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Radicales y libres 1998

en Hetero: Primera vez

RADICALES Y LIBRES 1998

(Primera parte)

No cabe duda que recordar es un verbo irregular. No porque el hecho de hacerlo sea diferente para todas las personas, sino porque este verbo se ve necesariamente marcado por su contenido, es decir, por la materia del recuerdo. No es lo mismo decir vaso de agua fresca que decir vaso de mierda.

Por eso, en este instante en el que este ratón de biblioteca, como todo buen amenizador de discursos de una ceremonia de graduación que es, se va por lo emotivo al decir con un falso nudo en la garganta mientras se pregunta cómo se le ve la toga justo ahora que está en el estrado y parloteando su retocado discurso que: "Hoy, que es el primer día del resto de nuestra vida, nuestro inicio como abogados, nuestro nacimiento al verdadero estudio que sólo da la vida práctica, no podemos evitar el recordar con nostalgia todas esas memorias que luego nos parecerán inocentes juegos de estudiantes", yo no puedo más que pensar que este sujeto al decir eso es, cuando menos, ingenuo. Inocente lo será él. Mis memorias, al igual que todo aquello que me hace aprender algo, no puede ser inocente, y si bien juego es una palabra que me gusta, no me agrada como este imbécil pronuncia aquello de "inocentes juegos de estudiantes". Mis recuerdos son de otra naturaleza.

En 1998 yo no era José Saldivar, sino Pepe. Ese mote era mi nombre en la resistencia. ¿Resistencia a qué? No me pregunten, es irrelevante, pues de hecho resistíamos a todo aquello que pudiera ser resistido. Desde el gobierno hasta un elástico apretado de cualquier calzón. Pasando por Dios, los impuestos, el horario de verano, la ecología, la lectura banal, la televisión comercial, Hollywood, El Papa, el uso de cubiertos al comer pollo, los anuncios panorámicos, la hambruna en Somalia, la planeación familiar, la ilegalidad de las drogas, contra los que contaminan, contra los de Greenpeace, contra Estados Unidos, la Coca Cola, contra el ajedrez y el uso moderado de la reina, contra los que ganan mucho, contra los canguros, contra los diputados de derecha, contra los partidos políticos, contra las que no prestan las nalgas, contra el SIDA, contra los cigarrillos de lechuga y las zonas residenciales, contra los autos del año y todo aquello que nos costara esfuerzo tener, contra la comida extranjera y la ropa hecha en fábricas, el plástico, contra la idea diferente a la nuestra y, sobre todo, en contra de la intolerancia. En fin, contra casi cualquier cosa que exigiera el más mínimo gesto de orden, es decir, de represión.

Vivía en una Casa del Estudiante, de nombre "Casa del Estudiante Emiliano Zapata". Cuando entré, no sabía yo qué era exactamente lo que ahí se hacía, suponía que estudiar. De hecho yo entré a vivir ahí con un entusiasmo que no tardó en menguar, me gustaba la lectura, la formación, el estudio; había tenido buenas notas durante toda mi instrucción primaria y secundaria, de ahí que pensaba que el bachillerato no debía representarme problema. Mis padres sufrieron mucho para enviarme de nuestro pueblito a la Capital, no sólo por el gasto que ello implicaba, sino por lo difícil que fue convencer a los de la Casa de Estudiantes para que me admitieran, ello pese a que mi alto promedio escolar y paupérrima condición económica, me hacían candidato perfecto para gozar de este beneficio. Mi idea acerca de las casas de estudiantes era muy clara, aunque totalmente errónea; yo pensaba que eran albergues que el gobierno apoyaba con recursos suficientes para solventar nuestras necesidades de techo y comida, obviamente con becas de estudio incluidas. El dinero para gastar en diversión lo tendría que ganar uno trabajando fuera del horario escolar. Creía, dentro de mi cretinez, que el objetivo era precisamente apoyar a los estudiantes de escasos recursos para que no vieran frenado su desarrollo por falta de dinero. Pero repito, estaba equivocado.

Bien pronto me di cuenta que todo era como yo pensaba, sólo que al revés. Cuando menos lo esperaba era novio de Argelia, una chica un poco mayor que yo. Tenía ella una boca muy bonita, con su par de labios muy carnositos y con un perímetro muy bien delineado, tanto que aun cuando estaba seria, sonreía. Me gustó al instante, pues al conocernos dije yo un chiste de esos rompe hielos y ella comenzó a reírse de buena gana, como si estuviera drogada, aunque luego supe que lo estaba. Sin embargo, ello no tenía nada que ver con ese sello particular suyo de dar la sensación de que sus ojos comenzaban a sonreír dos segundos antes que su boca. Es decir, ante la presencia de algún chiste u ocurrencia (generalmente mis chistes y ocurrencias eran los que activaban de mejor manera su hilaridad), sus ojos comenzaban a acrecentarse como en medio de un fuego inverso que emanaba del centro del ojo hacia los lados, para abrir luego los párpados como un par de manos que sueltan una paloma al viento y luego tensar las cejas hacia fuera, para, acto seguido, comenzar a sonreír con esa boca suya llena de dientes blancos y grandes. Su nariz era normal, su cabello con rizos nunca atendidos, su cuello largo, sus hombros algo delgados y sus pechos escasos, su cintura muy estilizada daba paso a una cadera muy bien formada que, vista por la espalda, hacía encima de su pelvis un par de hoyuelos que sencillamente me hicieron perder la razón. Buenas piernas y lindos pies. ¿Qué más podía yo pedir?.

Argelia siempre fumaba Marihuana. Nunca compraba pero en la Emiliano Zapata siempre había suficiente. Ella fue mi maestra en ese arte de fumar. Yo, que nunca había fumado ni siquiera tabaco, tuve en ella una maestra muy paciente que soportó mis múltiples toses. El día de la primera vez ella sacó un papelillo y abrió uno de los libros de texto que tenía apoltronados sobre un pequeño escritorio que estaba a lado de su cama, Biología 4, creo que era. Abrió las páginas y comenzó a deshojar una ramita de yerba con sus dedos, de manera que las hojillas rotas cayeran como nieve verde en la canaleta que se hacía entre las páginas del libro. Con sus dedos extrajo unas pequeñas bolitas. "Si se te pasa uno de estos cocos el cigarro te sabrá horrible" me dijo. "Fuera del sabor, ¿Qué te pasa si los fumas?" le pregunté. "Igual te pone sabroso, pero pica más en la garganta", continuó con aires de una maestra divina. Con su mano me hizo una seña y me dijo al oído: "Te voy a confesar un secreto, y vaya que me expongo al contártelo, pero te lo diré sólo porque me gustas mucho: Una vez estaba tan eriza que me hice un pinche cigarrito de puros de estos." Yo ya ni le pregunté qué jodidos significaba estar erizo, lo cierto es que me reí de buena gana sólo de imaginarla pasando ese trago amargo, y sobre todo, tomaba nota en mi alma de aquellas palabras suyas de "sólo porque me gustas mucho". Fue la primera vez que me dijo eso, que le gustaba, fue la primera vez que me lo decían, de hecho.

Una vez limpiada la yerba, cerró el libro, luego lo abrió y vi como quedaba una hilera de mota atrapada justo en medio de la página 55 y 56, mismas que en la primera había una gráfica transversal de los genitales masculinos y en la otra de los femeninos, ella puso el papelillo sobre la hilera de cannabis y volteó el libro con rapidez. Separó el libro del papelillo con Marihuana, luego sacó una lengua enorme y roja y, empapando el papelillo, forjó un cigarrillo perfecto. Con su boca abierta, su enorme lengua de fuera, el cigarrillo girando sobre ésta mojándose de saliva, sus labios esbozando en sus comisuras una sonrisa pese a tener la boca ocupada y sus ojos bien abiertos, me hicieron sentir un escalofrío. No sólo sería la primera vez que fumara de esto, ni la primera vez que alguien me dijera que le gustaba, sino que pude notar que sería mi primera vez en todo. Esa imagen de ella mojando el cigarro y sonriendo con las orillitas de los labios, con sus ojos devorándome en una sonrisa desquiciada, es quizá la estampa que más añoro.

Le dimos unas cuantas caladas al cigarro. Yo tosí bastante. Ella rió bastante. Luego nos tendimos sobre su cama y nos pusimos a ver el techo, ella de lado, de cara a mi pero acompañándome a ver mi espectacular techo, yo egoísta de cara al techo, con los brazos alzados hasta arriba, con las manos sobre la nuca. Yo sentía que cada latido del corazón retumbaba en toda mi piel, y a cada latido esbozaba yo una sonrisa sin razón, una sonrisa sin motivo, es decir, una risa de ser, o lo que es lo mismo, la felicidad. Argelia comenzó a recorrer con sus uñas uno de mis brazos, que al estar alzados se desnudaban casi hasta la axila, y al estar también doblados hacían la fuerza necesaria para que se viesen anchos y fuertes. Tras el recorrer de sus uñas mis poros se volvieron hacia fuera, justo como la piel de un pollo recién pelado. Comencé a tener una erección. Argelia continuó recorriendo mi pecho con su tacto etéreo, encaminándose cada vez más en dirección a mi sexo. Sentía que me evaporaba.

Por fin la mano de ella llegó hasta mi miembro, que estaba más hinchado que nunca, y sobre mi pantalón de mezclilla comenzó a hacer sus pronósticos de aquello que había debajo de la ropa. No sé si fue la genética o consecuencia de pasarme la infancia tomando leche de verdad que mi verga se desarrolló tan bien. Más larga que lo normal, más ancha de lo normal, acompañada de unos testículos que la verdad siempre me gustaron, mi verga ese día habría de estar en su mejor momento.

Ella me miraba a los ojos con esa mirada suya, su boca con esa eterna y estridente sonrisa, mientras, su mano iba bajando el cierre de mi pantalón. Mal estuvo abierto mi pantalón, saltó hacia fuera mi verga, flamante y entusiasta como era. Ella sonrió nerviosa y sorprendida de aquello que ya más o menos imaginaba con solo tocar; se tumbó a un lado de la cama y muy despacio comenzó a llenarse la boca con mi sexo. Con una de sus manos sujetó el tronco de mi verga y con otra mis testículos, y empleando su lengua comenzó a comerse mi instrumento.

Estiró una de sus manos y de uno de los cajones de su buró sacó un tubito de lubricante, se colocó un poco en la palma de la mano y empezó a distender ese gel a todo lo largo de mis pelotas y mi palo. Esa mano suya tan fuerte y tan deseosa de descubrir cada vena y cada forma, resbalaba lenta pero fuertemente a todo lo largo de mi verga. Luego colocó mi pieza entre sus dedos, como si empuñara un taco de billar y la subía y la bajaba, sintiendo la dureza, mientras yo me estremecía por completo. Ya bien lubricada mi verga, la volvió a meter en su boca, esta vez la boca resbalaba con mayor comodidad. Mientras antes era mi verga jugando y su boca jugando lo que existía, ahora nada de eso era, sino sólo el juego, ya no existía ni verga ni boca, sino sólo la sensación de cuando ambas se encontraban. Se paró de donde estaba y acomodó un espejo de pedestal que tenía en una esquina de su muy pequeña habitación y lo colocó frente a donde estábamos. Quería ver cómo nos veíamos al hacer todo aquello.

Volvio a lo suyo, cuidando de no perder detalle en el espejo. Cuando la tenía completamente engullida, sonreía con esa risa suya, y luego retiraba su boca dedicándose a amenazar con sus dientes cada centímetro de la piel de mi falo. La mano hizo un puño alrededor de mi sexo y comenzó a masturbarme. Esta sensación puso en entredicho mi vieja teoría de que el hombre, al masturbarse, sólo experimenta la sensación en su verga mientras su mano está muerta, pues la magia de aquella mano sólo tenía una explicación: que la mano deseaba tocar aquella virilidad. Es probable que nunca me proponga a masturbarme cuidando de degustar el penetrar en mi verga y la de ser penetrado en mi mano, sin embargo, en aquel momento me resultaba muy claro que sólo una intención de golosearse tocando mi verga podía producirme, o transmitirme, ese toque especial. En el espejo se veía una imagen muy fuerte de ella con la boca tensa al estar llena de verga, mientras el brillo del dorso de mi miembro dibujaba una espina dorsal de carne brillante, cual anguila bautizada en saliva. Eventualmente ella se sacaba el pene de la garganta y lo azotaba en sus mejillas, bañándolas de saliva y lubricante.

Dejó de mamar y, sin dejar que me levantara, me colocó su sexo en la boca. De cuclillas y de cara a la cabecera de la cama, ella se regodeaba sentada en mi lengua que libaba el dulce sabor de su sexo, que era tibio y carnoso. Con mis labios, y cuidando de no colocar diente alguno, mordía su sexo con devoción, como si fuese un viejo desdentado al que le han dicho que le queda una hora de vida y le dan a elegir entre morir tosiendo o mamando un coño. De pronto su sexo estaba muy hinchado. Ella se paró sobre la cama como un coloso y mirándome me dijo: "Agítate la verga como si estuvieras a punto de regarte". Lo hice. En medio del meneo ella colocó su sexo encima del mío y comenzó a bajarlo lentamente. Creí que estando ella ahí la idea era que dejara de agitarme el falo, pero ella espetó muy oportunamente "No. No pares". Y así, amenazó con dejarse caer y ser empalada varias veces, pero quedándose en un mero intento en el cual la agitación que hacía con mi mano hacía las veces de metrónomo frenético que con su punta daba golpecillos en el sexo de Argelia. Por fin se dejó penetrar, pero yo seguía agitando mi verga, la cual chocaba dentro de la vagina de Argelia. Mis caderas, por instinto, comenzaron a moverse de atrás para adelante con un ritmo poderoso.

Argelia se inclinó hacia mi para besarme en la boca. Mi primer beso en la boca. Sabía a mi, sabía a su saliva, sabía a un dulce sutil del lubricante. Nos besamos como si del contacto labial dependiera nuestra respiración, mientras las lenguas reñían como boas enemigas. Nos separamos un poco porque Argelia quería voltear hacia el espejo para ver como era empalada su carne. Su vulva hacía un arillo bellísimo y mi verga parecía hecha de caoba, dura, labrada, sensual, doblándose un poco al entrar. Luego siguió sentada Graciela, pero de cara al espejo. "Qué verga tan rica tienes" dijo, y con ello despertó una animalidad para mí desconocida, nacida de tener que demostrar que estaba en lo correcto. Me alcé un poco y la empiné, poniéndola en cuatro patas y con cara al espejo. Su culo se veía tan hermoso que me incliné a besárselo más, mucho más, con más intensidad. Sabía más a mi, más a ella. Me coloqué nuevamente detrás de ella y enfilando la punta de mi miembro la comencé a penetrar de nuevo. Su culo amplio, ideal, comenzó a ser penetrado con mucho ímpetu, y a cada golpe de mi pelvis sus nalgas temblaban. Comenzó ella a dar de gemidos muy dulces, diciendo que si. Yo, hipnotizado por los pocitos que se le hacían encima de la cadera cuidé de colocar en ellos mis pulgares, para con el resto de la mano sujetar las caderas para acompasar mi embiste con un violento atraer de sus caderas. Cada metida era el choque de las olas del mar con un acantilado duro y majestuoso. Estaba fascinado no sólo de penetrarla, sino absorbido por como se veía tal hecho. Era tan salvaje, tan crudo, pero tan fuerte y tan real, que pensé que la naturaleza toda consistía en este simple acto. Ella, tal vez sorprendida de verme tan absorto en ver el entronque de nuestros sexos, me preguntó: "¿Qué pasa?". "Te ves preciosa –contesté- Se te hacen unos pocitos deliciosos sobre las caderas". Ella bajó su torso para verlos, y ahí aparecieron, frente al espejo, los dos hoyuelos. Arremetí más fuerte para que viera cómo temblaba toda su carne y cómo se veían mis manos atrapando sus nalgas y penetrando su piel. Ella se veía divina con el torso completamente pegado al colchón para ver bien la escena, con su cabeza algo torcida.

Alzó su cuerpo mientras yo seguía penetrándola, ella volvió la cabeza para besarme en la boca. Nos comimos la lengua y mis manos seguían aprisionando sus nalgas. Solté su nalga izquierda para tocarle su pecho izquierdo, y ella gimió con más fuerza. Comenzó a llorar, y pese a ello, su risa me decía que no sufría. Le limpié las lágrimas con la mano que tenís libre, misma que ella comenzó a besar como si yo fuese un pontífice de algo, con respeto casi infantil, contrastante con lo que le estaba yo haciendo en las caderas. Sin embargo ese beso de monaguilla se tornó en un acto de engullir mis dedos, justo como si fuesen mi propia verga, sólo que aquí ella podía meter la lengua entre mis dedos, pero siempre siguiendo el impulso de mamar mi mano fálica. El verla comiéndome con tanta ansiedad la mano e imaginarme que era mi propia verga lo que ella comía, sumado a la sensación de sus dientes en mis dedos y a un gritito en que ella decía "¡Me vengo, me vengo!", y aderezado con que al comenzar a tener su orgasmo se sacara de la vagina mi verga para colocársela en los labios exteriores de su sexo que besaban por su parte superior el mío, más su mano que apretaba mi falo contra sus labios horizontales, provocaron que yo mismo comenzara a derramarme de una manera tan violenta que poco me importó el grito que lancé, pese a que la habitación era tan pequeña y había más gente en la casa, lo cierto es que la fuerza del universo se escapó por la rendija más pequeña, la de mi pene, manando tanta leche que le mojé a Argelia hasta el antebrazo, sin contar la enorme gota que fue a dar al espejo que atento nos miraba.

Ella se llevó la mano con semen a sus pechos y los impregnó de mi semilla. Luego se llevó esa mano a la boca. Se volteó hacia mi y fue en busca de mi boca. Yo desde luego la besé. Nos quedamos esa noche mirando el techo durante más horas, fumando más.

Así transcurrieron los meses, cada día me aparecía menos en las aulas de la escuela, convencido por mis compañeros de que al estar dentro de la casa de estudiantes no era necesario estudiar, que bastaba con que los maestros supieran que estaba en este lugar y listo. Efectivamente, de rato ya no me paraba en la escuela y sin embargo tenía la mayoría de las materias acreditadas. No me gustaba que fuesen muy llevaditos con Argelia, quien cuidaba de poner en su lugar a los compañeros. A mi no me importaba su pasado.

Fue entonces que comencé a advertir situaciones un tanto extrañas. El líder de la Emiliano Zapata se aparecía muy de vez en cuando, y cuando lo hacía me miraba con recelo, como si no le gustara nadita que Argelia quisiera estar todo el tiempo conmigo. Cuando visitaba la Casa de Estudiantes, casi siempre hablaba en un lenguaje que yo no entendía: Represión policial, mal gobierno, conservadores, violación a derechos humanos. Lo cierto es que siempre nos metía en la cabeza que éramos unos pocos pero con una causa muy importante, que el país caería en manos de ladrones si no manifestábamos nuestros derechos y los del pueblo. Casi siempre nos convocaba a un mitin o a alguna manifestación, y nosotros en apoyo acudíamos. Al principio yo trabajaba, porque me gustaba llevar a Argelia a comer fuera o al cine, pero un día el líder, de nombre Jan, me dijo: "No pierdas tu tiempo en ese trabajo de esclavos. Prefiero darte yo dinero a que trabajes donde lo haces. Hay capital norteamericano detrás de esa empresa y ello puede dañar tus convicciones revolucionarias". Yo no sabía que estuviéramos en una revolución, pues no veía yo balazos, o muertes, o guerra, sin embargo no me quejé porque por no hacer hada me pagaban el doble de lo que me pagaban en la empresa. Eso sí, bastaba con que asistiera a todos los eventos que nos convocaban y listo.

Jan no me reconoció nunca, hasta aquel día en que gané relativa celebridad por introducir en la vida revolucionaria un invento que en realidad no era invención mía, sino de mi pueblo, un invento al que llamamos: El terrón. En mi pueblo, lugar campesino, los niños jugábamos con montículos de tierra roja que guardábamos en telillas que daba el maíz. Esas telillas terminaban por disolverse dejando pelotas de tierra roja que eran duras como para lanzarse pero blandas para desintegrarse al golpear el objetivo que fuese. Estos terrones provocaban mucha diversión entre los niños. Un día que fui a mi pueblo, vi que un primito mío había cultivado media docena de terrones. Me dio tanta nostalgia que se los compré. La verdad es que esta maravilla de la tecnología debía conocerla Argelia. Era pan de cada día manifestarnos en contra de algo y pintar con aerosol las paredes, o con chapopote, que es más molesto de quitar que la pintura. Se prohibía hacer daño a los bienes, salvo que ese fuera el plan, sin embargo, estos terrones eran como piedras, en lo ofensivo, pero incapaces de romper nada.

Aquella tarde se nos había convocado para hacer acto de presencia en un evento que daría el Presidente Municipal, en el que iba a jugarles el dedo en la boca a unos comerciantes ambulantes que querían reubicar del centro de la ciudad a un mercado establecido pero lejano, so pretexto de mejorar su nivel de vida. La consigna era gritar: "Mentirosos. No nos moveremos. Mentirosos. No nos moveremos " sin cesar. Lo hicimos, sin embargo, el Presidente Municipal comenzó a perder el control y a gritar que nosotros, los estudiantes, no nos metiéramos, que no era asunto nuestro, y cometió el error de arrojarle de manera despectiva una goma de mascar a uno de nuestros compañeros. Desobedeciendo las indicaciones de no lanzar nada, y confiado en que tenía un hermoso terrón en un bolso que llevaba, decidí darle comedia al mitin. Apunté y lancé el terrón. Dio en el blanco, que fue, la mismísima boca del Presidente Municipal, quien pasó del grito al tosido de manera instantánea, de tener la boca llena de autoridad a tenerla llena de mierda roja. Fue tan patético verlo que Argelia y yo no paramos de reír pese a que tuvimos que huir cuando empezó la policía a aventar gases a los comerciantes. El mitin fue todo un éxito porque ante la prensa el Presidente Municipal quedó como un intolerante y violento representante del gobierno corrupto y ratero. En sesión privada, Jan me reconoció ante los demás compañeros mi valor, y dijo: "Te admiro Pépe. Se necesitan tener tamaños cojones para hacer algo así. Argelia me miró con picardía, ella sí que sabía el tipo de cojones que yo tenía. Esa noche, con mi boleta de calificaciones acreditada con un 95 uniforme, con la cartera nutrida de una relativa riqueza, muy colocado bajo una nube de marihuana, enclavado hasta el fondo del culo de Argelia mientras ella con su garra de halcón sujetaba mis elogiados testículos, no podía estar más lejos de titularme en la carrera que sea, nunca estuve más lejos de considerarme estudiante, pues esta vida, la otra vida, me gustaba. Apenas comenzaría mi travesía hacia descubrir mi verdadera vocación.

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