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Infieles (7: El final según Cornelio)

en Hetero: Infidelidad

INFIELES VII

(El final según Gonzalo Cornelio)

Soy cabrón que si se me pierde un dado este cae en seis. La situación no podía empeorar, y si empeoraba ya no era relevante. Es como morir, si fuera volando en un avión y viese que las turbinas se han caído de los costados del armatoste, creo que morir me dejaría de preocupar. Así era aquí, lo veía todo con una visión panorámica. El imbécil de infieles decidiendo cuál pregunta me haría, pues la situación ha de haber sido difícil para él, una situación tan llena de posibilidades, tan rica en matices para su programa, no, no podía poner otra cara que esa que llevaba puesta. Él, indeciso, buscando la mejor entrada. Rebeca con una cara de asombro total. Me esperaba encontrar en plena infidelidad, pero nada, ningún aprendizaje que hubiera tenido desde el día en que nació, la preparaba para esto que veía. Sonia, montándome con su verga falsa, sin ganas de dejar de empalarme, divertida de verse al menos tan atrapada como yo. Y yo, recostado, sodomizado, seguramente con cara de idiota.

Las palabras, las preguntas, las respuestas, nada de eso contó en mi mente. Cuando todo comenzó ya había terminado para mi, nada de este momento me importaba, sino solo el momento siguiente. Acabado esto ¿A dónde iría? ¿A casa? ¿A un hotel? Si era así, ¿Cuánto tiempo duraría el exilio? Rebeca no quiso preguntar no confrontar nada, dijo que quería marcharse. Sonia se extendió demasiado en dar información y en jurar que ignoraba que yo fuese casado. Yo tampoco quise hablar.

Si cuando me acercaba a la casa de Sonia tenía la sensación de ir a la habitación de Linda Blair en "El Exorcista", ahora la ciudad entera me parecía esa habitación diabólica. Eso lo entiende cualquiera que ha salido en la televisión. Vas por la calle pensando que todo el mundo te vio, que todos los transeúntes tenían interés en el programa en que apareciste y que te identificarán de inmediato. Los artistas estarán acostumbrados y necesitados de todo eso, yo no.

Era además una tontería, pues acababan de filmar las escenas y este proceso todavía tenía que pasar por un trabajo de edición y demás. Me pareció una ironía que uno de los tipos de Infieles me pasara una tarjetita en la que me señalaba mi nombre, mi número de expediente y la fecha en que saldría al aire. Sería en una semana y yo con el nervio de haber sido visto, sufriendo la experiencia antes de que comenzara siquiera.

Cuando me dio la tarjetita le miré con desprecio y él alzó los hombros y me explicó –Qué quiere que haga, son políticas de la compañía. Tal vez usted no esté interesado pero a la mayoría de los infieles les encanta verse en la televisión, muchos incluso ya reconciliados ven el programa juntos y disfrutan palomitas de maíz al verlo.

-¿Cómo se atreve?- espeté.

Él alzó los hombros otra vez y dijo burlonamente –¿A poco lo va a resistir? Le adelanto que la empresa la enviará su expediente en DVD, para que lo vea cuantas veces quiera.

Llegué a la casa, toda ella olía a Rebeca y a mi, a nosotros. Lleno de vergüenza me perfilé hasta la habitación. Me paré bajo el umbral de la puerta, la luz de la habitación estaba muy tenue, tan tenue como cuando regulábamos la luz –que tiene un apagador que lo hace posible- para hacernos el amor, sólo que aun más bajo, casi gris, o gris de plano. Me figuraba que nuestra relación era una llama encerrada en el foco, y como él, su fuerza menguaba a límites de casi oscuridad. Sobre la cama, hecha bolita, cubierta de sábanas, estaba el cuerpo de Rebeca. Su respiración no era normal, casi no distendía el abdomen, estaba como dormida, pero atenta de todo. Verla así, tan sola, siendo que vale mucho, me rompía el corazón. Con el sigilo de un puma caminé hasta la orilla de la cama, me quité los zapatos de pie, alcé las sábanas y me senté a la orilla, para acomodarme. No sabía qué hacer, hubiera preferido que Rebeca estuviese detrás de la puerta de entrada con un sartén y me lo estrellara en la cabeza a aquello que hacía, reposar con una filosa humildad, con una paz de trinitrotolueno cuya mecha encendida casi terminaba.

No supe si abrazarla, así que me recosté totalmente derecho, tal cual si fuese un tronco sin labrar. Mi respirar era difícil y sentía que cada trago de saliva que daba era demasiado sonoro. Extendí mi mano y con la yema de mi dedo índice derecho toqué su espalda, y Rebeca se levantó como accionada por un botón, abandonando la cama y yéndose a la sala. Dios sabe que nunca sentí más frío que en ese segundo en que ella me destapó para marcharse, dejando entrar bajo las cobijas el viento de su ausencia.

Por la mañana me levanté un poco más tarde de lo usual, pues daba por hecho que Rebeca no me haría de almorzar y tendría que comer los horribles almuerzos que venden en las afueras de mi centro de trabajo. Sin embargo me equivocaba, Rebeca tenía la mesa servida. Me senté a comer y algo hubiera dicho si ella no hubiese dicho con una fortaleza hasta ahora desconocida para mi – No digas nada. Yo hablaré primero, cuando así lo disponga.

Bueno, al menos tenía mi permanencia asegurada hasta en tanto ella quisiera hablar, y esto revelaba cosas sorprendentes ¿No era yo el tipo que ya no tenía interés por esta mujer? ¿Acaso no era esto el éxito de mi plan? ¿Por qué no terminaba todo de una buena vez? ¿La amaba todavía?

Llegué tarde a la oficina y a mi paso todos volteaban a verme. Cuando llegué a mi privado estaba como pisapapeles el calzón de cuero con la verga de plástico que usábamos Sonia y yo. Debajo estaba una tarjeta que decía, "Te lo regreso para que juegues solo". Abrí mi computadora y había un correo electrónico dirigido a toda la compañía en la que se invitaba a todos a ver el programa Infieles en la fecha exacta en que pasarían nuestro caso. A Sonia le importaba un rábano aparecer como engañada, pues ella feliz pagaría ese precio con tal de humillarme. No renunció ella, ni yo, y por el contrario, la fama de ser una pervertida sólo hizo más popular a Sonia y creo que un tipo le pidió matrimonio instantáneamente, incluso sin ver el susodicho programa. Ella fue vestida más deliciosa que nunca, y dirigía su mirada viva a todas partes, menos a mi. Todos menos yo.

La casa fue un performance de minimalismo humano puro. Éramos dos que habitaban el mismo espacio, pero no se dirigían la palabra, pero sí las energías. El sábado era la fecha del programa. Sin acuerdo previo consentimos que ambos veríamos el programa juntos. Inició. Todo fue vergonzoso y pese a ello era cómico verlo. Yo ya me imaginaba el día insoportable que me esperaba en la oficina el lunes. Cuando el programa terminó –pues lo dejaron al último por ser un expediente digno de ser el especial de navidad- Rebeca tomó el control del televisor y lo apagó.

Nos quedamos sentados en el pequeño sofá del cuarto de tv. Hubiese preferido hablar en otro instante en que no estuviese tan fresco el impacto de ver las lágrimas de Rebeca en la televisión y de mirarme a mí mismo sodomizado en red nacional, pero tal parecía que el momento para hablar había llegado.

-¿Quieres decir algo antes de lo que voy a decir?

Si. De hecho quería decir muchas cosas, pero cómo decidir una cosa así. –Perdóname- balbucee y empecé a chillar –No sé que decirte. Sólo sé que te amo, que te necesito. He sido tan estúpido. No te mereces esto, tú que siempre me has guardado respeto, que has sido una mujer total, no mereces esto de mi- Ella ni se inmutaba con mi despliegue de lágrimas y mocos que la verdad hubieran conmovido incluso a Hitler. Guardé silencio como diciendo que no había nada más que aclarar por el momento. Aunque cursi, todo lo que había dicho resumía mi postura ante aquella plática, es decir, quedaba claro que aceptaba la culpa, que la amaba aun, que quería recomenzarlo todo. Me entró miedo, pues supuse que tanta solemnidad y frialdad era para decirme que quería el divorcio. Mi plan jugando en mi contra. Lo que dijo me sorprendió.

-¿Tú que sabes? Tal vez si me merezco esto.

-¿Cómo?

-Tal vez esto me lo tenga bien merecido. No creas que es por buena gente que no te hecho de aquí, tal vez todo lo contrario.

-¿Tú...?

-Y en tus narices, y sin culpa, sin mocos y sin lágrimas.

¡Vaya sorpresa!

-Eso tienes que explicármelo.

-No te hagas el exigente, ten dignidad. De lo que voy a hablarte es algo mucho más importante que saber donde metes la verga, o dónde te la meten, o donde pongo yo mis nalgas.

-Ahora sí que no entiendo nada.- dije, y decía la verdad.

-Fue en este año, nuestra relación ya estaba bastante distanciada, qué digo nuestra relación, tú estabas bastante distanciado. Yo te había dicho que quería tener un hijo tuyo y tu te llenaste de pavor. Tú no lo notaste, pero yo sí. Te llenaste de miedo. Me entristecí mucho porque tus estúpidas razones eran meros desvaríos prácticos. Entre todas las idioteces que decías me quedaba algo muy claro, que para ti el tener hijos era la verdadera consumación del matrimonio y que no estabas seguro de querer establecer esa alianza conmigo, que a años de casados no querías dar ese paso, no conmigo al menos. Me dolió, me dolió terriblemente. Pero tu no lo notaste, no, por el contrario, inventaste toda serie de preocupaciones para evitar que tuviéramos relaciones y en cambio te empezó a importar qué método anticonceptivo usaba. Fue entonces que aceptaste ese nuevo puesto que te pone a viajar mucho, supongo que para así tener menos riesgo de embarazarme. Pues bien, un día de esos en que no estuviste se metió un ladrón a la casa. No pongas esa cara de imbécil, claro que no te enteraste, de hecho no hiciste falta. En cuanto supe que alguien se había metido, me paré haciendo el menor ruido posible. Ni siquiera me vestí ni nada, me salí tal cual a la calle. Emiliano, el chico de dos casas hacia allá que una vez dijiste que se parecía a Johnny Depp, estaba entrando a la casa de los Balbuena. Me vio corriendo por la calle y me preguntó qué pasaba. Le dije que un ladrón se había metido a la casa y que tenía miedo. Él se apresuró a entrar a la casa, escuché ruido de pelea y luego vi que un joven encapuchado salía corriendo por la puerta principal de la casa y se perdía en la calle. Salió Emiliano y me dijo que todo estaba resuelto. Se ofreció a quedarse en la casa para revisar por dónde se había metido el ladrón. Preparamos café. Se ofreció también a quedarse hasta que amaneciera. No me importó lo que dijera la gente, tenía miedo y no quería quedarme sola. Tuvimos oportunidad de platicar. Su plática me parecía muy divertida e hice lo que tenía tanto tiempo de no hacer, me reí, a ti se te ha olvidado que necesito reír. Contamos chistes y en algunos de ellos se hablaba de situaciones muy sensuales que nunca había escuchado. Yo pregunté con curiosidad y él contestaba como si estuviera muy bien informado. Hablaba de parejas swingers, intercambios de pareja, orgías. Me inquieté. Amaneció y no pasó nada. Sin embargo él comenzó a estar al pendiente de cuándo salías tu de la ciudad para venir a platicar. Me parecía tan tierno su interés, y de pronto ya me contaba dentro de sus amigas. El tema de los clubes de sexo me seguía rondando la cabeza, y la tercera vez que le pregunté acerca de esos lugares él me divo que por qué no los veía por mi misma. Dudé. Le pedí que se fuera. Pero tu actitud hostil conmigo y la curiosidad me hizo ponerme de acuerdo con él para ir a un club swinger. Me llevó. A punto de entrar me hizo sujetarle del brazo pues, dijo, sólo se admitían parejas, así que teníamos que parecer una. Cuando lo abracé sentí un calor muy intenso en todo el cuerpo. Aquella entrada sórdida era como la boca de un infierno deseable. Él parecía tan seguro de sí, el portero no le cobró entrada y le saludaba con familiaridad. Adentro era como cualquier bar, parejas o grupos de cuatro platicaban y tomaban tragos. Luego en los televisores comenzaron a poner películas pornográficas en las que la constante era que las chicas nunca terminaban de follar con quien habían empezado a hacerlo, siempre con otro. Eso dio paso a espectáculos en vivo, en uno de ellos salía un bailarín con una erección mantenida con un aro de metal en el pene, cubierto con un condón. El bailarín pasaba por todas las mesas para que las damas presentes le saludaran la verga. Yo la saludé tímidamente nada más. El ambiente comenzó a caldearse y la gente comenzó a desnudarse. Empezaron a follar en masa. Yo estaba vestida y Emiliano también. Me preguntó si quería quedarme y yo le miré incrédula, él aclaró, "si te quedas no podrás abstenerte de participar", así que nos marchamos. Pero al llegar a la casa yo ya estaba muy caliente, así que lo invité a pasar segura de querer entregármele. Me gustaba mucho, supe que la primera vez que había venido a la casa había sido por azar, pero la segunda ya no, la segunda era porque él me gustaba y yo le gustaba a él, fue potrque me divertía ver cómo se moría de ganas por fornicar conmigo. Fui toda una zorra esa noche, lo mamé con ganas de no defraudarlo. Folla como un demonio, duro pero alienante. Me tuvo como su perdida particular. Con dificultad me podía meter su miembro en la boca, le dejé que se regara en mi garganta. Fui muy feliz, lo entiendes, mucho muy feliz. No me arrepiento. No pensé en ti, solo en aquella verga. Cuando pensé en ti fue son ganas de poder decirte lo puta que podría ser si tu no me aprovechabas, hubiera querido que vieses como me violaba Emiliano, a ver si así aquilatabas a tu esposa. Fue quizá por un sentido de justicia que a tu regreso te atendí con verdadera lujuria, pero tu ni sospechabas que era el semen ajeno el que me había puesto tan caliente, no notaste los trucos nuevos que, si no me los habías enseñado tu, por lógica provenían de otro maestro, no te diste cuenta de nada, por el contrario, te mostraste orgulloso y grosero. Así, cada vez que salías de la ciudad Emiliano venía para adéntreme en culo. Durante tu viaje de tres días que hiciste sucedió una cosa. Emiliano me invitó de nuevo al club swinger y no me supe, no quise, negarme. Todo ocurrió más o menos igual que la primera vez, sólo que en esta ocasión no nos retiramos de ahí. Emiliano me hizo participar en un concurso que se llamaba "La gran puta" en el que la perdedora tenía que atender un poco a todos los asistentes. Por alguna suerte de destino perdí, y tuve que mamar a todos, dejar que me penetraran. Yo no era yo, sino la muñeca de Emiliano, su ofrenda a los demás. Uno tras otro me metían la verga o las tetas o el coño a la boca, o en las caderas. Fue el hartazgo. Fui el juguete de todos y a cada segundo pensaba en cómo te humillaba todo aquello, y lo disfruté, por rabia. Al final, Emiliano me dijo que tenía deparada para mi una sorpresa. Me llevó a un cuarto privado luego de que se me reconoció públicamente como la gran puta y ahí me inyectó en el brazo una sustancia que me hizo alucinar. Invitó a un primo suyo al privado y a Gracielita, la hija de los Vázquez, que al parecer era la novia del primo. Ahí me sentaron a mi para que me hiciera efecto la droga y en medio de una paulatina inconciencia veía a Gracielita meterse a la boca el par de vergas, haciéndolas jugar esgrima en sus labios. Luego veía cómo la penetraban entre los dos, uno por el coño y otro por la boca. Y yo, la gran puta, me puse muy simple. Me parecía hermoso ver cómo aquella muchachita con quien tenía yo un trato familiar en las tiendas y en la cuadra era una golfa bien hecha. Viajaba del gusto demoníaco de ver al mal triunfando y sintiendo placer porque los padres de Gracielita, que son nuestros vecinos y amigos, viven en el engaño respecto de su chamaca. La follaban muy duro. Luego me parecía bello, luego atroz, luego bello, luego atroz.

Se quitaron de Gracielita y me tuvieron que llevar cargada a la cama. Ahí me hicieron que le chupara a Gracielita el coño, que sabía muy fuerte a macho, incluso tenía leche dentro, no de los chicos por supuesto, sino de otros. Yo comencé a beber todo lo que se alojaba en su cuerpo, mientras recibía lengueteadas en el coño y en el ano, según se apoderaran de ellos Emiliano y su primo. No fue sino hasta que me tuvieron los dos empalada que supe que yo también era una golfa. Si bien había exprimido a todos los varones de aquel club, no me habían hecho esto. Y lo disfruté, disfruté los labios de Gracielita comiéndome los mios, disfruté la enorme verga de Emiliano dándome por el coño y la de su primo por el culo; no sentía el cuerpo, el gozo provenía de saber que estaba haciendo aquello, que me lo hacía a mi, pero sobre todo, que te lo estaba haciendo a ti. Ambos eyacularon en mi interior al mismo tiempo. Me sentí feliz y lloré. Me sobrevino un ritmo en el corazón muy poderoso y sentí que el pecho me estallaba. Supe que me había desmayado, o al menos desconectado parcialmente de la realidad. Escuchaba cómo Emiliano y su primo estaban asustadísimos pensando que había caído víctima de una sobredosis, escuché que Gracielita huía del lugar, pues no quería ser identificada en el lugar donde había una muerta. Emiliano bromeaba con su primo acerca de que yo era la muerta más apetecible que había conocido.

Todo escuchaba, sólo no podía moverme. Escuché su plática. Creyéndome muerta o desmayada cerraban trato, el primo de Emiliano le pagaba una apuesta, pues éste había demostrado su premisa: Que yo era una golfa. Lo que dijo luego me llenó de tristeza, pues hablaba de mí en forma despectiva, como si llevar su amistad conmigo le hubiera costado trabajo, como si todo hubiese sido por la apuesta, y yo me negaba a creer eso, sé cuando alguien se divierte de verdad y cuando finge, yo le simpatizaba, estoy segura, pero el ahora juraba que no era así, que era la "vieja más aburrida que existe". Vaya, hasta me enteré que el primo era el supuesto ladrón que había entrado a la casa la noche en que Emiliano apareció. No desperté sino hasta el día siguiente. Emiliano no estaba ahí, yo estaba en un hospital y me habían remitido para acá los administradores del club. Me habían abandonado. Luego llegaste tú, y no me hiciste caso. Me ignoraste algunas semanas más. Me sentí sin cabida en este mundo. Estaba comenzando a pensar en la viabilidad del suicidio. Considero cobarde suicidarse por problemas, por pasión, o por cualquier otra causa, pero no por aburrimiento. No encontrar mi sitio, no satisfacer ni satisfacerme me aburría al grado de que sentía hastío por vivir. Rechazada por ti, por Emiliano, por el mundo. Compré unas pastillas, pero solo de mirarlas sobre el lavabo me dieron ganas de vomitar. Luego vomité otra vez y pensé que eso no era normal. Me revisé... Estoy encinta Cornelio, y no sé de quien es sangre, pero no me importa saberlo, sé que es mío. Como ves, tu tienes tu historia y yo la mía, y esta historia va más allá de donde metiste la verga, quien te la metió a ti, o quien me la metió a mi. Esto se resume en que debemos ver si todavía hay amor entre nosotros y si es posible todavía vivir juntos.

Estaba absorto, como si me hubiese caído encima una avalancha.

-¿Y tú que dices respecto tuyo?

-He pensado y siento que si me atreví a hacer lo que hice fue por mero rencor, por odio, por maldad de pensar que la única persona que me interesaba que me hiciera el amor no estaba interesada ya en mi. Te quiero todavía y no me importa que hayas sido infiel, tampoco tus vicios recién descubiertos, que no me importan si los juegas conmigo, y si los jugaras con otra, me bastaría saber que tu corazón me pertenece. Si esta mujer que soy te interesa, yo estoy todavía interesada en ese hombre que eres; sólo que ahora no soy sola, ahora seré madre, si eres capaz de soportar eso, de encarar eso con madurez, entonces te suplico que vuelvas conmigo.

-Puedo con eso. Puedo con todo, creo. Supongo que todo lo que hice fue también por algún tipo de incapacidad. Me he revisado. Me revisé hace años. Soy estéril. –me quebré ahí, lloré, Rebeca conmigo- Pero bueno. Creo que puedo hacerme a la idea, hacerme al sentir, de que si tu así lo dispones, ese hijo que llevas en el vientre sea de los dos.

-Claro. Todo lo que ves aquí es para ti.

-Y estás muy guapa... ¿qué te han hecho?- bromee.

Hay cosas que uno cree que no es capaz de hacer. Voy por la calle y miro las parejas. Van felices, llenos de dulzura. Cuando un chico va del brazo de una chica buena, todos los hombres voltean a verle el culo a ella y a juzgar que el cabrón de turno no la merece, o que sí la merece pero podría uno también merecer un trozo de aquello. La infidelidad pulula en el aire. Yo soy sin embargo ahora incapaz de sentir algo siquiera parecido a desear ser infiel. Sé que mi realidad y mi tiempo no da para más de una mujer. Sé que puedo hacerme de vez en cuando de alguna mujer que me dé las nalgas, pero la verdad soy más avaricioso, no me conformo con eso, lo quiero todo, quiero todas las horas, todo el amor.

Nos recostamos a ver a veces el televisor y Rebeca se agarra de mí y me abraza, se acurruca en mi pecho, descansa, se siente libre y segura, y no merece sentirse distinto, no merece la zozobra. Cada hombre y cada mujer puede darse la oportunidad de regalarse un poco de seguridad, es como desentrañar la esencia de las cosas. Un día Rebeca me preguntó si no echaba de menos a Sonia, le dije que honestamente sí. Ella se rió y me dijo "Espera a que tenga al bebé y verás cómo te va a ir" y me pica el culo con la mano. Yo sonreí nervioso sólo de ver en sus ojos un brillo maligno que recordaba. Hacemos el amor casi a diario, muy placentero, la verdad, nuestro hijo va a ser un caliente, o cuando menos un ser muy amado. Casi por obligación le pregunté a Rebeca si ella a su vez echaba de menos a Emiliano. Me dijo que no. Le pregunté que cómo lo sabía. Ella contestó: "Sé que si le preguntara a Emiliano que si quiere sólo mi cuerpo o si lo quiere todo no sabría qué responder. No siento que pueda amar a un estúpido que pudiendo tener todo de mí se conforme con una parte". Te amo, le digo, por respuesta recibo una patadilla de su vientre. Me agacho, le beso la enorme bola, luego el resto.

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