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Arakarina (16: Sara)

en Grandes Series

ARAKARINA XVI

SARA

 

Si en la actualidad Sara era una mujer bellísima, durante su juventud era una verdadera exageración, de hecho sorprendía que tanta hermosura y frescura le pertenecieran a una sola mujer. Era popular en la escuela aunque nunca por su carácter que era más bien introvertido, sino por sus encantos tan avasalladores. De aquí que se pueda imaginar la cantidad de sonrisas casquivanas que recolectaba a granel cada día.

Su pareja y novio, desde que tuvo novio, fue Jorge, poco importa el apellido. Él era un joven realmente apuesto, su porte era ario por dónde quiera que se le mirase, y su cuerpo era envidiable. Él practicaba fútbol americano, y tal afición coincidía con todos y cada uno de los aspectos de su vida, sus chistes eran de fútbol americano, su código de honor, sus amistades, sus logros, todo se medía con ese parámetro. Su novia misma era una porrista del equipo. Cierto que dicho equipo de porristas no se sabía ninguna porra y lo único de valía que tenían era lo buenas que estaban y lo livianas que eran. En el caso de Sara ella no entró quizá por ser una puta, sino por los esfuerzos e intereses que pululaban en el aire para que se convirtiera en una. Marissa, una chica que ya había repetido el cuarto semestre de bachilleres negoció con un amigo, y por 1,500.00 pesos de cuota, ello disfrazado de apuesta, prometiendo que conseguiría meter al grupo de porristas a Sara, y en cuanto a si ella se dejaría fornicar ya no pactaron. Marissa a base de lisonjas convenció a Sara de meterse al grupo, lo que no fue fácil, dado que a ella no le llamaba la atención el deporte. Una vez dentro, y gracias a las estupendas piernas que poseía, Sara destacó como la porrista que por sí sola levantaba aplausos. Todo el equipo quería cojérsela y tomaban como una mala broma que ella opusiera una resistencia que, juraban, no duraría mucho tiempo.

Sucedió después que a varios meses se organizó una fiesta, y en ella estarían sólo lo más selecto de la escuela. Jorge tenía un plan descabellado y nada valiente, pero efectivo. Dentro de sus pertenencias guardaba una botellita con Mosca española, la cual atesoraba con pasión, pues la conservaba para una oportunidad como ésta. Hizo cercanía por medía hora con Sara, luego gentil y servicial se ofreció a ir por unas bebidas, lejos de la vista de todos sacó su frasco del afrodisíaco y colocó el doble de ración recomendada en la bebida de Sara.

Llegó de nuevo con ella y bebieron cada uno sus copas. El afrodisíaco comenzó a estimular el organismo de Sara, quien a treinta minutos de haber bebido ya tenía su sexo completamente mojado e incandescente, con una inquietud irrefrenable. - Me siento mal- dijo, y Jorge, conocedor y creador de la situación que estaba ocurriendo le ofreció su apoyo para llevarla a su casa, pensando en que sería fácil llevarla a un hotel, bastaba con besarla un poco y ponerle la mano en el coño, cedería como un cordero.

Sin embargo ella dijo que no, que mejoraría, pero la droga era tan efectiva que por su mente comenzaba a ventilar la posibilidad de acostarse con el equipo entero, y así calmar ese ardor tan impune que gritaba desde en medio de sus piernas blancas.

- Voy al baño- dijo Sara.

- Te espero- dijo Jorge, quien casi montó guardia en la entrada del baño sin dejar siquiera la más mínima posibilidad de que esa chica se le escapara. Para ese entonces su sexo ya estaba bastante frustrado e impaciente, casi a punto de romper su traje de piel de tan hinchado.

Mientras Sara se masturbaba sobre el retrete, metiéndose dos, tres, cuatro dedos a la vez, sintiendo su propio cuerpo caliente, hurgando como si buscara en su interior un orgasmo perdido, el cual no tardó en encontrar de manera violenta, celebrándolo con una sonrisa lasciva, decadente, himno del placer y la autosuficiencia.

Creer que eso calmaría su cuerpo fue ridículo, pues lo único que consiguió fue desear a toda costa entregar su virginidad al primer varón de verga dura que se apareciera, y bajo ese contexto parecía genial la opción que estaba parada fuera del baño con posición casi militar, "seguro que toda la noche ha soñado con tenerme", pensó, y ni siquiera había terminado de lavarse la mano para quitarse todo ese jugo que la bañaba.

- Llévame- le dijo Sara a Jorge, mirándole a los ojos con una picardía inusitada, sonriendo como una niña perversa, y él, haciendo carnaval en su interior, pues sabía que su noche tendría un estupendo desenlace. Subieron al coche y apenas y habían avanzado tres o cuatro minutos cuando el vehículo se "descompuso" justo en una calle bastante sola y oscura, debajo de un árbol protector.

Ni dijeron nada. Se tendieron uno sobre el otro besándose, la cara, el cuello. Y de ahí pasaron al asiento trasero, donde él la penetró por primera vez y ella se sentía por vez primera penetrada. El pene de Jorge discordaba con su voluminoso cuerpo, con su hermoso abdomen, su espalda ancha, sus piernas de roble. ¿Pero como sabría ella la calidad o defectos de ese pene y su manejo si nunca había sentido uno dentro de sí. Además, ese trozo de carne resultaba de gran alivio para su cuerpo que exigía un sexo violento, intenso. Lo hicieron como mejor pudieron estando donde estaban, y al terminar no se separaron apenados ni asustados, ni presurosos ni adolescentes, sino que se quedaron quietos y muy juntos, como si descansaran en una casa muy privada, siendo que estaban en plena, aunque oscura, calle.

Sara sintió que había nacido para eso y lamentó un poco tener casi diecinueve años y no haber empezado antes estando tan bueno ese asunto, mientras que Jorge sintió gran ternura de darse cuenta que era la primera vez de Sara y tomó nota de su mirada para no olvidarla.

- En teoría lo que uno quisiera de ti, es decir, fundamentalmente, ya lo obtuve. No quiero decir que tu intelecto no sirva, pero a uno le dan ganas de hacer esto al momento en que te ve. Te digo que ya obtuve esto, pero quiero que sepas que me interesas en serio, que quisiera que fuéramos novios, que seas sólo de mí-

Cuando ella le dijo que sí, el pene de él se estremeció sólo de recordar la estrechez y el candor de ese coño que dice que sí.

Y así empezó una historia normal, donde la pareja se casó estando ambos muy bonitos. Se acabó la escuela y con ello el fútbol americano, ella de ama de casa de braguitas siempre listas para modelarse, mientras él ahora se ejercitaba en una constructora de sus padres. Dejó el fútbol, pero no su afición ni la cerveza, la tranquilidad. Ella consiguió un empleo de secretaria ejecutiva de un ejecutivo gay (esa era la condición impuesta por Jorge), y pasaron los años. Hijos no, la luna de miel primero, luego las diferencias porque ella quería un bebé y él lo postergaba a condición de una estabilidad económica y emocional, y la economía era riqueza estéril y lo emocional estaba bien, salvo los hachazos al alma que fueron todas las negativas a preñarla.

Treinta y tres años ya no eran lo mismo que aquellos diecinueve en que entraron en el Mustang aquél. Ella estaba en su mejor momento y era bastante ignorada por Jorge, quien había caído en la pesadilla post atlética. Su espalda ancha se le extendió hasta las caderas, y el cabello comenzó a caer, la barriga a salir, y la rabia de todo esto le generaba coraje contra Sara que lucía siempre tan bien. Él, ganando casi cinco veces lo que ella, le recordaba cada mañana que un día la sacaría de trabajar, no como fiesta que proclama el hombre capaz de mantener a su mujer, sino como voraz amenaza del esposo deseoso de echar por tierra cualquier individualismo de su mujer. Pero ella no trabajaba tanto por el dinero, pues su jefe era, además de inofensivo para sus caderas, un hombre interesante, sabía reírse, tenía agudeza y sentido de la oportunidad, y su charla siempre era tan vívida que ella siempre deseaba que él estuviese un poco distraído, pues sólo cuando se sentía distraído era capaz de olvidar que en su empresa él estaba fundamentalmente para ganar dinero, no para platicar largo y tendido. Como toda secretaría sedentaria, Sara se ganó la absoluta confianza de su jefe, el Lic. Deodato Garza, al grado de que éste llegaba a comentarle casi muy detalladamente sus viajes que frecuentemente realizaba, e inclusive sus sentimientos. La barrera más grande que existía entre ellos era que dentro de las políticas vitales del Lic. Garza no figuraba la de revelar su gusto por los hombres, lo que implicaba que la confianza no se diera nunca absolutamente.

Cierto día el Lic. Garza le indicó a Sara:

- Sarita- así hablan los hombres en diminutivo a las mujeres cuando no les interesa meterles el falo entre las piernas - Va a venir un joven de nombre Deodato, en cuanto llegue déjelo pasar a mi privado, es urgente que le vea- Ella asintió con la cabeza y realizó sus actividades cotidianas.

De rato llegó un joven. Vestía un traje sport y carecía de corbata, lo que le permitía desabotonar dos ojales su camisa y dejar ver su pecho poblado de vellos, alto, atlético sin estar abultado, es decir, atlético a base de esfuerzo de trabajo y andanzas, no un atlético de gimnasio, con mirada viril y gesto agresivo, con rebeldía de algo. Su cabello era largo, le caía sobre los hombros negro y brillante, sus manos estaban con serias marcas de heridas y cicatrices frescas aún, anchas y duras. - Usted debe ser el joven Deodato- Él no dijo que sí con su voz pero asintió. Se estrecharon las manos y ella confirmó que estaba frente a un hombre en toda su integridad. Luego emergió de su privado el Lic. Garza y con un brillo indescriptible en la mirada corrió a abrazar al joven, con tanta avidez y pasión que contrastaba con la del joven Deodato, quien más bien se dejaba abrazar. El licenciado lo encaminó a su privado y con una sonrisa chiflada le dijo a Sara, - No me pase ninguna llamada, tome acaso el recado, y si alguien llega para verme no les dé acceso, dígales que salí a atender...un asunto familiar- , - ¿Sin excepción?- , - Tú lo has dicho lindura-

Por discreción Sara se fue al escritorio que estaba más alejado del privado. Sara se sentó con las rodillas bien juntas a jugar con una pluma que sujetaba con sus dedos. Miraba un portarretratos que tenía sobre su escritorio que sostenía una postal de un perro tendido sobre una cama, abierto de piernas y con el vientre al aire que le dispensaba un abanico. La postal era algo oscura y primero sonrió de tener una estúpida postal en vez de la foto de un hijo, y la amargura se le agolpó en la nariz sólo de imaginar que ese portarretratos antes llevaba una foto de su esposo y que la había quitado para poner esa postal que ella misma compró, si siquiera se la hubiera regalado cualquier imbécil. La postal oscura y el vidrio corriente hacían que sus ojos se reflejaran como en un espejo, y vio su propia mirada, vacía tan vacía. Se espabiló y tomó el auricular del teléfono que sonaba, "No se encuentra, ¿Recado?, está bien, yo le digo que se comunique", volvió en sí y recordó a su patrón.

"¿Quién sería ese muchacho? Seguramente un amante, aunque es extraño que el licenciado lo haya traído aquí, a su mismísimo despacho, teniendo su casa, existiendo tantos hoteles lo llama precisamente aquí, a su aposento profesional. Seguro que el muchacho le hace el amor por dinero, pues aunque el licenciado no es feo, el chico es un guapo que dan ganas de cojérselo sólo de verlo. Lástima que sea mañoso. Tan hombrecito que se ve. Con razón, ahora entiendo. Si por mi fuera estar con él, me gustaría que me tomara cuanto antes, en la misma oficina, a ser posible sobre mi escritorio para que este espacio se volviera como que más personal, bah!, es putito."

Luego de cavilar un rato comenzó a imaginarse al licenciado de rodillas, empinado hacia adelante y encima del sillón negro que está al fondo de su privado, probablemente esté todo desnudo, o que por capricho se pudo haber dejado alguna prenda, la corbata por ejemplo, y así empinado se lleva las manos a las nalgas abriéndolas, dejando a la vista su ano. Luego se acercaría el joven con su fusta muy a la orden, él desnudo y lleno de vellos por todas partes, en el plexo, en el pecho, en las piernas y en los huevos, colocaría con cuidado la punta de su verga en el estrecho agujero y en un embiste sorpresivo se adentraría al cuerpo de su jefe, quien en ese instante lanzaría un discreto ay, y ayayiando comenzaría a respirar al compás de las metidas y sacadas de falo, hasta que el joven Deodato se la sacara y el licenciado se volvería sobre su amante para cojerle la verga con las manos y frotarla con sus manos viriles hasta que esta empezara a derramar su llanto blanco sobre sus dedos que de inmediato expresarían alegría agarrando los huevos del contrincante, y con sus manos llenas de semen comenzaría a acariciarle las nalgas y también el pecho al joven, lleno de cabello, pellizcándole las tetillas, dándole a chupar de su mano mientras el joven se niega a chuparle, lo que lejos de incomodarle al licenciado le agradaría, pues no le agradaría saber que se lo había cogido un joto, sino un hombre equivoco que siendo muy hombre se ensartó en su culo. También imaginaba como se vería la cara del licenciado con el tronco peludo en medio de los dientes. ¿Se habrá quitado las gafas para mamárselo?.

Por otro lado, lo que no podía imaginar era al chico mamándosela al licenciado, o empinándosele para ser penetrado por éste, pues no daba él esa impresión, ni el licenciado daba pistas de desear meterla en ningún lado que no fuera su propio cuerpo. Aunque luego los más guapos y pulcros en el vestir son igualmente homosexuales, bellos para sus congéneres.

Salió el licenciado de su privado, tan formal como siempre, y no denotaba sudor, ni arrugas en la ropa, y el único indicio de pasión era una mirada afiebrada, casi de llanto, exaltada, y tras de él salió Deodato joven, fresco como una lechuga, intenso en su mirada y seguro de sí.

Extendió los brazos y se acercaron otros tres empleados. - Fórmense aquí, tu dile a la de limpieza que tome una foto- Se formaron y clic. Sara se extrañó de aquella foto, el muchacho no estaba y los otros empleados resultaban tan aburridos que ¿Para qué fotografiarlos? ella no sería el motivo, pues ya había otras fotos en que ella aparecía con el licenciado, y además ella no le interesaba. Acaso el licenciado quería captar su cara después de haber estado con el joven, aunque no es su estilo.

- Dele al joven un cheque por cinco mil pesos-

Sara comenzó a elaborarlo en la computadora personal mientras sacaba sus conclusiones. Cinco mil pesos era un precio caro por una cogida menor de una hora. Aunque nunca era un planteamiento serio, pensó que si fuera puta con alguien que le gustara no le cobraría de todas formas más de tres mil.

A los tres días regresó el joven Deodato al despacho. lucía mejor con pantalones de mezclilla, botas, camisa y su cabello largo. esta vez no hubo tanta privacía, y de hecho el joven se fue a la biblioteca mientras que el Licenciado atendía a sus clientes.

Comenzó a llover. Luego se calmó. Dieron las seis de la tarde y ya estaba oscuro por la temporada y por las nubes. había cesado de llover repentinamente, como si el cielo quisiera que Sara saliera seca de la oficina y caminara las seis calles hasta el camión sin mojarse. A la segunda calle cayó un chaparrón de una nube bromista. La empapó. Sucedió que una vez perdida la fe e importándole cada vez menos mojarse, habiendo ya comenzado a dejar de correr, se le emparejó en la calle uno de los dos automóviles de su jefe, sólo que al volante iba Deodato, el joven.

"Este avaricioso. A como va, terminará por robarle todo al Licenciado" La puerta se abrió y ella abordó el automóvil Jaguar. Él apagó el clima para que ella no se resfriara.

- El licenciado se enfadará. Mira como le he dejado el asiento de su coche.-

- El licenciado ya no tiene por que enfadarse más por lo que le ocurra o deje de ocurrir a este coche. Me lo acaba de ceder hace un momento.

Sara puso cara de sorpresa. ¡Por una cogida le había dado también el coche!. Sara lo evaluaba, su voz le resultaba como la de un Dios colérico, Júpiter, podría ser. Qué importa que diga sandeces con tal de que siga hablando con esa voz que le llegaba a ella hasta el cóccix. Sin embargo ella sentía por él un sentimiento que mediaba entre el gusto y el desprecio, y tal vez celos. Aunque lo que dijo después le cambió la perspectiva.

- ¿Te sorprende?, si conocieras mejor a mi padre te darías cuenta que es un gran sujeto. Te advierto que cualquiera que sea el punto de fallo o error que le encuentres a ese tipo que es mi padre lo conozco, y no me hace amarlo menos.

- ¿Tú eres su hijo?- dijo Sara con sus ojos desorbitados de sorpresa.

- Nadie lo cree, mi padre es muy discreto al respecto. Ellos se separaron hace mucho, tuvieron sus diferencias en las cuales yo nunca ahondo, les amo por igual, y ellos me aman a mí.

Siguió la charla, mientras que el coche daba vueltas por calles sin rumbo, habían pasado treinta minutos de viaje y Sara no le decía aún donde vivía. Acabaron en un restaurante y él pidió una comida abundante en carnes, mientras ella sólo ordenó una ensalada. En ese lugar el servicio era demasiado lento, suficiente para que tomaran confianza, aunque en este caso casi el único que habló fue él, de sus viajes, peripecias, puntos de vista, música, etc.

- Papá me ocultó muy bien que tenía una secretaria tan hermosa. Creo que eso debo interpretarlo como un claro afán de no verme.-

Sara se sonrojó y entendió que la inercia de creer en la homosexualidad de su patrón le había llevado a no cuidar mucho de ocultar su hermosura, ahora recapacitaba que, empapada como estaba, las tetas se le veían traslúcidas y frescas, tanto como la ensalada que estaba dispuesta a devorar, su cabello lucía provocativo y su pintura se había corrido a tal forma que bien se hubiese pensado que acababa de follar con un vagón de soldados. Lo importante es que se daba cuenta que era un objeto de deseo.

- ¿Y porque habría de ocultártelo?, cada cosa en su lugar.

- El problema es que cuando tengo cerca una mujer tan bella, con una mirada como la tuya, expresiva, vital, tiendo siempre a imaginarme su espíritu, y lo que veo es un felino enorme y feroz, con su cabello lustroso, con su gesto hipnótico, con su sensualidad. Luego lo único que me importa es acariciar ese felino, quedármele viendo a los ojos largo rato hasta que me pele los dientes, en ese momento podría dejar que ese tigre majestuoso me devorara bañado en la salsa que más se le antojara, eso es lo que después defino como enamorarse a lo idiota. ¿Pero sabes?, es un sentimiento honesto que no puedo evitar. Y maldito sea el momento en que les enseñaron a todas las mujeres que lo que los hombres buscan es tener sexo y sólo sexo, pues en mi triste caso cambiaría mil noches de sexo vacío por una seca e intacta mirada enamorada que por sí sola dijera que ese tigre está a expensas mío, para dejarse acariciar, para tenderse en mi cama como un almohadón vivo y protector, ronroneándome en todo el cuerpo. Ese momento, esa mirada. Puedes pagar por sexo, pero esa mirada no puedes comprarla nunca, y en mi caso, teniendo tanto dinero como tengo, me es difícil aparentar pobreza. A lo que voy es a esto. Cada cosa en su lugar, dices tú. está muy bien, así debe ser. Pero cabe considerar que cada quien piensa a su modo. Mientras que tú puedes pensar que el sitio de una secretaria es su escritorio y una vez que sale es en su casa, siento que te estas dejando guiar por el sitio que te han asignado los iconos en que vivimos. Podría ser tu punto de vista. Pero hay otras ideas "los hombres trabajando y las mujeres en casa, con sus hijos". A todo este cuento no puedo parar sin decir que cuando veo una mujer tan silvestre, tan virgen e inexpugnada como tú, tan inocente, por que no decirlo, tan bella y espléndida. Poco importa que estés así de atractiva como estás, y que sonrías tan encantadoramente, que seas pobre o rica, monja o, con perdón tuyo, la presidenta del club de las putas. Teniendo frente a mí una mujer sensible como tú, y pensando que cada cosa en su lugar, me da por determinar que tu lugar es debajo de mis piernas, y el de tus pechos mis manos, y el de tus ojos mis ojos, de tu boca mi boca y tu cabello en mi nariz, y tu corazón junto al mío. Por eso, es por eso que mi padre te ocultó de mí, además, valga como advertencia, te estima demasiado, y él bien sabe que suelo hacer daño a las gentes que amo, pues soy de naturaleza vagabunda. Y si a mi padre le dio tanto gusto verme es porque tenía dos años de no saber de mí. Soy su hijo pródigo que vuelve siempre, pero nunca se sabe cuándo.

"Me sorprendes" dijo ella

- No es mi intención turbarte, sólo que para estos instantes nada me importa más que hacerte el amor, preferentemente amor verdadero, aunque te he de decir una cosa, tan prendado he quedado de ti que me importa poco si mi cuerpo te interesa sólo por una noche, o si lo hicieras conmigo por dinero, ni me importa cual fuere el pretexto, venganza, experiencia, morbo, lo que sea, pero que hagas el amor conmigo.

"Es que..."

- Dame una oportunidad, juguemos al azar, echémoslo a cara o cruz. Águila hacemos el amor, cara, nos marchamos a nuestras casas y mañana te enviaré un regalo al despacho, un buen regalo.

Sara se quedó pensando, y pensar ya era ganancia para él. Aceptó el volado. El hechizo estaba ya consumado, pues ya fuera cara o ya fuere cruz, ya había disposición a entregar el cuerpo. La moneda se la entregó él a ella y su mano temblaba al arrojarla. Saltó volando y dando vueltas la moneda, lanzando chispas, y su sonido seco sobre la mesa del restaurante retumbó hasta el corazón mismo de cada uno de ellos. Pues la moneda no podía mentir, era una flamante águila. Ambos sonrieron.

El resto fue jaque mate y el cara o cruz sólo fue una manera distinta de pedir algo que los dos deseaban, luego de esto todo fue como debió haber sido en un país encantado por la lujuria y el amor, que en veces es lo mismo. Las palabras de Deodato, con su tono de flauta maravillosa, hechizaron a Sara, y ahora caía en cuenta, su aspecto si era de trotamundos, también sus ideas, su semblante, y al Licenciado no le quedaba más remedio que amarle, pues ella sentía que en cierta manera ya le amaba también. Se miraron y sin palabras establecían acuerdos, él rondando en torno a la jaula del felino y ella dando vueltas dentro de ella, bramando, pelando los dientes, plegando las orejas en pos de ataque, y él merodeando con paciencia. Al poco rato y en sus ojos él se desnudaba mientras que la jaula que a ella encerraba se desvanecía como en sueños.

Hacía tanto tiempo que a ella nadie le hablaba de amor, cosa que suena en veces irónico, la gente cree que las mujeres hermosas siempre lo tienen todo en materia de amor, pero no hay mentira más grande. Pero aun y cuando le hubieran inventado un poema horas antes, este encuentro era demasiado fuerte para su corazón, el cual se rendía absolutamente. Ella corrió el riesgo de que todo fuera mentira, después de todo nada tenía que perder, sentía que Deodato era un profesional, que este numerito del felino, de alabarla como una pieza única, la mirada pizpireta, todo estaba seguramente planeado con frialdad matemática, su decisión estaba en dejarse llevar o no, jugar a creérselo todo, disfrutar la timidez del hombre manejándose con tiento, con cuidado, con miedo, aunque el pavor del macho sea breve, brevísimo. Tal vez el único temor válido del hombre es el de perder una hembra, ya sea que la pierda por tonto o en manos de otro, ese miedo es de sus pocos miedos auténticos, por lo tanto ser consciente de éste cuando aflora le resultaba divertido a Sara. Era como si ella viese claramente los alcances de tan sublime comportamiento. Él creía que sus palabras la impactaban, su presencia, su masculinidad, y ella en cambio podía no creerse nada y rescatar que lo importante no era lo que el joven Deodato dijera, sino que la hubiese elegido a ella para llevar a cabo su numerito, su escenificación.

Ella dudaba al respecto, y él telépata le aclaró que nunca había dicho lo que había dicho porque nunca había sentido lo que había sentido.

Se dirigieron entonces a la oficina. ya no había nadie lógicamente, el lugar era enteramente para ellos. No bien habían subido al segundo piso él ya la sostenía como un hábil ventrílocuo, sobre sus brazos, y con la mano sumida en el coño, lo que hacía que ella se retorciera de placer y le dijera toda clase de cosas entre te amo, eres tan hombre, te deseo, tómame, etc. Y era entonces como el ventrílocuo que, al accionar de su mano, hiciera que la títere abriera la boca y sacudiera esa lengua que ambos estaban dispuestos a comer, y a otro movimiento de sus dedos la muñeca decía las cosas encantadoras que él deseaba escuchar, agitando el cabello.

Ya en la segunda planta le desabotonó la blusa y ella le quitó la camisa. Cuando él le quitó el sostén puso un rostro avaro e infantil, como si fuese la primera vez que viese unos pechos y estos se sostenían firmes y elocuentes, con sus pezones contraídos por el frío y los poros volteados sobre si mismos. Él bajó de inmediato a chuparle los pechos y el frío menguó ante el explorar incesante de su lengua y de sus dientes. Luego las costillas, mientras ella le acariciaba la espalda. Él se arrodillo más aún y se metió en la falda de ella, alzándosela con la cabeza y comenzándole a besar la pantaleta, respirando bien hondo para capturar el dulce aroma de su sexo. Luego saco su lengua más larga que la de un Doberman y la clavó en aquel coño mojado, y así charló con éste por espacio de trece minutos con veinte segundos, bebiéndose la vida misma de Sara, quien le jalaba de los cabellos.

El se paró y le quitó la ropa, siempre procurando no quedar de frente a ella, así ella permanecería parada sin abrazarle. Ya desnuda ella, él la rodeaba como un lobo, mientras que Sara, sin la más mínima pena, se erguía aun más para dejar bien en claro su belleza. Sus tetas retaban cualquier destino y sus nalgas aparecían redondas y firmes sobre sus piernas largas y bellas. Bajo su sexo se hacía un pequeño triángulo de las bermudas.

Él la contemplaba con lascivia, pues no contemplarla así sería un delito. Sin dejar de girar en torno a ella, se fue quitando el cinturón del pantalón y lo pasó por el pequeño triangulito, amenazando el coño abierto, rozándolo de vez en vez y generando un suspiro. Se terminó de desnudar y seguía rodeándola. Era como en el sueño, y él había hecho suyo el tigre de ella, el cual ya lo miraba a él con admiración y respeto. Y ahí parada estiró la mano para sujetarle la enorme verga que portaba y jalarle la tupida pelambrera que exhibía. Sin embargo él, que se moría por una mamada de aquella boca, decidió ponerse detrás de ella y meter la cabeza de su verga en el triangulito, así nada más para jugar, asomándose, y sentir lo caliente que estaba aquella vagina que, al contacto con el glande expiró en cautela y comenzó a babear como una res, como si su matriz entera exigiera ya ser bañada de semen y preñada hasta el infinito en un nacimiento eterno. Deodato metió la cabeza y ella exhaló un canto místico, y luego, vena a vena se fue ensartando el grueso instrumento en aquel cuerpo fresco. Deodato sintió que un abrazo de unión inmortal le tomaba por la verga y pese a que los cánones del placer indicaban que la fricción es lo mejor, a él le dolía sacarla aunque fuese por un segundo, y así parados se las ingeniaron para moverse y unirse, sin que quedara duda de que el creador pensó a la perfección la estructura de los cuerpos a efecto de que no precisaran de cama para poseerse. Él sumía su pene con una fuerza inusitada y ella lo recibía de igual manera. Después se la llevó al sillón donde la tendió empinada y procedió a joderla con vigor, luego la volteó y abierta de piernas la penetró largo rato. Cada cosa en su lugar.

Estando así sonó el teléfono. Sara se inhibió un poco y volteo al reloj, eran las diez con treinta y dos. Su esposo, recapacitó, seguro que era Jorge. Titubeó. "¿Que pasa?" dijo él, "Debe ser Jorge, mi marido", "Pues contesta". Ella se colocó en el borde del sillón y alcanzó el auricular. "Despacho Garza Cortazar. Sí, soy yo. No te enfades Jorge. Sí, salió un trabajo urgente. No, no mereces prepararte tu cena. Ya sé que vienes muy cansado. Discúlpame" El esposo era un necio y ella se veía tan linda así empinada con el auricular en la mano que a Deodato le dieron ganas de hacer lo que hizo. A medía llamada le ensartó hasta el fondo su enorme pieza, alzándose él mismo en el sillón para follársela a lo perro pero en un ángulo que hacía que el dorso de su miembro le contara historias al ano. Y Sara sin poder desembarazarse del molesto de Jorge tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para no gemir ante las embestidas que tan morbosas le resultaban, y como Jorge no dejaba de regañarla mejor le dio por tomarle malicia al asunto, al grado que por un lado estaba su marido en el auricular y por el otro estaba Deodato totalmente pescado del falo, pues ya no era él quien arrempujaba, sino que ella movía ricamente el culo de arriba a abajo, con una furia perversa. "Te advierto lo que te espera una vez que llegues a casa, última vez que te quedas a trabajar tarde, que crees que por la miseria que te pagan vas a estar faltando a tus deberes como esposa, quién me dará la cena, y si quisiera cojerte, a ver, por eso no tendrás relaciones conmigo, ese será tu castigo..." Deodato le arrebató el teléfono a Sara y dijo muy formal, "señor le suplico amablemente" arremetió con doble fuerza dentro de las caderas mientras su cabeza parecía independiente del cuerpo y parlanchineaba como todo un ejecutivo, "que deje trabajar en paz a la Sra. Sara, tiene un trabajo muy duro" al decir duro empujó con ganas de que la punta de la polla se le saliera a Sara por la boca "y en medida que ella se apure más, terminaremos antes. No se preocupe por el transporte, la enviaremos en coche" y colgó. Al escuchar el crack del teléfono Sara lanzó un alarido contenido desde hace varios minutos, que por cierto había acallado mordiendo el sillón. De rato Él comenzó a sentir como si su pene fuese una gran presa de semen que dada la intensa lluvia comenzara a sentir que los diques que la sostenían comenzaban a flaquear, luego se oyó un crujido, se rompían las comparsas y los barrotes, hasta que la presa reventó inundándolo todo, arrasando con todo, generando un temblor en veinte, treinta hectáreas a la redonda, en medio del rugir voraz del agua inclemente. Y Sara, recibiendo aquella inundación dentro de su ser se corría en un orgasmo que le dibujaba en el rostro una sonrisa voluptuosa que dejaba en claro que ella todavía tenía mucha provocación que derramar.

La subió al carro pero no la llevó a su casa, sino que a un departamento de un amigo suyo, decorado con puros artefactos exóticos, y ahí le dio más sexo, hasta que, a las tres de la madrugada ya sus cuerpos estaban abatidos. A ese instante se cumplió la profecía que versaba que cada cosa debía estar en su lugar, donde el lugar de ella era debajo de sus piernas, y el de sus pechos sus manos, y el de sus ojos los de él, de su boca la otra boca y su cabello la nariz, que no dejaba de oler su excitante olor y su corazón se volvía uno sólo.

Pero faltó lo último. Ella, de temperamento apasionado, había tenido en realidad pocas oportunidades de aprender cómo amar, y sabía que para obtener la perfección en el placer, hay que practicar frecuentemente, con entrega verdadera. Se sintió un poco en desventaja frente a su compañero, que parecía tener toda la destreza del mundo, "¿Qué puedo ofrecerle que no le hayan dado?", pensaba, y con ese complejo se comportaba como la reina de las putas, y si no tenía experiencia al menos se sabía poseedora de audacia, y le cumpliría a su amante todo lo que le pidiese. Éste le pidió que se pusiera los lentes y se la chupara hasta que le quedó bien tiesa de nuevo. Luego la empinó en el sillón y le metió la lengua en el culo, y ella sintiendo choques eléctricamente obscenos por todo su cuerpo se preguntaba qué raro arte de telepatía hacía que él cumpliera la fantasía que ella había imaginado para el licenciado, ahora para ella en carne propia. Primero la recorrió cierta pena o vergüenza excitante, luego ya disfrutaba. En su imaginación le había parecido asqueroso, pero a estas alturas estaba dispuesta a darle a Dedoato lo que le exigiera. El joven luego de chuparle el cerrado círculo le colocó la punta de su lanza en la entrada para luego sumírsela hasta el fondo, provocándole un dolor agresivo que sabía similar a darle un golpe a alguien que odias, y descubrió que la violencia no siempre hay que definirla como odio, pues en este caso se trataba de amor, de la ruptura de la última virginidad que le quedaba, o las últimas, y sentía al terrible palo entrar y salir, primero con dificultad y luego más naturalmente. Dolía, pero ella no dejaba de morder el sillón y abrir sus nalgas con las manos. Él sacó su falo y ella hizo lo que correspondía, comenzó a masturbarlo hasta que la última descarga de savia caliente le escurría por los dedos, tal como oro plásmico.

Llegó a casa y tenía el día siguiente libre, por órdenes del Joven Deodato. Al siguiente día su jefe se excusaba por no decirle que tenía un hijo, y le entregaba una caja que éste había dejado para ella.

Contenía un poema, el cual leyó y después quemó, pues bastaba con que lo guardara en el corazón, ahí nunca lo encontraría su marido, pues era el sitio más inaccesible para él. Además tenía un paquete con fajos de dinero, con una nota aparte que podía interpretarse como genial o como ofensiva, todo depende. "Una mirada así no se paga, pero puede agradecerse." No debatió mucho en lo bueno o malo de tal frase, prefería recordar el poema que le explicaba como su espíritu era el más bello felino que hubiese visto en su vida, porque no era en sí un felino, sino un híbrido entre humano y gato, que no deseaba ser ni animal, ni mujer, y eso era lo más bello que le hubiera sucedido a él. Era mucho dinero, no lo contó pero era mucho, muchísimo, para vivir. Seguro le dio todo lo que tenía, pues él, como lo advirtió, era vagabundo, y se marcharía, sin nada, a empezar de nuevo. Sara suspiro y alzó los ojos al cielo pidiéndole a Dios que regresara con ella cuando dejara de huir, de caminar, "Dios, cuando él desee echar raíces en el corazón de alguien, sugiérele mi corazón."

Su esposo fue aún más intratable. Le tomó mayor coraje aún porque antes de perdido los dos tenían la cara sin ilusión, llena de angustia y amargura, y sus almas permanecían encerradas en un callejón sin salida. Pero ese nuevo semblante de ella con su risa de pendeja feliz, de optimista empedernida, de enamorada de la vida, era algo que Jorge odiaba francamente, la razón era obvia, si no era él quien provocaba esa ilusión, luego tendría que ser otro.

Y su venganza se llevó a cabo a través de mil ofensas, pero ninguna de las saetas que éste arrojara daban nunca en blanco alguno. Se revolcaban por deseo de él y éste acababa a los dos o tres minutos de habérsela metido por primera vez, en un claro caso de eyaculación precoz, seguido de una precoz violencia en que le decía a Sara "Te lo mamaría para que sintieras placer, pero te apesta por más que te lo laves, no cabe duda que no eres la de antes, lo tienes tan flojo que no me queda más que mequearme de inmediato", Pero nada le ofendía a ella, y si lo tenía más grande es porque su coño ya estaba destinado a miembros de mayores dimensiones. Otra cosa triste es que a ella le había dejado mucha inquietud que le dieran por el culo, y tan enemistados como estaban, ni manera había de hacer peticiones, y no se le antojaba a ella pedirle el favor a ningún hombre, pues todos le parecían poca cosa.

Las relaciones sexuales acabaron cuando el médico le indicó a Sara que estaba embarazada. Tuvo una hija, y ya sea producto de la suerte o de los rezos que cada noche alzaba al cielo, tuvo una niña con abundante vellito, con unos ojos que a Sara le eran ya más familiares que los de su esposo, mentira que Deodato se hubiese marchado. Se había quedado muy dentro de ella. Mucho muy dentro de ella.

ISIS

Las sectas siempre deben de tener dentro de sus filas a algún personaje místico e imperativo. Sin estos sujetos, a los cuales han tenido a bien llamar sujetos alfa, la formación de una secta sería impensable, pues lo ilógico y estrambótico que puedan ser los ideales sólo podrán volverse creíbles en los labios de un loco y líder nato. ¿En qué medida son nocivos estos sujetos, y en que medida salvan almas? No puede precisarse desde fuera. Sólo dentro de las sectas puede juzgarse. Y vamos más aún, sólo desde aquel cuarto donde reposan las almas particulares de cada miembro de ellas es que pudiera acaso saberse un poco de lo bueno o malo que pueden ser.

En el caso de la secta de Adreil, que se llamaba "El cordel de oro", figuraban especialmente dos personajes imperativos, el propio Adreil con su investidura suprema, como máximo líder del grupo, idealista y creador del dogma, y en segundo término Isis, o "La Isis".

Cabe aquí ahondar que las sectas mucho tienen que ver con la personalidad de sus creadores, quienes por lo general tienen tendencias absolutistas y megalómanas, entiéndase con esto que no aceptan compartir su poder y su divinidad con nadie más. Sobre todo si las reglas son creadas por el propio líder, y cualquier cesión de poder significa la disminución de uno mismo.

Cada uno de los que integraban El cordón de oro había llegado de manera singular. salvo unos cuantos que habían entrado a base de acudir a conferencias, el resto había tenido como primer contacto un cruce de camino con Adreil, y su personalidad los había hechizado de tal manera, y su verbo sustraído el alma de tan adentro que no tenían más remedio que seguirle en su camino. A este proceso le denominaban internamente "la pesca". Esto porque lo comparaban con la caminata de Jesús de Nazareth por los mares de Judea, donde encontró a sus discípulos y dijo que se trataba de una pesca de hombres. En ese orden de ideas, el mundo entero se había convertido en un inmenso mar y Adreil en su andar iba recolectando a los elegidos que llegado el momento llevarían a cabo una misión a la cual denominaban la regeneración, que presuponía la creación de un orden moral nuevo.

Cierta vez caminaba Adreil por una calle y vio que sentada en una barda estaba una muchacha muy joven, la cual lloraba con un desconsuelo alarmante.

Se paro frente a ella Adreil y fijó sus ojos más azules en los de ella, extendió su mano mesiánica hacia la chica y con la palma derecha le tomó de la barbilla. "No llores, sea lo que sea que te causa dolor no vale la pena", ella le miró a los ojos sin azorarse, sin decaer. Adreil hizo gala de toda su concentración y le dijo "Nunca llores.", "Dame un motivo", "El único motivo es la verdad.", "Y ¿Qué es la verdad?"

Adreil se rió para luego referir, "Vaya! a un maestro mío le preguntaron lo mismo y teniendo la respuesta así dijo - En realidad de verdad os digo que la única verdad es Dios, y por tanto todos somos verdad, pues nada hay fuera de mi Padre, nada, tenga la condición que tenga es inferior a Dios, porque todo forma parte de su divino cuerpo, y únicamente vamos camino a su corazón que nos ama, en una interminable fila de víctimas y victimarios, de dormidos y despiertos, de salvadores, y lo más bello, de salvos- así dijo"

"La Biblia no dice eso" indicó la muchacha. "Claro que lo señalaba, pero ha sido borrado por las iglesias que ven en ese pasaje una evidente amenaza a sus dogmas. Pero, mira tu interior, ahí está escrito que lo que digo es verdad, de hecho en nuestro cuerpo, en el de cada ser, está escrita la historia de los diez evangelios existentes, y hasta los doce que han de venir" contestó él.

"Ya lo sabía" dijo ella, queriéndose ir.

"Espera- comentó él- No te marches. Hay una misión por llevar a cabo, y pareces importante en ella. Tienes que venir conmigo, alguna vez."

"Mírame bien, - dijo ella- esa misión de que hablas es mía desde siempre"

"Isis" dijo él

"La madre de todos" dijo ella.

Y así acudió aquella muchacha, nunca como discípula, siempre como maestra, y aprendió de las ideas de Adreil, y las hizo suyas para luego modificarlas.

Adreil esperaba cada tarde que apareciera aquella niña encantadora con sus sacos de hombre y de mirada limpia y brillante. Cierto que le enfermaba que ella no quisiese estar con él todo el tiempo, pero era a su lado que le brotaba lo mejor de su misticismo y su filosofía, de ella, simple mortal, aprendió que no hay más salvación que el amor y que la falta de éste mata más que el cáncer. Comprendió el apostolado. Ella en cambio aprendió artes como el Tarot, el Péndulo, la telepatía. Y Adreil cada vez la echaba más de menos. Ni siquiera sabía su nombre, pues él desde siempre le dijo Isis, y ella nunca reconoció nombre distinto de ése.

Le faltaba disciplina, eso sí. "Tienes que quedarte aquí", "Mi misión se rige sola, pero es la misma que la tuya. eres un maestro reencontrado."

Después participaba en los rituales, siendo sacerdotisa, pero nunca tenía trato humano con la grey, siempre trato divino. Y aunque se creyese que era retraída y engreída, nada era más falso que eso. Era humilde, entregada, su mirada era dulce, su voz diáfana. Sólo podía vérsele cada día 27, en la misa. Luego desaparecía. Podría tratarse que para la mente de Adreil, bella, sublime y peligrosa, aquella muchacha fuera su prototipo de mujer, la única que podría amar, por considerarla su igual en el camino divino.

Por eso cuando se avecinaba la semana anual de matrimonios cósmicos, el peor error de Favio fue decirle a Adreil.

- Maestro- Había que hablar con el sentado sobre las rodillas, en rodillas por el sentido de la súplica, y sentado para dejar en claro que no se trataba de sumisión, sino de una comunicación entre hermanos- Se avecina la semana de matrimonios cósmicos, y siendo tu voluntad la más respetada te pido consejo para desposar a una hermana de la grey-

Las reglas eran bastante claras. Poco importaba quien fueses fuera de los muros de la secta, pues ahí dentro la jerarquía social, y en sí del mundo, era otra. Importaban cosas que en el exterior no eran siquiera observadas, y existía un liberalismo exacerbado respecto a situaciones que extramuros serían tabú. En el caso de los matrimonios cósmicos, ocurrían cada noche de luna llena de octubre, y quedaban casados no para la eternidad, sino por un dal de tiempo. ¿Que era un dal de tiempo? Era una medida mutante de tiempo, cuyas reglas de duración sólo eran conocidas por Adreil, pero sin embargo era entendida como muy similar al período en que el alma goza del amor de otra persona, lo cual no siempre coincidía con la atracción física, sino el nexo que las almas fuesen capaz de forjar en un plano más allá del físico. De hecho algunos matrimonios del cordel de plata bien podrían nunca hacer el amor, ni dirigirse la palabra, y sin embargo pertenecerse por disposición de ley divina.

Había una cosa que había que señalar. Que no todo lo que hacía nuestra alma era conocido por nosotros. Por lo que esa mujer que llegaras incluso a odiar, podría ser la eterna compañera de tu alma, la que te hace vivir siempre en compañía, además, no todo eran matrimonios nuevos, en veces sólo se daba reconocimiento a un matrimonio contraído en vidas anteriores.

En fin. Favio se acercó a Adreil a pedirle la mano de una de sus hermanas en matrimonio, y él, como padre de todos los miembros de la grey, discernía si alguien debía casarse con alguien o no. En este caso preguntó:

"Que Dios hable por mis labios palabras de espíritu, ¿Quién es tu inquietud?"

"La hermana Isis" Dijo Favio con emoción, ruborizado. Tembloroso, deseando con toda el alma que el maestro asintiera en ese matrimonio, nada le haría más feliz, inmensamente feliz.

"Te responderé en el sermón del rito" Dijo Adreil a Favio sin abrir los ojos, pero su barbilla temblaba con fuerza, su tez se había puesto un tanto roja y sudaba como si acabase de haber dicho los conjuros que iniciaban los ritos.

Los ritos se celebraban cada jueves. En este día Favio no podía tener más impaciencia. Eran las seis y medía de la tarde y el rito empezaría acaso a las ocho, además, el rito tendría dos conjuros al comienzo, una sesión de purificación, luego se daría lectura a una liturgia interminable que estaba compuesta de trescientos ritos diferentes, Adreil siempre sabía cual emplear según las necesidades cósmicas del momento, luego se daba la palabra a él mismo y extendía enseñanzas inéditas, viscerales, únicas, para luego cerrar la ceremonia con ofrecimiento de frutas y vino a Dios, para luego extender la bendición sobre todos. Para resumir, vendría escuchando el sí o el no a eso de las nueve con quince.

Para él esa información daba la sensación de una ejecución. El "no" sería la muerte, y el "sí" la vida eterna. ¿Quién era Isis para él?, Isis eran dos. La primera y más importante era una muchacha de acaso 23 años, con una nariz larga y afilada, con su boca perfectamente formada y de color rojo, con sus ojos de un bello extremo, tan hermosos que él no sabía distinguir de qué color eran, no eran negros, quien sabe, su cabello un tanto corto y con un talle exquisito, delgada, casi un muchacho, pero fina y delicada. A través de su túnica blanca se alcanzan a ver sus pequeños pezones y la forma de sus piernas, tan delgadas al igual que sus caderas. Una vez le toco verla desnuda en un ritual y pudo constatar la virginidad tan profunda de ese cuerpo, en la ausencia de vientre, en sus pechos alzadísimos como apuntando a Dios, su padre, y de una sonrisa tan clara y tan diáfana. Lo más extraño era ver esa inocencia siempre revestida de una fuerza tan absoluta. "Ha de ser el temple de ángel" se decía. La otra Isis era el espíritu. No era casada, eso lo podía adivinar fácilmente, pues las mujeres casadas de la congregación llevaban en la muñeca izquierda y derecha, del lado de las venas un par de manchas de carbón que semejaban heridas como las de Cristo en sus manos, como si fuesen suicidas y les brotara sangre negra, no era casada, ni nadie de la grey la había solicitado en matrimonio anteriormente. Por otra parte había que reconocer que ser esposo de Isis no era cosa sencilla, pues ella a pesar de su juventud era reconocida como maestro, y todos sin excepción le amaban por el hecho de tener siempre a flor de piel una muestra de afecto, una palabra de alivio, un soplo a la anima. Era la chica que vio por vez primera vestida con su túnica, danzando una canción celta, vestida de atavíos de piedras y collares, era la dama que en la misa leía la liturgia con voz mágica, haciendo resonar cada esquina del templo, era la dama que olía a jazmín, era respetada por Adreil mismo, sin que se explicara nunca esa fuente de respeto.

En cambió habría que pensar muy bien. ¿Quién era él, Favio, para merecer en matrimonio a Isis?. Era el chico de un físico ni bueno ni malo, sino normal, nada sobresaliente. Y en la grey era más o menos un ordinario. Cierto que nunca dejaba de acudir, y su voluntad había sido puesta a prueba muchas veces, cuando tuvieron que ir a medía noche a un cruce de caminos para hacer un rito, ir a un cerro a practicar runas, en fin. Pero nada espectacular. Se vistieron de rato para practicar el rito. Isis no vendría, casi nunca viene.

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