Stag life Body Love (1977)

La serie Stag Life es un conjunto de reseñas que detallan el contenido de Memento, una memoria multimedia de lo más significativo del porno del siglo XX. Se relaciona con con la serie "Vintage" y "La Vie en Porn".

Título: Body Love (1977)

Dirige: Lasse Braun (aparece como Larry Brown en el original)

Título Región 4: Amor en el Cuerpo

Performancers:

Catherine Ringer en el papel de Martine, la bailarina adolescente (en créditos aparece como Lolita da Nova)

Gwenda Farnel en el papel de Glenda, esposa del Barón y madrastra de Martine (en créditos aparece como Glenda Farrel)

Gilda Arancio en el papel de Gilda, la amante de Martine.

Gemma Gimenez en el papel de Nana, la esclava sexual de Martine.

Chantal Virapin como invitada anónima en la fiesta.

Cristel Lauris como invitada anónima en la fiesta (en créditos aparece como Christine Louis)

Evelyne Manta como invitada anónima en la fiesta.

Frederique Souchier como invitada anónima en la fiesta.

Micky Love como invitada anónima en la fiesta (en créditos aparece como Michele d'Agro)

Jacques Gateau, el reportero garañón (en créditos aparece como Jack Gatteau).

Jean Gerard Sorlin en el papel de El Barón.

Louison Boutin en el papel de Bill

Benoit Archenoul en el papel de Ben (en créditos aparece como Raymond Ximay)

Tony Morena como El Tío.

Carmelo Petix en su papel de un sujeto.

Bent Rohweder como invitado anónima en la fiesta.

Carlo Manuguerra como invitado anónima en la fiesta.

Hans Sonntag como invitado anónima en la fiesta.

Jean-Claude Baboulin como invitado anónima en la fiesta.

Mike Lennart como invitado anónima en la fiesta.

Empleado del mes:

Catherine Ringer.

Reseña:

Cualquiera que haya visto Suspiria (1977) de Dario Argento podrá constatar que no hay nada como el Eastmancolor para reproducir en pantalla colores opulentes como el del rubor de la piel, el carmín de una boca pintada, o el rojo de un borbotón de sangre. En Eastmancolor el rojo es incendiario, y el azul frío como una daga. Este sistema de filmación en color, que era una alternativa más económica que el Technicolor o el Metrocolor, fue muy utilizado en países con omnipresentes limitaciones económicas al momento de filmar (México, Italia). Con Eastmancolor se podía obtener una producción barata y rebosante de color donde el riesgo no era la falta de matices, sino el exceso de ellos.

En Francia surgieron entre 1977 y 1981 obras muy interesantes de directores como Gerard Kikoine o Lasse Braun que encontraron en la paleta de colores del Eastmancolor su medio ideal de expresión. Algunas de estas cintas francesas no tienen mucho mérito fílmico y sin embargo resultan igualmente entrañables sólo por rodarse en orgásmicos colores; figuras como Marilyn Jess nunca lucieron tan bien como en estas cintas (las películas que filmó en América con más recursos de producción y mejores técnicas de coloración son infinitamente inferiores) y el secreto está en el color.

Es en esta era, con este sistema de filmación, que surge Body Love. Al igual que Suspiria, de la cual puedes quejarte de sus artificios y chapuzas argumentales pero no puedes negar que la realización es impecable, Body Love cuenta con sólo cuatro escenas sexuales y sin embargo no pierde efectividad.

La cinta comienza con el ensayo de una bailarina, interpretada por la multifacética Catherine Ringer. Se le ve desenvuelta, pues sí es bailarina auténtica. No es una pornstar y sin embargo es la estrella de la película. Quizá al final del filme se llegue a la convicción de que hay otras chicas sexualmente más talentosas que debieron tener este protagónico, pero lo cierto es que el mérito de tenerla en este film es que se apuesta a sí misma (aunque todas lo hacen, ésta se apuesta a ganar), colocando sobre la mesa su espíritu cambiante.

Catherine Ringer nació el 18 de octubre de 1957, en Suresnes, Francia; es decir, al filmar Body Love tenía 20 años. Yo al menos no conozco de entre mis vecinas a alguna de veinte que a esa edad ande filmando pornografía y, a reserva de pensar si ello es o no admirable, en el caso de Ringer se puede ver que su paso por el porno fue sólo una de las variantes artísticas que ha desarrollado. Cantante, músico, escritora de canciones, actriz, bailarina, coreógrafa, todo se cuece en ella: en 1976 ya tenía papeles en producciones de danza de Michael Lonsdale, en 1976 participa en la cinta porno La Fessée, y después en Body Love; en 1979 conoce a Fred Chichin y junto a él coinventa el grupo musical que le dará su mayor fama, Les Rita Mitsouko, ocupando el puesto de cantante principal (a la muerte de Chichin, en noviembre de 2007, ella quedó –a sus 50 años- como líder de la banda). Por tanto, lo que vemos en pantalla es una artista que lo sería aun si no hubiese incursionado en el porno y no puede ocultar su pluralidad, es como ver cogiendo a Yoko Ono, de ahí ese aire mamoncillo de su rostro.

Como decía, Body Love comienza con Martine (Catherine Ringer) mejorando su técnica de ballet en una barra fija, lleva un leotardo y unos mallones, coloca su pierna sobre la barra y hace las torsiones de rigor. La cámara es tan honesta que muestra el vello púbico que no alcanza a ocultar el leotardo. Se asoma por la ventana y observa cómo su madrastra (Gwenda Farnel), la cual al parecer no sabe manejar, sale de casa y toma el coche. Su padre, el Barón (Jean Gerard Sorlin), le da una perorata en la que le indica que se vista porque tendrán visitas más tarde.

La madrastra se dirige a un lugar al que nunca ha ido, tan esa así que se tiene que basar en un mapa. Lleva puesto un traje sastre de poliéster rojo que daña la pupila, y ajado en su cabello rubio porta también unos lentes enormes, rojos y horribles. Al parecer es su marido, el Barón, quien le ha indicado que vaya a una casa perdida junto a la carretera, pues ahí le depara una sorpresa.

Se adentra en la casa y descubre que no está amueblada. Dentro hay dos albañiles (hombres ordinarios, les dice ella) que la empiezan a magrear. Poco a poco la comienzan a desvestir y le toquetean su par de tetas, al parecer, prematuramente neumáticas. Entre jadeos se resiste, y la escena se corta sólo para ser retomada instantes después que Farnel entra a su casa, va desnuda, tal como si luego de la violación los hombres ordinarios fuesen tan mala leche de enviarla de regreso desnuda. También va empapada, aunque hace un solazo afuera. El Barón toca el piano y le pide que le cuente lo que le pasó, y ella comienza a relatar lo sucedido. Los tipos la desvistieron, la obligaron a que les mamara la verga al unísono, uno de ellos le dio por el culo, y así. Su relato es clarificador, con la magia del Eastmancolor ella luce radiante y cada poro figura con nitidez; las vergas de los albañiles, al igual que otras extensiones de piel, son representadas en un color sonrosado haciéndolas parecer un par de lechones gordos con cara de glande. Es tan tierno el rosa, pero tan procaz la imagen del par de vergas y del coño, que genera sentimientos encontrados.

A estas alturas el espectador ya habría notado que la música no es convencional, y no puede serlo porque la banda sonora para esta película corrió a cargo de Klaus Shuzle, el prestigiado tecladista de rock progresivo especializado en crear sonidos inquietantes. Así como suena la sangre dentro de las venas durante el acto sexual, así suena su música, vital y electrizante. Los efectos sonoros no se reducen a la música, pues la película es, encima, muy auditiva: cuando Martine observa cómo se marcha su madrastra desde detrás de un ventanal, se escucha el canto de un pajarillo, cuando entrena sobre la duela, la madera cruje, y así, pequeños sonidos van vistiendo el silencio dando la sensación de que uno está más cerca de lo que se supone.

Aparece entonces Martine parada en las tejas de un techo que al parecer yace sobre el suelo, es decir, tiene forma de techo pero está al ras de la tierra. Aparece Gilda (Gilda Arancio) una amante de Martine. Comienzan a disfrutarse ahí para luego ir a una especie de tapanco donde improvisan un encuentro lésbico que nada tiene de aburrido (tíldeseme de maricón si se desea, pero a menudo a mí, en lo personal, me aburren los encuentros sáficos, sobre todo cuando la pasión es tan fingidamente evidente que cansa), los detalles son extremadamente femeninos y fuertes, encuadres de un zapato al viento, planos completos donde se ven figuras casi acrobáticas de Gilda con sus piernas abiertas sobre una hamaca mientras un gato negro se relame debajo de ella, son encantadores; las mamadas de coño son tan convincentes que incluso me atrevo a sugerir que la predilección personal de Ringer (la actriz) más que de Martine (el personaje) son las mujeres. La escena es bella, por donde se le vea, y la música alucinante.

Luego llegan a la casa los invitados, en especial un reportero (Jacques Gateau) que acude a entrevistar a la madrastra de Martine. En el comedor, Martine intenta lucir bien portada, y casi lo logra puesto que va peinada con un par de trenzas que son desde siempre el sello patentado de lo que una lolita debe ser. Por azares del mundo porno, le asignan a Martine la tarea de acompañar al reportero a recorrer la casa. Martine lo lleva a una casa rodante que la familia (o ella) tiene en el patio trasero de la inmensa mansión.

Quien haya visto Pulp Fiction de Quentin Tarantino, recordará que en un sótano tenían encerrado a un lelo, es decir, un gorilón vestido a la moda sadomaso cuyo cautiverio sólo puede comprenderse atendiendo a razones sexuales. Pues bueno, Martine también tiene una lela dentro de la casa rodante del traspatio, y no es gorilona ni viste de manera alguna, sino que es preciosa, cárnica, cachonda, y cuyo cautiverio misterioso sólo puede obedecer, y de hecho obedece, a razones sexuales. Martine la tiene ahí para su disfrute, como si de una mascota se tratara, lo cual lo hace a uno fantasear en cómo sería tener una mascota así de buena y dispuesta a satisfacerte cuando lo deseases. Es una forma distinta de dominación la que se ve en esa escena. Martine se observa turbia y de sexualidad retorcida, es la más joven ahí, sin embargo el reportero maduro luce ingenuo a su lado y no puede sino sorprenderse de los secretos que depara esa chica de veinte años y trenzas. La mirada de Martine es rapaz, como si la vida o la muerte de su esclava dependiera de su impredecible voluntad, mientras que la mirada del reportero es lasciva y desesperada.

El palo que se avienta el reportero con Nana, la esclava uruguaya de Martine, es intenso y excitante. Da calor y da claustrofobia, dos cosas que de ordinario incomodan pero que en este contexto resultan adorables.

Luego se da paso a la escena más larga y climax de la cinta. En la inmensa sala de la casa están los padres de Martine y además una gran cantidad de invitados. Martine deambula en medio de ellos como si estuviera perdida en una exposición de estatuas de hielo. Poco a poco los asistentes van cobrando vitalidad y se sumergen en una orgía en la cual Martine se entregará desinhibidamente a hombres y mujeres por igual.

La música de Klaus Shulze confiere a todo un toque cósmico, y los gemidos son como voces que se pierden en un río sonoro que se agolpa en los oídos y en los ojos. Algunos de los participantes no van desnudos del todo, unos llevan pequeños pareos, otros collares, y Martine sus mallas para no enfriarse las piernas.

Al final todos yacen exhaustos, y Martine, que ha vuelto a su incorruptible frescura, se marcha de ahí ejecutando un reflejo simbólico que mucho tiene qué ver con Catherine Ringer más que con el personaje que se extingue a cada paso que ella da, justo como si dijera que ha estado ahí pero no les perteneció nunca; justo como un ave que puede sumergirse en cualquier ciénaga sin realmente mancharse; es ella de paso, dejando tras de sí el eco de sí misma; dejando bien en claro que chicas como ella no pueden ser juzgadas a la ligera, y que ser artista es en parte eso.

Memorabilia:

La escena en la que Martine y el reportero se saborean, cada uno a su estilo, el dulce cuerpo de Nana.

El reportero tiene como cuarenta y tantos años, Catherine Ringer parece tener miles.

Calificación: 5 Chiles.