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Arakarina (18: Las bodas)

en Grandes Series

ARAKARINA XVIII

LAS BODAS

LAS BODAS

27 de Octubre, fecha ideal para las bodas dentro del hilo celestial. Sara abrió los ojos encima del sofá e hizo un esfuerzo para ver la hora que promocionaba el reloj de cuarzo de la cocina. evitó a toda costa voltear en dirección de la recámara.

La pelea de en la noche había sido por una verdadera idiotez, pues resultaba que a Jorge no le gustaba la cebolla en la cena, y el recuerdo le venía a la cabeza como el zumbido de un mosquito que parlanchinea de manera atroz y poco amable, pero si siempre se la había comido, pues sí, pero no esta vez, no con machacado, pero qué caramba si otras veces lo has comido así, con una puta madre puedo cambiar de opinión cuando se me dé la gana, pues cambia pero no me mortifiques, a ti y al perro voy a mortificar pues él tendrá que tragarse esa bazofia, como tú quieras, el perro lo agradecerá, que dijiste, éste ya se lo dio al perro, pues no, al perro basurero, haz lo que quieras.

Hizo lo que quiso, aventó el último plato de la cuarta vajilla que han tenido, haciendo un mugrero en el piso. Mugrero que desde luego se pudriría si Sara no lo junta.

Afortunadamente su hija no estaba ahí, por suerte estaba en casa de su abuela. Daban risa las burlas de la madre de Sara que al "déjame a la niña" acompañaba siempre de "sirve que pasan un rato de solteros" pues de estar soltera se buscaría un mejor partido, aunque más pobrete, pero mejor partido.

La desgana era algo cotidiano, y una vez que Jorge se había levantado Sara ya estaba ligeramente arreglada, sabía ella que lucir guapa era la mejor venganza después de una noche de pelea y un sueño en el sofá. Así él se daría cuenta de lo que se había perdido por gruñón. Aunque para ser francos ella se ponía bella para gustarse a sí misma mientras que él ya no echaba de menos el sexo.

La venganza de él era no desearla, y la de ella saber que sólo de querer cualquier hombre le haría el amor como ella lo pidiese, la venganza de él era forzarla a abrirse de piernas, la de ella apretar el coño para que su eyaculación fuera más precoz que de costumbre y luego mirar el reloj y bostezar, la de él creer que ella lo apretaba por deseo de complacerlo, la de ella correr al baño a masturbarse o a hacer los ruidos correspondientes a una masturbación, la de él tocar la puerta cuando imaginaba que ella estaba a punto de venirse, la de él creer que eso le procuraba morbo y luego asegurar que él y su esposa tenían juegos eróticos, la de ella jurar que los juegos los juega sola, la de él riéndose de su soledad, la de ella comprobarle que estar sola es mejor que estar con él, la de él gritarle que de imaginar este infierno no se hubiera casado jamás, la de ella, la venganza de ella era servirle un almuerzo delicioso y no almorzar con él, la de él repetirle que aunque le haga suculentos guisos no se casaría con ella, la de ella sonreír cínicamente y callar sabiendo que el hecho de no almorzar se debía a un ayuno preparativo para la boda que tendría hoy en la noche en la que ella sería la novia.

Sara deambuló como un fantasma en ayunas durante todo el santo día, siendo sábado, Jorge se iría de casa a saludar a sus amigos de siempre y ella se quedaría recogiendo la casa, así prendería el radio y bailaría sola, sería feliz de juntar sólo en la recámara de su hija, en la que se tardaría cinco veces más que en la de Jorge, pues miraría cada pequeño detalle, su pizarrón que, colgado del muro, mostraría un dibujo de la familia en que a ella la dibuja como los niños dibujan a una mujer bella, es decir una cintura de verdadera avispa, pechos erguidos, caderas redondas y piernas esculturales, con alguna gargantilla que nunca portaba, su rostro con un vil triángulo por nariz que en infantil quiere decir nariz bonita, la boca finamente detallada y los ojos grandes como los de un tecolote con abundantes pestañas dibujadas como espinas de maguey, el cabello largo, a eso le llamaba tener un buen concepto de mamá, luego estaba dibujada ella misma, pequeña y con un rostro que casi no tiene ojos y nariz de lo grande que está la boca sonriente, al otro extremo estaba el detalle desagradable, aunque con una sonrisota y un cuerpo barrigón, aparecía dibujado Jorge, en los pies llevaba dibujadas unas chanclas de goma horribles que este se ponía en la casa, a diferencia de Sara que venía dibujada con zapatos de tacón y la niña misma que se auto dibujó los famosos de charol nuevos. Pese a lo feliz, Jorge tenía dibujado las cejas a la más pura moda iracunda. Sara borró a Jorge. Luego recogió el resto de la casa procurando sacudir bastante bien la página del álbum donde aparece ella con sus antiguos compañeros de trabajo y donde aparece detrás de ella el joven Deodato, la foto de antes de que fueran algo. Cómo él se puso tan cerca y ella ni se enteró, no lo sabe, sólo le importa saber que en un momento ese muchacho se coló en la foto de su padre y alcanzó a ser capturado, aunque fuere con un lente fotográfico. Encima casi se la está cogiendo, ¡pero qué torpe que ni siquiera aspiró su perfume!. Bueno, de cierto ella en ese momento creía que él era un joven dedicado a la prostitución. Ahora comprendía aquella foto repentina del licenciado, pues no tendría otra oportunidad de aparecer en una foto junto a su hijo, tuvo que ser en el momento, pero ¿Para qué los empleados que eran tan aburridos?. Seguro que pasados los años le diría a su hija que ese era su padre, aunque fuese un pésimo ejemplo, sería un ejemplo de amor, pensaba.

Quedó listo todo y se comenzó a arreglar con un vestido muy primoroso, sin maquillarse, pues era la indicación. Las tripas ya le rugían, de hecho el cuerpo entero rugía por algo. Anhelaba de la boda misticismo, romance, profundidad, amor, mucho amor.

Por mientras, Julio estaba sentado en su casa guardando en un armario una de las pocas fotos de Helena que conservaba, en esa aparecía abajo de un árbol, ataviada de muchos collares que le escurrían de manera excitante a través del escote del vestido amarillo. Fue la última vez que él la captó con una cámara y ella le decía con los ojos que le quería, pues las demás que le alcanzó a tomar eran tipo investigador privado, con el único fin de comprobar conductas adúlteras y ella le miraba para decirle que se fuera mucho al carajo.

Se sentó en el sofá y se durmió, el despertador sonó la estrepitosa campana cuando soñaba que le estaba dando por detrás a su ex esposa.

Manuel y Rebeca ni siquiera se llamaron.

David y Maricela sí se dieron un telefonazo para ponerse de acuerdo como iban a ir vestidos, dónde se verían para llegar juntos

Juan Carlos y Gina la pasaron de maravilla, recogieron ambos su casa el día anterior para el sábado no tener que levantar ni un sólo cabello del suelo, se levantaron mutuamente y ya vestían de blanco. Las instrucciones eran en el sentido de no probar alimento, pero se recomendaba acariciarse durante el día entero, como ritual previo a la boda. En la mayoría de los casos esto no ocurría, pues al no vivir juntos y en matrimonio real, o de perdido bajo unión del tipo que fuera pero en la misma casa, tal práctica resultaba imposible. Se pasaron tocándose el día entero, mirándose a los ojos, y era como si él descubriera hasta ahora, después de siete años de matrimonio, el café de los ojos de ella, y sondeaba su figura y se decía "!Qué torpe, ¿Cómo he pasado por alto la belleza que tengo enfrente cada día?", y se deleitaba viendo el color rosado de sus pezones que se pavoneaban como dos botones de rosa aún cerrados, tal vez y por su mente pasó la idea de que ambos querían ya tener hijos y por causas desconocidas esto no ocurría nunca, pero cayó en cuenta que la tenía a ella, completa y enteramente, con sus carnes abundantes, con los caireles de cabello cayendo sobre sus hombros, él descubrió que aquel cuerpo noble se regocijaba cada vez que sus manos hacían un suave contacto, mezclando el frío y calor de un cuerpo y otro que, como en un juego, nunca guardan la misma calidez. Él y su lengua se pasearon por aquel país misterioso que resultaba ser Gina. Con sus montañas, sus estepas, sus selvas, cada una de sus cuevas, sus dunas, y se familiarizaba con el aroma que despedía el hambre de aquel país, su juventud, sus costumbres, sus alegrías. Mientras que ella tendida se esforzaba por reconocer que la lengua de Juan Carlos servía mucho más que para hablar y probar las pilas de nueve voltios. Ella por su parte no se había detenido a contemplar el hombre que tenía a su lado, de repente las venas del cuerpo de él le parecieron todas arterias, y cada poro le pareció una boca que besar, y los vellos abundantes de él parecían palmas azotadas por un huracán, inclinándose como por el efecto de un fuerte viento, y se inclinaban hacia ella. Gina alzó su copa y él bebió de ella hasta el cansancio, luego jugaron ping pong, vieron algunas películas, escucharon música y danzaron el uno para el otro y luego juntos, y al final del día terreno prepararon ensaladas y jugos diversos, jugo de naranja, agua de melón, de sandía, partieron papaya y abrieron una lata grande de duraznos en almíbar, liberaron la parte intermedia del refrigerador y acomodaron en dicha parte una bandeja que ya disponía un banquete, y atrás se erguía una botella de vino que sonreía con una mueca esperanzada, pues era como el invitado que no estaba contemplado inicialmente en la fiesta pero que a última hora se le incluye por que puede ofrecerse su presencia. Sólo les faltó poner las velas dentro del refrigerador, pero dado lo inconveniente las pusieron en la mesa, sobre el mantel.

Estaban predispuestos a la realidad que más tarde se decretaría, son esposos, marido y mujer, y ambos tienen ambas, y éstas no son ajenas una de otra, se rozan, se tocan, se miran con lascivia, se lanzan besos y luego los cumplen. La unión quedaría formalizada, para la eternidad, y con esa idea cerraron la puerta de su casa, y emprendieron el camino a la secta.

Tocaron a la puerta, eran las seis de la tarde y había, curiosamente, muy buen sol. En la puerta se dijeron "hasta luego" pues no se tocarían hasta dentro de un buen rato.

Los hermanos casaderos fueron llevados al área de los baños y procedieron a ducharse, esto con agua fría para endurecer los músculos. El baño no debía durar menos de veinte minutos ni más de veinticinco, y había reglas precisas respecto de esos baños. Previo a meterse bajo el chorro de agua tenían que untarse un ungüento en pecho y espalda. El ungüento lo había preparado el mismo Adreil, y era un extracto de yerbas que daban a la piel una consistencia mágica, además su efecto era enervante en cierto modo, pues una vez colocado, el cuerpo quedaba tan sensible que se hubiera podido contar todas y cada una de las gotas que le caían encima durante la ducha. No era desde luego el único artículo maravilloso que Adreil conocía, de hecho en la parte que constituía el cuarto de los artefactos de acero que semejaban el "sube y baja" de los parques infantiles, tenía una mesa e infinidad de botellas donde él practicaba la alquimia terrena, que no era otra cosa que farmacéutica pura. Adreil reconocía dos tipos de alquimia, la terrena, que como ya se dijo, era la práctica de poderosas mezclas químicas que él, como amplio conocedor de la herbolaria y estudiante disidente de la facultad de química, además de practicante confeso de pócimas y sortilegios mágicos, utilizaba para mejor armonía de su grey. Por ejemplo, Adreil tenía cremas que quitaban pecas, manchas y paño de la cara, tenía un ungüento ardorosísimo que bajo uso constante lograba mimetizar las manchas claras que adolecían las personas con mal del pinto, tenía una crema que efectivamente hacía crecer el tamaño de las pestañas, champús que daban al cabello un aspecto maravilloso, afrodisíacos tenía en extenso catálogo, aunque rara vez proporcionaba, tenía perfumes atrayentes, repelentes, y en general, aquel laboratorio era un estuche de monerías.

¿Para qué podrían servir todos esos artificios? Muy sencillo. Cada uno de esos artículos, acompañados de un consejo hábil, justo como los que Adreil tenía para repartir a granel, conducían a que los miembros de la grey salieran con elementos para devorar el mundo. Que si un hermano cae en desempleo, una pócima que lo pone energético, carismático, de presencia intensa, irresistible, y las indicaciones de su uso no eran aspectos químicos y de dónde colocarlo, sino consejos de trato al público, dicción, relaciones personales. El efecto era siempre positivo, los empleadores no podían permitirse el lujo de no contratar a aquellos que de esta manera acudían a solicitar trabajo. En los casos de problemas conyugales, y siempre que la persona quisiera componer las cosas, un poco de perfume y todo volvía a ser como en el noviazgo. Por otra parte los ungüentos y demás artículos les eran proporcionados a diversos precios, que nunca eran económicos, nunca de pagar, siempre de hacer; convence, difunde, investiga, siempre así.

Este aspecto de la secta convenía pues te ponía de cara a las oportunidades y te colocaba en posición de aprovecharlas, aunque siempre había claves, era necesario estar en la secta para triunfar sin remedio. Estaban condenados a triunfar. A triunfar y siempre abrazar a la secta. No sería raro que alguien llegara a la conclusión fácil de que su vida había cambiado desde que pertenecían al grupo, y que considerara tal situación como una clara evolución espiritual.

En fin. Al momento de la ducha se acababan de poner el ungüento en el cuerpo entero, omitiendo aplicar en el miembro viril. ¿La razón? Posteriormente un hermano, y en sentido contrario a todo el resto de prácticas dentro de la secta que siempre iban encaminadas a que los hombres se tocaran entre sí lo menos posible, tenía que corroborar la eficiencia del falo untando un ungüento diferente, el cual hacía las veces del otro, enervante y sensibilizador, además daba al miembro viril una apariencia satinada, a manera que hasta la verga más insignificante e inofensiva lucía gallarda y altiva. El caso era que el hermano que colocaba el ungüento con sus propias manos lo debía, y de hecho lo hacían así aunque no hubiesen recibido instrucción alguna, colocarla con la mayor indiferencia posible, sin intercambiar sensaciones con el sujeto que estaba siendo preparado para casarse o por decir así, que recibía su manoseo nupcial. Los penes tardaban en muchos de los casos varios minutos en pararse. Primeramente porque era un hombre quién les manoseaba, en segundo lugar porque estaban rodeados de espectadores que lo que deseaban era eso, que se parara. Lo más sano era que, haciendo un esfuerzo mental, esa verga se parase de inmediato, de lo contrario daba la impresión de que el manoseador estrangulaba una ardilla en desgracia, embadurnada toda ella en una baba de color café miel, dando cabezazos ebrios en el muro de la pierna. Cuando por fin la pieza se paraba, esta debía ser mostrada a los demás, y quedaba prohibido reír de quienes la tuvieran pequeña, cabezona, chueca, en forma de arco, gorda como un cerdo o delgada como un cigarrillo, ahí todos eran superhombres.

El efecto de las cremas era sumamente estimulante, pues colocaba a los participantes en un estado de embriaguez y éxtasis que hacía del momento toda una experiencia. Cabe aclarar que el ritual hablaba de amor, se hacía entrega de una esposa que en ocasiones era una absoluta extraña, ésta también enervada, había perfumes de incienso, previo asesinamiento de la culpa. En general todo era placer puro y conciso, todo juego, todo sensitivo, profundo, validado y exigido por el poder celestial, ahí el amor era una orden directa, ineludible, y dulcísima de cumplir. La sensación tenía una equivalencia de diez borracheras y veinte orgasmos.

Los hombres no sólo eran revestidos de su traje de yerbas y perfumes, sino que les era colocada una peluca de cabellos largos en color negro y naturales, estos trenzados a la más alta moda de las ruinas de Siria. Los ojos les eran maquillados como a los faraones, buscando siempre que las miradas se viesen radiantes y agresivas. La boca era pigmentada por pétalos de una flor que, aunque de color hermoso, dejaba un sabor amargo durante varios minutos.

Las cremas eran absorbidas por el organismo y le daban a la piel una suavidad indescriptible y un aroma silvestre y penetrante que, en mezcla de los perfumes que durante el ritual les irían siendo colocados, darían una fragancia arrebatadora. El pene con su ungüento especial, parecía siempre en erección y en un color brillante y cobrizo. Hechos estos preparativos se vestían con su túnica blanca, la cual dada la sensibilidad de la piel, era como una vagina que cubría el cuerpo desde el cuello a los tobillos.

El resto de los hombres se revestían también de ungüento, aunque sólo de esto y las túnicas. Ni maquillaje, ni peluca, ni crema en la pija.

Las mujeres por su parte fueron bañadas por sus madrinas en un baño que no debía ser menor a quince minutos ni mayor de veinte, en una inmensa bañera con agua y leche, además de diferentes emulsiones vegetales, a manera que al salir de esa tina se podía tener la certeza de que el cuerpo estaba fragante en un perfume dulce y atrayente. Al salir varias hermanas les untaban aceites de diversos tipos y después un ungüento aún más fuerte que el que les era aplicado a los varones. Les tocaban las nalgas, las tetas, el cuello, las piernas, siempre con ternura, y a la novia le era permitido cerrar los ojos e imaginar que era el novio quien la tocaba. Les maquillaban la cara a la tradición egipcia, ojos boca mejillas, les daban a inhalar un preparado de cannabis índica en mezcla con muchas hojas y vegetales aromáticos y estimulantes. Esto casi al principio de todo para predisponer el cuerpo a la preparación.

Les introducían en el cuerpo un penecillo de madera blanda embadurnado de una sustancia que en parte disponía al cuerpo para lo que fuese y causaba un furor vaginal difícil de disimular. Igual se vestían con la túnica.

Todas las mujeres se metían un poco aquel penecillo afrodisíaco a la vez que respiraban los inciensos preparados.

La siguiente parte del ritual era un tanto ilógica. Era acudir a la sala de los artefactos que semejaban un sube y baja. Se sentaban los contrayentes en sentidos opuestos. Recordemos que el artefacto parecía un sube y baja pero circular, en realidad era un pulpo de metal con asientos en las puntas de sus tentáculos. Eran ocho contrayentes, el aparato sólo tenía cupo para diez. La actividad consistía en quince minutos de meditación sentados en el aparato, al estar cada uno en los extremos, sus pesos se equilibraban de una u otra forma. La concentración debía ser muy buena, pues más de una vez caían todos del aparato por culpa de un contrayente distraído. El objeto de esta práctica tan ajena al espíritu era que ese aparato le dejaba ver a Adreil el interés y la dedicación de cada uno de los contrayentes. Si soportaban los diez minutos sobre el aparato era sinónimo que tales contrayentes ya no se retractarían de nada que se les pidiese. El aparato requería de mucha concentración y dedicación, y deseo de casarse a toda costa, y de poco interés en el ridículo que se pudiera hacer, además del esfuerzo físico que costaba equilibrarse narcotizados como estaban.

Pasada la prueba del aparato se iniciaba el rito.

"Alma varón mira el Alma mujer que te tiene deparada el cosmos, sus ojos escriben para ti la luz y nada eres sin su destello. Dios ha creado la semejanza de su amor en el de los semejantes, y el deseo es como él, irreprimible, siempre silvestre y nuevo, y nadie se jacta de no tener deseos y ser feliz, pues el deseo no es malo en sí mismo, sino cuando deja de dedicarse al creador. Fuente divina de goce y escala, escalera del cuerpo que vértebra a vértebra escribe el camino soleado de la iniciación, y pese que la misión de despertar es de uno mismo, particular, personal, intransferible, el camino es oscuro y frío como una vereda nocturna donde cada árbol ofrece deleites capaces de distraer nuestras andanzas. Los cuerpos deben en consecuencia danzar en el foro del centro radiante, pues nada es solamente a mitades, ni existen polos solitarios, el perfume se compone siempre del aroma y quien lo disfruta, así el alma entre quien la despierta y quien admira el despertar. La mujer es entonces nuestro discípulo bien amado, el maestro que disfrazado de niño encamina nuestros actos, es la intuición, es el juego, el cáliz bendito, sagrario perpetuo, receptáculo de pasión y deseo, catalizador divino, forjador de misiones. En vano levanta la mirada al cielo quien no es capaz ni siquiera de amar a su compañía"

Luego de varias partes el ritual llega a su consumación en la comunión. El varón se sienta en posición de loto y debe tener su miembro en erección, la mujer se sienta y queda atravesada por el falo, ambos vestidos aún, sin embargo todos saben que bajo las túnicas está el sexo, y son obligados a decir unas cuantas frases de profundo contenido, y expresan juramentos al cielo, unidos como están jurarían hasta una estancia indefinida en los infiernos, sin embargo se prometen velar uno por el otro, se prometen unión del alma más que del cuerpo, se miran a los ojos y se prometen saludarse así cada vez que se encuentren, mirándose las pupilas y enviándose besos con los ojos, los cuerpos de ellas bañan completamente los falos y los testículos, dada la posición, las uniones son variadas entre sí.

Juan Carlos tiene la polla tan dura y temblorina que Gina, que está sentada a horcajadas sobre él, no imagina cómo es que aquella verga se está moviendo en semejantes ondulaciones y se pregunta si la está sacudiendo con la mano, pero no, porque sus brazos la están rodeando de la cintura. No pueden besarse en el templo, pero el beso ahí es tocar sus frentes, con los ojos bien abiertos clavados entre sí, el efluvio de sus pupilas son dos pitones que se tienden al ruedo para pelear y terminan comiéndose mutuamente. Hay una sonrisa bajo todo eso, saben lo unidos que están, sin más ni más él se la está metiendo todita y ella con su vagina a punto de reventar lo estruja. Ambos remiten los juramentos, pero les tiembla la voz. En todo el tiempo que llevaban de casados nunca habían estado él tan metido dentro y ella tan abierta. El alma de él se estaba cojiendo la de ella y pese al silencio de sus gargantas, quién iba a imaginar que en el coito que sostenían sus espíritus ambos aullaban como sirenas.

Eres mía, decía él con sus ojos, mientras ella repetía lo mismo. El ansia de los dos era una pregunta vital, y su intersección la respuesta. Daba lo mismo cómo se llamasen en el plano espiritual, o si sus almas apenas se estaban presentando. Se reconocían.

David Y Maricela estaban asombrados. No habían tenido relaciones en su vida y por ende tampoco en su año y medio de noviazgo. Pensaban hacerlo hasta que se casaran, y esto era una boda, aunque no imaginaron tener tantos testigos, ni hacerlo en un templo. Sin embargo, y pese a que hubieran deseado las cosas de otra manera, era un buen momento para hacerse tonto un poco y adelantarse a todo y probar de aquello que por respeto no se atrevían a proponer. Y David la tenía corta en longitud pero ancha y cabezona. Sus formas redondas dificultaron un poco el asunto pues su pene se quedó un ratito en la puerta. Fingiendo entrar solamente. Las cosas siempre ocurren en forma jocosa, no se podían terminar de acomodar. Él tentativamente metiéndosela, y ella tentativamente permitiéndolo. Su picha cabezona hacía un émbolo como en el caso de los perros, que una vez metidos no pueden separarse por una especie de seguro que les surge en el pito, así David, pero sólo tenía dentro y atorado el glande. Al momento de jurar, Maricela sintió que se le dormía una pierna y quiso acomodarse, sin prever que no estaba sentada precisamente en una silla, sino encima de una verga, a tal forma que eso propició un resbalón que la hizo caer ensartada en aquel pene, por lo que su "Juro observar fidelidad del alma..." se vio entrometido por un gemido agonizante, mientras que David casi cae de espaldas ante la sensación animal de saberse dentro. ¿Cómo jurar si el clítoris cayó en un pésimo sitio...pésimo sitio para jurar, debe decirse?.

Ambos juraron y se miraron a los ojos y en ellos conversaban sobre una banca y se decían que aquello era maravilloso, que lo harían cada oportunidad que tuvieran tiempo. Tienes lo que necesito y tu también. El himen se rompió fácil y su baja fue indolora, en parte por todos los ungüentos y demás cosas que ambos llevaban encima.

Manuel la tenía larga, tiesa como una varilla industrial y puntiaguda, justo lo que Rebeca y su himen a prueba de bromas necesitaban para caer. Ella era virgen también, el chico no, éste además había recibido excelentes comentarios, lisonjas, calificaciones y homenajes a las extraordinarias dimensiones de su verga, todo ello por parte de la crítica especializada que eran las tres chicas mayores que no sólo habían consentido acostarse con él en un ataque de necesidad, sino que habían dejado de reírse del largo de sus orejas al ver semejante cipote tan dispuesto a barrenar hasta piedras, además lechoso como una vaca bien alimentada. Rebeca sintió un dolor inicial, se puso roja ella de piel tan blanca, como si la hubiesen sumido en un baño maría, y en cuanto él, considerado, quiso sacarla un poquito ella no se lo permitió, sino que se sentó hasta donde pudo. Ellos se sonreían abiertamente, en realidad a ellos se les olvidó que se trataba de la unión de unas almas, pues estaban bastante ocupados en sentir la metida. Los pechos de ella casi cortaban la tela de la túnica que, por cierto, se había manchado un poco de carmesí como señal de su desvirgamiento. Manuel sonrió para sus adentros al reconocer lo acertado que había sido posponer el pago de su colegiatura por si en este día se requería del pago de un hotel. Ellos no sólo se miraban los ojos, sino que cada poro velaba por el contrario. Ambos temblaban como si fuesen tocados por un cable de alta tensión.

Los demás hermanos sólo veían que los contrayentes estaban en pleno trance y envidiaban cada quién a la pareja que más se les antojara. Las demás parejas echaban de menos el día en que ellos mismos se habían casado, y deseaban con toda el alma estar haciendo compañía a los contrayentes, las solteras hacían las suposiciones de rigor, imaginando las vergas que se ocultaban bajo aquellas túnicas, deseando el momento de poder mirarlas y dar fin a sus dudas, aunque cada cual hacía sus predicciones utilizando como único parámetro las caras, las voces, los temblores de aquellas que se estaban casando. "Experta y eficiente" pensaron de Juan Carlos, "buena pero inexperta" supusieron de David, "descomunal o al menos extravagante" pensaron de Manuel, pues Rebeca seguía tan colorada que daba la impresión que Manuel la estaba asfixiando, probablemente porque le oprimía los pulmones con la punta de su falo. No perdían detalle, con oportunidad y se veía la cabeza de ese pito congeniando con la campanilla de la garganta abierta de Rebeca, quien no pudo guardar del todo la formalidad y abría la boca como un pejesapo en el momento clímax de su depredación.

De Julio pensaron que sería delicioso follárselo, esto porque Sara tenía una cara más que radiante, satisfecha, completa, y vaya que ella no tenía aspecto de conformista en eso de tener sexo.

En cuanto Adreil ordenó sentarse encima del marido, Sara comenzó a sudar, hacía acaso tres años y dos meses que no tenía relaciones sexuales, es decir, no contaban como relaciones lo que Jorge hacía en su cuerpo, meter su pequeño champiñón, meterlo mal, y encima correrse de inmediato para proseguir de un respetuoso funeral a su picha que no sólo caía muerta después de eyacular, sino que parecía volver a la tierra a la que pertenecía, perdiéndose en la breve pelambrera que éste tenía, acaso de cuarenta vellos, de los cuales el que menos ya era más grande que el pene fláccido. No siempre fue así, pero tal situación era un presente cuyo origen ya ni recordaba. Las aventuras no le simpatizaban. La última, la de hace dos años y tres meses fue con un empleado de Teléfonos de México, entró a la casa con su camisa arremangada, mostrando los brazos fuertes, sin duda producto de un buen gimnasio, sus pantalones ajustados que le remarcaban unas nalgas saltonas que prometían muy buena tracción, barbado él y de bigote, con mirada de ingeniero, de sonrisa fácil. Con dos preguntas sondeó el terreno, si vivía sola, si los niños en la escuela, si el marido en el trabajo y a largas horas de llegar, Sara, que no era ninguna tonta, entendió el mensaje, y él, caballero en todo momento lanzaba la opción, ella elegiría si "sí" o si "no". Eligió que sí. "Qué bueno que mandaron un técnico apuesto, seguro que puede hacer algo por una dama con calor", al decir eso Sara no era ni diplomática ni avergonzada (en contraparte de desvergonzada), pues para qué tanto rodeo si el asunto era ése. El la besó y le hizo las demás caricias de trámite, incluso le mamó el coño de una manera hábil e incisiva. Sin embargo la espalda, el largo de sus manos, su entrecejo, daban promoción a un pene más grande que el que tenía en realidad. "Otro champiñón, aguerrido, tieso, temblorino, nervioso, con mucho cableado sanguíneo por doquier, cabezoncillo y respingón, rinconero y persistente pero champiñón, bueno, champiñón no, dejémoslo en amanita" pensó. Tuvo que chuparlo sin tener la mas mínima gana de hacerlo, pero dado que después de la mamada venía la cogida, había que hacer que la cosa pareciera intensa. Lo lastimero era que él se paró a su lado y se lo colocó en la boca y comenzó a embestir contra la boca, tensando su abdomen perfecto y haciendo temblar sus músculos pectorales como si fuese una vaca que se espanta las moscas. Eso si, daba gusto apretarle esas nalgas de cabaretera que tenía, estirarle los pelillos del culo e impulsar esas caderas rumbo a la boca. Pero lo decepcionante era que el pobre sentía que tenía la gran verga, que era impresionante con tanto músculo, pero con aquella pija no asustaba a nadie. Eso sí, era como meterse una amanita vaciada en metal, dura, casi la dejaba chimuela. Ya que la cosa daba la apariencia de intensa se trepó encima e hizo lo suyo. tenía estilo, eso no lo duda nadie, pero le faltaba un buen garrote para concluir aquello con el éxito deseado. La tracción de aquellas nalgas era la indicada, con un pompeo regular y hasta el fondo, mal haría si no. El chasco fue cuando dijo "Siéntate encima", dieron ganas de decirle "Encima de qué", otra cosa era que Sara no era tampoco el himno a la estrechez, pues mal que bien ya estaba bastante cachonda y su vulva se había hinchado ya demasiado para la pobre amanita.

Se dio a la maña y recordando al buen Deodato se sentó sobre el telefonista, incrustando la amanita en su ano. Se adentró y no hubo problema. Dos o tres sentones y se le puso más de piedra que antes, y ella gozaba de verdad. Pero hay que ver la tontería, el fulano creía que le estaba dando por la vagina y cuando abrió los ojos para capitalizar el morbo de ver la verga propia metiéndose en otro cuerpo y descubrió que le estaba dando por detrás a Sara, su subconsciente le traicionó con un ataque de higiene, su mente hizo las asociaciones que debía hacer para echar a perder el momento y apenas Sara se metía los dedos en el coño para sentir un merecido orgasmo con la pija en el culito, fue cuando la erección de piedra se desmoronó y la amanita sucumbió ante la asepsia mental y quedó reducida a las dimensiones y firmeza de una sanguijuela. "¿Qué te pasa?", "Nada, sólo que creo que soy demasiado ordinario, no estoy acostumbrado a esto, me gusta más el otro camino". Era un ordinario, no cabía duda. se reacomodaron previo lavado que se fue a hacer al lavabo. La excitación generalmente fallece cuando se sospecha que el otro siente asco del cuerpo propio. Así el telefonista llegó a su orgasmo y en un acto de caballerismo se bajó a besar el coño de Sara. El concepto de higiene era muy variable en aquel sujeto, pues detestaba el sexo anal, pero admitía chuparle el coño bañado en semen. No quedó tranquilo hasta que a punta de mordidas Sara logró correrse, luego de sugestionarse demasiado.

El fulano conocía sus limitaciones y por lo tanto había aprendido bien el oficio de la lengua. Aunque Sara no consiguió venirse hasta que encontró un buen morbo para darle cochinez a aquello tan regular. Recordó que en la mañana Jorge le había regado de leche la vagina, entonces una buena lección para este higiénico sería saber que estaba bebiendo leche ajena, y encima hacía ruidos como si el saborcillo le resultara similar al almíbar. Si no se lo dijo, fue porque tal vez en otra ocasión ocupara aunque fuere de una amanita. Pero no ocurrió nunca más. Prefería atenderse sola.

Por eso, el momento en que esa verga de Julio, a quien conocía muy poco, se adentrara en su cuerpo, lenta y ritualmente, se abrirían puertas cerradas desde hace mucho, era un momento ansiado, deseado. La quería bien dentro, quería sacarle todo el provecho que pudiera a este nuevo maridito que le regalaba el destino. Además era una segunda oportunidad de darse el derecho de gozar estando en paz con su alma, además ella quería que todo fuese cierto, que este muchacho fuese su marido en el alma, y que el tener a Jorge como marido por lo civil se redujera a un simple error social, una equivocación. Su ser era a esas horas como un pueblo fantasma con todo, con frutería, estadio de fútbol, licorería, restaurantes y tiendas de ropa, pero deshabitado. Y saber que ese espíritu vacío se llenara de nuevo era algo que soñaba.

Julio se proponía cosas similares y se planteaba a sí mismo que sería estupendo que todo fuera cierto, que el amor fuese algo que no nos corresponda elegir, que Adreil juzgue por nosotros y nos diga a quién le correspondemos por espíritu, sin entrar en estudios de simpatías, afinidades ni nada. Pero al ver pasar frente a él a Sara con sus ojos de egipcia y su boca carmesí, cuando observó el temblor de esas caderas espléndidas encaminarse hacia él y reconocer en su mirada la sed y el brillo de que se hablaba en el ritual y su sonrisa que decía "somos prisioneros de este amor, lo deseamos, nos nace, nos hierve" reconoció que no había causa en el mundo que derribara la hipótesis en que él y ella podían ser felices y, por qué no, ser los mejores amantes, luego vivir juntos y durar noches enteras mirándose sorprendidos de la belleza del otro.

Otra cosa pasó. La unión de ambos no estaba al aire, sino que las túnicas ocultaban sus órganos sexuales, por lo que el hombre bajaba su mano hasta su pene, tentaba con los dedos el sitio donde se iba a meter, colocaba en el sitio indicado y luego ella se deslizaría a lo largo y ancho del falo en un cálido sentón. Sea porque se descuidó o porque se sintió demasiado hábil como para meterla rapidito sin tentar antes el terreno, Julio bajó su mano y empuñó su verga, Sara se montó confiada, pero un error de cálculo les terminó de sugerir que tal vez habían encontrado la pareja ideal. Pues al dar Sara el conato de sentón, Julio enfilo la punta de su miembro en el culo, alcanzando a meter casi nada, lo suficiente para que el ano se contrajera y la cadera de Sara diera un saltito para acomodarse como debía de ser. La cosa fue que ambos se miraron el rostro durante la unión, de hecho así lo pide el ritual, pero al tentar con su punta aquel orificio, Sara abrió con locura sus ojos egipcios y sonrió con una mueca que decía "Muchacho, por ahí no", pero en el fondo de sus ojos, sus pestañas ondulando como el hábil abanico de la geisha que se disponía a ser, decían que deseaba que se le tomara de esa manera, o de cualquier manera que él quisiera, mientras que Julio, enajenado confeso de esta práctica, se metió sin embargo por donde debía, es decir la vagina, con una sonrisa de tahúr. Ambos se miraron e hicieron planes para tomarse fuera de todo ritual, a la salida. Y se unieron placenteramente, Sara envolviendo con su cuerpo fuerte a Julio y Julio esperando de ella eso y más, ofreciendo a cambio su falo dispuesto a no fallarle en nada. Se abrazaron entonces como los esposos que eran. Ambos pensaban, "Hace mucho que me merecía algo así". Ella inventando un torbellino encima de la picha de él, quien a su vez hacía retumbar su falo como la tapa enloquecida de una olla de presión a punto de estallar. Ambos yacían en la meditación que el rito les exigía, pero eso era mucho pedir para sus órganos sexuales.

Luego vino el momento de la consagración de los panes y del vino. "Tomad cada uno de su copa, pues sangre de valor es la que circula, y ustedes deben circular por el mundo como unidades separadas pero juntas, y el cauce de ese río que es la vida no será nunca capaz de haceros olvidar el compromiso que aquí se contrae ahora y para siempre, sin embargo el pan siempre nace de una pieza, por lo que deberán comerlo a una sola vez, compartiéndolo de su boca, pues en los cielos está escrito que lo contrario a lo que fluye es lo estable, y lo estable es el alma, y aquí se unen en matrimonio sagrado las almas más que los cuerpos, por lo que nada podrá separarlos."

Con esa comunión se entendían unidas el cuerpo que circula a través de los tiempos bajo formas distintas y, sobre todo, la eterna alma.

Cada cual tomaba de su propia copa, pero el pan era colocado en los labios de la novia, quien con dulzura, como si fuese un ave maternal que ofrece en la propia boca de sus hambrientos polluelos el alimento que da la vida, y ahí comenzaban a devorar el pan, un pan duro que no regaba migajas, lo que sería una grave falta de respeto, y comían del cuerpo de Cristo hasta que sus bocas terminaban por juntarse en un beso luminoso que marcaba para siempre la unión. Ese beso era un momento emotivo que siempre hacía llorar a Adreil. Incluso después se le oyó comentar:

"Si viesen los ángeles que les rodean en ese momento, si escucharan la música tan hermosa que les baña de notas, si se viesen ustedes mismos, el resplandor que emanan, la belleza, sus miradas intensas, febriles, excitadas, profundas, reconociéndose tras siglos de amarse, pactando, charlando, sonriéndose, nunca mas sentirían vergüenza de nada, no habría ocultamientos, no habría timidez y todo sería dicha, pues uno no sentiría vergüenza del propio cuerpo o de nuestros actos si nosotros fundáramos las reglas de este mundo. Pues he aquí que la única manera de resguardarse de la tormenta del mundo es en compañía, con una compañía tan intrínseca, tan indisoluble, tan indivisible que no podemos bautizarla de otro modo que como uno mismo. Así como goza el hombre penetrando y la mujer siendo penetrada, caso en el que ambos reconocen su deseo de no ser otro, su deseo de no ser nadie, ahí donde dejan de ser Pedro y Laura, Juan y Carmen, Luis y Martha, Él y ella, donde no importa quien sean pues son algo, son uno, hombre y mujer amándose son un ser distinto a cada uno de ellos en particular, son un destello, son una flama, son una exaltación, y poco importa como se amen, siendo físico es posible, son comunión, son un pasaporte al cielo."

Después de la comunión se dio fin a la ceremonia de matrimonio y se dio paso a la fiesta.

LA FIESTA

En el cuarto nupcial había una inmensa cama con cabecera de forja que tenía vivos con motivos religiosos y diversos trabajos de esculturas que emulaban manos estrechándose. La puerta de esta recámara permanecía abierta, a manera que se podía ver desde cualquier punto del pasillo la inmensa cama. Dentro de esa recámara aguardaba como una araña rapaz Adreil, sudado y exaltado por la emoción y virilidad de haber oficiado el ritual de matrimonio. Esperaba tranquilo como en la orilla de una telaraña, esperando que cayeran en su red los insectos que inferiores él debían de servirle de alimento.

En la planta baja los miembros de la secta comían pastel y bebían aguas naturales, incluso había vinos espumosos, los que en dichas ocasiones no resultaban pecaminosos. Juan Carlos y Gina se disculparon por tener que retirarse rumbo a su casa, brindaron y se fueron.

Adreil no hizo nada por detenerlos, sino que le dio a Juan Carlos una crema que debía aplicarse en el miembro antes de tener relaciones, pues eso si, Adreil le giró ordenes en el sentido de que por nada del mundo evitara tener relaciones sexuales esa noche.

"PAN Y PAN NO FORMAN TRES PANES, MAS EL VINO PUEDE CORRER EN LAS DIRECCIONES QUE QUIERA, DEJADLO LIBRE, PUES QUIERE CORRER MÁS DENTRO Y MAS FUERA DE USTEDES"

Titubearon en quedarse, pero no lo hicieron, por ello no participaron de la secuencia de los hechos de la habitación. La tradición en la secta era en el sentido de que Adreil permanecía en la habitación nupcial, esperando a que los recién casados entraran ahí a hacer el amor, Adreil los observaría y en su caso les daría consejos para llevar una vida sensual de acuerdo a los cánones de su religión, y al terminar el acto les recitaría una predicción de su futuro matrimonial.

Las predicciones las hacía por medio de frases o sentencias de una interpretación tan oscura que difícilmente alguien podría entenderlas y sacarles provecho con una lógica humana, sin embargo el propio Adreil aclaraba que la profecía no iba dirigida al entendimiento humano, sino al mas puro estado de conciencia. La predicción no sólo anticipaba un poco el futuro, sino que daba una clave para el desarrollo espiritual, por eso, cuando Juan Carlos y Gina se retiraron todos pusieron cara de decepción y pena por ellos, pues se perderían de esa parte fundamental de la dicha matrimonial.

Al entrar los esposos a la alcoba matrimonial, la puerta se cerraba tras de si, pues lo que ahí ocurriera estaría vedado para el resto de hermanos de la congregación, aunque era bien sabido que no sería novedad que Adreil tomara posesión del cuerpo de la novia, junta o separadamente del novio.

Entraron a la recámara primero Manuel y Rebeca, el primero con una sonrisa de oreja a oreja, deseoso de llevar a consumación su acto sexual.

Entraron y Adreil les ordenó que se desnudaran completamente. Ella estaba roja de cuerpo entero, pues pese a su corta edad llevaba ya largo tiempo ansiando el momento en que le hicieran el amor efectivamente. La ocasión en que la desvirgaron resultó tan aburrida como las veces que siguieron, pues todo mundo parecía tenerla fláccida e inútil. Sin embargo, al sentarse sobre el palo de Manuel, Rebeca supo lo que era amar a Dios, pues esa verga estaba tan tiesa y vibrante que sentía cada latido de sangre que repercutía desde su tallo hasta su cabeza, y pese a su experiencia limitadísima, reconoció que aquel era un pito de calidad. Al sentir aquello meterse despacio en su cuerpo no pudo dejar de temblar, pues había quedado convertida en una animalita en celo que sólo le importaba que le metieran, y le metieran, y le metieran un cilindro largo y grueso en el cuerpo. Su pobre cuerpo no aguantaba más y goteaba como el hocico de un alien. Manuel a su vez estaba parado con semejante erección, incapaz de disimular nada.

Sus caritas egipcias lucían hermosas. Adreil indicó a Rebeca que se pusiera de rodillas, que pusiera su cara a la altura de la verga de Manuel y le ordenó que la mirara con detenimiento, luego que la tomara con sus manos y la acariciara, que la reconociera como suya. A cada jalón el pobre Manuel se retorcía como un caballo iracundo y joven, deseoso de dar muerte a cuanta yegua se le parara enfrente con la cola aunque fuese un poco torcida. Adreil sacó un frasco de un cinturón de cuero que llevada atado a la cintura. era un cinto maravilloso que contenía depósitos de cuero para guardar ahí pequeñas porciones de lo que se le antojara. No es de extrañar que la idea del cinto la hubiese copiado de las series de Batman, de hecho era un Adreilcinturón.

Para sacar del cinturón el frasquito tuvo que desabrochar su túnica de ritos postmatrimoniales, que no era cerrada como la otra, la que usaba en el templo. esta era como una de esas batas de ducha, sólo que esta le llegaba hasta los tobillos y era negra con vivos rojos, en seda muy fina, pero muy resistente. A diferencia de la otra túnica que llevaba doce litúrgicos botones al frente, esta no llevaba botones al frente, se sujetaba únicamente con el cintillo rojo que acababa de rodar al suelo, sin el cual se abría como la gabardina de un exhibicionista. En este caso lo que se exhibía era el cuerpo desnudo de Adreil, ataviado bajo la túnica sólo con el Adreilcinturón, y un par de grilletes pirograbados que se sujetaban de sus pies. El ancho de los grilletes y su exquisito trabajo de gravado hacían lucir a Adreil como el Dios de la fertilidad de todas las tribus del mundo. Su cuerpo estaba cubierto de un copioso vello muy grueso y oscuro, al menos en piernas, sexo, culo, línea central del abdomen, pecho y brazos. se comprendía entonces el azul de su barba recién rasurada. El pene de Adreil era enorme en tamaño y grosor, y envuelto en su tupida pelambrera se veía imponente. Las mangas de la túnica concluían en un cerrado puño que daba pauta a toda serie de interpretaciones, pues a diferencia del puño ajustadísimo a las muñecas e inusuales por su longitud de casi quince centímetros, el resto de la manga era muy holgada, a la moda de los hechiceros medioevales inventada por las caricaturas.

Abrió su túnica para sacar ese ungüento, cayo el cintillo y se descubrió su cuerpo desnudo y tatuado con un caduceo en el pecho, y aunque él sólo daba instrucciones matrimoniales, ni Manuel, ni mucho menos Rebeca, pudieron evitar sorprenderse de ver el cuerpo desnudo de Adreil y la virilidad que despedía. Era como pararse bajo las recién cerradas cataratas del Niagara y darse cuenta, justo desde abajo donde caería el agua, que alguien acaba de abrir la inmensa compuerta.

No es cosa de todos los días que una muchachita de familia como lo era Rebeca, que acudía cada domingo a la misa de catedral para no tener que reñir con sus padres, con libros de primer semestre de carrera rayados con su nombre envuelto de tiernos corazones dibujados, con abuelita que le hace galletas, con perro french, sin novio oficial y salida los domingos con sus amigas jóvenes, como ella, de sonrisas con frenos, que usaba shampoo de fresa, con el único pecado de haber ocultado a sus padres que en tres ocasiones un muchacho del colegio la había llevado al asiento trasero de su camioneta y le había hecho cosas, en fin, no era ordinario que este tipo de chica se encontrara en ese momento en medio de ese predicamento, completamente desnuda, mirando las vergas paradas de dos hombres, tenerlos tan cerca, y desear acostarse con cualquiera de ellos o con los dos. Tembló más. Desde siempre le habían enseñado los adultos que no debía tener relaciones antes de casarse, bueno ahora estaba casada, aunque no por las leyes civiles, si por disposición divina, y era Adreil, un adulto, respetable consejero espiritual, quien ponía tan a la mano todo aquello, no sólo levantándole el veto del pecado, sino sugiriendo su realización plena, validando el visto bueno de Dios, respaldando sus actos, aplaudiéndolos. Definitivamente le gustaba más esta posición de mujer con su cuerpo deseable que la de niña que cuidar. Esos que tanto la cuidan deberían de ver como le escurría fluido del coño, sentir el ardor que la apresaba para después prohibirle las cosas que de todas formas acallaría.

En sus manos sujetaba la polla de Manuel. Adreil sacó un poco del ungüento del frasco y él, con su propia mano, la untó en el miembro de Manuel, envolviéndolo con su palma y frotándolo de arriba a abajo, hasta que estuvo lo más duro que pudiera estar. Le pidió a Rebeca que abriera la boca y sacara su lengua, y he aquí que era una lengua magnifica, larga, puntiaguda, roja, y sin soltar con su mano izquierda la verga de Manuel la comenzó a restregar con la lengua de la muchacha, Manuel sonreía como si estuviese bajo el efecto de todas las drogas del mundo, y es que la única que tenía sobre el cuerpo, el ungüento, le hacía sentir como si por encima de su falo caminara un caracol incandescente cuyo calor le llegaba directo al miocardio, y la lengua de Raquel se movía cada vez con mayor soltura, pues el ungüento proporcionaba al pene un estupendo sabor. Si Adreil sujetaba con su mano izquierda la picha de Manuel para colocarla a su antojo en cualquier locación de la lengua de Rebeca era principalmente para hacer el proceso más duradero, pues de otra forma Rebeca se hubiera metido ya la salchicha de Manuel hasta el fondo de la garganta, pues aún y así, sujetando él el miembro, Rebeca ya lo había intentado un par de veces sin éxito.

Pero no era esta la única razón, si la sujetaba con la mano izquierda era para poder comenzar a meterle el dedo en la vagina a Rebeca, llenando sus dedos de inmediato, bañándolos en jugo. Luego de un rato de gemidos mediante los cuales Rebeca imploraba mayor trato, Adreil le ordenó a Manuel que se acostara en la cama, con las piernas hacia el suelo. Rebeca hincada en el suelo para mamarle, ahora si al gusto, la picha a Manuel. El ungüento no sólo le daba un sabor irresistible a aquel instrumento, sino que le daba sensibilidad y durabilidad, cosas difíciles de conciliar, además que producía en quien lo chupara un impulso incontenible, un disfrute indecible. Mientras Rebeca yacía de rodillas y chupando, Adreil le tentó el culo con los dedos a lo que la chica respondió alzando las caderas como una gatita cachonda.

Con sus manos Adreil separó una nalga de otra y se dedicó a chupar el coño y el culo de Rebeca, quien en su estado ya no podía mas. La lengua de Adreil era como la de ella, larga y puntiaguda, salvo una diferencia que marcaba la extrema habilidad de Adreil, quien la movía ora despacio y con parsimonia y luego con la movilidad de una ardilla amarrada en medio de una fiesta de la independencia, con cuetes y todo, y a cada lengüetazo, a cada apretón que aquellas manos gigantescas le daban a esas nalgas abriéndolas en canal, repercutía en la mamada, la lengua y los labios se confundían con una vagina real, y mientras Manuel imaginaba lo que le estarían haciendo a su esposa para que de repente emitiera los aullidos que se le escapaban. La mamada amainó un poco, sólo mientras Adreil se levantaba de abajo donde se había dado a la tarea de no dejar ni una sola gota de jugo de Rebeca por beber, para sacar de su cinturón otro botecito y untarse de ese ungüento en su miembro. Se colocó detrás de Rebeca y apuntando a su vulva se adentró de un sólo tajo, hasta el fondo, con su verga larga y ancha como era, y Rebeca sólo gritó sin dejar de chupársela a su marido, recibiendo las embestidas de su profeta, duras y concisas, a ritmo viril y animal, sintiendo su maestría para coger, gozando de su experiencia. Si había alguien que cogiera rico ese era Adreil, no por nada era su líder. Cada pompeada le arrebataba el corazón, hasta que se sintieron venir todos los jugos de ella, a chorros, tres, cuatro orgasmos, sujetando en sus manos el miembro de su esposo y mordiéndole criminalmente la pierna, dejándosela marcada.

No sólo la verga de Adreil era maravillosa, sino que además le colocaba un aceite especial que sólo se lo aplicaba a si mismo, superior a todos aquellos que les pudiera colocar a sus fieles, y la única manera de sentirlo era dejándose penetrar por él. Rebeca se quería morir de placer. Para su tristeza Adreil se salió de su cuerpo y le ordenó a Manuel que la embistiera. Poco importaba que Manuel la tuviera más pequeña que su maestro, el aceite convertía hasta la verga más incompetente en un bello instrumento. Luego de montarla un buen rato con furia juvenil, Manuel tuvo que sacársela a Rebeca por ordenes de Adreil. Se sentaron ambos sobre la cama y ella ejecuto la instrucción de montarlos intercaladamente, primero uno y luego el otro, y ella no era ella, ni la muchachita de misa los domingos, ni hija de nadie, era un culo gozando las maravillas de un par de hombres que se ponían como materia dura para sus deseos. Ella al montar a uno se la mamaba ligeramente al otro, esto ya no como orden, sino como iniciativa propia. Estando ella sobre su esposo vino a descubrir cual era el secreto del aceite que le había metido Adreil en el cuerpo. Cuando ella de un sentón furioso hizo que el esperma de Manuel brotara como un manantial y le bañase de blanco la matriz entera, ella sintió lo que era el verdadero placer, pues fue como si hubiesen sembrado semillas de placer y estas hubiesen crecido con sus tallos verdes y robustos, llenando cada pared de su interior y creciendo, en todos sentidos, tocando magistralmente su interior como si el semen fuese un organismo, no sólo vivo, sino conciente de su misión enloquecedora e hiciera su labor, en otras palabras, es como su la pomada que Adreil le había aplicado con su penetración fuese una solución soluble en semen, y que al mezclarse con tan denso líquido se convirtiera en un carnaval interno nutrido en sensaciones placenteras. Adreil se paró a sus espaldas y frotó su falo en la espalda de Rebeca, dejando caer su leche caliente en plena columna vertebral, con una cantidad tan abundante que el esperma cayó como una lágrima de gusto por toda su espalda, pasando alegre y caliente por el culito oscuro de rebeca, hasta mezclarse con el semen que también escapaba de su vagina, pues dentro de ésta también se había vertido gran cantidad de leche. Era demasiado placer, demasiado para una muchachita tan buena como ella que reconoció ahí su oficio de devoradora de hombres, de su marido, por lo pronto.

"GIRONES DA LA VID EN SU CRECER, PERO LOS CIRCULOS NO FRUCTIFICAN CUANDO SE PISAN SUS PROPIAS HUELLAS, EL HAMBRE Y LA VID SON LA MISMA COSA, SALVO QUE EL HAMBRE SE SOCIEGA, Y LA VID NO ES POSIBLE LIMITARLA. SI DISTINGUEN ENTRE GIRON Y ESPIRAL, Y SU TALLO CRECE FUERA DE LA TIERRA, HABRAN ENTENDIDO EL MISTERIO DEL PAN"

Entraron a la habitación David y Maricela luego de oír los gemidos, los gritos y el gozo de la anterior pareja.

Ellos tenían más miedo. Él no quería compartirla ni tantito mientras que ella no quería que él aceptase compartirla ni tantito, aunque antes de entrar, y sin comentarle a él, le gustaría gemir igual que Rebeca, a la cual casi tuvieron que sacarla en camilla.

Adreil, que desde luego no era un tonto, decidió no perder el tiempo haciéndoles perder a ellos el miedo. Ordenó que ella se lo mamara a su esposo, previo ella misma le pusiera el ungüento. Sus reacciones eran menos pasionales, el gozaba diciendo mmmmmm, mientras que David hacía una especie de rugido haggragrrsg, y ella sólo emitía el chomp chomp que se haría al intentar comerse una rebanada de papaya sin utilizar las manos, mientras que Maricela era una minina que maullaba de lo lindo, con el sonido dulce y ronroneante de su garganta mientras sus caderas y boca sorprendían hasta Adreil. Lo de la mamada estuvo bien, pues siendo respetuosos como eran él nunca le hubiese pedido tal cosa para no ofenderla y ella nunca lo hubiera hecho por iniciativa propia para no quedar como una puta, en fin, en cuanto a eso el problema estaba resuelto.

Luego le ordenó a ella que se sentara encima de David, así lo hizo y comenzó a darse de sentones un tanto torpes, pero fervorosos, el cuerpo no sabe de inexperiencias cuando carece de temores, y en ese momento no había temores.

David estaba tendido en la cama y lo que él veía era a su esposa sentada sobre él, su coño exquisito apareciendo y desapareciendo por arte de magia su verga tan vasta, mientras que Adreil estaba de cuclillas y vestido a lado de ellos, con una mano tras de su mujer, seguramente con su mano sobre las caderas de ella, ayudándole a mantener el ritmo, ni tan rápido ni tan lento, y con la otra haciendo señas de subir, bajar, subir, bajar, como si fuera el director de una orquesta. Le parecía a él bien lo que veía, pues no le hubiera gustado ver a su mujercita padeciendo como seguramente lo había hecho Rebequita, dentro de lo que cabe ella disfrutaba y Adreil sólo le tocaba la parte superior de la cadera, en realidad no se propasaba.

Hubiera sido divertido que le pusieran un espejo que le permitiera ver donde estaba realmente la mano de Adreil y qué hacía, pues tenía metido hasta la falangita del dedo anular, que en manos de Adreil equivalía al largo y ancho del dedo índice del sujeto mexicano promedio. Ese dedo tenía, para variar, un ungüento que la ponía a punto del orgasmo. Primero incomoda, luego conforme, luego gozosa, aceptó el buen dedo. El ritmo de sube y baja no lo proponía Adreil, él sólo le hurgaba el ano, y él creía lo que le diera la gana acerca de lo incorruptible de su mujer, ella reiterando que le agradaba que él no la compartiera, y mas le agradaba que él no descubriera que ella se había permitido, por esta única y especial ocasión, compartirse sola.

Cuando el dedo salió dejó un vacío en el placer, un vacío que no pudo llenarse con los chorros de semen que salieron de un certero manguerazo, como si se viniera un camión de bomberos.

"MIRAD LA NIEBLA PERO PARA DISFRUTAR LA CLARIDAD DEL DÍA, PROBAR LO AMARGO NO POR LO AMARGO QUE ES, SINO POR LO DULCE QUE LE FALTA. A LAS SEIS DEL DÍA LO AMARGO Y LO DULCE SABEN IGUAL, ENTONCES LO DULCE COMIDO NOS COMPLACE, Y LO AMARGO QUE DEJAMOS EN EL PLATO NOS SABE IGUAL DE MAL."

Cuando Sara y Julio se dispusieron a entrar, Adreil detuvo en la puerta a Julio e hizo pasar sola a Sara y cerró tras de ésta la puerta. Ella quiso adentrarse en esa recámara con paso lento, pues por alguna razón, dentro del templo todos caminaban despacio, reverenciadamente, de puntillas casi, pero aquí no era el templo.

Adreil la jaló hasta la cama, apresurándole el andar, se abrió la túnica y mostró con orgullo el palo enorme que lo hacía líder hasta en eso. Sara lo contempló con agrado, pero no lo tocaría a menos que recibiera orden de hacerlo. Adreil sacó su dedo con ungüento y volteándola le metió el dedo en el culo. Ella obedeció la orden silenciosa abriendo su boca. El la empinó y ella obedeció llevando sus manos hasta sus nalgas y abriéndolas de par en par. Él colocó la punta de su miembro en la entrada de su ano para luego sumirse, y ella obedeció parando más las caderas para que entrara como deseara, se soltó las caderas y se mordió los labios. Así la perforó por tres o cuatro minutos, fuertemente. Él se la sacó y ella obedeció parándose y poniendo la cara de novia nunca antes tocada. Adreil dio paso a Julio, quien intrigado se acercó a Sara. "Hagan lo que tenían pensado hacer fuera de aquí. El culto es en todas partes, en la forma que sea, y Dios lo entiende, él hizo sus cuerpos"

Julio besó largo rato y en la boca a Sara, luego se acostaron para mamarse mutuamente, él encima de ella, aprovechando su estatura le chupaba el coño con voracidad, mientras clavaba la pija en la boca abierta a su esposa, que gustaba de sentir que la verga que tenía en la boca estaba viva, que cilindraba, que estaba dura, que tenía un olor, una forma de hombre.

Luego la abrió de piernas y la amó con ardor, masacrándole el clítoris con el dorso de su instrumento. Ella se vino. Se volvió a venir. Luego por detrás. Mucho rato. Ella se vino de nueva cuenta, y cuando él se vino con una furia incontenible, llenándole de semen el cuerpo, gruñendo como un animal que acaba de ultimar a otro ella tuvo un orgasmo con él.

No fueron los ungüentos, ni el amor, ni el matrimonio. Se necesitaban y estaban dispuestos a creer lo que fuera con tal de coger siempre así. Lo afortunado era que el amar no dependía de ellos, sino que el orden divino así lo disponía.

La verga de Julio no menguaba en su tamaño, por lo que Sara se comenzó a dar de sentones sobre ese palo, haciendo malabares para acomodarse él abajo y ella arriba sin que se saliera esa cosa persistente de su culo. Así subía y bajaba, después de coger con él se sentía medio apenada por haberse dejado tomar por detrás segundos antes de que su esposo entrara, pero era valido, suponía. Así sentada le daba la cara a Adreil, quien los miraba con fuego. Éste se paró de donde estaba sentado y a Sara le pareció fantástico sentir, al menos una vez en la vida, la fuerza de dos hombres aplicándose a su goce. Al estar cerca Adreil ella abrió la boca para mamársela, pero él no quería eso, sino que aprovechando que su culo estaba ocupado y dada la forma en que estaba sentada, su coño se veía tan solitario, el profeta se metió por ahí. Sara saturada gemía no se sabe si de placer, o de avaricia, pero sonreía, y esa emoción fuerte parecía ser demasiado gratificante para los tres. Aunque los dos falos no se tocaban en el interior de su cuerpo, aunque separados por alguna sutil barrera, podían ser bastante concientes de los movimientos del otro, casi jugaban a las espadas dentro de sus caderas. Cada uno a su ritmo y ella más mojada que nunca. A Julio no le molestó el otro participante, pues se le hincho al doble, y a ella se le había hinchado el doble también. A Sara le gustaba sentirse atrapada de esa manera, enganchada sin poder escapar, sin querer hacerlo, sujetada por dos estacas calientes y hábiles. Julio se vino de nuevo, pero si apenas y eyaculó unas violentas gotas. En cambio Adreil, salió de su cuerpo y puso su verga en la boca de Sara y le comenzó a dar de beber una buena ración de esperma, que le caía en la lengua, entre los dientes, bañándole de blanco cada comisura de la boca. Su lengua feliz abrazaba la recién vaciada verga como una boa constrictora, sacando como premio un chorrito más de leche. Por alguna razón el semen de Adreil no dejaba sentir esa sensación astringente de tener fluido vivo en la lengua, sabía más bien dulce.

"NO ES LUZ LA QUE SE SIEMBRA ENTRE CUBIERTAS, PUES LA DEL CORAZON LO ES SÓLO CUANDO YACE EXPUESTA DENTRO DE MIL SELVAS. NO OS ENGAÑEIS LLAMANDOLE LUZ A LAS TINIEBLAS, NI ABRACEN LA IGNOMINIA, QUE ES PEOR AUN QUE EL MAL. NO REPITAN LA HISTORIA EN QUE LOS LOBOS DEVORAN EL PAN QUE HABRIAN DE DEVORAR USTEDES."

 

LA TORNABODA

Subieron al taxi que les llevaría a su casa y a Juan Carlos no le importó que el taxista fuera nada más fisgoneándole los ojos aún pintados un poco a la moda egipcia.

¿Llevaban ya varios años de casados o en realidad se acababa de casar? Él tenía varias razones para pensar que el destino le había jugado una buena pasada, que apenas ayer él era otro, casado con otra mujer, y que en dicha casa se aburría, llegando del trabajo cansado, doliéndole las vértebras de tanto acomodar calzoncitos a muñecas de plástico. No dejaba de ser divertida esa actividad, pero hacerla rutinariamente era asfixiante, ¡por él que las muñecas anduvieran sin calzones!. En teoría él ya no debería estar haciendo eso, le habían notificado un ascenso, ahora sería supervisor, sin embargo aun no construían el privado en el que él estaría, pero ya mero. Le daba risa pensar que si supervisaba, era porque quedaba bien claro que nadie le ponía a las muñecas los calzones mejor que él.

Llegar a casa fue hasta el día de ayer atormentador, su esposa vería seguramente novelas y la casa estaría casi limpia, y él tendría que acabar con ese casi.

Pero no sucedió eso este día, no, amaneció junto a otra, más emprendedora, más rionda, más alegre, y juntos habían estado toqueteándose todo el día para casarse. Aun más grave, la mujer que le fue entregada en el templo no era siquiera la que había entrado con él por la puerta de la secta, la que llevaban ahí y que según esto era su mujer era más voluptuosa, anidaba un brillo enajenante en la mirada, su piel misma parecía otra y su boca era una boca que no reconocía haber besado antes. La magia en realidad los había venido a unir. Llegaron a casa y ambos sintieron un alivio cuando entraron y vieron todo ordenado. Con un hambre tremenda sacaron la mesa que ya tenían puesta en el refrigerador y comenzaron a comer los duraznos en almíbar. Su sabor era indescriptible. "¿Cómo dices que se llaman?", "Duraznos" y tal pareciera que era cierto, sabían a una fruta nunca antes probada. El y ella comieron la fruta sin pensar en la fruta, y al beber el agua de frutas no sabían tampoco de qué sabor era, deliciosa, pero sin saber de que sabor, todo porque ambos tenían bien en claro que lo que querían era estar acostados encima del colchón conociéndose mejor. Ella le miraba y le proponía un juego, él lo aceptaba, ella le vendaba los ojos y le tocaba ligeramente en diversas partes de su cuerpo, mientras él la acariciaba con su olfato, con cada aspirar frenético que quería devorarla aunque fuese en aroma, y ella le tocaba el pecho, el abdomen, hasta que por fin el sexo, no estaba erecto, pero lo estaría. Ella agachó la cabeza y ahí mismo, sin siquiera probar el colchón, procedió a meterse entero en la boca el falo, y éste, siendo despertado como la bella durmiente comenzó a hincharse en boca de ella, que disfrutaba de la metamorfosis.

"Sin duda es otra mujer" pensaba, pues su ex- esposa no mamaba con tanta dedicación, con tanto amor, y ella nunca había visto esa pieza tan tiesa, sin duda era un hombre que se disfrazaba para recibir sus caricias.

Él se quitó la venda y ella, sin sacársela de la boca le miró a los ojos, cosa que a su esposa anterior le hubiera dado una pena inmensa, y él, tendencioso como siempre, le sujetó la cabeza para masturbarse un poco con esa boquita que parecía estar tan de acuerdo.

Se pararon y se desnudaron solos, pues era un cliché que el otro fuese el encuerador, y ya frente a frente un brazo daba un tirón, luego una pierna. Él sentía un cosquilleo en los cojones y su verga parecía decir adiós, pues se movía como una palmera en tormenta. Ella se volteó y él aprovechó para meter su falo en el triangulito que a ella se le hacía entre las piernas, ella las abrió. El se agachó para besarla y ella sin respingar permaneció parada sintiendo la lengua camaleónica que le aplacaba parte de sus ansias. Él se colocó el ungüento en el miembro y se la atascó hasta muy al fondo, ella, que no decía "hay!", le miraba como diciéndole, mira como dejo que te me metas, mira como me atrapas. Y él comenzó a moverse hasta que acabaron en su cama, donde ella se abrió más que nunca y él la penetró hasta el alma.

Tras la eyaculación su esperma emprendió el viaje, protegidos por el ungüento que en casi todos los casos eran afrodisíacos implacables a la vez que efectivos anticonceptivos, este estaba preparado para hacer que la concepción se sucediera.

No sería fácil saberlo, porque esa noche lo hicieron cinco veces los recién casados, y todas ellas intensas. Es difícil de saber en cuál de esas cinco ocurrió el acto milagroso, en cuál de las veces Dios apuntó su cerbatana lanzando en el huevo la espina que germina en un nuevo ser, lo único cierto es que esa noche Gina quedó encinta.

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