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Stag life 13: Violation of Claudia (1977)

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Stag Life 13: Violation of Claudia (1977)

Título: Violation of Claudia (1977)

Dirige: Billy Bagg

Título Región 4: Violando a Claudia

Performancers:

Sharon Mitchell

Don Peterson

Jamie Gillis

Crystal Sync

Víctor Hines

Gandi Sanders

Waldo Short

Cheri Baines

Jack Jeffries

Justine Fletcher

Long Jeanne Silver

Empleado del Mes:

Sharon Mitchell.

Reseña:

En el libro "Sólo para adultos: Historia del Cine X" (Casto Escópico, 1996) se dedica un apartado a Sharon Mitchell, mismo que es escrito en clara repulsa de la actriz. En ese apartado se indica lo siguiente: "Resulta difícil entender cómo una mujer tan poco atractiva como Sharon Mitchell ha podido permanecer en activo durante más de veinticinco años. Desgarbada, nariguda y luciendo siempre una melena corta muy poco favorecedora, la señora Mitchell ha intervenido en más de 450 películas. Tampoco se entiende cómo una actriz sin gracia para las escenas dramáticas y con una sexualidad fría y agresiva, haya podido trabajar con casi todos los realizadores importantes del porno norteamericano. Nadie puede negar, sin embargo, que es una profesional sin complejos y con una fuerte personalidad. Ha sido una de las pocas actrices que se ha negado a pasar por el quirófano para dulcificar su duro perfil griego y robustecer su pecho. A principios de la década de los noventa, Sharon Mitchell se convirtió en una especialista en dominación y sadomasoquismo. En los videos de la colección Bizarre Mistress Series (1992) o en los primeros capítulos de la serie Dresden Diary (1989), la veterana actriz parece disfrutar azotando y amordazando a sus víctimas. La señora Mitchell parece haber encontrado por fin un oficio en el que no tiene qué disimular su antipática personalidad". (pag. 231)

Tanto la opinión de Casto Escópico, como la de quien esto escribe, no dejan de ser enfoques irremediablemente condenados al matiz de la manía propia. Por ejemplo, a mí Briana Banks no me gusta nada, y es una estrella del porno en toda la regla. Tiene qué ver con mí historia personal, con mi etnia, con mis preferencias, con mi posición en el Universo. Siento por tanto la necesidad de hablar a favor de la señora Mitchell, que en su singularidad ha dejado mucho más huella en mí que gran cantidad de bellezas que han pasado a mi olvido, en otras palabras, el ser encontrada bella o fea, y el ser deseada o no, escapa de sus esfuerzos, de su habilidad y de sus genes, pues tales construcciones de belleza o fealdad sólo incumben a quien la mira.

A mí siempre me pareció interesante Sharon Mitchell. Cierto que no parece ser una persona de trato fácil, pero hay a quienes nos gustan los problemas.

Al momento de escribir esto resulta ya inexacto lo que escribió Escópico en 1996, donde dice que Sharon Mitchell ha evadido al bisturí para dulcificar su rostro y agrandar su pecho. Ya pasó por el bisturí, no agrandó su pecho, tampoco redujo su gran nariz, simplemente se dio una remozada, y he de decir que luce mejor que en los ochenta. Sigue sin traer el cabello largo, pero trae un corte estupendo.

En 2004 el fotógrafo de gran formato Timothy Greenfield-Sanders publicó un libro de fotografía titulado "XXX: 30 Porn-Star Portraits", mismo que dio pie también a un documental realizado para HBO, titulado "Thinking XXX about the making of his porn actor portrait book", donde se registra cómo se hizo el libro. Para quienes no lo conozcan, Greenfield-Sanders es un fotógrafo de culto que ha retratado personajes tan dispares que van desde Orson Welles, Monica Lewinsky, Christopher Walken o George Bush padre e hijo. La idea de retratar con una cámara antigua en gran formato a actores porno le vino a la mente luego de comparar las dos majas de Goya. Supuso que los actores porno se sienten más cómodos y con mayor control cuando están desnudos (recordar lo que decía Lina Romay: "Sólo apareceré vestida en un filme si lo exige un buen guión"), así, el presentarlos en poses similares vestidos con ropa casual y luego desnudos abriría una comprensión de su humanidad. La cámara de madera, analógica a tope, les hace justicia a los actores dando como resultado una obra muy interesante de ver y leer. Una de las estrellas invitadas a este proyecto fue Sharon Mitchell. Luce espectacular, y escucharla hablar en el documental de HBO también es como para ponerse nervioso.

Y es que una buena razón para que Mitchell permaneciera veinticinco años (que ya serán treinta) en activo es que cubre un público masculino (posiblemente femenino también, después de todo ella ha declarado que lo suyo, lo suyo, lo suyo, son las mujeres) que no queda satisfecho con los bombones curvilíneos, o con el prototipo de la chica estival californiana, o la mujer de corte maternal italiano, o el desenfado francés o checo. Su sexualidad es fuerte, hay gente así en el mundo, y mucha.

Esta es una de las pocas películas en las que se le otorga a Mitchell un protagónico de verdad. Cierto que hay muchas otras cintas en las que ella es el hilo conductual o el palo recurrente, pero aclaro el "de verdad" porque en este filme si existe una historia que contar, y todos los encuentros, sexuales o no, obedecen a esta fábula oscura. La credibilidad del filme recae en eso que ella es.

La idea general es la que dice Escópico, que Sharon Mitchell siempre tuvo el cabello corto y una personalidad chocante, pero no siempre fue así. En 1977, año en que filmó "Violation of Claudia" ella tenía veinticinco años, lo cual, salvo que uno se haya tragado ya la epistemología cuasi pedófila del Siglo XXI, estamos hablando de una mujer muy joven. Mira a tu alrededor, seguro habrá alguien allegado a ti de veinticinco años, era la edad de Mitchell. Mírate a ti mismo, ¿Qué hacías a los veinticinco? Seguro tu historia no se parece mucho a la suya. Era muy joven, ¿No es así? Y probablemente tenía sus motivos para estar mal encarada, no lo sé. El chiste es que en su papel de Claudia luce hermosa y tímida (sí, tímida).

A mí, que las mujeres me gustan con narices singulares, Sharon Mitchell me encanta, y en esta cinta particular sale sensacional. Su mirada no es para nada la mirada más dura que tendrá años después, ese algo que la transformó en un ser más rudo no le había ocurrido en ese entonces. Para no ir muy lejos, el semblante que muestra en esta película es muy distinto al que muestra, por ejemplo, en la cinta "Experiencing Young Girls (1978)", donde ya tiene en el rostro su característico toque arrogante. Esta cinta la dirige un tal Billy Bagg, que a leguas es un seudónimo, y su compañerito de trabajo es el insano Jamie Gillis.

La cinta comienza con un primer plano a un suelo de madera que es recorrido por unos pies descalzos y una bata que cae al suelo. La música es siniestra, plena de teclados y ruidos minimalistas que dan un toque de pesadilla, y durará todo lo que dura la primera escena. La automaticidad del andar de Mitchell y su elegancia de gata resulta onírico; me recuerda a los cuadros inexplicables de "La Montaña Sagrada (1972)" de Alejandro Jodorowsky. El efecto lisérgico se debe a que está bajo la luz de un ventanal, todo ello captado en Technicolor bajo sistemas de Panavisión que ofrecen una imagen un tanto difuminada, similar al del popular cartel de la cinta "Bilitis (1977)" o al también célebre anuncio del perfume "Anaïs Anaïs", es decir, con límites difusos, como si cada imagen fuese iridiscente, pero capturado en tonalidades ocre o verde. Los recursos cinematográficos constituyen un gran aporte al filme, que no tiene la estridencia de colores que ofrece el eastmancolor, y tampoco apuestan por el realismo. La imagen es fría pero cálida a la vez, como Mitchell.

Sharon recuesta su espigada existencia en un diván que está en una especie de spa. De inmediato es atendida por tres mujeres que parecen activarse en cuanto Mitchell se recuesta, tal como si fuesen sirvientes sin opinión pero con mucha iniciativa. Nada es lo que parece. Ella no parece casada, pero lo está. Parece que descansa, pero en realidad se cansa. Incluso una de las meretrices es todo artificio, pues en un rol menor está Jeanne Long Silver (en créditos aparece como Long Jeanie Silvers), quien carece de su pie izquierdo, de hecho, las cintas las que protagoniza giran en torno a las posibilidades eróticas que ofrece esta anomalía, pues ella usa el muñón de su pierna para penetrar a chicas (bueno, de hecho también sienten su rigor algunos chicos ingenuos) a las cuales les es insuficiente un pene y necesitan que les metan una pierna. En esta película sale vestida de enfermera y trae puesta una prótesis que hace imperceptible su condición, y acaso puede inferirse si quien mira la escena sabe de la singularidad de Jeanne y observa clínicamente su forma de incorporarse de la silla apoyándose en su pierna derecha y pisando fantasmalmente con su extremidad izquierda, o revisando lo poco que pueden revelar los pliegues de su pantalón blanco.

En la cabecera está una sirvienta (Cheri Baines), quien sólo interviene sosteniendo los brazos de Mitchell, mientras Jeanne y otra chica (Justine Fletcher) le lamen el coño sin abrirle las piernas. Irónicamente, a Jeanne le toca acariciar el pie izquierdo de Mitchell y besarle esa extremidad. Los contactos son suaves, recorren la entrepierna y eventualmente tocan los labios verticales de Mitchell, quien sólo se retuerce emitiendo un gemido callado.

La escena se corta. Ella ha despertado en medio de un sobresalto. Lo ocurrido en el spa era solamente un sueño. Ella voltea a su lado y ve que Jason (Don Peterson), su marido, sigue dormido. Ella se le encarama, como deseando que su marido concluya la aventura sexual de su sueño, pero él se hace el difícil y la evade, se levanta de la cama porque esa es la única forma viable de huir. Claudia (Mitchell) lanza un suspiro y vocifera para sí misma "todos los días es igual". A falta de cómplice se comienza a tocar ella misma. Su piel es turgente, blanquísima, sus pezones son rosas, como un par de piñones distendidos. Se roza su cuerpo con exquisitez, y la escena tiene el acierto de no hacer un primer plano de la masturbación y quedarse en un plano de erotismo. La música cambia a tonos sutiles, como la parte tranquila de la canción "Echoes" de Pink Floyd.

Aparecen aquí los créditos, intercalados con escenas de Claudia bañándose, maquillándose, etc.

A diferencia de muchas películas del género, esta cinta sí incluye algunas tomas en exteriores. La más interesante de éstas es el cuadro abierto de una escuela de tenis. Se ven las canchas inmensas y pequeños los cuerpos de los maestros y aprendices, es un gran cubo con suelo en color verde. En una de las canchas está un maestro de tenis lanzándole pelotas a una alumna. Él, con sus pantalones cortos de un blanco impecable, ella con una falda muy corta, tenis blancos. Dado que la alumna, Claudia, está mandando pelotazos hacia la nada, Kip (Jamie Gillis), el maestro, debe ir a donde ella está, enseñarle a empuñar la raqueta, y mostrarle como debe girar su cuerpo. En esta maniobra, ideal para darle un arrimón a la alumna de turno, Gillis se coloca detrás de ella y le da una respetuosa arrejuntadilla en las nalgas, y cuando Claudia voltea para preguntarle si lo ha hecho bien, sus caras quedan frente a frente y a una distancia de unos doce centímetros. Ella tuerce su cuello como un cisne apenado, pues él la mira fijamente y, a esa distancia sus alientos se estrechan de manera comprometida. Pareciera que ella preguntase "¿Lo he hecho bien?", y él contestase con la mirada "Lo has hecho muy buena". Es él quien rompe la tensión de este careo y sugiere ir a almorzar. Ambos salen de la cancha, él con paso de verdadero maestro de tenis, ella con pasitos cortos y altivos que dejan ver claramente ese culito respingón que tiene. Pareciera una niñota.

Aquí se da pie a una escena memorable, pues Gillis y Mitchell están excelentes en sus actuaciones y logran transmitir una tensión sexual increíble y todo ocurre en una mesa de almuerzo. La idea de que cada mesa es una puerta a dimensiones inimaginables es un concepto que me encanta. En el mundo hay millones de mesas donde se sirven millones de almuerzos y donde a su vez se sientan a departir unas personas con otras. Todo puede gestarse y estallar en una mesa de almuerzo, todo depende de qué se dice, de cómo se dice, de las miradas, de los temas. Los dos actores están enteros y cada uno en su papel, no están ahí cumpliendo un guión, sino poniendo sobre la mesa sus secretos que no dicen, ella tiene problemas en su matrimonio y él es un proxeneta, y se las ingenian para decirlo sin decirlo. Lo importante no es lo que se dice, sino lo que se hará como consecuencia del silencio.

Claudia es toda una mujer joven y casada, interesada en el tenis, con vida interior inexpugnable, con deseos y esperanzas, no es una ninfómana, tiene límites, y su timidez no es una timidez sumisa, sino más bien un momento efímero de su historia de vida. Quienquiera que diga que Mitchell no tiene rango actoral y que es incapaz de transmitir cualquier sentimiento dado su sexualidad fría, debe ver esta escena, pues quizá reivindique su opinión.

El diálogo que se suscita aquí no tiene nada de trivial, y aunque sigue la pauta de un argumento porno, no se ve aquí vulgar. En realidad transmiten la capacidad humana de elegir entre un deseo y un rechazo, entre un sí y un no. El diálogo se explica solo:

Gillis: ¿Luces un tanto triste?

Mitchell: ¿Tan obvio es?

Gillis: Cuéntame.

Mitchell, sonriendo sin esperanza y mirando su almuerzo: No querrás oír lo que tengo qué decir…

Gillis: Cuéntame, quizá pueda yo hacer algo…

Mitchell: Es Jason, mi marido, no es que sea malo o que haya un problema, sino que simplemente está distante, es como si yo no estuviera, como si estuviera muerta.

Gillis, con mirada torva se avienta una frase típica de los cálidos incitadores al adulterio: Ha de estar ciego para no darse cuenta de lo que tiene.

Mitchell, que no ha pescado la indirecta: No lo sé, probablemente yo sea el problema…

Acto seguido, Kip le ofrece un empleo. No especifica en qué consiste, son simples indirectas que sugieren que ella haga trabajitos aislados que posiblemente devuelvan la chispa a sus deseos. No expone que se trata de prostitución, pero casi lo hace al referir que tiene algunas chicas trabajando para él, las cuales se dedican a hacer felices a algunos, muy pocos, clientes selectos. Claudia, visiblemente aturdida e incluso ofendida, se marcha dejando casi intacto su almuerzo. Kip luce como quien asume el costo de una indiscreción, pero ni modo, ya lo dijo, y su voluntad ha de trabajar para que su invitación tenga una segunda oportunidad, pues es bien sabido (y lo sabe sobre todo un chulo, que al invitar a alguien a prostituirse nunca espera un "sí" inmediato) que uno no debe dejarse sorprender por la primera negativa, sino quizás, y sólo quizás, por la segunda o subsecuentes.

La música, omnipresente hasta ahora, hace énfasis en la escena que sea. Desde la orquestación pesadillezca del sueño de Claudia hasta el casi imperceptible musk que invade el resto de escenas el espacio ha estado lleno de notas. En una acertada decisión de sonido, se da paso a la siguiente escena en la que Claudia está recostada desnuda en una mesa de masaje, cubierta con una sábana hasta la altura de sus caderas. El masajista, de aspecto amanerado, refriega la espalda de Mitchell con visible técnica. Ella está entregada a disfrutar del alivio que siempre dan los masajes (mucha gente cree que es tirar el dinero pagar por un masaje, pero es obvio que lo dicen porque nunca han tomado uno o no han dado con un buen masajista; un buen masaje mensual es como llevar a afinar el auto cada cinco mil kilómetros). Durante el masaje la música cesa, escuchándose el vacio, lo que hace buscar ruido en las manos que se deslizan sobre la espalda perfecta de Mitchell, pero nada suena, quizá su respiración.

El masajista sigue dando su masaje mientras se infiltra en la habitación Kip. El masajista se hace a un lado dejando que sus manos sean sustituidas por las de Gillis. Que Claudia esté tan ensimismada y no perciba los silenciosos pasos de Gillis es algo que entiendo; pero que no pegue un brinco cuando éste posa sus manos frías en su espalda es difícil de creer. Dejemos el tema diciendo que seguramente Kip calentó sus manos en una escena que no vimos, pero lo hizo.

La técnica del masajista es tan convincente que no dudo que fuese un masajista auténtico. Las manos de Gillis no tienen técnica, lucen torpes, se deslizan sobre la espalda de Mitchell como un par de carros chocones, y discretamente van descendiendo rumbo a la cintura, para luego dedicarse a magrear las nalgas de Mitchell, quien permanece recostada sin desconfiar del masajista. Sin embargo, conforme el amasado de nalgas se va haciendo más lascivo, reacciona. Y voltea. E increpa a Kip preguntándole qué hace él ahí, pidiendo que deje de tocarla, argumentando que es una mujer casada. Sus ruegos no son escuchados por Gillis, quien si acaso lo que hace es apurar su llegada al coño.

Gillis es un consumado manipulador. Son los papeles que le dan. Sin embargo, la literalidad de este calificativo es, tratándose de él, dual. Manipulador en tanto que seguido somete la voluntad de otros personajes en clara tendencia al sadismo. Manipulador en su acepción de "aquél que hace con sus manos". El toqueteo de culo que da Gillis no tiene nada qué ver con el efímero y furtivo toqueteo que padecen las usuarias del metro, ni se parece tampoco al planeado accidente que seguido ocurre en las albercas, no, el toqueteo de nalgas que da Gillis es el ejemplo típico del verbo magrear (definido por el diccionario como: Sobar, manosear lascivamente a alguien). El toqueteo es en Gillis un acto sexual protagónico. A leguas se ve que le gusta tocar y jugar con el cuerpo ajeno, le gusta auscultar el interior, ya sea por la sensación húmeda y tibia que ofrece este acto, ya porque con ello pretende tocar lo que no se ve de los demás, lo que quieren ocultarle, siempre con una risilla malévola de quien curiosea tus cavidades no porque le interese saber qué llevas dentro, sino porque no quieres dejarle pasar y él quiere demostrarte que va a introducirse te guste o no.

Así, te meterá los dedos en la boca, en el ano, en la vagina, como consumado masturbador, como el manipulador que es. Siempre inquietante, a Gillis no le corre prisa de apurar el final del magreo, puede durar horas jugando con tus tibiezas internas, con tus fluidos. En esta cinta, toma con ambas manos las nalgas de Claudia y las oprime con lujuria, las oprime, aprieta el volumen y evalúa la masa. Llega al sanctosanctorum y empieza su rutina de curiosidad. Inteligentemente, el director no ofrece un plano clínico de las manos de ángel (caído por fuerzas) de Gillis, quizá para no arrebatar el aire erótico de la escena.

Hay otra explicación. Según las convenciones del género, de las cuales todas ellas encierran de manera implícita un tabú que no debe rebasarse so riesgo de caer en la desgracia de ganar más "X" de las necesarias, o incluso cometer delitos en algunos estados de la unión americana, destaca la regla no escrita de que el actor puede meter un dedo en el ano o vagina de la actriz, pero no más que eso porque ello ya se consideraría fist fucking o penetración con el puño.

La escena es fuerte. Claudia reniega, pero Kip continúa. Hay una violencia más potencial que real en la escena, y se percibe mucha intensidad. Como una bestia que se apacigua, las manipulaciones de Gillis van dando resultado y Claudia termina por tenderse en la cama para dejarse hacer, e incluso disfrutar. De ninguna manera es una vuelta de tuerca en la que la violada da muestras de que esperaba algo así para gozar de la vida. El contexto se marca por la renuencia y la impotencia de resistir más. La escena no es atenuada por ningún tipo de música, el silencio no hace sino acentuar la brutalidad del forcejeo.

Gillis se desabotona el pantalón y se sube a la cama para penetrar a Mitchell. La música, influenciada quizá por la tendencia a musicalizar los filmes con rock progresivo (a la usanza de Dario Argento y el soundtrak de la cinta "Profundo Rosso (1975)" a cargo del grupo italiano Goblin) comienza a sonar, primero es un bajo misterioso que se va enriqueciendo con la compañía de otros instrumentos, para derivar en una secuencia rítmica rabiosa, trepidante, cercana a lo que hacían grupos como el catalán Atila, o el argentino Crucis, orientados al hard rock, con guitarras distorsionadas a la Hendrix, con un ritmo predecible pero fuerte, enriquecido con teclados e instrumentos de viento. Es música pesada, disfrutable aún sola, ideal para manejar en carretera a altas velocidades, o para coger salvajemente.

Los cojones colgantes de Gillis tapan la visibilidad al grado que no se alcanza a apreciar la penetración, sino sólo el estrellar de sus brillosos testículos. La jodienda no tiene nada de acrobática, y de hecho Gillis se riega con mucha prontitud. Es un orgasmo anunciado, visceral, el semen cae en las nalgas de Mitchell y Gillis lo distiende con la mano, jugando con la textura satinada del esperma, ofreciendo un tacto resbaloso sobre aquellas nalgas. La mano de Gillis y la de Mitchell se encuentran en el área de la eyaculación, se comunican con ternura en una danza primitiva en la que se comparten el semen de la paz. El rechazo ha cesado, las manos explican claramente quién es quién en este trance.

La dulzura de las manos danzantes queda hecha añicos dada la rapidez con que Kip decide retirarse del lugar, dejándole a Claudia su número de teléfono anotado en la suela de su tenis (de ella) mismo que avienta al suelo con desdén. Su actitud parece decir "me vas a llamar, no tienes opción".

La escena de violación sería esa, y quizá no refleja al filme en general. Supongo que eligieron el título "Violation of Claudia" porque suena provocador, e iba en la venia de los títulos facinerosos de aquellos años.

Aparece una escena en la que Claudia ya está en casa, cenando con Jason. Están cada uno en extremos opuestos de una inmensa mesa. Jason está leyendo un periódico o un informe de algo, en clara indiferencia respecto de Claudia, su mujer. La música nuevamente se ausenta, y queda desnuda la distancia que separa a la pareja. Sólo se escuchan los cubiertos que chocan con la fina vajilla. Ella, pretendiendo obtener la atención de su esposo le pregunta cómo le fue en su día, y él, parco, contesta que bien, como siempre.

Podría llegar a suponerse que Claudia es una mujer sumisa, puesto que su instructor de tenis la somete a una relación de dominación, pero no, no es sumisa, a lo mucho es una mujer muy compleja que, si bien fue violada, ello obedece a que se dejó violar, disipándose toda duda de que el abuso de que fue objeto fuese algo contra lo que no pudo luchar. El siguiente rasgo lo aclara. Dado que Jason no quiso una charla amable, ella intenta llamar su atención con cosas más fuertes:

Claudia: Me pasó algo interesante.

Jason, quien ni siquiera voltea a verla y se mantiene escribiendo cosas en un papel: Ajá.

Claudia: Hoy en la tarde jodí con otro, y lo disfruté mucho.

Jason, sin dejar de escribir en el papelillo: Bien.

Desde luego Claudia pudo armar un pedo, denunciar la violación, echar a arder Roma, y tener las de ganar. Pero en verdad nada de eso le interesaba. Muy en la trama queda claro que más que violación fue una dinámica de lucha, en la única forma que una chica como ella se lo permitiría. Un sexo no consentido, pero aceptado.

Al día siguiente Jasón dice que saldrá de la ciudad. "¿En cuánto tiempo?" le pregunta ella, como con la esperanza de poder aprovechar un rato juntos. Jason contesta que debe salir al aeropuerto en una hora con veinte, pero sigue haciendo su maleta. Le da entonces un consejo a su esposa: "Búscate algo qué hacer". Ella masculla que ojalá se estrelle el avión, pero él está distraído, no le importa nada de lo que diga su mujer.

Más de rato se ve a Claudia dispuesta a salir a la calle. Hasta la sirvienta se compadece de ella y le sugiere que se vaya de compras. Claudia hace un gesto de hartazgo. Se marcha en el auto y en el camino levanta a un chico que pide un aventón. Se llama Ritchie (Víctor Hines), tiene 17 años, y al parecer no ha tenido sexo en su vida. De la nada están en casa de ella, en una habitación en penumbras, iluminados por una cálida chimenea que crepita en el fondo. Comparten vino tinto, se caen bien el uno al otro, él incluso le enciende un cigarrillo Marlboro. Son pequeñas cosas que para Jason son muy pesadas de llevar, vaya, Claudia ni siquiera es tan exigente, pide cosas mínimas, que le encienda un cigarro, que cuando le pregunta cómo le fue le conteste, y obvio, que se la coja.

En alguna ocasión cambiaba de manera inconsciente los canales de la televisión y di con una telenovela. No las acostumbro, pero atrapó mi atención ver a Rafael Inclán dentro de un reparto telenovelero. Después supe que es un actor de carácter que trabajaba en teatro antes de protagonizar las películas picarescas de putas y ficheras que le dieron fama. En la escena que vi estaba él desmanchando una marca de labial de su camisa. Sin interés de empaparme de la trama, e importándome un comino la historia, me quedé viendo esa secuencia sólo para ver cómo la esposa lo atrapaba en la jugada y presenciar la mentira que él seguramente improvisaría, lo cual sin duda sería tan malo que daría un instante de involuntaria comedia. El resultado no fue así. La esposa lo encaró. Él la mira y le dice "Hola chiquita". La esposa le sentencia: "Si quieres marcharte, hazlo". Él lanza una muletilla: "No me digas eso, si bien sabes que yo te amo". La esposa, que ya estaba entrada en años, dijo una línea plena de dramatismo: "No te rebajes, no es justo para ninguno de los dos. Dices que me amas. ¿Entonces por qué ya no me tocas? ¿Por qué ya no me haces el amor?". ¡Tómala!

Al calor de la chimenea y del vino tinto el alma de Claudia va sanando y se convence de que Jason se puede ir mucho a la chingada. No es para nada débil, ni tampoco es una perra. Es sumamente amable con Ritchie. La música, atinada como siempre, es ahora con flautas que dan un toque de ternura épica, y debe serlo porque la ocasión es especial: el desvirgamiento de Ritchie.

Claudia: ¿Cuántos años tienes?

Ritchie: 17.

Claudia, haciendo un acto de honestidad con la actriz que la interpreta, dice: Yo tengo 26. ¿Tienes novia?

Ritchie: No por ahora.

Claudia: ¿No te ha tocado estar con una mujer mayor, así como de 26?

Ritchie: No.

Claudia: ¿Y no querrías?

Desde inicio de la película se nota que Mitchell es fuerte, pero cabe preguntarse ¿Qué la hace fuerte? La escena es íntima, sencillamente bella. Pese a su lentitud y parsimonia no es para nada una escena blandengue. La mamada es intensa y el coño de Claudia se antoja incandescente. Es ni más ni menos que una primera vez cortesía de esa Sharon Mitchell de 1977, quien resulta ser una dulcísima iniciadora. Por mucho es la primera vez que quisiera tener cualquiera.

 

Se vuelve a quedar sola y llama a Gillis, quedan de verse en casa de éste. Kip le presenta a Lisa (Crystal Sync), quien a su vez se lleva a un cliente a una recámara. Kip le invita un trago a Claudia y abre una escotilla que está junto a la cantina, y resulta que esa ventana da ni más ni menos que a la recámara donde retoza Lisa y el cliente. Gillis lleva a Mitchell para que espíe. Se quedan ahí mirando a la pareja que jode. La pareja sostiene un encuentro bastante rutinario, sin embargo, Gillis abraza por detrás a Mitchell y comienza a meterle la mano en el coño. Por mucho, me apetece más la visión de Gillis magreando a Mitchell que la de la pareja del cuarto.

La tensión sexual sigue siendo muy grande y puede verse en Mitchell el nacer de un gusto por lo enfermizo. Gillis no termina lo que empezó, pero lo termina Linda, en una secuencia lésbica tan febril como exquisita.

 

La película debió terminar aquí, o cerrarse de otra manera. A partir de ahí incurre en clichés y malas construcciones, descalabrando el resultado total. De manera muy apurada se introduce en la trama que Claudia ya trabaja para Kip y presta sus servicios en el apartamento de éste. De manera igualmente sacada de la manga el primer cliente es un senador, mismo que entra al departamento fisgoneando detrás de las lámparas y de los espejos, vigilando que no haya cámaras, supongo. La pinta del senador es inusual en un protagonista masculino de un porno, es gordo, chaparro y pelón, con lentes y con porte de ardilla nerviosa. De manera muy accidentada usa a Mitchell como su juguete sexual para satisfacer su fantasía: ser un pastelero.

Embarra a Claudia de crema batida y la confunde con un panqueque. No puede creerse que esa que fue Claudia durante toda la película, consienta esta dinámica que resulta estúpida para todo aquel que no comparte esa fantasía del pastelero. Encima le ponen una música dizque jocosa. La escena queda fuera de lugar respecto del resto de la película. Luego se supone que llega otro cliente, un trasvestido, que también quiere usar de juguete a Mitchell. Como ella no está para pendejadas, deja plantado al cliente con sus fantasías y se marcha.

Llega a su casa en un momento inesperado. Jason está teniendo sexo con alguien. Ahora es comprensible por qué estaba tan distanciado, su corazón pertenecía ya a un culo distinto. La escena de Jason es muy focalizada, se ve cómo embiste un par de nalgas, para luego regar su semen encima de aquellas caderas. Lo típico en estas escenas es que la actriz queda boquiabierta o cuando menos arme un pedo haciendo la pantomima de gritar y todo eso (un ejemplo divertido de este tipo de reacciones es la jeta que pone Amber Lynn en "If My Mother Only Knew (1986)" cuando llega al depa de su novio Tom Byron y su madre Honey Wilder le está dando una mamadona, Lynn abre sus ojos hasta donde dan sus órbitas, Wilder pone cara de "descubriste que soy una puta", y Byron una cara de "Cariño, espera", todo en cámara lenta). En esta escena Mitchell sencillamente se muestra sorprendida de verse rebasada por esa nueva nalguita de Jason. La película termina con su rostro hermoso y consternado.

No importa la identidad del nuevo amor de Jason, a menos que ya hubiere aparecido antes en la cinta. Y sí, de hecho. No quiero echar de cabeza a nadie, pero enseguida mostraré una pista:

Si son las nalgas reales de este amante bandido es algo que no podría contestar. Podría tratarse de un "doble de cuerpo", aunque ello supondría un gasto innecesario, ya que la sexualidad atípica de Gillis incluye, entre otros temas, la bisexualidad. Ni siquiera importa descubrir aquí la verdad, pues ello sólo es curiosidad.

Memorabilia:

En definitiva, aunque la cinta fuese una porquería, valdría la pena tenerla sólo por un par de escenas: Las hazañas manuales de Gillis sobre el cuerpo de Sharon Mitchell.

 

La que se efectúa en la cama de masaje (aunque todo dure un segundo, según muestra el pinche reloj de la pared) es extraordinaria, y despierta en el espectador (o sea yo) las ganas de hacer una segunda sustitución de masajista y comenzar a amasar el cuerpito de Claudia.

La magreada junto a la ventana indiscreta es igualmente intensa. En este mundo genital pareciera que sólo es sexo la penetración, sin embargo, estas escenas pudieron haber prescindido de ella y seguir siendo terriblemente sexuales (de hecho en la segunda no ocurre la penetración).

Calificación:

Cuatro Chiles.

PRÓXIMA ENTREGA: ¡Stag Life 14: "Girl School Cookies (1977)", pídala a su voceador!

Mas de Jilo

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Stag Life 17: Here Comes The Bride (1978)

Stag Life 16: Bordell SS (1978)

Stag Life 15: Passion of Carol (1975)

Stag life 14: Girl Scout Cookies (1977)

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Stag life 10: I Like to Watch (1982)

Stag life 11: Inside Jennifer Welles (1977)

Stag life 7: The Final Sin (1977)

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Stag life 6: Beyond Shame (1981)

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Diez de mayo con mi tia

Las manos de Lorena

Opera de reims para unas medias negras

Cuentos de peep show (5)

Cuentos de peep show (6)

Cuentos de peep show (2)

Cuentos de peep show (3)

Cuentos de peep show (4)

Cuentos de peep show (1)

Destino sin tumultos

Nunca danzarás en el circo del sol (09)

Nunca danzarás en el circo del sol (08)

Nunca danzarás en el circo del sol (07)

Nunca danzarás en el circo del sol (06)

Nunca danzarás en el circo del sol (05)

Nunca danzarás en el circo del sol (04)

Nunca danzarás en el circo del sol (03)

Nunca danzarás en el circo del sol (02)

Nunca danzarás en el circo del sol (01)

Como pez en el alma

Un mundo raro

Motel para tres

¿Quieres problemas?

Sueños ajenos

Lienzo sagrado

Mexican Beauty (1)

Arakarina (27: Final)

Arakarina (26: Breve caleidoscopio)

Arakarina (25: El tren de Sara)

Arakarina (24:Cuatro razones para cerrar los ojos)

Arakarina (23: La balada de Andrea)

Arakarina (22: La revolución de Samuel)

Arakarina (21: La balada de Samuel y Andrea)

Arakarina (18: Las bodas)

Arakarina (19: Los chicos de la secta)

Arakarina (20: El bar y Samuel)

Arakarina (17: La mano de la novia)

Arakarina (16: Sara)

Arakarina (15: Geografía de una secta)

Arakarina (14: Un rito para Arakarina)

Arakarina (13: El cumpleaños)

Arakarina (12: Gatos)

Arakarina (11: Nueva piedad)

Arakarina (10: El anillo tatuado)

Arakarina (09: La entrevista)

Arakarina (08: El vientre cálido de un hogar)

Arakarina (07: El artefacto)

Arakarina (06: Arakarina)

Arakarina (05: La fundación de Atenas)

Medias negras para una ópera de reims

Arakarina (04: Un pintor a oscuras)

Arakarina (03: Ella se casa)

Arakarina (02: La búsqueda de un pintor)

Infieles (7: El final según Cornelio)

Arakarina (01: Una chica cualquiera)

Infieles (6: El final según sonia)

Infieles (5: El final según el inspector)

Infieles (4: El arte de ser atrapado)

Infieles (3)

Infieles (2)

Infieles (1)

Radicales y libres 1998 (4)

Radicales y libres 1998 (3)

Radicales y libres 1998 (2)

Radicales y libres 1998

El Ansia

La bruja Andrómeda (I)

El ombligo de Zuleika (II)

El ombligo de Zuleika (I)

La bruja Andrómeda (II)

Tres generaciones

Mírame y no me toques (VIII - Final: Red para dos)

Mírame y no me toques (VII:Trapecio para la novia)

Mírame y no me toques (VI: Nuevas Historias)

Mírame y no me toques (V: El Casting)

Mírame y no me toques (IV: Los ojos de Angélica)

Mirame y no me toques (II: Puentes oculares)

Mirame y no me toques (III: Un abismo)

Mirame y no me toques (I: Los ojos de Claudio)

La verdad sobre perros y gatas

Amantes de la irrealidad (07 - Final)

Amantes de la irrealidad (06)

Amantes de la irrealidad (05)

Amantes de la irrealidad (04)

Amantes de la irrealidad (03)

Amantes de la irrealidad (02)

Clowns

Expedientes secretos X (II)

Noche de brujas

Día de muertos

Amantes de la irrealidad (01)

Lady Frankenstein

Expedientes secretos X (I)

El Reparador de vírgenes

Medias negras para una ópera de reims

Una gota y un dintel (II: La versión de Amanda)

Una gota y un dintel (III: La versión de Pablo)

Los pies de Zuleika

Una gota y un dintel (I)

Amar el odio (I)

Amar el odio (II)

Amar el odio (III)