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Arakarina (24:Cuatro razones para cerrar los ojos)

en Grandes Series

ARAKARINA XXIV

CUATRO RAZONES PARA CERRAR LOS OJOS

HELENA

Supongo que estoy enamorada. Pero extrañamente enamorada. Me da risa que cada vez que pienso en ello, lo hago como si me confesara conmigo misma. Y confesión es cuando hay culpa. Y yo no siento culpas.

Siento que, como decía Virgilio, este mundo está por demás errado y entre el constante fluir de su sangre, en medio de su circulación, rodamos nosotros como dados que, en el más de los casos, marcan uno, o pon dos. ¿Cómo explicar tanta falta de coherencia, sobre todo en el amor?

Yo he conseguido un empleo de secretaria en un consulado alemán, lo cual no puede ser más perfecto, en cuanto a eso mi dado marcó seis, un toma todo clarísimo. No sólo me pagan muy bien, el horario es comodísimo y el ambiente de trabajo es muy formal y respetuoso, lo suficiente para leer, para no tener problemas con los jefes, para tener todo en orden. Con espacio suficiente en mi cabeza para imaginar mi regreso a casa. Ahí estará Ara con su panza creciendo. Vamos a tener un bebé, Ara, Virgilio y Yo.

Por lo pronto supongo que yo soy el hombre de la casa. Llego y su rostro se ilumina, algo divino de verdad. Nos abrazamos y nos damos un beso en la boca que no le pide nada al mejor beso. Lo cómico es que en otras épocas hubiera dicho que eso era asqueroso, que las mujeres no servían para el amor, eso desde luego lo pensaba antes de conocer a los hombres. Nos besamos, nos abrazamos, nos miramos a los ojos por horas, nos apapachamos en todo momento, disfrutamos de estar una con otra, ver tele, ir al cine, cenar, todo se vuelve más rico. No nos hace falta nada, nadie quiere ser hombre, así estamos bien.

Lo que si no comprendo es a todas esas mujeres que se compran vergas de hule para amar a sus novias, por la sencilla razón de que si compras una herramienta como esas quiere decir que en realidad deseas estar con un hombre, y si eso es lo que deseas, ¿Qué afán de acostarte con una imitación mala de uno?, en todo caso péscate a cualquiera, siempre los hay a la mano. Aunque imagino que se ha de dar una unos fiascos que borran todo espíritu investigador. Pero en realidad esto es mucho más sublime, conocer su cuerpo es conocer el mío, y ella conoce mi cuerpo también.

Ella es única, es magia, es verbo, es luz, es la mujer por excelencia. He conocido de ella muchas cosas y cada vez me sorprendo más de ese amor por mi, pero humildemente pienso que no le sería difícil a ella conseguir alguien como yo, en cambio yo no conseguiría estar con alguien como Ara jamás, no porque no lo merezca, después de todo, si la tengo es que la merezco, nada es accidental, pero no podría encontrar otra porque no la hay, y acaso como yo haya miles.

He aprendido a no enfadarme con ella por sus constantes desapariciones, eso en parte porque cada vez son menos. Además existen razones.

Ara me explicó que hay que significar, no me lo dijo así como se oye, de hecho no me lo ha dicho nunca, pero me lo ha enseñado cada minuto que pasamos juntas.

- Siempre he pensado qué nos une. Comprendo lo singular que eres, te amo por ser justo así, pero, alábame, alégrame un poco, dime porque me amas tu a mi.- Le cuestioné un día tomando el riesgo de no quedar satisfecha con su respuesta.

- Sólo de ti sé recibir, y sabes dar más de lo que crees, eres infinitamente más singular de lo que te imaginas, sólo a tu lado puedo permanecer y vivir, sin sentir la constante sed de marcharme, de morir yo, sólo tu podrías suplirme.

- Pienso que tu no morirás.

- Es un dulce deseo-

¿Quién es esta mujer? Me lo pregunto cada mañana y cada día obtengo respuestas distintas. Todas ellas sorprendentes. Su origen es bastante extraño, sólo reconoce un origen, después del cual ella se ha visto a si misma envuelta de una extraordinaria independencia. Sé de su origen por ella misma. Supe que tuvo la certeza de su madre, más no así de su padre, a ella nunca le constó que el esposo de su madre fuera su padre, y a éste menos, de ahí un desapego ardiente. Me pareciera que me mentía, ya que también he comprobado que tiene un fuerte sentimiento y conciencia del poder de la mentira, si una mentira hace más bella la realidad, le dará vida a la falsedad y edificará un castillo falso pero majestuoso, como digo, pensaría que así es, pero su mirada no puede fingirse cuando habla de su madre, a quien describe no sólo como una mujer hermosa, parecida a mi por cierto, "Llevas ventaja sobre el mundo por un simple accidente de apariencia física, o quizá por señalamiento divino, me gusta más lo segundo" me dice, sino que encima la describe como la encarnación misma del amor, entregada siempre a ella, preocupada por el sentir de la tierra misma, amante de la gente y los animales. Sus ojos, puede pasar horas hablando de sus ojos, puede describirlos como un mágico calidoscopio que narrara historias hermosas y todas ellas de amor. Su madre, aunque no era creyente propiamente dicha, narraba los evangelios de manera única, ella era Jesús, era un ángel, era la sonrisa de Dios en la tierra. Por eso cuando murió no fue raro que las tinieblas salieran de sus escondrijos para atacarle, empezando por el esposo, por el resto del personal del circo. Siempre nómadas y con un extraño punto de vista respecto a los funerales y lo que una niña debía o no debía saber, hicieron que nunca supiera donde quedó el cuerpo de su madre.

Si podían ocultar un cuerpo tan grande y desaparecerlo ¿Cuánto trabajo les costaría ocultar uno pequeño como el suyo?.Huyó y se ocultó ella misma. Robó un pequeño mico para que le hiciera compañía, pero de poco le sirvió, el mico era ciertamente muy pequeño y una niña casi igual de pequeña que el animal no podía mantenerle vivo mucho tiempo. El mico murió y ella también hubiera muerto de no haber sido capturada por una institución de beneficencia gubernamental. Ahí aparentemente se hicieron cargo de ella, pero de su plática se entiende que fue ella, una niña solamente, quien empezó a hacerse cargo del mundo.

Una doctora, un manicomio, su mejor amigo, todos necesitaban una luz, y mi extraordinaria Ara, a su tierna edad pensando que estaba en un punto crucial de su vida, entre elegir a recibir educación del mundo o de su interior, entre tomar responsabilidad de sí misma o entregarse a los lineamientos de los mayores que demostraban estar bastante equivocados ¡Y sólo tenía ocho años cuando decidió que era más lógico que se dedicara a dar que a recibir!

La vida con la doctora, el encarcelamiento de ésta, las visitas, su vida con el doctor, "su padre", la extraña muerte de la doctora a dos meses de purgar su condena, su adolescencia con un padre esporádico al cual también había que educar, su posterioridad soledad, su nexo con el líder de una secta, su papel dentro de esa jerarquía divina, su encuentro con Virgilio, y conmigo.

Parece mentira que hasta ahora le haya tocado disfrutar de la vida. Ahora por fin el mundo parece ser de color distinto. No sólo es bella y única, es también impredecible e histérica, a veces paranoica, a veces filosófica, pero siempre todas sus personalidades descansando en una misma unidad de amor. No puedo decir si siempre ha sido así, no hay que olvidar que esta embarazada, lo que la hace aun más extraña.

Cada mañana, sobre todo cuando despierto y la veo profundamente dormida, con la paz de una niña sublime, generando vida en su vientre, me pregunto si yo me habré vuelto lesbiana. Luego me da risa pensarlo en esos términos, tal cual si ese aspecto de preferencia fuese algo que a uno le da, algo así como un catarro, algo así como acostarte a dormir y amanecer deseando tocar la piel de esa amiga que te parece tan grácil. No es así. Pienso que ese ser que Ara es me colma demasiado, y si pienso en dilemas lésbicos es porque ese ser se manifiesta en cuerpo de mujer, aunque igual me enternecería si hubiese encarnado en perro, en hombre, en lagartija, en un vegetal o en una roca. Si ese ser guardara otra forma y de igual manera me expresara todo el cariño que me prodiga, no me importaría la envoltura.

Dónde estará Virgilio en este momento. tal vez él no lo sepa, pero su sitio es aquí, en medio del corazón de estas dos mujeres.

VIRGILIO

Vaya situaciones impredecibles. Una hora de vuelo me parece eterna, nunca me costó tanto trabajo ir de Monterrey a la Ciudad de México. ¡Pinche telegrama!, tan formal como siempre. Sr. Alejandro Nungaray, ¡Claro que sé quién es Alejandro Nungaray!, no sería más sencillo que dijera que mi padre está grave. sé que no sobrevivirá de sea lo que sea que esté enfermo. Él no es de los que telegrafían por causas que no sean de muerte. Quisiera decir que para mí está muerto desde hace mucho, que nunca se esforzó por estar vivo dentro de mí, que siempre fue un faro en una isla que ilumina sólo los puntos de engaño en que cualquier barco encallaría. ¿Se supone que es importante que me vea?, ¿Ya al último?, Voy llorando porque el inventor de mi soledad se muere.

Una hora me parece eterna porque es el tiempo suficiente para pensar en él. En su rugido de león dirigiéndose a mi, llamándome torpe, riéndose porque mi frente chocaba con algo que no podía ver, intentando ponerme al corriente en el amor ofreciéndome el cuerpo de las sirvientas, callándome porque el ruido de los bongó le parecía insoportable, dándome de comer siempre huevo, lentejas, habas, frijoles, pan, arroz, mientras mi fino olfato acariciaba el aroma de lo que él comía, callándose todo acerca de mi madre, de quién recuerdo el perfil en mi mano, de quién aún reconozco el aroma del aliento, el olor de su nuca, el olor de su pecho, aunque digan que no hay memoria olfativa, sabría su imagen misma sólo de tener su olor. Recuerdo el olor a papel quemado y su explicación de que no era simplemente papel, que eran fotos, fotos de mi madre, lo se. ¿Porqué entonces el corazón me jala de esta forma?

Por fin termino de padecer este viaje y ya me espera el mayordomo de mi padre, lleva reloj de oro, pulseras, cadenas, le va bien. Me conduce al hospital y entramos por pasillos blancos y fríos. En el ascensor, lo puedo ver en los múltiples espejos, se despoja de las cadenas, esclavas y reloj, seguro despojó a mi padre de sus joyas y es preciso quitárselas para no provocar su furia, aunque si ya decidió robarle significa que mi padre nada podría hacer para arrebatárselas.

Entramos al cuarto donde yacía mi padre y helo ahí cubierto de tubos, de cables, picoteado por doquier, inservible, casi de color pistache, se está descomponiendo. Me ve y eso le hace feliz, por primera vez siento que le hace feliz mi presencia, incluso me sonríe, si eso era necesario ojalá hubiera tenido un proceso de muerte muy lento. Ojalá la gente entendiera que cada día es en realidad un paso rumbo a la muerte, que puede uno hacer las cosas que debe, sin prisas, sin el sofocante sentimiento de lo irreparable, del no retorno.

Preferiría que no dijera nada. Me gustaría que no dijera nada que pudiera echar a perder esa mirada suya. La cara de los médicos me dice que si mi padre está vivo es sólo por el deseo de verme, que es un milagro que sus ojos miren, que es una maravilla que sonría. Tres cosas me dijo, que no me sintiera mal por su horrible trato, que no era su intención no amarme, que nunca supo en verdad amar, disculpas, no podría hacer algo que no habitaba en su corazón, que si de algo me servía, en este último momento el amaba, y el objeto de su amor era yo, su niño, me llamó y puse mi cabeza a su alcance, la tomó buscándome acaso la mollera, su tacto era suave, tierno, poseedor de un candor desconocido.

Lo segundo fue que era rico, que su dinero era ahora mío, y que no permitiera que el mayordomo me robara las joyas suyas, que ese cabrón descarado le había echado el ojo a su reloj desde que empezó a morir. Como tal cosa me valía tres cacahuates, ni siquiera miré al mayordomo.

La última de las cosas fue el domicilio de una mujer, "Ve a verla, le gustará tenerte cerca"

Dicho esto expiró. Y parte de mi con él. Lloré pese a todo, los doctores se fueron para dejarme en paz, sólo se quedó conmigo el mayordomo ladrón, quien también lloraba, así pasó una hora, una hora mucho peor que la del avión.

Retirándonos le dije al mayordomo que se quedara con el botín, después de todo no fue fácil estar al servicio de un hombre como mi padre. Quiso decirme algo, acaso balbuceó, pero prefirió callarse. Con esto supe que este hombre en verdad le era fiel a mi padre, ¿Respecto a qué?, No lo sé.

El entierro estaba plagado de lambiscones.

Dejado atrás todo esto, luego de unos días de una hipnótica desgana, me dirigí a la dirección que me había dicho mi padre antes de morir. Si no supiera que mi madre estaba muerta, juraría que me estaba acercando a ella. Al llegar a la calle le dije al taxi que no me dejara en la puerta, que me dejara sobre la calle, que deseaba llegar a pie. La colonia no era muy buena, las casas eran amplias, lo que en la Ciudad de México no deja de ser un lujo, pero no era la octava maravilla.

Caminé mucho más lento. De haber hecho caso a mi sentimiento hubiera salido corriendo. Me detuve. Me encontré unos cigarros con encendedor en el suelo, los levanté y comencé a fumar, sin el más mínimo gusto por hacerlo. La cuadra siguiente sería en todo caso la que buscaba. Contrariamente a mi manera de ser, tal vez por la cercanía de la muerte de mi padre, no pensaba con la lógica habitual, estaba haciendo juicios, yo que no estoy acostumbrado a ello. Voy a medía calle y el claxon de un vehículo Thunderbird negro me despierta de mi ensueño, frena. Es una chica de cabello negro, boca grande, nariz afilada y con par de ojazos, ojazos enojados debo decir. Histérica me dice con la mano que me aparte del camino, que no le estorbe. Levanto los hombros y quiero decirle que me dispense, coloca sus manos sobre el volante y repasa los dedos sobre éste como si en la orilla del volante hubiera el teclado de un piano, se mira al espejo. Yo me paro en la acera y la miro pasar, ella voltea y me mira con agrado, yo aprovecho el suceso para suspirar y perder un poco más de tiempo. Termino otro cigarro y camino.

La casa es blanca, con amplio jardín delantero. Como casi todas las casas de esta ciudad, tiene rejas, mecanismos que impidan el paso de ladrones, cables electrificados inclusive, un interfono. Oprimo un botoncillo rojo.

- Dígame.- Se escuchó una voz de hombre, grave pausada. Hasta ahorita no había pensado que la mujer que mi padre dijera fuera joven, incluso que estuviera hermosa. Hasta ahora que escucho que la voz del interfono me dice "dígame" recapacito en lo extraño que le ha de parecer si le digo que busco una mujer de la cual no se ni siquiera el nombre, que vengo por instrucciones póstumas de mi padre recientemente muerto.

- Sé que le parecerá extraño. Mi nombre es Virgilio Nungaray, y vengo aquí en busca de una mujer, pero no me pregunte el nombre ni más datos, no podría describir a qué vengo, sólo sé que es importante. Yo mismo quiero saber de qué se trata.

Vi como se corrió la cortina, para asomarse y ver mi figura.

- Permítame. Dijo la voz.

Después de diez minutos de locura dijo - Pase.

Sonó una chicharra y sonó el pasador que me indicó que la puerta podía abrirse. Abrí la reja y entré, no sin notar que la silueta fantasmal de dentro de la casa continuaba en la ventana mirándome, sin empacho de disimular su descarada observación.

Ya en el umbral de la puerta tuve que esperar un par de minutos. La puerta se abrió y apareció frente a mi un personaje extraño, era un hombre alto con unas entradas bastante pronunciadas, con un cabello color negro, demasiado negro para la edad que debía de tener, acaso unos 55 años. Su boca era grande y carnosa, su nariz algo aguileña mientras que sus ojos eran enormes, de color azul profundo, de pestañas largas, muy largas y de un par de cejas incisivas. Aunado a esto su color de piel era moreno, casi como uno imagina a los egipcios, lo que hacía más inusual su color de ojos. Su complexión era más bien delgada y no se notaba ningún tipo de barriga, de brazos enormes, daba un poco de miedo, su mirada era feroz y espiritual, supe al instante que la fortaleza de este hombre radicaba en su alma más que en su físico.

- Pasa.

Dijo con demasiado señorío. Su voz era mucho más grave, profunda y melódica de lo que pude imaginar luego de oírla por el interfono.

Me fue y me colocó en una sala. El acomodo de los muebles era distinto al resto de las casas. los muebles siempre guardaban una línea. La casa toda era pasillos, los muebles sugerían caminos, coordenadas, las patas de los muebles estaban protegidas con colchoncillos. Los sillones todos tenían sujetadores o pasamanos, la casa era en sí una estructura. Los libros perfectamente acomodados por tamaño, todos rotulados en sus dorsos con letras de plástico. Dentro de la casa había mayor número de interfonos, estos sí con una calidad de sonido plausible.

Antes de iniciar mi plática tuve que ir al baño. Inusual también. No había rollo de papel, sino que había un bidet. Salí, me lave las manos y acomodé todo justo como estaba. Regresé a mi sillón y me senté frente a aquel hombre de apariencia dulce, tierna y angélica. Debo precisar. Imaginen a un Ángel del señor, bueno, amoroso, magnánimo, topándose con un demonio. Poco importa lo bueno y grande que sea el ángel, su bondad no le alcanza como para dar al demonio, el demonio es caso perdido, de él hay que cuidarse, mandarlo lejos, repelerlo. El Ángel es bueno con todos, menos con él. Bueno. Así me sentía, como si aquella casa fuera una de esas cuevas amorosas donde se puede vivir, en la cual todo mundo es bienvenido, excepto, y por alguna causa que desconozco, este humilde pintor.

En uno de los muros estaba un retrato de una quinceañera, era ni más ni menos que la chica del coche Thunderbird negro que casi me arrolla, que me salvó la vida frenando luego de que entre sueños me le atravesé. Luce sonriente. Divina. Me encanta. Me recuerda a todas las mujeres que he tenido en mi vida. Volví mi mirada al sujeto, cuyo silencio me taladraba el espíritu. Sonreí y quise hacer plática, volviendo a referir lo extraño de mi presencia ahí.

- Repito, le parecerá increíble que aparezca sin siquiera sab...

- ¿Quien te envió aquí?- Me preguntó pausado pero firme, amoroso y comprensivo como un ángel, como el ángel de la espada flamígera, así de tolerante.

- El señor Alejandro Nungaray.

- ¿Qué quiere Alejandro Nungaray de esta casa?, ¿Eres lo que imagino de Alejandro Nungaray?- Tal parecía que el único que no tenía idea de para qué estaba ahí era yo. Esto se volvía un interrogatorio claro y evidente, y no sabía que se intentaba comprobar, y como no me llama la atención mentir contesté.

- El señor Alejandro Nungaray no está ya en posición de querer nada, ha muerto la semana pasada. Yo soy su hijo único. Pero a ciencia cierta repito, no sé que hago aquí, busco a una mujer, pero no se para qué la busco, no sé siquiera qué mujer es. De que se trata.

- ¿Acaso no eras ciego?-

- Si. Lo era. Contesté no sin asombro. El hombre sabía quién era mi padre y sabía también quién era yo, sabía de mi ceguera.

- ¿Cuándo dejaste de serlo?-

- En 1977 me operaron. Algún ángel tuvo la delicadeza de donarme sus córneas.

- ¿Acaso ese ángel te donó las córneas en diciembre de 1977? - Yo notaba que mientras más nos adentrábamos en ese tema de mi ceguera y curación, el hombre se ponía más nervioso, la quijada le temblaba sin posibilidad alguna de disimularlo, comenzaba a sudar mientras pendía en su mano derecha, amenazante, la espada flamígera que ya sentía simpatía por mi corazón.

- Así es. Fue en diciembre. Fue como quien dice un regalo que la navidad me trajo.

Estas palabras parecieron romperle el corazón. Sus ojos se humedecieron y la nariz comenzó a ponerse más mucosa. No cabía duda que en su interior se estaba desarrollando una guerra entre el bien y el mal. Dio una bocanada de aire encima de su sillón. Quiso lanzar sobre mi una mirada mortal, luego la transformó en compasión "Tu no tienes la culpa" balbuceó. ¿La culpa de qué? me pregunté.

- ¿Qué sabes de ti mismo muchacho?

- No se a qué se refiere.

- Voy a contarte. Voy a narrarte. Yo fui el mejor amigo de tu padre. Lo fui antes de que enloqueciera por completo. Fui testigo de cómo su odio por todo le llevó a destruir muchas vidas. Créeme que su muerte es para mi un alivio, un descanso. No me lo reproches, y si lo haces, sábete que no me importa demasiado lo que hagas o pienses. Debo anticiparte que no eres bienvenido en esta casa, pero como todo, tienes derecho a saber el porque. No permitiré que me interrumpas, una interrupción significaría mi silencio y tu salida obligada de este lugar.

Cuando conocí a tu padre era un hombre apasionado, violento, iracundo diría yo, extremista. Al igual que era de negativo lo era de positivo con sus seres cercanos, leal y entregado con sus amigos, respetuoso de su familia. Al ser extranjero tuvo que escoger como familia a mi y a algunos otros amigos, todos los cuales le dieron la espalda progresivamente. De todos los amigos acaso yo fui el último en marcharme de él, lo cual sigo considerándolo una estupidez, no debí haberlo conocido nunca. Aunque eso es muy grave de decir, hubo una cosa y muy buena que vino a causa de él, pese a que no precisamente fue algo que él deseara. Tu padre era un ser repleto de energía, con demasiada, que no hallaba en qué gastarla, inclusive en el mal. Cuando anunció su boda con tu madre todos pensamos que cambiaría, que sosegaría su espíritu. Él era distinto cuando estaba a lado de tu madre, era sencillamente otro. Todos quisimos tal vez advertirle a aquella muchacha que aquel hombre no era lo que aparentaba, pero éramos cobardes, enfrentarle a él sería una guerra muy dura. De haber sabido que con el tiempo, de todas formas cada uno de sus amigos terminaría en guerra con él, le hubiéramos dicho a aquella muchacha que no cometiera ese error.

Pero lo cometió. Se casó con él, y por muchas razones, no sólo era rico, en verdad era genial con ella. Pero una vez casados él entró en un estado de paranoia y de celos insufrible que convirtieron la vida de aquella mujer en un infierno. Tu padre no fue ni siquiera fiel con ella, la engañaba cada que podía, con cualquiera, y le importaba poco si tu madre se enteraba, pues sus costumbres, su crianza veía como falta sólo la infidelidad de la mujer, más no la del hombre, tu madre fue condenada a ser prisionera de su casa, y ante la menor provocación era encerrada en su habitación. La lógica de tu padre no era de este siglo, era más bien medieval. Lo que a nosotros nos contaba como historias cómicas de demostrar quién llevaba los pantalones en su casa no eran más que narraciones de una infinita injusticia. El primero de los amigos en alejarse de tu padre lo hizo por esa causa, le argumentó que engañar a la mujer le da derecho a ésta a engañar a su vez. Luego de gritarle que la mujer no tiene derechos no volvió a hablarle. Días después se supo cual era el método de tu padre, te dejaría partir, pero luego te mandaría hampones a propiciarte una golpiza. a ese amigo, el Lic. Batarse, le arrancaron un dedo, el índice, como señal de no volver a indicar, de señalar tonterías. Los que pudieron se hicieron cada vez menos amigos, hasta desaparecer. Nadie quería sentir miedo de los amigos. Pero los más allegados, los tres más allegados, no podíamos hacer algo así. Tuvimos que sufrir. En mi caso fueron más de quince las golpizas. Tuve que pagar una fortuna para que no me dejaran eunuco.

Después pasó que tu madre quedó encinta. Has de saber que te equivocas en aquello de que eres hijo único. En realidad tienes una hermana.-

Señalé el cuadro de la quinceañera, pero nada dije. Estaba absorto. El hombre continuó.

- Un día. Un mal día, debo decir, teniendo 5 días de nacidos ocurrió una estupidez, una estupidez, tan grande e increíble que sólo una mente enferma como la de tu padre podría llevar a la realidad semejante idiotez. Lo más aberrante, incoherente. Ese mal día tu padre se bañaba en el baño de su casa. Dio un mal paso y resbaló, cayendo su espalda, su columna en el reborde del retenedor de agua de la regadera. El filo de los azulejos se incrustó entre algunas vértebras. No lo creerás, pero él mismo me contó sus razones, y ese fue el más severo punto de ruptura entre él y yo. Ya que si bien él era brutal, nunca me había agredido en lo personal. Se cayó y se incrustó la espalda en el filo. ¡Hazme el cabrón favor de lo que pensó!, él había leído en una revista estúpida y amarillista la inverosímil historia de un granjero que cortaba leña cuando ocurrió un accidente que lo marcaría, al izar el hacha, la parte de metal escapó del mango y voló por los aires, yendo a incrustarse en su cabeza, justo en medio de sus hemisferios cerebrales. El hombre se colocó una venda y dejó el hacha incrustada en su cabeza, temeroso de que si la arrancaban él moriría, dejaría de pensar, su razón fenecería. Once años después supo que no hubiera ocurrido así, le sacaron el hacha y vivió con un boquete en el cráneo. Tu padre pensó una tontería similar. Sintió que las piernas se le dormían, pensó que sus piernas morirían para siempre, y no sólo eso, pensó que su tan amada, tan ejercitada vitalidad sexual fallecería para siempre. Imaginó que nunca más en su vida poseería a ninguna mujer, pensó que nunca más sentiría en su miembro sensación alguna, pensó, que al levantarle de ahí la fractura de su médula espinal sería definitiva, que se trataba de su última relación sexual, el fin de su leyenda personal. Llamó a gritos a tu madre y le ordenó lleno de cólera que le practicara el sexo oral. Había en el suelo sangre, su cuerpo desnudo seguro que causaba lástima, desnudo y accidentado, no puede saberse, porque preguntarle a tu madre detalles de ese momento sería un sufrimiento innecesario, un morbo que no debería ejercerse jamás. Así tirado seguro que no daba la más pequeña sensación de erotismo. Con una mano sostenía su miembro, ordenó a tu madre que le practicara sexo oral, y ella lo hizo en medio de lagrimas. Acaso su esposo quedaría paralítico y ella ocupándose de aquella tarea, el colmo fue cuando le pidió sexo vaginal. A los cinco días de haber parido cuates no era humano. Tu madre tenía aún las puntadas de un corte que les hacen para que los niños puedan salir al mundo. A eso si se negó. Ocurrió que tu padre montó en cólera y llamó a una de las sirvientas. A ella le ofreció mil cosas a cambio de sus favores, ésta accedió. Tu padre humilló a tu madre, la asustó, la cambió por una sirvienta, la redujo al nivel de una mala puta y le aclaró que sólo la quería, que sólo le servía para cojer, que nunca más la tocaría, que muy al contrario su vida la dedicaría a hacerla infeliz. Y ese tipo de promesas en tu padre eran reales

Luego de llevárselo de ahí a un hospital pudo saberse que su columna soportaría una intervención, que no quedaría lisiado, que caminaría un poco irregular, que habría que ponerle injertos de metal, pero caminaría, amaría...tendría sexo de nuevo. Su cuerpo sanó, pero no su mente. En ella condenó a tu madre para siempre. Todo por la idiotez del baño. Comenzó a llevar putas a su casa, faltándole el respeto a tu madre, a quien no bajaba de perra.

Es mentira eso que dices que murió la semana pasada. Murió desde aquel entonces y su cuerpo dio como estertor una cadena de odio. Fue entonces que tu madre decidió abandonarlo, luego de varias golpizas y malos tratos a ustedes. Como vez se trata de un monstruo.

Tu madre era vigilada. Al intentar escapar con ustedes fue aprendida por gente de tu padre, quien como castigo la echo a la calle con la niña, el niño lo quedó para sí, él lo educaría, lo haría a su imagen y semejanza.

Pero el niño estaba ciego, "Esa maldita" decía tu padre "Esa maldita no sabe ni siquiera procrear", y acaso me duela demasiado lo que diré, estar ciego fue lo mejor que pudo pasarte, perdiste así la vista, pero no tu espíritu. Te conocí de niño, tenía acceso a verte, a ti que estabas siempre encerrado como un animal. Me dabas una profunda lástima. Recuerdas los caramelos de cereza que te ofrecía Adela la mucama, yo se los daba a escondidas de tu padre para que pudieras probarlos. ¿Y sabes por qué lo hacía? Por tu madre. Desterrada ella de tu casa yo le di casa, esta casa. Era un secreto. Era una muestra de deslealtad suprema para con tu padre, pero no me importaba, era capaz de soportar la antipática compañía de tu padre si a cambio de eso podía verte de vez en cuando y decirle a tu madre que estabas bien, si a cambio de eso podía infiltrar de vez en vez golosinas para ti. Conseguí que tu padre me considerara tu padrino, aunque nunca fuiste bautizado, como es obvio por la nacionalidad de tu padre. Ese mal chiste del padrino me permitió hacerte llegar juguetes. Ninguno de los que tuviste lo dio tu padre, siempre fui yo. No me debes nada. Sólo hacía lo que debía.

Entre tu madre y yo surgió entonces el amor. Ella era muy joven, muy hermosa, sobre todo necesitaba infinito amor, un amor más o menos igual a ese que yo estaba dispuesto a dar. Además de que era una mujer genial, maravillosa. ¿Por qué una chica como ella tuvo que caer en las garras de alguien como Alejandro? No lo se. Pero tu padre estuvo ahí para destruirla y yo estuve también para no permitirlo, para convencer a tu madre de vivir, para hacerla feliz. Tu madre fue la oportunidad que Dios me dio para probar mi amor. Yo tuve y tengo un amor, y pude ejercerlo, eso es ser feliz.

Cuando tu padre se enteró de que ayudaba a tu madre, todo acabó entre él y yo. Mandó que me cortaran los genitales y tuve que pagar una fortuna para que los hampones se dejaran sobornar y además de abdicar en su misión consiguieran los genitales de un extraño. Del anfiteatro mismo le llevaron a tu padre la muestra de su "justicia", y padecí una veintena de golpizas antes de poder vivir con tu madre.

Cuando se enteró de nuestra relación hizo un teatro ridículo. Me enteré de esto después. Contrató plañideras, contrató gente, contrató amigos, contrató sacerdote y hasta familiares para fingir una muerte y entierro de tu madre. Ahí fue seguramente que te enteraste que su nombre es Estela. Tu no podías ver, pero si escuchaste, los llantos, las palas, la caja siendo sepultada, el sacerdote en quién tu padre ni cree, recitando su adiós a la caja vacía. Ahí fue que aprendiste la más grande mentira de tu padre. La muerte de Estela.

Estela estaba según esto muerta. Tu padre dejó de pensar en ella como algo vivo. Para él en realidad estaba muerta, y eso lejos de ser algo triste era algo feliz, escapar de su vista era algo feliz. Y no sólo inventó la muerte de tu madre.-

Se paró del sillón y sacó una carpeta con fotos y cosas así, de la cual sólo sacó un periódico donde se veía una esquela en que se refería ¡A mi propia muerte!, ¡También había hecho pública mi muerte! Él al ver mi reacción, que ya no podía ser de mayor sorpresa y tristeza, continuó su plática.

- Todo hubiera sido feliz así. Criamos a Estelita, tu hermana, es ahora una mujer encantadora. No eres victimario, veo que eres víctima también. Aquí el monstruo fue tu padre. Pero tu, tu formas parte de ese monstruo. No eres bienvenido, y eso te lo aclararé ya que te marches. Porque has de saber que te vas a marchar, que es la primera y última vez que entras aquí. Que hablaras con tu madre, que a eso has venido. Pero no le dirás que eres tu, le dirás que eres un amigo de Virgilio, le dirás que tu no eres. A Estelita prefiero que nunca la veas. Es a tu madre a quien dijo tu padre que buscaras...-

Sonó el interfono. - ¿Estas ahí Salvador?

Esa debía ser la voz de mi madre. Incluso se llama Salvador. Vaya simbolismo. No puedo articular ninguna conclusión. No puedo siquiera pensar. He conocido más de mi vida en estos treinta minutos que en mi vida entera, me entero que tengo una hermana cuata, que tengo madre aún, siento un pesar muy profundo, no fue mi madre quien me abandonó, a mi me han abandonado todos, el mundo me ha dejado de lado.

Al mismo tiempo sé que formo parte de cada uno de ellos. Me siento terriblemente sólo y el sólo hecho de escuchar, de volver a escuchar la voz de mi madre me convierte en un niño, en el niño infeliz, ausente que fui, carente de amor, el cual parece seguirá así por siempre.

- Aquí estoy amor. Vienen a visitarte.

- ¿Quién?-

- Ya te diré. Vamos allá contigo.

Subimos por una rampa inclinada pero cómoda, como esas que hay en los aeropuertos para la gente discapacitada. Entramos a la habitación y encontré a una mujer esbelta, de cabello largo y negro, con algunas canas quizá. Amorosamente peinada con una trenza ancha muy sofisticada. Digo amorosamente porque sus gafas oscuras, su cuello alzado, sus orejas despiertas y sus manos radar me indicaban que ella era ciega. Yo me le quedé viendo con detenimiento. Tras sus gafas estaban un par de ojos secos. Sin prestar atención a ello su nariz era la de la muchacha, la de estelita, que era casi la mía también. Su boca igual. Tenía una sonrisa franca y preciosa, se veía feliz. Despierta, interesada por las cosas.

Se sentó en posición de flor de loto, sonrió y dijo, - Déjame adivinar quién eres-

Se concentró como si estuviera utilizando poderes o facultades de esas que le atribuyen al espíritu. Sus cejas comenzaron a enervarse, a poner tristes. Salvador, intuitivo y ágil como siempre se anticipó a todo y dijo - El joven trae noticias.

- ¿Buenas o malas?, Ya sé. Son malas, este chico lleva demasiada pena a sus espaldas- Dijo mi madre. De no saber, creería que es capaz de ver.

- No sé de que tipo son. Es decir, me apena considerarlas buenas.- Se le hizo un nudo en la garganta a Salvador, luego dijo rápido y cortante - Alejandro murió.

Se guardó un silencio absoluto. No había llanto ni nada de eso. Pero era como si ellos dos estuvieran en la cima del mundo repasando la historia de la tierra en que guerras van y vienen y el mundo no cambia, como si estuvieran en otra galaxia, contemplando la danza de los humanos, sin inmutarse por sus desgracias. El suyo era el alivio de un temor ancestral, tal cual si supiesen que la muerte de mi padre era la muerte del odio, como si estuvieran conscientes que con él viviendo ellos no podrían vivir tranquilos.

- Que Dios se apiade de él- Dijo mi madre. Luego dio un forzado cambio de tema y actitud diciendo - ¿Y el joven quién es?

- Es amigo de alguien a quién creíamos muerto, pero que está vivo-

- ¡Virgilio, mi bolita!

Cuando pronunció mi nombre sentí temblar mis piernas y mis ojos volverse de agua. Pero al oír el sobrenombre, la palabra por la que era conocido ese bultito de carne viva que era yo, esa bolita chillona y hambrienta, definitivamente caí al suelo deseando convertirme en esa bolita, dame la oportunidad de volver a ser bebé, la oportunidad de merecer esa palabra mágica, la oportunidad de respirar en el pecho de mamá, de dormir en sus cabellos, de abrazarme a ella, de escuchar el tambor de su corazón y darle a ella la oportunidad que le robaron de amarme, de sentirme, de amamantarme, de respirar el olorcillo de mis orejas, de mi cuello, de mi cebo infantil, de mi olor a leche.

En medio del llanto no pude articular palabras. Ella sin saber por qué comenzó a llorar también. Salvador iba a intervenir, pero mi madre le pidió que nos dejara solos.

En esa medía hora me contó cosas del pequeño Virgilio. que era un llorón, pero que sus manitas eran infinitamente amorosas. Supongo que pensar que existe una armonía en esta casa fue lo que hizo que respetara la absurda promesa de no revelar mi identidad. Eso me permitiría volver cuando fuese. Además, sé que me iré de aquí y no me quedaré a hacer un tardío papel de niño, ya pensándolo bien, y realistamente. Su amor es inmenso. en esa medía hora volvió a parirme.

Ya estaba yo sentado en una silla viéndole. Ciega. Ciega. Entendiéndonos con el espíritu.

- Dile que venga un día. dile que hay una mujer que le ama.

- Lo sabrá.

Se abrió la puerta y entró Estelita. Una mujer perfectamente constituida. Como yo era un extraño ella se dio el lujo de entrar moviendo un poco el culo enfundado en unos jeans de mezclilla.

- Yo te conozco- Dijo Estelita

- Es un amigo de la familia- Aclaró Mamá

- Si casi me atropella. Pero por culpa mía.- Bromee.

Por la puerta pasó Salvador siempre vigilante.

- Es una verdadera sorpresa Estelita. El joven es amigo de alguien que creíamos muerto, pero que resulta que no está muerto. Ni más ni menos que Virgilio.- Dijo Mamá.

- ¡No puedo creerlo! Cuéntame de él.

Les conté de Virgilio. Son encantadoras las dos. Pasé un momento que no puedo describir. Así de grande fue. Y he ahí que Estelita es toda una simpática, con su mirada que es la mía, que es la de mi madre, que es mi misma sangre, y lo que desde siempre me había parecido una soberana tontería, eso de la consanguinidad, se me explica sola a través de un jalón en el alma, pues todo mi cuerpo quiere abrazar a Estela y fundirse, y revelarle que no miento si digo que daría todo por ella. Aunque lo daría casi por cualquiera, nunca lo diría tan en serio. Mi cuerpo entero siente deseos de tocarle la cara y sonreírle, decirle que cuenta conmigo, que su compañía me es familiar, que acaso nueve meses disfrutamos juntos formándonos, contándonos historias del mundo desconocido, ahí encerrados en el vientre, bañándonos en las mismas corrientes de energía, en el mismo cálido efluvio de Mamá, oyendo el correr de su sangre, escuchando de nuestra madre el certero ritmo de ese tambor que era su corazón. Mientras que Estela y yo oyéndonos el uno al otro. Si supieras Estela que si murieses antes que yo, lo sentiría, que una daga me punzaría inmisericorde el pecho, que si yo muriese, si me vieses bajo las llantas de un coche o colgado en una cruz, sentirías simpatía por ese hombre, sin explicarte por qué todo tu cuerpo berrearía y gritaría un no rotundo.

El ocaso vino a mi partida. Me parecía una tontería todo esto. ¿Acaso no sería estupendo decir quien soy y todos felices?. Sin embargo había una cosa que no me había dicho el buen Salvador. Si esta era una necedad, regresaría con mi madre a aclararle todo este embrollo de su pareja. Sin importarme las consecuencias.

Salvador me encaminó hasta el portón y una vez fuera me dijo.

- No es necedad mía que no te quedes. Mucho menos que les digas a ese par de damas quien eres tu. Han sido mucho muy felices esta tarde, eso me da gusto. Sin embargo han vivido sin ti todos estos años. Han aprendido a ser felices y no les ha sido fácil. Yo lo único que quiero es que sean felices y cualquier nexo con Alejandro, que fue el demonio y mal de esta historia quisiera que desapareciera. No son celos. Desde luego que no. Alejarte por esa razón sería ruin de mi parte. Mi motivo es más fuerte. Sin ti todos sentimos amor. Somos una familia. Contigo no lo seríamos, y yo me conozco, no podría amarte jamás.-

Pensé que eso era una lástima porque el tipo demostraba ser bastante inteligente y honesto. Me agrada que mi madre esté con él. Él hubiera sido un padre perfecto para mí. Al menos lo ha sido con Estela, mi hermana.

- Mi razón es que serviste para el mal, inocentemente, sin culpa quizá, pero le serviste. Tu madre era muy bella, lo sigue siendo, pero antes era más. ¿Imaginas acaso como era su mirada cuando me decía te quiero con aquellos ojos verdes que ella tenía?, ¿Puedes acaso soñar como valoraba yo perderme entre sus pupilas y decirle, te amo, te amo, te amo, decírselo mil veces?, No podrías. Si pudieras hacerlo comprenderías el porque de mi posición, el porque pude haber muerto en manos de los matones de tu padre si a cambio debiera defender a ella. Al final a él le toco chingarse. Vencí yo. Y sólo pocas cosas quedan de su mal. No puedes solucionarlo. eres parte de sus actos. Yo amaba los ojos de tu madre - Comenzó él a llorar- Una vez fue ella a comprar fruta para hacer una ensalada de navidad. En el estacionamiento la rodearon unos tipos y a base de cloroformo la dejaron inconsciente y anestesiada se la llevaron en un coche. No la violaron, no pidieron rescate por ella. Sólo le robaron. Bueno hubiera sido que le robaran todo el dinero del mundo. Pero no. Apareció tirada justo donde se la llevaron, al día siguiente, al pie de su coche estaba ella, ¡Sin corneas!. Y cientos de noches maldecía al viento, pidiendo ya no un castigo, pidiendo al cielo una explicación, ignoraba quién sería capaz de semejante crueldad, y hoy, me has traído la respuesta, mi odio tiene nombre a partir de hoy. ¡Ahora entiendes que fue el cabrón de tu padre quien la mandó dejar ciega! Así me chingo a mí al condenarme a no mirar nunca más aquella mirada que era lo que más adoraba en este mundo, a ella el daño fue peor, aunque su fe hace que ella sea acaso más feliz que yo que tengo ojos. Le daría los míos, le daría uno de ellos para vernos, pero el trabajo de la cirugía fue perfecto, no sólo le sustrajeron las corneas, sino que impidieron que le pudieran ser donadas unas. Y te chingó a ti. No puedo decirte exactamente porqué, pero te chingó a ti. ¡No fue el jodido santa claus quien te trajo unas corneas! Fue el diablo mismo, y no te las dio por amor, sino por odio, para que el mal viviera en cada cosa que ves. No tienes la culpa. Pero no puedo tenerte cerca. Márchate. Márchate. No es esta la casa a la que perteneces.-

Estaba entonces escrito que el día de hoy sería un día maldito. Que mis ojos que tanto amo han dejado de ser míos, que su alegría es robada, que dentro de las pupilas hay una mujer ciega que llora.

No es esa a la casa a la que pertenezco. En realidad no pertenezco a ninguna, no sé siquiera si pertenezca a este mundo que nunca ha podido entenderme, cuyas riquezas ya no apetezco. Estoy ahora si muerto. Necesito marcharme, marcharme lejos, donde nadie me conozca y pueda así afirmar que soy un extraño.

SAMUEL

- ¿Qué te pasa, por qué estas tan alterado?-

- No puedo creer lo que pasó.

- ¿Cuándo?

- Anoche. ¿No has leído los diarios? A la asociación ya se la llevó la madre.

- ¿Porqué?

- Es una locura.

Y lo era.

DE NOCHE.

Adreil estaba bastante nervioso. Él, siempre tan seguro de sí mismo se consumía sentado en su pequeño trono meditando acerca de si ese reino que él había edificado valía la pena. Durante años y meses había visto a la misma gente participar de esa magia que él les ofrecía, había creado un mundo mucho más digerible para todos, aunque de explicación ciertamente más compleja que la conocida. ¿Pero, qué importaba la complejidad si de esa manera tenía, cuando menos, un sentido?.

El problema es que él ya se estaba cansando de cargar sobre su espalda la cruz de humanos que le representaba la grey. Y aunque dentro de su locura y su pasión era capaz de beneficiarse de mil maneras con el dinero y la carne de todos, con el morbo y el miedo, con el poder, de todas formas se presentaban dos abismos, en el fondo de uno de ellos se encontraba él, absolutamente incrédulo de su propio mundo, sintiéndose un charlatán, maestro de la mentira, mientras que en el otro estaba él mismo, sentado sobre una piedra y pensando la soledad tan absoluta en que viven los dioses al contar con tan pocos o con ningún semejante, con una megalomanía indescriptible, privándose del dulce beso de la cercanía, insensible al calor de todo aquello que no sea él mismo, o por el contrario, alucinando que todos somos una y la misma cosa, o que las diferencias son ilusión, sin que haya mejores y peores, maestros y alumnos, sabios y necios, fuertes o débiles, lo que le parecía con bastante lógica, con el único inconveniente de que le agradaba el papel del mejor y más fuerte de los maestros sabios.

¿Dónde estaba Isis?, ¿Por qué no vuelve?, ella al menos le daba un sentido a todo, era acaso el único reto por vencer, de qué le servía a Adreil la admiración y amor del mundo si el amor y la admiración que a él le interesaban, el de ella, no era posible. Él sabía que aquella divina muchachita le tenía un mucho de lástima, a él, al Dios. ¿Y qué puede ser un ser que le tiene lástima a un Dios, sino otro Dios? Ni los brebajes, ni los ungüentos, ni mil inciensos y sahumerios habían podido abrirle paso en el corazón de ella. Frente a sus ojos él se sentía más vigoroso, mucho más poderoso, más excelso, sus enseñanzas alcanzaban entonces unas dimensiones de sabiduría que podrían enfrentarse cara a cara con las de cualquier filósofo o Mesías por famoso que fuera. Y es que frente a ella en realidad pensaba que todos formábamos parte de todos, así al menos en espíritu ella y él serían uno, aunque el cuerpo le suspiraba todo el tiempo.

Luego se atravesaba frente a sus ojos ese muchacho estúpido, ese Favio. Con su cara políticamente adecuada, haciendo acaso méritos para algún día considerarse apto de sujetar su destino al de Isis, pero era inútil lo que hiciera, mientras estuviera en manos de Adreil el decidir si esa unión era posible, estaba condenado a no tocarla jamás.

Recordaba el rito de adoración y energetización física en que toda la grey le tocaba el cuerpo a un miembro del grupo. Sobre una rueda se recostaba la persona y se daba la instrucción que poco a poco todos giraran en torno a la rueda y tocaran, acariciaran el cuerpo de la persona, donde quisieran tocar, piernas, pechos, nalgas, cabello, rostro, abdomen, hasta que la persona era presa de un ejercito de manos que le tocaban por doquier. La persona se recostaba vestido de una túnica de seda, deliciosa al tacto en extremo. Ese rito tenía un objetivo muy preciso, casi idéntico al rito de los baños masivos. Servían para que el deseo por poseer a algún compañero no distrajera del camino de la realización, pues en cierto sentido todos eran de todos, la mujer de alguien era mujer de todos y lo mismo sucedía con los hombres. Además el conjunto de caricias enaltecían la energía del cuerpo sagrado. En ocasiones Adreil energetizaba en privado el cuerpo de sus discípulas preferidas. Esto daba libertad, y propiciaba la confianza. Sin embargo, lo recuerda, el día en que le tocó el turno a Isis, la simple presencia de Adreil condenaba a todos los hombres a tocar sólo las partes permitidas por su silencio, es decir, los pies, los brazos, el cabello, pero nadie tocó tetas ni caderas, el sexo ni pensarlo. A Favio no se le permitió tocar ni una uña, sólo las mujeres tocaron sus nalgas, sus pechos, su cuello. A Adreil le hubiera gustado penetrarla frente a todos, pero le deprimía pensar que tuviera que emplear ese truco para tenerla. Si ella habría de quererlo sería de manera espontánea y entregada, de lo contrario a él ese amor no le servía.

Adreil, esa noche, ya tenía frente a sí a todo el grupo, y como cada jueves esperaba la llegada, aunque fuera tardía de Isis. Hacía ya varios meses que no se paraba por ahí, acaso estaría muerta, perdida.

Empezó a hablar de la inmortalidad sin creer en ella, sintiéndose más mortal que ninguno, alzando su mano y citando al amor que en el fondo de cada ser existe, llamándole "intimo", hablando apasionadamente de la noche, de nuestro nexo con la noche. Su espalda estaba algo gacha.

Cuando se escuchó a lo lejos abrirse la puerta de la entrada a la antesala, el alma de Adreil se alegró como una parvada de golondrinas que acaban de encontrar la brújula que habían perdido, su espíritu era además un ruiseñor que cantaba y era el corazón de Dios. Y todo debido a que sabía que nadie, absolutamente nadie entraría al templo con tal desfachatez y falta de reverencia, que era Isis. Sus palabras se volvieron ardientes su pecho un globo hidrostático, sus ojos dos antorchas blancas en medio de una gruta infinita, su voz un canto y sus palabras la expresión misma del cosmos. Adivinaba en ese instante que la única fe que profesaba se llamaba Isis, y tenía forma de muchacha.

Sin embargo escuchaba dos pares de pasos, o sea que no venía sola, acompañada, pero no por nadie que perteneciera al grupo. ¿La incógnita era tremenda?

Cuando arribó Isis al umbral de la entrada fue mirada con asombro por todos los asistentes, estaba considerablemente más gorda, enfundada en un vestido holgado, caminando extraño, con un brillo creativo en su mirada. A su lado estaba una mujer muy guapa, de cabellos castaños que no perdía detalle de todo y cuanto veía. Sin duda le llamaba la atención la vestimenta de todos, además del decorado de la sala, la atención en cuanto al sacerdote imponente. Adreil no pudo disimular su asombro. Al intentar ocupar su puesto Isis, en un detalle de extrema humanidad, resbaló cayendo al suelo, dejando ver su vientre abultado con el fruto de su propia creación.

Es imposible describir la cara de Adreil al cerciorarse de lo que desde luego sospechó al verla rebosante de leche en toda ella, su cara era una piedra y su discurso se cayó al suelo como su alma, esa alma hecha de oscuras golondrinas, cayendo al suelo. Nada dijo, pues su cuerpo entero era dolor.

¿Ella era de otro? Tan seguro estaba que su historia de que Isis era una variante de la Virgen María que no se tragó su propio cuento ni justificó que el fruto de su vientre proviniera del Espíritu Santo, por lo que a sus ojos todo pareció pasarle muy deprisa, como si se tratase de una película que se proyectase dentro de sus retinas, Isis dejó de ser divina a sus ojos en un instante y se convirtió en su corazón en una putilla como cualquier otra, cachetona, febril, frívola, y lo triste era que ese Dios que era él estaba domado en espíritu por su atracción y amor por la putilla. Imaginó el momento, acaso estaría en un hotelucho cualquiera, y su galán, acaso un muchachito escolar totalmente opuesto a él, quizá regordete, de cabello limpio, tal vez largo como los idiotas pop, escucha de música imbécil, sin nada de interés qué contar, sin poder, ignorante absoluto de esta vida y de cualquier otra, acaso con loción floral y chistes torpes, con su cutis de adolescente, terso como un durazno, totalmente la antitesis de su cara de chile morrón, interesado sólo por ese coño jugoso, y a ese suertudo del demonio le entregó ella su cuerpo, bajo cualquier pinche pretexto, bajo cualquier mentira, bajo cualquier actitud que, por lerda o estúpida que fuese, valía mas en el corazón de ella que todo lo que él, el gran Adreil, le había dado, él le había dado madurez, magia, intensidad, profundidad, él la había enseñado a mirar, a hablar, a amar las cosas, y esperando que ella le amara por impulso propio la perdió en manos de ese "Don quién sea" que tuvo su verga lista para bañar la matriz de Isis, regarla, obtener su abrazo y gestar con ella la unión más intensa que es tener un hijo. Eso fue capaz de dar ella a un extraño, a alguien que es mucho menos que él. Y mal pensaba Adreil en todo eso que olvidó que había otra persona con inquietudes similares.

Tan absortos estaban todos que no notaron que como una sombra que envolvía todo, se paseaba Favio, y nadie prestó atención a que él era el guardián del templo, por lo que a su cinto cargaba una espada de ornato, y que su mano ya seducía el mango de ésta. Su cara era menos discreta que la de Adreil. Él definitivamente lloraba, sentía que la vida le abandonaba, pues él estaba dispuesto a todo por unirse para siempre con Isis.

Sin que nadie lo pudiera detener alzó la espada y se la hundió a Isis arriba del vientre, ella sólo volteó y como un cordero miró a su acompañante, quien voló sólo para llevarse un rasguido en el brazo.

Adreil, quien despertó por la terrible visión, se abalanzó sobre Favio y lo sujetó del cuello, ahorcándole, lo cual era una mala idea si se sabe que el adversario tiene en su mano una espada. Favió no dudó en encajar el arma en su Mesías, sacarla y hendirla de nuevo, esta vez en el cuello, acabando de tajo con su vida. Adreil cayó al suelo más mortal que nunca, casi muerto. Luego muerto. Favio arrojó el arma al suelo y se llevó las manos a la cara para decir "¿Qué he hecho?", y se contestó que había matado a su maestro y a su mujer, lo que lo hizo infinitamente infeliz. Intentó reanimar a Adreil, pero los demás miembros de la grey lo dejaron inconsciente a golpes.

Todos lloraban, casi todos. Muchos pasaban sus manos sobre el cuerpo muerto del maestro, pronunciaban las palabras por él enseñadas para revivir a los muertos, le curaban el aura, le hablaban, pero él ya no escuchaba nada. Había partido. En este caso ni magia ni nada pudo devolverle ni pizca de vitalidad. Yacía sobre el piso, con una cara de angustia, de vacío, tan frágil como cualquiera que se muere. Se marchaba de este mundo, sin amor, sólo. Mientras que sus discípulos lloraban de antemano los días sin alma que se les avecinaban.

HELENA

Ara amaneció bastante rara. De la nada ha comenzado a llorar, supongo que por el embarazo. Me le acerco e intento fraternizar con ella, pero hasta yo parezco darle sentimiento. Cuando le pregunto el motivo de su llanto me dice entre mocos y lagrimas que el mundo es hermoso. Yo le digo que ese es más bien motivo para reír que para llorar y ella sólo me extiende una mueca, como si quisiera hacer patente que soy una optimista frente a ella tan pesimista. Me abraza y cuando se separa ya está riendo. Es sorprendente.

Se para y comienza la vida cotidiana. Todo lo hace con encanto. Presiento que hoy es el día en que va a nacer nuestro bebé, está nerviosa, tal vez no sabe que la naturaleza le exige ya un parto. Todo está arreglado, ambulancia, médico, cuarto, todo listo sólo para cuando diga que desea dar a luz.

Me pide que nos dediquemos a ver fotos y me resulta muy intenso ver a Virgilio después de mucho tiempo. Miro la cara de Ara y sé que ella desearía que él estuviera aquí, mientras yo no siento celos, pues mi mente muy frecuentemente clama al vacío "Ojalá estuvieras aquí". Ese es en cierta medida para lo que estamos aquí, para descubrir que quién amamos se encuentra muy cerca de nosotros, irradiándonos su calor, pensando en nosotros en todo momento, tocándonos con su mente, besándonos a través del viento, haciéndonos compañía en el alma, vestidos de negro en los sueños, mientras la oscuridad se semeja a la dulce mano que cubre los ojos para no ver atrocidades, la búsqueda es todo momento porque hallar también es para siempre, así es el amor. Mi amor. Cada página que damos vuelta son mis ojos los que amenazan con llorar, quisiera que nunca hubiera nada que nos separara.

Vemos una foto de su padrastro y me dice que necesita que le veamos, y que de ahí me llevaría a otro lugar. "Será sorpresivo" me dijo.

Fuimos a casa del doctor y Ara y él se intercambiaron algunas miradas rápidas. El la ama, lo sé, se ve en sus ojos, y ella lo sabe, acaso lo fomenta, lo cierto es que le da una razón de vivir al viejo. Hablan de mil cosas, menos de aquello que los unió, que fue la doctora, y me agrada que bromee Ara en el sentido de señalarme como el Papá del niño. El doctor sólo se ríe. Ara le hace jurar que me ayudará donde quiera que me vea. "Es el mejor aliado que puedas tener, es frío, calculador, hábil, su único tropiezo hemos sido yo y mi madrastra, pero él pasa de todo" así lo describió en sus narices, él simplemente sonrió de una manera conmovedora.

- ¿A qué vinimos?- pregunté

- A que no te quede la más mínima duda de que puedes contar con él.

Fuimos a comer y ya entrada la noche nos dirigimos a la secta. Ella no le llama secta, pero dado lo que me cuenta qué tratan, me da la impresión de que es absolutamente una secta. Entramos por un pasillo oscuro que va a dar a un jardín que lo mismo puede calificarse como hermoso o como tenebroso, el olor es sugerente, Ara camina de espaldas para no perder detalle de mi cara. Llegamos a una entrada y se respira un fuerte olor a incienso a la vez que se escucha una voz severa que pareciera determinar destinos. "Ha de ser el sacerdote" pensé, al revirar por esa puerta vi que nadie me ponía atención a mi, todos miraban a Ara, o debo decir a Isis, que es como la piensan y la evocan. Sus miradas me relatan la historia de quién es ella aquí. Es simplemente el alma de este lugar. Le miran el vientre, es seguro que no saben de su embarazo.

No cabe duda que mi amor es excepcional aquí y donde sea. Aquí también se le desea, se le idolatra, no hay nada que ella sepa hacer mejor que iluminar la vida de la gente, inaugurar la fe, hacer que cada persona sienta que el mundo es real, bello, que vale la pena vivirlo. Y qué importa si el precio de eso es no tenerla siempre, lo pagaría miles de veces, lo que no soportaría sería su ausencia total. Se me vienen a la cabeza sus palabras de en la mañana cuando en medio de un llanto, un llanto de amor exclamaba "El mundo es hermoso".

Sin embargo algo anda mal. El sacerdote, de complexión alada, con un rostro bello en verdad y una mirada aterradora parece estar bastante alterado y no encuentro otra explicación a todo esto que la sorpresa que les ha de representar el ver a Ara con senda panzota. Quiere decir que tienen una idea de ella muy diferente a la Ara que en realidad es, y salvo algunas mujeres, nadie parece feliz de verla en ese estado. El sacerdote está paralizado. Tengo un mal presentimiento e intento tomar del brazo a Ara, pero ella salta como una liebre entre la gente deseando posicionarse seguramente en la silla que está al lado del altar, junto al sacerdote. Sin embargo se resbala y queda en el suelo tomándose el vientre en una actitud hermosa pero un tanto dolorosa, intento saltar hacia ella y pedirle que nos marchemos, pero me detienen por cada uno de los brazos, aquí no puedo amarla, tal parece. Pero un cabrón se le acerca y le entierra una espada. ¡Porqué la trae!, ¿Qué sucede?, el cuerpo de Ara cae al suelo tumbado y empieza a regarse su sangre, nuestra sangre, y todo pasa tan deprisa que apenas y si alcanzo a reaccionar cuando el sujeto está acuchillando al sacerdote que a su vez lo estrangulaba. ¿Qué diantre sucede?, me zafo de las dos manos que débilmente me intentas sujetar y aparto a aventones a todos los que se acercan como moscas a Ara. ¡Respira!, no está muerta, hay gritos y llantos, gente corre, otros se visten deprisa, otros se encargan de dejar tirado al asesino, pero no puedo pensar ni en culpables ni en otra cosa que no sea sacar a Ara inmediatamente de ahí y llevarla al hospital. Veo un teléfono celular sobre una mesita y lo tomo. Con mi brazo izquierdo marco el número y me viene a ayudar ni más ni menos que Julio. No me importa saber qué hace ahí, lo que necesito es que me ayude, llamo a la ambulancia y la cargamos por el pasillo, dos cabrones nos salen al paso diciendo que nadie saldrá de ahí y le pego un golpe al que habló, este me devuelve el golpe y eso resulta una provocación para Julio, quien los patea a ambos pese a ser uno de los suyos. La puerta queda despejada. Nada pasa durante cuatro minutos, más que la sangre de mi amor que se escapa rumbo a la tierra. Le agradezco a Julio, luego no lo veo más. Ha llegado la ambulancia y los paramédicos van tomando fotos y levantando el cuerpo en una camilla. Los sigo como un perro nervioso.

Todavía respiro, todavía puedo moverme y preguntarles cosas a los enfermeros, todavía pienso y emito juicios, es decir, mi fe es mucha, siento que vamos a salir adelante, por eso me siento viva. Pero al ver el rostro de Ara con esa mirada melancólica, tendida sobre la camilla de la ambulancia que va a gran velocidad, cuando percibo un sosiego, cuando de la paz sus ojos pasan a la histeria, cuando intenta decirme que me acerque, entonces siento que me empiezo a desvanecer, pues le veo claras intenciones de aceptar que se marchará de aquí, entonces ya no puedo pensar ni preguntar nada, me tiendo a su lado mientras un enfermero me intenta apartar pero en realidad me está agarrando las tetas, y mi mirada es fulminante de manera que se hace a un lado y me deja en paz. Ara intenta decir, dice te amo, dice ámalo, y se sujeta el vientre. Ver que se aleja es lo peor para mí. ¿Cuántas cosas no están pendientes aún por vivir entre las dos? Casi nada, ver crecer a nuestro niño, enseñarle juntas a vivir. Esto no puede ser. Apenas en la mañana todo era distinto. Lo sabía. Ella lo sabía. Por eso se quiso despedir. Pero... Su mirada es profunda. Como quien desea legar toda su sabiduría en una frase, así lo hace con sus ojos, y me enseña, me indica, me abraza.

Llegamos al hospital y la separan definitivamente de mí. No hay nada peor que yacer fuera de un quirófano a esperar noticias del corazón propio. Luego de dos horas, llega el padrastro de Ara, que es doctor también, resulta que le hablaron por teléfono debido a una tarjeta que encontraron en su vestido. Después de todo, ante la Ley este hombre es el padre de Arakarina. Tiene una lucidez tremenda, sin embargo sé que sufre demasiado.

Sale un médico y pregunta por él, ¡Y a mi no me considera!, casi me meto entre ambos y escucho que necesitan sangre. La dono. Él también. Esperamos recuperarnos un poco. Casi ni hablamos. Sólo le digo lo que me importa de él. El niño.

No es que sea pesimista, pero él guarda silencio y muy a su manera llora, lo que me dice que tal vez sabe algo que yo no sé, algo que entre médicos pueden decirse sin que el resto del mundo se entere, secretos tan reveladores como decir "lo siento, no tiene remedio".

- ¿Por qué?- me pregunta

- Porque ella así lo quiere.

El sólo guarda silencio. Cuando dice "esta bien" significa dos cosas. Que el niño me lo he de llevar yo, y que mis sospechas son espantosamente ciertas: Ara muere hoy 7 de febrero.

Me pide mi nombre y entre sollozos se lo digo. De rato una enfermera viene y actúa una pantomima en la cual quiere dar a entender que le puede aún la muerte. Sé que es difícil dedicarse a notificar la muerte, pero no es creíble su pesar. Probablemente y al terminar su informe vaya a comer su lunch.

Voy a ver el cuerpo, me armo de valor y sobre todo de amor para no derrumbarme. Es difícil de creer que en la mañana estuviéramos recostadas, intercambiando el aire que respirábamos, que esa boca que luce un tanto pálida me besara apenas hace unas horas. Este cuerpo ni siquiera huele igual, no palpita, se ve diametralmente distinto, su cabello parece brillar menos, y me es imposible ignorar la intervención a la altura del vientre, al médico no le interesó mucho el volver a cerrarla con delicadeza. Que fría está, mis lágrimas se congelan. ¿Que puede una pensar cuando lo único que se ocurre es mirar y agolpar imágenes en los ojos y verterlas hacia adentro?. No me cabe duda, Ara era lo que vivía dentro de ese cuerpo. Pero ese cuerpo era tan amable conmigo, tan honesto, lo echaré de menos, y como no hacerlo. En mi mente se abren unas intensas ganas de callar. El doctor no se aparece mas que cuando llega a paso veloz a informarme que tiene todo arreglado para el entierro, además me entrega un sobre. El sobre contiene una acta de nacido vivo, un masculino dice, que yo lo parí, dice. Este doctor es frío de verdad. Acaso más frío que mi dolor tendido sobre esa plancha, pero es útil.

EL DOCTOR

Señor de los cielos, cuánto cuesta decir que se está agotado en un día como este. Debí desconfiar de esa visita. Hasta en su muerte esta muchacha parecía saber el menor detalle. Esa amiga suya, Helena, ha de tener un extraño concepto de mí. Acaso demasiado alejado. Acaso sin dolor. ¿Qué puede saber ella de mi dolor? Necesita haber visto el encanto de niña que era Arakarina, su inteligencia, su destreza. ¿Cómo fue que tuve que tener contacto con un ser así, si no éramos de la misma naturaleza? Su naturaleza la hubiese querido yo encontrar muchos años más joven, en vez de haber desperdiciado mi vida tras su madre. Pero no me arrepiento. Ahora que pienso en ese cuerpo que estaba tendido sobre la plancha, me es extraño pensar en lo importante que fue para mi un día pensar que me quería. Claro que me quería, pero no como hombre, sino como una figura paterna. ¿Qué puedes hacer cuando el destino se comporta tan escabroso?, Después recapacité y me di cuenta que lo único real de todo era mi soledad. Por eso cuando ella ya era una mujer y me ofrendó su cuerpo, no pude aceptarlo. Sus intenciones, buenas como siempre, queriendo ver un poco vivo a este viejo muerto. Sus intenciones. Hay gente que no puede recuperar su vida y lamentablemente tampoco puede iniciar una nueva. Por eso ¿Porqué negarle a esa muchacha la posibilidad de vivir a Arakarina en ese niño? De todas formas yo no podría encargarme de él, y de hacerlo lo echaría a perder. Quise hacer todo de una vez, arreglar los papeles de una vez, a manera que legalmente sea suyo. ¿Porqué he de participar como agente del destino de los niños? Primero con Arakarina y ahora con su Hijo.

De todo esto, de este ciclo que parece cerrarse, sólo me queda esperar a que el propio orden de las cosas me demuestre que uno ha de encontrarse con sus actos tarde que temprano, y mis actos son muchos ya.

LOS APOSTOLES

- Se la han llevado-

- Toma la cabeza del maestro. ¡Energícenlo!-

- No es suficiente, algo debe de estar mal-

- Simplemente está muerto.-

- Déjenlo tomar aire, lo necesita-

- En este momento ya no necesita nada terreno-

- Tu fe es poca. Al contrario, rodéenlo, centren su pensamiento y su intención en su resurrección-

- No resucitará-

- Ahí vienen los paramédicos-

- No dejen que se lo lleven, allá verdaderamente morirá-

- No te aferres. Con magia se ve que nada ocurre-

- Somos nosotros, no pudimos aprender bien la lección. Él nos entregó el conocimiento y nosotros no podemos salvarle-

- Llorar no sirve de nada-

Los paramédicos alzaron el cuerpo como se alza el cuerpo de cualquiera y con asombro descubrieron que nadie de entre la grey sabía el nombre real del maestro. Todos le llamaban Adreil, pero nadie sabía el verdadero nombre. La policía cercó el lugar en cuanto llegó. En el inmenso patio, justo en el fondo, hallaron amarrado a Favio. Manos y pies sujetos con una soga, en la cabeza una capucha, y sobre su cabello una gelatina de color naranja. Favio no sabía, al igual que no lo investigaron los de la policía, qué tipo de sustancia cubría su cráneo, sin embargo, quienes lo amarraron, los más radicales del grupo, dentro de los cuales estaba Martín, el discípulo de Adreil y ayudante en el laboratorio químico, sabían que esa gelatina era un betún especial que se llamaba solciclo, nombre que se explicaba de la siguiente manera, quien lo recibía en la cabeza paulatinamente perdería los sentidos de la vista, oído, gusto y olfato, es decir los que se encuentran en la propia cabeza, y al término de un año provocaba invariablemente la muerte, por eso el nombre refería a un ciclo de sol, es decir, a un año. Su efecto tan lento y su apariencia tan de juguete hacía que nadie prestara atención en su efecto letal, que todos lo vieran como una broma asquerosa. En consecuencia Favio pararía en la cárcel, y ahí moriría.

Se convocó de voz en voz al próximo jueves. Alguien se quedó con las llaves de todo. Durante la semana Adreil fue exhumado como todos aquellos que no tienen parientes ni apoderados legales que puedan reclamar el cuerpo. La muchacha también murió, y está si fue sepultada más cristianamente.

El jueves llegaron sólo la mitad, los más fieles, el grupo ya no era el mismo, casi no había jóvenes, la casa estaba desordenada como si hubiesen entrado ladrones, en este caso llamados policías, y parte del tiempo se fue en arreglar un poco ese desorden, muchas parejas estaban ya incompletas, las que estaban se comenzaban a preguntar acerca de la validez de su relación, de lo auténtico del sacramento que los unía, siendo que el Dios ante el cual juraron estaba muerto ahora, tomó las riendas del grupo Juan, el más amado de los discípulos de Adreil, quiso ser franco, se le atoraron las palabras en la traquea e intentó fingir ánimo, pero a sus palabras les faltaba fiebre, no eran suyas, todo era repetición de lo dicho por el verbo de Adreil, les faltaba esa pasión. Repasaba antiguos conceptos, los más esenciales, aquellos que hablaban de unidad, recalcaba la necesidad de no diseminarse, de continuar con el mensaje de su maestro, pero al buscar liturgias o textos sobre los cuales basar su prédica descubrió que tales libros estaban en blanco, es decir, la única liturgia era el propio Adreil. Juan hablaba y no creía en nada de lo que repetía como un perico, mientras que el grupo con la mejor de las voluntades tampoco creía nada pero no osaban interrumpirle.

Finalizado el rito Juan se sentó frente a todos y les miró. Todos a su vez le miraron a él. Este no dijo nada, sólo les dedicó esa triste y perdida mirada, la cual paradójicamente fue lo único que si creyeron, en esos ojos se decía un evangelio de la desintegración, hablaba de la caída de un Dios y la muerte de su doctrina, hablaba de dolor, de hijos soltados al abismo, sus ojos decían sencillamente, "Hagan lo que deseen, esto se acabó".

Eran las once, hora aproximada en que se acababan los ritos cuando eran largos, todos comenzaron a despedirse como si nada, se citaron, a manera de mala broma, para el próximo jueves, pero era claro que nadie volvería, se despedían, para siempre, a esperar a que en la vida siguiente el destino los volviera a juntar, en otra era, para ver si para ese entonces estarán preparados para desarrollar su espíritu.

Los ideales pueden soportarlo todo, menos la falta de alguien que los haga creíbles.

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