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Nunca danzarás en el circo del sol (02)

en Grandes Series

NÚNCA DANZARÁS EN EL CIRCO DEL SOL

II

Sindicato de Ladrones.

Cuando Dios creó el universo estaba cagado de risa. Lo sé porque sólo muerto de risa podría haberle quedado un mundo tan delirante en el que conviven la belleza con el abuso, la injusticia con el amor, y así, tantas cosas discordantes. A lo largo de mi vida he sido héroe de villanos, lo que me vuelve villano en parte. Me había olvidado casi de ese aspecto de mi pasado, a no ser porque Aleida se esforzó en traerme de vuelta estas historias, sin yo saber que este acto de recordar traería de vuelta mi pasado oscuro y lo volvería de alguna forma luminoso.

Llevaba años que había desechado la idea de cargar un teléfono móvil conmigo. En un principio de mi carrera, cuando actuaba para fiestas infantiles, era imprescindible un aparato de esos, pero ahora que me centro exclusivamente a trabajar en las calles he desechado su uso. Eso hace que sólo quienes saben donde vivo, o quienes me ven actuando en la calle, puedan dar con mi paradero.

Llegué a mi departamento y debajo de la puerta estaba una tarjeta de Aleida. Me resultaba raro que me dejara una nota, lo cual siempre tiene algo de romántico porque, si son entrañables, uno puede atesorarlas o leerlas mil veces, y que a la vez la nota estuviera anotada detrás de un documento tan gris como es una tarjeta de presentación que sabe más a propaganda que a carta de amor. El sentido era, a final de cuentas el mismo, decía:

"Eres muy difícil de encontrar. Llámame por favor, necesito verte.

Aleida."

En sí su nota decía mucho y decía nada. Que firmara con su nombre de mujer me enternecía en sobremanera, y saber que me necesita también, pues a ciencia cierta yo también la estaba necesitando pues hacía como dos meses, cuando hicimos el amor por primera vez, había sido la última ocasión en que había hecho el sexo. No había tenido en estas semanas ni la tenacidad, ni la suerte, o probablemente el interés, de buscar a nadie, sin embargo, entre mis pantalones había alguien que estaba muy inconforme con mi falta de agudeza. Verla tampoco era garantía de que fuésemos a entregarnos al amor, pues la despedida que tuvimos la primera vez había sido algo desconcertante y contraria a aquello que llaman moral.

Fui hasta un teléfono público y desde ahí le llamé. Su secretaria contestó y al parecer tenía instrucciones de interrumpirla en cuanto yo llamase, pues se apresuró a comunicármela. Eso no es común, pues me consta por haber estado como paciente suyo durante varios días, que al recibir llamadas mientras trabaja siempre queda de llamar después. Escuché cómo mandaba a su secretaria por un refresco, más bien para ahuyentarla de ahí y poder hablar a gusto conmigo.

Escuchar su voz hablando con otra persona trajo a mi una sensación nueva, pues me di cuenta que la admiraba, no por su belleza, no por su talento artístico, no por su agudeza, que es por lo que frecuentemente termino amando a una mujer, sino por otra cosa que no alcanzaba yo a descifrar, y esa otra cosa indescifrable era algo que me impelía a querer estar junto a ella, tal vez era su calidez, pero tenía que pensar bien de qué se trataba, pues esa teoría de la calidez no me convencía.

-Hola- dijo con voz de adolescente.

-Hola. Me dejaste una tarjeta. Tu dime cuándo quieres que nos veamos y en dónde.

-¿Dónde te vas a presentar hoy?

-En Bellas Artes.

-¡Wow!

-Afuerita de Bellas Artes, quise decir. Como a las seis de la tarde.

-Mmm. Hoy estoy libre desde las dos.

-Podemos mezclar tus términos y los míos. ¿Por qué no llegas a la casa a las cinco y media, así te propondré una sorpresa?

-¿Me gustará?

-Espero que si.

Su voz me había reactivado. Regresé a mi departamento y busqué una vieja bata y una peluca, además de una máscara que le vendría perfecto a Aleida.

Una vez que llegó me deshice algunos minutos en alabar su belleza, le dije que ese vestido que traía puesto estaba verdaderamente hermoso y que su pecho lucía precioso detrás de ese discreto escote. El vestido era de esos que tienen una tela suave por fuera y debajo llevan un forro que se ciñe al cuerpo dándole figura. Su cabello estaba sujeto con una trenza, cosa que no habría imaginado que Aleida estilaba, pero que me parecía una idea fantástica, pues la trenza recogía todo su abundante cabello y le daba una exquisitez muy sudamericana a su rostro, como que estiraba sus ojos y los volvía más felinos y autóctonos a la vez. Traía otros zapatos de tacón estupendos, con muchas más cintillas que los que le había visto la vez pasada, así que me saboree ante la simple posibilidad de que me regalara de nueva cuenta sus marcas rojas de sus pies.

Su cara era de completo asombro, ¿Era cierto eso que aquél que le estaba hablando con tanta admiración era un cabrón con casi el setenta por ciento de su cara maquillado como un payaso? ¿En verdad estaba ella a lado de un payaso, buscándole porque le tiene estima? ¿Un tipo como yo la pone caliente? No sé que se respondió a sí misma si es que se hizo esas preguntas, pero quedó patente que nuestras ocupaciones eran diametralmente opuestas. ¿Cuál es más difícil? No lo sé, créanlo. Y la verdad es que ella no me conocería en realidad hasta que me viera en escena.

Una vez que terminé de maquillarme le expliqué que para mi era muy difícil hacer que la gente pague por mi actuación. Muchos lo hacían de buena gana pero muchos otros, aunque hubiesen reído como locos, tanteaban la cercanía del final para fugarse, así que le pedí que ella se paseara con un sombrero, recabando monedas. No se trataba de que quisiera tenerla de empleada, sino que quería, y así se lo expliqué, que sintiera la energía de la gente cuando mira mis actos, que sienta esa esgrima de amor por el artista y rechazo por pagar. Le dije que la sensación sería nueva para ella y que además lo hermoso es que nadie la reconocería con la indumentaria que le iba a prestar.

No quiso quitarse el vestido, sino que se puso la bata encima. Luego se probó la máscara. Yo estaba listo también. Salimos a la calle.

Como ella no quería que la viesen con esa bata, se puso la máscara desde mi departamento y así caminó disfrazada cerca de tres cuadras. Vaya pareja. La gente se nos quedaba viendo y ella se reía de nervios. Estaba en el fondo divertida, quizá de saberse en medio de una situación absolutamente inverosímil de vivir para ella. Un niño la señaló con el dedo y se puso a llorar de miedo. Yo le dije que así pasaba a veces. La bata no había alcanzado para cubrirle todo el cuerpo, así que bajo la ridícula bata se veían un par de finísimos pies, envueltos en unos zapatos que en lo absoluto eran los de una ayudanta de payaso.

Aleida resultó ser la peor ayudanta que hubiese yo tenido, pues se la pasaba viendo el acto y muerta de risa en vez de cobrar. Yo me sentía dichoso de escuchar su maravillosa risa sonar. El público estaba hipnotizado por los pies de Aleida, que no eran congruentes con el resto de su ropa. El público pudo imaginar mil cosas. Repentinamente, noté que Aleida se inclinó deprisa y se quitó los zapatos, para luego ocultarlos en nuestra bolsa de cachivaches. Luego de mirar a mi alrededor comprendí la razón.

Se estaba acercando a la multitud Gloria acompañada de su novio, que era distinto al último que le había visto, por cierto. A Gloria no la había visto desde hacía tiempo. Yo seguí mi actuación y Aleida empezó a funcionar mejor como ayudanta, pues no se permitió el lujo de lanzar una sola carcajada más. Dejo de ver mi actuación y se puso a observar a Gloria.

La niña rubia hizo una exacta representación de sí misma. Estaba ahí, perdida en la multitud, riendo con mis estupideces, su risa inundaba de alegría todo el espacio justo como la de Aleida lo hacía minutos antes. El novio la tenía bien abrazada desde la espalda y una de sus manos resbalaba hábilmente hasta una teta de Gloria, y se la apretaba con mucha lascivia, y la chica rubia parecía sentirse bastante cómoda dejándose agarrar el seno. Luego de algunas bromas muy ocurrentes de mi parte ella se reía y volteaba su rostro hacia atrás, y el novio cazaba su cara y la atrapaba en un beso muy visceral. Estaban enamorados y el chico era muy guapo. La cara de incrédulo del muchacho y su sed de contacto físico me reveló que acaso éste era más pequeño que ella, y probablemente era por ahora el aprendiz de Gloria en el arte de amar. Un beso que se dieron fue realmente descarado, duró como un minuto y al separarse un delgado hilo de saliva unía sus dos bocas. "Que rico" pensé yo, pero a juzgar por el sobresalto de mi ayudanta, supuse que estar viendo a su hija ahí, del brazo de un amante, novio o lo que sea, divertida y libre, no fue una experiencia fácil.

Mis cabellos se pusieron de punta porque Gloria le habló a Aleida sacudiéndole un billete de cincuenta pesos en el aire con clara intención de cooperar, y Aleida tuvo que ir. Cruzaron la mirada, pero sin duda Gloria no reconoció a su madre. Lo gracioso fue que bajo aquella bata, máscara y peluca, cualquier posición corporal de Aleida se intensificaba de manera teatral, así, podía haber gente que me mirase a mi, y gente que estaba riendo de verdad sólo de ver las muecas corporales de Aleida retorciéndose al ver como ese jovenzuelo le metía mano bien sabroso a su chiquita. Por un momento pensé que este incidente inesperado había estropeado la posibilidad de que Aleida y yo nos entregáramos al sexo, aunque había una posibilidad aun, pues ella había dejado su bolsa en mi departamento y tendríamos que ir por ella.

Al retirarse Gloria, abrazada de su joven amante, me lanzó una sonrisa traviesa que el chico sin duda no estaba en capacidad de descifrar todo su significado, era la sonrisa agradecida de una chica a su desvirgador, y luego, de reojo, miró a Aleida de arriba abajo. Fue fracciones de segundos, pero quien conoce a las mujeres bien podría interpretar que Gloria sentía algo de celos a pesar de que no se hiciera responsable ella de mi verga, sólo por el hecho de haberla tenido entre las piernas sentía celos, pero su mirada no sólo reflejó celos, sino también un desdén o quizá una complicidad, como si le dijese a mi ayudanta "Nos vemos putita, que te aproveche".

La función terminó y de regreso ella parecía estar ya harta de su disfraz. Llegamos al departamento y se deshizo de la bata. Le propuse lavar sus pies, pues era algo muy extraño ver sus pies terregosos dentro de sus espectaculares zapatos. Yo me desmaquillé sin ritual alguno a efecto de hacerlo muy rápido. Me lavé la cara de inmediato y volví a mi papel de ser humano. Me hinqué en un extremo de la tina y llené un poco de su base con agua caliente. La invité a sentarse en la orilla, levantarse un poco el vestido y meter sus pies en el agua caliente. Estaba ahí yo, como un Cristo, lavándole los pies con devoción y humildad, pero sin santidad, pues el solo hecho de tener en mis manos esos pies tan perfectos me había provocado una erección respetable. No fue sino hasta que se hubo relajado con mis manos que por fin habló algo importante.

-Me tienes vuelta de cabeza. No sé en qué parará todo esto pero sé que no se quedarán las cosas en el mismo sitio al que esperaba llegar en mi vejez. Fue muy fuerte para mi ver a Gloria.- Suspiró- Y pensar que ella me dijo que iría con una amiga suya a una clase vespertina que les habían asignado y después se irían a tomar un café. Ya veo la amiga y el café.

-Bueno, es que...

-Espera, no me interrumpas. Esa parte de mí que se enfurece es precisamente la parte que ya no quiero en mi vida. Pareciera absurdo que esté aquí, platicando tan a gusto con el hombre que le robó la niñez a mi hija, cualquiera diría que yo debo considerarte un ladrón, pero no, me he dado cuenta, y no sin pesar, que lo que has hecho es venir a regresarme a mi hija, que ella había dejado de ser mía a cambio de nada, y no creas que justifiqué su decisión de dejar de ser virgen bajo historias de que no la atiendo, que la he dejado sola mucho tiempo en pos de forjar un prestigio como dentista, o para ganar más dinero, irónico, más dinero para darle a ella mejor educación, cuando lo que necesita es educación de otro tipo. Luego de saber de sus andanzas nada de lo que hago tiene mucho sentido, y saber esto ha sido medianamente devastador. Un buen día Gloria me dirá que no quiere mi dinero, ni los colegios que le puedo ofrecer, y sentiré sin duda que perdí el tiempo. Su historia me gusta, si viese la pérdida de su inocencia en una película, justo en los términos en que fue, lo hubiera aplaudido, y pienso que no debo pensar diferente porque se trata de ella. Por el contrario, aplaudo que haya tenido un valor que yo no tuve. Es extraño verla jugando con ese chico. Yo también tuve su edad y la comprendo. Mírame, técnicamente estoy en su mismo lugar, a hurtadillas y deseando revolcarme con alguien que sea capaz de demostrarme mis capacidades. ¿No te parece una tontería?

No supe qué era lo tonto. Ella continuó.

-Si fuese otra joven sentiría envidia por ellos dos, y la admiraría a ella. Fue lindo verla, de todos modos. Y la muy cabrona me retó porque supongo que presume que soy tu amante. Si supiera...

Yo le comencé a secar los pies. Ella se salió de la tina y fue al espejo, como para ver si se le había corrido el rimel con las pocas lágrimas que le rodaron por la mejilla. Yo creí que detrás de todo subsistía un deseo en los dos, así que miré sus amplias caderas, no eran las de una señorita ni ejemplo de exquisitez estética, pero yo no pretendía que su cuerpo fuese el de una señorita, sino que pretendía que su cuerpo fuese justo su cuerpo, y si bien la exquisitez no estaba en la forma, ésta sí llenaba su calor, su olor, su brío. Me puse a un lado de ella para ver su rostro en el espejo y con mi mano derecha le coloqué mi mano en el culo. Fue una caricia tan procaz y tan suave que me volvió loco. El vestido era de una suavidad deliciosa, la tela de encima resbalaba sobre la tela de fondo. La tela de afuera era como de aire, como inexistente, la tela del fondo era extrañamente fría, y detrás del frío yacía el calor del cuerpo de Aleida. No hay parte más caliente en el cuerpo humano que el culo. Le sobé con suavidad el culo y las nalgas. Ella dejó de mirarse a sí misma en el espejo y echó su barbilla al pecho, dejando caer su cabeza hacia delante, dejándome indefenso su suculento cuello. Me incliné y le mordí el cuello. Ella ronroneó como una gata en celo. De su cuello me pasé a lamer sus orejas. Todo su cuerpo empezó a expeler vapor, y este vapor atacaba violentamente mi bragueta. La voltee y nos pudimos abrazar de frente. Mis manos la acariciaban con suavidad y según si sus besos eran rudos también recrudecía yo mis caricias. Pasé de agarrarle las nalgas a bajarle los tirantes del vestido. Debajo tenía un sostén de una tela muy transparente de color azul, y detrás de esa pantalla se marcaban claramente sus enormes pezones color canela. Si mal no recuerdo, la ocasión anterior le había besado todo el cuerpo pero no había tenido ocasión de dedicarles ni un solo beso a los pechos, así que ahora podría reivindicarme.

Sobre su sostén transparente comencé a lamer la premonición de sus pezones. De inmediato éstos comenzaron a hacer un duro bulto debajo de la tela. Ella había ya comenzado a respirar más intensamente y a emitir gemidos de placer que harían suponer que ya la estaba penetrando. Con mis dientes mordí muy suavemente el área de sus pezones y ella se retorcía de una manera salvaje. Despegué mi boca y la saliva formaba gotas cristalinas en su sostén hecho de telaraña. Sin duda mientras dormimos Dios lame los pezones de la tierra y cuando despertamos sólo vemos los vestigios de este amor en las gotas de saliva que confundimos con el rocío de la mañana.

Desaté su sostén y sus pechos cayeron por efecto de la gravedad. No eran los pechos de una quinceañera, no, eran pesados, densos, pero de una forma innegablemente hermosa. Aunque algo caídos, sus pechos eran un par de gotas redondas cuyas puntas no apuntaban hacia el suelo, sino hacia el frete, a mi boca. Pensé en Gloria, pero no como objeto de comparaciones, sino que internamente agradecí a Gloria haber hecho madre a Aleida, pues con esa magia de hacerla madre había transformado los delicados pezones que sin duda tuvo Aleida en este par de pezones inmensos como flores abiertas, pensé en Gloria como la escultora que con sus encías de recién nacida había dado esta forma de tetera a este par de pechos. Le di las gracias con respeto y acudí presuroso a robar lo que aquella boquita hambrienta dejó, creó, heredó.

Lamí sus pezones con sutileza y ella gemía como agonizando. Una ligera mordida la hizo abrazarme la cabeza como si ésta fuese su tesoro, y yo, viendo su gusto, me puse a mamarle los pezones con la avidez de un cervatillo recién parido. Estábamos frente al espejo del tocador y el banquillo ya nos había estorbado bastante. Pensé en ir a la Cama pero ella quiso que hiciéramos el amor ahí mismo, sobre el banquillo. Si bien el banquillo tiene desventajas respecto de la cama porque es evidentemente más estrecho y duro, puede reportar otras ventajas.

Nos desnudamos con desesperación. Ella estaba con su sexo muy excitado. Sin más me senté y ella comenzó a montarme. Nunca terminaré de asombrarme del segundo exacto en que la verga está en las puertas del templo femenino y se adentra. Si me es dado sentir capacidad de asombro ésta tiene su mejor ejemplo en estas circunstancias. Dado que el banquillo es largo y estrecho, pero pesado y macizo, al sentarme atravesado en él, una de mis piernas queda en un extremo de éste y la otra en el otro extremo, como si estuviese en una delgada camilla de gimnasio haciendo pesas, pero ahpra estaba dedicado a otro tipo de esfuerzo físico. Si bien mis plantas sí tocaban el piso y el banquillo me sostenía por las nalgas y todo lo ancho de mi espalda, ella, al estar montada, tenía sus piernas al aire, lo cual me permitía manipular sus caderas para no sólo penetrarla con fuerza, sino para hacerla oscilar de izquierda a derecha, trazando nuevas rutas de fricción entre mi miembro y el suyo que lo abrazaba. Mientras, nuestras bocas se comían la lengua haciendo que los besos de Gloria y su novio parecieran cosa de niños. Mi mano derecha merodeaba su ardiente ano y la parte interna de las nalgas, las cuales estaban muy mojadas por los jugos que el placer de Aleida emanaba. Noté que si bien mi intención al meterle en el culo la primera falange de mi dedo índice era generarle morbo y estimularle las terminaciones nerviosas que ahí yacen, ella al sentir amenazado su hoyo comenzaba a darse de sentones que buscaban una trasgresión más violenta a su ano. Su culo me gustaba así como era, pues lo tenía prietito y bonito, y, sin ser experto, suponía que nunca había tenido sexo anal, aunque no sé cómo llamar al hecho de que la vez pasada le metí casi completamente un par de mis dedos.

Ella dejó de montarme y me pidió el bote de lubricante. Se lo dí. Aprovechando que estaba yo en el extremo del banquillo ella se puso de rodillas y comenzó a verter en mi pene una gran cantidad de lubricante, demasiado quizá, pues era un lubricante muy rendidor que había comprado hacía algunos meses, cuyo principio activo era la goma de Acacia de Senegal, que es una sustancia que no sólo es afrodisíaca, sino que a la fricción produce mucho calor, casi como el de una plancha tibia. Mi verga se preparaba para una visita a la tintorería. Bastó que ella comenzara a sacudir mi verga en sus puños para darse cuenta de las cualidades del lubricante, mismas que desconocía porque la vez pasada usamos uno distinto, y motivada por el calor comenzó a estimularme con sus manos. Su mirada era de absoluta lujuria. En ese instante podría ella cambiar su reino por una verga en su boca y en su coño. Para mi sorpresa, su intención no era darme una mamada, sino restregar mi verga entre sus pechos. Pronto, los pechos estaban llenos del brillante lubricante y el color canela de sus pezones se había vuelto un naranja cristalino, como si sus pezones fuesen un par de medallones de cornalina.

Siempre he tenido mis dudas de que la masturbación cubana, que es como le llaman a cuando una verga va y viene en medio de un par de tetas, sea realmente placentera para la mujer. Pues nada de especial ha de producir en encuentro de una verga y unos pechos, es decir, nada extraordinario si la agilidad de la verga compite con la habilidad de la lengua, o la rudeza de los dientes, o la fuerza o suavidad de las manos. Más bien creo que es el gusto de dar placer el que sume a una mujer en semejante caricia. Aleida, por lo pronto, amasaba sus tetas con mi verga en medio de ellas, y la verdad yo sí sentía estupendo. Luego con sus pezones jugaba con la punta de mi falo, luego con sus pechos lo volvía a abrazar, luego se sustraía un poco para chuparme con esa boca suya deliciosa, metiéndose mi verga en la boca e intentando rodearla con su lengua, o colocando la piel de sus labios sobre su dentadura, como si fuese la boca desdentada y contraída de una anciana, para luego comerme con una presión enajenante. Su delirio era salivar mucho alrededor de mi lingam y batirlo.

Se paró y me miró sonriendo como si esperara mis felicitaciones. Se las di por medio de un beso hambriento. La puse en cuatro patas sobre el banquillo y comencé a penetrarla con furia. Ella me pidió que me detuviera.

-Espérame. Voy a pedirle a un amigo mío que se integre con nosotros.

Yo me sorprendí ante tal afirmación, pues no es esa la conducta de una mujer que supuestamente era decente ama de casa hasta hace unos meses. Por otra parte, no estaba muy seguro de querer compartirla con nadie, además, llamar a un amigo llevaría tiempo, en fin, me desconcerté. Sin embargo no era lo que yo pensaba, sino que se dirigió a su bolsa y de ella sacó un arnés con una verga falsa. Se trataba de un amigo de plástico, una verga bastante considerable diría yo.

No habíamos pactado nada, pero se sobreentendía que ella quería tener dos vergas a la vez, o que me quería coger ella a mi por el culo, cosa que en definitiva no me apetecía en lo más mínimo. La incertidumbre duró bien poco, pues comenzó a atar el cintillo del arnés al banquillo, dejándolo bien apretado. ¡Ahora resultaba que mi banquillo estaba más vergudo que yo!.

-¿Estás segura de que quieres eso?

-Si.

-No lo has hecho nunca.

-No. Pero he sabido que otras lo disfrutan de verdad.

Yo n perdía la noción de que el ano es un esfínter y como tal se distiende. Sé que en él, o casi al llegar a él, hay múltiples nervios que sólo se estimularán con una buena chuleada. Pero según había escuchado de mujeres a las que yo mismo satisfice por el culo, esta práctica era tan deliciosa como dañina, para practicarse de manera muy eventual, pues a escasos centímetros, las paredes interiores no son más un esfínter, sino otra cosa. Yo no deseaba causarle daño a Amalia, pero ¿Acaso ella me permitiría cuidarla?. Intenté ser delicado y esperar que no me traicionara, como siempre, el brutal instinto de penetrar salvajemente.

Ella comenzó a montar a mi banquillo, que era un amante muy estoico e incansable. La forma en que ella me miró fue una orden precisa de que esperaba más rudeza de mi parte. En ese orden de las cosas, la vi montar mi banquillo, metiéndose en el cuerpo casi la totalidad de la enorme verga de goma, que mediría unos veinte centímetros. Mi verga mide dieciocho centímetros, estaba en desventaja con mi banquillo. Me puse frente a su cara y le metí la verga hasta la garganta, tomándole la cabeza de la barbilla y de la nuca. Ella montó frenéticamente y sometiendo la verga de plástico sufrió su primer orgasmo.

Yo representaba toda su fantasía acumulada. Si bien mientras habíamos hecho esto ella casi pegaba sus pechos al banquillo como si estuviese montando un hombre real y lo abrazara del cuello, le pedí que se enderezara un poco. Ella siguió empalándose a sí misma sobre la enorme verga de plástico. Para mi descanso, ella dejaba fuera de su cuerpo el equivalente al excedente de la verga de goma respecto de la mía. Y no es que me sintiera desvalido, pero ella podría después pensar que tengo poco que ofrecer, aunque eso no debería importarme porque es un riesgo siempre latente. El hecho de enderezarla era para dejar su clítoris al descubierto. De ser un hombre real hubiese sido muy comprometido comenzar a mamarle el coño como lo hice, pues inevitablemente le comenzaría a mamar los testículos y el tronco de la verga al copartícipe, pero tratándose de mi banquillo había confianza. Ella comenzó a gemir verdaderamente frenética, yo atrapé con mis labios el clítoris y ella gritó, pero no de dolor, y un verdadero chorro de jugo se me depositó en la lengua, había sido un orgasmo tan fulminante que había durado un par de segundos, pero un par de segundos delirantes. Ella echó su cuerpo para adelante, esperando que cumpliera con el trabajo que ella me había encomendado.

La dejé montar el banquillo por más tiempo para ir allanando el camino. Ella montaba y yo le lamía el culo. Ella estaba loca de gozo. Primero fui distendiendo su ano con mi lengua, y luego me paré a un lado de ella para dejar mi verga a la altura de su boca para que me la hinchara a tope, y entre tanto, mi mano derecha comenzaba a distender su ano con una cantidad generosa del lubricante especial. El calor se dejó sentir de inmediato en mis dedos y por consiguiente en su arillo. Ya que el ano estuvo bastante distendido, coloqué un poco más de lubricante en la punta de mi pene y lo coloqué en ruta de meterse. Ya había yo pensado que no la empalaría cruelmente, que la montaría como un perro, que bombean frenéticos pero nunca la meten completa, así, la barrenaría acaso con una profundidad de ocho a diez centímetros, no de dieciocho centímetros.

Me coloqué detrás de ella y lentamente le fui dejando ir el tronco venudo de mi verga a través de su estrecho ano, primero lento, luego más rápido. El calor que se generó era un aro de fuego real. Ella estaba con su boca abierta atrapada en un grito constante que mezclaba el dolor, el morbo y la satisfacción. Mi abdomen estaba casi por completo pegado a su espalda, sin embargo la parte del pubis, que de ser la vagina por donde se la estuviera metiendo estaría rebotando salvajemente, no chocaba. Ella se miró al espejo y vio cómo las dos vergas le llenaban ambas cavidades. Yo le mordía los hombros. Ella buscó con sus labios mi boca y me lamió la lengua de la manera más viciosa. Bien empalada y jadeando ella me dijo:

-Te amo. Mira como me tienes. Yo no era así.

Yo, que desde luego no creo que la gente no sea lo que hace, no quise contradecirla. Ella siguió hablando –Así. Así. Métemela papito. Ayyy, así, rico.

Supuse que esta actitud parlanchina de ella era una solicitud velada de que le dijera barbaridades, y creo poder decirlas pues por mi cabeza pasan a raudales cuando hago el amor con tanto frenesí animal.

-Tienes tu culo hirviendo.

-Tómalo, es tuyo.

-El demonio te ha atrapado.-

-¿Por qué?- Preguntó con curiosidad de saber, y sin la más mínima intención de negar que así fuese. Yo, suponiendo que parte del encanto de esta situación era el morbo que ella tejía en su mente, quise exponerla a más extremos, aunque sólo fuesen en su cabeza. Sin embargo, el desarrollo de sus respuestas me enseño cuan ignorante era yo de la naturaleza femenina, y de su naturaleza en particular. Quise que se sugestionara a que verdaderamente la estaban empalando dos hombres, así que le dije:

-El demonio te ha atrapado porque tu cuerpo no quedará satisfecho hasta hacértelo con dos machos a la vez. No quedarás satisfecha con esto, siempre hervirá entre tus piernas esta inquietud y no la verás saciada hasta sentir que dos hombres se te riegan dentro al mismo tiempo.

-No. El demonio no me ha atrapado. Puedo vivir sin ello.

Yo seguía bombeando, así que sus respuestas y mis preguntas estaban entrecortadas por signos de esfuerzo del cuerpo.

-No te creo.

-Podría no necesitar saber más si me satisfaces totalmente.

-Yo no te amo a medias.

-Entonces métemela toda de una buena vez.

Dejé de cuidarla y embestí de manera más certera, metiéndole la mayor cantidad de verga que pude. Ella lanzó un grito más de sorpresa que de dolor, y un calor intenso poseyó aquella parte nuestra que más contacto estaba haciendo. Su ano estaba ya tan distendido que casi no ejercía presión alguna alrrededor del tronco de mi verga, de hecho, la sensación, por brutal que parezca, era una sensación de vacío que resultaba más adictiva que la sensación más estrecha. Ella gemía intensamente. Yo extendí mism manos, con una le tomé un pecho y con la otra le daba masajes en el clítoris. Ella se derrumbó sobre el banquillo cuando lanzó un nuevo alarido, contrayendo y haciendo temblar todo su cuerpo, haciendo espasmos muy concretos ahí donde mi verga entraba y salía, y esos espasmos fueron besos de vacío que me hicieron regarme en sus entrañas. Ella miraba las expresiones de mi cara mientras me regaba con alegría. La vez anterior ella tenía sus ojos cerrados cuando tuve mi orgasmo, por lo que no vio mi risa. Ahora ella me estaba viendo frente al espejo, y lo que esbocé fue una risa de dicha, una sonrisa que representaba una dicha divina. Mi pene pulsó largo rato dentro de su cuerpo.

Exhaustos, nos fuimos a bañar. Nuestros cuerpos comenzaron a lividecer.

No nos quisimos vestir de inmediato, nos quedamos desnudos y nos sentamos a platicar sobre la cama. Ella recostada, con su cuerpo como nuevo, con sus pechos cayendo un poco hacia los lados, con algunas gotitas de agua en los vellos de su pubis, y con mi mano tocándole el vientre, masajeando de algún modo su extenuada matriz. El perfume natural de su cuerpo era delicioso. Su voz era ronca, todavía distorsionada por el placer, era su misma voz escribiendo palabras sobre terciopelo.

-Si yo tuviera una cama de mis recuerdos tu tendrías que inscribir tu marca por lo que ha sucedido esta noche.

-¿Por qué?- pregunté con una vanidosa curiosidad.

-Porque ha sido el sexo más fuerte que he tenido en toda mi vida. ¿Quieres que te diga cómo se siente que le den a una por detrás?

-Cuéntame.

-Es como si te jodieran el doble. Sabes que no estás haciendo bien, sabes que te estás haciendo daño, pero no puedes evitar caer en esas redes, y esa autodestrucción te hace que aceptes que eres una viciosa, que, como tu dices, le perteneces más al demonio que a Dios en ese instante, y no importa bondad alguna, sino puro placer. Y se siente tan fuerte que no sabes si duele o gusta, pero cada vez que se mete quieres que se meta otra vez, y entonces te convences que definitivamente es un gusto y no un dolor. Sientes como si te partieran en dos. Caray, qué cogidón me has metido.

-Por lo visto hay muchas cosas de las que eres capaz...

-Contigo. Hay muchas cosas que soy capaz contigo. Te digo que me tienes vuelta de cabeza. Nunca hubiera soñado que estaría comportándome así. Pero lo estoy haciendo. Y lo estoy disfrutando.

-Me alegro.

-Por eso entiendo a Gloria. Ella tiene mucho por andar, y que bueno.

-No creas que eres la única sorprendida aquí. Miras mi cama y puedes suponer que soy un viejo lobo que le hace al amor a cuanto cervatillo se cruza en mi camino, pero eso no es cierto. Esto que acabamos de hacer es tan sorprendente para mi como lo es para ti, y la diferencia entre esta noche y todas las demás es que eres precisamente tu la que está a mi lado, y si el día de mañana vinieses tu misma, serías para mi una mujer nueva. Me gustas mucho. En medio de todo dijiste que me amabas. ¿Puedes explicarme eso?

-Eso no se explica, se siente.

-¿Quieres saber si yo también te amo?

-No, no quiero saberlo. Ya lo dirás algún día fuera de plática, y ese día llorarás de alegría.

Seguí sobándole el vientre. Ella comenzó a hurgarme el cuello y me recordó una deuda pendiente.

-A ver. Cuál de estos sellos tiene que ver con esa cicatriz.

Yo le mostré un signo que dibujaba un bastón con una esfera de cristal sólido en el mango, rodeado de una estela de sangre y unas monedas. Ella no pudo interpretar nada de semejante signo, así que tuve que explicar.

"Hace un tiempo yo no vivía aquí, sino en una vecindad muy conflictiva del Barrio Bravo. Todo allí es delincuencia, todo ahí se arregla con violencia, sin embargo, detrás de esa aparente falta de orden existe un código de conducta que debes de respetar si quieres seguir las reglas. Hay poder económico, pero también hay otro tipo de poder que nace del miedo y de la coerción. La gente rica subyuga al pueblo con su poder económica, mientras que los otros, los dueños del otro poder, dominan casi cualquier circunstancia con el miedo.

¿Recuerdas aquella célebre nota del Sindicato de Ladrones y Delincuentes? Fue un caso muy sonado. Después de que miles de personas se sumaran a la marcha contra la delincuencia y lanzaran sus proclamas de un México con mayor seguridad, los ladrones y delincuentes organizados estaban bastante molestos. Les molestaba que personas que nunca habían sido asaltadas salieran a las calles a protestar contra una realidad de terror que sólo existía en sus mentes. Claro, los delincuentes preferían no hablar de aquellos pobres a los cuales sí habían atacado. Lo cierto es que habría represalias contra los ladronzuelos, pues, una vez ocurrida esa megamarcha la policía estaría tan desacreditada que buscarían agarrar a cualquiera con tal de encarcelar delincuentes y decir que la seguridad se había mejorado y que habría mano dura contra los delincuentes. No puedo explicarte todo con santo y seña, pues no soy sociologo, o cuando menos me llevaría mucho tiempo contarte todos esos pormenores que no vienen al caso con lo que te quiero contar.

Uno de los cabrones más inconformes con esa moda de la seguridad era un conocido mío que se hacía apodar "El Machaco". Dicen que su apodo era en honor a su brutalidad cuando eventualmente mataba, pues hacía un machacado con alguna parte del cuerpo de la víctima en turno. A mí la gente me quería porque no molestaba yo a nadie y siempre tenían la forma de hacerse de un payaso cuando los hijos de quien sea cumpliera años. Yo amenicé tres fiestas del hijo del Machaco. En estas fiestas el niño se la pasaba de maravilla, pero luego, ya que mandaban a los niños a jugar al patio, hacía yo un espectáculo para la gente más grande. Eran tiempos en que yo aceptaba casi cualquier trabajo payasístico y no distinguía entre una fiesta infantil y una despedida de soltera. Si durante el acto infantil el Machaco, asesino como era, se divertía como un vil duende, con mis espectáculos para adultos de plano lloraba de risa.

El Machaco era líder de la delincuencia en el Barrio Bravo y conocía absolutamente a todos los raterillos de la zona. Yo gozaba de su nada desdeñable protección. Poco a poco, fui descubriendo que los líderes de la delincuencia se conocían unos a otros, y que así como sucedía en el Barrio Bravo que el líder conocía a todos, los demás conocían a su gente. Era como un Sindicato de Ladrones donde se pagaba una cuota por el derecho a delinquir en determinada zona.

Un día estaba el Machaco tomándose una cerveza en la calle cuando me vio pasar. Estaba acompañado de cuatro sujetos que después supe eran los líderes de la delincuencia en la zona del Zócalo, la Condesa, La Zona Rosa, y la zona aledaña al Metro Cuauhtémoc. El Machaco sólo de verme se rió y me mandó llamar para presumirme con sus amigos pelafustanes. Me hizo contarles un chiste y se rieron todos menos uno.

El Machaco le dijo a ese vinagrillo:

-Ya carnal. Aliviánate.

-No puedo alivianarme. La policía está incumpliendo todos nuestros acuerdos. Su excusa es que necesitan agarrar delincuentes a como dé lugar.

-Mira. Preguntémosle a un payaso cuál es su opinión de todo este desmadre. Estos cabrones payasos siempre tienen la razón porque nunca se toman la vida en serio.

Me pidieron la palabra y yo les dije:

-Es obvio que quienes pagaron la publicidad para la megamarcha en contra de la delincuencia es gente que quiere verse beneficiada de tanto desmadre. Ya sea que son políticos, o cuando no, la policía también cooperó. A todos les gusta estar en primeras planas, opinando, ganando votos o presupuesto extra. En realidad la seguridad vale madres, lo único que importa es la imagen de poder frente a la seguridad. Yo te propondría algo mi Machaco. Organícense todos los líderes de delincuentes de la ciudad y regálenle a la ciudadanía un fin de semana sin delincuencia. Amenacen hasta al más mínimo ladrón de que se abstenga de cometer fechorías sólo por un fin de semana. Que sepan los medios que tanto se regodean en sus primeras planas y noticieros que el único y verdadero poder lo tienen ustedes. Pueden fingir que este fin de semana de la seguridad regalado por los bandoleros persigue una causa social. El viernes nadie lo creerá, pero ya que vean que los policías se pasaron rascándose sus barrigas porque no hay asaltos ni secuestros saldrán a las calles el sábado y el domingo con sus collares, alhajas, lo que siempre quisieron llevar puesto en la calle y nunca pudieron por miedo; en fin, serán dos días en que vean cómo sería la ciudad sin ladrones. Imagínense los puestos de San Juan de Letrán sin un solo robo. Claro, en su nota periodística deberán hacer hincapié que la amnistía sólo durará hasta las doce de la noche del domingo, y pónganse de acuerdo para que todos los ladrones se apañen a alguien justo a las cero horas con un minuto del día lunes, con una cobertura delictiva imparable. Créanme, saber que los malos están organizados le dará mucho miedo al gobierno, y ustedes se cagarán de la risa.

-¿Y qué obtendremos?- Preguntó el vinagrillo.

-Fácil. La policía morirá por establecer contacto con los líderes de semejante fuerza ilegal, así que ustedes acordarán que ellos deberán dejarles dar un golpe muy profundo, algún robo espectacular, que les pongan a tiro algún camión descuidado de valores, un embarque de cincuenta milloncillos que no les vendría nada mal, eh?. Ellos no perderán porque todo lo pagará la aseguradora, y la aseguradora también tiene contratos por corrupción, y así. No hay buenos ni hay malos. Es como si secuestraran la ciudad. En el futuro serán leyenda. Creo que el gobierno aceptará ponerles en bandeja de plata ese cargamento de cincuenta millones de pesos a cambio de desintegrar este Sindicato de Ladrones. Ellos aceptarán. El botín lo pueden dividir entre ustedes cinco.

-¿Por qué no mantener el Sindicato de Ladrones y azotar a la ciudad?- dijo el vinagrillo.

-Porque tal organización estaría condenada al fracaso, sólo sirve para una sola ocasión. Los ladrones no se destacan por su disciplina. Ellos estarán pagando un rescate de la ciudad por un secuestro que nunca podría llevarse a cabo.

El Machaco dijo. –Caray payaso, me sorprendes. Les dije que este cabrón tiene la nariz repleta de neuronas.

Y ahí, frente a los otros cuatro, el Machaco me juró que, si la idea prosperaba, me haría un obsequio y me permitía pedirle un deseo. Esto último es la parte más interesante, pues ese cabrón matón, a pesar de no ser el genio de la lámpara, podía conceder deseos con su único poder, el terror.

Te equivocas si piensas que tuve algún enfrentamiento con el Machaco o con cualquier delincuente y que éstos me hicieron la herida, sin embargo, era preciso contar todo esto porque la cicatriz está muy relacionada con la vez que osé pedirle mi deseo al Machaco de la Lámpara maravillosa.

Yo seguí con mi trabajo de payaso. Pasaron meses y entonces salió en los principales diarios y noticieros el desplegado de prensa del Sindicato de Ladrones que rezaba más o menos lo siguiente, y lo recuerdo porque el Machaco fue a mi casa a pedirme que escribiera la nota, puesto que era el autor intelectual de todo este secuestro de la ciudad, adelantándome que él y sus colegas ya tenían todo listo.

La Nota decía lo siguiente:

[Ciudadanía. La reciente Marcha contra la Delincuencia no sólo deja en evidencia la incompetencia de los órganos de seguridad para garantizar la paz en las calles, sin embargo, ellos son sólo parte del problema pues la delincuencia es fruto del rezago en el cumplimiento de las demandas más básicas de la sociedad. Muchos de nosotros éramos hombres comunes como ustedes, hasta que un día no pudimos soportar más injusticia y decidimos integrarnos a ella de la manera más noble en que uno puede ser injusto: como ladrones.

Dado que la ciudadanía no es nuestro enemigo, sino aquellos que han llevado este país hasta el punto crítico en el que ahora estamos, Nos, el Sindicato de Ladrones, invita a todos los habitantes en general a que disfruten el Primer Fin de Semana de la Seguridad a celebrarse este 18, 19 y 20 de noviembre.

Durante ese fin de semana ningún ladrón ni delincuente ejercerá el oficio que la sociedad le ha encomendado. Respecto aquellos opulentes de cuello blanco que diariamente sangran al pueblo, de ellos no respondemos; nuestro compromiso de amnistía solamente comprende las calles.

Pregunten al final del viernes a la policía si hubo robos, su negativa será nuestra garantía de los otros dos días. La amnistía sólo durará hasta las 24 horas del día domingo; después de ese momento tendremos que reanudar nuestras labores.

Disfruten este fin de semana.

Atentamente.

El Sindicato de Ladrones.]

El resto de la historia ya la sabes. Los noticieros citaron la nota como algo muy extraño que habían recibido por fax. Los periódicos publicaron la nota sólo por armar revuelo, y la gente se convenció que la cosa iba en serio luego de un viernes tan seguro como el Jardín del Éden. La gente paseó por las calles, sin preocupación. Los mismos ladrones, que ellos sí saben quienes son, vigilaban que ningún ladrón novato o advenedizo rompiera el pacto, y si alguien intentaba robar, ellos mismos los detenían, devolvían lo robado al instante y se llevaban al infractor a un callejón para meterle una joda. También sabes que a todo lo ancho y largo de la ciudad, justo a las cero horas con un minuto se cometieron atracos simultáneos. La policía, maniatada, dejó de hablar sandeces, los políticos vieron reducido su discurso a mera palabrería. Quedó claro que los ladrones tenían más organización que el poder público.

Lo que sin duda ignoras es que la policía sí pactó con el Sindicato de Ladrones. Tal como yo lo había previsto, aceptaron lanzar un cordero repleto de dinero a una cueva de lobos. El atraco se hizo en forma limpia, los guardias se dejaron robar con pistolas de juguete y sin más ni más, el Machaco y sus amigos dieron el golpe de su vida. Él aun se dedica a cometer crímenes, ya no por necesidad, sino por mero gusto de estar haciendo daño. Al parecer mi discurso de la nota le abrió puertas de conocimiento y ahora cree que es un justiciero social. ¿Qué fue de mí? El Machaco me dio una cantidad fuerte de dinero. Dejé de vivir en el Barrio Bravo, compré este departamento por el cual ya no tengo que pagarle renta a nadie. Tengo ahorros en el banco para vivir bien.

Lo sé. Te inquieta que me investiguen. Un pobre diablo depositando cientos de miles de pesos no es normal. Pero el Machaco pensó en todo. Ellos siempre saben quien se gana la lotería. Le compraron los boletos y con ellos yo fui por mi dinero, completamente legal. Si. Te asusta que sea tan bribón, pero eran otros tiempos, yo era muy joven e inexperto, y aun arrastraba mucho rencor contra la suerte que me había tocado vivir, y vaya que esa pantomima, ese chiste del Sindicato de Ladrones, esa idea, es la que más dinero me ha redituado, y aunque pareciera una villanada, estoy convencido que Dios encarnó en el Machaco para enderezar mi vida. El dinero que recibí en realidad compró mi alma, yo cambié... un poco. Por otra parte, mis costumbres de vida continuaron siendo discretas.

Pero vuelvo al tema. Yo seguía presentando mi espectáculo en las calles. Ya había notado que un coche muy elegante se paraba cerca de donde yo hacía mi acto y desde su interior alguien me veía. Ese carro era el predecesor del Jaguar en el que nos subimos el otro día para acudir a la fiesta de Bellas Artes. Créeme, aquel coche no era ni por asomo inferior a ese en que nos subimos. La persona que me veía era Don Jonatán, el dueño del auto, y patrón de Andrés. Luego de un tiempo Don Jonatán por fin bajó del auto, era un sujeto alto, blanco en extremo, con un porte tipo alemán. Si bien no se veía que fuese muy viejo sí se podía notar que los años que había vivido habían sido aprovechados de una manera extrema. Portaba un elegante bastón, ése que ves ahí, precisamente. Es como de metal forrado con una laca muy resistente y brillante, siéntelo, parece más un báculo que un bastón. En realidad él no cojeaba, pues el bastón es en realidad un arma. ¿Ves el vidrio que tiene en el mango? No es vidrio, es un cuarzo muy sólido que duele como un coletazo del demonio. El tubo negro de metal y laca guarda en su interior una navaja. Mira, Giras el cuarzo y aparece. ¿Ves? Es letal.

Te digo. Llevaba este bastón, y siempre llevaba los trajes confeccionados de las telas más caras. Se acercó seguido de Andrés y rieron con mi puesta en escena. Él daba propinas de quinientos pesos. Mucha gente sentía la tentación de robarme las cooperaciones una vez que veían el donativo de tan distinguido caballero. Fue tres ocasiones, siempre se reía mucho, y siempre dejaba esa cooperación exorbitante.

A la cuarta vez Don Jonatán no se bajó del auto. Esperó a que terminara mi función y envió a Andrés a que se dirigiera conmigo. Yo lo ví acercándose y ya imaginarás lo que sentí al ver a un tipo tan moreno y corpulento como él acercándose con sus zapatos perfectamente lustrados, si trajecillo sastre y su andar de asesino.

-Buenas tardes- dijo con toda propiedad- mi amo desea hablar de negocios con Usted.

No dijo más y regresó al auto, seguro de que yo no diría que no a los negocios que tuviera que proponerme un sujeto que da aportaciones de quinientos pesos. Yo me dirigí hasta el auto. Andrés me esperaba a un lado de la puerta trasera, esperando que me acercara para abrírmela gentilmente. Una vez que estuve a distancia, abrió la puerta y yo entré, extrañado desde luego al ver que Don Jonatán estaba sentado en el extremo de la ventanilla contraria a la puerta por la que yo entré, y que en medio del asiento estaba el enorme y desnudo culo de una mujer negra que estaba empinada hacia el frente por a través de los asientos de adelante, como si hubiese ido sentada en la parte de en medio del asiento trasero y con un frenón hubiese ido a parar su cara hasta el tablero, dejando en la parte de atrás sólo sus piernas y nalgas. Obvio no había frenado Andrés, sino que la negra estaba en esa posición a propósito para que, en caso de que Don Jonatán quisiera lanzar una nalgada, tuviera unas nalgas listas para recibirla. Y qué nalgas. Andrés también podía hacer lo propio, algo así como masajearle los senos cada vez que cambiaba la velocidad del vehículo, aunque ya con más limitaciones, pues la negra no llevaba nada puesto de la cintura para abajo, pero de unos tres dedos para arriba del ombligo su cuerpo estaba enfundado en un suéter de lana virgen muy entallado, de rayas de color café, rosa y púrpura, colores que realmente la convertían a ella en una diosa de chocolate envuelta para regalo. La negra llevaba el cabello teñido de rubio.

Yo me trepé al coche. Era un auto muy espacioso. El olor del coño de la mujer despedía un olor que llenaba por completo la reducida atmósfera del vehículo. Escuché cerrarse la puerta tras de mi. Andrés dio marcha al coche para dirigirse a ninguna parte. La imagen de Don Jonatán me atemorizó un poco. Yo sólo lo había visto como uno más de mis espectadores, siempre con una sonrisa en los labios, pero ahora, su cara era muy seria, como si estuviese inundado de odio, con las cejas fruncidas y su boca esencialmente cerrada. Eventualmente le azotaba una nalgada a la negra, o le metía unos dedos en el coño y luego se los llevaba a la nariz para catar el aroma, como si se tratase de una copa de vino importado. Nunca había visto sus manos, pues siempre usaba guantes, pero ahora que no los llevaba puestos vi marcas de quemaduras. Cuando él le pegaba o tocaba, la chica se retorcía, de una manera apócrifa, pero lo hacía.

Al parecer cuando Don Jonatán era público, era en realidad el mejor de los públicos, abierto y dadivoso. Pero ahora, ahora no era público, ahora estaba haciendo negocios, y me estaba yo dando cuenta en ese instante que el caballero era una persona durísima para los negocios.

-Mucho gusto. Considérame tu amigo. Mi nombre es Jonatán, aunque todos me dicen Don Jonatán. Me gustaría que tu también me llamases así. Mi chofer se llama Andrés, y está para servirte al igual que está para servir a cualquier persona a la que yo llame amigo bajo cualquier circunstancia.- Me extendió la mano que acababa de sacar del coño de la mujer. Yo no desprecié su saludo.

-Yo me llamo Basil, y como sabe, soy payaso ambulante.

-No por mucho tiempo... –dijo, y yo no sabía si se refería a que ya no haría más payasadas en la calle, o si ya no las haría en ningún lugar porque el payaso que soy fuese a llegar a su fin.

Su cabello era completamente blanco, aunque él no parecía estar tan viejo. Su mirada era penetrante y en su frente se le saltaba una vena que le daba un aspecto terrible. Me resultaba extraño creer que este era el mismo sujeto que se convertía en un chiquillo cuando veía mis actuaciones.

Me hizo varias preguntas relacionadas con mi oficio de payaso, tales como desde cuándo era payaso y cuánto era lo más que había cobrado por una payasada, le contesté omitiendo, desde luego, lo que había recibido por mi payasada del Sindicato de Ladrones. Con esta información él ofreció pagarme quince mil pesos por una función, lo cual estaba muy bien. Sólo me dijo que sería en un teatro particular que él tenia y que sería dentro de tres días. Me indicó que pasaría por mi el día sábado a las seis en punto, afuera de la puerta principal del Palacio de Bellas Artes, y me puntualizó que si le fallaba perdería mucho más que el dinero, y desde luego ya no seríamos amigos y Andrés me atropellaría en donde me viese.

Cuando me bajé del auto osé preguntar:

-¿Y de qué debe versar el espectáculo?

-Tú vas a ser tu. Sencillamente harás lo tuyo y nos mostrarás lo payaso que eres.

En el día, la hora y el lugar indicado, estaba yo con mi indumentaria de lujo. Me había aplicado mi maquillaje con el mayor cuidado, me había puesto las ropas que mejor olía, mis zapatones de gala. Era algo así como un payaso cosmopolita. Cuando llegó el auto me sorprendí de ver que Don Jonatán estaba sentado en el asiento del copiloto, a lado obviamente de Andrés. ¿Quién vendría detrás para que él mismo se fuese adelante? En cuanto se detuvo el vehículo Andrés me abrió la cajuela para que metiera ahí mi maleta, y a través del cristal polarizado vi la silueta de un par de cabezas femeninas con colas en la cabeza. Comprendí.

Andrés abrió la puerta y una de las chicas se bajó del auto para que yo quedara en medio de las dos en el asiento de atrás. Verla me robó el aliento. Era una chica muy joven a juzgar por la lozanía de su cutiz y la radical ausencia de líneas de expresión. La chica medía como un metro setenta y cinco. Su cuerpo era espectacular. Vestía un uniforme escolar, de esos que se componen por una faldilla que llega casi hasta la rodilla, dejando ver éstas para luego interrumpir la desnudez de las piernas con unas calcetas bien blancas perfectamente distendidas hasta llegar también hasta casi la rodilla. Cuando se bajó del asiento no tuvo cuidado y yo le ví al interior de la falda, sus muslos eran muy blancos y en el fondo todo se extinguía en una fresca braga de algodón blanco. Su blusa era normal, blanca, con un escudo del colegio en el que estaba, si acaso se traslucía un poco el sostén, también blanco, que enmarcaba un par de pechos exuberantes. Su cuello era largo y blanco, al igual que sus muslos. Sus zapatos si eran muy chocantes, de esos que exigen las monjas en las escuelas. Pero si todo lo anterior ya era sorprendente, había que ver cómo era su cara, su boca era pequeñita, pero compuesta por unos labios tan rojos y carnosos que pareciera que estuviera sosteniendo con ellos una cereza sin piel. Su nariz era respingada, un poco alzada, nada qué ver con mi nariz, pues la suya tenía orificios breves y ovalados. Sus ojos eran verdes, grandes y expresivos, sus pestañas eran muy largas y en su conjunto irradiaban un gran brillo. Su cutis perfecto y sus cejas algo enérgicas, acaso parecidas a las de Don Jonatán, pero sin rabia. Su cabello estaba peinado con un par de colas, cada una atrás y encima de las orejas, su cabello era castaño claro, casi rubio. Era una colegiala que inspiraba deseos muy violentos, despertaba una necesidad de violarla. Cuando entré mi sorpresa fue absoluta, pues había una chica exactamente igual de linda que ella, y al decir exactamente igual quiero decir justamente eso, que era exactamente igual. Como si Don Jonatán tuviese en su casa un centro de clonación en donde estaba produciendo bellezas a destajo.

Don Jonatán me saludó con una camaradería que yo la verdad no esperaba. Me dijo:

-Basil, mi amigo payaso. ¿Cómo has estado?

-Bien- contesté algo nervioso por el simple hecho de estar rodeado de aquellas dos beldades que además olían de una forma exquisita.

-Mira. Te presento a mis hijas, ellas son Cathy y Sandy, son mi par de gemelitas. Ellas cumplen dieciocho años el día de hoy, así que he querido que tengan una celebración especial. ¿Y qué es más especial que ese acto que sólo tu sabes montar, eh?

Yo sonreí tímido. Don Jonatán empezó a hacer comentarios de cómo era que pasaba rápido el tiempo.

-La vida- dijo- es un rompecabezas de excepciones. Cuando nuestro padre vierte su esperma en la matriz de nuestra madre, sólo aquel esperma excepcional que logra triunfar sobre los demás es el que subsistirá. Si lo ves bien, todos los demás desafortunados espermatozoides en realidad están muertos, lo que ellos hacen no puede definirse como vida de ningún tipo. Sólo los excepcionales subsisten. Mira cómo han crecido mis bebés –yo miré nervioso a ambos lados, pues las desnudas rodillas de sus hijas me daban santo y seña de lo mucho que efectivamente habían crecido- ellas son la excepción dentro de la excepción. No sólo son el summum de aquel chorro de semen que vertí dentro de su madre, sino que no se conformaron con ser una, esa fue la primera excepción, que fueron dos las concebidas y no una. Luego nacieron, ambas iguales, que no siempre sucede. Luego no sólo eran iguales, sino que ambas eran bellísimas, eso las hace aun más especiales. Han crecido y son un encanto, si fuese sólo una sería excepcional por su belleza, pero son dos. Ellas son ejemplo vivo de que lo extraordinario de lo extraordinario puede sucedernos a nosotros, simples mortales que no las merecemos

Sentí que el auto se perfilaba para las afueras de la ciudad. Yo sentía a ambos lados que ambas chicas me miraban. En una vuelta del auto, una de ellas tocó mi muslo con el suyo, sin embargo, al restablecer el auto su curso no despegó su pierna de la mía. Nadie podía juzgarla por eso, pues podría no haberse dado cuenta, pero me miraba, y sin sonreír sonreía, y yo supe que era perfecta sabedora de lo que estaba haciendo. De vez en vez se tiraban manotazos entre ellas, como jugando, como si tuvieran nueve años, y en cada manotazo sus pechos me rozaban de alguna manera.

-Por favor hijitas, no importunen a nuestro invitado. La que iba a mi derecha obviamente estaba sentada detrás de su padre, y por lo tanto el campo visual de Don Jonatán no podia verle a ella. Ella, que creo era Cathy, como que no quiere la cosa había comenzado a dejar resbalar su faldita cada vez más alto, en dirección a su pelvis. En unos segundos, mediante una maniobra que ni noté, la bastilla de su falda ya estaba a unos ocho o nueve dedos de distancia de la rodilla, y sus piernas estaban más bien abiertas. Miró a Sandy de reojo y Sandy esperó hasta ver por la ventana cualquier cosa medianamente llamativa para hacerla notar de manera escandalosa.

-Miren allá, se está quemando una casa.

Dónde. Dónde. Dijeron todos y estiraban el cuello para intentar ver lo que no era sino una chimenea expulsando humo. Pero lo importante no era si una casa se incendiaba o no, sino que todos se distrajeron en una direccion que dio oportunidad para que Cathy deslizara su mano y me agarrara con fuerza el cilindro del pene que, por supuesto, tenía bien tieso. Mientras me agarró la verga, que fueron unos tres o cuatro segundos, se me quedó viendo fijamente al rostro. A ella le importaba una chingada si lo que se estaba incendiando era un orfanato, o si estaba haciendo erupción un volcán, ella lo que quería era indagar qué tenía yo entre las piernas y si estaba caliente. Cruzó su vista con Sandy y asintió con la cabeza, y Sandy sonrió con una sonrisa de ninfómana. Yo mentalmente completé las disertaciones de Don Jonatán. Que hayan nacido es inusual. Que hubiesen sido un par de gemelitas en vez de una niña sola era estupendo. Que fuesen desconcertantemente iguales era magnífico. Que estuviesen indescriptiblemente hermosas era fenomenal. Y que ambas dos fuesen tan irremediablemente putas, eso sí que era lo extraordinario de lo extraordinario. Yo sin embargo no era del todo feliz porque no podía yo imaginar lo que este notorio psicópata que era Don Jonatán haría si sorprende a un infeliz faltándole el respeto a sus niñas.

Nos adentramos al desierto de los leones, el camino era pavimentado y rodeado de pinos. En definitiva habíamos salido ya de las vías públicas, este camino conducía a algún sitio exclusivo, de esos que sólo se puede permitir la gente con mucho dinero.

Fueron varios kilómetros. Llegamos a una especie de castillo moderno. Yo temía que este Don Jonatán fuese algún líder de una secta y que fuesen a sacrificarme a mi en algún ritual satánico. Si así fuese, y si al menos no viniera vestido de payaso, encontrar mi cuerpo sería menos patético, pero ya me imagino mi cuerpo desmembrado en la portada de las revistas amarillistas y en mi cara la ironía de las ironías al ver mi jeta de muerto con una risota pintada y una lagrimita ridícula en los ojos. No había marcha atrás.

Se me dijo que en ese lugar había un teatro privado en el que yo daría mi espectáculo, que sería en honor a las cumpleañeras que ya me habían estado provocando todo el camino.

–Ellas estarán en un lugar privilegiado... – concluyó Don Jonatán.

Me llevaron a un camerino en forma. Yo respiré, pues al menos sí había un teatro y ello descartaba en gran medida la posibilidad de la secta que yo había imaginado. Se escuchó la tercera llamada. Luego la segunda. Andrés me fue a hablar y me dijo, prepárate, ya casi es hora.

Cualquier payaso sabe que una parte fundamental del acto es la entrada. Uno debe arrancar el espectáculo con una entrada tan delirante que predisponga al público a la comicidad. Una mala entrada puede colocar al público en tu contra, pero una buena entrada puede hacer que la actuación sea un éxito, por muchas peripecias o errores que cometas. Decidí utilizar mi entrada en la que camino muy sigilosamente y miro al público y sonrío con una pinche sonrisa de loco, luego miro al otro lado y lo mismo. A la cintura llevo una cuerda atada, y una vez que sonrío a ambos lados improviso un jalón de la cuerda que me saque del escenario. Luego entro riendo y ya comienzo con mis rutinas. Elegí tres de las mas efectivas. Decidí hacer esa entrada porque era fecha que no sabía a qué público me dirigiría. ¿Sería un público de adolescentes? ¿Serían mezclados, viejos y jóvenes? ¿Habría pura gente rica o algunos de ellos serían de clase media? ¿Serían monjas? Lo averiguaría.

Salí e hice mi entrada. Fue una buena entrada, pero acaso algunas tres o cuatro personas de las veinticinco que ahí había se rieron. Dos de esas cuatro personas habían sido Cathy y Sandy, y la otra había sido Don Jonatán, en resumen, arranqué una sola risa nueva, y eso está mal por donde se le vea.

El público me pareció muy extraño, pues estaba compuesto en su mayoría por hombres maduros, y los que eran más jóvenes parecían algo viciosos, les acompañaban mujeres, pero ninguna de ellas tenía cara de esposa, y las que tenían cara de esposa también tenían toda la pinta de putas. No había más chicas de la edad de Cathy y Sandy, acaso dos chicas, una de las cuales pendía de un collarín sujeto a una cadena que sujetaba un hombre gordo y calvo. Las chicas estaban muertas de la risa con mis ocurrencias, y conforme fui avanzando el público comenzó a integrarse a la risa, pero sólo las mujeres. Los hombres parecían estar en otra frecuencia de sequedad, con un ánimo agrio. Terminé mi acto y entró a la pista Don Jonatán. Pidio un aplauso para mi y éste fue muy débil, salvo, claro está, los aplausos de Cathy y Sandy. Salí del escenario y Andrés me interceptó antes de llegar al camerino. Yo hubiese matado por desmaquillarme de inmediato e irme de ahí, pero no tenía esa libertad, pues se hacía de noche y el frío sería no sólo insoportable, sino mortal en esas entrañas del bosque, además, la conección con la carretera principal quedaba a varios kilómetros y el hecho de que llegara a ellas no me garantizaba que alguien se ofreciera a llevarme hasta la ciudad. Era un hecho. Tenía que esperar la amabilidad de Don Jonatán de llevarme hasta mi casa, y de que me pagara. Andrés me interceptó, como te he dicho, y me dijo que por ningún motivo me despintara la cara, pues todavía se requerirían mis servicios. Eso no me sorprendió. Lo que sí me sorprendió fue que con un pañuelo me cubrió los ojos, diciéndome que en un momento me llevaría a un lugar sorpresa.

Comencé a temer que sí harían un picadillo con mis entrañas de payaso. En pocos momentos he sentido mi entusiasmo tan decaído como en ese día y a ese instante. Mi espectáculo había sido aburrido y no tenía ni la libertad de marcharme ni de desmaquillarme.

Luego de unos veinte minutos escuché los pasos de Andrés. Se acercó a mi, y me tomó de los hombros para guiarme en mi ceguera. Con voz muy queda me dio instrucciones, como si desease ocultarse de alguien.

-Venga. Debe darse prisa. El amo puede empezar a buscarnos.

Yo me dejaba llevar por aquel mórbido lazarillo. ¿Por qué habría que ocultarse del amo? ¿Por qué los ojos vendados?. Sentí que pisamos un suelo distinto, y percibí al instante el aroma de las gemelas. Andrés colocó su boca muy cerca de mi oído y me dijo. –Va a tener que hacer esto con mucha discreción. Sólo haga lo que yo le digo y todo saldrá bien.

Yo percibía el olor de las gemelas muy fuerte. Pero aun no se me decía que hacer. La orden no tardó mucho. El que daba las ordenes era Andrés.

-Hínquese. Estire sus manos. Toque.

Era la textura de una falda de colegio y de un culo de locura debajo.

-Toque. Toque como si estuviese a oscuras en algún rincón del gimnasio de la escuela. Toque.

Comencé a tocar ya no con intención de adivinar qué era lo que tocaría, sino seguro de qué era y con todo el deseo de aprovecharme. Comencé a magrear ambas nalgas sobre la falda, luego deslicé mis manos debajo de la falda y sentí el blanco calzón de algodón cubriendo un coño muy suave y caliente. Eché para arriba la falda y con los dedos hice a un lado el calzón. Sentí los jugos, de Cathy, de Sandy, no lo sé. Escuchaba lenguas, un chupeteo muy voraz, sin duda este par de putas se estaban comiendo la lengua.

-Mame. Pero no pegue la cara, no se despinte.

Comencé a meter mi lengua en el coño de la gemela y ésta se retorcía de gusto. Use una de mis manos y comencé a meterle dedos en ese delicioso sexo. Sentí que la mano de Andrés me hacía para atrás. Escuché pasos de ambas gemelas. Ese ruido me indicaba que una estaba supliendo a la otra. Comencé a tomar con rudeza el nuevo culo, y comencé a chuparlo también. En un delirio le arranqué el calzón de un tirón. Todo se desarrollaba en silencio, pues sólo se escuchaban chupeteos y gemidos, pero las únicas palabras eran las que Andrés decía. La gemela en turno se empinó frente a mi.

-Ahora desenfúndese la verga y cójase a Cathy. Pero hágalo muy fuerte. Y no se corra, que tiene que ser suficiente para las dos.

Tal como se me ordenó, le dejé ir a Cathy la verga entera de un embiste, tomé sus deliciosas caderas en mis manos y seguí bombeando con mucha fuerza. Por atrás sentí cómo me abrazaba Sandy. Sandy me rodeó y tomó ella también el culo de su hermana y lo azotaba contra mis caderas. Yo estaba gozando mucho. Luego, de un tirón Andrés me quitó el pañuelo que me impedía ver, primero pestañee porque no podía recobrar la vista así de inmediato, pero una vez que aclaré mi visión lo que encaré me dejó con la boca más abierta que un zorro disecado.

Yo efectivamente estaba empalando a Cathy. Sandy efectivamente estaba detrás de mí, abrazándome y propiciando que le diera aun más duro a su hermana, pero la boca de Cathy hacía un arillo alrrededor del tronco de la verga de Don Jonatán, y su manera de mamar era hambrienta, desesperada, enferma. Don Jonatán estaba disfrutando de la mamada que con tanta generosidad le estaba prodigando su propia hija. Yo estaba absorto, pero no por eso dejé de bombear.

Algo que noté después de impresionarme con ver a Cathy mamándole la verga a su padre, mientras yo me la estaba cogiendo, era que estábamos en un pequeño cuartillo en el cual el suelo, muros y techo eran de espejo, así, la experiencia era delirante, pues un espejo reflejaba otro y ese otro a otro, multiplicando por mil la orgía en la que estábamos inmiscuidos. Ya que se dio cuenta que mi moral no daba para resistirme a participar como invitado en aquel incesto, Andrés abrió una portezuela y se fue de ahí. Nos quedamos Don Jonatán, Cathy, Sandy y Yo. Sandy dejó de abrazarme y se acostó detrás y debajo de donde el cuerpo de Cathy y el mío se interconectaban, y comenzó a lamernos justo donde mi verga se clavaba, chupándole el clítoris a su hermana y los testículos a mi. Eventualmente se pasaba más atrás para meterme la lengua en el mero culo, como si quisiera desvirgarme.

Yo nunca hubiera supuesto que podría hacerle el amor a una mujer tan hermosa, y sin embargo la tenía ahí, empalada, y no era una sola, sino que eran dos. Pensé que si Don Jonatán pensaba matarme luego de esto para guardar el secreto, ya me daría a la tarea de que valiera la pena. Sandy se paró y comenzó también a mamarle la verga a su padre y entre lamida y lamida ambas gemelas se reían si accidentalmente sus lenguas se tocaban mientras rodeaban el tronco de su papá. Don Jonatán le dijo a Sandy que se pusiera en cuatro patas y Sandy lo hizo dejando sus nalgas a muy corta distancia de la cara de Cathy. Don Jonatán, sin aviso ni sutileza de por medio, barrenó en ano de Sandy, quien gritó sorprendida. Cathy volteó su dulce cara y me dijo, que se la metiera por el culo. Yo acomodé mi ariete y comencé a darle por detrás. Su culo era un arillo terco y combativo que fue distendiéndose conforme el ardor de la fricción aumentaba. Ella había ya comenzado a lamerle el culo a su padre.

Así duramos un rato y Don Jonatán me señaló que me tendiera en una pequeña alfombrilla que estaba en el suelo, pues era momento de que sus hijas sintieran el rigor de dos vergas. Me explicó que él sólo se las podía coger por el culo por aquello de que las pudiera embarazar, pero que ellas estaban muy a gusto así, pues les encantaba que las tomaran por el culo. Yo sin atender tanta explicación me tendí. Sandy me montó y casi de inmediato Don Jonatán la empaló al unísono. Nuestras vergas hacían una danza terrible dentro de las entrañas de Sandy. Yo comencé a besarle los pechos, ¡Dios mío, que bellos eran!. Ambas gemelas gemían diferente, y eso podía saberse porque primero dimos una doble penetración a una y luego a la otra. Las muy perras no dejaban espacio para nada, pues en la doble penetración la gemela vacante hundía su cara entre el mar de testículos para lamerlos, y para lamer el delgado cuero de piel que separa el culo de la vagina, o para lamernos el culo a los dos cabrones.

Llegó un momento en el que Don Jonatán dio señas de querer correrse, y en ese instante las dos gemelas me ignoraron por completo y se volcaron sobre la verga de Don Jonatán, como si ellas fuesen un par de polluelos sedientos y él, su padre, hubiese regresado de un día arduo de cacería, y ellas piaran frenéticas pidiendo su alimento, y él, paternal y protector, comenzara a manar sobre sus lenguas el dulce néctar de vida. Ya que tenían la boca llena de semen se besaban los pechos una a otra. Y a mi ya no me hicieron más caso. Salieron por la portezuela, también Don Jonatán. Cerraron con llave.

Yo me había quedado a medias. No soportaba la tensión que tenía en la verga. Así que me senté en la alfombrilla y con las dos manos sujeté mi verga, con una el tronco y con la otra parte de los testículos, y comencé a masturbarme en medio del cuarto de espejos. Por un segundo me imaginé que estaba masturbándome dentro de un diamante. Mi cuerpo estaba en gran agitación y veía mi proia imagen de autosatisfacción reflejada mil veces. Suena mamón decirlo pero me gustó tanto la perspectiva multi representacional de mi imagen reflejada tantas veces, que fue como si mi sensación se multiplicara igual. Sin embargo, mi cara seguía pintada de payaso. Supe que nunca volvería a verme en estas circunstancias, así que pensé en las nalgas de las gemelas y comencé a arremeter contra mi verga con toda la intención de regarme como nunca lo había hecho a solas. Los gemidos del par de putas resonaban en mi mente y por fin, el cálido efluvio de leche se hizo presente de una forma muy violenta. Yo siempre sonrío cuando eyaculo, de dicha, de felicidad, pero en esta ocasión fue tan fuerte que deliberadamente me carcajee, y no solo eso, al ver mi cara de payaso interpreté una risa aun más frenética. Los chorros de semen fueron a parar al cristal y comenzaron a escurrir al suelo, reproduciéndose por cien como una lágrima blanca. Cuando caí sobre la alfombrilla empecé a escuchar aplausos, risas y vivas. Se encendió dentro del cuarto de espejos una luz ocre y fuera de los espejos una luz más intensa. Eran espejos con una sola vista. Pude ver a través de los espejos que era el mismo público de hace un rato, sólo que ahora estaban vitoreándome. Mi cara de asombro despertó varias carcajadas. Había sido un tipo de payaso que nunca había sido, un payaso involuntario. La gente de pie. Se apagó la luz y hasta una media hora más, quitaron la llave del cuarto de espejos. Era Andrés.

-Vístase-

Salí de ahí. Fui al camerino y me desmaquillé. Mi cara era un desastre dado el sudor. Me bañé y la verga me dolía. Quedé listo.

Andrés fue por mi. Esta vez me abrió la puerta trasera del auto. Las gemelas ya no estaban, sólo Andrés y Don Jonatán. Don Jonatán me pagó veinte mil pesos e hizo alguna alusión a que me los había ganado a pulso. De regreso yo no hice preguntas. Don Jonatán estaba exhausto, así que venía dormitando a mi lado. Salimos del Desierto de los Leones y entramos de nuevo a la ciudad de México.

En un semáforo que hay al entrar casi al Paseo de la Reforma todos nos estremecimos porque con algún objeto alguien rompió el cristal de la ventana de Andrés, y de paso le dieron un golpe suficiente para dejarlo fuera de acción. Yo intenté salir pero al hacerlo alguien me estrelló la puerta encima y me atontó. Don Jonatán estaba muerto de miedo y con ambas manos empuñó su bastón y activó las navajas. Sin embargo, quienes nos habían detenido no dejarían que él usara semejante objeto. Uno de ellos metió la mano y arrancó las llaves, y eso intimidó más a Don Jonatán, pues significaba que no querían el auto, lo querían a él.

Lo sacaron a empellones y lo treparon a golpes a un vochotaxi, el conductor estaba listo para arrancar. Yo me incorporé e intenté decirle algo, no sé qué, al chofer del vochotaxi secuestrador. Fue un momento de obnubilación, pues ¿Qué podría yo decirle que evitara el secuestro? A Don Jonatán le habían puesto ya una capucha, y un sujeto que estaba sobre el vochotaxi, sin dudar, le quebró los dedos de la mano y le gritó que se callara.

Yo, nervioso como estaba, alcancé a identificar la voz de quien gritaba "cállate", y supuse quién era el que manejaba. Identifiqué la curvatura de su espalda y la forma de su cabeza, pues ya lo había visto dando golpes antes. Me pegué a la ventana y el carnicero al volante me lanzó un tajo que, si no hubiera hecho el cuerpo a un lado, me hubiera decapitado o cuando menos cortado la yugular. Sangrando, le dije

-Soy el payaso. Quiero mi deseo.

El encapuchado me miró. Se levantó la capucha. Era el Machaco. Con la cabeza me retó, como diciendo "cuál".

-Déjalo libre. Olvídate de él, llévate a otro.

Titubeó pero al final gritó:

-Háganle caso al payaso. Vamonos.

Como a un costal, bajaron a Don Jonatán del vochotaxi y lo dejaron en la calle. Yo me apretaba el cuello con la mano, pero aun así me acerqué para ver que a Don Jonatán le habían hecho una herida con un cuchillo. Ya conocía yo bien estos operativos, eran más con ganas de matar que con ganas de pretender un rescate, y pensé que alguien odiaba mucho a Don Jonatán para querer enviarle al Machaco. Una ambulancia pasó por ahí y nos recogió. El auto de Don Jonatán había despertado el espíritu de buen samaritano de la ambulancia. Escucharon de Don Jonatán las palabras adecuadas "Llévenos a un buen hospital, yo pagaré todo".

Ya en el hospital, salimos casi al mismo tiempo. Yo tenía en mi mochila mis veinte mil pesos. Lo que me hicieron costó treinta y cinco mil. Don Jonatán pagó todo. Antes de marcharse me dijo:

-Mira muchacho. Yo soy muchas cosas, pero no ingrato. No sé qué poder tienes para que unos matones como esos te hicieran caso, lo cierto es que funcionó, y te debo no un secuestro, sino una vida. El que me apuñaló me susurró mientras su jefe no lo oía que aquello debía parecer un secuestro pero que me iban a matar, con o sin rescate. Debo cuidarme mas y descubrir quien me odia tanto. Mientras yo viva te estaré agradecido. Andrés también, donde te vea estará para servirte. Toma, te regalo mi bastón en símbolo de aprecio. Te diría su valor, pero no tiene caso, pues si eres mi amigo no lo venderás nunca.

Y así fue como tengo la cicatriz, y así es como tengo el bastón."

Aleida estaba fascinada por mi anécdota. Su cuerpo desnudo ya se había amoldado al mío. Yo estaba con la espalda recargada en la cabecera de mi cama, con mis piernas abiertas como si fuese una parturienta, y ella estaba entre mis dos piernas, con su dulce vientre cobijando mi verga exangüe, y con sus suaves pechos a la altura de mi tórax. Con su cara divina me miraba, llena de interés. Me abrazó.

-Me has contado mucho de ti. ¿Quieres que te cuente de mi?

-Cuéntame de Colombia.

Ella puso cara de nostalgia, y la idea le entusiasmó.

-Nunca me habían pedido que hablara de esa parte. Uy. Te hubiera gustado conocerme a los diecinueve años. Era yo una muñequita preciosa, muy riquita, con un culito firme firme, y con mis bubis bien paraditas e inquietas...

-Nunca eches de menos lo que no has dejado de ser. Para mi eres una muñeca preciosa, muy riquita, y con todo lo demás. Hay cosas que uno nunca deja de ser, y tu, mi vida, nunca dejarás de ser una delicia de muchacha, así tengas noventa años.

-Bueno. Déjame contarte... no me interrumpas...

Así pasó largo tiempo, contándome de su bello país. Yo eche de menos no haber estado a su lado no haber estado a sus veinte años, a sus quince, a sus diez, a sus noventa. Supe entonces que esto era mucho más que los revolcones que ella suponía que eran para mi. Esa vez, a la mañana siguiente porque no la dejé ir, ella hizo un nuevo signo en mi cama, uno totalmente independiente de Gloria, y era la silueta de México, y con su forma de corazón, a la altura de lo que sería el pecho de la silueta, la silueta de Colombia.

Sé que no fue casual. Aleida me dejó una foto suya de cuando tenía veinte años. ¿Acaso sabía que esta noche le preguntaría por sus orígenes? De cualquier forma la traía, montada en un marco pequeño, el ella aparece sonriendo, sólo se le ve de las clavículas para arriba. Sus hombros están desnudos, y sólo los aretes que lleva hacen suponer que el resto del cuerpo sí estaba vestido. Su risa es la misma de hoy, su mirada reflejaba brillo, su cabello está suelto y le cae en sus hombros, y cubriendole parcialmente la cabeza, un sombrero típico de Colombia. Envidié a quien tomó esa foto, pero quien tomó esa foto me envidiaría a mi si supiera lo que hago con ella, más el amor que resta por hacerle.

Yo me quedé pensando que tal vez no había sido un accidente que me encontrara con Andrés, luego de no verlo durante tanto tiempo. Don Jonatán no es un cabrón tonto, ni deja ningún cabo suelto. Tal vez había mandado a Andrés a buscarme, y la cosa le resultó mejor aun de lo que esperaba. Tal vez por eso accedió demasiado pronto a cederme su ropa. So pretexto de que se la regresara, Andrés me había hecho escribirle en un papelillo mi dirección. Sabían mi paradero y, si mi intuición es correcta, vendrían a mi para una misión mucho más trascendental que la del cubo de espejos.

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