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Infieles (2)

en Amor filial

INFIELES

(Segunda parte: Luna de miel y de hiel)

Resultó que la dueña de la voz era una prima de ella que estaba quedándose a dormir en casa de Rebeca. Ella no era de nuestra ciudad, sino que estaba sólo de paso. A mi me pareció una situación bastante vulgar. Rebeca bajó el cristal y con ella se despejó la cortina de vaho que obnubilaba la vista hacia el interior de nuestro coche. Se sentó adecuadamente y conforme el vidrio bajaba parecía que ella y yo estuviéramos viendo la ciudad desde el mirador. El olor de mi verga y el del coño de Rebeca habían dado a mi auto una fragancia de hotel de paso. En vano era fingir.

Todo estaba exacto para abochornar a Rebeca. Por principio la susodicha prima estaba toda despeinada, con la blusa mal abrochada y podría jurar que debajo de la minifalda no traía nada. En segundo lugar, en el auto en el que ella había llegado había un par de hombres igualmente despeinados, y con rostros muy felices. No sólo nosotros los vimos, e incluso me pareció reconocer a uno de ellos como compañero de la compañía en que trabajo, aunque lejano, sino que ellos nos reconocieron. Así, en un abrir y cerrar de ojos la reputación de mi Rebeca se fue al suelo. De la mía no había por qué preocuparse, pues nunca la tuve. Los chicos miraron con lascivia a Rebeca, como sugiriendo que entre cinco podríamos hacer una bacanal muy interesante. Rebeca se apresuró a terminar con aquella situación.

"¿Qué haces?" Le preguntó Rebeca a su prima.

"Nada, aquí puteando un poquito. ¿Y tu?" dijo irónica.

"Viendo la ciudad"

"Pero vamos, ¿no vas a abrazar a tu prima?"

"Ya nos íbamos"

"Eso no es lo que yo pedí. Abrázame y seré yo quien regresaré al auto con mis amigos, ¿Sale?" Dijo la prima poniendo cara de cachorrita tierna. Rebeca accedió sólo para marcharnos. Caray, qué buena estaba Rebeca. Bajó del auto y abrazó a su prima, que en su abrazo la alzó un poquito y la volteó, como para mostrarles el culo de su parienta a sus amigotes. Estos expandieron sus globos oculares, asombrados de las nalgas de mi vieja, y uno de ellos, el de la compañía, hasta se pasó la lengua por los labios. La prima bajó a Rebeca y le plantó un beso en la mejilla.

"¡Qué rico sabes!" le dijo descarada.

"Adiós" Le dijo Rebeca, quien se metió al coche de prisa, y me ordenó "Vámonos".

Nos fuimos. A lo largo del camino ella fingió sueño, tal vez para no platicar. Yo no discutí eso. Regresé a mi casa y me eché a reír. La había disfrutado tanto. Esperar me sería fácil ahora.

A partir de ese día la noté muy rara, como deseosa de que la fecha de la boda llegara cuanto antes, pero más por desesperación de que esos días terminaran que por una prisa de llegar a la boda y lo que ello significaba. Por fin se llegó el día soñado. Durante todas aquellas semanas la prima Carolina no había sido tema. Ella me contaba de vez en cuanto que su prima seguía en su casa, que sus papás se estaban hartando de lo indisciplinada que podía llegar a ser, y todo eso; sin embargo, las pláticas siempre eran en el sentido de lo que los padres de Rebeca pensaban de Carolina, pero nunca de lo que la propia Rebeca pensaba de ella. Había cierta complicidad de Rebeca con ella, surgida de la simpatía de primas, pensé yo. A Carolina no la volví a ver, sino hasta el día de la boda.

El día de la boda la tal Carolina llevaba puesto un vestido muy escotado que dejaba ver con toda claridad un par de lindas tetas. Su vestido ceñido de abajo dejaba patente que no sólo había buenas tetas, sino que además había un par de nalgas muy ricas, y además, bastante ultrajadas. Esa mezcla de hermosura y accesibilidad me provocó una erección en plena catedral. Tenía además una cara de puta la primita que eché de menos no haberla conocido antes de haber comenzado a andar con Rebeca, sin duda que era un muy buen acostón. Durante la misa todo fue como mágico, y Rebeca estaba más feliz que nunca. Yo me sentía algo extraño de provocar tanta alegría, pues en el fondo me sabía un simple hombre suertudo capaz de decir sus líneas en el momento adecuado, y a cambio de ello le estaba robando a la vida a una mujer como Rebeca. Luego vino la fiesta. Para mi ese día era insoportable, pues lo único que poblaba mi mente era la noche de bodas. No cabe duda que uno puede ser muy estúpido y vender el momento actual a cambio de la expectativa del momento futuro y seguramente incierto.

Estaba tan embriagado por la fiesta que me escabullí para poder llegar al baño, tan distraído y tan excitado que sin querer me metí por la portezuela del baño de mujeres. Entré y el perfume floral no me dijo nada, busqué los mingitorios, no los encontré, eso tampoco me dijo nada, me abrí paso a uno de los privados, en el muro había el dibujo de un perfil femenino mamando una verga muy mal dibujada, y debajo de ese dibujillo procaz estaba la leyenda "Soy reputa"; y eso tampoco me dijo nada. Yo comencé a orinar. Al terminar me limpié el pene con papel sanitario, pues es una costumbre que tengo desde joven, nunca me la sacudí así nomás con la manita. Estaba terminando cuando escuché la voz ronca de Carolina, diciéndome casi al oído: "Pero si te limpias como una de nosotras. ¿No serás una chica?"

Yo de inicio pensé en no contestarle, y lo que es más, era tan obvio que me había equivocado de puerta que hasta ocioso me parecía explicarle cualquier cosa. Me abrí paso del privadillo, pero ella me atajó el paso con su par de tetas, y empujándome con mi miedo de tocarlas me regresó al cubículo, a la vez que cerraba la puertilla tras de sí y me decía "¿Ya te vas tan pronto?". Su presencia era tan cachonda que me provocó una erección inmediata, pero por vez primera en mi vida me arrepentía de que mi verga funcionara tan bien, no porque me entristeciera que lo hiciera, sino porque lo hacía a mis espaldas.

Por alguna inercia masculina de sentirse infiel y traicionero me llené de pánico. Lo único que quería era salir de aquel baño, y crucé los dedos implorando al cielo que no entrara nadie al baño, que nadie nos viera, que no naciera el chisme de que estaba en el baño de damas junto a esta mujer que por sí misma era prueba de infidelidad aunque uno no le hubiera hecho nada en absoluto.

Ella fue al grano: "¿Cómo ves si te doy una mamada? Siempre quise robarle un novio a mi prima. Pero no se dejó porque nunca tuvo novios mientras yo vivía aquí. Si te contó que éramos muy amigas en nuestra pubertad, ¿Cierto?"

Yo no contesté. Sudaba frío.

"Ya veo. No te contó. Pues lo dicho, tal vez no le robe un novio, pero puedo robarle parte de la leche nupcial que has estado cargando para ella. ¿Cómo ves? Lo mama rico, ¿verdad?, ¿No te dijo quien le enseñó? Fui yo mera. ¿No te intriga saber cómo la mama la maestra de tan buen aprendizaje? La supero, créeme." Me metió mano en el pantalón y pareció violentarse más cuando sintió tener ganada la batalla al descubrir mi verga más enhiesta que nunca. Cuando lo notó, emitió su dictamen: "Pero si eres un cerdo, tal como lo pensé. Ándale, déjate."

Se escucharon unos tacones entrar al baño. Yo por instinto furtivo subí mis zapatos al retrete. Eran los tacones de Rebeca. La sangre se me fue a los pies. Sé que podría explicarle, pero vaya, no quería pasarme mi luna de miel explicando cosas, yo sólo quería una boda normal. Se oyó su voz "¿Estás ahí amor?" Nunca me había dicho amor. En un impulso idiota iba yo a contestar que no. Carolina me puso la mano en la boca y habló ella, bromeando con Rebeca "Aquí estoy corazón". Rebeca, que desde luego reconoce la voz de su prima, volvió al tema preguntándole por mi: "¿No has visto a Cornelio?". Carolina, con una sagacidad de ladrona, dejó de cubrirme la boca, segura de que yo ni siquiera respiraría, y con las dos manos comenzó a bajarme el cierre del pantalón y a sacar mi verga, que quedaba ya muy cerca de su cara. Una vez que me sacó el falo del pantalón, me la comenzó a menear. Me tuve que morder los labios para no hacer ningún tipo de ruido. Ella comenzó como que a dialogar con mi Rebeca, siendo irónica le dijo: "No, no he visto a tu amorcito".

"No te burles, necesito encontrarlo, ya va a ser tiempo de partir el pastel y no lo encuentro por ningún sitio." Mientras Rebeca hablaba, Carolina ya se había metido hasta la garganta mi excitada rama. Yo casi grito de gozo, pero no podía hacer ruido alguna. La muy cerda de Carolina se sacó de la boca mi duro palo, con el cual permaneció unida por un hilillo de saliva, y se apresuró a contestar: "Para qué lo quieres, si aquí estoy yo".

"No te burles. Oye Caro, ¿Crees que me quedó bien el vestido?"

"Uy, sí. Se te ven unos pechos paradísimos. No sé cómo el resto de invitados no encierran a Cornelio en una caja y te violan. El culo también se te ve divino".

"¿Verdad que sí?"

"Mhjju" dijo Carolina como afirmando, pues tenía la punta de mi verga tocando su campanilla como si fuese un cuasimodo drogado. Estaba disfrutando tanto aquella mamada que ya no me estaba importando mi noche de bodas, luego recapacité en la idiotez que acababa de pensar. Por otra parte, me estaba poniendo a cien la platica tan de putas que estaban teniendo Carolina y Rebeca, y sobre todo, me sorprendía de ver el grado de confianza que se tenían, pues Rebeca siempre que hablaba de Carolina lo hacía como chismeándome que otros la odiaban, que otros la censuraban, que estaba muy loca, o cualquier cosa que me hacía entender que ella y Carolina eran las mujeres más diferentes en este universo, y al parecer se entendían muy bien.

"¿Crees que Cornelio termine pronto?"

"Creo que estás ansiosa"

"Es cierto"

"Si no te aguantas tócate como te enseñé"

"No quiero llegar exhausta a mi noche de bodas"

"Algo que no te enseñé es que siempre que te creas muerta, exangüe, sin energía alguna para disfrutar más, sepas que siempre hay espacio para más y más placer. Una mujer que implora por más nunca es una mujer débil, porque tiene el poder de elegir."

"No es tan mala tu idea de tocarme un poco. Total, nadie me va a echar de menos"

"Sobre todo tu Cornelio"

Rebeca se metió en el cubículo de a lado, se veía entre muro y muro el reborde de su vestido blanco. Comenzó a escucharse un gemidito. Mi Rebeca se había comenzado a masturbar.

"Esto tenemos que disfrutarlo los tres" Dijo Carolina. Yo abrí mis ojos como nunca.

"¿Los tres?" Preguntó Rebeca, bajándose de manera violenta el vestido, según pudo escucharse.

"Si, los tres. No me vas a creer pero tengo aquí a uno de tus invitados, y le estoy comiendo la verga... como te enseñé"

"Eso no te lo creo"

"Mira al suelo, verás su sombra"

"Yo me marcho"

"Quédate. Escucha cómo lo mamo mientras te masturbas. Los tres nos pondremos muy calientes escuchándonos. Aunque me parece que tu invitado es mudo. Yo se la mamo, él se deja mamar, tu te metes tus deditos como te enseñé y piensas en quien tu quieras."

"Bueno"

"¿En quien pensarás?"

"En mi amorcito"

Comenzó a oler como olía el coche, era el olor particular de la vulva de Rebeca. Eso me puso nervioso de nuevo, más de lo que ya estaba, pues no sólo Rebeca despedía un olor particular, sino que yo también, y podría ella descubrir que era yo el invitado mudo. Escuchaba el jadeo de Rebeca, era una loba en celo. La intensidad con que ella se metía los dedos era una información muy valiosa para mi, que estaba ya planeando cómo le haría el amor. Carolina estaba metiéndose mi verga en la boca llenándola de saliva. La mamaba con gran maestría, exagerando quizá un poco el sonido que su actividad producía, pero era muy buena, mucho mejor que cualquiera que me hubiera felado, incluso, obviamente, mi inexperta Rebeca.

De vez en vez, Carolina se sacaba la verga de la boca y decía cosas acerca de mi verga, como para cachondear a Rebeca.

"Está tan dura"

"Tan venosa"

"Sabe tan bien"

"Ya quiero que me bañe de leche"

"Me encanta comer vergas en tu boda"

"Me dejaría coger por todos"

Rebeca replicó esto último: "No a mi Cornelio"

"Está bien. A tu Cornelio ni quien lo quiera"

"Yo lo quiero"

"Bueno, no está mal"

Se escuchó que otra persona entró al baño. "Ya salgan del baño parecito" Era mi suegra. "Ya vamos –dijo Rebeca- Es que tengo un problema".

"¿Cuál problema?" Preguntó mi suegra.

"¿Cuál problema?" Me pregunté en la mente.

"¿Cuál problema?" Preguntó Carolina a la vez que daba una bocanada de aire luego de casi auto asfixiarse con mi miembro.

"Me está bajando la regla" Contestó Rebeca. En ese instante eyaculé en la boca de Carolina.

Mi suegra se fue. Carolina preguntó a Rebeca si era verdad o una simple ocurrencia. Rebeca contestó que era real. No me calentaba ni el sol. Rebeca se fue del baño llorando. Detrás de ella se fue Carolina. Yo salí luego, pero por una ventana del baño.

El resto de la fiesta fue de lo más extraño. Rebeca, supongo que para no entristecerme, no estaba dispuesta a contarme su predicamento; como en esos casos en que las mujeres hacen equipo para solucionar un problema, primero hicieron corrillo alrededor de ella las mujeres más cercanas de la familia. Las tías, madre, amigas, comadres y primas –excepto Carolina-, la rodeaban y ponían cara como si les estuviera bajando la peor regla a ellas mismas, mientras Rebeca estaba triste pero guardando la compostura. Sin duda alguien, posiblemente la que salió con cara de héroe, fue a traer un paquete de toallas sanitarias. Rebeca no me dijo nada, pues no deseaba echarme a perder mi fiesta de boda, aprecio eso aunque no sé si era lo más adecuado. La fiesta siguió.

En nuestra sociedad todavía se estila que los novios la hagan un poco de fichera o puta de burdel, bailando un momento con los invitados, quienes pagan la pieza de baile colocando con un alfiler un billete de la denominación que quieran, y sólo los más finos y pudientes, colocando cheques con cantidades importantes, o por qué no, colocando con un segurito unas llaves de automóvil. La idea es que los novios no se preocupen por la economía durante la luna de miel y se den a la tarea de gastar irresponsablemente el dinero que nada les ha costado ganar. Muchos bailaron con Rebeca y le colocaban billetes de las más diversas denominaciones. A mi me asecharon todas sus amigas, tías, la abuela, la madre. Yo me divertía oliendo los perfumes de cada una de ellas y adivinando la marca, y juzgando si el aroma elegido les quedaba o no. En cuanto a Carolina, ésta había puesto los ojos en el amigo de un primo de Rebeca, un sujeto con cuerpo de fisicoculturista, aunque de mirada algo gay. No sé que le dijera Carolina, probablemente le vendió la idea de que si la besaba en la boca podría disfrutar el sabor a verga y semen sin despertar sospechas de su homosexualidad, en fin, el caso es que bailaban y se besaban en la boca sin mucho pudor.

Carolina era algo así como la nieta puta, ya todos la habían aceptado así y descansaban de saber que la oveja negra era ella y todos se sentían libres en consecuencia; sin duda era utilizada como ejemplo para disciplinar a las demás primas, amenazadas de que, de portarse mal, acabarían como su prima Carolina. Por eso Carolina podía hacer todo tipo de desplantes, es más, estos desplantes ya eran esperados por la familia como parte del folclor. Mi familia, por su parte, no miraba con buenos ojos a Carolina. Aunque mi hermano Roberto si que la veía con buenos ojos, de hecho le gustaría estársela cojiendo ahora mismo.

Luego tocó el turno de que bailara conmigo Carolina. Para darle gusto al público y alimentar aun más su mito personal, me colocó un billete de quinientos pesos en la bragueta. Cuando lo colocaba con el alfiler ella sonrió y masculló "No te crezcas. Te estoy pagando mucho por lo que te dejaste hacer en el baño. Por esta cantidad mínimo debías haberme cojido como Dios manda. Qué le voy a hacer, ser buena puta no se te da." Cuando me puso el billete en la bragueta alcancé a escuchar a la abuela de Rebeca decir, "Esta bárbara".

Bailamos la pieza. Pareciera que ella, como todo el mundo, aprovechara la canción para darme consejos acerca de la vida matrimonial, o desearme felicidades, cosas de las cuales ya estaba completamente harto, pues habría que escuchar las mamadas que me decían las que bailaban conmigo. Sugiero que este baile lo hicieran los hombres invitados con el novio y las mujeres invitadas con la novia, pues más allá de lo maricón que pueda resultar, sólo los maridos le podría pasar consejos de valor al novio y las esposas a la novia. Como está, la tradición obliga a que uno como novio escuche la arenga de una bola de viejas que no saben nada del hombre y sus intereses. Según mi cuenta, unas siete ya me habían dicho que el secreto estaba en la comunicación. Era un consejo cuerdo, pero a cada una tenía que ponerle cara de asombro y de ser un tipo afortunado por que, en mi ignorancia, no era yo, tonto, capaz de conocer tan elevada conclusión. Carolina, como he dicho, aprovechó su tiempo de manera distinta, y de una forma que se agradece. Dijo:

"A que primito. No te deprimas. ¿No te da curiosidad saber todo lo que le enseñé a tu mujercita en estas últimas semanas? Ya que la empines bien rico y te estés fumando el cigarro de después del orgasmo, tómate un segundo para agradecerme, a mí, parte de tu dicha. Soy tu amiga más que tu enemiga, aunque opines lo contrario. ¿Quieres saber qué terreno pisas con ella? Te contaría si me prometes guardar el secreto de esta plática." –Yo dije que sí con la cabeza- "¿Sabes? Ella quiso conocer un poco del sexo antes de esta fecha, así que me pidió que le mostrara una película porno. Es asombroso que mi primita no hubiera visto alguna a su edad. No sólo le mostré una, sino muchas. Créeme, te llevas a una de las más perras de la familia, aunque no me conviene que se desarrolle mucho, pues me quitaría el puesto. Voltea a la mesa de mi tía, todas son unas perras, pero no lo admiten. Además, en mi recámara tengo un juguetito que nos permitió muchas horas de adiestramiento. No te enfades, ¿O hubieras preferido que aprendiera con mis amigotes? Te llevas a mi prima más querida, y pobre de ti que la hagas sufrir. Te las verás conmigo. Veo que tu verga se ha vuelto a emocionar. Y si te platico que la clase de mamada de verga duró dos horas, ¿Cómo se te pone? Y si te digo que ella espera que te la claves por el culo desde hoy mismo, ¿Cómo se te pone?. Su esfínter se dilata rapidito, créeme. Y es calientito. No hay tabú para ella, ¿Lo habrá para ti?. Si me pides mi opinión. Tu no eres para ella. Todos te creen un buen partido pero yo sé la verdad, que eres un cabrón que no se explica cómo consiguió el mujerón que es Rebeca. Pero ahí arréglense. No creas que porque le está bajando has perdido tu noche de bodas, todo está en cómo la convenzas. No me odies. Esta información es el parte aguas de esta noche. Nos vemos suertudo."

Mi tensión se aligeró y volví a mi olvidada idea de tener una noche de bodas genial. La fiesta terminó, gracias al cielo, y nos fuimos al hotel.

Ya en la alcoba nupcial me fui a lavar la verga en el lavabo. Alguna vez leí que , entre una gran cantidad de ingredientes, el semen tiene cloro, de ahí que si te huele a lavandería quiere decir que tuviste sexo o al menos eyaculaste en los pantalones. Llegamos a la cama y ella me confesó que le estaba bajando la regla. Yo, conocedor del secreto desde hacía muchas horas, pude estructurar una respuesta amorosa aunque nada improvisada, le dije que estar a su lado abrazándola me hacía ya de por sí el hombre más feliz, que me moría de ganas, pero me unía a su condición, incluso me ofrecía atraerle algunas toallas sanitarias –pese a que sabía que ya tenía una caja- fue un buen detalle. Ella se enterneció mucho de mi proceder tan adecuado y tan tierno que me susurró: "Podemos disfrutarnos de otras maneras. Aunque sí deseo esperar a que no tenga sangrado para hacerlo por la vagina. Lo haría si me lo pidieras, pero ese canal quisiera dejarlo para el momento más óptimo." Yo no respondí, sino que comencé a besarla. Ella sacó de su bolso de novia un tubito de lubricante y me colocó un poco en los dedos índice y el que sigue –que nunca me acuerdo de su nombre- y me llevó la mano a su ano. Pude sentir que se había lavado ella misma su vagina, supongo que para no asustarme con su sangre. "Hazme a tu modo" me dijo. Yo continué besándola en la boca, primero con besos algo tiernos, luego incluimos la lengua y comenzamos a comernos. Por alguna causa todo lo hicimos por largo tiempo, pues no había prisas de nada. Ya el triunfo estaba logrado y todo era disfrutar de él. Yo metí los dedos en su ano, con gran cuidado, sintiendo el apretón de su hermoso arillo. Jugué con su agujero por un rato y verificaba la reacción de ciertas metidas con la diferencia de pasión en sus besos, o identificando qué caricia le provocaba qué gemido. Comprobaba algo que sospeché desde el primer instante que la vi, que era una caliente.

Ella se fue bajando de mi boca a mi cuello, dándome mordidas sin el menor cuidado de marcarme, por el contrario, parecía dispuesta a tatuarme de mordidas todo el cuello, luego pasó a los hombros. Yo sentía impulsos eléctricos muy fuertes a cada mordisco que ella me daba. Luego de pasó a mis tetillas y yo no perdí detalle de cómo las chupaba, pues imagino que le gustaría una chupada igual. Ella no se había quitado el vestido de novia, pero me había ya desnudado a mi casi por completo. En un detalle inexplicable, me había quitado todo menos un calcetín. Luego se perfiló a mamarme la verga. La metió hasta su garganta y comenzó a hacer todo su juego que ya conocía. Puede uno acostumbrarse a las mamadas, pero la sensación de voracidad de quien la da, que es un rasgo personalísimo, ese siempre resulta nuevo. Con este cambio de posición, de estarme mamando la verga y alzar sus nalgas a la altura de mis hombros, a un lado de mi brazo derecho, fue una invitación a mi para elevar mi torso y comenzar a trabajar aun más su ano. Con mi mano derecha comencé a meter y sacar mis dedos, primero en línea recta, como un supositorio que entra y sale sin la menor gracia, como para dilatar la parte de adentro. Luego el juego cambió para dejar mi dedo medianamente dentro y girarlo en forma circular, como si mi dedo fuese un cochecito girando en una autopista circular, cuyo aperaltado de curva fuesen las comisuras del ano rosado de mi Rebeca. Esta maniobra del cochecito no sólo dilató muy bien el culo de ella, sino que le gustaba mucho, luego usé una variante de girar para un lado, luego para otro, metiendo luego los dos dedos y tocar las paredes interiores de su cuerpo. Ella me mamaba a un ritmo idéntico a lo que yo le hiciera en su ano, como si fuese un aparato de realidad virtual en el que uno da una instrucción y un artefacto replica las sensaciones en el órgano sexual. Luego arremetí con mi mano en su culo que ella se abandonó a esta sensación y dejó de chupármela, descansando su cabeza en mi pierna derecha, usándola de almohada, desde donde muy eventualmente sacaba la lengua para lamerme los testículos. Con su cabeza recargada ahí, su vestido de novia alzado, sus medias sujetadas por un par de ligueros blancos que apretaban sus nalgas , y su culo bien parado, me hicieron saber que era el momento de penetrarla. Le quité la almohada –mi pierna- y me paré, ella sólo pasó a recargar su mejilla derecha sobre la cama, pero mantenía el culo tan parado como antes. Me coloqué detrás de ella y me alcé. Mi experiencia, escasa por cierto, en sexo anal, me permitía saber que la penetración de este tipo debe ir de arriba hacia abajo, como un avión que aterriza y desaterriza constantemente, así la verga estimula la parte interna de la vagina, y no la cara interior de la columna, o lo que sea que esté ahí, no soy médico para saberlo. Me acomodé para penetrarla de la forma que me pareció mejor y en ese ángulo arremetí. Primero la introduje muy despacio, con delicadeza, sintiendo cada milímetro de fuego cubrir el cilindro de mi miembro. No me encajé de un golpe, primero la trabajé un rato, lo hacía tan lento y jugaba con los elásticos de su liguero, luego tomaba las nalgas con mis manos y las separaba o juntaba, según yo quisiera que ella sintiera en ellas. Luego comencé a mover la cadera como en círculos, dilatando más su esfínter. Ella se había ya entregado a sus gritos, como si la estuviese matando, pero de gozo. Su vagina estaba tan hinchada como prohibida. Repegué mis caderas a sus nalgas y comencé a hacer puro juego con la distancia que daba la blandura de sus nalgas y mi pelvis, eso me hacía sentir que la tenía toda adentro pero que, sin salirme, continuaba metiendo y sacando a muy buen ritmo. Esta posición me permitió agacharme, sujetarla del cabello y encontrar mi boca con la suya, ella de inmediato comenzó a succionar mis labios y lengua, y era como si, así empalada, su boca hubiese crecido en tamaño y saliva. Mis caderas comenzaron a perfilarse en pos de un orgasmo. La metí hasta el fondo, me movía, pero no sacaba ni un milímetro de verga. Comencé a regarme y mi semen se sentía frío comparado con el interior de ella. Me pulsó violentamente durante casi yn minuto, tiempo en el que empujaba más y más la cadera, ignorante que no podría meterme más. Iluso lo suponía.

Rebeca y yo tuvimos una noche sin descanso, y así fueron las que siguieron. Nos fuimos a la playa y fueron días de puro disfrutar. ¡Qué convencido estaba de querer que esto fuera para siempre! Por fin la penetré por la vagina. Todo estuvo excelente, por un tiempo. Algo que noté era que con frecuencia, en el momento de más pasión, Rebeca me preguntaba si era buena para eso, para el sexo, como si quisiera a toda costa estar segura de ser buena amante, de tenerme satisfecho. En realidad era yo quien dudaba si yo era demasiado bueno para ella, si la satisfacía. Ella eso nunca lo trataba, siempre que aludía a su placer hablaba en plural, lo que me parecía una forma más de ratificar que ella era buena, pero sólo porque yo lo creía así, pero que no estaba segura.

Me dí a la tarea de darle esa seguridad, que supiera lo dichoso que yo era con ella como mujer, con ella como amante. Cuando lo logré, las cosas comenzaron a cambiar. Ella dejó de competir consigo misma, y de rato no se moría por hacer el amor conmigo. Luego fui yo el inseguro. Luego las cosas cambiaron. Ella me dio todo lo mejor de sí, su pasión, sus primeras veces, su aprendizaje, su frescura. La mujer que era pareció estancarse, pareció olvidar sus pretensiones vitales, eliminó sus objetivos, su objetivo pasó a ser demostrarse a sí misma que era una buena chica y una buena esposa. Nada de esto se lo puedo decir sin herirla. Por eso, creo que ahora lo más conveniente es que busque alguien que si la haga reaccionar, alguien que la obligue a crecer, alguien con quien ella si tenga planes, pero que lo haga sin creer que ella no vale la pena. No la deseo igual porque creo que soy su obstáculo vital, pero ella cree lo contrario, que soy su catapulta vital. Vaya, si yo no me catapulto ni a mi mismo. Y ella, sin pretensiones propias, no puede apoyarme a crecer en las mías.

Con el tiempo advertí que a pesar de que ella tenía un excelente cuerpo, el sexo se estaba poniendo un tanto trillado. Ahí es donde todo se desbarata, donde todo se va al caño. Pese a que ya no quiero vivir a su lado, situación que puede resultar increíble para cualquier hombre que la vea a ella (Sucede lo mismo que uno piensa respecto del pendejo de Hugo Grant cuando se reflexiona que cambió a Liz Hurley por la pinche negra fea que se la mamó en una avenida), "se necesita estar muy pendejo para dejar una hembra como Rebeca" dirían mis amigos si les contara que ya no la quiero.

Tanto le insistí de casarnos, dos años rogándole, quitándole su virginidad, para luego salir con esta necedad de que no quiero verla más, así nada más porque sí. Ella no entendería las razones de por qué ya no la quiero, porque además parece no haberlas. No he querido ir a un psicólogo porque es inútil que se me quiera hacer entrar en cordura, pues mi problema de no quererla no tiene qué ver nada con lo racional, no hay explicación posible y por lo tanto no hay forma de que pueda comprenderlo. Sin embargo, repito, la fidelidad de ella, su integridad, no se merece una trastada como esa que pretendo darle al abandonarla, por eso no se me ocurre una mejor salida que serle infiel para luego ser atrapado, acusado, descalificado, que sea ella la que me mande a volar, teniendo toda la razón, convenciéndose que el problema de no ser amada no tiene nada que ver con ella, que seguiría igual de encantadora, que la idiotez es sólo mía. Que ella salga limpia de esto y yo enlodado y sucio… pero fuera, libre.

 

Mi plan era este: El sábado alegaría insomnio, le diría que vería un poco de televisión y cuidaría de tomarle la mano para que no se marche de la habitación para dormir en la contigua. Sintonizaré "Infieles" y fingiré que duermo. Si mi plan no falla, ella no podrá dejar de ver el programa, pues la víctima del capítulo en cuestión -recuerden que sería retransmisión y yo sabía exactamente qué caso saldría en la pantalla- era muy semejante a ella, por lo que Rebeca no podría apagar el aparato hasta ver qué suerte le depararía el destino a esa mujer con la cual sin duda ella se sentiría identificada.

Así pasó. El sábado nos fuimos a acostar y yo fingí que no podía dormir. Encendí la tele y sintonicé "Infieles". Ella nunca cuestiona los programas que yo decido ver. Permanecí despierto por un tiempo, registrando en mi mente el diálogo que había entre el Inspector y una tal Jane. Sujetando la mano de Rebeca podía advertir sus emociones, un ligero apretón me hacía entender cuáles partes de la historia eran las que más le impactaban. El diálogo era el siguiente:

Inspector: "Nadie obliga a otra persona a seguir viviendo con alguien que le engaña. Tal vez nosotros no tengamos el derecho de meternos en las vidas ajenas, pero este derecho es menor a aquel que tiene toda persona de conocer la verdad. Nosotros ayudamos a la gente a que conozca esa verdad y decida por sí misma su destino. Enseguida, el caso de Jane, quien sospechó que su esposo la engañaba y llamó a "Infieles". Su marido, un agente de ventas, no valoró su amor. Veamos lo que dice Jane en nuestra entrevista inicial."

Jane: "Nos casamos hace cinco años. Tenemos dos hijos y, bueno, admito haber aumentado de peso…"

Inspector: "¿Cuántos kilos has aumentado?"

Jane: "Tengo 25 kilos arriba"

Inspector: "Pero luces muy bien no obstante" –El inspector siempre busca la manera de darle alas a las víctimas para que se sientan bellas, dignas de amor; supongo que lo hace porque una persona con amor propio sufre aún más con el engaño. Casi parece que el Inspector quiere darle a entender a su víctima que si él no fuese tan integro se la tiraría ahí mismo, pero que no lo hace por respeto.

Jane: "Si. Bueno, yo me casé siendo virgen y he respetado mis votos, creo que la vida es buena y amo a mi esposo…"

Inspector: "Sin embargo has llamado a "Infieles", ¿Qué te hace pensar que Martín te ha fallado" –Aquí la cara que se ve no es la del Inspector formulando la pregunta, sino la de Jane recibiéndola, seguramente porque el público quiere ver cómo aquella mujer regordeta de mejillas sonrosadas cambia de aquella expresión fantasiosa en que hablaba de su hogar ideal para pasar a hablar de cómo éste se desquebraja. Sus labios tiemblan un poco y sus ojos se humedecen, como presintiendo lo peor. El Inspector ha dado en el blanco al decir que Martín le ha fallado.

Jane: "Martín, mi esposo, ha cambiado. Antes sentía deseo por mí, ahora casi ni me toca. Es cierto que he aumentado de peso, pero puedo adelgazar, puedo hacerlo. Nuestros hijos absorben mucho de nuestro tiempo, siempre hablamos de ellos únicamente. Una lo siente, ve cómo él se arregla la camisa, se pone perfume, se esmera en su peinado, en su afeitada, veo dentro de la casa el proceso que sin duda ocurría antes de que saliéramos juntos cuando éramos novios, todo ese proceso de embellecimiento que daba como resultado aquel Martín que uno deseaba besar. Lo veo seguido arreglándose, vistiéndose, sé que está vistiéndose para enamorar, y me da miedo porque temo que esa mujer que él desea seducir ya no soy yo."

Inspector: "Aparte de eso, que es gravísimo…" –Nótese que el cabrón del Inspector siempre tiene comentarios muy atinados que tienden siempre a desmoralizar a la probable víctima. El marido aun no ha sido encontrado culpable y el hijo de puta del Inspector ya lo da por hecho- "¿Qué más has notado?".

Jane: Pues, cada ves es más frecuente que mi marido tenga reuniones de negocio en la noche, de manera que durante el mes no viene a dormir en tres o cuatro noches. Yo no entiendo, con tanto trabajo deberíamos estar mejor económicamente, pero en vez de crecer siento que día con día vivimos con más limitaciones. A veces no hay dinero ni siquiera para los pañales del bebé, y yo tengo que ponerle pañales de tela, usted sabe, de esos que una como madre luego debe tallar a mano.

Inspector: "Te entiendo Jane" –En ese simple "te entiendo" el Inspector da a entender que entiende todo aquello que Jane calla, que el marido es un culero y que cada día la trata peor, pero como él sólo quiere ayudar, no profundiza, simplemente intervendrá para que aquella mujer, como él dice, conozca la verdad.

Aquí es donde yo me hago el dormido, para que Rebeca crea que nada de lo que ocurre en el caso de "Infieles" me interesa, pero no lo hago sólo por eso, sino que voy más allá. Al fingir que duermo le estoy dando a mi mujer el mensaje de que el programa no me llama la atención, pero sobre todo, le dejo en claro que no me doy cuenta de lo peligroso que es el equipo de "Infieles" así que llegado su momento, y puesto que "ignoro" los riesgos, ella podrá valerse de tal equipo para atraparme, sin que pueda yo hacer nada al respecto, pues yo pendejo me dormí mientras mi futuro enemigo develaba su técnica de cacería. A partir de ahí, sólo escuché lo que el programa decía, y palpaba en la mano de Rebeca sus reacciones.

Inspector: "Luego de la entrevista decidimos seguir al marido. No pasó mucho tiempo para que advirtiéramos que Martín estaba en malos pasos, que no le era del todo fiel a su esposa. El viernes 20 salió en su automóvil y se encontró con una mujer en un conocido hotel. Al principio ella se muestra renuente a los avances de Martín, pero conforme van avanzando las copas, la mujer toma confianza. Martín le toma de la nuca un par de veces y ella le besa en la mejilla. Ambos ignoran que son filmados por las cámaras de "Infieles". A pesar de los arrumacos, las escenas filmadas no son concluyentes de un engaño. Acaso son acercamientos de gente que se tiene estima y que está tomada."

Inspector: "El Jueves 26 corrimos con mejor suerte. En otro bar de un conocido hotel se encuentra Martín con la dama desconocida. Jane espera en casa a que su marido regrese de trabajar, pero ignora que él no llegará. Esta vez Martín está de mejor semblante, ríe mucho e irradia esa energía que sólo se ve en los muchachos que enamoran a una chica, pero él ya no es un muchacho, sino un esposo y padre de dos lindos niños, mientras que la mujer ya no es ninguna chiquilla. Salen del bar y está lloviendo, una lluvia muy copiosa. Martín se alza el saco para cubrir el cuerpo de la mujer, como si fuese un pájaro protector. Esta maniobra le permite acercarse al cuerpo de la mujer, ella se voltea y por fin accede a la seducción del adúltero. Entre los besos, Martín se distrae un poco para vigilar, cauteloso, en todas direcciones, cerciorándose si hay alguien que los vea. Sintiéndose seguro prosigue con sus besos. No les importa mojarse. Se besan con pasión. Él le toca los pechos y ella no parece negarse. Pese a que estas imágenes ya son concluyentes, decidimos seguirlos. Entran en un Motel. Lo tenemos."

Cuando el Inspector dice "se besan con pasión" sin duda es honesto. Yo, que ya había visto el programa, recuerdo que tuve una mediana erección con sólo ver cómo se besaban. La mujer ya estaba abierta de piernas, aunque ante las cámaras sólo se mirase una pareja besándose bajo una lluvia torrencial. La mano de Rebeca me hizo saber que esta escena le incomodaba, pero era incapaz de apagar el televisor. Faltan dos partes del programa, muy importantes, aquella en que el personal de "Infieles" le muestra a la esposa la verdad, y por último la escena de confrontación en que luego de mostrarle las escenas al cónyuge engañado le dicen que justo en ese momento su marido está en compañía para luego llevarla hasta el sitio mismo del engaño para que discutan ante las cámaras.

Inspector: Estamos con Jane. Queremos mostrarle el resultado del trabajo del equipo de "Infieles". Quiero aclarar que creemos que lo que verás no será agradable, pero sin duda coincidirás que es mejor que juzgues por ti misma si lo que verás es algo grave o no dentro de la relación con tu esposo. "Infieles" siente el deber de preguntarte si lo deseas ver o no. ¿Qué dices Jane?"

Jane recibe estas palabras como balde de agua fría. Las uñas de Rebeca se encajan en mi mano. Jane sabe que está haciendo el idiota ante unas cámaras y finge entereza. Admite que desea ver las imágenes, pero está abatida, destrozada, su corazón está hecho añicos sin haber recibido aun el martillazo. El Inspector se pone a un lado suyo y le muestra la pantallita líquida de la cámara de video. El espectador ve lo que Jane está viendo porque lo ponen en un recuadro, pero como ya hemos visto las fechorías de Martín, parece ser más interesante ver la cara de Jane al ver lo que su maridito está haciendo. Uno come ansias por ver qué cara pone cuando la pareja del video se magrea y come la lengua bajo la lluvia. En ese instante ella se quiebra en llanto y dice "Qué estúpida he sido". Es irónico cómo aquella escena que cachondea al mundo entero resulta tan letal para un corazón de mujer. El Inspector, experto en tratar este tipo de situaciones parece hablar en voz alta pero utilizando las palabras que seguramente pasan por la mente de Jane, dice: "Sin duda una esposa como tu no merece esto. No sé cómo llamar a esto, pues traición es decir poco. Podríamos ignorarlo pero es mejor saberlo. Lo que haremos enseguida puede ser definitivo". En realidad el Inspector le está calentando la cabeza a Jane para que esta actúe en consecuencia. No sería igual si el engañado decide irse a casa, por eso le calienta la cabeza a Jane, para que cuando ella está bastante furiosa, decirle que en ese momento su marido se divierte con esa mujer y preguntarle si desea ir a su encuentro.

Inspector: "Sé que esto no es cómodo, pero Martín está en estos momentos en el bar de este hotel que está enfrente, y está acompañado. ¿Querrías ir ahí para preguntarle si te ama? –La sugerencia no puede llevar más veneno y más cinismo.

Jane: "Vamos".

La escena final da para mucho morbo. Jane llega dándole de golpes a Martín, quien se muestra muy asombrado y pregunta si se trata de una broma. El Inspector de "Infieles" se saca un diez con la siguiente frase muy estudiada, "El jugar con el corazón de una esposa nunca es una broma". Otros golpes caen sobre Martín. Jane mira de arriba abajo a la competencia y saca a relucir los defectos de ella a la vez que oculta los propios, es decir, saca partido de que la acompañante de Martín está madurita y ella está joven, pero parece ignorar que aunque madurita está buenísima en comparación con el bulto de harina que es la pobre de Jane. "¿Quién es esta zorra?. Pero si podría ser tu madre, cómo puedes engañarme con esta. El niño sin pañales y tu gastándote tu dinero con esta perra. Sépase señora que este hombre es casado y tiene dos hijos." , "No sabía que era casado" Dice la otra mujer. Martín sigue jodiendo con que aquello es una broma, incapaz de reconocer que ha sido tomado por el culo y sin lubricante. Más chingazos en la cabeza de Martín, quien cambia de postura amenazando con que va a demandar a Jane por lesiones, El Inspector se da a la tarea de darle a entender al tal Martín que Infieles también tiene una barra de abogados buenísimos y que si demanda será él quien pague a Jane el daño que su cabeza hizo en los nudillos de la chica. Al ver que no funcionó lo de la demanda, manda pedir una policía. La treta de la policía funciona y Jane y el equipo de "Infieles" deciden huir. El cabrón del Inspector hace una última entrevista en el auto.

Inspector: ¿Qué harás ahora Jane? ¿Qué harás con tu futuro y el de los niños? –El hijo de puta parece no saber que en ese instante no hay respuestas cuerdas a esa pregunta tan filosófica.

Jane: "No lo sé. Me divorciaré, eso es seguro. Si tan sólo me hubiera dicho que lo sentía. Pero no, en cambio amenaza con demandarme el muy pendejo. Me siento como una imbécil, yo que siempre tomé muy en serio mis votos, que siempre jugué limpio mi papel."

Inspector: "La dignidad es algo por lo que vale la pena vivir".

Pese a que iba a haber más y nuevos casos, Rebeca apagó la televisión enérgicamente. Mi plan había comenzado.

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