba sobre un buró sacó su lazo de bodas y se lo colgó de collar, también se colocó el anillo en el dedo anular de la mano izquierda. Los muchachos cayeron sobre su cuerpo como si se tratara de una manada de leones dispuestos a devorarla. A todos los chicos los caracterizaba una inexperiencia sorprendente, pues metían sus dedos en la vagina de Rebeca sin la menor delicadeza, mordían sus pezones de manera muy brusca. Ella les pidió que fueran más moderados. Ellos siguieron. Rápidamente estaban ya todos desnudos, y Rebeca sólo vestía su lazo de bodas y su anillo. Con su hermosa boca les mamaba el pene a dos chicos a la ves, procurando meterse los dos glandes en la boca a un solo tiempo. Ella de dedicaba a su acto, libre, desinhibida, pero con una mirada que estaba muy lejana de la dicha. Un muchacho comenzó a penetrarla por la vagina. A leguas se veía que todo lo que sabían del sexo lo habían aprendido de los videos pornográficos. Acomodaron a Rebeca para que cabalgara a un chico mientras otro intentaba torpemente penetrarla por el ano. Lo consiguió y entonces Rebeca estaba siendo empalada por el coño y el ano a la vez, mientras se daba la habilidad para mamarles la verga a los otros tres chicos a manera de que ninguno se sintiera desatendido. Yo tenía una vergonzosa erección, pues estaban fornicando brutalmente a mi nuevo y fugaz amor de mi vida.

Se fueron intercambiando. El chico que la penetró analmente dejó de hacerlo y dio lugar a otro chico. El que estaba dándole por atrás se colocó frente a su cara con la intención de que ella lo felara a él también, pero Rebeca no quiso, era obvio que en la vida real no se ve mucho eso de "te la meto en el culo y luego en la boca y te gusta", sin embargo, la negativa de Rebeca sirvió de bien poco. El chico la agarró de las orejas y le clavó la verga hasta la garganta. Rebeca, con asco, dio una mamada poco convincente. El chico comenzó a dar señas de querer eyacular. Rebeca alzó sus brazos y como pudo bajó de la pared su foto de bodas y le pidió al chico que eyaculara en la figura de su marido, al chico le pareció buena idea y obedeció. Como psicólogo que era, debí advertir el inmenso riesgo de agresión en el que Rebeca se había metido. Los muchachos desde hacía un rato no la bajaban de puta, ramera, y linduras por el estilo. El detalle de la penetración ano-boca tampoco había sido delicada. Y unos de los chicos habían comenzado ya a darle de nalgadas. Rebeca igual mientras más humillante era la situación mejor se sentía, pero yo tenía mis dudas de que esto fuera realmente así. Eyacularon otros dos chicos más sobre la foto de bodas, el pobre marido ya parecía cubierto de una capa uniforme de gelatina blanca. Los dos chicos que faltaban estaban, uno, bajo Rebeca, y el otro encima. Los chicos se miraron y comenzaron a bromear repitiendo la frase. "Doble anal, doble anal" con una tonadita casi musical, como si ese detalle chusco lo hubieran aprendido de alguna cinta de porno duro. Pero a Rebeca no le hizo gracia. El chico de abajo comenzó a penetrarla por el ano, y el otro se disponía a hacerlo, pero Rebeca ya había comenzado a forcejear y a decir que ella no quería una doble penetración anal. Los chicos, evidentemente no hacían caso. El control se perdió cuando el chico de abajo le atestó un puñetazo a Rebeca.

Solté la cámara y le di un tremendo patadón al chico que estaba sobre ella queriéndola penetrar y luego le di un pisotón al cabrón que estaba debajo. Los amigos que estaban semivestidos se abalanzaron sobre mí y me alcanzaron a dar unos tres puñetazos. Uno de los chicos desnudos dio un tirón a Rebeca del lazo matrimonial, marcándole el cuello de rojo antes de que el fetiche cediera y regara multitud de cuentas al suelo. No sé cómo terminó todo, pero los chicos se fueron del lugar despavoridos. Yo había quedado muy maltrecho y Rebeca también.

Me recosté con ella y simplemente la abracé, con mi mano le acariciaba el cráneo, su cabello. Ella lloraba mucho.

"Soy una estúpida, por eso me merezco que me engañen y me golpeen" Dijo

Yo le dije "Eso no es verdad. Tu no eres de esas chicas que dan pena, no eres de las que su destino es sufrir, ni de las que la gente siente lástima."

"¿Cómo lo sabes? No me conoces." Balbuceó.

"Créeme, tantos años en esto me han enseñado a distinguir los distintos tipos de personas que hay. Desde que entraste en la oficina de Infieles supe que tú eras distinta a todas las demás."

"¿Cómo lo sabes?"

"Porque siempre sentí desprecio por quienes llegaban con nosotros, y contigo fue diferente. Cuando te vi llegar en mi cabeza me dije que eras un hada salvaje que nada tenía que hacer en ese pantano que eran mis dominios. Me puse de tu lado, pero no pienses que eso de ponerme de tu lado se limitaba a joder a tu marido, no, sino ponerme de tu lado como si me alineara a todos tus propósitos. Sin embargo llegaste y el que estuvieras ahí me ha puesto a dudar acerca de todo lo que hago. Créeme, tantas reacciones no las puede causar en un tipo como yo una chica ordinaria. Puedo decirte que de unas trescientas mujeres que han pasado por los capítulos de Infieles, sólo con una me gustaría hacer una vida, y esa eres Tú. Te digo esto porque sé que no habrá más oportunidad de hacerlo y no dejaré en manos del destino la responsabilidad de juntarnos otra vez. Tal vez es el peor momento para...."

"No, no pares. Me sienta bien lo que me dices. Tal vez no sea el momento en que yo te pueda dar una respuesta, pero por lo pronto sé que me sienta bien que me digas esto."

"No miento. Si tu me aceptaras, compartiría contigo el resto de mi vida."

"¿No te da miedo saber de lo que soy capaz?" Dijo señalando la foto de bodas.

"No"

Ella me comenzó a untar una crema para los golpes. Yo le unté crema en todo el cuerpo. Yo me sentí triunfante. Era tímido después de todo, sólo fui tímido con aquello que por cualquier motivo me resultaba tan valioso que no soportaría perder. Ese era el secreto de mi personalidad extrovertida, que nada me importaba. Con Rebeca era diferente. Le ayudé a que la casa se viera como cuando llegamos. Un cálido hogar. Lo que más tiempo nos costó fue recoger las cuentas del lazo matrimonial. Rebeca me despidió con un beso en la boca, muy tierno, casi adolescente, que me cimbró del todo.

Ubicamos de nuevo al marido e hicimos la cita para la confrontación. Para nuestra suerte se fueron a hospedar a un hotel de paso que pertenecía al hermano de uno de los de nuestro equipo de camarógrafos, así que irrumpiríamos a la habitación con llave y todo. Rebeca y yo no habíamos hablado desde la noche de lo que ella había llamado su venganza, esta vez ella estaba resuelta, firme, no era débil por ningún lugar. Daba gusto verla así.

Entramos a la habitación y lo que descubrimos fue totalmente inesperado. La amante del marido lo estaba sodomizando con un calzón con dildo integrado. Lo tenía en cuatro patas, bien anclado. Rebeca esperaba todo, menos aquello. La chica no dejó de hacer lo que hacía, pese a que ya estaba una decena de hombres en la habitación. "No molesten, váyanse" Era todo lo que decía. A uno de nuestros colaboradores le pareció simpático susurrarle a la sodomizadora que no se moviera de allí. La confrontación fue de lo más estridente porque el marido se defendía mientras estaba siendo penetrado él mismo, pues la chica, al saberse engañada ella también, lo mantuvo atrapado con su peso, y sobre todo, con el aguijón. Así, empinado y empalado, el esposo de Rebeca fue objeto de la confrontación más incómoda de que yo tenga memoria, y máxime que así, mientras lo sodomizaban, Rebeca le mostró el video de cómo los cinco chicos la penetraban salvajemente para luego bañar su figura con semen. El muy morboso terminó por disfrutar tanta humillación, y eyaculó lanzando un quejido de ninfómana. Nos retiramos de ahí.

El equipo estaba satisfecho de aquel programa, tan así que estaban pensando guardarlo para el especial de navidad. Yo sin embargo me separé del grupo para llevar a Rebeca a su casa. Una vez ahí, le volví a preguntar si estaría de acuerdo en andar conmigo. Sonrío y con un beso me dijo que sí. Era virgen y soltera instantánea.

EXEDIENTE 606

Infieles hace un recuento de los casos en que ha participado. Según la votación de nuestro público, el caso 606 es el preferido por todos nuestros seguidores. Si recuerdan es el caso en que el marido no sólo fue atrapado siéndole infiel a su esposa, sino que al momento de la confrontación el estaba siendo sodomizado por la amante. Tenemos una entrevista con Rebeca, quien luego de la ayuda de infieles, rehizo su vida, casándose con nuestro antiguo colaborador, mejor conocido como el inspector.

Infieles: Rebeca. ¿Cómo ha sido tu vida desde aquel entonces?

Rebeca: Maravillosa. He llegado a pensar que no me acerqué yo a Infieles, sino que el destino así lo determinó. Verás. Cuando era muy pequeña uno de mis hermanos me enseñó dos cosas, la primera, que no querer algo es una buena razón para no hacer las cosas. A veces la gente se siente atrapada en el cumplimiento de un deber no deseado por la sencilla razón de que no encuentra justificantes que respalden por qué no querer algo, siendo que tales justificaciones son innecesarias, pues no querer hacer algo es ya de por sí una excelente justificación para no proseguir con algo. Y segundo, si una puede elegir, bien puede elegir lo que una quiere no lo que el resto del mundo le quiere dar a una. Cuando sospeche que Cornelio me engañaba me puse muy triste. Creo que nadie llama al equipo de infieles sin la certeza de ser engañado, es más como masoquismo de ver todo tan claro para poder tomar una decisión igual de clara. Es en vano tomar decisiones nacidas del desconocimiento, es mejor tomarlas del conocimiento. Cornelio cada vez era más lejano, como más femenino. Encontrarlo como lo encontré, siendo penetrado por la otra chica, me sorprendió de todas maneras mucho. Pero ahí estaba él (y señala al inspector, que está a su lado) dándome su apoyo. -Rebeca se queda pensativa-Creo que todo esto fue un plan de Cornelio, él sabía que yo quería tener hijos y casi puedo asegurar que él no quería tenerlos. El engaño de él no me duele tanto como imaginar que no quería tener hijos porque ello implicaba unirse definitivamente a mi, ¿Entiendes lo que digo? Pienso que él mintió desde que dijo que sí en el altar. Hoy Dios nos ha bendecido a nosotros (el inspector sonríe a la cámara en forma pícara) con un par de gemelos, que están muy lindos...

Inspector: Se parecen a ella, por suerte...

Rebeca: A los dos. Él es el mejor padre del mundo. En conclusión, el engaño nunca tiene que ver con el amor, siempre con otras causas.

Infieles: Como viejo colaborador nuestro y participante de esta historia de amor, ¿Qué querrías decirle al público?.

Inspector: No le teman al compromiso. Ámense. Platiquen. Todo lo que necesitan puede estar a lado suyo, frente a sus narices. La mujer de su vida puede estar ya cerca de ustedes, a veces casada con otro, pero siempre cerca. Ja, ja, ja.

Rebeca: Ja, ja, ja.

Infieles: Ja, ja, ja.

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La verdad sobre perros y gatas

Amantes de la irrealidad (07 - Final)

Amantes de la irrealidad (06)

Amantes de la irrealidad (05)

Amantes de la irrealidad (04)

Amantes de la irrealidad (03)

Amantes de la irrealidad (02)

Clowns

Expedientes secretos X (II)

Noche de brujas

Día de muertos

Amantes de la irrealidad (01)

Lady Frankenstein

Expedientes secretos X (I)

El Reparador de vírgenes

Medias negras para una ópera de reims

Una gota y un dintel (II: La versión de Amanda)

Una gota y un dintel (III: La versión de Pablo)

Los pies de Zuleika

Una gota y un dintel (I)

Amar el odio (I)

Amar el odio (II)

Amar el odio (III)