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Nunca danzarás en el circo del sol (07)

en Grandes Series

NÚNCA DANZARÁS EN EL CIRCO DEL SOL

VII

El heredero y la bailarina.

Por momentos supuse que la muerte de Monserrat era un evento cósmico innegable, que la divinidad la trajo hacia sí, que todo seguía siendo correcto y exacto. Mi vida se erigía sobre ese principio de armonía en el que todo ocurre para bien. Pero algo pasó. En mi mente el bien y el mal se cambiaban de ropa de una manera tan copiosa que luego de un tiempo ya no distinguía entre uno y otro.

La muerte de Monserrat, por mucho que los doctores me lo indicaran, no había sido regular. En mi mente era muy claro que había sido asesinada lenta y sistemáticamente, de ahí que Ruana y sus compinches figuraban ante mi como asesinos. ¿Qué habían asesinado? Eso si lo sé, asesinaron mi felicidad y mi entusiasmo. Pretendieron convencerme de que el mal eventualmente triunfa sobre el bien. Tal vez les haga caso. Estaba yo muy tranquilo hasta que el telegrama llegó a mis manos. Era una cita en una notaría. Ya intuía yo de qué se trataba. En esas reuniones un funcionario con fe pública cumple la última voluntad que sus clientes les encomiendan, generalmente leer el testamento que ellos dejan y vigilar, en medida de sus posibilidades, que se cumplan.

Si se me mandaba llamar era por una causa muy simple, seguramente Don Jonatán me había heredado algo. ¿Qué exactamente? No lo sé. Lo que sea era bueno, pues los ahorros que teníamos Monserrat y yo se habían ido en hospitales y tratamientos que necesitó ella en sus últimos días. A pesar de todo, la idea de ir a una reunión en la que se leyera el testamento de Don Jonatán y quedar expuesto a su voluntad por última vez me ponía algo nervioso, sin embargo, más nervioso me ponía saber que vería de nueva cuenta a Ruana y a sus compinches.

Imaginé la escena en la cual llego yo vestido de payaso y frente a mi esté la muy perra de Ruana, vestida de viuda puta, riendo a sus adentros de haberse cargado las vidas de Jonatán y Monserrat, disponiéndose a gastar su fortuna a lado de su semental, y que estemos los tres ahí, yo sabiendo de sus crímenes pero impotente, y ella más hipócrita que nunca recibiendo su parte de la herencia que le toca enfundada en un vestido negro con escote para pararle la verga al notario. La maldita seguiría tan lasciva como siempre, tan audaz, tan descarada; sin duda aun contaba con ese cuerpo de infarto, esa cintura musculosa que hacia arriba sostiene un par de grandes pechos cálidos como una brasa encendida, y debajo sus caderas siempre dispuestas a dejarse meter lo que sea que la lleve al límite del bestialismo.

Para mí sería muy difícil hacerle todo el daño que se me ocurriera porque en el fondo se parece a Monserrat, es como una Monserrat más pequeña en estatura y poseída por un diablo que la hace mala, pérfida, letal. Me pregunto si ese parecido no se volverá en mi contra en el momento decisivo, en el momento en que tenga que decidir su destino y enviarla a la chinga directa. Me fortalece mi desprecio hacia ella y la sensación de que merece una lección definitiva, pero su encanto personal y su parecido a Monserrat podrían hacerme vulnerable. Sabía sin embargo que su inteligencia llegaría hasta donde su avaricia la dejara, bastaba con acicatearle su ambición para verla caer. No importa si le toca un centavo o la mitad del reino de Don Jonatán, ella era su asesina y por tanto no merece nada diferente a lo que ella dio en vida.

Estaba yo muy tranquilo, sobrellevando la pérdida de Monserrat, recordando a la diosa llevándola del brazo a la vida eterna, y luego llegó el telegrama para traerme a este mundo de desdichas, a encender un fuego lento debajo de mi corazón y echar a hervir mi sangre que pronto entró en ebullición, una ebullición de venganza. Yo siempre había tenido como norma en la vida que si la razón para hacer algo era chingar a alguien, ese algo debía evitarse, porque era destructivo y no negativo; sin embargo, eliminar plagas me resultaba bastante positivo.

Yo había cumplido mis promesas, había hecho reír a Monserrat y no me había jodido a Ruana, sin embargo dudo que Don Jonatán hubiese estado en condiciones de cumplir su trato. Había prometido no joderme a su esposa, pero nada había prometido yo respecto de su viuda, a la cual fornicaría de cualquier forma que me permita hacerla pagar la muerte de mi amada Monserrat.

Llegué a la notaría. El apellido del notario y una foto en el pasillo en el cual aparecía él en una reunión relativamente familiar con el presidente del país me indicaba que este señor no necesitaba de corromperse por cuestiones de herencias familiares, ni podría matársele fácilmente. Esa decisión fue la primera de las muchas decisiones inteligentes que Don Jonatán desplegaría desde su tumba. Obvio, Ruana habría intentado en condiciones más favorables leer el testamento para anticipar su destrucción si éste no le convenía, pagándole por ello alguna cantidad fuerte al notario, o de plano matarlo si se resistía. Pero a un sobrino del presidente no de le mata así como así, de tal manera que Ruana tendría que confiar que Don Jonatán le había heredado todo a su hija Ligia, lo cual sería punto a favor de Ruana porque Ligia estaba muerta, así que por ley ella sería la beneficiaria de toda la fortuna.

Ese día que llegué a la notaría el notario me hizo saber que no sería hoy, sino hasta mañana, la reunión en que se leería el testamento. Me explicó que me había mandado llamar porque una de las indicaciones que Don Jonatán había dejado era la de ponerme al tanto, antes de la audiencia de lectura testamentaria, de cómo habían sucedido algunas cosas. Me había dejado una carta. Su contenido era este:

"Mi estimado Basil. Quiero agradecerte, aunque sea de esta manera, el que hubieses cumplido tu misión. No sólo no caíste en las garras de Ruana, lo cual ya de por sí es difícil, sino que pudiste eludir sus ataques. Es absurdo explicarte que mi vida no fue fácil durante los últimos cuatro años, pues tu alcanzaste a ver un poco de mi vida cotidiana en las garras de mi esposa y pudiste uintuir las muchas cosas que me pasaban todos los días que pasé a su lado, y sin embargo, en medio de tantas humillaciones pudiste darle un sentido a mis días, y por qué no decirlo, a mi existencia. Tuve la suerte de estar presente en el Zócalo ese día del niño, y ver a mi niña no sólo riendo, sino feliz, feliz ella y haciendo felices a miles. Nunca vi a una chica más feliz que ella, hubiera pensado eso si se tratase de cualquier otra chica, y tocó en suerte que la chica en cuestión era ni más ni menos que mi hija Ligia. Ese día quise haberla abrazado, quise haberla besado, pero nos seguían por causas que descubrirás bien pronto. Te agradezco eso. No tengo forma de pagarte ese gusto que le diste a Ligia, pues es como si me lo hubieses hecho a mi, y no hay forma de pagarlo. Verla tan contenta, tan segura, me hizo pensar que aquella puesta en escena no era nada comparado con los días y las noches que hubieron de vivir juntos. Te soy honesto, cuando te contraté mi expectativa máxima es que la hicieras reír, pero le entregaste tu vida, según pude apreciar, y eso hace que el encuentro entre tu y yo fuese uno de los actos más misteriosos de este mundo. La excepción de la excepción, diría yo."

"Te sorprenderá saber lo fundamental que resultó al final de mis días la presencia de Rosi, aunque su verdadero nombre era Ángela. La recordaras como la falsa enfermera por la cual nadie apostaba nada. Ella me pudo sacar de las garras de Ruana, seguimos tu ejemplo, sólo podíamos sobrevivir yéndonos de allí. Ella me devolvió la lucidez a la que podía yo acceder, pues estaba muy dañado. Creí que a lo largo de mi vida había experimentado todas las vertientes de la pasión y del amor, que mi desesperanza era tal porque nada podría ya sorprenderme, sin embargo esa era una idea muy equivocada según pudo enseñarme Ángela, pues con ella viví un amor nuevo, el amor ordinario."

"Se preocupó por mi como si yo fuese un príncipe herido en batalla del cual depende el futuro de su país, me enseño a hacer el amor, sin sumisión, sin brutalidad, sino que con su cuerpo joven hizo que mi cuerpo viejo sintiera más ganas de vivir. Los peligros no estuvieron lejos, de hecho ella tuvo que hacerse experta en huir, llevándome casi en rastras muchas veces. El heroísmo siempre es digno de aplaudirse, sin embargo, el heroísmo llevado a cabo por alguien que no tiene posibilidad alguna de triunfar es motivo de una verdadera ovación. Ángela me protegió y defendió siendo un cervatillo temeroso en medio de fieras salvajes, y fue su falta de recursos y visión lo que nos permitió salvarnos. En su boca descubrí el sabor de mi vida, y en su cuerpo la fuente de la felicidad. Te pido que donde quiera que veas a esa mujer sientas admiración por ella, y respeto, y no importa si su cuerpo exuberante te la presenta como alguien superficial, o si su filosofía no da para mucho, es más valiente que cien eruditos juntos."

"No soy una persona que crea en lo sobrenatural. Para mi somos células organizadas que rebozan intención, acepto que soy efímero y que mi único tesoro es lo que mi piel siente y mis ojos ven, por lo tanto no fijo mis esperanzas en el mundo espectral y me dedico a exprimir la vida. A estas alturas ya sabré si me he equivocado o no. Pero no es eso lo que quería expresar, sino que me da la sensación de que en el caso de Ángela algo pasó. Es como si ella, hubiese sido tocada por un ángel, o mejor aun, poseída por uno. Es como si un ser divino viese la oportunidad de jugar a los humanos, y poseyera a una persona, eligiéndola por razones que sólo el dios o ángel conoce, nutriéndolo de sus virtudes y habilidades, pero sometiéndose a la debilidad propia de su carne anfitriona. Esas personas, ungidas de alguna manera, vehículos carnales de los dioses y ángeles, son los únicos capaces de llevarnos a actos que modifican nuestras vidas. Cumplen nuestros sueños pero no los viven ni fabrican por nosotros."

"Con Ángela tienes una deuda que luego comprenderás. Esta mujer también debo agradecértela a ti. Me contó de la vez que miraron las estrellas en el jardín, tal vez para ti fue un revolcón de trámite, pero no para ella, pues ese acostón le dio el valor para decir basta a las humillaciones de Ruana. No sé que le dijiste, pero ella creyó a pie juntillas que yo la amaba, que me casaría con ella algún día. Tu le metiste en la cabeza esa idea, ella la quiso creer. Por eso, creo que te debo la vida de varias maneras, te la debo como ser vivo en aquella noche del secuestro, te la debo como padre al ver a mi hija feliz, y como hombre porque me regalaste la buena voluntad de Ángela."

"Te sorprenderá saber que ese estado de alienación en el que Ruana me tenía fue culpa mía. Se convirtió en una pesadilla, pero al inicio fui yo quien le abrió la puerta, yo quien le invitó a pasar."

"Todo comenzó una vez en la que Ruana me propuso un juego. Debí desconfiar, pero parecía interesante. La premisa se hacía consistir en que ella podía ser una hembra centauro. Eso, desde luego me dio curiosidad, e imaginé que ella propondría maquillarse, o colocarse una piel de caballo de su torso para atrás, o cualquier otro artificio; pero no, no fue bajo ningún método que yo imaginara. Me presento a un hipnotista que presumiblemente era el mejor terapeuta. Ruana me ofreció que en mi mente podría yo tenerla en la forma que quisiera mientras mi cuerpo la follaba realmente, algo así como uno de esos juegos que ahora llaman realidad virtual."

"Fue así como me dejé hipnotizar por primera vez. Una vez era suficiente para poder hacerlo las veces que quisieran y en los términos que quisieran. El terapeuta me sugestionó y de pronto me encontré dentro de una cueva iluminada sólo por antorchas, olía a humedad y a un olor fuerte a animal que me resultaba tan repulsivo como excitante. Entonces la vi, era Ruana, pero una Ruana distinta, ésta tenía hasta el torso con forma humana, y el resto del cuerpo era de una briosa yegua, nalgona y joven. Poderosa, con el cabello negro y lustroso. Con sus tremendas nalgas me llamó."

"Con mi mano toqué su sexo, que estaba tan hinchado que su tamaño era casi del tamaño de mi cara. Restregué mi rostro en tan blando coño, dejándome una sustancia resbalosa en toda la cara. Era inútil lamer, pues para dar abasto a este culo debía usar mi cabeza como una verga. Me paré en unas rocas y comencé a montar a la hembra centauro. Mi verga, minúscula para aquel agujero, iba u venía sintiendo una presión casi inexistente, pero a cambio sentía una sensación blanda a todo lo largo de mi pene."

"Ruana, su aspecto humano, volteó el torso. Su mirada era impaciente, casi de desprecio y sinsabor, pues ningún placer le reportaba a ella mi penetración, volteaba a verme como miraría a una mosca molesta que se aprovecha de las circunstancias. Yo decidí acabar con aquello fornicándola más fuerte para ya correrme, ella, al ver mi apuro, comenzó a esbozar una sonrisa malévola, o quizá simplemente una sonrisa orgullosa. Cuando mi verga comenzó a escupir toda mi semilla ella comenzó a soltar una meada incandescente, y fue como si un río dorado naciera alrededor de mi herramienta que escupía aun más leche. Era como un ojo de agua volcánico. Las contracciones propias del cuerpo al orinar me presionaban el pene y más chorros de orines me bañaron por completo mi parte baja del cuerpo. Yo estaba sorprendido de la cantidad de orines."

"Voltee a ver a Ruana y esta echó a andar en sus briosas cuatro patas. Ya lejos de mí comenzó a masajearse a si misma sus pechos. Entonces, sentí que no podía ya moverme. Mi verga era un desastre, los meados se comenzaron a enfriar en mis piernas. Un minotauro negro salió de una de las cuevas. Las pezuñas de Ruana comenzaron a dar pasos redoblados ahí en donde estaban, y a dar saltitos como una yegua en celo que indica al macho que está lista. El minotauro negro, inmenso en su talla y más inmenso aun en las dimensiones de su verga, la montó con una furia indescriptible. De su boca salía la lengua de toro, y de su nariz emergían mocos. Con una mirada nostálgica, como de habitante de un rastro, el toro cabalgaba a través del coño de la hembra centauro en una mórbida escena aun más interracial que la de una simple mujer blanca y un hombre negro."

"El torso de Ruana se había volteado para tocar con sus manos el macizo pecho del minotauro, adorando sus formas musculosas, tocándole la cara, metiéndole la mano en la boca para que fuese rodeada por la gruesa lengua del minotauro. La mirada de Ruana era la mirada de un animal domado sometido por su dueño. Esa mirada domada era lo que más me lastimaba, pues hablaba de una devoción y obediencia, un abandono que sólo se le debe a aquella persona que mejor jode contigo, tu mejor sexo."

"El minotauro ignoraba por completo las caricias de Ruana y más aun ignoraba si ella gozaba o no, pues todo su interés estaba en seguir metiendo la verga como quien sólo quiere preñar. Yo veía la penetración desde atrás y supe que el coño de Ruana estaba muy caliente e hinchado, tanto que mi cabeza sí cabría ahora. La gruesa verga del macho barrenaba con furia, dejando presionar sus venas en las húmedas paredes de Ruana, ensanchándola al grueso de su duro palo mientras los testículos colgantes doblaban como campanas de catedral. El minotauro comenzó a verter su blanca leche en la vulva de Ruana, pero sin dejar de penetrar, por lo que en breve tuvo un batido asqueroso de leche espumosa y coagulada."

"El Minotauro se retiró y pude ver como aquel amplio coño era ahora más amplio, y tanto había agujerado el minotauro a mi esposa que aun después de haberse retirado de ella su coño seguía pareciendo una caverna de la cual sólo se veían breves estertores que dejaban escurrir las gotas de espesa leche por sus patas blancas. El lenguaje de aquel coño era claro para cualquiera, pedía más y más refriega, quería un pene más grueso aun, una bestia más inmisericorde todavía, un elefante quizá."

"El minotauro se acercó a mi y a su contacto pude moverme, pero sólo en dirección que él me decía y para hacer lo que él me ordenaba; me condujo hasta Ruana y una vez que estuve de nuevo detrás de las negras nalgas me empujó la cabeza para que mamara el coño desastroso de Ruana. Olía fuerte, a animal, a la leche cortada del minotauro, y me obligó a lamerla por completo. El coño era grande, mi cara cabría en ella. El minotauro tomó mi cara y la presionó en contra de las nalgas del centauro, colocándome de máscara aquel aberrante coño, y así me tuvo sin que yo pudiera respirar. Al borde de asfixiarme me despegó."

"Las cosas no pararon ahí. Los cascos de Ruana dieron más golpecitos en el suelo, dio más brincos, como un caballo de circo ganándose la pastura. Y llegó otro minotauro, éste con dimensiones del palo más pequeñas, pero igualmente superiores a mi insignificancia. La montó con brío, las negras nalgas de yegua vibraban como si espantase moscas de su culo, pero era en realidad los esfuerzos de la hembra para hacer vaciar a su penetrador. El segundo minotauro se regó, el coño quedó todavía más expuesto e hinchado, como si acabase de parir, pero en vez de hijos arrojaba chorros de blanca esperma, mismos que tuve que probar de nuevo."

"Se me asfixió de nuevo. Y así llegó otro minotauro, y otro más a refregar el coño de Ruana. Y cuando creí que todo acababa, el primer minotauro volvió a empalar a Ruana, y esta saltaba de dicha. Con suma vergüenza descubría que me excitaba estar siendo tan cornudo. La humillación fue bastante cuando los cuatro minotauros descubrieron mi erección. Se acercaron y me mearon ellos también."

"La experiencia de desagrado y humillación me la dejó Ruana durante unas horas, pues me dejó ahí a que me enfriara en sus orines. Mientras yo pensaba y pensaba en lo sucedido. El hipnotista me sacó parcialmente del trance para que pudiera darme cuenta de los cuernos tan flagrantes que me habían puesto. Ruana era Ruana y los minotauros eran sus cuatro negros. Hasta ese momento ella al menos se había cuidado de que yo no la atrapara jodiendo con ellos. No soy tonto, ¿para qué otra cosa podría Ruana haberlos contratado? Sin embargo, yo sabía que eran unos culeros con ella, pero ella al menos había tenido la amabilidad de sentir algo de respeto. En esta ocasión su respeto terminó, y pasó a asumir que, sabiendo yo que ellos la fornicaban a mis espaldas y que esa situación ya llevaba al menos un año, lo justo era hacérmelo saber con toda certeza, para mi vergüenza."

"Yo comencé a anotar en un cuaderno lo vivido, pero lo anoté en alemán, por no sé qué precaución. En mi reloj anoté en qué ubicación estaría el cuaderno de notas."

"Nada de esto podría contarte si no fuera por ese cuaderno, pues el hipnotista me borraba de la memoria la visión de lo sucedido. Me preguntaba cuál era el sentimiento que había experimentado. Yo le decía que humillación, culpa, vergüenza. Él me decía que eso era perfecto, que no recordaría detalles de lo sucedido ni por qué llegué a sentir tales sentimientos, que sólo los conservaría en mi corazón, sin referencia de quién me hizo sentir así ni quién me humilló. "Esos sentimientos serán tuyos", me dijo, "te acompañarán en cada paso que des, y las imágenes volverán a ti en sueños, y te sentirás mal, y cuando despiertes no podrás recordar el sueño, y sólo te quedarás con el sabor de la vergüenza, la culpa y la humillación. Tu alegria de vivir ha muerto, y el reinado de tu condición miserable inicia. Y vivirás amando a tu esposa, confiando en ella." Y así, perdí la noción de la realidad."

"En mi reloj anoté, en idioma alemán, la ubicación de mi extraño diario. Ni Ruana ni ninguno de los ignorantes que viven en mi casa saben alemán. Creen que mi reloj es tonto por tener letritas anotadas. Sin embargo, cuando me volvían a la lucidez, bastaba que mirase la hora, al mirarla veía que mi reloj tenía mi letra en alemán, revisaba lo que había anotado en el diario, y así pude tomar continuidad de todas las barbaridades que Ruana hacía conmigo, o al menos con mi cuerpo. En veces, no les importaba fraguar mi propia muerte enfrente de mi, seguros que una vez que me deshipnotizaran olvidaría todo, pero siempre subestimaron que siempre llevara la pequeña libretita y algo con qué anotar. Toma nota de esto, la sed de Ruana de dañar puede ser un punto débil. En este caso, dejarme un rato de vigilia para que fuese consciente de las humillaciones a que me había hecho objeto me permitió también anotar el curso de mi tragedia y buscar una salida. En el puente del sueño a la vigilia y de la vigilia al sueño, iba yo hilvanando mi triste historia."

"Padecí el dolor de saber que mi hija había muerto. Eso sí debería reprochártelo, el no haberme avisado de su muerte para despedir su cuerpo. Pero estuvo bien. Entiendo que sería arriesgarte y arriesgarme."

"Ya que se lea el testamento verás que nuestra amistad no muere con mi muerte. Te lo dije algún día, soy todo menos ingrato. Por razones que me llevo conmigo las cosas son como verás. No te doy instrucciones porque éstas te las das mejor tu solo. Acaso te pido lo que ya te he pedido antes, que seas tu mismo, pues sólo ello permitirá que hagas justicia."

Terminé de leer la carta. Sentí gozar de una extraña opulencia, tal como la que siente aquel que se ha ganado la lotería durante el lapso en que lo sabe y aquel en el que va a cobrar. Hoy comería tan bien como me vaya en la actuación de hoy. Mañana las cosas serían potencialmente distintas. Don Jonatán, excéntrico como es, pudo haber hecho un testamento con condiciones bien extrañas. Intuí que Ruana no estaría conforme con lo que su marido le iba a heredar.

Sin saber por qué, fui a visitar a viejos amigos del barrio bravo. El Machaco aun vivía. Al igual que yo, él ya no tenía un centavo de aquel viejo atraco realizado por nuestro sindicato de ladrones, aunque un tipo como él nunca es pobre. Yo no pude ofrecerle ninguna salida, de momento, pero, atendiendo a una rara intuición, le pedí su número de teléfono móvil. Él, confiando en que yo no era un traidor, me lo proporcionó.

Al día siguiente me presenté bien temprano en la notaría. Se siente un extraño pillaje. Ahí el muerto está en papel y deja instrucciones. Supuse que estaría Rosi, o mejor dicho, Ángela. Pero ella no llegó. Andrés llegó, vestido muy humilde. No tendría empleo desde hace tiempo, sin embargo había sido convocado. Lo encontré considerablemente mas viejo que antes. Se llegó el momento de la lectura del testamento y no llegaba Ruana. El notario tomó lista de asistencia e indicó que el testamento se leería en cinco minutos, con o sin la presencia de los interesados. Se escuchó una voz que se presentaba en la recepción.

-Buenos días. Venimos a la lectura del testamento del señor Jonatán Van Durstel.

No pude verla, pero pude oírla. Era Ruana. En segundos estaría en esa misma salita de juntas. Comencé a sudar, no sé si de miedo o de odio. Se escuchaba el ruido pesado de sus tacones, como si caminara con más peso del normal, y se escuchaba el sonido de zapatos de hombre, sólo un par de pies, vendría con Durón, si no me equivoco.

Yo estaba sentado en una silla muy cómoda, de esas giratorias, mis nervios eran notorios. La vi entrar y mi sorpresa fue absoluta pues lucía una barriga de unos seis o a lo mucho siete meses de embarazo, y a lado de ella no iba Durón, sino un tipo enfundado en un traje muy fino, con una corbata de seda azul. En un prendedor que ostentaba en el saco decía "Firma Legal Corporativa". Ella iba vestida de negro y sin maquillaje, como para dar esa apariencia de viuda muy dolida. El notario se conmovió y dijo.

-Pase señora. Lamento lo de su esposo. Espero poder servirles para el cumplimiento de su última voluntad. –El notario suspiró y continuó con una parte de su función que ha de ser rutinaria, esa parte en la que alaba un poco al difunto, expresa un fingido duelo y explica que debe proceder a cumplir con el deber- ¡A que Don Jonatán! Siempre tan inquieto y vivaz. Cuando vino le dije que es de sabios ser precavido. En fin, qué tristeza, era un tipazo. Pero en fin. Hagamos que su voluntad se cumpla.

-Si. Nosotros lo único que queríamos era que alcanzara a ver a su hijo.- dijo Ruana, conteniendo un llanto y quebrando su voz. Era toda una actriz.

-Bien. Estando presentes las personas que el de cujus ha tenido a bien citar...

-¿De cujus?- Pregunté.

El abogado de Ruana intervino para aclarar mi duda, sin perder la oportunidad de hacer evidente mi ignorancia en términos legales y darse su lugar a la vez. – Es el término legal por el cual se designa a la persona fallecida para efectos de su testamento o juicio intestamentario. Le pido de favor que las dudas legales las haga valer al final, así podremos continuar.

-En ese caso, ¿Puedo preguntarle a usted mis dudas?- Me hice el tonto.

-En efecto. Siempre que no sean contrarias a los intereses de mi clienta, La señora Ruana Chacón de Van Durstel.

El notario continuó luego de un apócrifo carraspeo –Ejem. Prosigo. Debo señalar que el testamento es un acto jurídico, unilateral, personalísimo, revocable, libre y formal, por medio del cual una persona física capaz dispone de sus bienes y derechos y declara o cumple deberes para después de su muerte. En este caso es un testamento público cerrado, ológrafo. Procedo a abrirlo y a darle lectura.

"SIENDO EL DÍA 20 DE MARZO DE 2002, YO, EL CIUDADANO JONATÁN VAN DURSTEL, EN PLENO USO DE MIS FACULTADES MENTALES SEGÚN LO ACREDITA EL COLEGIO DE PSICOLOGÍA DEPENDIENTE DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO, Y CERTIFICADO SIGNADO EN FIRMA AUTÓGRAFA POR SU PRESIDENTE, PSICÓLOGO MARTIN OCHOA, AL TENOR DE LOS ESTUDIOS QUE POR UN LAPSO DE TRES MESES ANTERIORES A LA ELABORACIÓN DE ESTE DOCUMENTO, Y CURADO YA DE LAS INFLUENCIAS PERJUDICIALES DEL C. RAMÓN ALCAZAR, PSEUDO PSICÓLOGO AMPARADO CON UN TÍTULO FALSO DEL CUAL NO OBRAN REGISTROS EN SU SUPUESTA CASA DE ESTUDIOS, A QUIEN DESCALIFICO EN LO ABSOLUTO PARA EMITIR JUICIO U OPINIÓN ACERCA DE LA SALUD DE MI VOLUNTAD AL HACER EL PRESENTE TESTAMENTO, MANIFIESTO: QUE LOS ÚLTIMOS DÍAS DE MI VIDA FUERON UN CAMPO EN EL CUAL PUDE VER LA GENTE CON LA CUAL REALMENTE CUENTO. LA VIDA A LADO DE MI ESPOSA, A QUIEN MUCHO AMÉ, ME REPORTÓ TODA SERIE DE EXPERIENCIAS, MISMAS QUE OBTUVIERON EN SÍ MISMA SU RETRIBUCIÓN. LA MUERTE DE MI HIJA LIGIA, QUIEN ERA MI HEREDERA JUNTO CON MI ESPOSA RUANA, ASÍ COMO LOS ACONTECIMIENTOS QUE SE RELACIONARON CON SU MUERTE, Y AHORA CON LA MÍA, ME MOTIVAN A HACER CAMBIOS EN MI TESTAMENTO. SI TUVIERA MÁS HIJOS CON RUANA LOS CONSIDERARÍA IGUAL QUE EN EL CONTRATO ANTERIOR (JA. JA. JA. SI SE DEMOSTRARA QUE TIENE MIS GENES, CLARO ESTÁ). A RUANA LE HAGO SABER QUE LOS TRATAMIENTOS QUE EL MÉDICO CONTRATADO POR ELLA, EL SEÑOR ALCAZAR, TUVIERON EL PEQUEÑO ERROR DE DEJARME UN RATO DE LUCIDEZ, Y EN ESTOS RATOS DE LUCIDEZ PUDE REGISTRAR TODO LO QUE ME HIZO VIVIR, DE AHÍ QUE CONOIERA SUS PLANES Y SUS MÉTODOS PARA LOGRAR SUS PROPÓSITOS. LAS PRUEBAS DE LO QUE DIGO ESTÁN EN LAS MANOS ADECUADAS, Y SON TAN CONCLUYENTES QUE TODA LA VERDAD SE SABRÁ EN EL MOMENTO EN EL QUE YO YA HE DETERMINADO. POR LO TANTO, INSTRUYO AL NOTARIO A QUE EN ESTE MOMENTO LE PREGUNTE A LA SEÑORA RUANA CHACÓN A CUÁNTO ASCIENDE EL IMPORTE DE SUELDO DE SUS SIRVIENTES CONOCIDOS COMO EL SEÑOR DURÓN, TIRSO, JUAN Y ESTEBAN, Y A CONTINUACIÓN SE LE PREGUNTE A CUÁNTO ASCIENDE LA CANTIDAD MENSUAL QUE YO LE DABA PARA SUS GASTOS, A RIESGO DE QUE, EN CASO DE QUE SE RESERVE LA RESPUESTA NO OBTENGA NADA DE HERENCIA. LAS CANTIDADES QUE SE DIGAN SERÁN DECLARADAS COMO IRREVOCABLES POR EL SEÑOR NOTARIO..."

Ruana estaba algo turbada por aquello de que Don Jonatán había puesto esta cláusula. E abogado de Ruana y ella se fueron a una salita contigua de donde estábamos. Para su propio descrédito, se escuchaba todo. El notario quedó sorprendido de ver que la mujer que tanto le había enternecido no era la dulce paloma que él había imaginado. Al otro lado del muro falso se escuchó a Ruana marcando un teléfono. Por el tono y las correspondencias de voz supe que había llamado al hipnotista.

-¿Bueno? Ahorrate las cortesías. Estamos en la notaría y el testamento hace declaraciones que no quiero creer. Dice que te han investigado y que tu nunca cursaste la licenciatura de psicología, que tu cédula es falsa y que no estás...

-Legitimado- susurró el abogado.

-...legitimado para ejercer tu profesión. ¿Qué me dices al respecto?

Silencio. Una vocecilla de genio aun atrapado en la lámpara se oía. Ruana contestaba cualquier cosa que le hubiera dicho la vocecilla, así.

-Cabrón hijo de puta. ¿Cómo me ocultas un detalle tan trascendental?

Silencio.

-No, no me amenaces porque sabes que te jodo.

Silencio.

-Vete al carajo.

El diálogo entre el abogado y Ruana continuó. Ella preguntó al abogado como si éste fuese más hábil que ella.

-¿Qué hacemos?

-Debemos prevenir el efecto de esto. Conociendo a su esposo, ¿Usted considera que quiere darles una indemnización o jubilarles?

-Puede tratarse de cualquiera de las dos cosas. No creo que tenga que ver con las propiedades, sólo con el dinero de sus cuentas bancarias y acciones. Tal vez deba inflar las cantidades. Si con ello va a determinar el monto de indemnización en dinero, que sea abundante.

-Si usted lo cree así.

-¿Mi hijo no puede recibir su herencia por el simple hecho de que estar en mi vientre?

-De acuerdo con la Ley, hay presunción de que el hijo que pare la mujer dentro del año posterior a la muerte del marido fue engendrado por éste. Por ese sólo hecho tiene derechos. Pero tratándose de testamento no sirve esta presunción. El testamento debe decir que le deja algo a su hijo. Aunque debo verificar algo. El testamento hace una broma respecto de su hija Ligia, y dice que si tuviera más hijos con Usted, siempre que se demuestre que tiene sus mismos genes, el testamento volvería a ser como antes. Es decir, dejaría la mitad a su hijo y la otra mitad a usted, así que si nace el niño y se demuestra lo que el testamento dice, no veo inconveniente legal en que usted sea heredera de todo, sin importar qué diga a continuación el testamento.

-Pero el hijo no es de mi difunto marido. Él y yo no estamos juntos desde hace un año.

-Si no es mucha indiscreción ¿De quién es?

-Yo qué sé. ¿Para qué la pregunta?

-Si fuese de algún pariente del señor todo estaría resuelto.

-No, el último hermano de Jonatán con el que me acoplé estuvo conmigo hace como tres años.

-Respecto de su marido. ¿Hubo abandono de hogar?

-No. Se fugó con una sirvienta. Pero vamos. Usted podrá arreglar que un médico le certifique que el niño es gemelo de su padre si es necesario.

-Podría arreglarse.

-Hay otro problema. Pero bueno, no viene al caso tratar ese tema. Basta con que el niño nazca, ¿Cierto? Volvamos. Qué más da decir las cantidades que sean. Me quedaré con todo de todas maneras.

Ruana entró tocándose el vientre, como si estos trámites legales le amenazaran su integridad de madre. Con una mirada dulce, como la de un cachorro, le dijo al notario.

-A mi me empezó a dar como cuatrocientos mil pesos al mes para gastar. Desde hace unos seis años.

-¿Y los sirvientes?- preguntó el notario visiblemente irritado por las cosas que había escuchado en el cuarto contiguo. Mismas que se habían escuchado a plenitud. El notario me había hecho una seña que no supe interpretar, pero me pidió que me calmara.

-Pues ellos ganaban como cien mil pesos al mes.

-¿Merecían tanto?- preguntó el notario.

-Si le contara. Claro que desquitaban eso y más.

-¿Desde cuándo ganaban eso?

-Igual, como desde hace seis años.

-Debo preguntar si todos ganaban lo mismo, pues el de cujus pregunta individualmente.

-En realidad no. El conocido como el señor Durón gana doscientos cincuenta mil pesos al mes, y Tirso ganaba cincuenta mil, Esteban cincuenta mil, y Juan cincuenta mil.

-¿Por el mismo plazo?

-Si.

-Bien. Quedan registradas sus manifestaciones. Las cuales son a partir de este instante irrevocables. Prosigo con el testamento.

" HECHAS LAS MANIFESTACIONES AL NOTARIO, HAGO CONSTAR QUE SOSPECHO QUE SIEMPRE FUI OBJETO DE ROBO, PERO NUNCA SUPE QUIÉN ERA QUIEN ME ROBABA. EN ESA TESITURA, SÓLO PODRÁN SACAR DE MI CASA EFECTIVO QUE SUME HASTA LA CANTIDAD MANIFESTADA, Y CUALQUIER PESO MÁS ME SIGUE PERTENECIENDO. ASÍ, EL NOTARIO DEBERÁ CALCULAR CUÁL ES LA CIFRA QUE POTENCIALMENTE RUANA PODRÁ EXTRAER DE LA CASA YA QUE SE MARCHE, A VERIFICARSE POR LOS VIGILANTES QUE AL EFECTO YA CONTRATÉ. (FAVOR SEÑOR NOTARIO DE CALCULAR LA SUMA QUE POTENCIALMENTE PODRÁ RUANA LLEVARSE)"

El notario calculó el monto que aplicaba a Ruana y dijo.

-La cifra que la señora podrá extraer en efectivo de la casa asciende a veintiocho millones ochocientos mil pesos.

Ruana sonrió. Quizá pensó que si se avecinaba algún juicio, al menos ella ya contaba con esa suma nada despreciable. El abogado se dio el lujo de aplaudir un poco y mirar a Ruana con aire triunfante. Aunque Ruana estaba regocijada de su inteligencia, ella no podía quedar conforme con eso sabiendo que la fortuna de Don Jonatán era muy superior. Le preocupaba que el testamento ya había hablado de que ella tendría que abandonar la casa, y sus sirvientes también. Pero se sentía confiada.

-Prosigo.- dijo el notario.

"AHORA BIEN. LOS SIRVIENTES FUERON UN LUJO QUE RUANA DEBE PAGAR, PUES SÓLO ELLA LOS DISFRUTÓ. ENTONCES, LA CANTIDAD QUE ELLA PODRÁ EFECTIVAMENTE EXTRAER SERÁ DE RESTAR A LA CIFRA QUE POTENCIALMENTE SE PODÍA LLEVAR Y CONFRONTARLA CON EL COSTO DE LOS SIRVIENTES QUE LE ABRIERON A LA VIDA DURANTE EL TIEMPO QUE ELLA HAYA DICHO. (SEÑOR NOTARIO, PROCEDA A HACER EL CÁLCULO, INDÍQUE CUANTO PODRÁ EXTRAER CADA UNO DE LOS SIRVIENTES DE RUANA Y EL SOBRANTE SERÁ LO QUE ELLA PODRÁ DISFRUTAR)"

La cara de Ruana era una furia. El notario comenzó a calcular y dijo.

-A la persona que ustedes llaman Señor Durón le corresponden dieciocho millones de pesos. A Tirso tres millones seiscientos mil pesos. A Esteban tres millones seiscientos mil pesos. A Juan también tres millones trescientos mil pesos. A la señora Ruana, cero pesos.

Tuvo Ruana un conato de desmayo al ver que sus sirvientes eran ahora millonarios y ella no tenía, hasta ahora, un solo centavo. El abogado se hizo el tonto, como para dejar en claro que había sido ella la que había sugerido las cantidades y que en eso él no había tenido nada qué ver. Sin embargo, el golpe letal estaba aun por venir.

"ACLARADAS ESTAS CIFRAS, HE DE CONCLUIR QUE HAY DOS PERSONAS A LAS CUALES LES DEBO UNA DISCULPA, Y ESAS SON ANDRÉS Y ÁNGELA, PUES MERECEN MUCHO, Y A PESAR DE QUE ANDRES FUE UN COMPAÑERO FIEL A LO LARGO DE TANTOS AÑOS, ME DEJÓ AL ÚLTIMO, EN LOS MOMENTOS EN QUE MÁS NECESITE DE UN TIPO COMO ÉL. NO LO JUZGO, HABÍA DADO MUCHO. Y DE ÁNGELA QUÉ PUEDO DECIR. LES PIDO DISCULPAS PORQUE NOMBRO COMO ABSOLUTO Y UNIVERSAL HEREDERO AL SEÑOR BASIL LARA JARA, AUNQUE CONFÍO QUE BASIL SABRÁ SER JUSTO Y COMPARTIR CON USTEDES UN POCO DE LO MUCHO QUE LE DOY"

Andrés, pese a que había sido excluido formalmente del testamento, había tenido la entereza de burlarse del nombre que mis padres me habían puesto aun antes de saber que iba a ser payaso. Ruana no lo tomó nada bien. Se desvaneció en un desmayo y las secretarias del notario tuvieron que reanimarla con alcohol. Ela volvía en sí. Yo hablaba con el abogado sabiendo muy bien de qué parte estaba él, e hice algunos comentarios con el fin de protegerme. El abogado supo que, con suerte, su clienta tendría para pagarle, pues hoy por hoy no tenía nada.

-Disculpe. Esto de ser rico es nuevo para mi. ¿Tendré problemas? Yo tengo firmado un testamento en el cual señalo como beneficiaria absoluta a mi ex esposa- mentí- y quiero casarme de nuevo, tener una familia, así como Don Jonatán, y no me gustaría dejar indefensa a mi nueva familia si algo me pasara.

-En efecto, debe ir a la notaría en la que tiene su testamento y revocarlo, o en su caso ponerlo a favor de quien tu quieras.

-No le digas nada. Que pague sus propios abogados.- dijo Ruana recuperándose.

-Disculpa Ruana- la tutee- Yo nada tengo que ver en lo que tu marido decidió.

-Ni creas que me marchare de la casa. Nuestro hijo nacerá, y todo será mío. Anda,- se dirigió a su abogado- dile al notario que tienes una observación al testamento.

El abogado le expresó al notario el alcance que podría tener la broma de Don Jonatán acerca de si tuviera otro hijo. El notario, conocedor de las leyes y la corrupción que puede llegar a haber, lamentó darles la razón. El abogado adelantó que por lo pronto su clienta tendría que seguir viviendo en la casa, al menos hasta que el niño naciera. Yo, viendo el matiz de las cosas, me dejé llevar e incluso mentí sentimientos que me colocaran en una aparente debilidad frente a Ruana. Esa debilidad era una fortaleza que Ruana sería incapaz de ver.

-Pero claro, yo no soy tan rudo como Don Jonatán. Para mi que mejor que una mujer tan linda viva conmigo. Antes no tenía esperanzas con ella, pero quien quite y con mi actual posición podamos hasta caernos bien.- la miré con lujuria, es decir, con esa parte humana de la cual ella es reina. Ella advirtió que podría sacar ventaja de mi novedoso interés y dijo reprimiendo su odio.

-Lo veremos. No de todo por hecho.

-Además, no sabía que esperabas un bebé. Creo que si Don Jonatán hubiera sabido de él no me habría heredado a mi. Creo que los hijos se merecen todo. Me siento un poco ladrón.

Ruana no desconfió de que cada palabra que decía fuese una idiotez que me hundía en la ignominia y en sus garras. Mi mensaje secreto en todas estas mentiras era muy claro. No puedes matarme porque todo pasaría a una ex esposa mía, mujer que ellos no tendrían por qué saber si existía o no. Daba a entender que en un peligro y podría casarme yo mismo con Ruana, o ser tan tonto como para que, con un poco de convencimiento, donase al virtual hijo de Don Jonatán toda su fortuna. Más expuesto y torpe no me pude haber mostrado. Ruana y el abogado se fueron. No irían a la casa, pues tendrían muchas cosas sucias de qué hablar.

Los que fuimos a la casa fuimos Andrés y yo. Al llegar, sustituimos a los vigilantes con unos guardias de nuestra confianza. Nos adentramos y llamé a los mayordomos. Les expliqué el nuevo orden de las cosas. Esteban, Tirso y Juan no se quejaron. Habían jodido mucho a Ruana como para seguir deseándola, así que la noticia de que se podían marchar en ese instante, sin una investigación criminal encima, con una maleta de tres millones seiscientos mil pesos en efectivo, no les venía nada mal.

Supervisé las maletas que hicieron. Se llevaron su ropa exclusivamente. Bajaron a un pequeño sótano y de ahí sacaron dinero. Era dinero legal. Suyo. Les di a firmar unas hojas que me había dado el notario en las cuales aparecía mi firma, la firma de dos testigos y el sello de la caseta de vigilancia de la casa, que lo tenía. Llamé a otro testigo, a Salomé. Me informaron que Salomé ya no estaba de momento porque estaba hospitalizada, pues Ruana había provocado que quedara tuerta del ojo izquierdo. Un accidente, según esto. Lo lamenté. Llamé a Romualda. Firmó Andrés, firmó Romualda, firmé yo, firmaron Tirso, Esteban y Juan. A la salida de la casa contamos los billetes. Pesos más pesos menos se fueron. Los tres negros ni siquiera voltearon para echar un último vistazo a la casa en que habían vivido tantas cosas, sus dientes blancos sonreían.

Durón era más rudo. A él no le importaban los dieciocho millones de pesos porque siento que tenía fe en que podría tener mucho más que eso. Llamó a Ruana, quien le confirmó que era cierto lo que yo decía. Sin embargo, después de la llamada, Durón me sorprendió diciéndome que él quería marcharse también. Juntar su maleta fue más complicado, pues tuvimos que sacar efectivo de los escondrijos más recónditos. Como no podíamos abrir la caja fuerte, Durón delató el escondite del dinero de Ruana. No sólo sacamos el faltante, sino que volvimos a esconder el resto de dinero, para que Ruana obtuviera la cantidad que su marido le había heredado, es decir, cero pesitos.

Cuando Ruana iba llegando, el señor Durón iba de salida con sus tres maletas. Ruana le preguntó qué significaba aquello y él sólo le dijo que se marchaba. Ella entró en histeria. Él, con crueldad le dijo que todo esto ya no le redituaba nada, que le llamase si algún día podía pagarle sus servicios. Ruana empezó a explicarle que entre ellos había algo más que negocios, cosa que el señor Durón negó con fría antipatía. Ella intentó abrazarlo, y él la empujó para que cayera sobre su propia barriga. Imagino que en nuestros tiempos esta escena es patética por el abuso en sí, pero no quiero imaginar yo esta estampa en tiempos de la colonia, en tiempos del racismo más recalcitrante. Ver a una mujer tan blanca y distinguida suplicándole a un negro que no la abandone, ella, segura de su fineza, y él, seguro de la grandeza de su verga. En realidad era una discusión entre un coño y una verga. Daban lástima los dos. El señor Durón mandó llamar un taxi. Yo me fui a un lado en el jardín e hice otra llamada.

Di las señas del señor Durón al Machaco. No podría fallar. Negro como el ébano, con una camisa amarilla de seda, con un pantalón blanco, zapatos del mismo color, a bordo de un taxi, cruzarían la puerta de seguridad del fraccionamiento veinte minutos después de que yo le volviera a llamar. No le dije quién me dio la información, pues no quería que él supiera quien era el nuevo yo, ni cuáles eran mis nuevas propiedades. Le dije que la información me la había dado un soplón, pero que el dato era muy fidedigno. No le dije cuál era el botín, dejándole saber que yo sí sabía el monto, pero que quería dejárselo a la sorpresa. Le hice jurar que me daría la mitad. Él se mostró curioso y formal. Era un hombre de palabra, por muy asesino que fuera. Me preguntó si había que enfriar al dueño del botín, y yo le dije que quitarle lo que llevaba era como matarlo, pero sugerí que si lo secuestraba para encerrarlo en una mazmorra y rentarlo como semental a las más feas e insalubres mujeres de la ciudad estaría muy bien. Preguntó por qué, así que le describí la verga de Durón. Machaco hizo ruidos de asombro para luego decir que una verga así deja mucho dinero, que haría el trabajo completo, aclarando que lo de echarlo en una mazmorra para que joda ancianas corría por su cuenta.

Llegó el taxi por el señor Durón. Era un taxi modesto. Llamé por teléfono. Le di las señas al Machaco, con placas y todo. Él me confirmó que ya estaba a las puertas del fraccionamiento. Quedé de verlo el viernes para recibir mi parte. Durón había sido un hijo de puta igual de culpable que Ruana. Siento que Ruana no hubiese sido tan perversa si no hubiese tenido todo el tiempo en su mente la verga de este negro, y la expectativa de tenerla metida en el culo. Mi acto tendría varias repercusiones, por un lado, hacía entender a Ruana que todo el amor de Durón había sido una farsa. Irónicamente, Durón, el más rico de los tres esclavos, sería dentro de unos minutos el más pobre, y no sólo pobre, sino que en manos del Machaco se convertiría en menos que un animal de joder. Ruana se quedó en el suelo, llorando al sirviente que le abandonaba, pensando quizá en la última vez que aquella carne negra se le había metido en el cuerpo y la ironía de que nunca se sabe cuándo es la última vez que uno haya de entregarse a otra persona. Andrés también se retiró, le había dado una maleta con quince millones de pesos. Me importaba bien poco el dinero.

Una vez que se fue Andrés también se fue el abogado. Tirada aun en el suelo estaba Ruana. Con sus manitas en la cara, limpiándose las lágrimas y los mocos, dando pena ajena con su enorme panza. Se limpió las mejillas como si dijese, "Ruana, aun de esto debes sobrevivir". Alzó la vista, sus ojos eran verdes, sus pestañas no eran fibrillas separadas sino picos de cabello agolpado por la humedad de las lágrimas. Era una mirada fiel a la de Monserrat. Ella advirtió ternura en mis ojos. No sonrió, pero por su postura corporal supe que muy adentro de sí concluía que en este mundo, por absurdo que pareciera, sólo tenía una persona: a mi.

Yo no quise desilusionarla, no todavía, así que me dirigí a ella y le tomé con ternura y le dije que en su estado no debería sufrir tanto. Ella se dejó mimar. Con un pañuelo le limpié las lágrimas y los mocos. Ella me sonrió. ¡Qué linda era su sonrisa cuando no surgía de su lado diabólico! Así, abrazándola por los hombros, la encaminé rumbo a su habitación. Supo que de nada servía quejarse al ver que el baúl donde tenía su dinero estaba vacío, pues según el testamento eso era lo que le tocaba, nada. Era mi huésped.

Al día siguiente a mi ya me llamaban El Patrón. Toda la noche lloró Ruana. Todo el día también. Dejé instrucciones de que ella podía salir en el momento que quisiera, pero en tal caso revisaran que no sacaba ningún bien ni dinero, y sentencié que si salía sin mi autorización tendría denegado el derecho a volver a entrar a la casa. Yo salí acompañado de Andrés en un carro muy modesto y me dirigí a donde el Machaco. Todo había salido como había previsto. Me dio mi maleta con dinero. Me robó, pues me dio ocho millones y medio. Le pregunté por el negro. Me dijo que se había resistido mucho, pero que por fin había entendido que no tenía caso resistir. Me comentó incluso que ya se había aventado sus primeras dos chambas.

Nos retiramos de ahí. El dinero se lo entregué a Andrés. Era su paga.

Regresé a la mansión. En el patio estaba Ruana. Era un mundo de casa y ella estaba sola. Tal vez cualquier esposa hubiera hecho lo que ella si no se le permitía tener vida social y demás actividades. Me acordé de aquella frase de Don Jonatán cuando me narró la brutal noche de bodas que tuvo con Ruana, dijo "Entonces tuve que hacer lo que cualquier hombre con un poco de dignidad hubiera hecho..." y luego me contó que prestó a su mujer a ocho amigos para que la violaran vestida de novia. Tal vez Ruana pensó igual y determinó que ella sólo estaba haciendo lo que cualquier mujer ordinaria con un poquito de amor propio hubiera hecho, y por ende fue puta cada día de su matrimonio, poniéndole los cuernos a Don Jonatán en sus narices, haciéndole pagar de su propia bolsa los negros que le montarían una escandalosa orgía. Puede ser que ellos sencillamente eran iguales.

La casona daba vértigo de tan grande. Me acerqué a ella, sin plan de que sintiera que era su enemigo. Le pregunté cómo estaba. Ella empezó a platicar, y al hacerlo era como cualquier mujer. Sentí un impulso de acabarla, pues es regla que los momentos de debilidad de los enemigos deben aprovecharse, pues luego de ellos regresan con brío renovado. Así, para mi probable desdicha, aquella tarde sentí un poco de simpatía.

Comimos. Ella subió a su cuarto y se encerró. Yo me paseé por el cuarto vacío de Monserrat y nutría mis ansias de hacer que Ruana pagara. De regreso a una habitación que ahora era mía vi la puerta de Ruana abierta. Dentro ella estaba en una bata de maternidad, una de color celeste con un bordado de flores. Era una prenda que era linda pese a que tienden a ser ropas bobas que exaltan la calidez maternal y el dulce perfume a bebé que empieza a inundar toda casa en la cual se espera la llegada de la cigüeña. Ruana cargaba una muñeca y la peinaba. Lloraba a la vez. Aquel cuarto que hace apenas una semana olía a orgía, ahora olía a talco para nalguitas. Un poco motivado por el llanto de Ruana, asomé la cara por la rendija y pregunté.

-¿Está todo bien Ruana?

Ella volteó. Su rostro era el de una virgen inmaculada, plena de pureza. Su cabello estaba recogido en una trenza que hacía que se viese perfectamente la blancura de su cuello. Sus pechos estaban más hinchados que siempre, pues estaban reventando en leche, o llenándose para hacerlo. Sus ojos eran cristalinos y generosos.

-Todo está casi bien.

-Explícame.

-Ven, siente esto.

Me acerqué. Ella me pidió prestada mi mano derecha y la colocó en su vientre. A mi contacto el hijo que yacía en su vientre reaccionó, como si me saludara.

-¿Sientes que fuerte está?- dijo con una voz dulcísima.

-Si- contesté conmovido. Me tomó la mano y me puso a sentir su vientre. Era una panza redonda y perfecta.

-Este embarazo me está cambiando. No sé quien soy, seguido lloro sin motivo, me pongo sensible. Sé que no te importa saberlo, pero cuando despediste al señor Durón sentí un sufrimiento, pero también un alivio que no esperaba sentir. Es como si él representara todo lo que soy o era, pero que no me gusta ser. Y eso me llena de miedo. ¿Qué me está pasando? ¿Qué es?

Y ahí es donde yo expresé una de las frases más mamonas de mi vida, quizá no por su contenido pero sí por su contexto. Le dije. –Se llama bondad, Ruana, eso que te invade se llama Bondad.

Ella lloró ante mí como ha de haber llorado Lázaro cuando Cristo le dijo "Levántate y anda". La dejé llorar y lo hizo con tanta amargura que casi le creo su sufrimiento. Me atreví a preguntar.

-¿Y por qué dices que esto es casi perfecto?

-Porque tengo ganas de que me hagan el amor. Pero sé que te doy asco.- con su mano condujo la mía a que pasara de la panza al coño.

-No es eso, sólo...

-¿Podrías llenarme aunque no me ames? Mi cuerpo lo necesita verdaderamente-

Su voz era ronca. Todo en ella era magia negra, y sin embargo yo me sentía con la seguridad de poder comenzar a hacerle daño sin salir yo mismo lastimado. Si fuese real su proceso de cambio sería una buena venganza, hacerle creer que tiene derecho a la bondad para luego hacerle añicos su nueva fe. Era una madona ninfómana, la pureza con ganas de corromperse. Con mi mano le di el sí. Comencé a tocar su coño sobre la bata de maternidad. Ella sonrió con dulzura, y dijo "Si. Si. Gracias. Eres un caballero."

Si de ordinario algunas mujeres tienen un par de labios carnosos en su vulva, Ruana tendría más bien mejillas, pues su coño quedaba flanqueado por carnosidades muy suaves que parecerían un par de gajos de una toronja bien madura. Quise ser tierno, pero notaba que si apretaba un poco fuerte mis dedos en su sexo ella castañeaba los dientes de placer. Ella se recostó en la cama y abrió sus blancos muslos, y con esa voz de ángel me dijo.

-Alíviame este ardor. Mi cuerpo quiere sentir un hombre.

Le levanté la bata y vi lo que ya había imaginado. Sus bragas estaban completamente empapadas, la parte de abajo era delgada y un par de labios voluminosos y anaranjados rodeaban las orillas del calzón, como si hubiesen comenzado a tragarse la prenda. La hice sentarse más cómoda y acerqué mi lengua con una lentitud desesperante. No removí el calzón, lo dejé ahí, interponiéndose entre mi lengua y su clítoris, entre mi lengua y la cavidad de su coño. Aun así, como los labios de su vulva rodeaban el calzón, me dediqué a rozarlos lentamente con la lengua. Ruana lanzó un gemido. Su piel olía a un perfume muy sutil, era la fertilidad, el poder creativo abandonado a las necesidades más primarias. Seguí restregando mi lengua lentamente. Podía sentir en la punta de ésta cada cabello que se atravesaba en mi camino, la tersura de su piel lisa, naranja y brillante. Por fin hice a un lado el empapado calzón y con mi lengua me puse a jugar con el clítoris de Ruana, que estaba duro e inquieto. No sé si se debía al embarazo o al camino recorrido de este coño, pero los labios parecían ciertamente un alcatraz, pero no en su flor, sino en su hoja, tal como si el tallo central fuese la cavidad y los labios colgantes fuesen la hoja en sí. No era un coño feo, simplemente era un coño intenso, acostumbrado a refriegas muy salvajes. ¿Qué sentía ella ante mi ternura? Me esmeré en proporcionarle todo el calor y cuidado al cual seguro no había accedido nunca. Metí mi lengua en su cavidad y ella comenzó a mover sus caderas, gozando.

-Siento tanto alivio. Este embarazo me llena de un furor que no puedo calmar con nada. Pero eso que estás haciendo está dando resultado. Sigue.

Le desabotoné la bata y se la arranqué. Su cuerpo era una de las imágenes más bellas que hubiese yo visto, pues no solamente era ella muy hermosa, sino que todo su ser latía en un concierto creativo. Arranqué sus bragas. Su sostén lo dejé para después. Eran sus mismos pechos, sólo que esta vez cargados, preparados para manar leche tibia y excitantemente amarga. Estaban enfundados en un sostén negro que los aprisionaba, y ellos temblaban como queriéndose deshacer de toda la ropa. Pero lo más extraordinariamente bello era su panza, redonda, brillante como si en ella se hubiesen vertido aceites aromáticos. Era como un foco encendido que emitía pulsaciones, no sólo de sangre, sino de sangre y energía. Tocar aquel vientre era como pasar la mano sobre el horizonte circular de la tierra y sentir su intenso respirar. Ese vientre me llenaba de paz con sólo verlo. Quería abrazarlo y pegar mi mejilla en él de forma indefinida.

Yo me desnudé. Ella miró con curiosidad mi verga. No era a lo que estaba acostumbrada pero le pareció del ancho y largo mínimo suficiente. Con voz de adolescente me dijo.

-¿Me dejas mamarte?

Yo pensé que así, pedido amablemente, podría dejarla hacer lo que ella quisiera. Ella era como una perra educada, de esas que están domadas, a las cuales puedes ofrecerles un filete y ellas se acercarán a tomarlo con toda delicadeza, pero que al tener el filete a unos escasos milímetros de sus dientes los ojos se desquician con lujuria verdadera, con una gula milenaria, y que al tener el trozo de carne en sus en sus fauces, lo devoran conforme dicta su instinto. Así pasó con Ruana, que al tener en su boca mi verga, comenzó a mamarla con tal entusiasmo que me quedé impresionado de su maestría. Yo estaba excitadísimo de ver aquel rostro angelical sometiéndose a las más bajas prácticas del placer, mordiendo, lamiendo con la verga bien clavada hasta la garganta, rodeando mi tronco con la lengua. Ella, al saberse observada se colocó en una posición de lado que si bien sacrifica un poco las sensaciones físicas en el pene, incrementa la experiencia visual. Se hizo el cabello al extremo opuesto para que yo pudiese observar bien lo que hacía, y encorvó su cuerpo para que pudiera ver bien su panza. Ella engullía mi verga y la pasaba por la cara interior de sus mejillas para que yo pudiera ver el bulto que mi verga hacía dentro de su boca, como si mi palo fuese una descomunal y gruesa vena que cruzaba sus cachetes. De vez en vez dejaba de tragarme para jugar con su lengua a rodear mi glande, causándome mucha emoción. Su lengua hacía maravillas en la punta de mi verga y las comisuras externas de sus labios abiertos dibujaban una clara sonrisa. Con sus ojos verdes me miraba fijamente a los ojos, y con un guiño parecía agradecerme que le prestara mi verga para jugar. La saliva manaba de su boca abundantemente.

Se desabrochó el sostén y pude ver que la aureola de sus pezones era inmensa y naranja. Ver aquel par de tetas me devolvía a mis recuerdos más remotos, a mis necesidades más básicas, al puente de mi vida, a una afición predadora y caníbal. Ella colocó mi verga ensalivada entre su par de tetas y comenzó a masajearla. Sus pechos despedían una atracción especial. Si su suavidad era incomparable, nada me preparaba para su cálida temperatura, similar a la de la axila de un gato perezoso. Mi pene resbalaba de una manera deliciosa. Me hubiera gustado correrme en ese instante. Dejó de restregarse mi verga en sus pechos y volvió a tragarme, esta vez con más avidez.

-Lámeme tu también.- me pidió. Yo me acomodé dispuesto a lamerle aun más el coño, pero ella aclaró.

-Pero el coño no. Lámeme el vientre. Pero con ternura, no con sexo. Como si yo fuera tu madre. ¿Cómo amarías el vientre de tu madre sabiendo que tu estás adentro?

Pues he ahí que sin saber ni como Ruana me metió en una situación incestuosa, haciéndomela ver como algo tierno, normal y hasta recomendable. Comencé a venerar su bendita panza, con mis manos la acariciaba como si fuese el tesoro más valioso, olía su perfume, un perfume suave. Dentro, la vitalidad pulsaba. Con mi lengua repasaba toda la circunferencia de su vientre. Ella había dicho que besara su vientre sin sexualidad, sin embargo, ello era imposible porque en contraste con mi sutileza y devoción al besarle su panza, ella devoraba con voracidad mi verga, doblándola con toda la fuerza de su garganta, agitando su puño rapaz a lo largo de todo su tronco, haciéndome sentir como el semen comenzaba a arder en mis testículos. Su mamada era tan vigorosa y tan experimentada que no dudé en pensar que no sabía nada de mamadas hasta ahora. Su frenesí fue tan apabullante que dentro de un rato yo ya no podía concentrarme en besar su panza, sino sólo en recibir aquella mamada tan fascinante. Ella se echó mis testículos a la boca y los chupó con fuerza mientras con el puño manipulaba mi falo. Sus manos estaban dotadas de la energía de la lujuria, y era como si amasaran mi esperma para que saliera.

Dejó de mamarme y se tumbó de lado. No necesité que ella me dijera lo que necesitaba. Me coloqué encima de ella, sin aplastarla, obviamente, y la ensarté en el coño. Una rara precaución me hacía que no la empalara completamente, y le metía la mitad de la verga solamente. Ella anticipó uno de mis embistes y se hizo para adelante, demostrándome que le cabía toda mi verga adentro. Al instante explicó.

-El ginecólogo dice que es un mito que el hombre le da de coscorrones al niño. Anda. Métemela con confianza. Tu compórtate normal. Si algo me incomoda te digo.

Si su ginecólogo lo había dicho, yo quería creerle, y fue entonces que me convertí en un salvaje y comencé a empalarla, primero suave, pero después frenético. Me preguntaba si yo también era como la perra de que hablé, y que ya ensartado me importaba un bledo el niño, o la panza, o ella misma.

-Me lastima un poco.

-Disculpa- dije sacándola.

-Me tienes muy caliente, no me dejes así.

-¿Te penetro de nuevo?

-Si. No importa.

Seguí jodiéndola, aunque con más mesura. Estaba yo penetrándola en el coño y ella había llevado una de sus manos a su culo, y había metido ya algunos de sus dedos ahí. Yo seguía hipnotizado con su vientre, y sintiendo un morbo descomunal, me sentía excitado de saber que estaba penetrando la madre de un hijo de otro, era como un sentimiento territorial, así como los leones que matan a los cachorros del macho anterior y sobre sus cadáveres violan a la madre, preñándola. No debía sorprenderme de estar pensando cosas crueles y lejanas de la humanidad, pues yo ya había notado que toda ella era magia negra y aun así había decidido entrar a sus dominios. Ella volvió a usar su voz de niña.

-No seas malo. Dame por detrás.

Yo saqué mi verga y me enderecé, la enfilé en la entrada de su ano y lo metí por completo. Ella sonrió con cara de viciosa. Estábamos tumbados sobre nuestro costado derecho, pues obvio no quería aplastarla, así que la postura de lado era la que más movilidad nos ofrecía. Por un momento la sujeté de la cintura con ambas manos, y estar así hizo que no pudiera recargarme en codos ni apoyarme de ninguna manera, quedando como si la estuviera empalando de perrito pero en vez de que ella estuviera en cuatro patas y yo encima, estábamos tumbados como una pieza de ajedrez que se cae de lado, eso sí, fornicando. Mi pecho no tocaba su espalda. Así. Sujetándola atrás no veía yo su panza, sólo notaba su embarnecida cintura y sus deliciosas nalgas en forma de pera que de lo angosto ganan un volumen redondo, y desde luego, veía mi verga entrar y salir por el arillo de su culo. Su piel era tan blanca y mi verga tan prieta que la distorsión de color me tenía hechizado. El calor de su culo era tan intenso que la parte de mi pene que salía durante el embiste sentía congelarse al contacto con el aire, muriendo por volver a estar dentro de aquel cuerpo blanco. La estaba barrenando de una forma tan animal, olvidando que ella tuviese algún estado especial.

Fue entonces que decidí tener más contacto, así que, así tumbados como estábamos sobre nuestro costado derecho, pegué mi pecho a su espalda y pasé mi brazo derecho por debajo de su cuello, doblando mi codo para abrazarla, posando mi mano en su pecho izquierdo. Mi mano izquierda la posé en su vientre. Mi cadera no hizo tanto juego ya, estaba bien encajado y mi deseo era bombear en embistes muy cortos pero bien metidos. Sus nalgas despeinaban mis vellos del pene, pues mientras mi cilindro se metía inclinado por su culo, masajeando internamente el interior de su vulva, mis caderas masajeaban en forma lenta y densa, sus nalgas. Ella estaba loca de placer. Mi mano apretaba su magnífica teta izquierda, sintiendo que abrasaba la más cálida cantimplora de leche. Sentí que tenía ganas de regarme, así que me enderecé sobre ella, dejé de abrazarla, me puse de rodillas sobre la cama, apuntando mi pene a su barriga, le dije.

-Quiero que veas.

Ella era toda luz, su mirada toda lascivia, su boca toda hambre. Miraba con morbo como manipulaba mi verga con las dos manos. Con sus ojos me comía, su cuerpo entero estaba impaciente de recibir mi descarga caliente sobre su tersa piel. Comencé a sentir los estertores propios del orgasmo y comencé a reír, ella también, yo de placer, ella porque no entendía nada, y así, como si mi verga fuese un ángel atrapado por un ogro, así sacudí mi palo, y como si yo fuese ese ogro y le cortara la yugular al ángel y éste comenzara a verter borbotones de su sangre blanca purísima, así parecí degollar al ángel y a esparcir su líquido blanco, vital y candente sobre el vientre de Ruana. Ella exclamó un profundo "ahhh siiii". Los chorros salían disparados como emanados de la yugular de mi ángel asesinado, cayendo pesados sobre aquel hermoso cerro de vida. Una vez que me hube regado del todo, con la mano distendí mi semen por la redonda panza, llevando un poco también a los enormes y turgentes pechos. La suavidad que produce el semen es una sensación satinada que ningún lubricante iguala. Aquella panza y aquellos pechos eran un resbaladero. Ruana me pidió que le mordiera las tetas. Le gustó que le obedeciera sin escrúpulo alguno, sin hacer filosofía a su sus pechos estaban o no llenos de mi leche.

-Eres muy bonito- me dijo.

-Gracias.

Me incliné y nos besamos en la boca con una profundidad indescriptible. No supe cómo interpretar aquel beso, pues todo mi ser me impulsaba a creer que era un beso de amor, pero mi sano juicio me indicaba que era mala idea creerlo.

Las necesidades sexuales de Ruana eran muy intensas e insistentes. Yo la atendía en medida de mis posibilidades. Seguido nos quedábamos en la cama a disfrutar uno del otro. Como amante era una compañera muy interesante. En una ocasión salió un tema escabroso. Me atreví a tocar el tema a sabiendas que ella no tenía muchas oportunidades de guardar una farsa.

-¿Cómo es que pude hacerme una idea tan distorsionada de ti?- le dije.

-No puedo responderte porque no me has dicho cómo me apreciabas.

-No sé. Siempre pensé que eras una arpía, que lo único que te importaba era que Durón te montara, que te vulneraran en muchas maneras.

-No deberías meterte con eso, porque no sabes la historia completa. Yo originalmente no me iba a casar con Jonatán, sino con un novio que tenía. Jonatán era patrón de mi novio, quien le era leal. Jonatán fue nuestro padrino de bodas. Él pagó todo y ofreció una de sus mansiones para que en ella se celebrara la boda. Yo era muy joven y muy ingenua en ese entonces. El dinero que Jonatán tenía me deslumbró mucho, e hizo cuestionarme si no desperdiciaba mi vida casándome con el empleado y no con el patrón. Mi novio era bueno conmigo y me respetaba. La noche de la boda Jonatán me dijo que tenía una sorpresa para nosotros. Yo le tenía por un hombre generoso, así que acepté ir a ver ese regalo. Camino al lugar me ofreció un brindis, y nunca pensé que fuese a colocar alguna sustancia en mi bebida. Cuando llegamos a la habitación yo tenía un furor en mis entrañas. Él me ofreció a sus amigos y abusaron todos de mi.

-¿Y tu novio qué hizo?

-Mi novio vio todo. Y me perdonó.- dijo ella con simpleza. Yo no le creí.

-¿Y por qué volviste con él?-

-Yo no era virgen al llegar a mi noche de bodas. Mi novio creía que si. Yo desde niña siempre fui muy precoz, a los nueve años ya conocía perfectamente cómo eran mis genitales, pues me los veía en el espejo, sin embargo, cuando llegué a mi madurez sexual mi cuerpo me pidió satisfacción, y me entregué a muchos muchachos. Me da pena decirlo ahora, pero mi novio era tan respetuoso y me tenía por una buena mujer; él veía muchas virtudes que los demás eran sencillamente incapaces de ver, sin embargo yo era incapaz de serle fiel. Mientras fuimos novios tenía yo dos amigos que no dejaron de joderme con regularidad. Sé que todo lo que te cuento es digno de vergüenza, pero es necesario decirlo para que entiendas mi decisión. Yo no pedí tener un temperamento tan caliente, sin embargo lo tenía. Quería mucho a mi novio, pero bien segura estaba de que nuestra boda le rompería el corazón, no por la boda en sí, sino por lo incapaz que era de estar con un solo hombre habiendo tanta variedad.

-¿Qué pasó entonces?

-Jonatán no sabía ni de mis aventuras ni de mi temperamento. En creencia de él yo era la novia pura de su empleado leal, y aun así decidió jugársela conmigo. Tal vez él, en su experiencia en la vida podía adivinar mi destino. Me entregué a sus amigos. Mi novio me perdonó, pero no era suficiente, ya había yo probado las mieles de la lujuria y me sabía absolutamente incapaz de renunciar a ella, por el contrario, beberlas me hizo tener más sed, y me inauguró aun unas ganas incontenibles de probar más, me juré que en medida que me fuera posible no pasaría un día de mi vida en que no tuviera una verga a mi alcance. Pero te digo, eso no tiene que ver con lo moral, es sencillamente una necesidad física que nunca se extingue. Con mis mayordomos al menos Jonatán podría saber mi paradero, y garantizar mi salud. Pero la lujuria es una adicción que exige cada vez más. Yo no soy normal. Por ahora estoy encinta, y me satisfaces, pero créeme que me he sentido tentada a quedarme a tu lado para siempre, sin importar de quién sea la herencia de mi marido aunque ello me llevara a nuevos sufrimientos, pues sé que no tardaría en proponerte que te cortaras una mano para que formaras un muñón con el cual suplir a Durón, y me da miedo porque sé las delicias que soy capaz de ofrecerte, las cuales harían que pensaras dos veces cumplir este capricho monstruoso con tal de quedarte a mi lado. Pase lo que pase quiero que sepas que estos días han sido muy hermosos. Me has hecho lo que nunca me habían hecho, me has tratado con respeto. ¡Qué risa hacerte el amor!

Su frase era un halago para mi. Algunos puntos de su versión de los hechos no me cuadraba. Había visto la foto de bodas de Jonatán y Ruana y me parecía que no guardaba congruencia con esta historia que ahora me contó Ruana. Tal vez usó una historia ficticia para expresar sentimientos que sí sentía en su interior. Era tan dulce que no podía yo distinguir si mentía o no.

Por esos días llegó Salomé. Me abrazó con mucho cariño, como si conmigo se iniciara una nueva época en su vida. La noticia de que yo era el nuevo patrón le llenó de regocijo. Se veía muy extraña con un parche en el ojo. Lloró a mi lado y me confesó que me había extrañado mucho. Su entusiasmo pareció derrumbarse cuando Ruana salió de la casa y me pidió ayuda para bajar unos escalones. Algo en mis atenciones para con Ruana le dio a Salomé un panorama bien claro de que si bien yo era el nuevo patrón, al parecer la mujer del patrón seguía siendo la misma, y por alguna razón ella tenía más motivos para no confiar en su milagroso cambio.

Esto me ponía en una encrucijada. Si en algo creo en este mundo es en el cambio. Negar que alguien puede cambiar es como negarme a mi mismo la naturaleza evolutiva. Salomé se retiró a su habitación, que ya era otra, con mucho más luz y comodidades, repleta de zapatos nuevos, a meditar si yo era amigo o enemigo.

Al día siguiente yo cantaba mis himnos devocionales. Ruana se levantó, se arrodilló como pudo ante la imagen de la diosa, juntó sus manos y comenzó a llorar. Yo estaba anonadado. Esta mujer era otra, completamente distinta a aquella que yo quería matar. Platicamos un poco de mis creencias y ella se mostró muy interesada en el yoga. Le dije que no había nada mejor para el yoga para preparar un parto satisfactorio. Yo le explicaba como era el parto con yoga profiláctico y, lasciva como era, se pareció interesar por el hecho de tener algo tan grande como un cuerpo por su aro vaginal, sintiéndolo a cada milímetro. Me ofrecí a investigar los sitios en los cuales prestaban ese servicio.

Por la tarde ya sabía de un lugar donde daban yoga profiláctico. La inscribí. Yo personalmente manejé el auto para llevarla hasta ese sitio. Salomé miraba con recelo como le abría la puerta del auto, como gentilmente le extendía la mano para que lo abordara, como cerraba la puerta tras de ella. Era como un esposo enamorado cuidando de su esposa primeriza. Pero su mirada no me juzgaba, acaso pensaba que yo era débil y que estaba cayendo en un engaño.

La primera clase de yoga fue muy emotiva. Se me explicó que duraría una hora y media, que la primera media hora era en pareja y la hora restante era sólo para mujeres. Me tuve que inscribir a una clase de jazz para matar el tiempo, aunque entraría hasta el miércoles. Las citas eran lunes, miércoles y viernes, de seis y media de la tarde a ocho.

Esa noche, Ruana me agradeció la tarde de yoga pudiéndome montar frente a frente, se sentó sobre mi colocando su panza tocando mi abdomen, se colocó la punta de mi pene en el culo y comenzó a jinetearlo. Mis manos no soltaron sus pechos ni un segundo. Me regué muy rico dentro de su cuerpo. Me besó con ternura.

Cualquiera diría que yo era un esposo perfecto, amoroso, dulce y cuidadoso. Técnicamente lo era. Llevaba a mi mujer al yoga profiláctico, la encaminaba con caballerosidad. Durante los momentos que debían llevarse a cabo en pareja yo era muy cooperativo, le ayudaba con sus flexiones, sostenía su peso, le mimaba su pancita, que no dejaba de crecer. Era su pareja, salvo que algo más importante se me atravesara en el camino.

Fuimos con el ginecólogo. Ruana insistió en querer ir sola. Me opuse y ella aceptó que la acompañara, aunque advirtió, yo iba bajo mi propio riesgo. Ya en el consultorio entramos a la consulta. El ginecólogo estaba muy nervioso, como si tuviese pavor a Ruana. Ella le dijo al final de la consulta.

-¿Estaré bien de salud?- Preguntó Ruana.

-Si. Usted sabe que usted sí estará bien de salud.- Contestó el doctor. Su aclaración de que ella sí lo estaría me sonó tendenciosa, pues nuestra lógica lineal me hizo creer que el señor pensaba que yo no estaría feliz de ver un hijo distinto de mi. Si supiera que para mi ver nacer un hijo negrito sería una bendición, pues Ruana nunca podría demostrar que el ADN de Jonatán tenía raíces de Senegal.

-Es todo lo que necesito saber.- Ruana quiso cortar.

-Debo recordarle que, por la causa que sea, este embarazo suyo es algo descabellado. Ya es tarde para que intente "otra cosa".

El doctor hablaba de algún de talle que tanto él como Ruana querían ocultarme. Probablemente ya sabían que el niño nacería bastante oscurito.

-¿Cómo cree que me desharía de mi precioso niño?-Dijo Ruana con un tono sarcástico que no comprendí.

-Como se atreve...- Espeté yo.

-Usted no entiende, la señora...- El médico me iba a decir algo, pero Ruana se lo impidió.

-Basta.- dijo Ruana interrumpiendo- No se diga más. Me tiene harto. Usted haga que yo tenga a mi hijo y este nazca vivo. Me entiende. No querrá que yo...

-Desde luego. Venga el mes que viene.- la amenaza velada de Ruana fue suficiente. Conociendo como era ella antes, supuse que en alguna vez se dejó joder en el consultorio y se dejó tomar fotos, probablemente lo estaba chantajeando.

Salimos de ahí para dirigirnos a las clases de yoga y de danza jazz. Durante el camino Ruana se deshacía en explicarme por qué el médico se opuso desde el principio a su embarazo, y me dijo que el médico pensaba que ella era muy vieja para tener hijos. Sin embargo, según yo Ruana tendría unos treinta y ocho años, lo cual no hacía recomendable parir, sin que fuese tampoco imposible. Yo me enfurecí con el doctor y me puse de su lado.

Una historia paralela surgió en esta academia de jazz. Una vez que dejaba a Ruana en la clase sólo para mujeres, me iba yo a mis clases de baile. Resulté ser un prodigio para la danza. Si bien me faltaba mucha técnica, tenía mucha elasticidad y precisión corporal. Mis actos de payaso eran sumamente corporales y por ende me era fácil entender la expresión del cuerpo. Pero eso no era lo llamativo, sino que en la clase había una chica que desde que la vi me dejó prendado. Su nombre era Joana.

La primera vez que la vi llevaba unos leotardos de color negro, pegados al cuerpo con precisión absoluta, al grado de que no importaba que dicha prenda le cubriera desde los tobillos y hasta los hombros, pues su figura se dibujaba con tal exactitud que el negro de su silueta cortaba la realidad colora y me provocó una erección inmediata. Su cuerpo era absolutamente fantástico, con una cintura muy exquisita, con unas nalgas voluminosas y firmes, con un brío espectacular, mientras que sus pechos eran la cosa más linda. Grandes, alzados, preciosos. Sobre el culo llevaba una tanga roja que, lejos de proteger sus formas, las acentuaban más, pues la tela roja sobre el negro convertían sus nalgas en una flor exótica. Su cabello era rizado, con un color negro muy intenso. Se pondría algún tratamiento en el cabello, pues su cabeza parecía poblada de un montón de resortes que danzaban de manera independiente. Pero lo que más me conmovía era su rostro. Su nariz era pequeña, respingada. Uno pensaría que con unos orificios tan pequeños no podría respirar. Sus ojos eran grandes, maravillosamente expresivos, con cejas finas y enérgicas, y pestañas largas y curvas. Su cara era redonda y sin embargo al sonreír se le hacían unos pocitos preciosos en las mejillas. Su porte era altivo como el de toda mujer que sabe del valor de su belleza. Su boca era, pese a todo, lo que más me gustaba, pues parecía que el labio inferior era una línea horizontal y que encima estaba, en forma de un pequeño cerrito, su labio superior. Su trompa estaba alzada casi siempre, dejando ver una dentadura perfecta. Esa mueca involuntaria se me figuraba a que ella acababa de dejar el chupón apenas ayer. Esta especie de trapecio fino que hacía su boca se convertía en una figura magnífica una vez que sonreía.

La primera clase me tocó detrás de ella, y me costó mucho no estarle viendo el culo todo el tiempo que hicimos ejercicio, pues como la academia tiene muros con espejos ella podría detectar muy fácilmente cuando le tengo los ojos clavados en las nalgas. Desde luego la vi, pero siempre de manera muy casual, casi inadvertida. Ella tenía mucha gracia y sensualidad para bailar, y daba la apariencia de tener ya algún tiempo en la academia.

No había competencia para abordarla porque los demás alumnos varones que tomaban la clase eran homosexuales. Ellos tenían que representar virilidad en la parte de las rutinas que se nos enseñaban, yo no tenía que fingir ese vigor, yo sencillamente me sentía sensual y vigoroso y listo. Un par de intervenciones graciosas y ya la tenía riendo. Ese era un buen principio.

Al final de la clase me preguntó mi nombre. Yo le dije. Me preguntó dónde vivía y le di mi antigua dirección, la del apartamento de Monserrat y yo. Me sentí raro de dar ese domicilio, sin embargo no estaba dispuesto a decirle de mi mansión. No quería que las cosas se dieran por algún tipo de interés, ni quería que pensara que yo era un tipo complicado. Quería sencillamente conocerla, aunque de cierto, si Monserrat viviese aun, le pediría que entregara en mis brazos a esta chica, no sólo un día, sino muchos. Su energía me atraía. Cuando le dije mi domicilio pareció sentir cierto desencanto, pues tal vez esperaba que le dijera que vivía en alguna parte de Polanco, después de todo estábamos muy cerca de ahí y casi todos los que asistían decían vivir ahí. Peor aun, cuando le dije que me dedicaba a ser payaso callejero vi que pudo sentir incluso un poco de desprecio. Vi que la recogió un tipo en verdad feo, eso sí, con buena ropa. Ella me dijo adiós con mucha familiaridad, más para darle celos a su acompañante que por interés en despedirse de mi.

En las siguientes clases ella dejaba entrever que sentía mucha simpatía por mi, pero que estaba yo fuera de su alcance. Se puede decir que nos hicimos amigos y ella me coqueteaba abiertamente, ya sea abrazándome inocentemente o empinándose para que yo la viera, al cabo yo era de confianza, según ella decía. En pocas palabras, me estaba tratando como si yo fuese un gay más en aquella academia. Las rutinas que nos ponían eran cada vez más complejas, pues la maestra quería que participáramos representando a la escuela en un festival. Para eso deberíamos tomar clases extras de baile, mucho más exclusivas. Era el único invitado a esa coreografía que tenía apenas un mes en la academia. No era usual que tuviera tanta habilidad, la maestra incluso me preguntó si ya había yo estudiado danza antes. Repito, era yo un prodigio difícil de creer, y mi energía viril levantaba la coreografía.

Un día invité a Joana a tomar un café y me rechazó. Me explicó que estaba bien que fuéramos amigos de academia, pero nada más. Ese mismo día, Ruana salió antes de la hora y me fue a buscar a mi clase. Me cimbré como se ha de cimbrar un marido que es puesto en una situación comprometida. Me habló a la puerta. Ni modo de no ir. Fui. Ella me dio un beso en la mejilla y me hizo señas de que me esperaba abajo. Su mirada estaba plena de amor, como si fuese mi esposa primeriza y yo el marido que le había vaciado el esperma para preñarla. Noté que Joana cerró la abertura de sus labios, lo cual era inusual, de coraje o rabia, no sé. A mi me importaba un rábano lo que pensara, siempre y cuando dejara que la jodiera por despecho o algo así de retorcido. Ya me dolía la verga de tanto desearla, y no sentía avances. Esta aparición de Ruana era una mala partida.

Al terminar la clase me dijo que era muy bonita mi esposa. En realidad quería saber quien era, así que le expliqué que en realidad era amiga mía, que desde luego no era mi esposa pero que venir aquí juntos era un acuerdo conveniente para ambos. Pareció satisfacerle la respuesta. Y no se trataba de que quisiera conmigo de inmediato, sino que no le gustaba la competencia, le gustaba ganar. Nos despedimos y ella me dijo que mañana sería un ensayo de coreografía en la mañana, que no perdiera esperanzas, que tal vez y si le cancelaban un compromiso me aceptaba el café que le había invitado.

Regresé con Ruana. Me sentía como un esposo falso y adúltero. Esa noche le compensé mi virtual infidelidad con una mamada de una hora. Luego la empalé salvajemente, en medida que su cuerpo aguantaba, pues cada vez se hacía más pesada.

Al día siguiente acudí a mi clase, me lucí, fui la estrella, hice reír mucho a Joana, quería al menos la oportunidad de exponer mis intereses. Al final aceptó que fuéramos a un café, era un lugar exclusivo, y a ella le sorprendió ver que el precio que cobraran por cada mugroso platillo no me interesara. Traía en la bolsa treinta mil pesos, que serían suficientes para cualquier café. En la escuela no dejaba de toquetearme, como si yo fuese un homosexual más, pero afuera guardó su distancia de manera impresionante.

Durante la plática tuvimos una diferencia que, sin saber, guardaría algún tipo de relevancia en mi futuro. Me preguntó por mi sueño. Se lo conté, y en un acto criminal omití citar que, por cierto, mi sueño lo había cumplido hace algunos meses. No la iba yo a entristecer contándole el triste final de Monserrat, en todo caso, le presenté una historia que pudiera resultarle interesante.

-¿Tu amiga embarazada no se enoja por que estás conmigo ahora?- Bromeó.

-¿Debería enojarse?- Dije suspicaz.

-No. De hecho. Pero ya conoces como somos las mujeres.

-Por cierto. ¿Dónde vives?.

-Aquí en Polanco, en unos departamentos.

-¿Y tu sueño? ¿Cuál es tu sueño?

-Mi...

-Espera. Antes de que me contestes quiero que sepas que quiero saber de verdad cuál es tu sueño. No es una simple plática para mi. Quiero que sientas que estoy realmente interesado.

-Bueno. Te va a dar risa. Mi sueño es ser bailarina del Circo del Sol. ¿Les conoces?

-No.

-No me entenderás entonces.

-¿Por qué no me explicas?

-Porque no tiene caso. Si dices ser payaso pero no conoces al Circo del Sol, que es una organización que reinventó el circo, entonces tu y yo no tenemos nada en común.

-No entiendo.

-Es muy simple. ¿Sabes cuál es la principal diferencia entre tu y yo? La principal diferencia es que yo llegaré un día a mi sueño, y lo abordaré, y seré famosa, ya lo verás. Tu en cambio, escúchame bien, Tú nunca danzarás en el Circo del Sol.

-¿Debería?.

-No. Son muchas diferencias. Yo tengo dinero, puedo pagar mi viaje para que me recluten en el Circo del Sol, podrían pagármelo mis padres, pero quiero ganarlo con mi esfuerzo. Tu no tienes ambición, nunca tendrás dinero para ir a Canadá a audicionar.

Nuestra plática era por ese estilo, ella intentando demostrarme que era infinitamente superior a mi. Toda su intención respecto de mi la había resumido en aquella frase: Tú nunca danzarás en el Circo del Sol. Ignoro qué sea el Circo del Sol, e ignoro también si un payaso debe desear actuar ahí. Según aprendí, la arena del circo puede ser cualquier parte, cualquier parte puede ser ese Circo del Sol en el que las cosas brillen y se reinventen. Quise explicarle eso a Joana, pero se burló de mi y concluyó que esa alegoría acerca de que el mundo es el Circo del Sol en el que todos actuamos es una justificación patética venida de un payaso perdedor.

Me lastimó.

No quedé conforme. Algo no cazaba con esta chica. Era tan superficial y tan engreída que ello sólo podría tener una explicación: que tuviera muchos complejos.

A la clase siguiente llegué temprano, Ruana se quedó dormida y no la desperté para el yoga, en realidad me resultaba estupendo que Ruana no fuese. Tenía un plan. Pedí revisar mi expediente, en realidad quería indagar dónde los guardaban. Era un cajón, nos tenían ordenados por orden alfabético. Me quedé platicando con la chica, esperando un descuido. Ubique el expediente de Joana con la vista, y esperé. La chica fue al baño y yo, como un vil ladrón, hurgué en el expediente para ver el domicilio de Joana. Lo anoté rápidamente en un papelillo y lo guardé en mi bolsillo. Salí de ahí y abordé un taxi y le ordené que me llevara a la dirección anotada en el papel. Me llevó a la calle que se señalaba, pero en dicha calle no había departamentos, y lo que es más, la numeración no llegaba hasta ahí. Saqué mi conclusión. Joana mintió, no vivía donde dijo. Seguro vivía en un lugar mucho más humilde.

Tuvimos la clase. Yo estaba embobado con ella. Mi corazón palpitaba entre Ruana y Joana, y tal vez ninguna de las dos me convenía. Las dos eran avariciosas y banales. Al terminar, hice como que me apuraba y me salí antes. Me metí a un taxi y esperé. Ella salió. La acompañaba el tipo feo. Los seguimos con dificultad porque el hijo de puta espinillento traía un audi y para el modesto taxi en que yo iba era difícil seguirlo.

La bajó en unos apartamentos de Polanco. Se dieron un beso muy beato. El tipo se fue, y pese a eso, le dije al taxista que esperara. Llegó otro taxi y tal como pensé, Joana lo abordó. Sospeché que haría algo así, fingiría que la dejaran en un lugar medianamente lujoso y luego iría a su verdadero hogar. Seguimos a su taxi y efectivamente la llevó hasta un barrio bastante humilde, por decirle de alguna manera a una colonia tan jodida. El taxi se quedó fuera de su casa, como esperando. Esperé yo también.

Salió de su casa enfundada en un abrigo, siendo que no hacía frío. Se fue. La seguimos. Ella llegó a su destino final. Era un sitio que se llamaba "Xaeta", y era, ni más ni menos, un lugar de bailarinas desnudistas. Mi sorpresa iba en aumento. Quise entrar pero me dijeron que se reservaban el derecho de admisión conmigo, básicamente porque iba en tenis y ropa informal. Le dije al taxista que me llevara rápido a un lugar para comprar una indumentaria de millonario. Regresé y se me dejó pasar con toda amabilidad.

Una tras otra vi bailar a las chicas. Pero mi mente se centraba sólo en una. Yo sudaba copiosamente. No sé si el sombrero que llevaba puesto me ocultaba o me delataba, pues era el único que parecía investigador privado de película noir. Comenzó a sonar una canción que me era muy familiar, una que canta un grupo llamado Scorpions. La canción era "When the smoke is going dawn". Es una canción lenta pero bella, intensa, nada corriente, que habla de un momento muy artístico en el que el humo del espectáculo cae, y te quedas sin nada, sólo con el recuerdo de los aplausos.

Salió Joana en un traje negro. Sus curvas eran espectaculares. A cada paso que daba el lugar parecía sumirse en un silencio más profundo, pues sus tacones parecían pisar en sentido figurado cada pene que estaba presente. La respiración comenzó a hacerse pesada y los hombres se secaban el sudor con sus pañuelos. Los movimientos de Joana eran lentos y rítmicos, sus piernas duras se marcaban en el traje e incitaban a ponérsele atrás y tentarle las nalgas con fuerza. Se agarró de un tubo y a su alrededor se restregaba como gata en celo. Su magnetismo era absoluto. Con su mirada dominaba a la audiencia, no era la Joana que veía uno en la escuela, no, sino una más dominante, con una presencia escénica arrolladora. Su boca hacía muecas como si temblara de placer. Poco a poco se fue quitando la ropa. Lo suspiros eran suspiros quietos en el público.

Se quitó casi toda la ropa, sólo se quedó sujetando las bragas al frente de su coño. Con suerte le podías ver el ano.

Terminó su actuación y la ovación no se hizo esperar. El público estaba loco. Un trío de caballeros hablaron con un mesero y el mesero habló con Joana. En unos minutos ella estaba sentada con ellos, riendo forzadamente. Al rato, se apartaron del sitio público y subieron a unas escaleras. Era evidente que esas escaleras conducían al área de bailes privados, lo cual es casi prostitución. Las chicas allí si se desnudan completamente y por un poco o mucho de plata se dejan tocar también. Sin embargo, Joana era demasiado orgullosa como para ser prostituta. No podía yo creerlo todavía.

Esperé unos cuantos minutos. Veinte eran suficientes. Entonces caminé despistado hasta la escalera, y con el sigilo de un gato y con el deseo de equivocarme en mis sospechas, subí por la escalinata. En efecto, al mirar por entre la cortina vi que Joana estaba montada encima de uno de los hombres, otro le daba por el culo y ella me daba una mamada al otro. El ritmo con que jodían era casi hipnótico, pues Joana tenía un dominio perfecto del ondular de sus caderas, así que cuando los hiombres bombeaban ella daba un sentón, y los hombres babeaban de placer. Por otra parte, esa boquita de haber dejado el chupón se convertía en una boca sedienta ya que envolvía una verga. Joana sabía que en este negocio importaba más el tiempo que la calidad, así que los estaba follando a los tres ella sola, con una serie de artimañas que hacían predecible que los tres caballeros se regarían bien pronto. Yo ahí, mirando, era como si no estuviera, pues mi respiración se había reducido al máximo, casi al punto de no existir. Sentía tristeza y envidia de ver como aquel par de vergas barrenaban a aquella chica que presumía idealismos conmigo. El hombre de la mamada comenzó a regarse en la cara de Joana. Ella retiró su boca, pues no quería tragar el semen. Eso enfadó al hombre que recibía la mamada y al que estaba debajo de Joana, pues le cayó semen en el pecho. El hombre de la mamada, indignado por el desprecio de Joana de beber la leche, le dio una bofetada. Sentí un impulso de intervenir, pero en este mundo nada se sabe y probablemente aquello estaba pactado en el precio, yo qué sé. Sin embargo, luego de la bofetada Joana intentó pararse, pero el sujeto que estaba debajo de ella la abrazó para no dejarla ir, y tanto el tipo del culo como el de la vulva comenzaron a penetrar con tal rudeza que era claro que no buscaban siquiera placer, sino dañar. El tipo de la bofetada le cubrió la boca a Joana y le dio un rodillazo en una teta. La cara de Joana pedía auxilio.

Entré como un fantasma y de una patada mandé al suelo al que estaba penetrándola analmente, mientras que al que la asfixiaba le di un puñetazo en la cara. Del que estaba debajo de Joana quedó bajo su cargo, y ella misma le dio un golpe. Actué rápido para aprovechar la sorpresa y golpee más brutalmente a los tres tipos, y luego jalé a Joana para sacarla de ahí. La cubrí con mi abrigo y la saqué en medio del tumulto y de guaruras que intentaban detenerme. Nos fuimos corriendo.

Ya que estábamos fuera de peligro Joana me pidió que la dejara sola. Me aclaró que ella no había pedido mi ayuda. Su mirada era de rencor. Sabía su secreto, y eso hacía que ella me odiara. Hizo la parada a un taxi y se fue.

Yo aun tenía la adrenalina de la pelea cuando llegué a la casa. Ruana se dolía del vientre y me avisaba que la matriz se le acababa de romper. Preparé todo como un padre amoroso. Eran muchas emociones para mi en este simple día. Tuve que sacar inteligencia y noción del orden en pocos minutos. Los sirvientes corrían de un lado a otro, menos Salomé, quien se había distanciado de mi desde que supuso que confiaba más en Ruana que en ella. Todos corrían. Salomé llamaba por teléfono.

La subí a uno de los coches y yo mismo la llevé al hospital. En un gesto que no supe entender, Salomé quiso ir conmigo. Previamente le había hablado al ginecólogo. Cuando llegamos tenían todo listo. Ruana respiraba ya con trabajo de parto.

La subieron y la colocaron en posición de parir. Ella pidió que fuese yo quien recibiera al recién nacido. El doctor estaba muy nervioso e insistía que esperara afuera, pero Ruana insistió en que me quedara, que fuera yo el que recibiera a la criaturita. Me sacaron de la sala de parto, pues el doctor quería hablar a solas con Ruana, salí un momento. Luego entré. El doctor tenía cara de miedo y Ruana cara de querer parir ya. Me instruyeron como recibir al niño. Vi a Ruana pujando. Sentí verdadero cariño por ella, casi me estaba importando un comino la herencia. Tal vez, y si llegáramos a un acuerdo, podríamos compartir ciertas cosas, aunque fuésemos enemigos naturales en el fondo. Creía en el cambio de las personas, y en el caso de ella, todo me parecía un milagro.

Comenzó a respirar en forma más agitada, yo le tocaba los muslos. Comenzó a salir el niño.

-¡Es un monstruo!-dije sin escrúpulos, haciendo esfuerzos para no arrojarlo.

-Eso ha sido siempre. La señora ya sabía.- Dijo.

-Mira de lo que sirve tu yoga...- dijo Ruana, riendo como un demonio poseído.

Miré a Ruana. Estaba divertida viendo mi cara de terror. Comenzó a reírse. ¡A reírse! Todo, todo había sido una vil actuación de ella. Su dulzura se extinguió en un santiamén. El niño no habré de describirlo, sólo he de decir que en mis creencias sólo faltas muy graves acarrean que uno nazca así, con un tremendo karma.

A la sala de operaciones entró el abogado, exigiendo que se llenara de inmediato el acta que decía que había nacido un niño vivo, si es que a ese ser se le podría decir niño, o vivo. Entraron a la sala de parto dos mujeres. Una era Salomé, quien me jalaba del brazo para llevarme de ahí. La otra iba acompañada de un abogado. Era Ángela, que había aparecido como por arte de magia, tal vez llamada por Salomé. Salomé me inyectó una sustancia que me hizo caer inconsciente.

Era como caer en el infierno. En el oscuro túnel que conduce a él, la música que se escucha es la risa de Ruana. Supe que Ángela era, sin duda, aquellas manos adecuadas a que se refería Don Jonatán en su testamento. El viejo Jonatán, tal vez sabio, supo que la misión de destruir a Ruana era mucho para mi, y se valió de esta aliada. Ahora todo volvía a la incertidumbre. Yo volvía a la incertidumbre. He tenido días buenos y días malos, y este era uno muy malo.

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Arakarina (18: Las bodas)

Arakarina (19: Los chicos de la secta)

Arakarina (20: El bar y Samuel)

Arakarina (17: La mano de la novia)

Arakarina (16: Sara)

Arakarina (15: Geografía de una secta)

Arakarina (14: Un rito para Arakarina)

Arakarina (13: El cumpleaños)

Arakarina (12: Gatos)

Arakarina (11: Nueva piedad)

Arakarina (10: El anillo tatuado)

Arakarina (09: La entrevista)

Arakarina (08: El vientre cálido de un hogar)

Arakarina (07: El artefacto)

Arakarina (06: Arakarina)

Arakarina (05: La fundación de Atenas)

Medias negras para una ópera de reims

Arakarina (04: Un pintor a oscuras)

Arakarina (03: Ella se casa)

Arakarina (02: La búsqueda de un pintor)

Infieles (7: El final según Cornelio)

Arakarina (01: Una chica cualquiera)

Infieles (6: El final según sonia)

Infieles (5: El final según el inspector)

Infieles (4: El arte de ser atrapado)

Infieles (3)

Infieles (2)

Infieles (1)

Radicales y libres 1998 (4)

Radicales y libres 1998 (3)

Radicales y libres 1998 (2)

Radicales y libres 1998

El Ansia

La bruja Andrómeda (I)

El ombligo de Zuleika (II)

El ombligo de Zuleika (I)

La bruja Andrómeda (II)

Tres generaciones

Mírame y no me toques (VIII - Final: Red para dos)

Mírame y no me toques (VII:Trapecio para la novia)

Mírame y no me toques (VI: Nuevas Historias)

Mírame y no me toques (V: El Casting)

Mírame y no me toques (IV: Los ojos de Angélica)

Mirame y no me toques (II: Puentes oculares)

Mirame y no me toques (III: Un abismo)

Mirame y no me toques (I: Los ojos de Claudio)

La verdad sobre perros y gatas

Amantes de la irrealidad (07 - Final)

Amantes de la irrealidad (06)

Amantes de la irrealidad (05)

Amantes de la irrealidad (04)

Amantes de la irrealidad (03)

Amantes de la irrealidad (02)

Clowns

Expedientes secretos X (II)

Noche de brujas

Día de muertos

Amantes de la irrealidad (01)

Lady Frankenstein

Expedientes secretos X (I)

El Reparador de vírgenes

Medias negras para una ópera de reims

Una gota y un dintel (II: La versión de Amanda)

Una gota y un dintel (III: La versión de Pablo)

Los pies de Zuleika

Una gota y un dintel (I)

Amar el odio (I)

Amar el odio (II)

Amar el odio (III)