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Arakarina (05: La fundación de Atenas)

en Grandes Series

ARAKARINA V

LA FUNDACIÓN DE ATENAS

LA FUNDACIÓN DE ATENAS

I

Por aquel entonces Julio Mendizábal tendría treinta y un años y no se había sentido mejor en mucho tiempo. Siempre había sido muy académico y estudioso. Sus viajes a París, Londres, Nueva York le habían formado un criterio exquisito respecto del arte, y su innata curiosidad por ver las nuevas vertientes de la plástica mundial lo convertían de tajo en una eminencia cultural de la localidad, de manera que no existía evento, presentación o exposición a la cual no lo invitaran, pues su presencia podía definir el éxito o fracaso de un artista. Por ello, cuando se anunció que Julio Mendizábal abriría su propia galería de arte, donde él personalmente se preocuparía por traer a los artistas de vanguardia, de polémica, de moda, el público ya podía imaginar el triunfo tan predecible que iba a tener.

Julio en realidad nunca había padecido dificultades, hijo ejemplar de padres ejemplares y encima ricos, era bien recibido dondequiera. Pero no hay que creer que él era el resultado de un sobre proteccionismo paternal, pues eso sería injusto, si bien es cierto mucho tenía que ver el abolengo que lo respaldaba, él por sí mismo se había granjeado mucho del afecto que la gente le tenía. Veamos sus cualidades: Su charla era deliciosa de escuchar, siempre pausada y concisa, con un semblante lleno de atención, su mirada limpia y su apariencia siempre impecable, además era diplomático en la justa medida en que no ofende, encima siempre parecía dispuesto a reír de buena gana y enriquecer las pláticas, era caballeroso y prudente.

El día en que se inauguró la Galería Atenas se celebró un interesante cóctel al que fue mucha gente, y sólo en el primer día logró recabar una venta de $ 330 mil pesos, lo cual no deja de ser una cifra plausible, su sonrisa fue toda victoria.

Los días siguientes tuvieron mucho menor furor, sin embargo gente iba y venía a todas horas a su galería, la cual dentro de poco fue considerada como un museo más de la ciudad. En realidad el logro de Atenas fue mucho más allá del dinero, pues dentro de poco la galería controlaba el enfoque cultural de la orbe, y lo que es peor, de manera involuntaria. Por un tiempo, muchos opinaron que Julio no tardaría en sentirse dueño de la cultura y convertirse en un pedante, sin embargo, imaginaban mal.

II

Un día como tantos entró la Sra. Imelda Monteverde a la galería. La Sra. Monteverde era una vieja que se aferraba a la vida sujetándose de los cabellos del arte. En realidad no era muy grande, tendría unos cincuenta y tantos años, pero su vejez no estaba en su edad, sino en su intragable carácter, histérica habitual desde que su marido había muerto en un avionazo, vivía en un mundo pictórico e irreal. Su fortuna le permitía gastar sumas considerables en arte, o en lo que el arte daba, pues era lo suficientemente torpe como para degustar muchos de los cuadros que adquiría, sin embargo, gozaba de la adulación que la gente le prestaba, sobretodo en las subastas, en las cuales era indefectiblemente rodeada de alcahuetes que trabajaban para las propias galerías de arte, los cuales la motivaban a comprar y comprar y comprar cosas sin valor ni buen gusto a unos precios de suicidio, ¿Acaso nunca se dio cuenta que cuando más gastó estaba rodeada de la misma gente?, probablemente, pero de ser así se reiría pensando en los pobres miserables que se dedican a semejante idiotez, siendo que ella estaba en una atmósfera artística que iba mucho más allá que todo nivel económico.

Desde luego que Julio sabía quién era la Sra. Monteverde, sabía el excelente cliente que era, además, para él todos estaban locos, por lo tanto, su visita a la galería era siempre bienvenida. - ¿No gusta quedarse un momento más señora?- dijo Julio. - Es usted muy amable, pero en realidad vengo a invitarle a mi casa, donde además de probar el mejor café de la ciudad, tendrá el privilegio de ser el primero en ver mi galería privada, sirve que me da su opinión- La Señora sonó tan convincente como convincente sería la esposa del señor feudal en su territorio, e igual de presumida. - Lo que acabo de oír es un compromiso, usted diga la fecha y la hora- dijo Julio con verdadera curiosidad de conocer esa gallería, perdón, galería.

III

Los lacayos se apresuraron a abrir las rejas que custodiaban la mansión de la Sra. Monteverde. Quedaba tan cerca de la galería y sin embargo nunca en su vida la había visitado, cosa que no es rara, pues visitar a la señora era estar predispuesto a oír desvaríos durante horas. Julio no lo advirtió, pero en una de las ventanas superiores había una cabeza espía que no perdía detalle de sus movimientos.

Se abrieron también las puertas de la mansión, las cuales eran de por sí el colmo de lo barroco, y al otro lado de éstas apareció la figura de la Sra. Monteverde, con un vestido tan en extremo barroco que hacia quedar a la puerta como un mal chiste mal contado. El peinado que llevaba era lógicamente muy alto y tieso, su maquillaje perfectamente detallado pero perteneciente a otro tiempo que no es el nuestro.

- Pase, está usted en su casa- Dijo la señora totalmente segura de su territorio, conduciéndose como una soberana, mientras Julio tenía la sensación de ir detrás de la reina de corazones de la película de "Alicia en el País de las Maravillas".

Por fin bajaron a la galería privada de la que hablaba la señora, constituida por un inmenso sótano, perfectamente bien iluminado, espacioso, agradable, silencioso. Los cuadros pendían colgados de cabeza, excepto uno que permanecía en el fondo. Este era de un fondo color hueso que subliminalmente escondía una voraz escena erótica, de eso se dio cuenta Julio en ese instante, pues auny cuando fue él quien le había vendido ese cuadro, nunca lo había sometido a tal iluminación, ahora parecía verse claro a un hombre corpulento sujetando las caderas de una mujer, penetrándola seguramente con violencia, y la mujer con una mirada de éxtasis soberbiamente representada, con la boca tan abierta y temblorosa que sólo faltaba escuchar el grito seco que emitía, la mujer tenía en cada una de sus amplias nalgas un tatuaje de ave y serpiente circulares, y el cuerpo del hombre estaba detallado con tal maestría que podría uno imaginar las dimensiones y forma de su falo a pesar de que éste estaba enteramente sumido en la vulva de la mujer.

Julio quedó sorprendido, de haber advertido en su galería ese pequeño gran detalle seguramente no le hubiera vendido esa obra a la Sra. Monteverde, o cuando menos no se la hubiera vendido tan barata. Lo gracioso era que la señora se sentía prendada por aquel paisaje íntimo sin saber por qué, es decir, ella no había descubierto aún la escena sexual que contenía, para ella era un fondo color hueso con cinco manchones de color sangre que cortaban de tajo la aparente serenidad del fondo, formando dos manchas horizontales y gruesas en la parte superior, dos muy juntas y en diagonal encontrada en el centro, y una vertical más grande e irregular que las otras, que en conjunto formaban un rostro gritando, y de más lejos podía verse una cruz.

- ¿Por qué poner invertidos el resto de los cuadros?- Preguntó Julio.

- Le va a sonar extraño oír esto de una coleccionista como yo, pero esta obra es la única que me hace sentir una extraña nostalgia por mi marido, me lo evoca, no sé por qué, igual y no sólo se trata de una cuestión sentimental, la firmeza del color, la vida de los colores, todo se me hace muy superior y distinto del resto de los cuadros que he adquirido, por eso merece que los demás le hagan reverencia. A propósito, ¿Cómo puedo localizar más obra de este autor?, ¿Es novel?.- Julio, sin dejar de sonreír complacido reviró a la firma del autor, y se dijo que qué torpe había sido, casi quince minutos admirando el cuadro y no había reparado en el autor. - No se preocupe, le conseguiré más- su sonrisa amainó un poco, pero no lo suficiente para que la señora lo percibiera, "Maldita firma, porque no se acostumbraran a firmar con su nombre" pensó, y la verdad era que la firma era una especie de hombrecillos rupestres que no daban ninguna pista del creador, encima se puso a hacer una retrospectiva del origen de esta obra.

Si bien es cierto que casi todas las adquisiciones de la galería surgían de proveedores perfectamente identificables, no exceptuaba esto que se realizaran compras a coleccionistas particulares en desgracia económica, a los cuales se les compraba parte de su colección por unas cantidades irrisorias. El inconveniente de tales compras es que uno no conoce la identidad de tales personas, no se les pregunta para no entrar en pormenores de que tengan que explicar sus deudas y los motivos de que estén rematando sus propiedades y hacer hincapié en su desgracia. Sencillamente no se les vuelve a ver.

- Me daría tanto gusto que lo hiciera, le compraría sin chistar, bueno es un decir, yo nunca chisto- .

- Déjelo en mis manos- dijo sin dejar de esgrimir esa sonrisa nerviosa. Entonces recordó a quién le había comprado aquel cuadro, era un tipo de mirada enferma, llevaba lentes oscuros, era calvo, con saco de piel negra, con anillos de mujeres desnudas, de camisa blanca, un pervertido seguramente, ¿Dónde diablos lo localizaría?, Aun así, él sabría el autor, alguien debiera saber. Por si o por no Julio grabó como en un microfilm aquellos trazos, el fondo, por el que sintió coraje o tal vez envidia, y sobre todo, la firma.

IV

En efecto, el café era el más rico de toda la ciudad, su sabor no despertaba la más mínima sospecha de la existencia del agua, como si los granos mismos de café hubieran cambiado de estado físico, del sólido al líquido, era en sí una caricia al gusto. Tan grato era el sabor que no le importó a Julio escuchar toda la serie de sandeces que había comenzado ya a decir la señora Monteverde, tan es así que durante el rato que estuvo ahí solicito rellenar tres veces su taza de porcelana china, de pésimo gusto, pero fina.

El procedimiento ritual del café era bien sencillo. La señora alzaba sus manos y de una portezuela que conectaba seguramente a la cocina emergía una muchacha de piel blanca, de labios delgados y rojos, de los cuales el inferior hacía un efecto de estar a punto de explotar y dejar caer cerezas al suelo, de nariz recta, de amplios ojos avellana y mirada de buena chica, algo robusta y envuelta en un vestido que le cubría de los talones a tres y medio centímetros encima de las clavículas, en fin, sólo le faltaba el velo para ser la imagen de la castración de la mujer musulmana. Tal atavío no impidió que Julio observara como le temblaban los pechitos al agacharse, ni lo firmes que se veían sus caderas al caminar con esa gracia propia de las muchachas que han estudiado danza en algún momento de su vida y luego la han dejado. Tendría acaso unos dieciocho o diecinueve años, en concreto menos de veinte, y no parecía una sirvienta. La chica caminaba como en sueños y llenaba las tazas, luego daba un giro discreto y se retiraba. Sólo se dignó mirar a los ojos a Julio en la última ocasión que sirvió. Ante su mirada los ojos de Julio retrocedieron, sintiendo un escalofrío tremendo.

- Deberá probar las galletas- Dijo la ama de la casa.

Alzó las manos y aplaudió, salió la muchacha, y todo era perfección hasta que ésta tropezó con un reborde de la alfombra y cayó al suelo acompañada de una constelación de galletas. La señora se paró histérica como si se tratara de tal cosa y se abalanzó como un mandril sobre la muchacha, y comenzó a decirle una serie de improperios, recordándole lo torpe, inútil y lerda que era. Julio intervino más por hastío que por verdadera compasión en su favor, retirándole de encima a la señora, que temblaba de cólera, haciéndole ver que no era para tanto.

Julio adquirió en ese instante una antipatía total por la Sra. Monteverde y una simpatía inmediata por la sirvienta, y le vino a la mente la idea automática de marcharse, no sin antes hablar con la chica y proponerle que cambiara de patrón, ofreciéndole no sólo un mejor sueldo, sino un trato más digno, y lo hubiera hecho a no ser por la Sra. Monteverde que empezó, luego de llevarse las manos gordas al pecho y abdomen, a interpretar un supuesto ataque de no se qué. Julio la recostó, y ella prosiguió jadeando y diciendo cosas.

Quedo ella medio dormida por quince minutos, en los cuales no salió ningún sirviente ni nadie. Estaba solo, atento a si la vieja reaccionaba o no, por otro lado iba a ser ridículo que comenzara a gritar por ayuda, pues si ella era así con todos, era bien claro que nadie acudiría. La sostuvo en sus brazos, en silencio.

Divagaba "A esta mujer lo que le hace falta es un buen amante, por lo visto en el cuadro su esposo era la horma de su cadera, pobre chica, y tan guapa. Vieja engreída, ¿Es este el prototipo de la gente culturalmente respetable?, Que basura". Se escuchó un tosido y la señora volvió en sí, y bajo una cortina de llanto dijo - No sé a dónde voy a llegar, yo lo único que quería era hacerle pasar una tarde espléndida, pero ya ve- La señora no parecía tener la más mínima prisa de levantarse de los brazos de Julio, quien por un momento pareció perdonarla, pues era una niña de nuevo, algo crecida, pero una niña, - Ya ni me dio ninguna recomendación de la galería que hay en mi sótano- . Esto le pareció una idiotez a Julio, pues lo que quería era que se largara de sus brazos y lo dejara largarse a él a su casa, y se sintió adolescente torpe por estar siguiéndole el juego. La alzó en clara seña de que se sentara y le decía - A lo mucho tendrá que considerar que su sótano no guarde humedad, eso es fatal para las colecciones- terminó de sentarla. Se sacudió las rodillas de sus pantalones, los cuales tenían restos de galleta, y se preparaba para partir.

- Espere- jaló una campana - Siéntese- . De detrás de una puerta salió un camarógrafo, el cual empezó a decir "sonrían, más a la derecha, más a la izquierda, así", se acomodaron y salió el flash. La señora había sonreído para la foto como si hubiera soñado que su esposo volvía de ultratumba a provocarle un orgasmo, olvidando el incidente de las galletas, mientras que Julio había salido con la sonrisa menos creíble del siglo (La cual sería posteriormente retocada para convertirla en la más creíble del milenio). Julio esperaba todo de esa tarde, menos que la señora hubiese contratado a la prensa, el pretexto fue - Espero no le incomode, pero se aproxima la presentación en sociedad de mi galería y quisiera publicar en un diario su visita, usted sabe, como precedente. Le mandaré un ejemplar del periódico- , - No hay cuidado, lo que sí es que me tengo que retirar, tengo un compromiso de Atenas, usted sabe. Por último, disculpe, ¿La muchacha...?- , - No tenga cuidado, ya se compondrá. Su padre no sabía lo terca que iba a ser- , - ¿Conoció usted a su padre?- , la señora sonrió como una idiota y dijo - Claro que lo conocí, era mi marido, y ella fue nuestra única ...-

- Hija- dijo Julio

- Exacto, no lo detengo más-

Julio se retiró de la mansión de los Monteverde y mientras bajaba por los peldaños de la entrada principal rumiaba para sí mismo "Nunca en mi vida fui tan consciente de que en realidad soy una prostituta, el pintor, maldita firma"

V

Hacía muy poco tiempo que había comenzado a exponer escultura, en sí se había centrado en la pintura. "Que idiota" pensaba, era obvio que no podía separar esas dos ramas de la plástica.

Cierta vez estaba lidiando con un tipo loco que estaba dispuesto a romper un monolito que emulaba un pequeño y enano Dios jíbaro de la fertilidad. La pieza era más bien apócrifa pero llamativa, el precio era proporcional a ese detalle, sin embargo se presentó ese individuo alto, de cabello negro y barba puntiaguda, con un look de Boris Karlof en un extraño collage de las indumentarias utilizadas en varias de sus películas, con su mirada colérica y tendenciosa fija en los ojos diplomáticos de Julio mientras le decía que esa estatuilla le ofendía personalmente.

- La solución es quizá que usted no la vea- Interpeló Julio.

- Que tontería. Me parece que esto tiene cara de mostrador al público, y yo soy el público, y deliberadamente me hiere.

- Discúlpeme de antemano, pero...-

- No es real- Dio un manotazo y la figura rodó al suelo convirtiéndose en una serie de añicos.

- ¿Cuál era su precio?-

Julio le cobró hasta el más remoto de sus enfados.

Una vez que el sujeto se marchó no quedaba más que el rezago de una escena idiota. "Vaya fanático" masculló. Llamó a la señora de la limpieza para que juntara todo el regadero, y una vez pasado el efecto de la adrenalina comenzó a ver lo ideal de aquel incidente, pues ni en su sueño más delirante hubiera vendido esa pieza en un precio tan descabellado como en el que la vendió.

Sintió necesidad de un poco de sol para refrescar su cerebro y se salió deliberadamente a la calle, para su sorpresa andaba husmeando la galería la hija de la señora Monteverde, él retrocedió de inmediato al interior de su tienda y se acomodó rápidamente el cabello y se maldijo pues había olvidado lavarse las manos después de haber intentado estúpidamente recoger con ellas las astillas del monolito, lo que ocasionó que al intentar acomodarse el peinado frente a un espejo que estaba en el interior de la galería, el cabello quedara cubierto de una estela de polvillo, ni modo, se lanzó una mirada interesante y preparó su mejor voz.

- ¿Que le pasó a su cabello?- Preguntó la chica después de que hubieran intercambiado una serie de comentarios y disculpas.

- !Oh!, Es el polvo de una estatuilla, acabo de tener una discusión con un fanático.-

- ¿La estrelló en su cabeza?-

Julio se rió de buena gana y le dijo - Nada de eso. Sin querer me llevé las manos a la cabeza y de esa forma me llene de polvo. Creo que será necesario que me dé un baño, lástima que no tengo quien me apoye aquí, todo lo debo hacer yo mismo.- Al decir aquello había lanzado un hábil anzuelo, y para ello había puesto carita de conejito tierno de felpa.

- Eso terminará por cansarle- Dijo Helena con su tono breve, directo e infantil.

- Por favor no me llames de usted, me haces sentir demasiado ajeno.-

- Eso terminara por cansarte- Corrigió casi de inmediato.

Julio volvió a reír de buena gana, a la vez que meditó que eso era bueno, había reído un par de veces y habían sido risas sinceras. Esa chica le simpatizaba, y tal vez era momento de retomar ese plan que le surgió en la mansión de sugerirle un empleo. Por otra parte, y ya viéndolo más objetivamente, con esa pinta desarrapada, le daban ganas de afectarla de alguna manera. Tanta frescura le inspiraba deseo, ternura, duda, entusiasmo. Quiso decirle que trabajara para él, pero no quiso precipitarse, fue entonces que planeo invitarle un café y analizar sus conocimientos de arte y facilidad de palabra, haciendo que todo pareciera una charla de amigos.

Mientras duraba la entrevista él tomaba nota de los movimientos, de los tonos, de las palabras, y reconocía que se trataba fundamentalmente de un tesoro.

- Deberías pasar más seguido por aquí. Tu charla es muy interesante. Y te soy franco, busco una persona como tú para que me auxilie con las labores de esta galería. Disculpa si soy tan indiscreto, pero el uniforme que llevas no es el más apropiado para ti.

- Tienes razón. En teoría yo ya debería asistir a una universidad y no a un colegio de estos. Sin embargo así tiene que ser, mi madre creyó necesario detener mis estudios unos años, y heme aquí recuperando el tiempo perdido.

- No lo dije por el grado escolar.

Helena no mostró sentimiento alguno.

- Yo hablaré con tu madre-

 

VI

Julio estaba extenuado por el día de trabajo y a la vez estaba un poco excitado por los planes que se volcaban en su cabeza. Llegó a su apartamento y no a casa de sus padres.

En teoría vivía aún con sus padres, algo un tanto alarmante si se considera la edad que tenía, pero por otra parte no tenía una justificante real para no vivir fuera de su casa paterna, y decir que ansiaba libertad traería consigo las cuestionantes ¿Libertad para hacer qué?, Seguramente todas aquellas cosas que de cierto no debería hacer, como tener sexo premarital, andar desnudo, invitar a artistas o amigos que no soportaran mucho tiempo sin darle un sorbo a su tira de cocaína, una fumada a su cigarro de marihuana o inyectarse lo que fuese. Él en lo personal no tenía esas aficiones, pero la simple seguridad de que de querer hacerlo lo podría hacer sin complejos le saturaba sus necesidades de libertad. Su existencia al fin y al cabo era más bien retraída, su fama y simpatía tenían dificultades para cruzar el umbral de la galería a su vida privada. Era popularísimo en lo cultural, solitario en su vida privada. Las mujeres que le rodeaban eran siempre señoras grandes que se refugiaban en la fortuna del marido y no tenían otro quehacer que estar haciéndose las artísticas. Era temprano y no quería llegar a casa de sus padres. Tampoco tenía qué hacer en el apartamento. Pensaba en lo lindo que sería tener en ese momento a Helena ahí, sentada en este mismo sillón, aunque fuera platicando.

Tomó el auricular del teléfono y marcó un número que parecía conocer bien, pues no requirió de consultar su agenda.

"Club Ejecutivo, buenas tardes, ¿con quién tengo el placer?"

- Cliente cinco estrellas, número 32, en Paseo de las Américas 454, interior 6.

"¿Servicio?"

- A discreción, tipo C-

Se paró del sillón colgando el teléfono. Se quitó el traje que portaba y lo sustituyó por una pijama de seda, la cual se puso directamente sobre el cuerpo. A decir verdad, la pijama de seda azul era considerablemente más fina que el traje, pero nadie comprendería eso, nadie le perdonaría que atendiese la galería en pijamas. Se rió frente a un espejo y pareciera que era otro que nada tuviera que ver con el tranquilo dueño de la galería, se miraba más palpitante, más intenso en su gesto, más holgado en cuanto a su persona.

Llenó la tina de la ducha y se puso en remojo pensando relativamente en nada, descansando. Parecía como esos aparatos que luego de que se les deja sin usar por un rato entran en un estado de ahorro de consumo de energía, en el cual permanecen apagados pero listos en entrar en acción en cuanto se les requiera. Su cuerpo estaba sumergido en la tina, dentro de la ligereza del agua, recibiendo su caricia. Su mente no pensaba, pero el subconsciente no podía frenar su proceso y de todas maneras estaba procesando ideas, de lo que le diría a la Sra. Monteverde, tendría que chantajearla con su propia vanidad y carácter presuntuoso, imaginaba también el procedimiento educativo por el que haría pasar a Helena para que ésta fuera la anfitriona perfecta, el colaborador más eficaz, su compañera en la imagen y presencia de la galería, de cuáles serían los mecanismos para que esas armas de competitividad que él le iba a enseñar no se revirtieran nunca en su perjuicio. Todo surgió como un mosaico perfecto. El mundo era indudablemente suyo. De no haber sido discreto se hubiera alzado de la tina y bañado desnudo por el departamento. Era meticulosamente feliz.

Salió de la tina y se secó el cuerpo. Se peinó y se frotó un poco el pene para parárselo, luego que estaba en el nivel que él creía era lo más hinchado que podía ponerse, se miró en los espejos del baño. No era como el de esos actores pornográficos, pero estaba duro, que era lo que contaba, además, ningún actor tenía los testículos tan grandes y pulcramente lampiños como los suyos. Parecía un matraz de cabeza torcida. "A excepción del tamaño, es realmente apuesto" pensaba. Dejó que se amilanara dando unos cuantos saltos y se volvió a poner la pijama. Esta vez se puso unas zapatillas negras de piel que apenas y si tenían suela, tan ajustadas que se dibujaban los tendones de los pies, extraordinariamente cómodas.

Colocó en el estéreo un CD de Kitaro, y al ritmo del New Age japonés se puso a danzar como si fuese un aprendiz de artes marciales, con el pantalón abultado, sintiéndose como un ninja sexual. En realidad hacía mucho que no estudiaba ninguna disciplina física, tenía inclusive una ridícula pancilla que formalmente vestido era imperceptible, pero desnudo ésta quedaba evidente. Alguna vez estudio Kung Fu, pero sus viajes de entonces no le permitían seguir rutina alguna. Lo más que pudo hacer fue inventar una especie de forma de movimientos revueltos que según él lo mantendrían en forma, y la practicaba así, danzando bajo la música de Kitaro.

Sonó el timbre. Él miró por el orificio de seguridad de la puerta y vio un perfecto espécimen del tipo C, llevaba un pantalón de mezclilla perfectamente ajustado que dejaba en perfecta exposición un culazo amplio seguido de unas piernas de atleta, y encima una cintura increíble que se dispersaba como el cono del Nilo y desembocaba en un par de tetas aprisionadas en una blusita con vivos en rojo. El cuello era ya en sí una invitación al vampirismo y de semejante tallo brotaba una enorme flor de labios carnosos y rojos, seguidos de una minúscula nariz chatita y unos ojos gigantescos, negros y expresivos. La cabellera era negra y tupida.

Abrió la puerta y el espécimen C entró, llenando con su perfume todo el lugar, irradiando fuerza y frescura. Toda ella olía a mujer, a dulce. Perfecto espécimen C.

Los especímenes C, al igual que todo el resto del alfabeto, eran la principal materia prima del Club Ejecutivo. Uno imaginará un Spa, perfectamente acondicionado con pesas, aparatos de tensión dinámica de músculos, albercas, regaderas, baños de vapor, salas de masajes, salas de relajamiento electrónico y realidad virtual, espacios culturales formativos de una buena actitud, y lo era.

Sin embargo el Club Ejecutivo tenía una división exclusiva de los Clientes cinco estrellas, que eran aquellos que gozaban de antigüedad y dinero. Los instructores del Spa eran especialistas psicólogos que basándose en cuestionamientos eran capaces de detectar cuál de los clientes sería susceptible de ingresar al club de Clientes cinco estrellas, y de pertenecer a él con discreción.

Durante un tiempo, Julio Mendizábal fue muy adepto a realizar prácticas de gimnasio, pues al ver la cercanía de una estela de viajes a diversas partes del mundo, quería dar ese recorrido portando un excelente cuerpo. De hecho nunca forjó el atlético porte que soñaba, pero su tenacidad, su deseo de aceptación, su interés por procurarse a si mismo una vida más grata, su riqueza, y su innata pero cohibida lujuria, lo ponían en la lista de candidatos a ingresar en el selecto grupo de beneficiados de la división más caliente del gimnasio.

En uno de los entrenamientos él dejó entrever su deseo de encontrar algo de acción con chicas en la noche, y el instructor vio que era el momento adecuado para sugerir primeramente la existencia de tales clubes, y luego de encontrar la aprobación anímica del cliente, soltarle de lleno la formidable noticia, que en ese Spa había uno de esos clubes. Julio, dada su edad y su entusiasmo, ingresó de inmediato, y utilizó frecuentemente los servicios cinco estrellas. Su interés se aminoró conforme sus gastos se hacían cada vez más notorios, hasta reducir el uso de ese privilegio a aquellas ocasiones en que realmente sentía ameritarlo.

Respecto a los especímenes, eran la crema y nata de los hogares de la localidad. Los métodos de reclutamiento eran desconocidos para los clientes, así como sus responsables. En este caso el responsable se llamaba Lorena Duarte, la cual se dedicaba a la venta y distribución de cosméticos y complementos vitamínicos al estilo americano, y manejaba casi todas las líneas más famosas, Avon, Forever Life, Herbalife, Yves Rocher, Jafra etc., su impulso por llegar a obtener las gerencias, los premios, los porcentajes era tan voraz que hacía maravillas con el mercadeo, lo cual en ninguno de los casos le fue reconocido, y los millones nunca llegaron, ni los puestos, ni los porcentajes. Otro factor era la situación económica de México, la cual hacía cada vez más difícil la venta de artículos que estaban en una línea intermedia del lujo, y que desde luego no eran indispensables.

Una chica muy guapa pareció darle la pista de su triunfo.

- Te compraría pero esta vez no tengo dinero-

- No puedo creerte, con esa figura seguramente tendrías un empleo- Dijo sinceramente Lorena.

- Ya ves, casi no hay empleos. Yo creo que voy a acabar entregándome por dinero.

Lorena pareció ver muchos datos en un sólo segundo y con su mentalidad de negociante vislumbró las perspectivas, los posibles clientes, los precios, etc., a manera que no fue broma cuando dijo - ¿De veras?

La chica comenzó a ver muchos datos en un sólo segundo y con su mentalidad de sucursal de Lorena y negociante ella misma vislumbró las perspectivas, los posibles beneficios, el dinero etc., a manera que no fue broma cuando dijo - Si fuera bueno el pago y los clientes no fueran unos pobres diablos.

- Déjame ver que encuentro- Dijo mientras se despedían y se sonreían como dos perfectas cabronas. Es claro que con la descripción que hizo de la chica encontró un buen cliente, el cual pagó formidablemente. Lo que sucedió con la chica la noche de la cita es materia de otra historia, la cual no fue una historia trágica, la chica ganó en una sola noche lo que representaría cinco meses de sueldo de su anterior empleo, encima el cliente resultó ser un viudo de un trato sexual muy exquisito que le hizo ver su suerte en esa noche que ambos prolongaron con visitas gratuitas por parte de ella y cerradas con broche de oro con el matrimonio que se dio entre ambos posteriormente. Hoy tienen un hermoso hijo y seguido se escuchan copiosos alaridos provenientes de su alcoba. Los vecinos saben que no se trata de crímenes y sólo aciertan a persignarse y hacer comentarios del tipo de "Con Petrita nunca se daban escándalos de esos, tan buena que era, tan cristiana, y así le pagan el recuerdo".

El caso es que Lorena Duarte edificó su pequeño emporio, cimentándolo en las necesidades más humanas de pan y placer, hilvanando historias de orgasmos sin mayores consecuencias. Sus muchachas son ni más ni menos que las hijas del señor de enfrente, la esposa que se aburre en su casa cuando su esposo sale a trabajar, la que deja sus niños en la guardería, la que se tarda en el súper, la que va a bailar, la que va a casa de su madre, es decir, mujeres poco tradicionales que no se dedican sino esporádicamente a exprimir algún falo y con ello mejorar su nivel de vida, dándose el lujo de decir que no al cliente si así lo estiman, y de gozar de verdad si así lo quieren. Por esto la calidad de las chicas siempre era óptima, pues nunca estaban tan agotadas, y estaban ahí por una especie de necesidad física y económica. El problema de los clientes indeseables lo solucionó al asociarse con el Spa, que aseguraba gente de buen gusto, de dinero, interesados en su salud, atléticos en algunos casos.

Las clases del servicio cinco estrellas eran un tanto racistas. La clase A era la típica muchacha americana, rubia (o teñida), alta, blanca, de grandes pechos, cintura breve y cadera redonda. La B era con las mismas características pero trigueña, la C mulata, la clase D es como la A pero bajita, y así existía un catalogo completísimo que además se podía combinar. A elegir, Rubias, Trigueñas, mulatas, una negra, una japonesa, gordas, extremadamente flacas, flacas de cadera con grandes pechos, de grandes tetas y caderas con cintura, pelirrojas, jóvenes, maduras, y un travesti, además de la compleja organización en cuanto al servicio a prestar, vagina, ano, boca, manos, pechos, axilas, con golpes, sin golpes, con fetiches, de ser así de qué tipo, sogas, dildos, máscaras, actitudes, uniformes de enfermera, colegiala, maestra, licenciada, de hombre, etc.

En fin. Lo que teníamos aquí era una clase C con toda la extensión de la palabra. Ella pasó cimbrando absolutamente todo el cuarto, con su andar de estudiante universitaria ingenua, traía incluso una mochila, lo que no exceptuaba que perteneciera a algún equipo de atletismo y se hubiera venido directamente de la cancha de voli a su apartamento previo baño en la regadera de la escuela. Se intercambiaron unas cuantas palabras pero no importan, pues la regla general era que siempre se iba a ignorar la identidad de la chica, y la del cliente ya dependía de él si quisiera revelarla para hacer el encuentro más intimo, pero no hacía falta, las chicas de Lorena sabían siempre como mejorar el presente y el porvenir.

Bailaron un rato un poco de salsa verde, verde porque era ritmo de salsa pero interpretada por un grupo de japoneses que no tienen ni idea de lo que es poner la sangre en una cacerola de frijoles en bola y luego regarla sobre la cama. Las chicas tipo C debían saber bailar desde reggae hasta zamba, pues era lo más común que los clientes bailaran desde lambada a calypso metiendo mano. Julio bailaba verde y la chica C se movía como si fuese prisionera de un espíritu santero, con un ritmo que hacía temblar de miedo al pene de Julio.

Bailando se dirigieron a la cama y Julio se acomodó para que el último jirón anunciara el orden de las cosas, él cayendo de espaldas sobre el colchón y la chica cayendo encima de él. Si fuéramos un mirón y estuviéramos desde el edificio de enfrente con un telescopio, sin perder detalle de la escena, y si nos dijeran los amigos que no tienen el ojo en el tubo que describiéramos lo que pasa diríamos "La morena lo tumbó sobre la cama y él extiende sus brazos y los pone en su nuca, la chica se lo va a comer, es ella quien se lo va a cojer a él, pobre tipo feliz". en realidad era Julio quien había acomodado el baile para que las cosas se sucedieran así, él cayendo y la chica acosándolo. La mulata, que obviamente sabía lo que hacía, entendió el mensaje y empezó a jugar a lo que los amigos del telescopio sugerían.

Julio temblaba, el sexo estaba dibujado en su mente como un artefacto con insertos de carne, monedas, poder, y las ideas no eran en este caso un ingrediente más de la relación sexual, sino que el sexo era mental para él, y la penetración resultaba en cierto modo circunstancial. Poco importa lo que hiciera físicamente, para él lo relevante era la inmensa cantidad de majaderías que se le venían a la cabeza a la hora de cojer, pues en ellas se describía a sí mismo una serie completa de dramas de poder, novelas que no se atrevería a escribir, ordenes que hacía añicos, aunque sólo dentro de su cerebro. Si las chicas del spa tuviesen la manera de conocer todo lo que Julio pensaba mientras las poseía, probablemente lo incluirían en la lista de clientes con los que no había que estar.

"Eso es, tal vez no te simpatizo, siento que sí pero tal vez no te simpatizo. No tiene nada que ver, soy yo quien elige las cosas, soy yo quien determina lo que vas a hacer morena. Fui yo, quien con mi simple llamada hizo que tú vinieras desde donde quiera que estés, seguramente vienes de la escuela, del baño de la escuela donde aún sin conocerme te bañaste para mí. ¿Qué les dijiste a tus compañeras? Que venías a mi apartamento a comerte mis huevos, seguro no se los dijiste, cómetelos, seguro te caben en esa bocota, mánchamelos de labial, es más píntamelos, juega tu lengua como lo haces, se siente tan rico. Seguro tus amigas creen que vas con el pendejo de tu novio, seguro que él te está esperando en la esquina del cine y tú sin remordimiento chupándome esta verga con tanto gusto. Me la vas a arrancar. eso es, recórrela con tu boca de arriba a abajo, me encanta verte. Es como si chuparas un cilindro de monedas y le extrajeras los centavos blanquecinos, eso, chasquea tu boca como un contador de banco, vaya que si te mereces el pago. Eso es, párate, empálate en mi cilindro de centenarios, mi fajo de billetes enrollado, sube y baja, tu me cojes a mí, pero porque yo te lo ordeno, eso, sube, mójalo, mira nada más que mata de pelos tienes, que labios los de tu coño, me van a hacer gritar. Mira como te ves con esa verga dentro de ti. Vas a llegar con tu novio toda olorosa a mi falo, toda abierta, recién cogida, con tu cara aún preciosa, con tus labios mojados e hinchados, y tu cara rebosante de gusto, con tu mirada afiebrada, y él te encontrará guapa, y tu no le dirás por qué, y sentirá ganas de meterte mano pero tú no lo dejarás, el creerá tu falsa pureza, y tus caderas se verán todas jodidas y los tipos de los camiones se te quedaran viendo el trasero, y no sabrán por qué les gusta, pero será por que intuyen que esas nalgas acabarían con un ejército. Vas a llegar a tu casa y nadie notará la diferencia, y te preguntaran si te esforzaste mucho en el voli y tu dirás que sí, pero pensarás en el voli, y el voli será la extensión de mi miembro. Gime, gime más, estás loquita por esto. Ahí te va todo ese chorro de leche para que te prepares un café, dile salud a tu novio de mi parte."

La chica C se levantó dejando a Julio tendido en la cama. Ella no sintió simpatía por él. Acaso su cuerpo percibió todas sus ideas y se limito a sentarse de arriba a abajo sobre su instrumento sin sentir mas que ese cuerpo extraño dentro de su vulva. Ella sabía que nada más podía hacer por él, que todo lo haría él mismo con una masturbación cien por ciento mental. Ella se lavaba el semen en la regadera, y él se reía como un tonto, la verdad que el poder y la lujuria lo convertían en un demonio que nunca sería visto en público, era la antitesis del tipo formal y maduro de la Galería Atenas.

- ¿Cuál es tu nombre?-

La chica pensó que en su calidad de "Cliente cinco estrellas" debería conocer las reglas, los datos de la chica siempre eran secretos, además, ¿Para qué quería saber su nombre? si durante todo el acto no la miró con familiaridad, no surgió simpatía, sopesando la calidad del servicio le mintió diciéndole un nombre al azar a la vez que volvía vestida y lista para marcharse - Mary-

- Fuiste muy profesional Mary-

- Gracias-

- No, gracias no, te voy a remunerar tu profesionalismo.-

Extendió un par de billetes de $500.00 pesos, los cuales la chica tomó.

- Ahora sí, dime gracias-

- Usted me los está dando, yo no se los pedí. Usted me agradece con ellos- dijo la muchacha cansada de la risita idiota de Julio.

- Bah! es cierto, tu pago ya estaba definido.

- Me marcho.

- Estaba definido. Yo te doy mi dinero y a cambio te meto la verga ahí donde la mete tu novio.

- Mi novio tiene una verga de verdad, y a él le permito metérmela en el corazón. No se confunda.

- Supongo que eso me saco por bocón-

- Yo quise ser paciente

- De hecho es tu trabajo. ¿Te volveré a ver?

- No. Ya no soy chica C para ti. Bye.

Si tan sólo se hubiera quedado callado. Había sido un buen orgasmo. En cambio le dejó un mal sabor de boca, y recordó la promesa que se había hecho de nunca más contratar los servicios de una prostituta, desde que por pereza de recordar las claves pidió chica clase Y, y le mandaron al Travesti, al cual por dignidad le pago, o la primera vez que lo prometió, cuando estando con una prostituta francesa se le reventó el condón y se enfureció, sin calmarse hasta que tuvo los resultados de los análisis habidos y por haber.

Decidió ser más humano. "Ganas tienes de que yo te la meta hasta el corazón, ¡idiota!" pensó.

VII

Se supone que el comentario de la chica C no debía tener mayores repercusiones. Sin embargo el hecho de meterla en un corazón era algo que escapaba de la comprensión de Julio. Dicha cuestión le había parido una obsesión en la cabeza, pues ciertamente no acertaba a indicar quien sería la mujer que le perteneciera en verdad. ¿Cuánto hubiera pagado él por saber que una chica C o de cualquier letra se refiriera a él como lo hizo esa muchacha de su novio.? Porque encima el comentario no estaba obligado, fue espontáneo.

Hubo preguntas que Julio nunca se hizo, tales como ¿Qué repercusión real y práctica tendría el hecho de que ninguna chica sintiera por él algo así en su vida? Seguramente no moriría. De hecho nada sería más común que el noventa y nueve punto lo que sea del género femenino no lo conociera siquiera y por lo tanto no lo pudiera contemplar como el hombre de su vida. Además, la titularidad de ser el hombre de la vida de una mujer se ha de repartir acaso en mil hombres, el resto sería entonces una triste mayoría, pero mayoría al fin. ¿Pero el cien por ciento? Repentinamente le parecía aterrador. "¿Soy acaso un encanto?" se preguntaba.

Era notorio que se encontraba en un nivel intermedio del encanto, pues era apuesto, tenía seguridad económica, tenía cultura. ¿Por qué entonces no ser el hombre en la vida de una mujer? Aunque ésta no fuese la mujer más brillante, ni la más rica, ni la mejor folladora, ni la que tuviera mejor sentido del humor, ni la de mirada más hechicera, ni la de pestañas más largas, ni la de tetas más firmes, ni la de voz más dulce, ni la de venas con más sangre, ni la de piernas más fuertes, ni la de culo más confortable, ni la más sabia y de mejor consejo, ni la de nombre de siete letras, ni la de cabello más sedoso, ni la que nos hace sudar en la espera y nos provoca el tiemblo entero del cuerpo, ni la del más fresco aroma, ni la que arranca el orgasmo desde la más lejana espina, en fin, aunque no fuera aquella mujer que en sueños nos visita y con un sólo beso deja nuestra alma desnuda y vulnerable.

He aquí una importancia que es conveniente subrayar. El de la impotencia. Pues en el amor parece muy indispensable ser la figura más importante, la más revolucionaria, la más deslumbrante, el primero en orden. Cualquier hombre o mujer podría soportar que su pareja le diga que antes de su llegada hubo otra persona, que ha hecho el amor con mil cuerpos, que ha vagado y encontrado a lo largo del camino un sin número de experiencias, sin embargo, por una obvia razón de supervivencia del alma, no se le puede decir que el hombre o mujer de su vida es otra, viva o muerta pero otra. Eso regularmente vuelca todo el sentimiento en una sensación de sin sentido, todo queda como una gran farsa y en algunos casos se convierte en la patética lucha del agraviado por conseguir ese título que anhela, ora por verdadero amor, ora por pura vanidad de sentirse capaz de mancillar el sagrario en que el corazón se guarda dentro de cada ser. Esta seguridad es costosa, nunca se expresa regularmente, nunca es cierta, es en sí una meta de carácter casi metafísico, es el sueño en el cual el fin y proyecto de un corazón se echa los brazos a la nuca y sonríe gozoso, seguro, fue amado, fue el instante en el que se sentó al lado de Dios y recibió un poco de la alabanza desnuda, de la fe, del amor ciego.

Esas cuestiones se convirtieron en el centro y punta de la pirámide para Julio. Desde ese día, o mejor dicho, desde esas conjeturas, sus ojos brillaron de manera distinta con relación a Helena.

- Lléname tu curriculum vitae, es sólo un requisito, mañana también vuelve- Le dijo Julio la próxima vez que la vio.

- ¿Que debo reflejar exactamente?-

- Tus estudios, tu aprendizaje, los viajes que has realizado, etc. todo lo que deba saber.-

Helena lo hizo. Claro, casi inerte. Poco importa lo que su curriculum dijera, Julio lo interpretó desde su muy particular interés de la siguiente forma:

CURRICULUM VITAE

NOMBRE: HELENA PONCE MONTEVERDE

OCUPACIÓN: ESTUDIANTE.

EXPERIENCIA: NINGUNA, HE ESTADO ENCLAUSTRADA TODA MI VIDA EN LA CASA EN QUE VIVO, NUNCA SALGO. MI CONOCIMIENTO SEXUAL NO LLEGA A FIGURA, ACASO SI SÉ QUE EXISTEN APARATOS REPRODUCTIVOS. NUNCA TUVE NOVIOS, DETESTO LOS CHICOS DE MI EDAD Y NO CONOZCO MAYORES.

EXPECTATIVAS: DESEO ENCONTRAR EN ESTE EMPLEO LA CATAPULTA DE MI DESARROLLO, INTEGRÁNDOME A LA VIDA PRODUCTIVA DE LAS RELACIONES SOCIALES Y DEL COMERCIO, APROVECHANDO LAS VENTAJAS DE LA CAPACITACIÓN CONSTANTE QUE HARÁN DE MI UNA MUJER COMPLETA.

- Quedas contratada. Verás que te convertiré en una mujer nueva, más linda, más culta, más preparada. Sé que eres lista, lo sé por tu charla. No te apenes si ves que me alegro tan en sobre manera, es que no puedo creer que llegues tú y ahora a este negocio. Es francamente increíble. Eres justo la discípula que necesito. Veo tu potencialidad, veo lo que llegarás a ser. Una dama de esas que marcan época por su buen gusto e inteligencia.-

 

VIII

Los meses pasaron de una y otra manera. Las academias de inglés, francés, modelaje y maquillaje, dicción hicieron sobre Helena una soberbia labor, al grado que con el tiempo se convirtió en otra persona muy distinta de aquella que Julio había conocido en una tarde de café. Doña Imelda estaba encantada de que su hija aprendiera tantas cosas y estimaba realmente a Julio, aunque su atmósfera benévola y su agrado no fueron suficientes para que le eliminara a Helena cargas cotidianas propias de la servidumbre. La creación del Doctor Julikenstein era como él lo había predicho, hermosa, soberbia, un ave del paraíso de exquisita belleza, y los andrajos fueron suplidos por faldas y ropa un poco más de moda, y para ocasiones especiales quedaban finos vestidos de noche, la muchacha había entrado en un capullo y se había convertido en una mariposa. El capullo era el corazón de Julio.

- Te he conseguido unas mini vacaciones. Te las mereces por el esfuerzo tan intenso que has hecho en tu aprendizaje, además, tu participación en el cóctel de inauguración de la exposición del pintor gallego fue todo un éxito, todos te miraban, principalmente yo.-

Helena se sonrojó.

- Pero qué niña, me preocupas. No te sonrojes. ¡Al grano! Tus vacaciones serán en la Ciudad de México, irás a investigar lo que sea de este pintor, Virgilio, lo que encuentres. Tendrás tres días, del martes al jueves. Investigar te tomara acaso uno de esos días, ocupa los dos siguientes en lo que te plazca. Te recomiendo el Museo Nacional de Antropología y el Centro Cultural Arte Contemporáneo.

- ¿Irás Tú?-

- Me encantaría, pero no me es posible. Pero cuando vuelvas te puedo tener una sorpresa.

IX

La sorpresa era una proposición de aventurarse a sostener una relación amorosa. ¿Suena lógico? Lo es.

Los tres días en que estuvo fuera Helena sirvieron a Julio para preparar terreno con la Sra. Monteverde, haciéndose más cercano, más integrado, mostrando preocupación por la chica. Compró un anillo que si bien es cierto no era de compromiso, mucho tenía de ello. Sintió un alivio cuando el jueves escuchó la voz tenue de Helena por el teléfono, mientras la imaginaba detalladamente, imaginaba sus ojos siempre preguntones de pestañas largas, imaginaba la ropa que vestía, y su esbelta silueta que se descomponía con esas tetas estivales y esas curvas de su cadera de ensueño. Lo que más le venía a la mente era aquella risa traviesa y breve, ese sentido precoz del humor. Recordaba la boca, roja y detallada en las estrías de los labios. Viéndolo por dónde se le viera Helena era todo un lujo.

Sería tedioso detallar el desarrollo de la relación amorosa que sostuvieron, y sólo referiremos que ambos se notaban quizá demasiado tranquilos, demasiado conformes, demasiado integrados. Todo salía a pedir de boca y Julio cada día ansiaba mas el día en que pudiera sacar definitivamente a Helena de su casa para tenerla a su lado siempre. No sólo era una compañía indispensable para Julio, quien la pensaba todo el tiempo, sino que era una herramienta valiosísima para salir adelante en muchas cuestiones.

No fue sorpresa que los padres de Julio pidieran la mano de Helena, y mucho menos lo fue que Doña Imelda aceptara, no sin antes hacer algunas aclaraciones de lo mucho que le había costado educarla y el gusto de que fuera Julio aquel que la pidió en matrimonio, pues esa educación seguramente continuaría.

Fijaron la fecha de la boda y se organizaron un sinnúmero de detalles, desde el balance nutricional del banquete, su sabor, la orientación de las mesas, las invitaciones, que fueron hechas a mano por un artista, es decir, el que logró vencer a los demás en ese cerrado concurso, la iluminación del salón, el smoking que portó Julio era de súper lujo, mientras que el vestido de Helena era blanquísimo y radiante, con un escote que hacía suponer que Julio era afortunado, la misa fue en la catedral, concurrió mucha gente. El novio lució siempre portentoso y la novia era la imagen misma de la belleza.

X

Partieron rumbo a Quintana Roo, dispuestos a vivir su luna de miel bajo el sol del Caribe. Pero eso fue después de la noche de bodas, la noche mágica.

El hotel parecía no darse abasto con tan sólo cinco estrellas, tendría acaso una treintena de ellas a juzgar por el refinamiento y confort que presentaba. De inicio era sorprendente que fuera una unidad tan grande y descubrir que únicamente poseía treinta habitaciones prácticamente independientes. Quizá esto le quita un poco el sentido de estar en un hotel, los cuales son por lo regular sitios sociales en los cuales uno puede cruzar palabra con algún personaje amable, ya sea en el bar, en la piscina, en el restaurante, sin embargo aquel hotel no era de ese estilo. Era más bien un sitio que generaba el efecto de tener una casa muy grande en un lugar extraño.

Les tocó la habitación seis, la que según el tarot debería encerrar el amor. Todo parecía un sueño ritual que justificaría por mucho la existencia de los matrimonios auny cuando todos ellos culminaran en graciosos divorcios con juicio y todo. Julio se quedó un tanto boquiabierto sólo de pensar que era real lo que le estaba sucediendo. Era él quien se casaba, el novio al que la gente voltea a ver era en este día Julio Mendizábal.

De hecho los cuentos infantiles dan el sentido figurado de la magia de casarse, pero nunca se concentran en los pensamientos de los contrayentes, ni fustigan en aquello a lo que dicen adiós en esa noche. En este cuento la pareja danzó sublimemente, y se miraban a los ojos radiantes, hablando profundamente quizá por primera vez. Internamente Julio se reía de su burlesca mediocridad, se reía de haber pensado que se casaría con cualquier mujer aunque ésta no fuera la más majestuosa y quizá apropiada, pero ahora que bailaba junto a su esposa, ahora que la miraba de pies a cabeza y la encontraba tan joven y tan fresca, tan elegante, tan simpática, no sabía que pensar y en esa ausencia mejor se reía, la monitoreaba y parecía que la pudiese mirar en todos los ángulos posibles y calculara su exacta dimensión, era un ser vivo y muy hermoso, y esa noche se unía a él. Tal vez ya no pensaba que Helena no era la más adecuada, tal vez lo que pensaba ahora era que ella sería la adecuada para cualquier hombre de esta tierra y de otras, y ahora el temor vacilante era la pregunta de si él era el más adecuado.

La carroza de ensueño fue para esa noche una limosina de Cadillac, en la cual hubieran cabido fácil tres parejas. Se sentaron en el asiento más recóndito y Helena se recargó en el hombro de Julio e hizo de ese lugar su nido, él la abrazó y le comenzó a acariciar el cabello perfumado como si se tratase de las sogas que conducen al cielo. El destino era su hotel treinta estrellas, se conocía el porvenir, el camino, y quizá por eso los dos callaron, estaban muy juntos, pero nada decían, ni los pormenores de los invitados de Julio, porque dicho sea de paso Helena no tenía a quien invitar. Lo cierto es que el silencio era aterrador. Por primera vez en su vida tomaban un carruaje que los llevaba lejos de todos esos otros, los conducía a la soledad de ambos, a la compañía mutua, dejaban a un lado a los clientes, a los familiares, a los amigos, no visitarían a nadie, se visitarían ellos, entre las paredes que fueran, quizá espaciosas, quizá claustrofóbicas. Iban a estar por fin solos.

Ambos llevaban sus bocas selladas y sus ojos abiertos. Helena miraba una rosa que estaba sobre el asiento y Julio las luces de la calle y pensaba a su vez cuantas veces en su vida había estado en esa situación, sobre un coche y abrazado de una chica, acercándose a un hotel donde le haría el amor. En todas esas ocasiones el asiento no iría tan tranquilo, la chica le iría felando y el chofer disimularía mientras fingía no ver, de perdido iría metiendo mano en los pechos o en la entrepierna, cuando no metiendo un par de dedos en la vagina. La limosina hacía un sonido ensordecedor a su paso, esto porque habían colgado de la defensa trasera unos cordeles y latas, en un sentido clasemediero norteamericano que francamente no iba al altura del estilo que había gozado toda la boda, sin embargo ese ruido se le presentaba a Julio como una alegoría respecto de su mente.

Él se preguntaba si sería continuo ese intervenir de las imágenes del pasado, pues tal parecía que esas latas que colgaban de la defensa trasera fueran el recuerdo de todas las mujeres con las que él había estado alguna vez, haciendo ruido, gritando, haciendo la observación de que estaban ahí. Se acordaba de la chica C, de Belinda, la primera mujer que le había quitado el sueño, de un montón de pares de nalgas, de pechos, de rostros en éxtasis, de su primer beso, su primera relación en manos de una gentil amiga de su madre. Suspiraba, su intención era olvidar todo eso de ahora en adelante.

Tocaba la oreja de Helena, ella le besó la mejilla. Él sonrió y continuó callado y pensando en la suerte de que Helena además de ser tan linda y lista como era, fuese además ignorante de todas esas cosas, ignorante de su historia, sin malicia ni intención de preguntar, tan inocente, tan diáfana, desconocedora de todo lo que tuviera que ver con lo morboso del sexo. Era una joya que él labraría ésta y todas las noches, desvirgándola primero y enseñándole todo lo que él sabía del sexo.

El vehículo llegó a su destino. Se bajaron y, de manera casi automática, Julio desamarró las latas y las tiró en un cesto de basura, y eso también le pareció simbólico. Al agacharse por las latas notó que se encontraba un tanto ebrio. Alzó los ojos al cielo rogándole a Dios que no se le fuera a salir de la boca nada inapropiado, y Dios no le contestó.

La llevó en brazos tambaleándose, solo en el pasillo, llevarla desde la entrada acabaría con su espalda, la habitación seis. La bajó en un taburete, poco o nada se decían. Para Julio aquél era un momento muy decisivo, puesto que Helena nunca en su vida conoció un hombre desnudo, ni el trato, ni la seducción abiertamente sexual. Durante su breve noviazgo nunca se excedieron, siempre hubo un respeto muy acentuado, aunque Julio percibía de los besos de Helena que al entregarse lo hacía desbocadamente, plenamente, totalmente perdida. "Tienes suerte de encontrarte un tipo como yo" pensó. deliberó en las conveniencias, si lo prudente era desnudarse él primero o ella, o ambos al mismo tiempo.

Se abrazaron y él comenzó a tocarle los pechos y las caderas y Helena se retorcía como una lombriz ante los contactos. Julio detuvo de súbito aquel proceso y la sentó. - Cierra tus ojos- le ordenó. Helena lo hizo y se acomodó plácidamente en el taburete. - Ciérralos- insistió mientras Helena podía oír claramente que se estaba despojando de la ropa. - Quítate la ropa, lentamente, sin abrir los ojos-

Julio ya estaba totalmente desnudo. Miraba como ella se quitaba despacio el vestido de bodas, mientras su pene se iba enderezando ante tal espectáculo, cayó el vestido y quedó en el flamante calzoncito, el liguero, las medias, el sostén, todo tan blanco que parecían las prendas íntimas de un ángel. - Todo-

Helena procedió a quitarse el resto con coquetería, tan despacio como para poner nervioso a cualquiera, dejando a la intemperie un cuerpo blanco y perfecto, con sus pechos hinchados y excelsos, con los pezones duros y brillantes, en completa erección, mientras que su coño se protegía bajo una espesa mata de vello y parecía llenar toda la habitación con su perfume. Los brazos caían rendidos a los lados, las piernas aún no estaban abiertas, todo su cuerpo era firme y tenso, delicioso.

Julio pensó en dos o tres cosas desagradables como el vómito de un perro, el sabor del ajenjo y Alex Lora, a efecto de que su falo cayera flácido, después se acercó y su sexualidad comenzó a trabajar. Mientras merodeaba a la novia colocó sobre el único espejo del cuarto su camisa para no ver el reflejo de su abdomen de hombre casado, y tomó la determinación de no preguntarle a Helena si quería o no hacer todo y cuanto a él se le ocurriese, después de todo el experto era él, y ella la aprendiz. Y si fuere necesario enseñarle todo de una vez, se ahorraría un tiempo precioso.

"No temas, es lo más natural. Tócalo, está dormido, así es, tócalo" pensó.

- Tócalo, cuando creas que está muy grande podrás abrir los ojos- dijo, sin embargo su mente hablaba a sus adentros cosas más horizontales: "Eso es, tócalo, ay cuan inexperta eres, necesitarás unas clases completas de lo que es el sexo, yo te lo daré, siente como se endurece, siente como se yergue, como se pone tieso como un roble, como un abedul, vaya, has abierto tus ojos, mira que carita de boba pones viéndolo tan de cerca, seguro que lo imaginabas distinto, vas entendiendo, vas intuyendo como es esto".

- Bésalo- "mira que torpe eres todavía, pero vas a ver como te voy a hacer una maestra de la felación que hasta las aspiradoras habrán de envidiarte, serás la más hábil en eso, y serás mía, te quiero para toda la vida, nos espera tanto tiempo sobre la cama, no dejaré parte de ti sin besar, sin penetrar, todo para ti es nuevo, y para mi toda tú eres nueva, desconocida, virgen. Definitivamente debes aprender, no se trata de que te ahogues. No tan brusco, hay tiempo para todo, si no es una paleta, vaya que si te está gustando, es todo tuyo para cuando quieras divertirte, es sólo tuyo, de nadie más".

Dada la inexperiencia de Helena, el novio dijo.

- Ven, te voy a enseñar cómo se hace- Tomó un plátano que estaba en una canasta de frutas y lo peló, para luego extendérselo a Helena, - Chúpalo, como si quisieras que sólo sintiese lo de afuera, sin morder, mójalo con saliva- Helena lo hacía como le decía, aunque su convicción era nula, ella no era partidaria del sexo oral, le parecía chocante, aunque lo haría por amor, pero ese tipo de amor ella lo vislumbraba silvestre, a manera de detalle, de complacencia quizá, y no como una orden. "Eso, deja en paz ese estúpido plátano, eso métete en la boca lo mío, ay, veo que aprendes, delicioso".

- Ven- La recostó en la cama y comenzó a besarle vigorosamente la boca llena de sabor a plátano, mientras que con una mano le magreaba una teta y con la otra comenzó a jugar con la vulva con una parsimonia que poco a poco Helena comenzó a regresar desde aquella esquina de miedo e incertidumbre en que se encontraba, la respiración y el pulso de ella comenzó a agitarse, a su vez movía de arriba a abajo las caderas para sentir mejor el manejo manual que Julio le estaba dando. Éste acercó un poco de crema que tenía en el tocador y se untó algo de ella en la yema de sus dedos, luego la puso en el sexo de Helena, y esta dio un tiemblo a la vez que se le erizaron los poros de todo su cuerpo. Colocó Julio la punta de su miembro en el camino de entrada y empujó y empujó hasta estar completamente metido dentro de ella, quien por más que quería fingir tranquilidad emitía grititos desesperados que poco a poco fueron callados por una valentía y fortaleza que sin duda tenía. Julio acompañó aquel movimiento con un ritmo acompasado, a manera que de rato ya no había molestia en aquel acto, sino puro gusto. Helena se miró el rostro en uno de los pocos pedazos de espejo que quedaban en fondo, lejano, casi esquinado, puso mirada de anden y cerró sus ojos.

"Voy a entrar en lo que es mío, mi secreto, mi cuerpo, mi mujer, mi todo, voy a dejar la más insigne huella en tu ser, serás distinta, serás mía, te gusta, lo puedes tener cuando quieras, oh, te amo, oh, que nuevita estás, que ricura, eso es, abre tus piernas, ya no eres una niña, nunca más lo serás, eres ya mi esposa, lo saben tus caderas, cuando te vean los vecinos y se den cuenta del buen culo que tienes sentirán envidia y pensarán, dichoso este cabrón que la puede tener cuando quiere, para eso es su esposa, y tu serás mía ante quien sea, y nadie podrá quitarme de la cara la sonrisa de tenerte, que los demás sueñen, nunca te tendrán, te la voy a meter hasta el corazón, ya veras, te voy a dejar felizmente posesa".

- Deja volteo ese espejo, veo que te distrae- Dijo Julio.

Se paró un momento y con el falo erecto caminó como un mimo rumbo al espejo y lo volteo boca abajo. Regresó a la cama y dio la indicación.

- Álzate, siéntate un rato en mí-

"Mira nada mas, si ya te gusto, que ruda eres, pero si nomás era de que te metieran la puntita para que no resistieras tener todo adentro, seguro que en las noches soñabas que tocabas esta cosa, y aunque no sabías a ciencia cierta como era, ya la imaginabas, mira que sentones, pero si estas tan mojada como si me hubiera corrido ya dentro de ti, estás hecha de agua, pero que suerte la mía de haberme encontrado un coño tan delicioso, con esos labios tan gruesos y fuertes, me la vas a trozar, pero mira que si no te hubiera salido sangre en cuanto te la metí hubiera pensado que eras puta, y tal vez lo seas, seas puta, la más puta del mundo, pero sólo conmigo. Uy, siento tu temblor, pero si te estás viniendo, has nacido, has nacido."

- Voltéate, te falta conocer algo de esto- Dijo. "Será mejor de una vez"

Colocó crema en el ano de Helena y ésta no dijo de inicio nada, pensó que tal vez sería usual. "Así pensará que es usual". Le metió primero un dedo y luego dos, lentamente. - Eso va a doler- Dijo Helena, él le hizo la seña de guardar silencio. Colocó la punta de su falo en el ano e intentó penetrar. Helena lanzó un grito y Julio aplacó el quejido con la réplica - Así es al principio, pero es parte de tu iniciación- . Sin embargo el cuerpo de Helena estaba demasiado cerrado, y de rato Julio se comenzó a desesperar pues querer meter la carne en aquél pequeño orificio era como querer meterla en la boquilla de una botella de coca cola. Helena pateaba y él sólo consiguió meterla en una tercera parte. La sacó y dijo - Está bien cariño, será otra ocasión, no quiero echar a perder esta noche con una educación que lleva tiempo-

- ¿Me volteo?- Dijo Helena algo fastidiada.

- No así estás perfecta- La dejó empinada en posición de perrito y sólo cambió de orificio, la comenzó a penetrar rápidamente, fuertemente. "Ya verás, soy un venado del bosque y he vencido a mis oponentes, eres la hembra, eres la diosa del bosque, la venada en celo, y voy a marcarte para siempre, voy a marcar mi territorio, te voy a llenar, ahí va, ahí va toda mi tinta, mi firma caliente, ese río, siéntelo, no me dejas gota alguna, eres definitivamente mía."

Cayeron recostados. Durmieron tomados de la mano. Eran marido y mujer.

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Arakarina (25: El tren de Sara)

Arakarina (26: Breve caleidoscopio)

Arakarina (24:Cuatro razones para cerrar los ojos)

Arakarina (23: La balada de Andrea)

Arakarina (22: La revolución de Samuel)

Arakarina (21: La balada de Samuel y Andrea)

Arakarina (20: El bar y Samuel)

Arakarina (18: Las bodas)

Arakarina (19: Los chicos de la secta)

Arakarina (16: Sara)

Arakarina (17: La mano de la novia)

Arakarina (15: Geografía de una secta)

Arakarina (13: El cumpleaños)

Arakarina (14: Un rito para Arakarina)

Arakarina (11: Nueva piedad)

Arakarina (12: Gatos)

Arakarina (10: El anillo tatuado)

Arakarina (09: La entrevista)

Arakarina (08: El vientre cálido de un hogar)

Arakarina (07: El artefacto)

Arakarina (06: Arakarina)

Arakarina (04: Un pintor a oscuras)

Medias negras para una ópera de reims

Arakarina (03: Ella se casa)

Arakarina (02: La búsqueda de un pintor)

Infieles (7: El final según Cornelio)

Arakarina (01: Una chica cualquiera)

Infieles (6: El final según sonia)

Infieles (5: El final según el inspector)

Infieles (4: El arte de ser atrapado)

Infieles (3)

Infieles (2)

Infieles (1)

Radicales y libres 1998 (4)

Radicales y libres 1998 (3)

Radicales y libres 1998 (2)

Radicales y libres 1998

El Ansia

La bruja Andrómeda (I)

El ombligo de Zuleika (II)

El ombligo de Zuleika (I)

La bruja Andrómeda (II)

Tres generaciones

Mírame y no me toques (VIII - Final: Red para dos)

Mírame y no me toques (VII:Trapecio para la novia)

Mírame y no me toques (VI: Nuevas Historias)

Mírame y no me toques (V: El Casting)

Mírame y no me toques (IV: Los ojos de Angélica)

Mirame y no me toques (II: Puentes oculares)

Mirame y no me toques (III: Un abismo)

Mirame y no me toques (I: Los ojos de Claudio)

La verdad sobre perros y gatas

Amantes de la irrealidad (07 - Final)

Amantes de la irrealidad (06)

Amantes de la irrealidad (05)

Amantes de la irrealidad (04)

Amantes de la irrealidad (03)

Amantes de la irrealidad (02)

Clowns

Expedientes secretos X (II)

Noche de brujas

Día de muertos

Amantes de la irrealidad (01)

Lady Frankenstein

Expedientes secretos X (I)

El Reparador de vírgenes

Medias negras para una ópera de reims

Una gota y un dintel (II: La versión de Amanda)

Una gota y un dintel (III: La versión de Pablo)

Los pies de Zuleika

Una gota y un dintel (I)

Amar el odio (I)

Amar el odio (II)

Amar el odio (III)