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Amantes de la irrealidad (03)

en Grandes Series

"El seis de diciembre hacía un frío terrible, y pese a ello estuve fuera de la asociación a las cinco y media de la mañana. A las seis se abrió la puerta con el interruptor de dentro de la casa, pues Arturo siempre fue muy estricto con los horarios. A la hora acordada oprimía el botón para abrir la puerta, y si estaba alguien ahí entraría, y si no perdería su oportunidad. Contrario a lo que yo deseaba acudió un señor a esa cadena de amos. Arturo casi no nos atendió, se limitó a decirnos con tono imperativo, "Suban al lumisal y hagan la cadena azul". Subimos y el lumisal apestaba por unas flores marchitas que yacían en el florero de encima del altar. Una ventana abierta había permitido que se metiera la lluvia de fechas pasadas, que junto a la tierra que también se metió por la misma ventana formaron un lodazal, el aroma a incienso había desaparecido por completo y olía a humedad, el templo sagrado estaba hecho una porqueriza. Hicimos una cadena de amor que fue deplorable y deprimente a la vez. Sujetar las manos rechonchas de aquel señor no me causaba ningún estímulo para dar amor al mundo. Cuando acabamos me sentía fatigada, a diferencia de siempre que salgo energizada."

"Ya nos íbamos el señor y yo cuando Arturo pronunció mi nombre en un tono especial, imperativo, dominante, fuerte; su acento me hubiera hecho obedecer cualquier cosa, quería que me mandara lo que fuese, pero que siempre me reconociera como Armida, nunca como parte del grupo, nunca igual que el resto. Me dijo, "Armida. Siento una gran pena por el estado del lumisal. Quiero que te apliques a él con amor y le devuelvas su esencia. ¿Lo harías?", hice fiesta en mi pecho y contesté, "Me encantaría. De hecho te iba comentar antes de que te marcharas que estaba dispuesta a hacer las labores de la Isis hasta en tanto viene alguien que lo haga definitivamente", en realidad mi deseo en ese instante era abrazar a Arturo y rogarle que me tomara a mí definitivamente como su Isis. Tal vez lo hubiese hecho, pero estaba ahí todavía el otro señor."

"Mientras limpiaba el lumisal, apareció Arturo con una bata de seda sobre el cuerpo, en realidad era una túnica. Me explicó que era hora de sus prácticas de alkimia, que si no me incomodaba, practicaría en el lumisal aunque no estuviese limpio o, si yo le indicaba, se marcharía a otra parte menos santa para hacerlo. Por supuesto que le dije que podía practicar ahí. Me quedé con la boca abierta cuando vi que luego de recitar algunos mantras en lenguas que me eran desconocidas, se levantó la túnica de seda, dejando ver un par de piernas muy bien formadas, cubiertas de un vello muy tupido, y entre sus piernas una maleza oscura de vello púbico que ocultaba el tamaño y forma de los testículos, pero no el de su enorme pene, un pene enhiesto, hermoso, con una tonalidad morena intensa que discrepaba con la blancura de sus piernas, con un tono café azuláceo que sólo había visto en la barba de los hombres de barba muy cerrada cuando recién se han rasurado, pero a diferencia de estos, la piel de la barba siempre se ve un poco áspera, mientras que el pene se Arturo de veía con un brillo resbaloso hipnótico, pues tenía un cilindro muy bien formado que culminaba en un glande hermoso, con un tono rosa muy tenue, como el corazón de un piñón maduro. Sus manos velludas nunca me parecieron más excitantes que en ese momento que sujetaban aquella verga magnífica con fuerza. Las manos apretando aquel miembro, resaltando sus venas, constriñendo la circulación de aquel pene, poniéndolo más oscuro. Alternaba los apretones sobre el tronco de su pene con la mano derecha y sus testículos con la izquierda. Su rostro, con los ojos cerrados, reflejaba gran placer, mientras que el sonido profundo de su respiración guardaba un ritmo enajenante. El olor que invadió el lumisal me afectó en varios niveles, pues tenía la seguridad que ese olor salía exclusivamente de la entrepierna de Arturo, era olor a hombre, olor a macho, olor a verga. Las muecas que hacía con su rostro eran muy variadas, y eventualmente su entrecejo se torcía como si estuviese viendo pesadillas, como si estuviera haciendo esfuerzos titánicos por visualizar algo. Luego le sobrevino un estertor y soltó su verga como si ésta estuviese endemoniada o a mil grados centígrados, procediendo a poner su lengua entre sus dientes, mordiéndola, aspirando con la nariz un viaje de aire muy profundo y pasándose a presionar con la mano derecha la costurita que hay entre los testículos y el ano, dejando suelta la verga que se movía en ángulo agudo como una caña de pescar que acaba de atrapar un pez. Este procedimiento se efectuó varias veces, y yo mientras seguía limpiando el lumisal, aunque con muy poca dedicación, absorta viendo a Arturo. Mi sexo se humedeció en gran medida, y seguro que mi olor también invadía el ambiente. Me rasqué la cabeza y descubrí que no sólo mi sexo emanaba un perfume, sino que detrás de mis orejas había algo así como un incienso bioquímico."

"Así, pasaron dos semanas en las que acudía puntualmente a la cadena de amor matutina, pero las realizaba absorta y distraída, esperando el momento de limpiar el lumisial y, sobre todo, que Arturo acudiera a su práctica de alkimia diaria. Gozaba tanto viéndolo, y de vez en vez me tocaba, aunque con un poco de culpa, pues mi excitación no obedecía a la práctica esotérica, sino a pura calentura, pues él era lo masculino, lo macho, manifestándose bestial pero divinamente."

"Uno de esos días, Arturo abrió los ojos y me sorprendió totalmente absorta en su miembro. Contrario a lo que pensaba, que el gran felino saltaría sobre mi carne en ese instante, enterneció su mirada como si me comprendiese profundamente. Lanzó una disculpa que no le acepté, pagándole a cambio con una disculpa mía que él no aceptó. Me ordenó que me sentara frente a él y me dijo "¿Hay alguna particularidad de este procedimiento que quieras preguntarme?", yo le dije inicialmente que no, pero luego me ganó la curiosidad y le pregunté por qué de vez en cuando sus ojos reflejaban un gran esfuerzo. Él me contestó que el procedimiento era sencillo. La energía creativa del universo se oculta en las células sexuales, en este caso el esperma tratándose del hombre y en los óvulos tratándose de la mujer, los cuales encierran una energía tan poderosa que su simple encuentro puede dar origen a un nuevo ser humano, es decir, un nuevo hijo de Dios. Sin embargo esa energía se desperdicia porque su hálito divino se extingue al permanecer en el cuerpo humano sin uso. La mujer lo desecha con cada menstruación y el hombre por lo común lo eyacula. Explicó que un hombre puede no fornicar, es decir, no eyacular, y sin embargo eso no garantiza que ese hálito divino que habita en su semen sea aprovechado, pues puede echarse a perder aun dentro de sus testículos. De ahí el principio de la alkimia sexual, que en el cuerpo etérico que tenemos existen miles de canales energéticos, de entre los cuales destacan un par de canales que se entrelazan a lo largo de la columna vertebral, y que siempre se han representado con las serpientes que rodean al caduceo de mercurio, siendo la columna el caduceo, mientras que las serpientes vendrían a ser los canales. Cuando la energía sexual sube por dichos canales, ésta va nutriendo los chakras, reforzando la estructura energética del ser y propiciando su desarrollo espiritual. Cuando la energía fluye libremente desde el chakra del cóccix o Muladhara, hasta el de chakra coronario o Sahasrara, se entiende que ha despertado la Kundalini, que destruirá nuestros vicios y nos volverá ángeles. Comentó que la energía creativa de las células sexuales, no obstante que es poderosa y divina, se encuentra bajo una presentación un tanto densa, y en esa forma densa es imposible que circule hacia arriba por los canales que rodean lo que físicamente llamamos la espina dorsal, entonces hay que hacerla más volátil, y la forma de hacerlo es utilizando los medios naturales que Dios creó para su transformación sutil, esto es, la excitación sexual. Explicó que la excitación sexual provee de un calor interno a estas células en particular, y las hace reaccionar al sentir el llamado de su misión energética creativa de generar un nuevo ser, pero sin embargo, no se usarán para ese fin, sino que con cada aspiración que se realiza por la nariz, se induce a que la energía suba por los canales. Confesó que las arrugas en su entrecejo y su expresión de esfuerzo se debía a que debía de imaginar una hembra que le excitara, cuidando de no desear el contexto o la situación en que apareciera su dama imaginaria, sino solamente en la hembra. Por eso, cuando batallaba para concentrarse en ello, la guerra interior se dibujaba en su cara. Confesó también que cuando soltaba su pene tan violentamente, esto se debía a que tenía una eyaculación inminente, es decir, una derrama de semen, y con esto la cierta pérdida de su energía creativa y de su camino andado. Explicó que la mujer experimenta pérdidas similares cuando sufre un orgasmo como comúnmente éste se entiende. De ahí que hombre y mujer que sufren orgasmos alegan sentir una lasitud maravillosa y un rico cansancio luego de una faena sexual, cuando la realidad es que se sienten débiles por haber perdido no sólo su energía, sino su rumbo en el camino espiritual."

"Yo le dije que sentía haberlo distraído de su práctica. Él dijo que no tuviera cuidado, pero me preguntó "Armida, ¿estás mojada?", me sonrojé como si me lo estuviese preguntando mi padre si lo hubiera tenido y mordiéndome el labio asentí con la cabeza. "Dejame ver", ordenó. Llena de pena me levanté la falda que llevaba ese día y me hice a un lado el calzón, inclinándome un poco hacia el frente para ver yo misma aquello que él iba a examinar. Lo que tenía entre mis piernas era una rosa bellísima color carne que despedía un perfume penetrante, penetrable. Estaba cubierta de un rocío distendido que daba la impresión del brillo húmero del ojo de un cordero. Los labios de mi vulva sonreían. Me puse muy cachonda sólo de saber que él estaba tan cerca de mí, viendo aquello que esta mujer tenía entre sus piernas, nada me daba más gusto que notara que en mí tenía una mujer, no una adepta, no una aprendiz, no una Isis, sino una mujer. Estiró su dedo índice de la mano derecha y lo acercó a mi sexo. Mi cuerpo temblaba por el ansia de sentir su tacto, es como si estuviera en aquel salón de baile y me hiciera una herida para llamar la atención del gran felino, todo aquello hacía que tuviera abierta de piernas el alma. Sin embargo su dedo índice nunca llegó a tocarme, hizo pequeños círculos como si acariciara las formas energéticas que están sobre de mi piel, a escasos dos centímetros de mi vulva, acercó su rostro y aspiró mi aroma, y sonrió."

"Después dijo muy académico "Es formidable que tengas esa capacidad de excitación. Pero es un desperdicio que no la utilices. Te instruyo para que no sientas culpa nunca más de esa excitación, ordeno que lejos de negarla estés tras sus pasos, y cuando la encuentres sientas por ella un amor fraterno, pues es tu excitación la que habrá de salvarte de todo este gran ilógico que es este mundo apocalíptico. Te autorizo para que me mires mientras practico, que imagines el peso de mis testículos, que imagines la temperatura de mi verga, que intentes adivinar su dureza, que aspires el olor que despide, autorizo con el poder que me enviste mi jerarquía sacerdotal para que estés dentro de este lumisal sintiendo el ardor del cuerpo, pero te confiero la responsabilidad de aspirar esa energía e intentarla subir por tus canales. A cambio, cerraré mis ojos, pero estaré pendiente de tus movimientos mientras recoges este lugar, mientras acomodas todo en su sitio, me comprometo a no pensar en ninguna otra mujer que no seas tu, tu pecho, tus nalgas, tu cuello, tus axilas, tus manos, tus piernas, tu espalda, tus pies, tus orejas y tu sexo, pues es lo justo ya que tu pensarás en mí, y yo no querré evitarlo porque el aroma de tu cuerpo se mezclará con el mío, y gozaremos de ese perfume gnóstico que es el olor de la coyuntura sexual, aunque no nos acoplemos."

"Los días siguientes fueron la gloria. Mi excitación no sólo no era materia de congoja y de culpa, sino que era algo muy deseado, era algo que tenía una misión divina. Arturo cada vez practicaba por más tiempo y con mayor facilidad, cosa que no tuvo empacho en comunicarme. "Eres un milagro, por eso es que te esperaba y sabría que vendrías" me dijo, y yo me sentí en las nubes. Lo que si se hizo más violento fue su procedimiento por el que frenaba las eyaculaciones, pues afirmaba que ahora se ponía más excitado que nunca, que mi aroma era un verdadero regalo. Era, sin serlo, su mujer."

"El siguiente paso fue que me explicó que en los tiempos arcaicos los ritos se realizaban en completa desnudez, pues no había la malicia de ahora, y así, no tardamos en acordar que en horas en las que no hubiese más miembros de la congregación, él y yo permaneceríamos desnudos como símbolo de la pureza y aceptación del cuerpo y la excitación como incentivo del crecimiento espiritual. En ese mismo momento Arturo instruyó que no practicaría más la alkimia sexual con los ojos cerrados. Determinó que lo haría con los ojos abiertos, y estaría pendiente en toso momento de mi cuerpo desnudo mientras realizara las tareas de una Isis. Sorprendería saber la cantidad de detalles que hacía yo mientras juntaba, pues a suerte de permanecer limpiando dicho lugar todos los días y en forma tan minuciosa, poco era lo que este sitio podía desordenarse de un día a otro."

"Así, los siguientes días se caracterizaron por el hecho de que Arturo hacía sus ejercicios tocando su enorme verga mientras miraba mis nalgas caminando de un sitio para otro. A propósito se sentaba en los lugares que permitieran más la vista de mi sexo y mi culo al agacharme a hacer cualquier cosa, acción que llevaba a cabo por las razones más inverosímiles. Seguido me inclinaba para que mis tetas cayeran con todo su peso, aunque a mi edad habían crecido lo suficiente pero no tendían hacia el suelo. Caminaba de un lugar a otro, provocándolo, quedando atrapada en su mirada. Después acordamos que limpiaría muy rápido para yo también practicar, y así, desnudos los dos, frente a frente, echábamos mano de nuestros sexos, el apretándose el instrumento y yo metiéndome uno o dos dedos. El placer que sentía era absoluto. Cada vez nos sentábamos más cerca, hasta quedar a escaso medio metro uno del otro, escuchando con entera claridad los sonidos de la respiración y los jadeos del otro, respirando el olor, sintiendo el retumbar del corazón. Más de una vez yo no pude controlar mis orgasmos y regué mi energía de la forma más majadera posible, metiéndome hasta tres dedos y presionándome muy fuerte como si tuviera muy adentro aquella verga inaccesible que estaba frente de mí. No me importaba caer en mi senda espiritual, y sentía un gozo tremendo de ver que cada uno de mis orgasmos era percibido por Arturo y eso lo ponía tan caliente que tenía que tirarse al suelo helado con las dos manos en la costura que hay entre huevos y culo para no derramarse. Era insostenible seguir con esa política de no follar, así que un día se lo sugerí abiertamente. Me dijo que no ese día. Que si deseaba someterme a él, pues era aceptada mi solicitud, a condición de que yo estaría a su total merced, pues me tomaría como su Isis formal, y mi único fin sería llenar de amor su vida y llenarme yo misma de amor. Subrayando que las cosas, a partir de que aceptara, se harían "a su manera", yo acepté el pacto ignorando qué entender por "a su manera", pero estaba dispuesta a cualquier cosa que esto significara. Así, él determinó mi iniciación en el sexo tántrico, es decir en el sexo, es decir, mi desvirgamiento."

"Él aplazó el momento diciendo que lo ideal sería que empezáramos en un día 27 porque dos más siete da nueve, y ese es el número del Gran Arcano, mi iniciación sexual estaba prevista para el 27 de enero, después de la misa gnóstica. Me miró a la cara y dijo: Sabes, será bellísimo porque el ritual que corresponde a esta misa es el ritual número dos, el del amor."

"No hay mejor afrodisíaco que la ilusión, ojalá durara para siempre. Llegado el día, desde el amanecer era una fiesta para mí. Cada segundo que pasaba era como si alguno de mis nervios reventara como cuerda de violín y me diera un etérico latigazo de sensaciones pequeñas pero intensas. Su instrucción había sido muy precisa, me había tenido que hacer lavativas desde dos semanas antes, cada tercer día, mientras que la fecha del rito tenía que hacerme la lavativa en la mañana, fuera tercer día o no, con té de manzanilla. Tenía que llevar un régimen estrictamente vegetariano desde mínimo las dos semanas anteriores, debía evitar las malas palabras, debía untarme una crema que había sido adicionada con aceite de sándalo, mis calzones tenía que lavarlos para luego ponerlos a remojar en vinagre y luego exprimirlos y ponerlos a secar al sol."

"Todo eso hice, y cada lavativa, cada platillo de carne que me negaba a comer, cada palabrota que callaba, cada calzón que lavaba bajo el procedimiento adecuado para luego ponérmelo, cada acto era un ruego que exigía mi desvirgamiento, me sentía más ligera de mi vientre, mientras que mi sexo se desintoxicaba hasta de las afecciones inofensivas que nos sobrevienen a las mujeres."

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